LA PARUSÍA
o
La Venida de Nuestro Señor Jesucristo
James Stuart Russell
(1816-1895)

Tomado de The Preterist Archive


LA PARUSÍA EN LAS EPÍSTOLAS APOSTÓLICAS

2-13. LA PARUSÍA EN LA EPÍSTOLA A LOS ROMANOS

Las alusiones a la venida del Señor en esta epístola no son muchas en número, pero son muy importantes e instructivas. Se habla de la venida como de algo que con toda certeza era creído y ansiosamente esperado por los cristianos de la era apostólica; y el hecho de su cercanía está o implícito o afirmado en cada alusión al acontecimiento.

EL DÍA DE LA IRA

Rom. 2:5,6. "Pero por tu dureza y por tu corazón no arrepentido, atesoras para tí mismo ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios, el cual pagará a cada uno conforme a sus obras".

Rom. 2:1,16. "Porque todos los que bajo la ley han pecado, por la ley serán juzgados; en el día en que Dios juzgará por Jesucristo los secretos de los hombres, conforme a mi evangelio".

No puede haber ninguna duda con respecto a este "día de la ira" y "revelación del justo juicio de Dios". Es el mismo que fue predicho por Malaquías como "el día grande y terrible de Jehová" (Mal. 4:5); por Juan el Bautista como "la ira venidera" (Mat. 3:7); y por el Señor Jesucristo como "el día del juicio" (Mat. 11:22,24). Era el acto final de la época, el . Es apenas necesario repetir que este "fin" se dice que cae dentro del período de la generación existente, cuando el Hijo del hombre, el Juez designado, "pagará a cada uno según sus obras" (Mat. 16:27).  

LA ESCATOLOGÍA DE PABLO

Rom. 8:18-23. "Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse [que está a punto de revelársenos]. Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios. Porque la creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza; porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora; y no sólo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo".
Hay algunas cosas en este pasaje que son, y probablemente continuarán siendo, oscuras por la naturaleza del tema; pero también hay mucho que es sencillo y claro. No podemos confundir la regocijada anticipación, expresada por Pablo, de un venidero día de liberación de los sufrimientos y miserias del presente; una liberación que estaba ya allí, y no lejana. Venía un día de redención que traería libertad y gloria para los hijos de Dios, de cuyos beneficios participaría la creación entera. La llegada de aquella consumación era esperada y deseada ansiosamente, no sólo por los que, como el apóstol mismo, tenían la esperanza de una herencia interminable y gloriosa arriba, sino por la creación que sufre cargas y gime en general, por la cual estaban rodeados. Tan estimulante era la perspectiva de la emancipación venidera que, en vista de ella, el apóstol pudo decir: "Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse"; o, como dice un pasaje similar: "Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria" (2 Cor. 4:17).

Ahora procedemos a examinar el pasaje completo más particularmente.

El primer punto que exige atención es la clara indicación de la cercanía de esta gloria venidera. En nuestra Versión Autorizada [en inglés] se pierde esto de vista por completo; y de manera similar, ha sido ignorado casi por todos los comentaristas. Hasta Alford, que por lo general es muy cuidadoso en su atención a los tiempos verbales, pasa por este caso evidente sin hacer ninguna observación, aunque nada puede ser más gramaticalmente enfático que la indicación de la cercanía de la esperada revelación. Tholuck observa que el apóstol habla del tiempo como cercano - "En gozosa exultación, el apóstol concibe su comienzo como a la mano"- pero considera errado al apóstol, y que se ha dejado llevar de sus sentimientos. Conybeare y Howson dan la correcta fuerza del lenguaje - "la gloria que está a punto de ser revelada, que pronto será revelada". [] "La gloria venidera" es la contraparte o antítesis de "la ira venidera", diferentes aspectos del mismo gran suceso; porque la parusía, que era la revelación de gloria para los hijos de Dios, era la revelación del día de ira para sus enemigos (Rom. 2:5,7).

Así, se observará que no es a la muerte a lo que el apóstol mira como el período de liberación de los males presentes; aún menos a alguna época muy distante en el futuro. Ciertamente sería pobre consuelo, para los hombres que se retorcían bajo la angustia de sus sufrimientos, hablarles de un período, en alguna época futura, que les traería compensación por su actual aflicción. El apóstol no se burla de ellos con una esperanza diferida. El día de liberación había llegado; la gloria estaba a punto de ser revelada; y era tan cercano y tan grande aquel peso de gloria, que reducía a una insignificancia las pasajeras incomodidades de la hora presente.

El punto siguiente que merece observarse es la afirmación que el apóstol procede a hacer con respecto al interés en aquella consumación que se aproximaba más allá de los límites del sufriente pueblo de Dios. Éstos serían realmente los que más ganarían con la redención venidera, pero sus beneficios habrían de extenderse mucho más allá.

Este es un tema sumamente importante e interesante, y requiere nuestra cuidadosa consideración.

"Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios".
Cualquiera que sea el significado que atribuyamos a la palabra "creación" [], no tendrá diferencia alguna para la actitud ansiosa y expectante en la cual está representada como esperando la consumación venidera. Lange observa que, como la palabra significa esperar con la cabeza levantada, esto implica una intensa expectación, un anhelo intenso, en espera de una satisfacción. Pero esta misma actitud implica la cercanía, o el convencimiento de la cercanía, de la deseada liberación. Poniendo, pues, juntas estas dos afirmaciones, primera, que la gloria "pronto ha de ser revelada"; segunda, que "el anhelo ardiente es esperar la manifestación", tenemos una demostración, tan fuerte como es posible concebirla, de que el suceso en cuestión está representado por el apóstol como muy cercano.

Pero, ¿qué se quiere decir con la creación []? Algunos comentaristas consideran que abarca el universo entero, o la creación material, animada e inanimada, racional e irracional - la estructura entera de la naturaleza. Hablan del terremoto, la tormenta, y el volcán como síntomas del doloroso mal genio del mundo natural. Pero esto parece demasiado vago y general para el argumento del apóstol. Es evidente que el suceso sólo puede referirse a seres conscientes, voluntarios, racionales, y morales. Tiene "intenso anhelo";  tiene su "propia voluntad"; tiene "esperanza"; es capaz de ser "sujetado a vanidad"; de ser "librado de corrupción"; de participar en "la gloria de los hijos de Dios". Estas características excluyen la creación inanimada e irracional, e incluyen a la raza humana en su totalidad. Además, la antítesis en el versículo 23 entre la creación como un todo y "nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu", sería muy antinatural e imperfecta si no diferenciara a los cristianos, no de las bestias y las plantas, sino de otros hombres. El verdadero contraste ocurre entre los que tienen las primicias del Espíritu y los que no las tienen; y sería manifiestamente incongruente hablar de la creación irracional e inanimada como que "no tiene el Espíritu". Hacer que el apóstol se refiera aquí a la naturaleza universal puede ser admisible quizás como poesía, pero estaría bastante fuera de lugar en un argumento sobrio y serio. Entendemos, pues, que se refiere a la raza humana y a la humanidad en términos generales; el significado que tiene la palabra en pasajes tales como Mar. 16:15: "Predicad el evangelio a toda criatura" []; Col. 1:23. "El cual se predica en toda la creación que está debajo del cielo" [].

Esto nos trae a la pregunta: ¿Puede decirse que la raza humana tiene esta actitud ansiosa y expectante, gimiendo y en labores de parto, esperando y anhelando la liberación y la libertad? Sin duda que es posible; y nunca más verdaderamente que en el mismo período en que el apóstol escribió. Era una época de la más profunda corrupción y degradación social; puede decirse que la humanidad gemía bajo la carga de su miseria y su esclavitud; y sin embargo, había un extraño y misterioso sentimiento en las mentes de los hombres de que, de alguna manera y en alguna parte, la liberación había llegado. Cuán exactamente se ajusta la descripción del apóstol a las condiciones morales y sociales del pueblo judío en este período, no necesita ninguna prueba. Gemían bajo el yugo de la esclavitud romana. Suspiraban ansiosamente por el prometido Libertador. El caso de los griegos y los romanos no era muy diferente, como lo prueban llamativamente los siguientes pasajes de Conybeare y Howson; en verdad, podrían haber sido escritos como un comentario sobre el pasaje que tenemos delante.

"Las condiciones sociales de los griegos había ido cayendo, durante este período, en la corrupción más baja; ... pero la misma difusión y el mismo desarrollo de esta corrupción estaba preparando el camino, porque mostraba la necesidad de la intervención del evangelio. La enfermedad misma parecía llamar al Sanador. Y si los males prevalecientes de la población griega presentaban obstáculos a gran escala para el progreso del cristianismo, los griegos mostraban, para todo tiempo futuro, la debilidad de los más altos poderes del hombre cuando no reciben ayuda de lo alto; y debe haber habido muchos que gemían bajo la esclavitud de una corrupción de la cual no podían sacudirse, y estaban listos a escuchar la voz de Aquél que "llevó nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores".
Hasta aquí las condiciones de los griegos; las de los romanos se describen así:
"Sería iluso imaginar que, cuando el mundo quedó bajo un solo cetro, cualquier real principio de unidad mantendría juntas sus diferentes partes. El emperador fue deificado porque los hombres fueron esclavizados. No hubo verdadera paz cuando Augusto cerró el templo de Jano. El Imperio era sólo el orden del gobierno externo, con un caos tanto de opiniones como de la moral dentro de él. Los escritos de Tácito y de Juvenal continúan atestiguando la corrupción que se enconaba en todos los niveles, lo mismo en el Senado que en la familia. La antigua sobriedad de modales, y la antigua fe en la mayor parte de la religión romana, habían desaparecido. Los licenciosos credos y las licenciosas prácticas de Grecia y del Oriente habían inundado a Italia y a Occidente, y el Panteón era sólo el monumento a un acomodamiento entre una multitud de supersticiones decadentes. Es verdad que este estado de cosas produjo una notable tolerancia, y es probable que, por corto tiempo, el cristianismo mismo compartiese la ventajas de ello. Pero, aún así, el genio de los tiempos era básicamente tanto cruel como profano, y los apóstoles pronto quedaron expuestos a una encarnizada persecución. El Imperio Romano estaba desprovisto de la unidad que el evangelio da a la humanidad. Era un reino de este mundo, y la raza humana gemía por la mejor paz de un "reino que no era de este mundo".

"Por esto, en la condición misma del Imperio Romano, y en el estado miserable de su población mixta, podemos reconocer una preparación negativa para el evangelio de Cristo. Esta tiranía y esta opresión requerían un Consolador, tanto como la enfermedad moral de los griegos requería un Sanador. Tanto el Imperio entero como los judíos necesitaban un Mesías, aunque no era esperado con la misma consciente expectación. Pero no nos es difícil avanzar mucho más allá de este punto, y no podemos dudar en descubrir, en las circunstancias del mundo en este período, rastros significativos de una preparación positiva para el evangelio".

Ciertamente, es notable que una descripción de las condiciones sociales y morales del mundo en la era apostólica, escrita aparentemente sin pensar en la ilustración del pasaje que ahora tenemos delante, adoptara sin proponérselo, no sólo el espíritu, sino en gran medida las palabras mismas, con las cuales Pablo presenta la miseria, la esclavitud, los gemidos, y el anhelo de liberación de la creación como aparecía a su aprensión. Pero, puede decirse: ¿Había algo en el futuro inmediato que satisficiese este ansioso anhelo del mundo esclavizado y gimiente y que respondiese a él? ¿Qué es este terminus ad quem, "esta revelación de los hijos de Dios"? ¿Y en qué sentido podía ello traer, o trajo, liberación y consuelo a la humanidad oprimidad?

La respuesta a esta pregunta se encuentra en casi todas las páginas de los escritos del apóstol. Según él, un gran acontecimiento estaba a las puertas; el Señor estaba a punto de venir, según Su promesa, para ejercer su poder real, para dar recompensa y salvación a su pueblo, y poner a sus enemigos debajo de sus pies. Pero la parusía había de traer más que esto. Marcó una gran época en el gobierno divino del hombre. Puso fin al período de privilegio exclusivo para Israel. Disolvió el pacto entre Jehová y el pueblo judío, y abrió el camino para un pacto nuevo y mejor, que abarcaba a toda la humanidad. El cristianismo es la proclamación de la universal paternidad de Dios, pero la nueva era no fue inaugurada plenamente sino hasta que el estrecho reino teocrático local fue superado, y el Rey teocrático renunció a su jurisdicción y la entregó en las manos del Padre. Entonces la exclusiva relación nacional entre Dios y un solo pueblo fue disuelta, o se fundió con el sistema abarcante y mundial en el cual "no hay judío ni griego, ni circunciso ni incircunciso, ni bárbaro, ni escita, ni esclavo ni libre, sino sólo el Hombre. Cristo había hecho de todos los hombres Uno, "para que Dios sea todo en todos".

Esta es ciertamente una adecuada respuesta a los gemidos y trabajos de la sufriente y oprimida humanidad; la perspectiva de tal consumación puede ser representada bien con la alborada de un día de redención. Era nada menos que abrir las puertas de la misericordia para la humanidad; era la emancipación de la raza humana de la desesperación que le aplastaba hasta hundirle en una corrupción y una degradación cada vez más profundas; era introducirles "a la gloriosa libertad de los hijos de Dios"; conferir a los gentiles, "ajenos a la comunidad de Israel y extranjeros a los pactos de la promesa", los privilegios de la "ciudadanía de los santos", y hacerles "miembros de la casa de Dios".

Es de esta admisión de toda la raza humana en la [adopción de hijos], la cual, hasta ahora, había sido el exclusivo privilegio del pueblo escogido, de la que habla el apóstol con lenguaje tan entusiasta en Rom. 8:19-21. Era un tema sobre el cual nunca se cansaba de espaciarse, y que llenaba su alma entera de asombro y agradecimiento. Habla de ello como del "misterio que en otras generaciones no se dio a conocer a los hijos de los hombres", "la multiforme sabiduría de Dios" (Efe. 3:5,10; Col. 1:26). Los tres primeros capítulos de la Epístola a los Efesios están ocupados por una animada descripción de la revolución causada por la obra redentora de Cristo en la relación entre Dios y los gentiles, que no formaban parte del pacto. "La dispensación de la plenitud de los tiempos" había llgado, en la cual Dios se proponía "reunir en uno todas las cosas en Cristo, haciéndole cabeza de todas las cosas", derribando las barreras de separación entre judíos y gentiles, haciendo de ambos pueblos uno solo; aboliendo la ley ceremonial, fundiendo los elementos heterogéneos en un todo homogéneo, reconciliando la antipatía mutua, y uniendo a ambos como una familia a los pies del Padre de todos.

Pero, puede decirse: ¿No se había llevado a cabo todo esto ya por medio de la muerte expiatoria en la cruz? ¿Y no es ésa una revelación de una gloria futura que se aproximaba, a la cual alude el apóstol aquí? Sin duda que es así. Sin embargo, el Nuevo Testamento siempre habla de que la obra de redención estaba incompleta hasta la llegada de la parusía. Se observará que, en el versículo veintitrés, el apóstol se representa a sí mismo y a los otros creyentes como esperando todavía el . Aun los hijos de Dios habían recibido solamente las arras y las primicias, y no la plena cosecha de su condición de hijos. Aquello no sería completamente suyo sino hasta la venida del Señor, cuando "los santos que estaban vivos y habían quedado" cambiarían el presente cuerpo mortal y corruptible por una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos. La parusía era la proclamación pública y formal de que la dispensación mesiánica o teocrática había llegado a su fin; y que el nuevo orden, en el cual Dios era todo en todos, había sido inaugurado. Hasta que el juicio de Israel tuvo lugar, todas las cosas no habían sido puestas bajo Cristo, el rey teocrático; sus enemigos todavía no habían sido puestos bajo sus pies. Hasta ese momento, podía decirse de la adopción [] que "le pertenecía a Israel". Cuando al apóstol escribió esta epístola, Cristo estaba esperando que "sus enemigos fueran puestos debajo de sus pies". Había todavía algo incompleto en su obra, hasta que toda la estructura y la urdimbre del judaísmo fueron barridas. Este hecho aparece claramente resaltado en la Epístola a los Hebreos. El escritor afirma que "aún no se había manifestado el camino al Lugar Santísimo, entre tanto que la primera parte del tabernáculo estuviese en pie". Dice que este tabernáculo es "símbolo para el tiempo presente" - sirve a un propósito temporal - hasta el tiempo de la reforma, esto es, la introducción de un nuevo orden (Heb. 9:8,9). Este pasaje es de gran importancia en relación con esta discusión, y las siguientes observaciones de Conybeare y Howson presentan su significado muy claramente:

"Puede preguntarse: ¿Cómo puede decirse, después de la ascensión de Cristo, que aún no se había manifestado el camino al Lugar Santísimo? La explicación es que, mientras el culto del templo, con su exclusión de todos, menos del sumo sacerdote, del Lugar Santísimo, todavía existía, el camino de la salvación no se habría manifestado plenamente a los que se adherían a las observancias externas típicas, en vez de ser, por lo tanto, conducidos al antitipo". Life and Epistles of St. Paul, cap. 28.
 Había una conveniencia y una plenitud del tiempo en los cuales el pacto antiguo sería superado por el nuevo; al antiguo y al nuevo se les permitió susbsistir juntos por un tiempo; la bondad y la paciencia de Dios demoraron el golpe final del juicio. Aunque, pues, las grandes barreras contra la introducción de todos los hombres, sin distinción, a los privilegios de los hijos de Dios, fueron casi eliminadas por la muerte de Cristo en la cruz, la demostración formal y final de que "el camino al Lugar Santísimo" estaba abierto de par en par para toda la humanidad, no ocurrió sino hasta que la estructura entera de la economía mosaica, con su ritual, y el templo, la ciudad, y el pueblo fueron repudiados pública y solemnemente, y el judaísmo, con todo lo que le pertenecía, fue barrido para siempre.

Hay todavía una porción de este pasaje profundamente interesante sobre el cual reposa mucha obscuridad. En el versículo 20, el apóstol dice que "la creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza", etc. La interpretación común de estas palabras es que "la creación visible ha sido puesta bajo la sentencia de descomposición y disolución, no por su propia elección, sino por un acto de Dios que, sin embargo, no la ha dejado sin esperanza".

Sin duda, esto da un buen sentido al pasaje, aunque nos aventuramos a pensar que no exactamente el sentido que el apóstol se proponía darle. No capta la naturaleza del mal al cual "la creación" fue sujetada; y, por consiguiente, tampoco la naturaleza de la liberación que se espera de ese mal.

Entendiendo por [creación] a la raza humana, por las razones que ya se han especificado, observamos que se dice que ha sido sujetada a vanidad []. ¿Qué es esta vanidad? La palabra es muy significativa, especialmente en labios de un judío. Para el tal, "vanidad" es sinónimo de idolatría. Es la palabra que la Septuaginta emplea para denotar la estupidez del culto a los ídolos. Los ídolos son "vanidades ilusorias" (Sal. 31:6; Jonás 2:8); "enseñanza de vanidades es el leño"; los ídolos "vanidad son, obra vana" (Jer. 10:8,15). "Los formadores de imágenes de talla, todos ellos son vanidad" (Isa. 44:9). Casi que la la palabra se ha separado para este uso especial. Lo mismo puede decirse de su uso en el Nuevo Testamento. En Listra, Pablo imploraba que el pueblo se "convirtiera de aquellas vanidades [], es decir, del culto a los ídolos, para servir al Dios vivo (Hechos 14:15). En esta misma epístola (Rom. 1:21), tenemos un caso notable del uso de la palabra, en que Pablo, dando razón de la apostasía de la raza humana y su alejamiento de Dios, la explica por el hecho de que "se envanecieron" en sus razonamientos []; un pasaje en que Alford, con Bengel, Locke, y muchos otros, reconoce la alusión al culto idólatra. Sólo es necesario mirar el pasaje para ver su relación con el origen y la prevalencia de la idolatría (véase también Efe. 4:17). Aquí retrocede a Rom. 1:21, y nos proporciona la clave de la verdadera interpretación. La idolatría era la "vanidad" a la cual estaba sujeta la raza humana; la idolatría, la religión de los gentiles, la degradación del hombre, la deshonra de Dios.

Pero, ¿puede decirse que el hombre fue sujetado a este mal por el acto de Dios ("por causa del que la sujetó")? Sin duda, tal afirmación estaría en armonía con la Palabra de Dios. En el primer capítulo de la Epístola a los Romanos, se expresa tres veces este hecho significativo: "Dios los entregó", en referencia a esta misma apostasía (Rom. 1:24,26,28). Este abandono sólo puede ser considerado un acto judicial. Encontramos una expresión todavía más fuerte en Romanos 11:32. "Dios sujetó a todos en desobediencia". La verdad es que la Escritura está llena de la doctrina de que Dios entrega a los contumaces y rebeldes a la fatal consecuencia de su pecado. Por eso, puede decirse que la sujeción de la raza humana al mal de la idolatría no era simplemente la voluntad del hombre mismo, sino el acto judicial de la divina justicia.

Pero no era un decreto sin esperanza. "La preservación de una nación de la apostasía universal llevaba en sí un germen de esperanza para la humanidad. En la plenitud del tiempo, se manifestó el propósito divino de misericordia y redención para la raza humana, y "la adopción de hijos", que había sido privilegio exclusivo de un pueblo, ahora se declaraba abierto para todos sin distinción. La raza es representada como esperando con ansiosa expectación este alto privilegio, y ahora el evangelio, que era el medio divinamente señalado para rescatar a los hombres de la corrupción y degradación morales del paganismo, proclamaba liberación y salvación "para gentiles y judíos, bárbaros, escitas, esclavos y libres".

Ya hemos mostrado en qué sentido puede decirse que esta proclamación de la nueva era fue hecha de la manera más pública y formal en la parusía. 

LA CERCANÍA DE LA SALVACIÓN VENIDERA

Rom. 13:11,12. "Y esto, conociendo el tiempo, que es ya hora de levantarnos del sueño; porque ahora está más cerca de nosotros nuestra salvación que cuando creímos".
No es posible que palabras algunas expresen más claramente la convicción del apóstol de que la gran liberación había llegado. Sería absurdo considerar, con Moses Stuart, que este lenguaje se refiere a la cercana aproximación de la muerte y la eternidad. En ese caso, el apóstol habría dicho: "El día ha pasado, la noche ha llegado". Pero este no es el estilo del Nuevo Testamento; nunca es la muerte y la tumba, sino la parusía, la "bendita esperanza, y la gloriosa aparición de Jesucristo", lo que los apóstoles esperan. El profesor Jowett observa correctamente que "en el Nuevo Testamento no encontramos ninguna exhortación basada en la cortedad de la vida. Parece como si el fin de la vida no tuviese ninguna importancia práctica para los primeros creyentes, porque seguramente sería anticipado por el día del Señor". Sin duda esto es cierto; pero, ¿y entonces, qué? O el apóstol estaba errado, o no nos merece confianza como expositor autorizado de la verdad divina; o de lo contrario, estaba bajo la guía del Espíritu de Dios, y lo que enseñaba era verdad infalible. Ante este dilema callan los expositores que no pueden siquiera imaginar la posibilidad de que la parusía haya ocurrido de acuerdo con las enseñanzas de Pablo. Es curioso ver los cambios a los cuales recurren para encontrar alguna forma de escapar a la inevitable conclusión.

Tholuck admite francamente la expectación del apóstol, pero a costa de su autoridad.

"Desde el día en que los fieles se congregaron por primera vez alrededor de su Mesías, hasta la fecha de su epístola, habían pasado varios años; el amanecer pleno, como creía Pablo, estaba a las puertas. Aquí encontramos corroborado lo que también es evidente en varios otros pasajes, que el apóstol esperaba el pronto advenimiento del Señor. La razón de esto reside, en parte en la ley general de que al hombre le gusta imaginarse que el objeto de su esperanza está a la mano, y en parte en la circunstancia de que el Salvador a menudo había hecho la amonestación de que en todo momento había que estar preparados para la crisis en cuestión, y también, según el usus loquendi de los profetas, había descrito el período como aproximándose rápidamente".
Stuart protesta contra el hecho de que Tholuck renuncie a la corrección del juicio del apóstol, pero adopta la insostenible posición de que Pablo está hablando aquí de:
"La salvación espiritual que los creyentes han de experimentar cuando sean trasladados al mundo de vida eterna y de gloria".
Por otra parte, Alford admite que:
"Una correcta exégesis de este pasaje puede difícilmente dejar de reconocer el hecho de que aquí el apóstol, como en otro lugar (1 Tes. 4:17; 1 Cor. 15:51), habla de la venida del Señor como aproximándose rápidamente. Razonar, como lo hace Stuart, que, porque Pablo corrige en los Tesalonicenses el error de imaginar que estaba inmediatamente a las puertas (o hasta que ya había llegado), él mismo no la esperaba tan pronto, está seguramente fuera de lugar".
El editor estadounidense del Comentario de Lange, hablando de Romanos, escribe la siguiente nota:
"El Dr. Hodge objeta con algún detalle la referencia a la segunda venida de Cristo. Por otra parte, la mayoría de los modernos comentaristas alemanes defienden esta referencia. Olshausen, De Wette, Philippi, Meyer, y otros, creen que ninguna otra posición es sostenible en lo más mínimo; y el Dr. Lange, aunque evita cuidadosamente las teorías extremas sobre este punto, niega la referencia a la bienaventuranza eterna, y admite que se quiere decir la parusía. Esta opinión gana terreno entre los exégetas anglosajones".
Hay algunos intérpretes que evitan la dificultad negando que términos tales como cercano y distante hagan alguna referencia al tiempo en absoluto. Por ejemplo, se nos dice que:
"Esto concuerda con todas las enseñanzas de nuestro Señor, de que representa el día decisivo de la segunda aparición de Cristo como que está a las puertas, para mantener a los creyentes siempre en la actitud de expectación vigilante, pero sin referencia a la cercanía o distancia cronológica a ese suceso".
Este es un método no natural de interpretación, que simplemente vacía las palabras de todo significado. Hay sólo una manera de salir de la dificultad, y es creer que el apóstol dice lo que quiere decir, y que quiere decir lo que dice. Él era el inspirado apóstol y embajador de Cristo, y el Señor no dejó que ninguna de sus palabras cayera al suelo. Su continua consigna y clamor de advertencia a las iglesias de la era primitiva era: "El Señor está a las puertas". Él creía esto; enseñaba esto; y esta era la fe y la esperanza de toda la iglesia.

¿Estaba equivocado? ¿Vivió y murió la iglesia primitiva creyendo una mentira? ¿No ocurrió nada que correspondiese a sus expectativas? ¿Dónde está el templo de Dios? ¿Dónde está la ciudad de Jerusalén? ¿Dónde está la ley de Moisés? ¿Dónde está la nacionalidad judía? Pero todas estas cosas perecieron al mismo tiempo; y de todas ellas se predijo que desaparecerían en la parusía. El cumplimiento de aquellos otros sucesos en la región de lo espiritual y lo invisible que estaban indisolublemente conectados con la parusía, pero de los cuales, en la naturaleza de las cosas, no puede haber registro en las páginas de la historia humana.

ESPERANZA DE UNA PRONTA LIBERACIÓN

   Rom. 16:20. "Y el Dios de paz aplastará en breve a Satanás bajo vuestros pies".
Aquí tenemos otra referencia inconfundible a la cercana aproximación al día de liberación. El aplastamiento de la cabeza de la serpiente es la victoria de Cristo, y esa victoria se ganaría pronto. Entre los enemigos que habrían de quedar debajo de sus pies estaban la muerte, y el que tenía el poder de la muerte, a saber, el diablo.

En la expectativa de su crucifixión, el Señor declaró: "Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera", y ya hemos demostrado en qué sentido y cuán ciertamente se cumplió esa predicción. De la misma manera, se acercaba el día en que los sufridos y perseguidos cristianos serían librados, por la parusía, de los enemigos de los cuales estaban rodeados, y cuando el maligno instigador y cómplice de toda esa enemistad yacería postrado bajo los pies de ellos.

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Contenido | Prefacio | Introducción | 1-1 | 1-2 | 1- 3 | 1- 4 | 1- 5 | 1-6 |1-7 | Apéndice1 |

2-8 | 2-9 | 2-10 | 2-11 | 2-12 | 2-13 | 2-14 | 2-15 | 2-16 | 2-17 | 2-18|2-19|2-20|2-21|2-22|2-23|
Apéndice 2|3-24|
3-25|3-26|3-27|3-28|3-29|3-30|3-31|Conclusión|Apéndice 3|

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