LA PARUSÍA
o
La Segunda Venida de
Nuestro Señor Jesucristo
James Stuart
Russell
(1816-1895)
Tomado de The
Berean
Bible Church
INTRODUCCIÓN
LAS ÚLTIMAS PALABRAS DE LA PROFECÍA
DEL ANTIGUO TESTAMENTO
El libro de Malaquías
El
intervalo entre Malaquías y Juan el Bautista
EL
LIBRO DE MALAQUÍAS
El canon de las Escrituras del Antiguo Testamento se
cierra de manera muy diferente de lo que podría esperarse
después del espléndido futuro revelado a la nación del pacto
en las visiones de Isaías. Ninguno de los profetas es portador
de una carga más pesada que el último del A.T. Malaquías es el
profeta de la destrucción. Parecía que la nación, por medio de
su incorregible obstinación y desobediencia, había renunciado
al favor divino y demostrado ser, no sólo indigna, sino
incapaz, de las glorias prometidas. La partida del espíritu
profético estaba llena de malos presagios, y parecía indicar
que el Señor estaba a punto de abandonar el país. En
consecuencia, la luz de la profecía del Antiguo Testamento se
apaga en medio de nubes y densa oscuridad. El libro de
Malaquías es una larga y terrible acusación contra la nación.
El Señor mismo es el acusador, y con la evidencia más clara,
sustenta cada uno de los cargos contra el pueblo culpable. La
larga acusación incluye sacrilegio, hipocresía, desprecio
contra Dios, infidelidad conyugal, perjurio, apostasía,
blasfemia; mientras, por otro lado, el pueblo tiene el descaro
de repudiar la acusación, y declararse 'no culpable' de cada
uno de los cargos. El pueblo parece haber alcanzado esa etapa
de insensibilidad moral en que los hombres llaman a lo malo
bueno, y a lo bueno malo, y están madurando rápidamente para
ser juzgados.
Como resultado, el juicio
venidero es 'la carga de la palabra del Señor a Israel
por medio de Malaquías'.
Cap. 3:5.- "Y
vendré a vosotros para juicio; y seré pronto testigo contra
los hechiceros y adúlteros, contra los que juran mentira, y
los que defraudan en su salario al jornalero, a la viuda y
al huérfano, y a los que hacen injusticia al extranjero, no
teniendo temor de mí, dice Jehová de los ejércitos".
Cap. 4:1.- "Porque he
aquí, viene el día ardiente como un horno, y todos los
soberbios y todos los que hacen maldad serán estopa; aquel
día que vendrá los abrasará, ha dicho Jehová de los
ejércitos, y no les dejará ni raíz ni rama".
Que esta no es una amenaza vaga y sin significado es
evidente a juzgar por los términos claros y definidos con que
es anunciada. Todo apunta a una inminente crisis en la
historia de la nación, cuando Dios administre juicio sobre su
pueblo rebelde. "Viene el día ardiente como un horno", "el día
grande y terrible de Jehová". Que este "día" se refiere a
cierto período y a un suceso específico no admite duda. Ya
había sido predicho, y precisamente con las mismas palabras,
por el profeta Joel (2:31): "El día grande y espantoso de
Jehová". Y encontraremos una clara referencia a él en el
discurso del apóstol Pedro el día de Pentecostés (Hechos
2:20). Pero el período queda definido más precisamente por la
notable declaración de Malaquías en 4:5: "He aquí, yo os envío
el profeta Elías, antes que venga el día de Jehová, grande y
terrible". La declaración explícita de nuestro Señor de que el
Elías predicho no es otro que su precursor, Juan el Bautista
(Mat. 11:14), nos permite establecer el momento y el suceso a
los que se hace referencia como "el día de Jehová. grande y
terrible". El suceso no debe ser buscado a gran distancia del
período de Juan el Bautista. Es decir, la alusión al juicio de
la nación judía, cuando su ciudad y su templo fueron
destruidos, y la estructura entera del estado mosaico fue
disuelta.
Merece notarse que tanto Isaías como Malaquías
predicen la aparición de Juan el Bautista como el precursor de
nuestro Señor, pero en términos muy diferentes. Isaías le
representa como el heraldo del Salvador venidero: "Voz que
clama en el desierto: Preparad camino a Jehová; enderezad
calzada en la soledad a nuestro Dios". (Isa. 40:3). Malaquías
representa a Juan como el precursor del Juez venidero: "He
aquí, yo envío mi mensajero, el cual preparará el camino
delante de mí; y vendrá súbitamente a su templo el Señor a
quien vosotros buscáis, y el ángel del pacto, a quien deseáis
vosotros. He aquí viene, ha dicho Jehová de los ejércitos".
(Mal. 3:1).
Que esta es una venida de juicio se pone de
manifiesto por las palabras que siguen inmediatamente después,
y que describen la alarma y la consternación causadas por su
aparición: "Y quién podrá soportar el tiempo de su venida? ¿o
quién podrá estar en pie cuando él se manifieste?" (Mal. 3:2).
No puede decirse que este lenguaje es apropiado para
la primera venida de Cristo; pero es altamente apropiado para
su segunda venida. Hay una clara alusión a este pasaje en
Apoc. 6:17, donde "los reyes de la tierra, y los grandes, los
ricos, los capitanes," etc., son representados como
ocultándose "del rostro de aquél que está sentado sobre el
trono, y de la ira del Cordero, diciendo: El gran día de
su ira ha llegado; ¿y quién podrá sostenerse en pie?"
Nada puede estar más claro que "el día de su venida" en Mal.
3:2 es el mismo que "el día de Jehová, grande y terrible" de
4:5, y que ambos responden al "gran día de su ira" en Apoc.
6:17. Por lo tanto, concluimos que el profeta Malaquías habla,
no del primer advenimiento de nuestro Señor, sino del segundo.
Esto queda probado además por el hecho significativo
de que, en 3:1, el Señor es representado como viniendo
"súbitamente a su templo". Entender esto como que se
refiere a la presentación del Salvador niño en el templo por
sus padres, a los suyos en los atrios del templo, o a los
suyos de entre los compradores y vendedores del sagrado
edificio es ciertamente una explicación de lo más inadecuada.
Ésas no son ocasiones de terror y consternación, como está
implícito en el segundo versículo: "¿Quién podrá estar en pìe
cuando él se manifieste?" Sin embargo, la expresión sugiere
vívidamente la visitación final y judicial sobre la casa de su
Padre, cuando habría de quedar "desierta", según su
predicción. El templo era el centro de la vida de la nación,
el símbolo visible del pacto entre Dios y su pueblo; era el
lugar en que "el juicio debía comenzar", y que habría de ser
alcanzado por "destrucción repentina". Entonces,
tomando en cuenta todos estos detalles, la "súbita venida del
Señor a su templo", la consternación que acompaña "el día de
su venida", su venida como "fuego purificador", su venida
"para juicio", "viene el día ardiente como un horno", "todos
los que hacen maldad serán estopa", "no les dejará ni raíz ni
rama", y la aparición de Juan el Bautista, el segundo Elías,
antes de la llegada del "día grande y terrible de Jehová", es
imposible resistirse a la conclusión de que aquí el profeta
predice la gran catástrofe nacional en la cual el templo, la
ciudad, y la nación perecieron juntas; y que esto es designado
como "el día de su venida".
Sin embargo, aunque parezca extraño, el hecho
indudable es que Malaquías no alude a la primera venida de
nuestro Señor. Esto lo reconoce claramente Hengstenberg, que
observa: "Malaquías omite del todo la primera venida de Cristo
en humillación, y deja completamente en blanco el intervalo
entre su precursor y el juicio de Jerusalén". (1) Esto debe
explicarse por el hecho de que el principal objeto de la
profecía es predecir la detrucción nacional y no la liberación
nacional.
Al mismo tiempo, mientras el juicio y la ira son los
elementos predominantes de la profecía, los rasgos de un
carácter diferente no están completamente ausentes. El
día de la ira es también un día de redención. Hay un remanente
fiel, aun en la nación apóstata: hay oro y plata que deben ser
refinados y joyas que deben ser reunidas, así como escoria que
debe ser rechazada y rastrojo que debe ser quemado. Hay hijos
a quienes perdonar la vida, así como enemigos que ser
destruidos; y el día que trajo consternación y oscuridad para
los impíos, verá "el Sol de justicia nacer trayendo salvación
en sus alas" para los fieles. Hasta Malaquías sugiere que la
puerta de la misericordia todavía no está cerrada. Si la
nación regresa a Dios, Él regresará a ellos. Si quieren
restituir lo que sacrílegamente han retenido del servicio del
templo, Él los compensará con bendiciones mayores de las que
ellos podrían recibir. Todavía pueden ser una "tierra
deliciosa", la envidia de todas las naciones. En la hora
undécima, si la misión del segundo Elías tiene éxito en ganar
los corazones del pueblo, la catástrofe inminente puede ser
alejada, después de todo (3:3, 16-18; 4:2, 3, 5).
Sin embargo, existe la conclusión inevitable de que
las amonestaciones y las amenazas no servirán de nada. Las
últimas palabras suenan como el tañido de campanas anunciando
destrucción. (Mal. 4:6): "No sea que yo venga y hiera la
tierra con maldición".
El pleno significado de esta ominosa declaración no
es evidente en seguida. Para la mente hebrea, esta declaración
indicaba la más terrible suerte que podría sobrevenirle a una
ciudad o a un pueblo. La 'maldición' era el anatema, o
cherem, que denotaba que la persona o cosa sobre la que
recaía la maldición era entregada a una completa destrucción.
Tenemos un ejemplo del cherem, o ban, en la
maldición pronunciada sobre Jericó (Josué 6:17; y una
declaración más detallada de la ruina que ello significaba, en
el libro de Deuteronomio (13:12-18). La ciudad habría de ser
herida a filo de espada, toda cosa viviente en ella debía ser
ejecutada, el botín no debía ser tocado, todo era maldito e
inmundo, la ciudad debía ser consumida por el fuego, y el
lugar entregado a desolación perpetua. Hengstenberg observa:
"Todas las cosas imaginables están incluídas en esta sola
palabra"; (2) y cita el comentario de Vitringa sobre este
pasaje: "No cabe duda de que Dios quería decir que entregaría
a una segura destrucción tanto a los obstinados transgresores
de la ley como a su ciudad, y que debían sufrir el extremo
castigo de su justicia, como dirigentes consagrados a Dios,
sin ninguna esperanza de obtener favor o perdón".
Tal es la terrible maldición que dejó suspendida
sobre la tierra de Israel el espíritu profético en el momento
de partir y guardar un silencio que duraría siglos. Es
importante observar que todo esto hace referencia clara y
específica a la tierra de Israel. El mensaje del profeta es a
Israel; los pecados que son reprobados son los de Israel; la
venida del Señor es a su templo en Israel; la tierra amenazada
con maldición es la tierra de Israel. (3) Todo esto apunta
manifiestamente a una específica catástrofe local y nacional,
de la cual la tierra de Israel habría de ser el escenario, y
sus culpables habitantes las víctimas. La historia registra el
cumplimiento de la profecía, en exacta correspondencia con el
tiempo, el lugar, y las circunstancias, en la ruina que
devastó a la nación judía durante el período de la destrucción
de Jerusalén.
EL INTERVALO ENTRE MALAQUÍAS
Y JUAN EL BAUTISTA
Los cuatro siglos que transcurren entre la
conclusión del Antiguo Testamento y el principio del Nuevo
están en blanco en la historia de las Escrituras. Sin embargo,
sabemos, por los libros de los Macabeos y los escritos de
Josefo, que fue un período agitado en los anales judíos. Judea
fue, por turnos, vasalla de las grandes monarquías que la
circundaban - Persia, Grecia, Egipto, Siria, y Roma - con un
intervalo de independencia bajo los príncipes macabeos. Pero,
aunque durante este período la nación pasó por grandes
sufrimientos, y produjo algunos ilustres ejemplos de
patriotismo y de piedad, en vano buscamos algún oráculo
divino, o algún mensajero inspirado, que declarase la palabra
de Dios. Israel podía decir en verdad: "No vemos ya nuestras
señales; no hay más profeta, ni entre nosotros hay quien sepa
hasta cuándo". (Sal. 74:9). Y sin embargo, esos cuatro siglos
no dejaron de ejercer una poderosa influencia en el carácter
de la nación. Durante este período, se establecieron sinagogas
por todo el territorio, y el conocimiento de las Escrituras se
extendió ampliamente. Surgieron las grandes escuelas
religiosas de los fariseos y de los saduceos, cuyos dos grupos
profesaban ser expositores y defensores de la ley de Moisés.
En gran número, los judíos se asentaron en las grandes
ciudades de Egipto, Asia Menor, Grecia, e Italia, llevando
consigo y a todas partes el culto de la sinagoga y la
Septuaginta, la traducción griega del Antiguo Testamento.
Sobre todo, la nación acariciaba en lo más recóndito de su
corazón la esperanza de un libertador venidero, un heredero de
la casa real de David, que debía ser el rey teocrático, el
liberador de Israel de la dominación gentil, cuyo reino fuera
tan feliz y glorioso que mereciera llamarse "el reino de los
cielos". Pero, en su mayor parte, el concepto popular del rey
venidero era terrenal y carnal. En cuatrocientos años, no
había habido ningún mejoramiento en la condición moral del
pueblo y, entre el formalismo de los fariseos y el
escepticismo de los saduceos, la verdadera religión se había
hundido hasta llegar a su punto más bajo. Sin embargo, todavía
había un fiel remanente que tenía conceptos más verdaderos del
reino de los cielos, y "que esperaba la redención en Israel".
Al acercarse el tiempo, hubo indicios del regreso del espíritu
profético, y presagios de que el prometido liberador estaba
cerca. A Simeón se le aseguró que, antes de morir, vería al
"ungido de Jehová"; parece que una indicación parecida se le
había hecho a la anciana profetisa Ana. Es razonable suponer
que tales revelaciones deben haber despertado gran expectación
en los corazones de muchos, y les prepararon para el pregón
que poco después se oyó en el desierto de Judea: "Arrepentíos,
porque el reino de los cielos se ha acercado". Nuevamente se
había levantado profeta en Israel, y "el Señor había visitado
a su pueblo".
Notas:
1. Véase, de Hengstenberg,
Nature of Prophecy. Christology. Vol. 4, p. 8.
2. Hengstenberg, Christology,
vol. 4, p. 227.
3. El significado de este
pasaje (Mal. 4:6) está oscurecido por la desafortunada
traducción de earth en lugar de land. La
expresión hebrea ch, a, como el griego gh/, se emplea
con mucha frecuencia en sentido restringido. La alusión en el
texto es claramente a la tierra de Israel. Véase Hengstenberg,
Christology, vol. 4. p. 224.
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