LA PARUSÍA
o
La Segunda Venida de
Nuestro Señor Jesucristo
James
Stuart Russell
(1816-1895)
Tomado de The
Preterist
Archive
LA PARUSÍA EN LAS
EPÍSTOLAS
DE PEDRO
2-21. EN LA PRIMERA
EPÍSTOLA
Es evidente que esta epístola, como la de Santiago, pertenece al
período llamado "los últimos días". Como el otro testigo y
hermano apóstol suyo, Santiago, Pedro dirige sus exhortaciones a
los cristianos hebreos de la dispersión; porque ésta es la única
interpretación natural del título que se les da en el primer
versículo. El contenido manifiesta de modo suficiente que la
epístola se escribió en un tiempo de sufrimiento por amor a
Cristo. Los discípulos estaban "cargados de muchas tentaciones",
pero un tiempo de prueba más severo se aproximaba, y por esto se
les exhortaba a prepararse. "Amados, no os sorprendáis del fuego
de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os
aconteciese" (1 Ped. 4:12). Son consolados, además, con la
expectativa de una liberación rápida y final.
Es necesario leer
esta epístola a la luz de las circunstancias reales del tiempo
en que se escribió y de las personas a quienes se les escribió.
Cualesquiera sean sus usos y las lecciones para otros tiempos y
personas, no debe perderse de vista su relación primaria y
especial con los judíos de la dispersión en la era apostólica.
LA SALVACIÓN PREPARADA
PARA SER
REVELADA EN LOS ÚLTIMOS TIEMPOS
1 Ped. 1:5.
"Vosotros, que sois guardados por el poder de Dios mediante la
fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser
manifestada en el tiempo postrero".
Cada una de las
palabras de este discurso de apertura está llena de significado,
e implica la cercana proximidad de una crisis grande y decisiva.
En el ver. 4, tenemos una alusión muy clara a la "herencia", que
es el tema de una porción tan grande de la Epístola a los
Hebreos, es decir, la Canaán verdadera, "el reposo que queda
para el pueblo de Dios". En lenguaje muy similar, Pedro la llama
"la herencia reservada en el cielo" y representa la entrada en
ella por los creyentes como muy cercana. La salvación está "preparada
para ser manifestada". Lo que esta "salvación"
significa es muy evidente; no es la glorificación personal de
las almas individuales a la muerte, sino una liberación grande y
colectiva, en la cual el pueblo de Dios ha de participar de modo
general: una salvación como la que Dios ejecutó para Israel a
las orillas del Mar Rojo. Del mismo modo, Pablo usa la misma
palabra con referencia a esta misma consumación próxima: "Ahora
está nuestra salvación más cerca que cuando creímos" (Rom.
13:11).
La gran liberación general no era un suceso distante,
estaba ahora "preparada para ser revelada", en la misma víspera
de hacerse manifiesta. Como observa Alford, la palabra etoimhn
[preparada] es más fuerte que melousan. Entender esto como que
se refiere a creyentes individuales que entran al cielo uno por
uno a la hora de la muerte, o como la entrada a un estado
celestial que todavía no ha sido concedido, es absolutamente
repugnante al claro sentido de las palabras.
La salvación está
lista para ser revelada en "el tiempo postrero", es
decir, "ahora", el tiempo que era presente entonces. Ya
hemos tenido ocasión de observar que los apóstoles llaman a su
propio tiempo "el tiempo postrero". Ellos creían y enseñaban que
estaban viviendo en los últimos tiempos, y esto debe poder
reconciliarse con los hechos, si su crédito como fieles y
autorizados testigos ha de mantenerse. Estaban justificados en
su creencia: vivían en los últimos tiempos, en el período final
de la era o época judía. En el versículo veinte de este capítulo
encontramos que se da la misma designación al tiempo de la
encarnación de Cristo: "Quien fue manifestado en los postreros
tiempos [al final de los tiempos] por amor de vosotros". Decir
que el apóstol considera el período entero desde el principio de
la dispensación del Nuevo Testamento hasta la venida de Cristo
en gloria, en una época futura y posiblemente todavía distante,
como un corto tiempo llamado los últimos días, es una
interpretación sumamente antinatural y forzada. Es evidente que
el apóstol habla de un período de crisis, y hacer que
una crisis se extienda por miles de años es violentar, no sólo
el sentido gramatical de las palabras, sino la naturaleza de las
cosas.
A riesgo de ser
repetitivos, podemos observar aquí que, de acuerdo con el uso
del Nuevo Testamento, debemos concebir el período entre la
encarnación de Cristo y la destrucción de Jerusalén como el fin
de una época o era. Fue al final de la era
[episunteleiatwnaiwnwn = cerca del final de la época] que
"Cristo apareció para quitar de en medio al pecado, por el
sacrificio de sí mismo" (Heb. 9:26). Este período entero de
alrededor de setenta años se considera como "el tiempo
postrero", pero es natural que la frase tuviese un acento más
fuerte cuando la guerra de los judíos, el principio del fin,
estaba a punto de estallar, si ya no había comenzado.
LA REVELACIÓN DE
JESUCRISTO ESTÁ PRÓXIMA
1 Ped. 1:7.
"Para que, sometida a prueba vuestra fe ... sea hallada en
alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo".
1 Ped. 1:13.
"Esperad por completo [teleiwz] en la gracia que se os traerá
cuando Jesucristo sea manifestado".
Todo en la
exhortación del apóstol transmite la idea de ansiosa expectación
y preparación. La salvación está lista para ser revelada; los
creyentes sometidos a prueba y perseguidos deben "ceñir los
lomos de su entendimiento"; la esperada bendición, la gracia,
está en camino - está siendo traída a ellos. Alford observa
correctamente que la palabra feromenhn [siendo traída] significa
"la cercana inminencia del suceso del que se habla; q.d.
que en este mismo momento se le viene encima a uno". ¿No prueba
esto claramente que Pedro entendía, y deseaba que sus lectores
entendiesen, que este apocalipsis de Jesucristo estaba a la
puerta? Habría sido una farsa decir a hombres que sufrían y eran
perseguidos que se prepararan para recibir una salvación que no
habría de llegar por cientos y miles de años.
RELACIÓN ENTRE LA
REDENCIÓN DE CRISTO
Y EL MUNDO ANTEDILUVIANO
1 Ped.
3:18-20. "Porque también Cristo padeció una
sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para
llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero
vivificado en espíritu, en el cual también fue y predicó a los
espíritus encarcelados, los que en otro tiempo desobedecieron,
cuando una vez esperaba la paciencia de Dios en los días de
Noé, mientras se preparaba el arca", etc.
La interpretación
común de este difícil pasaje que da la mayoría de los
expositores protestantes es que Cristo, en efecto, predicó a los
antediluvianos por medio de su Espíritu Santo a través del
ministerio de Noé. Esto sin duda afirma una verdad, y además
tiene la ventaja de que permanece dentro de los límites de
hechos históricos bien conocidos, y evita lo que parece
especulación oscura y dudosa. Sin embargo, como cuestión
gramatical, esta interpretación es completamente insostenible.
Primero, es razonable esperar una secuencia cronológica en las
varias partes de la declaración del apóstol, describiendo lo que
Cristo hizo después de "haber muerto en la carne". ¿Qué sería
más áspero y más abrupto que la súbita transición de la
narración de lo que Cristo hizo y sufrió en la carne a lo que
había hecho, en un sentido, varios miles de años antes, en los
días de Noé? Además, la traducción "siendo vivificado en
Espíritu" y "en el cual también", dando a entender que el
Espíritu Santo era el agente por medio del cual Cristo fue
vivificado, y por medio del cual predicó, etc., es claramente
errónea. Debería ser: "Siendo a la verdad muerto en [su]
carne, pero vivificado en [su] espíritu", -- siendo la carne
su cuerpo, y el espíritu su alma. Luego el apóstol
añade: "en el cual también", es decir, en su espíritu humano.
Además, como apunta Ellicot, poreuqeiz [habiendo ido]
"indica descendencia literal y local".
De acuerdo con el sentido verdadero y natural de las palabras,
parece, pues, que no hay escapatoria a la interpretación de que
nuestro Señor, después de su muerte en la cruz, fue, en su
estado desencarnado, al Hades, el lugar de los espíritus que han
partido, y allí hizo proclamación [predicó] a los espíritus
aprisionados, es decir, los antediluvianos, los que en los días
de Noé no creyeron a las advertencias del profeta y perecieron
en el diluvio. Ésta, que es la interpretación más antigua, es
ahora generalmente aceptada por los críticos más eminentes. Es
la que está incluida en el Credo de los Apóstoles; tiene la
sanción de Lutero y de Calvino; y parece estar apoyada por otros
pasajes en la Escritura que están en armonía con esta
explicación. En el sermón de Pedro el día de Pentecostés (Hechos
2:27-31), hay una clara alusión al alma de Cristo en el Hades;
también en Efe. 4:9): "Y eso de que subió, ¿qué es, sino que
también había descendido primero a las partes más bajas de la
tierra?" Es difícil suponer que el entierro del cuerpo es todo
lo que significan las palabras de que descendió a las partes más
bajas de la tierra.
Queda la pregunta
más importante: ¿Cuál era el objeto de que nuestro Señor
descendiera al Hades? Difícilmente puede dudarse de que fue por
gracia. El apóstol dice: "Predicó [ekhruxen] a los
espíritus encarcelados" - ¿y qué podría predicar sino alegres
nuevas? Este hecho da un significado nuevo y mayor a los
términos de la comisión de nuestro Señor: "Me ha enviado a
publicar libertad a los cautivos, y a los presos apertura de la
cárcel" (Isa. 61:1). La hipótesis del obispo Horsley y de otros
de que aquellos espíritus encarcelados eran en realidad santos,
o por lo menos penitentes, que esperaban el período de su
salvación plena, apenas requiere ser refutada. Si algo está
claro en relación con esta cuestión es que eran los espíritus de
los que habían perecido por su desobediencia, y en su
desobediencia. Como hace notar el obispo Ellicott, apeiqhsasin
significa, no "los que fueron desobedientes", sino "por
cuanto fueron desobedientes".
Pero, puede
decirse, ¿por qué fueron escogidos los antediluvianos
desobedientes como objetos de esta misión de gracia? ¿No había
otras almas perdidas en el Hades, y por qué debían éstas
encontrar gracia por encima de las demás? El obispo Horsley
acepta que esta es una dificultad, y la que más azoramiento
causa a su interpretación. Alford encuentra una razón, si le
entendemos bien, en el modo en que murieron. "La razón de
mencionar a estos pecadores aquí por encima de otros pecadores
parece ser su relación con el tipo de bautismo que sigue"; pero
esto ciertamente es atribuir a esa institución una eficacia más
allá de las más atrevidas teorías de la regeneración bautismal.
Nos aventuramos a sugerir que la verdadera razón reside en la
naturaleza de aquel gran acto judicial que tuvo lugar en el
diluvio. Aquél fue el fin de una época o era, y terminó en una
catástrofe, pues la época en progreso entonces estaba a punto de
terminar. Los dos casos eran análogos. Así como el diluvio fue
el fin y la consumación de una era o un período mundial
anterior, así también la destrucción de Jerusalén y la
abrogación de la economía judía estaban a punto de poner fin al
período mundial o era existente. ¿Qué puede ser más natural, en
vísperas de una catástrofe como la que anticipaba el apóstol,
que hacer alusión a la catástrofe de una era enterior? ¿Qué
puede ser más pertinente que hacer notar el hecho de que la
"salvación venidera" tenía un efecto retrospectivo sobre
aquellas épocas idas? No es difícil ver la conexión de las ideas
en el tren de pensamiento del apóstol. El diluvio fue la sunteleiatouaiwnoz
del tiempo de Noé; otra sunteleia estaba muy cerca. El
"mundo antiguo, que entonces era", pereció en las aguas
bautismales del diluvio; el "mundo que ahora es" - el orden
mosaico, el sistema político y el pueblo judíos - estaban apunto
de ser inmersos en un bautismo de fuego (Mal. 4:1; Mat. 3:11,12;
1 Cor. 3:13; 2 Tes. 1:7-10). ¿No era apropiado mostrar que la
obra redentora de Cristo unía, y en realidad cubría, ambas
épocas, y miraba hacia atrás sobre el pasado, así como hacia
adelante, al futuro?
Entonces, a pesar
del misterio y la oscuridad que declaradamente arrojan sombra
sobre el tema, somos llevados a la conclusión de que, en este
pasaje, el apóstol sí enseña claramente que nuestro bendito
Señor, después de su muerte en la cruz, descendió como espíritu
desencarnado al Hades, el lugar de los espíritus que han
partido, y allí proclamó las alegres nuevas de su redención
consumada a las multitudes de los perdidos que perecieron en la
catástrofe o juicio final de la era anterior; y, aunque en este
pasaje no tenemos ninguna afirmación expresa de que los que
oyeron el anuncio hecho por nuestro Salvador fueron en
consecuencia librados de su cárcel, e introducidos a "la
gloriosa libertad de los hijos de Dios", no parece increíble,
sino que hasta es presumible, que esta emancipación era tanto el
objeto como el resultado de la intervención de Cristo. Ya nos
hemos referido a Efe. 4:9 en el sentido de que apoya este punto
de vista. "Y eso de que subió, ¿qué es, sino que también había
descendido primero a las partes más bajas de la tierra?" El
obispo Hersley muestra que la frase "las partes más bajas de la
tierra" es la designación correcta y acostumbrada del Hades. En
el mismo pasaje, el apóstol habla de la triunfante ascensión de
Cristo con estas palabras: "Subiendo a lo alto, llevó cautiva la
cautividad, y dio dones a los hombres". ¿No arroja luz sobre
esto de "llevar cautiva la cautividad" la enseñanza de Pedro con
referencia a los "espíritus encarcelados"? ¿No indica que el
Salvador que regresó, habiendo peleado la buena batalla y
obtenido la victoria, disfrutó también del triunfo, y llevó con
él al cielo una gran multitud que había rescatado de la
cautividad; los espíritus encarcelados a los cuales llevó las
alegres nuevas de la redención alcanzada; y quienes, habiendo
sido sacados de la cárcel, acompañaron a la casa de su Padre al
conquistador que regresaba, siendo al mismo tiempo los
rescatados por su sangre y los trofeos de su poder?
Antes de abandonar este tema, es bueno citar
algunas opiniones de críticos bíblicos con referencia a él.
Steiger, que trata el pasaje entero de una manera
extremadamente franca y erudita, dice:
"El sentido simple y literal de las
palabras en este versículo (19), considerado en relación con
el siguiente, nos obliga a adoptar la opinión de que Cristo se
manifestó a los muertos incrédulos". "Tenemos que
admitir que el discurso aquí es el de una proclamación del
evangelio entre los que habían muerto en incredulidad, pero no
sabemos si encontró entrada en muchos o en pocos". "La
expresión enfulakh (que el siríaco traduce como Seol;
los padres la usan como sinónimo de Hades) muestra que el
discurso sólo puede referirse a los incrédulos". "El que yació
bajo la muerte, entró al imperio de la muerte como
conquistador, proclamando libertad a sus súbditos
encarcelados".
La opinión de Dean Alford es muy decidida:
"Entonces, de todo lo que se ha dicho
se infiere que, junto con la gran mayoría de los
comentaristas, antiguos y modernos, entiendo que estas
palabras significan que nuestro Señor, en su estado
incorpóreo, en efecto fue al lugar de detención de los
espíritus que habían partido, y allí anunció su obra de
redención, y predicó la salvación, de hecho, a los espíritus
incorpóreos de los que rehusaron obedecer la voz de Dios
cuando el juicio del diluvio se cernía sobre ellos. Por qué se
menciona a éstos más bien que a otros - ya sea meramente como
muestra de una obra de gracia semejante para otros, o por
alguna razón especial que no nos podemos imaginar - no lo
sabemos".
En un interesante discurso sobre "El Estado
Intermedio", del Rev. J. Stratten, ocurren las siguientes
observaciones:
"Si este pasaje no significara nada
más que el Espíritu Santo ayudó a Noé a predicarles a los
antediluvianos, es una manera por demás oscura, enmarañada, e
inexplicable de expresar un principio bien claro y sencillo.
¿Querría alguno de nosotros emplear este lenguaje, o alguno
como él en absoluto, para expresar esa opinión? Creo que no, y
esto parece ser sólo el refugio de una mente que no comprende
al apóstol, o busca malinterpretarlo".
Aquí podemos
observar, de pasada, que esta liberación del Hades sirve para
ilustrar vívidamente las palabras de Pablo en 1 Cor. 15:26: "El
postrer enemigo que será destruido es la muerte".
CERCANÍA DEL JUICIO Y
DEL FIN DE TODAS LAS COSAS
1 Ped. 4:
5,7. "Pero ellos darán cuenta al que está
preparado para juzgar a los vivos y a los muertos. Mas el fin
de todas las cosas se acerca; sed, pues, sobrios, y velad en
oración".
En estos pasajes,
encontramos nuevamente lo que tan a menudo hemos encontrado
antes, una clara comprensión del juicio y del fin como cercanos.
En el ver. 5, el apóstol da a entender que Dios estaba a punto
se sentarse a juzgar a los vivos y a los muertos. No es posible
que esto se refiera a aquel acto de juicio que está, como
creemos, siempre cercano a todo hombre, en el mismo sentido en
que la muerte y la eternidad están siempre cercanas. Obviamente,
es una adjudicación solemne, pública, y general, en la cual los
vivos y los muertos estaban juntos para responder
por sí mismos ante el tribunal de Dios. Este enfoque del juicio
se deriva del enfoque de la parusía, que se indica tan
claramente en 1:5. Todo lo que se ha afirmado con relación a ese
pasaje se aplica con igual fuerza a este; etoimwzeconti
= estar preparado para juzgar, es una expresión más fuerte que mellonti,
y de ninguna manera puede referirse a ningún suceso que no sea a
uno casi inmediato.
No menos decisiva
es la declaración del ver. 7: "El fin de todas las cosas se
acerca". Cualquier cosa que se quiera decir con ese fin,
es seguro que el apóstol la concibe como cercana, pues la
considera motivo para velar en oración. Para captar toda
la fuerza de la exhortación, tenemos que ponernos en la
situación de estos cristianos apostólicos. Al disminuir, año
tras año, la distancia hacia la desaparición de la generación
que vio y rechazó al Hijo del hombre, la anticipación de la
llegada de la gran consumación predicha debe haberse vuelto más
y más vívida en las mentes de los creyentes cristianos. No nos
toca a nosotros establecer cuáles eran sus conceptos en cuanto a
la naturaleza y la extensión de aquella consumación; o si se
imaginaban o no que ella involucraba la disolución de toda la
armazón y todo el tejido del mundo material. Tenemos que ver, no
con las opiniones privadas de los apóstoles, sino con sus
pronunciamientos en público. Pero la consumación descrita por
nuestro Señor como "el fin", y "el fin del siglo" se acercaba
rápidamente no es una cuestión abierta a debate, sino un punto
de fe, que involucraba la verdad de todas sus afirmaciones. No
puede haber duda de que, en un sentido judaico o religioso, esto
es, por lo que concernía al sistema nacional y eclesiástico del
judaísmo, "el fin de todas las cosas se acercaba". La
destrucción de todo lo que contemplaban los ojos de nuestro
Señor mientras estaba sentado en el monte de los Olivos se
acercaba rápidamente. Esta es la clave de lo que quiere decir
Pedro en este pasaje, y proporciona la única explicación
sostenible y bíblica.
Citamos, con entera satisfacción y aprobación,
las observaciones de un juicioso expositor sobre el pasaje que
nos ocupa:
"Después de
alguna deliberación, he decidido adoptar la opinión de los que
sostienen que 'el fin de todas las cosas' aquí es el fin
completo y final de la economía judía en la destrucción de la
ciudad y el templo de Jerusalén, y la dispersión del pueblo
santo. Aquello estaba cerca, pues esta epístola parece haber
sido escrita muy poco antes de que estos sucesos tuvieran
lugar, y no es improbable que fuese después del comienzo de
las "guerras y los rumores de guerras" de lo cual habló
nuestro Señor. Este punto de vista no parecerá extraño a nadie
que haya sopesado cuidadosamente los términos con los cuales
nuestro Señor había predicho estos sucesos, y la estrecha
relación entre el cumplimiento de estas predicciones y los
intereses y deberes de los cristianos, ya fuera en Judea o en
los países gentiles".
"Está bastante claro que, en las predicciones de nuestro
Señor, las expresiones 'el fin', y probablemente 'el fin del
mundo', se usan con referencia a la total disolución de la
economía judía. Los sucesos de ese período fueron predichos
muy minuciosamente, y nuestro Señor afirmó claramente que no
pasaría la generación existente antes de que se cumplieran
todas las cosas con respecto a 'este fin'. Éste habría de ser
un período de sufrimiento para todos; de prueba, severa
prueba, para los seguidores de Cristo; de juicios terribles
sobre sus opositores judíos, y de glorioso triunfo para la
religión de Jesús. A este período se hacen repetidas
referencias en las epístolas apostólicas. 'Conociendo el
tiempo', dice el apóstol Pablo, 'de que ya es hora de
despertar del sueño, porque ahora está más cerca nuestra
salvación que cuando creímos. La noche está avanzada; se
acerca el día'. 'Sed pacientes', dice el apóstol Santiago, 'y
estad firmes en vuetros corazones: porque la venida del Señor
se acerca'. 'El juez está delante de la puerta'. Las
predicciones de nuestro Señor deben haber sonado muy
familiares a los oídos de los cristianos en el tiempo en que
esto se escribió. Con una mezcla de asombro y gozo, temor y
esperanza, deben haber estado esperando su cumplimiento:
"esperando las cosas que vendrían sobre la tierra"; y era
peculiarmente natural que Pedro se refiriese a estos sucesos,
y que se refiriese a ellos con palabras similares a las usadas
por nuestro Señor, pues él había sido uno de los discípulos
que, sentados con su Señor y teniendo a la vista la ciudad y
el templo, le habían oído hacer estas predicciones.
"Los cristianos
que habitaban en Judea tenían un interés peculiar en estas
predicciones y su cumplimiento. Pero todos los cristianos
tenían un profundo interés en ellas. Los cristianos de las
regiones en las cuales vivían aquéllos a los cuales escribía
Pedro eran principalmente judíos convertidos. Como cristianos,
tenían razón para regocijarse en la esperanza del cumplimiento
de las predicciones, pues confirmaban grandemente la verdad
del cristianismo y eliminaban algunos de los mayores
obstáculos que se oponían a su progreso, como las
persecuciones por parte de los judíos, y el confundir el
cristianismo con el judaísmo por parte de los gentiles, que
estaban acostumbrados a considerar a los profesantes
cristianos como una secta judía. Pero, mientras se regocijan,
lo hacen "con temblor", pues su Señor había indicado
claramente que sería un tiempo de severa prueba para sus
amigos, así como de terrible venganza para sus enemigos. 'El
fin de todas las cosas', que estaba cerca, parece ser lo mismo
que el juicio de los vivos y los muertos, en que el Señor
estaba a punto de entrar - un juicio, el tiempo para el cual
había llegado, que habría de comenzar por la casa de Dios, los
judíos incrédulos, en el cual los justos apenas se salvarían,
y los impíos y los inicuos serían castigados terriblemente.
"La contemplación
de tales sucesos como muy cercanos se adaptaba bien para
funcionar como motivación para la sobriedad y la vigilancia
con oración. Éstos eran exactamente los temperamentos y los
ejercicios requeridos de manera peculiar en tales
circunstancias, y exactamente las disposiciones y ocupaciones
requeridas por nuestro Señor cuando hablaba de aquellos días
de prueba y de ira: 'Mirad también por vosotros mismos, que
vuestros corazones no se carguen de glotonería y embriaguez y
de los afanes de esta vida, y venga de repente sobre vosotros.
Porque como un lazo vendrá sobre todos los que habitan sobre
la faz de la tierra. Velad, pues, en todo tiempo orando que
seáis tenidos por dignos de escapar de todas estas cosas que
vendrán, y de estar en pie delante del Hijo del Hombre'. [Luc.
21:34-36]. Es difícil creer que el apóstol no tuviese en mente
estas mismas palabras cuando escribió el pasaje que nos
ocupa". - Expository Discourses sobre 1 Pedro, por el Dr. John
Brown, Edinburgh, vol. ii, pp. 292-294.
LAS BUENAS NUEVAS
ANUNCIADAS A LOS MUERTOS
1 Ped. 4:6.
"Porque por esto también ha sido predicado el evangelio a los
muertos [kainekroizeughgelisqh], para que sean juzgados en
carne según los hombres, pero vivan en espíritu según Dios".
Quizás apenas
pueda decirse que el pasaje citado arriba cae dentro del ámbito
de esta discusión, puesto que no parece tener ninguna relación
directa con el tiempo de la parusía; y su extrema dificultad
podría ser una buena razón para evitar examinarlo en absoluto.
Sin embargo, como manifiestamente pertenece a la escatología del
Nuevo Testamento, y como no tenemos ningún derecho a
considerarlo como desesperadamente insoluble, parece mejor no
pasarlo por alto en silencio.
Puede haber pocas dudas de que éste es uno de una clase de
pasajes difíciles que, aunque oscuros para nosotros, eran
inteligibles y fáciles para los lectores originales de las
epístolas. (Véase 1 Cor. 11:10; 15:29). Una alusión de pasada
podría invocar todo un tren de ideas en sus mentes, de manera
que comprendieron fácilmente lo que a nosotros nos desconcierta
sin remedio. Paley, en su Horae Paulinae, cap. 10, No. 1,
advierte de esta dificultad en una correspondencia real que
caiga en manos de una tercera persona.
El ámbito general
del argumento es lo suficientemente claro. El apóstol comienza
el capítulo llamando a los sufrientes y perseguidos discípulos a
imitar el ejemplo de su una vez sufriente pero ahora victorioso
Señor. "Armaos del mismo pensamiento", es decir, sufrid como él
sufrió, aún hasta la muerte, si es necesario. En los siguientes
versículos, alude a la anterior vida sensual y sin Dios de
ellos, y la ofensa que el cambio a la pureza de una conducta
cristiana infirió a sus vecinos paganos (vers. 2, 2, 4). Esta
protesta silenciosa pero viviente contra la inmoralidad del
paganismo parece haber sido una de las causas de la antipatía
general hacia el evangelio, que encontró salida en calumniosas
imputaciones contra los inocentes cristianos: "Hablando mal de
vosotros" (blasfhmountez). Pero estos calumniadores y
perseguidores pronto serían llamados a cuenta por Aquél que
estaba a punto de juzgar a los vivos y a los muertos (ver. 5).
Se encontrará que
es muy importante tener presente esta introducción al argumento
del apóstol, pues conduce a la afirmación del ver. 6.
Ahora examinemos
esa afirmación: "Porque por esto también ha sido predicado el
evangelio a los muertos, para que sean juzgados en carne según
los hombres, pero vivan en espíritu según Dios".
Puede decirse
ciertamente que aquí hay tantas dificultades como palabras.
¿Cuándo, dónde, y por quién fue predicado el evangelio a los
muertos? ¿Quiénes eran los muertos a quienes se les predicó el
evangelio? ¿Por qué se les predicó? ¿Cómo podían los muertos ser
juzgados en carne según los hombres? ¿Cómo podían vivir en
espíritu según Dios? ¿Y cómo es que la predicación del evangelio
a los muertos produjo este resultado, "para que vivan en
espíritu según Dios"?
No serviría de
nada repasar la multitud de explicaciones de este oscuro pasaje
que han sido propuestas por diferentes comentaristas. Baste
examinar una o dos de las más plausibles.
A la pregunta:
¿Quiénes eran los muertos a los cuales se dice que fue predicado
el evangelio?, algunos creen que es suficiente contestar: Son
los que, estando muertos ahora, estaban vivos en la
carne cuando el evangelio se les predicó. Ésta sería una
solución fácil si fuese permitido interpretar así las palabras
del apóstol; pero esta explicación tiene una objeción fatal:
hace expresar al apóstol un hecho muy simple y sencillo de un
modo inexplicablemente oscuro y ambiguo. Las palabras mismas
rechazan tal explicación. Alford no habla con demasiada fuerza
cuando dice:
"Si kai nekroiz euhggelisqh puede
significar 'el evangelio fue predicado durante sus vidas a
algunos que ahora están muertos', la exégesis ya no tiene
ninguna regla fija, y a la Escritura se le puede hacer probar
cualquier cosa".
Otros suponen que
debe entenderse que los "muertos" en el ver. 6 son los espirtualmente
muertos; pero contra esto hay dos objeciones insalvables:
primera, no discrimina una clase particular, pues todos los
hombres están espiritualmente muertos la primera vez que se les
predica el evangelio; y segunda, atribuye a la palabra nekroi
[los muertos] un significado diferente del que tiene la misma
palabra en el ver. 5 - "los vivos y los muertos". Según esta
interpretación, la palabra "muertos" se usa literalmente en el
ver. 5, y en un sentido ético en el ver. 6. Pero, como dice
Alford con justicia:
"Son falsas todas las interpretaciones
que no atribuyen a la palabra nekroiz del ver. 6 el mismo
significado de nekroiz en el ver. 5; es decir, el de muertos,
literal y simplemente; hombres que han muerto, y están en sus
tumbas".
Pero,
probablemente, la opinión más común es la de que aquí el apóstol
alude nuevamente a la predicación de Cristo a los espíritus
encarcelados a que se hace referencia en 3:19,20; y al
principio, esta parece la explicación más natural. Aquella fue,
sin duda, una predicación del evangelio a los muertos, y también
a una clase particular de muertos, los antediluvianos que fueron
desobedientes en los días de Noé, y que fueron alcanzados por el
juicio de Dios.
Pero, cuando examinamos más de cerca la afirmación del apóstol,
descubrimos que esta aplicación de sus palabras de ninguna
manera se ajusta a las personas designadas como "los espíritus
encarcelados". ¿Cómo se podría decir que los antediluvianos
serían "juzgados en carne según los hombres"? Ellos perecieron
por la visita de Dios, no por el juicio o la acción de los
hombres, y parece evidente que la cláusula subsiguiente - "para
que vivan en espíritu según Dios" - implica la reversión de la
condenación humana que había sido impuesta sobre los muertos
mientras estaban en el cuerpo.
Ninguna de las
explicaciones ordinarias, pues, parece llenar los requisitos del
caso. Esos requisitos son: encontrar una clase de muertos a los
cuales se les predicó el evangelio después de haber muerto; una
clase de los que fueron condenados a muerte, mientras estaban en
la carne, por el juicio de los hombres, pero que están
destinados a vivir en espíritu, según el juicio de Dios, y que
esto sea consecuencia de haberles sido predicado el evangelio
después de haber muerto.
En seguida somos
llevados a la conclusión de que esta clase particular, juzgada o
condenada por el juicio humano, debe referirse a los perseguidos
discípulos de Cristo. Es a los tales y de los tales que el
apóstol está hablando, como es evidente por los versículos
iniciales del capítulo. Sería bastante correcto decir de los
tales que, aunque (injustamente) condenados por el hombre,
serían vindicados por Dios. Es también correcto decir de los
tales (especialmente, si son mártires de la fe) que
habían "sufrido en carne" - habían sido ejecutados por el juicio
humano, pero vivificados en espíritu, o en cuanto a sus
espíritus, y esto según Dios, o por el juicio divino. Pero
todavía queda la formidable dificultad que presentan las
palabras "también ha sido predicado el evangelio a los muertos".
En el Nuevo Testamento no se menciona ninguna predicación del
evangelio a los mártires cristianos después de muertos. Pero,
¿estamos obligados necesariamente a dar este sentido a la
palabra euhggelisqh? Creemos que es aquí donde se encuentra la
clave de la verdadera explicación de este pasaje; y que es la
errónea interpretación de esta palabra lo que ha confundido a
los comentaristas. Aunque se usa muy comúnmente en sentido
técnico para referirse a la predicación del evangelio, éste no
es en modo alguno su uso invariable en el Nuevo Testamento. Se
emplea para significar el anuncio de cualquier buena nueva, y no
exclusivamente de las alegres nuevas del evangelio. Por eso, en
Hebreos 4:2, incorrectamente traducido en nuestra Versión
Autorizada [en inglés] como "también a nosotros se nos ha
anunciado el evangelio como a ellos", no hay ninguna alusión a
la predicación del evangelio en el sentido técnico de la frase,
sino simplemente al hecho de que "a nosotros, así como a los
antiguos israelitas, nos han traído las buenas nuevas"
[esmen enhggelismenoi], siendo en ambos casos las buenas nuevas
la promesa de entrar en el reposo de Dios. Así que, en un
sentido más general, la palabra se usa para denotar cualquier
noticia agradable, como en 1 Tes. 3:6: "Cuando Timoteo nos dio
buenas noticias de vuestra fe", etc. [euaggelisamenou
hmin]. Así sucede también en Apoc. 10:7: "Como él lo anunció
[euhggelisen = hizo una declaración consoladora] a sus siervos
los profetas" (Véase también Gál. 3:8).
Pero la pregunta
todavía se repite: ¿Dónde tenemos en el Antiguo Testamento
alguna alusión a tales buenas nuevas, noticias agradables, o
afirmaciones consoladoras, hechas a cualesquiera confesores o
mártires cristianos después de sus muertes? El apóstol parece
hablar de algún hecho con el cual estaban familiarizadas las
personas a las que escribió, un hecho al que sólo tenía que
aludir para que ellas reconocieran su significado en seguida.
Ahora bien, efectivamente tenemos en el Nuevo Testamento una
representación histórica en la cual encontramos presentes todas
estas circunstancias. Tenemos la descripción de una escena en la
cual los mártires cristianos, que habían sido condenados y
ejecutados en carne por el juicio del hombre, apelan a la
justicia de Dios contra sus perseguidores, y se les hace una
declaración consoladora, después de muertos, asegurándoles una
pronta vindicación y una gloriosa recompensa celestial.
Por supuesto,
aludimos a la impresionante representación que da Apocalipsis de
las almas martirizadas bajo el altar, apelando a Dios para la
vindicación de su causa contra sus perseguidores y asesinos -
"los que moran en la tierra" - y que se describe en Apoc.
6:9-11:
"Cuando abrió el quinto sello, vi bajo
el altar las almas de los que habían sido muertos por causa de
la palabra de Dios y por el testimonio que tenían. Y clamaban
a gran voz, diciendo: ¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero,
no juzgas y vengas nuestra sangre en los que moran en la
tierra? Y se les dieron vestiduras blancas, y se les dijo que
descansasen todavía un poco de tiempo, hasta que se completara
el número de sus consiervos y sus hermanos, que también habían
de ser muertos como ellos".
Esto parece llenar
exactamente todos los requisitos del caso. Aquí encontramos a
los nekroi, los muertos cristianos; fueron juzgados o condenados
en carne, por el juicio del hombre, o "según los hombres";
habían sido ejecutados "por la palabra de Dios, y por el
testimonio que tenían". Encontramos una consoladora declaración
que se les hizo en su estado desencarnado, y tenemos en la
epístola una laguna que ha sido llenada en la visión
apocalíptica, porque se nos informa de lo que condujo a este
euaggelion que se les llevó; se les asegura que en un poco de
tiempo su causa sería vindicada, según sus oraciones; mientras
tanto, se le da a cada uno de ellos "una vestidura blanca",
símbolo de pureza y de victoria, y que seguramente es
equivalente a ser justificado por el juicio divino.
Pero esta correspondencia, impresionante como es, no es todo; la
declaración del apóstol es dilucidada, no solamente por
Apocalipsis por una parte, sino por el evangelio, por la otra.
La mayoría de los comentaristas ha notado la obvia relación
entre la escena de las almas de los mártires bajo el altar en la
visión apocalíptica y la notable parábola de nuestro Señor en
Lucas 18; pero, hasta donde hemos observado, ninguno de ellos ha
captado la verdadera analogía entre la parábola y la visión. En
los versículos siete y ocho de ese capítulo, encontramos la
moraleja de la parábola. "¿Y acaso Dios no hará justicia a sus
escogidos, que claman a él día y noche? ¿Se tardará en
responderles? Os digo que pronto les hará justicia. Pero cuando
venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?" La parábola
y la visión son, de hecho, contrapartes la una de la otra, y
ambas sirven para explicar el pasaje en esta epístola de Pedro.
Como sucede en Apocalipsis, también ocurre en la parábola.
Encontramos todos los elementos de la declaración de la
epístola. Tenemos a discípulos cristianos que sufren
injustamente; condenados en carne por el juicio del hombre;
apelando a Dios para que juzgue su causa; tenemos la seguridad
de su rápida vindicación por Dios, y encontramos en el evangelio
una característica adicional que lo pone en correspondencia más
perfecta con la afirmación de la epístola; porque se indica
evidentemente que esta vindicación ha de tener lugar en la
parusía - "cuando venga el Hijo del Hombre".
Por último,
podemos señalar la íntima relación entre la afirmación del
apóstol, así interpretada, y el argumento que está adelantando.
Era apropiado asegurarles a los creyentes perseguidos que su
causa estaba asegurada en las manos de Dios; que, aunque fuesen
llamados a sufrir hasta el punto de tener que derramar su sangre
hasta la muerte por la injusta sentencia de los hombres, Dios
les vindicaría prontamente, pues Él estaba a punto de hacer
comparecer a sus perseguidores ante su tribunal. Esta era la
lección de la parábola de la viuda inoportuna, y quizás aún más
de la visión de las almas de los mártires bajo el altar, a la
cual parece aludir más particularmente el lenguaje del apóstol -
"Porque para esto se hizo una consoladora declaración aun a
los muertos, para que, aunque habían sido condenados en la
carne por el injusto juicio de los hombres, pudieran disfrutar
de la vida eterna en su espíritu, según el justo juicio de
Dios".
Esta
interpretación supone que Apocalipsis se escribió y circuló
ampliamente antes de la destrucción de Jerusalén. Es una
reflexión acerca de la perspicacia crítica de muchos eminentes
comentaristas ingleses el que se hayan apoyado por tanto tiempo
en la caña quebrada de la tradición con respecto a la fecha de
Apocalipsis. La evidencia interna de ese libro debió haber
evitado la posibilidad de que fuesen inducidos a error por la
autoridad de Ireneo. Pero tenemos que reservarnos cualesquiera
observaciones ulteriores sobre este tema hasta que lleguemos a
considerar el libro de Apocalipsis.
EL FUEGO DE PRUEBA Y
LA GLORIA VENIDERA
1 Ped.
4:12,13. "Amados, no os sorprendáis del fuego
de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña
os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois participantes de
los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación
de su gloria os gocéis con gran alegría".
Estas palabras
indican claramente que en ese tiempo y por todas partes los
cristianos estaban pasando por un severo cernimiento y una
severa prueba - "un fuego de prueba". Y no meramente un
fuego de prueba, sino la prueba, por largo tiempo
predicha y esperada, vale decir, la gran tribulación que
habría de preceder a la parusía. Los apóstoles advirtieron a los
discípulos: "Es necesario que a través de muchas tribulaciones
entremos en el reino de Dios" (Hech. 14:22). El Señor mismo les
había enseñado esto, especialmente en su discurso profético.
Evidentemente, la tribulación predicha ya había llegado; en
realidad, estaban pasando a través del fuego. Es imposible no
recordar aquí las palabras de Pablo: "Por el fuego será
revelada; y la obra de cada uno cual sea, el fuego la probará"
(1 Cor. 3:13). Es altamente probable que la feroz persecución
bajo el gobierno de Nerón estuviese en su furor en ese tiempo, y
tenemos buenas razones para creer que se extendía más allá de
Roma, hasta las provincias del imperio.
Otra indicación
del tiempo se encuentra en el ver. 13: "En la revelación de su
gloria". La parusía es siempre representada trayendo alivio de
la persecución, y recompensa al sufriente pueblo de Dios. Ya
hemos visto que la gloria estaba "a punto de ser revelada", y
encontraremos la misma seguridad repetida en el cap. 5:1.
EL TIEMPO DEL JUICIO
HA LLEGADO
1 Ped.
4:17-19. "Porque es tiempo de que el juicio
comience por la casa de Dios; y si primero comienza por
nosotros, ¿cuál será el fin de aquéllos que no obedecen al
evangelio de Dios? Y si el justo con dificultad se salva, ¿en
dónde aparecerá el impío y el pecador? De modo que los que
padecen según la voluntad de Dios, encomienden sus almas al
fiel Creador, y hagan el bien".
Vale la pena
observar cuán diferente del tono de Pedro es el de Pablo en la
segunda epístola a los Tesalonicenses al hablar del día del
Señor. Pedro declara que el día del cual dice Pablo que todavía
no ha llegado, y que no es posible sino cuando la apostasía
aparezca por primera vez, había llegado. La catástrofe era ahora
inminente. "Dios estaba preparado para juzgar a los vivos y a
los muertos"; "el tiempo para que comenzara el juicio había
llegado". La importancia de estas palabras se volverá evidente
si consideramos que esta epístola se escribió muy cerca del
estallido de la guerra de los judíos, si no después de que ya
había comenzado.
De que este es "el juicio que debe comenzar por la casa de Dios"
apenas puede haber dudas. Hay una manifiesta alusión en el
lenguaje del apóstol a la visión del profeta Ezequiel (cap. 9).
El profeta ve una pandilla de hombres armados encargados de ir
por la ciudad (Jerusalén) y matar a todos los viejos y los
jóvenes que no tuvieran el sello de Dios sobre sus frentes. A
los ministros de la venganza se les ordena comenzar la obra de
juicio en la casa de Dios: "Comenzaréis por mi santuario". El
apóstol ve esta visión a punto de cumplirse en la realidad. El
juicio debe comenzar por la casa de Dios, y el tiempo ha
llegado. Puede ser una cuestión de si, por la casa de Dios, el
apóstol quiere decir el templo de Jerusalén, como indicaría la
profecía de Ezequiel, o la casa espiritual de Dios, la iglesia
cristiana. Puede ser que ambas ideas estuviesen presentes en su
mente, y podrían haber estado, pues ambas se estaban verificando
en ese momento. La persecución de la iglesia de Cristo ya había
comenzado, como testifica la epístola, y el círculo de sangre y
fuego se estrechaba alrededor de la ciudad y el templo de
Jerusalén condenados a la destrucción.
Es perfectamente
claro que todo esto se dice con referencia a un suceso
particular e inminente, una catástrofe que estaba a punto de
tener lugar; y no hay ninguna otra explicación posible, aparte
de la que se ve de modo palpable en las páginas de la historia,
el juicio de la culpable nación del pacto, con la destrucción de
la casa de Dios y la disolución de la economía judía.
Las siguientes observaciones del Dr. John Brown
expresan bien el sentido de este pasaje:
"Aquí parece
haber una referencia a un juicio o prueba particulares, que
los cristianos primitivos tenían razón para esperar. Cuando
consideramos que esta epístola se escribió muy poco antes del
comienzo de aquella terrible escena de juicio que terminó con
la destrucción del sistema político y civil de los judíos, y
que nuestro Señor había predicho tan minuciosamente, apenas
podemos dudar de la referencia en la expresión del apóstol.
Después de haber especificado guerras y rumores de guerras,
hambres, pestilencias, y terremotos, como síntomas del
'principio de dolores', nuestro Señor añade: 'Entonces os
entregarán a tribulación, y os matarán, y seréis aborrecidos
de todas las gentes por causa de mi nombre' (Mat. 24:9). 'Os
entregarán a los concilios, y en las sinagogas os azotarán',
etc. (Mar. 13:9).
"Este es el
juicio que, aunque debía caer con mayor peso sobre la Tierra
Santa, era claro que debía extenderse a dondequiera que se
encontrasen judíos y cristianos, 'pues donde estén los cuerpos
muertos, allí se juntarán las águilas', lo cual debía comenzar
en la casa de Dios, y habría de ser tan severo que 'los justos
con dificultad se salvarían'. Sólo se salvarían los que
soportasen la prueba, y muchos no la soportarían. Todos los
verdaderamente justos se salvarían; pero muchos que parecían
justos no perseverarían hasta el fin, y por eso no se
salvarían, etc. Algunos han supuesto que la referencia es a la
persecución por parte de Nerón, que precedió por algunos años
a las calamidades que acompañaron a las guerras de los judíos
y a la destrucción de Jerusalén". Dr. John Brown sobre 1 Ped.
vol. 7, p. 357.
LA GLORIA A PUNTO
DE SER REVELADA
1 Ped. 5:1. "Ruego a los
ancianos que están entre vosotros, yo anciano también con
ellos, y testigo de los padecimientos de Cristo, que soy
también participante de la gloria que será revelada".
1 Ped. 5:4.
"Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros
recibiréis la corona incorruptible de gloria".
Todo en este
capítulo indica la cercanía de la consumación. Éste es
el motivo de cada deber, para la fidelidad, la humildad, la
vigilancia, la paciencia. La gloria pronto será revelada
[thz melloushz apokalupteskai doxhz]; los fieles pastores
ayudantes recibirán la corona inmarcesible cuando sa manifieste
el Príncipe de los pastores; los sufrimientos de la iglesia
perseguida han de continuar sólo "un poco más de tiempo"
(ver. 10). Todo indica una consumación grande y feliz que está a
punto de ocurrir. ¿Hablaría el apóstol de una esperada corona de
gloria como motivo para la presente fidelidad si dependiese de
un suceso incierto y posiblemente muy distante en el tiempo?
Pero si el Príncipe de los pastores no se ha manifestado
todavía, la corona de gloria todavía no ha sido recibida. Está
bastante claro que, como lo ve el apóstol, la revelación de la
gloria, la manifestación del Príncipe de los pastores, la
recepción de la corona inmarcesible, y el fin del sufrimiento,
todo estaba en el futuro inmediato. Si estaba errado en esto,
¿es digno de confianza en alguna cosa?
De este pasaje (ver. 11), observa Alford:
"Basándonos en este pasaje solamente,
no quedaría claro si Pedro consideró la venida del Señor como
de ocurrencia probable en la vida de sus lectores o no; pero,
interpretado por la analogía de sus otras expresiones sobre el
mismo tema, parece que sí lo hizo".
Sin duda lo hizo;
también Pablo, y Santiago, y Juan, y toda la iglesia apostólica;
y lo creyeron por la más alta autoridad, la palabra de su divino
Maestro y Señor.
LA PARUSÍA EN LA
SEGUNDA EPÍSTOLA DE PEDRO
No es parte de
nuestro plan discutir las preguntas difíciles y no
resueltas con respecto a si la Segunda Epístola de Pedro
es genuina y auténtica o no, y el problema no resuelto del
capítulo segundo. En vista de las dificultades que presenta en
su enseñanza escatológica, quizás podríamos declinar la
aceptación de su autoridad, pero la aceptamos como está,
creyendo honestamente que contiene indubitable evidencia interna
de su origen apostólico. Parece haber sido escrita no mucho
tiempo después de la primera epístola, y muy poco antes de la
muerte del apóstol (cap. 1:14). Alford da la fecha, de modo
conjetural, como el año 68 d. C.
BURLADORES EN "LOS
POSTREROS DÍAS"
2 Ped. 3:3,4.
"Sabiendo primero esto, que en los primeros días vendrán
burladores, andando según sus propias concupiscencias, y
diciendo: ¿Dónde está la promesa de su advenimiento? Porque
desde el día en que los padres durmieron, todas las cosas
permanecen así como desde el principio de la creación".
Los burladores
a los que se alude en este pasaje son sin duda las mismas
personas cuyo carácter se describe en el capítulo anterior. La
incredulidad en las promesas y las amenazas de Dios,
especialmente en cuanto a su juicio venidero, es la
característica de estos hombres malvados de los "postreros
días". Con la descripción de estos incrédulos, se nos recuerda
la predicción de nuestro Señor con referencia al mismo período:
"Pero, cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la
tierra?" (Luc. 18:8). Vale la pena notar también que el apóstol,
al contestar el argumento derivado de la estabilidad de la
creación, se refiere a la catástrofe del diluvio como
ilustración del poder de Dios para destruir a los impíos: la
misma ilustración empleada por nuestro Señor al referirse al
estado de cosas en la parusía (Mat. 24:37-39).
No hay que olvidar que Pedro está hablando, no de una catástrofe
distante, sino de una catástrofe inminente. Los "postreros días"
eran los días que en ese momento eran actuales (1 Ped. 1:5,20),
y que los burladores de los que se habla existían realmente
(cap. 3:5): "Éstos ignoran voluntariamente", etc.
ESCATOLOGÍA DE PEDRO
2 Ped.
3:7,10-13. "Pero los cielos y la tierra que
existen ahora están reservados por la misma palabra, guardados
para el fuego en el día del juicio y de la perdición de los
hombres impíos. ... Pero el día del Señor vendrá como ladrón
en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande
estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la
tierra y las obras que en ella hay serán quemadas". Puesto que
todas estas cosas han de ser deshechas, ¡cómo no debéis
vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir, esperando y
apresurándoos para la venida del día de Dios, en el cual los
cielos, encendiéndose, serán deshechos, y los elementos,
siendo quemados, se fundirán!. Pero nosotros esperamos, según
sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora
la justicia".
Las imágenes
empleadas aquí por el apóstol sugieren de modo natural la idea
de la disolución total, por medio del fuego, de la sustancia y
la estructura de la creación material, no sólo de la tierra,
sino también del sistema al cual pertenece; y este es, sin duda,
el concepto popular de la consumación final que se espera ponga
fin al actual orden de cosas. Sin embargo, un poquito de
reflexión y una mayor familiarización con el lenguaje simbólico
de la profecía serán suficientes para modificar esta conclusión,
y llevarnos a una interpretación más de acuerdo con la analogía
de descripciones similares en los escritos proféticos. Primero,
es evidente, por la naturaleza del asunto, que esta
conflagración universal, como puede llamársele, era considerada
por el apóstol como a punto de tener lugar: "El fin de todas las
cosas se acerca" (1 Ped. 4:7). La consumación estaba tan cercana
que se describe como un suceso al cual debían mirar "esperando y
apresurándose" (ver. 12). Se sigue, por lo tanto, que de lo que
habla aquí el espíritu de profecía no podría ser la destrucción
o disolución literal del globo terráqueo y el universo creado.
Pero que, en el momento en que esta epístola se escribió, era
inminente una catástrofe terrible y casi inmediata; que el "día
del Señor", predicho por tanto tiempo, estaba realmente cerca;
que el día realmente llegó, rápidamente y de repente;
que vino "como ladrón en la noche"; que un llameante diluvio de
ira y de juicio les sobrevino al territorio culpable y a la
nación culpable de Israel, destruyendo y disolviendo sus cosas
terrenales y celestiales, es decir, sus instituciones temporales
y espirituales, es un hecho impreso indeleblemente en las
páginas de la historia. El momento para el cumplimiento de estas
predicciones ahora había llegado, y cuando el apóstol escribió
fue para declarar que era el "tiempo postrero", y los sarcasmos
de los burladores estaban verificando los hechos. Por lo tanto,
llegamos a la inevitable conclusión de que era la catástrofe
final de Judea y Jerusalén, predicha por nuestro Señor en la
profecía del Monte de los Olivos, y a la cual se refieren los
apóstoles tan frecuentemente, a la que Pedro aludía en las
imágenes simbólicas que parecen dar a entender la disolución del
universo material.
Segundo, tenemos que interpretar estos símbolos de acuerdo con
la analogía de la Escritura. El lenguaje de la profecía es el
lenguaje de la poesía, y no debe ser tomado en sentido
estrictamente literal. Felizmente, no hay ausencia de
descripciones paralelas en los profetas antiguos, y apenas habrá
alguna figura usada por Pedro aquí de la cual no encontramos
ejemplos en el Antiguo Testamento, y así, podemos obtener una
clave del significado de símbolos semejantes en el Nuevo.
LA CERTEZA DE LA
CERCANA CONSUMACIÓN
2 Ped. 3:8,9.
"Mas, oh amados, no ignoréis esto: que para con el Señor un
día es como mil años, y mil años como un día. El Señor no
retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino
que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno
perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento".
Pocos pasajes han
sufrido interpretaciones más erróneas que éste, al cual se le ha
obligado a hablar un lenguaje inconsistente con su obvio
propósito y hasta incompatible con una estricta consideración a
la veracidad.
Hay aquí probablemente una alusión a las palabras del salmista,
en las que éste contrasta la brevedad de la vida humana con la
eternidad de la existencia divina: "Porque mil años delante de
tus ojos son como el día de ayer, que pasó" (Sal. 90:4). Es un
pensamiento grandioso y sublime, y bien en consonancia con el
sentimiento del apóstol: "Para con el Señor, un día es como mil
años". Pero seguramente sería el colmo de lo absurdo considerar
esta sublime imagen poética como un cálculo para la divina
medición del tiempo, o como licencia para hacer a un lado por
completo las definiciones de tiempo en las predicciones y las
promesas de Dios.
Sin embargo, no es
raro que se citen estas palabras como argumento o excusa para
desestimar por completo el elemento tiempo en los escritos
proféticos. Aun en casos en que se especifica cierto tiempo en
la predicción, o en que se expresan limitaciones tales como "en
breve", "prontamente", o "cerca", se apela
al pasaje que tenemos delante para justificar un tratamiento
arbitrario de tales notas de tiempo, de modo que pronto
puede significar tarde, cercano puede significar
distante, corto puede significar largo, y
viceversa. Cuando se señala que, de acuerdo con sus propios
términos, ciertas predicciones tienen que cumplirse dentro de un
tiempo limitado, la respuesta es: "Para con el Señor, un día es
como mil años, y mil años como un día". Así, nos encontramos con
un crítico eminente que compromete su reputación con una
afirmación como la siguiente: "La mayoría de los apóstoles
escribió y habló [de la parusía] en el sentido de que ocurriría
pronto, no, sin embargo, sin muchas y suficientes
indicaciones de que un intervalo, y no corto, ocurriría
primero". Otro, aludiendo a la predicción de Pablo en 2 Tes. 2,
observa: "Nos dice que, mientras que la venida del Señor estaba
cercana entonces, también era remota". Éstas son
muestras de lo que pasa por exégesis en no pocos comentaristas
de gran reputación.
Seguramente es
innecesario repudiar de la manera más enérgica un método tan
antinatural de interpretar el lenguaje de la Escritura. Es
antigramatical e irrazonable. Aún peor, es inmoral. Es sugerir
que Dios tiene dos pesas y dos medidas en sus tratos con los
hombres, y que, en su modo de calcular, hay una ambigüedad y una
variabilidad que hace imposible decir "qué clase de tiempo puede
significar el Espíritu de Cristo en los profetas". Parece dar a
entender que un día puede no significar un día, y que mil años
pueden no significar mil años, sino que cualquiera de las dos
expresiones puede significar la otra. De ser así, sería
imposible interpretar la profecía; quedaría despojada de toda
precisión, y aún de toda credibilidad; porque es manifiesto que
si podría haber tal ambigüedad e incertidumbre con respecto al
tiempo, podría haber no menos ambigüedad e incertidumbre con
respecto a todo lo demás.
Las Escrituras
mismas, sin embargo, no apoyan este método de interpretación. La
fidelidad es uno de los atributos que con más frecuencia
se le atribuyen al "Dios que guarda el pacto", y la divina
fidelidad es lo que el apóstol afirma en este mismo pasaje. Al
sarcasmo de los burladores que impugnan la fidelidad de Dios, y
preguntan: "¿Dónde está la promesa de su venida?", el apóstol
contesta: "El Señor no retarda su promesa, como algunos la
tienen por tardanza"; no hay en Él ninguna inconstancia, ni es
olvidadizo; el transcurso de tiempo no invalida su palabra; su
promesa permanece firme tanto para lo cercano como para lo
lejano, para hoy o para mañana, o para mil años después. Para
Él, un día es semejante a mil años: es decir, la promesa que ha
dicho que cumplirá en un día la cumplirá puntualmente, y la
promesa que ha dicho que cumplirá en mil años será ejecutada con
igual puntualidad. La duración del tiempo no representa ninguna
diferencia para Él. No falsificará la promesa que tiene validez
por un día, ni se olvidará de la promesa que se refiere a mil
años después. Lo largo o lo corto del plazo, ya sea un día o una
época, no afecta su fidelidad. "El Señor no retarda su promesa";
Él "guarda la verdad para siempre". Pero el apóstol no dice que,
cuando el Señor promete una cosa para hoy puede que no
cumpla su promesa en mil años: eso sería tardanza; eso
sería violación de una promesa. El apóstol no dice que, porque
Dios es infinito y eterno, por lo tanto Él calcula con una
aritmética diferente de la nuestra, ni que nos habla con doble
sentido, ni que usa dos diferentes pesas y medidas en sus tratos
con la humanidad. Lo opuesto es la verdad. Como Hengstenberg
observa con justeza: "El que habla a los hombres, debe hablarles
de acuerdo con los conceptos humanos, o de lo contrario,
advertirles que no lo ha hecho así".
Es evidente que el
propósito del apóstol en este pasaje es dar a sus lectores la
más fuerte seguridad de que la catástrofe inminente de los
últimos días estaba muy cerca de cumplirse. La veracidad y la
fidelidad de Dios garantizaban el puntual cumplimiento de la
promesa. Haber indicado que el tiempo era una variable en la
promesa de Dios habría equivalido a ridiculizar su argumento y a
neutralizar su propia enseñanza, que era, que "el Señor no
retarda su promesa".
LO REPENTINO DE LA
PARUSÍA
2 Ped. 3:10.
"Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche".
Esta afirmación
establece con precisión el acontecimiento al cual el apóstol se
refiere como "día del Señor". Nos es familiar a causa de las
frecuentes alusiones a él en otras partes del Nuevo Testamento.
Nuestro Señor había declarado: "El Hijo del hombre vendrá a la
hora que no pensáis". Había advertido a sus discípulos que
velaran, diciendo: "Si el padre de familia supiese a qué hora el
ladrón habría de venir, velaría" (Mat. 24:43). Pablo había dicho
a los tesalonicenses: "Vosotros sabéis perfectamente que el día
del Señor vendrá así como ladrón en la noche" (1 Tes. 5:2). Y
nuevamente, Juan había escrito en Apocalipsis: "He aquí, yo
vengo como ladrón" (Juan 16:15). Puesto que las alusiones en
estos pasajes se refieren sin duda a la inminente catástrofe de
Judea y Jerusalén, llegamos a la conclusión de que éste es
también el suceso al que se refiere el pasaje que nos ocupa.
ACTITUD DE LOS
CRISTIANOS PRIMITIVOS
EN RELACIÓN CON LA PARUSÍA
2 Ped. 3:12.
"Esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios".
Que "el día de
Dios", "el día de Cristo", y "el día del Señor" son expresiones
sinónimas que hacen referencia al mismo suceso es demasiado
obvio para requerir prueba alguna. Aquí encontramos nuevamente
lo que tan a menudo hemos encontrado antes - la actitud de
expectación y ese sentido de la cercanía inminente de la parusía
que son tan característicos de la era apostólica. Es increíble
que todo esto esté basado en un mero engaño, y que la iglesia
cristiana entera, junto con los apóstoles, y el divino Fundador
del cristianismo en persona, estuviesen involucrados en un
error común. Las palabras no tienen ningún significado si una
afirmación como ésta puede referirse a algún suceso todavía
futuro, y quizás distante, que no puede ser "esperado" porque no
está a la vista, ni se puede "apresurar" porque es
indefinidamente remoto.
LOS NUEVOS CIELOS Y LA
NUEVA TIERRA
2 Ped. 3:13.
"Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y
tierra nueva, en los cuales mora la justicia".
El catástrofe que
estaba a punto de ocurrir habría de ser sucedida por una nueva
creación. Las angustias de muerte de la antigua son los dolores
de nacimiento de la nueva. La antigua Jerusalén debía dar lugar
a la nueva; el reino de este mundo al reino de nuestro Señor y
de su Cristo. Puede preguntarse si por nuevos cielos y nueva
tierra el apóstol quiere dccir un nuevo orden de cosas aquí
entre los hombres o un estado celestial santo y perfecto.
También puede preguntarse: ¿A qué promesa se refiere el apóstol
cuando dice: "Según sus promesas"? Alford sugiere Isa. 65:17:
"Porque he aquí yo crearé nuevos cielos y nueva tierra", etc., y
esto puede ser correcto. Pero nosotros nos sentimos inclinados
más bien a creer que el apóstol tiene en mente "el nuevo cielo y
la nueva tierra" de Apocalipsis, donde encontramos la justicia
presentada como la característica distintiva de la nueva era. La
nueva Jerusalén es la santa ciudad, en la cual "no
entrará ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y mentira".
No es más improbable que Pedro se refiera a los escritos del
apóstol Juan que a los del apóstol Pablo.
LA CERCANÍA DE LA
PARUSÍA,
MOTIVO DE DILIGENCIA
2 Ped. 3:14.
"Por lo cual, oh amados, estando en espera de estas cosas,
procurad con diligencia ser hallados por él sin mancha e
irreprensibles, en paz".
Esta exhortación
indica claramente que la parusía se espera como cercana. Su
cercanía es motivo para la diligencia y la preparación para
encontrarse con Señor. No es la muerte lo que se espera
aquí, sino el ser hallado por el Señor vigilantes, "ceñidos
vuestros lomos, y vuestras lámparas encendidas".
LOS CREYENTES NO DEBEN
DESANIMARSE
POR LA APARENTE DEMORA DE LA PARUSÍA
2 Ped. 3:15. "Y tened
entendido que la paciencia de nuestro Señor es para salvación".
La aparentemente
larga demora de la ansiosamente larga espera de la venida del
Señor debe haber sido preocupante para los perseguidos
cristianos que anhelaban la hora esperada de alivio y
desagravio. Su clamor subió al cielo: "¿Hasta cuándo, oh Señor,
santo y verdadero?" Pero esta misma demora tenía un aspecto de
gracia; era la "paciencia", makroqumia; no la "tardanza", sino:
"no quiere que nadie perezca". Exactamente de acuerdo con esto
está la parábola de nuestro Señor sobre la viuda importuna, que
se relaciona con este mismo caso. Hubo la misma demora en la
ejecución del juicio por medio de la paciencia [makroqumia] de
Dios; la consiguiente prueba de la fe y la paciencia de los
santos; su apelación al juicio de Dios para el desagravio; y la
exhortación a la diligencia: "La necesidad de orar siempre y no
desmayar" (Luc. 18:8).
ALUSIÓN DE PEDRO A LA
ENSEÑANZA DE
PABLO TOCANTE A LA PARUSÍA
2 Ped.
3:15,16. "Cono también nuestro amado hermano
Pablo, según la sabiduría que le ha sido dada, os ha escrito,
casi en todas sus epístolas, hablando en ellas de estas cosas;
entre las cuales hay algunas difíciles de entender, las cuales
los indoctos e inconstantes tuercen, como también las otras
Escrituras, para su propia perdición".
Esta alusión a las epístolas de Pablo indican varias
inferencias importantes.
1.
Prueba la existencia y la circulación general de las epístolas
escritas por Pablo.
2. Reconoce la inspiración de ellas y su autoridad
coordinada con las Escrituras del Antiguo Testamento.
3. Advierte del hecho de que Pablo, en todas sus
epístolas, habla de la venida del Señor.
4. Especifica una epístola en particular en la cual se
alude claramente al tema.
5. Reconoce ciertas dificultades relacionadas con la
escatología del Nuevo Testamento, y la
perversión de la enseñanza apostólica por parte de algunas personas ignorantes e inconstantes.
Podemos considerar brevemente una o dos
preguntas:
1.
¿A
cuál
epístola de Pablo se hace referencia aquí como teniendo relación especial con el tema de la parusía? (Ver. 15).
Estamos dispuestos
a concordar con el Dr. Alford en la opinión de que la referencia es a las Epístolas a los Tesalonicenses.
La única dificultad reside en la frase
"os ha escrito", pues no hay ninguna razón para creer que Pedro dirigió esta epístola a los tesalonicenses. Pero
quizás la expresión no significa otra
cosa sino que todas las epístolas de Pablo eran propiedad común
de la iglesia en
general; de lo contrario, la Epístolas a los Tesalonicenses
responden bien a esta descripción de su
contenido por parte de Pedro. Encontramos en ellas alusiones a la venida del Señor; a lo súbito de
su venida; a la cercanía de su venida; a
la liberación y al reposo que su venida traería para los
sufrientes discípulos de Cristo; y al
deber de ser diligentes y vigilantes ante la perspectiva del acontecimiento.
2.
¿Cuáles son las "cosas difíciles de entender", ya fuera en las
epístolas o en
las
cuestiones bajo consideración?
Se ha señalado a
menudo que el antecedente correcto para las cuales en la
segunda cláusula del versículo 16 no es "epístolas", sino
"cosas", en oiz, concordando, no con epistoluz, sino con toutwn.
Sin embargo, ahora parece, desde el descubrimiento del Codex
Sinaiticus por Tischendorf, que los tres manuscritos más
antiguos dicen aiz, no oiz, convirtiendo a epístolas en
el antecedente correcto de "las cuales". Sin embargo,
esto no afecta mayormente el sentido que las dos lecturas pueden
adoptar. Está bastante claro que las dificultades a las que
alude Pedro estaban en las porciones de las epístolas de Pablo
que trataban de la parusía. Sabemos cuánto malinterpretaban el
tema los mismos tesalonicenses; y tenemos abundante experiencia
desde entonces para probar cuánto de la escatología entera del
Nuevo Testamento ha sido "difícil de entender", y "torcida" por
muchos hasta el día de hoy. No hay que maravillarse, pues, de
que los cristianos primitivos hayan experimentado grandes
dificultades con respecto a la correcta interpretación de muchas
de las declaraciones proféticas relativas a la venida del Señor,
el fin del tiempo, la transformación de los vivos, la
resurrección de los muertos, el fin de todas las cosas, etc. Que
algunos torcieran y pervirtieran la enseñanza apostólica
sobre estos temas era demasiado probable, y sabemos que, de
hecho, lo hicieron. Era necesario, por lo tanto, exhortar a los
creyentes a tener cuidado de no ser "arrastrados por el error de
los inicuos".
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