LA
PARUSÍA
O
La Segunda Venida de
Nuestro Señor Jesucristo
JAMES
STUART RUSSELL
(1816-1895)
Tomado de The
Preterist
Archive
PARTE III
La parusía en
Apocalipsis
3-28. La cuarta visión
Visión de las
cuatro figuras místicas
Caps. 12, 13, 14
La catástrofe de la visión de las trompetas nos conduce a la
misma crisis que la catástrofe de los siete sellos. Ambas son
representaciones diferentes del mismo gran suceso. Pero todavía
hay espacio para nuevas representaciones; y la visión siguiente
nos introduce a un juego de símbolos completamente diferente,
aunque pertenecientes al mismo período y relacionados con los
mismos sucesos. Su lugar, entre las siete trompetas y las siete
copas, nos permite definir sus límites muy claramente; y
termina, como las otras visiones, con una catástrofe bien
marcada. Sin embargo, difiere de ellas en que no está tan
expresamente caracterizada por el número siete, aunque
no es difícil ver que en realidad consiste de ese número de
figuras o caracteres principales, siendo todos ellos
representaciones simbólicas. Son: 1. La mujer vestida de sol. 2.
El gran dragón bermejo. 3. El hijo varón. 4. La bestia que sube
del mar. 5. La bestia que sube de la tierra. 6. El Cordero en el
monte de Sión. 7. El Hijo del hombre sobre la nube. Por lo
tanto, llamamos a esta visión la visión de las siete figuras
místicas. Ocupa los tres capítulos siguientes, 12, 13, 14.
Es de la mayor importancia, para la correcta interpretación de
estas visiones apocalípticas, que tengamos presente con firmeza
los límites del área al cual quedamos restringidos por los
términos del libro. Es sólo un punto en el tiempo histórico y en
el espacio geográfico - la consumación de la era judía. El
teatro de la acción, y el mayor número de personajes dramáticos,
debe buscarse siempre en el punto central, donde está el foco de
interés - Jerusalén y Judea. Rara vez tenemos que viajar más
allá de esta región, aunque a veces se introducen elementos más
remotos, cuando tienen una relación especial con el tema
principal.
1. La
mujer vestida del sol
Cap. 12: 1,2. "Apareció
en el cielo una gran señal: una mujer vestida del sol. con
luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce
estrellas. Y estando encinta, clamaba con dolores de parto, en
la angustia del alumbramiento".
Cap. 12:5. "Y ella dio a luz
un hijo varón, que regirá con vara de hierro a todas las
naciones; y su hijo fue arrebatado para Dios y para su trono.
No es sorprendente
que esta representación de la mujer que da a luz un hijo
destinado a regir a todas las naciones, que es arrebatado para
Dios y para su trono, etc., sugiera a primera vista a la Virgen
Madre y a su Hijo, que tan pronto nació fue perseguido por los
celos asesinos de Herodes, "que buscó al niño para destruirle",
y que ascendió al trono de Dios. Sin embargo, esta
interpretación se derrumba en seguida, porque es completamente
incompatible con las subsiguientes representaciones de la
visión. No hay nada en la historia de María que corresponda a la
persecución de la mujer por el dragón; a su huida al desierto
después de la ascensión de su Hijo; al agua como un río arrojada
por la serpiente para destruir a la mujer, y a la guerra que se
hace contra "el resto de la descendencia de ella".
Hay otra objeción que es fatal para esta interpretación. Está
fuera de los límites que Apocalipsis mismo traza expresamente
alrededor de su escenario y su tiempo de acción. No está entre
las cosas "que deben suceder pronto". Si fuésemos retrotraídos
para examinar representaciones simbólicas del nacimiento de
Cristo, no estaríamos sobre terreno apocalíptico. Abandonar este
terreno es viajar fuera del registro, dejar la tierra firme de
los hechos históricos, y lanzarnos por el mar sin orillas de la
conjetura, sin brújula y sin estrella.
No tenemos
dificultades, pues, para aceptar la opinión común de que la
mujer vestida del sol representa a la iglesia cristiana. Pero
esta afirmación sola es muy vaga. Es la iglesia perseguida,
la iglesia apostólica, la iglesia de Judea, la que es
simbolizada aquí. Es decir, la iglesia hebreo-cristiana de los
últimos días de la era judía.
Los emblemas con
los cuales está adornada la mujer no parecerán incongruentes ni
extravagantes si recordamos el lenguaje lenguaje con el que el
profeta se dirige a Israel: "Levántate, resplandece; porque ha
venido tu luz, y la gloria de Jehová ha nacido sobre tí", etc.
(Isa. 60). Que la iglesia apostólica resplandeciese como el sol,
que la luna estuviese bajo sus pies, sólo está en armonía con
todo lo que se dice en el Nuevo Testamento acerca de la dignidad
y la gloria de la esposa de Cristo.
Pero lo que
identifica a la mujer en la visión como la iglesia
hebreo-cristiana es la corona de doce estrellas sobre su cabeza.
De que esto es emblemático de las doce tribus de los hijos de
Israel parece no haber dudas; y por lo tanto, esto fija la
referencia de la visión en la iglesia de Judea.
2.
El gran dragón escarlata
Cap. 12: 3,
4. "También apareció otra señal en el cielo: he
aquí un gran dragón escarlata, que tenía siete cabezas y diez
cuernos; y en sus cabezas siete diademas; y su cola arrastraba
la tercera parte de las estrellas del cielo, y las arrojó
sobre la tierra. Y el dragón se paró frente a la mujer que
estaba para dar a luz, a fin de devorar a su hijo tan pronto
como naciese".
No hay posibilidad
de duda con respecto a la identidad de este símbolo. El dragón
es "aquella serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás" -
el antiguo e inveterado enemigo de Dios y de su pueblo. Se le
representa como poseedor de vasta autoridad y vasto poder,
teniendo "siete cabezas y diez cuernos, y en sus cabezas siete
diademas", porque es "el dios de este mundo", "el príncipe de
las potencias de los aires", "el acusador de los hermanos", "el
engañador del mundo entero". Este maligno enemigo de la causa de
Cristo está listo a devorar el hijo que la mujer está a punto de
dar a luz.
3. El hijo varón
Cap. 12: 5.
"Y ella dio a luz un hijo varón, que regirá con vara de hierro
a todas las naciones; y su hijo fue arrebatado para Dios y
para su trono".
Alford afirma que
"el hijo varón es el Señor Jesucristo, y no ningún otro".
Dice además que "las exigencias de este pasaje requieren que el
nacimiento se entienda literal e históricamente, como el
nacimiento que todos los cristianos conocen". Y sin embargo,
sostiene que la madre es "la iglesia"; que "no es posible que se
quiera dar a entender la bienaventurada virgen". Estas dos
suposiciones son incompatibles, y se destruyen mutuamente. A
primera vista, sí parece natural suponer que se quiere
significar a Cristo, pero una consideración ulterior mostrará
que no puede ser así. Nunca se dice que la iglesia es la madre
de Cristo, ni que Cristo es el hijo de la iglesia. La iglesia es
la novia, la esposa, el cuerpo, la casa de Cristo, pero nunca la
madre. Cristo es el Rey, la Cabeza, el Esposo de la iglesia,
pero nunca el hijo o el niño. Él es el Hijo de Dios, y el Hijo
del hombre; pero nunca el hijo de la iglesia. En una figura así,
habría una incongruencia y una impropiedad que repugnan al
sentido de lo correcto.
Creemos que la clave de este símbolo debe encontrarse en el
capítulo sesenta y seis de Isaías, que es la fuente original de
la cual se derivan las figuras. Jerusalén está representada aquí
como una mujer en dolores de parto, que da a luz a un hijo varón
(vers. 7, 8): "Antes que estuviese de parto, dio a luz; antes
que le viniesen dolores, dio a luz hijo. ¿Quién oyó cosa
semejante? ¿Concebirá la tierra en un día? ¿Nacerá una nación de
una vez? Pues en cuanto Sión estuvo de parto, dio a luz sus
hijos". Es imposible creer que la semejanza entre estos pasajes
sea meramente casual; y recibimos, pues, una gran ayuda en la
interpretación de la visión de parte de las representaciones
análogas en la profecía. Así como en la profecía el hijo varón,
o los hijos de Sión, significa los fieles de la tierra o de
Jerusalén, así también el hijo varón nacido de la mujer
perseguida en Apocalipsis denota los fieles discípulos de
Cristo en Judea, y hasta en Jerusalén misma. Esta
explicación armoniza las aparentes incongruencias del pasaje, y
da un sentido inteligible y razonable a la representación
entera. La iglesia hebreo-cristiana está personificada como la
madre perseguida de un vástago perseguido; ella da a luz a un
hijo varón, pero un hijo varón es también una nación, según las
palabras del profeta. Este hijo varón está destinado a "regir a
las naciones con vara de hierro, y es arrebatado para Dios y
para su trono". Estas afirmaciones les parecen a muchos sólo
aplicables al Hijo de Dios mismo; pero, en realidad, en
Apocalipsis se afirma que son el privilegio y la recompensa de
todo discípulo fiel: "Al que venciere y guardare mis obras hasta
el fin, yo le daré autoridad sobre las naciones, y las
regirá con vara de hierro" (cap. 2:26,27); "al que
venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono"
(3:21). No es, pues, injustificable aplicar estas expresiones,
por elevadas que sean, a los fieles discípulos de Cristo.
Habiendo quedado
así garantizada la seguridad de su vástago, Dios hace provisión
para la madre perseguida.
Cap. 12:6.
"Y la mujer huyó al desierto, donde tiene lugar
preparado por Dios, para que allí la sustenten por mil
doscientos sesenta días".
Esta es una
anticipación de la declaración más plena que se encuentra en los
versículos 13-16, donde se nos dice que "se le dieron a la mujer
las dos alas de la gran águila, para que volase de delante de la
serpiente al desierto, a su lugar, donde es sustentada por un
tiempo, y tiempos, y la mitad de un tiempo".
Esta alusión al período de tiempo durante el cual la mujer es
preservada proporciona una pista para la interpretación de esta
parte de la visión. Se verá que es el mismo espacio de tiempo
durante el cual Jerusalén es hollada por los gentiles, y durante
el cual los dos testigos pronuncian su profecía. Es decir, estas
diferentes designaciones de tiempo - cuarenta y dos meses, mil
doscientos sesenta días, y un tiempo, y tiempos, y la mitad de
un tiempo - son todas equivalentes a tres años y medio, de los
cuales se sabe que fue la duración de la guerra judía. Es, pues,
razonable concluir que estos diferentes sucesos coinciden con el
período de la guerra judía, y abarcan la misma duración, siendo
sucesos contemporáneos. Puede preguntarse: ¿Hay algún hecho
histórico que corresponda a los símbolos de la visión, a saber,
la mujer perseguida, la madre del hijo varón, que huye al
desierto delante del dragón, y que es preservada en seguridad
durante un espacio de tiempo igual a tres años y medio? Creemos
que lo hay; y trataremos de presentar los hechos verdaderos que,
según creemos, responden a la representación simbólica.
Nuestro Señor
advirtió claramente a sus discípulos que, cuando vieran ciertas
señales específicas de la catástrofe que se aproximaba,
especialmente cuando vieran "a Jerusalén rodeada de ejércitos" y
"la abominación desoladora en el lugar santo", debían escapar
sin pérdida de tiempo de la sentenciada ciudad, y "huir a las
montañas". Tan apresurada debía ser su huída que hasta debían
renunciar a sus pertenencias y preocuparse sólo por su seguridad
personal (Mat. 24:15-18). También tenemos el testimonio de
Josefo de que muchos judíos, al principio de las hostilidades
con Roma, abandonaron Jerusalén como quien abandona un barco que
se hunde. Es presumible que la población cristiana, que había
sido advertida tan expresamente de lo que venía, salieran de la
ciudad; y no parece haber razón para poner en duda el hecho de
que, como cuerpo, sí se retiraron, y buscaron refugio en Perea,
más allá del Jordán, un distrito del cual Josefo nos informa que
es generalmente desolado, y podría, por lo tanto, describirse
correctamente como "el desierto".
Es así, pues, cómo
encajan los símbolos en la historia. La iglesia de Jerusalén, la
madre iglesia como puede muy bien llamarse, la fecunda
madre de una multitud de hijos espirituales, está sujeta a
severa y dolorosa persecución, atizada por Satanás, el maligno
adversario de Cristo y de su pueblo. Si el hijo varón arrebatado
para Dios y para su trono simboliza a los hijos martirizados de
la iglesia, a los que se hace referencia en el versículo 11, los
que, "aunque condenados por los hombres en la carne, fueron
justificados y coronados por Dios con la vida eterna en sus
espíritus" (1 Pedro 4:6), nosostros no lo decidiremos, aunque
creemos que es probable. Sin embargo, la madre iglesia, aunque
despojada de su primogénito, todavía es perseguida por el
dragón. Nunca fue la persecución más encarnizada que durante el
período en que ocurrió la revuelta judía y apareció el ejército
de Roma ante de las puertas de Jerusalén. Advertida por Dios, la
iglesia de Jerusalén abandonó la ciudad, y huyó, como en alas de
águilas, al desierto, más allá del Jordán, donde encontró un
refugio seguro durante la guerra y el sitio. Frustrado en su
intento por aplastar la causa de Cristo en Jerusalén, el dragón
desahoga su ira descargando una inundación de furia maligna
sobre los cristianos fugitivos - lo que, sin embargo, no les
hace daño - y luego se vuelve a importunar y perseguir "el resto
de la descendencia de ella", o sea, los discípulos en otras
partes de la tierra o del país.
Si se dijera que
hay una incongruencia al representar a los perseguidos
cristianos de la iglesia de Jerusalén con la doble figura de la
mujer y el hijo varón, uno de los cuales es arrebatado al cielo,
mientras que el otro huye a refugiarse en el desierto,
respondemos que es una incongruencia inseparable del uso de
tales símbolos. Sión y sus hijos en la profecía de Isaías son
virtualmente idénticos; y lo mismo sucede con la mujer y el hijo
varón. Hablamos de Inglaterra y su pueblo cuando en realidad
queremos decir lo mismo con ambas expresiones; y sería una
crítica exageradamente exigente la que objetara un lenguaje tal,
lo cual, si no es lógicamente correcto, añade mucho al efecto
dramático y poético de la descripción.
Aunque se siente
bastante perplejo por la interpretación de la visión en general,
Alford opina a favor de nuestra explicación de una parte muy
importante de los símbolos. Estas son sus palabras:
"Creo que, considerando las analogías
y el lenguaje usados, estoy mucho más dispuesto a interpretar
la persecución de la mujer por el dragón como las varias
persecuciones por parte de los judíos, interpretaciones que
siguieron a la ascensión, y su huida al desierto como la
retirada gradual de la iglesia y sus seguidores en Jerusalén y
Judea, una retirada consumada finalmente en la huida a las
montañas durante el sitio que se acercaba, comandados por
nuestro Señor mismo".
Es extraño que,
habiendo encontrado un hecho histórico que correspondía tan bien
al símbolo, el crítico no buscara más en la misma dirección, lo
que sin duda habría resultado en una luminosa exposición del
todo; pero es alejado por el fuego fatuo de un compendio de
historia universal de la iglesia en Apocalipsis, ignorando
inexplicablemente las expresas afirmaciones del libro mismo con
referencia al período muy restringido dentro del cual debían
cumplirse sus visiones.
Ahora llegamos al conflicto entre el dragón y el campeón que
aparece para defender a la mujer perseguida:
Cap. 12:7-9.
"Después hubo una gran batalla en el cielo: Miguel y sus
ángeles luchaban contra el dragón; y luchaban el dragón y sus
ángeles; pero no prevalecieron, ni se halló ya lugar para
ellos en el cielo. Y fue lanzado fuera el gran dragón, la
serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás, el cual
engaña al mundo entero; fue arrojado a la tierra, y sus
ángeles fueron arrojados con él".
No parece que este
suceso - el conflicto entre Miguel y el dragón - fuera
representado para el vidente en visión. No es
introducido con la fórmula usual en estos casos: "Y miré, y he
aquí" [eidon kai idou], sino relatado en el estilo de un
historiador. Tampoco se nos informa ni del tiempo ni la ocasión
del conflicto que tuvo lugar. En realidad, todo el suceso es
misterioso, y está fuera del ámbito de las cosas terrenales; el
escenario de él es "en el cielo"; los combatientes son seres
espirituales - "principados y potestades en lugares
celestiales"; aunque es razonable suponer que el acontecimiento
tiene íntima relación con la historia del período apocalíptico
que es el sujeto de la visión. Evidentemente, se introduce para
explicar la intensa hostilidad del dragón contra la iglesia de
Cristo; y esta circunstancia parece dar a entender que la
expulsión de Satanás a la que se alude aquí tuvo lugar poco
antes de que estallara la persecución contra los cristianos. Es
importante recordar que "Miguel" está identificado, con toda
probabilidad, con el Hijo de Dios. El lector es referido a la
prueba satisfactoria de su identidad aducida por Hengstenberg.
No debemos concebir este conflicto como de fuerza física, como
las batallas de Milton en "El Paraíso Perdido", sino más bien
como una victoria moral y espiritual de la verdad sobre el
error, de la luz sobre las tinieblas, del evangelio sobre el
pecado y la incredulidad. Hay probablemente una íntima relación
entre la expulsión de Satanás a la que se hace referencia aquí y
las palabras de nuestro Señor a sus discípulos cuando volvieron
con su informe de su exitosa misión como evangelistas: "Yo veía
a Satanás caer del cielo como un rayo" (Luc. 10:18); y
nuevamente: "Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe
de este mundo será echado fuera" (Juan 12:31); y otra vez: "Para
esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del
diablo" (1 Juan 3:8). Traducidos los símbolos al lenguaje común,
parecen significar que el progreso del cristianismo en el país
despertó la hostilidad de Satanás y sus emisarios, y condujo a
una persecución más activa de los discípulos de Cristo.
La victoria de
Miguel y sus ángeles es celebrada con una triunfal proclamación
en el cielo, lo cual sí cae dentro de la esfera de la visión.
Cap.
12:10,11. "Entonces oí una gran voz en el cielo
que decía: Ahora ha venido la salvación, el poder, y el reino
de nuestro Dios, y la autoridad de su Cristo; porque ha sido
lanzado fuera el acusador de nuestros hermanos, el que los
acusaba delante de nuestro Dios día y noche".
En todo esto
tenemos la expresión de la verdad general de que, en el largo y
mortal conflicto con la enemistad judía, intensificada por la
maldad satánica, Cristo luchó a favor de sus perseguidos
discípulos y frustró los ataques de sus adversarios. Cuán
claramente reconocía Pablo la presencia y la actividad de un
poder infernal en la maligna hostilidad que se oponía al
evangelio puede verse en sus notables palabras: "No luchamos
contra sangre y carne, sino contra principados, contra
potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este
siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones
celestes" (Efe. 6:12). Despojada de sus imágenes simbóicas, la
visión muestra que los esfuerzos de Satanás para aplastar la
verdad de Dios fueron frustrados y derrotados, y sólo condujeron
a un triunfo más señalado y decisivo del reino de Cristo.
Satanás, frustrado de su presa y sabiendo que "sólo le queda
poco tiempo" porque la consumación está ahora muy, muy cercana,
se va, como hemos visto, a hacer guerra contra el resto de la
descendencia de la mujer, "los que guardan los mandamientos de
Dios y tienen el testimonio de Jesús" (ver. 17).
4. La primera bestia
Cap. 13:1-10.
"Me paré sobre la arena del mar, y vi subir del mar una bestia
que tenía siete cabezas y diez cuernos; y en sus cuernos diez
diademas; y sobre sus cabezas, un nombre blasfemo. Y la bestia
que vi era semejante a un leopardo, y sus pies como de oso, y
su boca como boca de león. Y el dragón le dio su poder y su
trono, y grande autoridad. Vi una de sus cabezas como herida
de muerte, pero su herida mortal fue sanada; y se maravilló
toda la tierra en pos de la bestia, y adoraron al dragón que
había dado autoridad a la bestia, y adoraron a la bestia,
diciendo: ¿Quién como la bestia, y quién podrá luchar contra
ella? También se le dio boca que hablaba grandes cosas y
blasfemias; y se le dio autoridad para actuar cuarenta y dos
meses. Y abrió su boca en blasfemias contra Dios, para
blasfemar de su nombre, de su tabernáculo, y de los que moran
en el cielo. Y se le permitió hacer guerra contra los santos,
y vencerlos. También se le dio autoridad sobre toda tribu,
pueblo, lengua, y nación. Y la adoraron todos los moradores de
la tierra cuyos nombres no estaban escritos en el libro de la
vida del Cordero que fue inmolado desde el principio del
mundo. Si alguno tiene oído, oiga. Si alguno lleva en
cautividad, va en cautividad; si alguno mata a espada, a
espada debe ser muerto. Aquí está la paciencia y la fe de los
santos".
Ahora entramos en
una investigación llena de interés, pero también llena de
dificultades, si bien esas dificultades son mitigadas
grandemente por los límites conocidos del área dentro de la cual
están restringidas, y donde debemos buscar el personaje que
ahora es introducido en escena, y que juega un papel tan
importante en la continuación.
Ahora se admite que la verdadera lectura del primer versículo es
estaqh [él se paró], es decir, el dragón. Esto no carece de
importancia. El dragón, frustrado en su intento de destruir a la
mujer y a su simiente, se instala sobre la arena del mar,
buscando con los ojos a un poderoso auxiliar para alistarlo a su
servicio.
No tarda mucho
éste en aparecer. Se ve salir del mar a un portentoso monstruo.
Se le designa como qhrion [una bestia salvaje], que ya se ha
mencionado por anticipación en el cap. 11:7. La descripción de
este monstruo es muy minuciosa, de modo que debería ser fácil su
identificación. Observemos los detalles de la descripción.
1. La bestia sale del mar.
2. Tiene siete cabezas, diez cuernos,
y diez diademas sobre sus
cuernos.
3. Sobre sus cuernos tiene nombres
blasfemos.
4. Reúne las características de todas
las bestias vistas por Daniel (cap.
7).
5. El dragón delega poder en ella.
6. Una de sus cabezas es herida de
muerte; pero la herida mortal es
sanada.
7. Recibe el homenaje del mundo
entero.
8. Se le rinden honores divinos.
9. Blasfema contra Dios, y hace
guerra contra los santos.
10. La duración de su poder se limita a
cuarenta y dos meses.
11. Su número es "número de hombre", y que
es "seiscientos sesenta y
seis". (En el
capítulo 17 se añaden otros detalles, que completan la
descripción
de la bestia, aunque hay que confesar que no tienden a
facilitar el
descubrimiento de su identidad).
12. Era, y no es, y será (cap. 17:8).
13. Asciende del abismo, y va a perdición
(cap. 17:8).
14. Es un rey: uno de siete, y también el
octavo (cap. 17:11).
Sería extraño que
un número como éste, de marcadas y peculiares características,
fuese aplicable a más de un individuo, o que un individuo así
fuese tan oscuro que no pudiera ser reconocido en seguida. Tiene
que ser buscado entre los grandes de la tierra; tiene que ser el
primero en sus días, el observado de entre todos los
observadores; debe ocupar el trono más encumbrado y gobernar el
imperio más poderoso. Además, su período es fijo: ocurre en los
últimos días del sistema judío, cerca de la catástrofe final. El
misterio es revelado hasta por su propia solución. Esta bestia
portentosa, este potentado del mundo, este ministro
plenipotenciario de Satanás, no puede ser otro que el amo del
mundo, el Emperador de Roma, "el hombre de pecado" - NERÓN.
Ahora veamos cómo concuerdan los detalles con el
carácter de Nerón:
1. Nadie
le disputará el título de "bestia". Si hombre alguno mereció
alguna vez ese nombre, fue el monstruo brutal
que desgració a la humanidad con sus
notorias crueldades y notorios crímenes. Pablo le aplica una designación similar: "Fui librado de
la boca del león" (2 Tim.
4:17).
2. La
expresión "surge del mar" probablemente quiere decir que la
bestia es una potencia extranjera.
Debemos considerarla desde un punto de
vista judío; y en Judea, Nerón sería, por supuesto, un
soberano de más allá del mar.
3. Las
siete cabezas y los diez cuernos coronados de la bestia son
los símbolos de su poder plenario y
dominio universal.
4. Los
nombres de blasfemia inscritos en sus cabezas significan la
asunción de las prerrogativas de la deidad.
5. La
unión de las características de las cuatro bestias en la
visión de Daniel indica que el dominio
de la bestia abarca los reinos representados
en aquella visión.
6. La
posesión del poder delegado por el dragón implica el sometimiento de la bestia a los intereses de
Satanás. Ella es la delegada del
dragón.
7. El que
una de sus cabezas fuese herida de muerte implica el violento fin del individuo simbolizado por la
bestia.
8. Se cae
de su peso que el emperador romano recibiría el homenaje
del mundo entero, y que se le rendiría culto
idólatra.
9. La historia nos cuenta que Nerón fue el primero de los
emperadores que persiguió a los cristianos.
10. La
duración de aquella primera y encarnizada persecución concuerda con el período de cuarenta y dos meses, o
tres años y medio, mencionados en la
visión. (Si adoptamos la lectura del Codex
Sinaiticus, "se le dio que hiciera su voluntad por cuarenta y
dos meses", implicaría evidentemente que su
cruel política de persecución estaría
limitada a ese período. Ahora, en términos prácticos, la persecución por Nerón comenzó en
noviembre del año 64 d. C., y terminó
con su muerte en junio del año 68 d. C., esto es, con la mayor aproximación posible, tres años y
medio).
Posponiendo, por
el momento, la consideración de la pregunta siguiente y crucial
- "el número de la bestia", podemos hacer una pausa aquí para
observar cuán precisamente concuerda todo esto con el carácter
de Nerón. Al principio, estaríamos dispuestos a creer, con
Bossuet, que la bestia de la visión significa "el Imperio
Romano, o más propiamente, Roma misma, la señora del mundo - la
Roma pagana, la perseguidora de los santos". Pero, al seguir
adelante, quedamos satisfechos en el sentido de que no es una
abstracción, sino una persona real, la que se describe aquí, o,
por lo menos, el poder imperial personificado en el más feroz y
brutal de sus representantes, el emperador Nerón. Cada uno de
los puntos de la descripción identifica al criminal. Fue el
execrable tirano que primero soltó los infernales perros de la
persecución contra los inofensivos cristianos de Roma. Más como
bestia que como hombre, sació su sanguinaria propensión con el
asesinato de su hermano, su madre, y su esposa. Incendiario de
su propia capital, imputó su crimen falsamente a los inocentes
cristianos, a los cuales ejecutó en vastos números y con
barbaridades jamás oídas. Blandiendo el mayor poder sobre la
tierra, lo usó para entregarse a los vicios más despreciables, y
se hizo esclavo de las más brutales pasiones. Se arrogó las
prerrogativas de la deidad, y reclamó y recibió la adoración
debida a Dios. Su desmesurada vanidad le hizo codiciar la
admiración; le llevó a actuar como actor en el escenario, a
conducir un carruaje en el circo, a competir en los juegos
olímpicos. "Se maravilló toda la tierra en pos de la bestia". Se
nos dice que recibió no menos de mil ochocientas coronas por sus
victorias. Dio Casio relata que Nerón entró en Roma
triunfalmente, y fue saludado con aclamaciones por el senado y
por el pueblo, que le ofrecieron la más abyecta adulación. Fue
saludado con gritos de: "¡Victorias olímpicas! ¡Victorias
pitias! ¡Augusto! ¡Augusto! ¡Nerón el Hércules! ¡Nerón el Apolo!
¡Sagrada Voz! ¡El Eterno!" [Eiz ap aiwnoz].
Mucho más oscura es la aparentemente paradójica afirmación
relativa a la herida mortal de la bestia, que, sin embargo, fue
sanada. Por supuesto, si fue sanada, no era mortal; y si era
mortal, no podría haber sido sanada en realidad. Sería
manifiestamente irrazonable exigir el cumplimiento literal de
una imposibilidad, pero la explicación debería reconciliar la
aparente contradicción. Ahora bien, es un hecho curioso que se
haya dado una explicación plausible de la paradoja. Nerón murió
de una muerte violenta - de una herida de espada, infligida bien
por su propia mano o por la de un asesino. No es necesario decir
que la herida era mortal; pero había sin duda una creencia muy
general en ese tiempo de que Nerón no murió, sino que estaba
oculto en alguna parte, reaparecería antes de mucho, y
recuperaría su poder anterior. Tácito alude a la creencia
popular (Historia, cap. 2.8), así como Suetonio (Nerón, cap.
57). No hay nada improbable en la suposición de que una tal nota
de identidad, que personificaba la creencia general, podría
emplearse como se emplea en la visión; en todo caso, ninguna
otra explicación proporciona una solución tan razonable y
satisfactoria del problema.
El número de la bestia
Ahora llegamos a
la cuestión que ha puesto a prueba el ingenio de críticos y
comentaristas casi desde el día en que se propuso por primera
vez, y que todavía difícilmente puede decirse que está resuelta;
es decir, el nombre o el número de la bestia. Sin desperdiciar
tiempo en las varias respuestas que se han dado, puede ser
suficiente hacer una o dos observaciones preliminares acerca de
las condiciones del problema.
1.
Es
evidente
que el autor consideró que estaba proporcionando suficiente
información para la identificación de la persona
bajo discusión. Es también presumible
que no quería desconcertar a sus lectores, sino ilustrarlos.
2. Es igualmente evidente que la explicación no está en la
superficie. Se requiere sabiduría para
entender sus palabras: es sólo el hombre "que tiene entendimiento" el que es competente para
resolver el problema.
3. Es
claro que lo que él se propone transmitir a sus lectores es el
nombre de la persona simbolizada por
la bestia. Su nombre expresa cierto número; o,
las letras que forman su nombre, cuando se
añaden juntas, suman cierto valor
numérico.
4. El
nombre o el número es el de un hombre; es decir, no es
una bestia, ni un espíritu malo, ni
una abstracción, sino una persona, un hombre que
está vivo.
5. El
número que expresa el nombre es, en caracteres griegos, c e z,
o, en valores numéricos, seiscientos
sesenta y seis.
Sobre bases
completamente independientes, ya hemos arribado a la conclusión
de que con la bestia apocalíptica se quiere significar el
emperador reinante, Nerón. Es su nombre, por lo tanto, lo que
debería cumplir, no obviamente, no sin alguna investigación,
pero sí satisfactoria y concluyentemente, todas las condiciones
del problema. El nombre del emperador estaría escrito de tres
maneras, según estaba expresado en uno u otro de tres idiomas,
latín, griego, o hebreo: en latín, Nerón César; en
griego, Nerwn Kaisar; en hebreo, rsq nwrn.
Juan no escribía a
los romanos, ni en latín, así que la primera forma puede ser
hecha a un lado en seguida. Sin embargo, escribía en griego, y
para lectores bien familiarizados con el idioma griego, aunque
la mayoría de ellos eran probablemente de sangre judía. Es
probable que la mayoría de ellos pronunciaría el temido nombre
en seguida e instintivamente. En ese caso, se sentirían
desorientados, porque la letras griegas NerwnKaisar no
sumarían los números requeridos.
Pero si eso
hubiese sido todo lo que se necesitaba, el nombre habría estado
en la superficie, patente y palpable para el más lerdo
entendimiento. No se requeriría ni sabiduría ni entendimiento
para leer el enigma. El lector no debe intentar otro método.
Juan era hebreo, y aunque escribía en caracteres griegos, sus
pensamientos eran hebreos, y la forma hebrea del nombre y el
título imperial le eran familiares a él y a sus amigos
hebreo-cristianos tanto de Asia Menor como de Judea. Podría no
ocurrírsele de modo natural al lector reflexivo calcular el
valor de las letras que expresaban el nombre del emperador en
hebreo. Y el secreto sería revelado:
N= 50 |
Q = 100 |
|
R = 200 |
S = 60 |
|
W = 6 |
R = 200 |
|
N = 50 |
|
|
306 |
+360 |
= 666. |
Aquí hay, pues, un número que expresa un nombre; el
nombre de un hombre, del hombre que, de entre todos los que
entonces vivían, merecía mejor ser llamado una bestia: el cabeza
del imperio, el amo del mundo; que reclamaba para sí el título
de dios, que recibía honores divinos, que perseguía a los santos
del Altísimo; en suma, que respondía en todos los detalles a la
descripción de la visión apocalíptica. Si se preguntase: ¿Por
qué envolvería el profeta su significado en enigmas? ¿Por qué no
nombraría expresamente al individuo al que se refería? Primero,
Apocalipsis es un libro de símbolos: todo en él se expresa en
imágenes, que necesitan ser traducidas al lenguaje corriente.
Pero, en segundo lugar, no sería seguro hablar más claramente.
Expresar abiertamente el nombre del tirano, después de
describirle y designarle de la manera expresada en Apocalipsis,
habría sido precipitado e imprudente en extremo. Como Pablo
cuando describió al "hombre de pecado", Juan vela su significado
bajo un disfraz, que los paganos griegos o romanos no
discernirían, pero que los instruídos cristianos de Judea o de
Asia Menor entenderían en seguida.
Es una fuerte
confirmación de la exactitud de esta interpretación el hecho de
que tenemos otra enigmática descripción del mismo personaje de
la mano de Pablo. Ya hemos visto la prueba de que "el hombre de
pecado" bosquejado en 1 Tes. 2 no es otro que Nerón, y la
comparación de los dos retratos muestra cuán notable es la
semejanza entre uno y otro y con el original. Esta
correspondencia no puede ser meramente una curiosa coincidencia;
sólo puede explicarse con la suposición de que ambos apóstoles
tenían en mente al mismo individuo.
5.
La segunda bestia
Cap.
13:11-17. "Después vi otra bestia que subía de
la tierra; y tenía dos cuernos semejantes a los de un cordero,
pero hablaba como dragón. Y ejerce toda la autoridad de la
primera bestia en presencia de ella, y hace que la tierra y
los moradores de ella adoren a la primera bestia, cuya herida
mortal fue sanada. También hace grandes señales, de tal manera
que aun hace descender fuego del cielo a la tierra delante de
los hombres. Y engaña a los moradores de la tierra con las
señales que se le ha permitido hacer en presencia de la
bestia, mandando a los moradores de la tierra que le hagan
imagen a la bestia que tiene la herida de espada y vivió. Y se
le permitió infundir aliento a la imagen de la bestia, para
que la imagen hablase e hiciese matar a todo el que no la
adorase. Y hacía que a todos, pequeños y grandes, ricos y
pobres, libres y esclavos, se les pusiese una marca en la mano
derecha, o en la frente; y que ninguno pudiese comprar ni
vender, sino el que tuviese la marca o el nombre de la bestia,
o el número de su nombre".
Si nuestras
conclusiones con respecto a la identidad de la primera bestia
son correctas, no debería ser difícil descubrir a quién se alude
con la segunda bestia. Se observará que, en muchos respectos,
hay una fuerte semejanza entre ellas: son de la misma
naturaleza, aunque una es suprema y la otra es subordinada; pero
también hay puntos de diferencia. Será correcto, sin embargo, en
este caso también, considerar juntas las varias características
particulares que ayudan a identificar al individuo que se tiene
en mente.
1. La segunda bestia surge de la
tierra.
2. Sólo tiene dos cuernos, y son como los de
un cordero.
3. Habla como dragón.
4. Está investida de la autoridad delegada
por la primera bestia.
5. Obliga a los hombres a rendir homenaje, o
culto, a la bestia.
6. Pretende ejercer poderes milagrosos.
7. Gobierna con fuerza y crueldad tiránicas.
8. Excluye de los derechos civiles a todos
los que rehusan rendir
abyecta sumisión a la
bestia.
Al examinar estas
características, se hace perfectamente claro que tenemos que
buscar el antitipo para esta figura simbólica en un hombre de
carácter similar al del mismo monstruo Nerón. Evidentemente, él
es el alter ego del emperador, aunque sus proporciones ocurren
en menor escala.
1. El
hecho de que surja de la tierra, mientras que la primera
bestia surge del mar, denota que la
segunda bestia es una autoridad local, que gobierna a Judea, mientras que la otra es una
potencia extranjera.
2. El
hecho de que tenga dos cuernos como los de un cordero,
mientras que la primera bestia tiene diez,
denota que su esfera de gobierno es
pequeña, y que su poder es limitado en comparación con el otro.
3. El
hecho de que hable como dragón, o como serpiente, denota su
carácter astuto y engañoso.
4. El
hecho de que esté investido de la autoridad de la primera
bestia indica que él es el
representante oficial y el delegado de Nerón en Judea.
En este punto se
nos revela el individuo. No puede ser otro que el procurador
romano o el gobernador de Judea a las órdenes de Nerón, y el
gobernador particular hay que buscarlo en o cerca del estallido
de la guerra judía; y aquí la historia de la época arroja
muchísima luz sobre la investigación.
Hay dos nombres que pueden competir entre sí por la mala
pre-eminencia del original de esta descripción de la segunda
bestia - Albino y Gessio Floro. Cada uno de ellos fue un
monstruo de tiranía y crueldad, pero el último lo fue más que
primero. Antes de que Gesio Floro llegara al puesto, los judíos
tenían a Albino por el peor gobernador que jamás les había
pisoteado con su opresión. Después de que llegó Gesio Floro,
consideraron a Albino un hombre casi virtuoso en comparación.
Floro fue un bellaco digno de estar al lado de Nerón: un esclavo
digno de tal amo.
En las páginas de
Josefo, el lector encontrará la historia del enorme e increíble
libertinaje, el fraude, la traición, y la tiranía de este
último, y el peor, de todos los gobernadores que representaron
la autoridad imperial en Judea, y verá cómo el historiador sigue
el rastro de la mala administración de este hombre tristemente
famoso hasta llegar a la ruina que descendió sobre la nación.
Fue esta opresión intolerable y draconiana lo que acicateó a los
infelices judíos hasta llevarles a la rebelión, y fue la causa
inmediata de la guerra que terminó en la completa destrucción de
Jerusalén y de su pueblo. En realidad, Josefo no ha preservado
todos los hechos. Si los tuviésemos, sin duda ilustrarían
vívidamente todos los detalles del retrato apocalíptico de la
segunda bestia. Pero apenas si los necesitamos. La fuerza, el
fraude, la crueldad, la impostura, la tiranía, son atributos que
con demasiada certidumbre podrían aplicarse a un procurador como
Floro. Quizás los rasgos más difíciles de verificar son los que
se relacionan con el cumplimiento obligatorio del homenaje a la
estatua del emperador y la asunción de pretensiones milagrosas.
Pero, aún aquí, todo lo que sabemos está a favor de que la
descripción es correcta al pie de la letra. Dean Milman observa:
"La imagen de la bestia es claramente
la estatua del emperador", y añade: "La prueba a la que eran
sometidos los mártires era adorar al emperador, ofrecer
incienso ante su estatua, e invocar a los dioses". (Véase
Review of Newman´s Development of Christian Doctrine).
Las observaciones de Dean Alford también merecen ser
notadas:
"Ahora el
vidente describe los hechos que la historia justifica para
nosotros en su cumplimiento literal. La imagen de César, que
los hombres eran obligados a adorar, estaba por todas partes:
era delante de ésta que los mártires cristianos eran puestos a
prueba, y ejecutados si rehusaban el acto de adoración ...
"Si se dice, como
objeción a esto, que no es una imagen del emperador, sino de
la bestia misma de la que se habla, la respuesta es muy
sencilla: El vidente mismo, en el cap. 17:11, no vacila en
identificar a uno de los "siete reyes" con la bestia misma,
así que podemos suponer correctamente que la imagen de la
bestia, por el momento, sería la imagen del emperador
reinante".
Al mismo efecto
son las siguientes observaciones de Dean Howson, que son tanto
más notables cuanto que fueron escritos sin ninguna referencia
al pasaje que tenemos delante:
"La imagen del emperador era en aquel
tiempo [bajo el Imperio] objeto de reverencia religiosa: él
era una deidad en la tierra ('Das aequa potestas' -- Juv.
4.71), y la adoración rendida a él era verdadera. Es notable
que, en aquellos tiempos (haciendo a un lado formas decadentes
de religión), los únicos dos cultos genuinos en el mundo
civilizado eran la adoración a Tiberio o a Nerón, por un lado,
y la adoración a Cristo, por la otra".
Ahora estamos en
condiciones de pedir el veredicto de toda mente honesta y
judicial sobre la cuestión de la identidad que se ha
argumentado, así como completa congruencia y correspondencia en
todos los puntos entre los símbolos de la visión y los
personajes históricos a los cuales ellos representan, en nuestra
opinión. El tiempo, el lugar, el escenario, las circunstancias,
y los personajes dramáticos, todos concuerdan con los requisitos
del Apocalipsis. Es la víspera de la gran catástrofe, la ruina
final del sistema judaico. La predicha persecución del pueblo de
Dios, que habría de iniciar el fin, ha estallado. Un terrible
triunvirato del mal se ha coligado contra Cristo y su causa. El
dragón, la bestia que sube del mar, y la bestia que sube de la
tierra - Satanás, el emperador, y el procurador romano están en
hostilidad activa contra "la mujer y el resto de la descendencia
de ella". Su tiempo, sin embargo, es corto; la hora de la
retribución ha llegado; y la siguiente escena revela al campeón
y vengador de los fieles, y muestra la seguridad y la
bienaventuranza de su pueblo.
6.
El Cordero sobre el monte de Sión
Cap. 14:1-13.
"Después miré, y he aquí el Cordero estaba en pie sobre el
monte de Sión, y con él ciento cuarenta y cuatro mil, que
tenían el nombre de él y el de su Padre escrito en la frente".
Etc.
Esta porción
de la visión apenas requiere intérprete; habla por sí misma. Hay
un agudo contraste entre la bestia que gobierna como
vice-regente del dragón y el Cordero que gobierna en nombre de
su Padre. No puede haber ninguna duda de que los ciento cuarenta
y cuatro mil que tienen el nombre de Cristo y el del Padre
inscrito en sus frentes son idénticos a los ciento cuarenta y
cuatro mil de todas las tribus de los hijos de Israel que tienen
el sello de Dios en sus frentes, y a los cuales se alude en el
capítulo 7. Son los elegidos de la iglesia hebreo-cristiana de
Judea, posiblemente de Jerusalén, y están representados como de
pie con el Cordero sobre el Monte de Sión, redimidos,
triunfantes, glorificados; ya no están expuestos al peligro y a
la muerte, sino reunidos en el redil del Gran Pastor. Por
supuesto, la representación es proléptica - una anticipación de
lo que ahora era inminente; de hecho, una repetición de la
gloriosa escena descrita en el cap. 7:9-17. ¿Es posible creer
que el autor de la Epístola a los Hebreos no tuviera en mente
esta visión cuando escribió aquel noble pasaje: "Os habéis
acercado al monte de Sión, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén
la celestial", etc.? Los puntos de semejanza son tan marcados y
tan numerosos que no pueden ser accidentales. La escena es la
misma: el monte de Sión; los mismos personajes dramáticos; "la
congregación de los primogénitos, que están inscritos en el
cielo", que corresponde a los ciento cuarenta y cuatro mil que
tienen el sello de Dios. En la epístola se les llama "la
congregación de los primogénitos"; la visión explica el
título: son "las primicias para Dios y para el Cordero";
los primeros conversos a la fe de Cristo en la tierra de Judea.
En la epístola se les designa como "los espíritus de los justos
hechos perfectos"; en la visión son "los que no se contaminaron
con mujeres, pues son vírgenes; en sus bocas no fue hallada
mentira, pues son sin mancha delante del trono de Dios". Tanto
en la visión como en la epístola, encontramos "la innumerable
compañía de los ángeles" y "el Cordero", por medio de quien se
obtuvo la redención. Resumiendo, queda más allá de toda duda
razonable que, puesto que no puede suponerse que el autor de
Apocalipsis haya tomado su descripción de la epístola, el autor
de la epístola debe haber derivado sus ideas y sus imágenes de
Apocalipsis.
Ahora los acontecimientos se apresuran rápidamente hacia su
consumación. El vidente contempla a tres ángeles volando en
sucesión a través de su campo visual, llevando cada uno un
anuncio de la catástrofe que se aproxima. El primero, encargado
de proclamar el evangelio eterno, en primera instancia a los que
moran en la tierra, y después a toda nación, y tribu, y lengua,
y pueblo, exclama en alta voz: "Temed a Dios, y dadle honra;
porque la hora de su juicio es venida" (ver. 7). Aquí hay una
alusión manifiesta al hecho predicho por el Señor de que, antes
de la llegada del "fin", el evangelio del reino sería predicado
primero en todo el mundo [oikonmenh] "por testimonio a todas las
naciones" (Mat. 24:14). Este símbolo, pues, indica la cercana
aproximación de la catástrofe de Jerusalén - la llegada de la
hora del juicio de Israel.
Un segundo ángel
le sigue rápidamente, y proclama la caída de Babilonia, como si
ya hubiese tenido lugar, diciendo: "Ha caído, ha caído
Babilonia, la gran ciudad, porque ha hecho beber a todas las
naciones del vino del furor de su fornicación". Esta es
claramente otra declaración de la misma catástrofe inminente,
sólo que indica más claramente la sentencia de muerte de la
ciudad culpable - el gran criminal a punto de ser llevado a
juicio. Tendremos ocasión de discutir la identidad de la gran
ciudad que aquí y en otros lugares es designada como Babilonia.
Le sigue un tercer
mensajero, que denuncia, con terrible lenguaje, la ira de Dios
sobre todos los adoradores de ídolos:
Cap. 14:9-11.
"Si alguno adora a la bestia y a su imagen, y recibe la marca
en su frente o en su mano, él también beberá del vino de la
ira de Dios, que ha sido vaciado puro en el cáliz de su ira; y
será atormentado con fuego y azufre delante de los santos
ángeles y del Cordero", etc.
En agudo contraste
con estas palabras está el mensaje que un ser celestial trae a
los fieles discípulos de Cristo "que guardan los mandamientos de
Dios y tienen la fe de Jesús".
Cap. 14:13.
"Oí una voz que desde el cielo me decía: Escribe:
Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en
el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos,
porque sus obras con ellos siguen".
Todo esto indica
claramente la cercana aproximación de la catástrofe final. Hay,
sin embargo, una expresión en la última cita que requiere una
explicación, es decir, el anuncio con respecto a la
bienaventuranza de los muertos que mueren en el Señor de
aquí en adelante. Este "de aquí en adelante" [ap arti] es
la palabra enfática en la oración, y debe tener un significado
importante. No es simplemente que los muertos en Cristo están
seguros y felices, sino que, desde y después de cierto período
específico, una peculiar bienaventuranza les pertenece a todos
los que de aquí en adelante mueren en el Señor.
No es irrazonable en sí mismo, y parece, además, ser la clara
enseñanza de las Sagradas Escrituras, que la gran consumación
que puso fin a la era judía tenía una importante relación con la
condición de todos los que, después de ese período, "mueren en
el Señor". Hemos visto (Observaciones sobre Heb. 11:40) que,
antes de la obra redentora de Cristo, el estado de los muertos
piadosos no era perfecto. Tenían que esperar el cumplimiento de
aquel gran acontecimiento que constituía el fundamento de su
felicidad eterna. Los santos de la antigua dispensación "no
obtuvieron la promesa". Murieron en la fe, pero no
poseyeron la herencia. "Dios proporcionó algo mejor para
nosotros, para que, sin nosotros, ellos no fuesen
perfeccionados". Así escribía el autor del libro a los Hebreos
en vísperas de la gran consumación. El claro significado de esto
es que la parusía marcó la introducción de una nueva
época en la condición de los santos que habían partido y las
esperanzas de los que, después del comienzo de esa época,
muriesen en el Señor. "Bienaventurados los que" de
aquí en adelante. Es decir, no deberían tener que esperar,
como lo tuvieron que hacer sus predecesores, la llegada del
período en que se cumpliría la promesa. Entrarían en seguida
en "el reposo que queda para el pueblo de Dios". El camino al
Lugar Santísimo se ha manifestado ahora; hay un reposo y una
recompensa inmediatos para los fieles que han partido; "reposan
de sus trabajos, porque sus obras les siguen".
Este importante
pasaje sería totalmente inexplicable a no ser por la luz que
sobre él arrojan Heb. 4:1-11; 11:9,10,13,39,40.
<>
<>7. El Hijo del Hombre en las nubes
Cap. 14:14-20. "Miré, y he
aquí una nube blanca; y sobre la nube uno sentado semejante al
Hijo del Hombre, que tenía en la cabeza una corona de oro, y
en la mano una hoz aguda. Y del templo salió otro ángel,
clamando a gran voz al que estaba sentado sobre la nube: Mete
tu hoz, y siega; porque la hora de segar ha llegado, pues la
mies de la tierra está madura. Y el que estaba sentado sobre
la nube metió su hoz en la tierra, y la tierra fue segada.
"Salió otro ángel
del templo que está en el cielo, teniendo también una hoz
aguda. Y salió del altar otro ángel, que tenía poder sobre el
fuego, y llamó a gran voz al que tenía la voz aguda, diciendo:
Mete tu hoz aguda, y vendimia los racimos de la tierra, porque
sus uvas están maduras. Y el ángel arrojó su hoz en la tierra,
y vendimió la viña de la tierra, y echó las uvas en el gran
lagar de la ira de Dios. Y fue pisado el lagar fuera de la
ciudad, y del lagar salió sangre hasta los frenos de los
caballos, por mil seiscientos estadios".
Ahora llegamos a
la séptima y última de las figuras místicas de las cuales
consiste esta cuarta visión, y al desenlace, donde podemos
esperar encontrar la catástrofe del todo. Ni quedamos
chasqueados; porque nada puede estar marcado más claramente que
la catástrofe bajo este símbolo, siendo la interpretación tan
evidente en sí misma que difícilmente podría malinterpretarse.
La escena comienza con la aparición de "uno semejante al Hijo
del Hombre sentado en una nube blanca", que tenía una corona de
oro sobre su cabeza y una hoz aguda en su mano. El arma que
sostiene es el emblema de la transacción que está a punto de
tener lugar. Es el tiempo de la siega, porque "la mies de la
tierra está madura. Y el que estaba sentado en la nube metió su
hoz en la tierra, y la tierra fue segada".
No es posible
malinterpretar este acto. Tenemos el borrador original del
cuadro en la parábola de nuestro Señor sobre el trigo y la
cizaña. "Al tiempo de la siega [el fin del tiempo, sunteleia tou
aiwnoz], diré a los segadores: Recoged primero la cizaña, y
atadla en manojos para quemarla; pero recoged el trigo en mi
granero" (Mat. 13:30).
En la visión, la
parábola del trigo y la cizaña es seguida también en la división
de esta transacción judicial final en dos partes - la cosecha
del trigo y la vendimia, excepto sólo en la transposición del
orden de los sucesos. La cosecha corresponde a la siega del
trigo y su depósito a buen recaudo en el granero; en otras
palabras, es el cumplimiento de la predicción: "Enviará el Hijo
del Hombre a sus ángeles, y juntarán a sus escogidos de los
cuatro vientos" (Mat. 24:31-34), un acontecimiento que debía
tener lugar antes de que pasara aquella generación. La
destrucción de la cizaña corresponde a la "vendimia de la
tierra". Se observará que la vendimia es por completo de
naturaleza destructiva. Así como la "siega de la tierra" denota
la salvación del fiel pueblo de Dios, así también la "vendimia
de la tierra" denota la destrucción de sus enemigos. Vale la
pena notar que, mientras que el Hijo del Hombre es representado
por el segador, el ángel de la visión es el agente en la
vendimia de la vid. Apenas es necesario señalar cuán
peculiarmente encajan las imágenes en la última e impresionante
escena. "La vendimia de la tierra" es Israel, según el bien
conocido emblema de Salmos 80:8. "Hiciste venir una vid de
Egipto", etc. Ahora ha llegado la vendimia, porque "sus uvas
están maduras"; es decir, la nación está madura para el juicio.
El ángel comisionado para destruir no recoge los racimos, sino
que corta la viña misma, y la arroja entera "en el gran lagar de
la ira de Dios". El lagar es pisado; y esto es representado como
teniendo lugar fuera de la ciudad, como se quemaba la ofrenda
por el pecado fuera del campamento, y como se ejecutaba al
criminal fuera de la puerta, siendo maldito (Heb. 13:11-13).
Sale sangre del lagar, y en un torrente tan grande, que es como
un río desbordado, que alcanza hasta los frenos de los caballos,
y hasta una distancia de "mil seiscientos estadios".
Éste es un símbolo
terrible, pero casi literal en su verdad histórica. Fue un
pueblo el que fue "pisado" en la furia de la ira divina. ¿Cuándo
hubo jamás un mar de sangre como el que fue derramado en la
guerra de exterminio de Vespasiano y de Tito? La carnicería,
como la relata Josefo, supera todo lo registrado en los anales
de la guerra. Jerusalén, y sus hijos dentro de ella, fueron
pisados en el gran lagar de la ira de Dios. Entonces se
cumplieron las palabras del profeta Jeremías: "Como lagar ha
hollado el Señor a la virgen hija de Judá" (Lam. 1:15). Hay
hechos, así como símbolos, en la horrorosa escena que representa
la caballería invasora como nadando en sangre hasta los frenos
de los caballos; y hay probablemente una alusión a la extensión
geográfica de Palestina en los "mil seiscientos estadios", así
que podemos considerar la descripción simbólica como equivalente
a la afirmación de que, desde un extremo hasta el otro, el
territorio estaba inundado de sangre.
En todo esto, la
profecía y la historia encajan la una en la otra como la
cerradura y la llave; y si no tuviésemos el testimonio de un
testigo, a quien ciertamente no le interesaba exagerar la ruina
de su pueblo ni difamar su carácter, apenas se podría creer que
estos símbolos no estaban sobrecargados. Pero nadie puede leer
aquella trágica historia sin reconocer allí las transacciones
que aquí están escritas en símbolos, y que atestiguan
ampliamente la realidad y la verdad de la profecía.
Tal es la catástrofe
claramente marcada en la visión de las siete figuras místicas.
Como las otras catástrofes, ésta es un acto de juicio, que
presenta la gran consumación en un aspecto diferente. Si todavía
quedase alguna duda con respecto al principio que subyace
nuestro sistema entero de interpretación, es decir, que el
Apocalipsis es una representación séptuple del mismo gran drama
providencial, esa duda debe ser disipada por la siguiente gran
serie de visiones, que demuestran concluyentemente esta
característica del libro.
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