LA PARUSÍA
o
La Segunda Venida de Nuestro Señor Jesucristo
James Stuart Russell
(1816-1895)

Tomado de The Preterist Archive


LA PARUSÍA EN LAS EPÍSTOLAS
DE PEDRO

2-21. EN LA PRIMERA EPÍSTOLA



Es evidente que esta epístola, como la de Santiago, pertenece al período llamado "los últimos días". Como el otro testigo y hermano apóstol suyo, Santiago, Pedro dirige sus exhortaciones a los cristianos hebreos de la dispersión; porque ésta es la única interpretación natural del título que se les da en el primer versículo. El contenido manifiesta de modo suficiente que la epístola se escribió en un tiempo de sufrimiento por amor a Cristo. Los discípulos estaban "cargados de muchas tentaciones", pero un tiempo de prueba más severo se aproximaba, y por esto se les exhortaba a prepararse. "Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese" (1 Ped. 4:12). Son consolados, además, con la expectativa de una liberación rápida y final.

Es necesario leer esta epístola a la luz de las circunstancias reales del tiempo en que se escribió y de las personas a quienes se les escribió. Cualesquiera sean sus usos y las lecciones para otros tiempos y personas, no debe perderse de vista su relación primaria y especial con los judíos de la dispersión en la era apostólica.

LA SALVACIÓN PREPARADA PARA SER
REVELADA EN LOS ÚLTIMOS TIEMPOS

1 Ped. 1:5. "Vosotros, que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero".
Cada una de las palabras de este discurso de apertura está llena de significado, e implica la cercana proximidad de una crisis grande y decisiva. En el ver. 4, tenemos una alusión muy clara a la "herencia", que es el tema de una porción tan grande de la Epístola a los Hebreos, es decir, la Canaán verdadera, "el reposo que queda para el pueblo de Dios". En lenguaje muy similar, Pedro la llama "la herencia reservada en el cielo" y representa la entrada en ella por los creyentes como muy cercana. La salvación está "preparada para ser manifestada". Lo que esta "salvación" significa es muy evidente; no es la glorificación personal de las almas individuales a la muerte, sino una liberación grande y colectiva, en la cual el pueblo de Dios ha de participar de modo general: una salvación como la que Dios ejecutó para Israel a las orillas del Mar Rojo. Del mismo modo, Pablo usa la misma palabra con referencia a esta misma consumación próxima: "Ahora está nuestra salvación más cerca que cuando creímos" (Rom. 13:11).

La gran liberación general no era un suceso distante, estaba ahora "preparada para ser revelada", en la misma víspera de hacerse manifiesta. Como observa Alford, la palabra etoimhn [preparada] es más fuerte que melousan. Entender esto como que se refiere a creyentes individuales que entran al cielo uno por uno a la hora de la muerte, o como la entrada a un estado celestial que todavía no ha sido concedido, es absolutamente repugnante al claro sentido de las palabras.

La salvación está lista para ser revelada en "el tiempo postrero", es decir, "ahora", el tiempo que era presente entonces. Ya hemos tenido ocasión de observar que los apóstoles llaman a su propio tiempo "el tiempo postrero". Ellos creían y enseñaban que estaban viviendo en los últimos tiempos, y esto debe poder reconciliarse con los hechos, si su crédito como fieles y autorizados testigos ha de mantenerse. Estaban justificados en su creencia: vivían en los últimos tiempos, en el período final de la era o época judía. En el versículo veinte de este capítulo encontramos que se da la misma designación al tiempo de la encarnación de Cristo: "Quien fue manifestado en los postreros tiempos [al final de los tiempos] por amor de vosotros". Decir que el apóstol considera el período entero desde el principio de la dispensación del Nuevo Testamento hasta la venida de Cristo en gloria, en una época futura y posiblemente todavía distante, como un corto tiempo llamado los últimos días, es una interpretación sumamente antinatural y forzada. Es evidente que el apóstol habla de un período de crisis, y hacer que una crisis se extienda por miles de años es violentar, no sólo el sentido gramatical de las palabras, sino la naturaleza de las cosas.

A riesgo de ser repetitivos, podemos observar aquí que, de acuerdo con el uso del Nuevo Testamento, debemos concebir el período entre la encarnación de Cristo y la destrucción de Jerusalén como el fin de una época o era. Fue al final de la era [episunteleiatwnaiwnwn = cerca del final de la época] que "Cristo apareció para quitar de en medio al pecado, por el sacrificio de sí mismo" (Heb. 9:26). Este período entero de alrededor de setenta años se considera como "el tiempo postrero", pero es natural que la frase tuviese un acento más fuerte cuando la guerra de los judíos, el principio del fin, estaba a punto de estallar, si ya no había comenzado.

LA REVELACIÓN DE JESUCRISTO ESTÁ PRÓXIMA

1 Ped. 1:7. "Para que, sometida a prueba vuestra fe ... sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo".

1 Ped. 1:13. "Esperad por completo [teleiwz] en la gracia que se os traerá cuando Jesucristo sea manifestado".

Todo en la exhortación del apóstol transmite la idea de ansiosa expectación y preparación. La salvación está lista para ser revelada; los creyentes sometidos a prueba y perseguidos deben "ceñir los lomos de su entendimiento"; la esperada bendición, la gracia, está en camino - está siendo traída a ellos. Alford observa correctamente que la palabra feromenhn [siendo traída] significa "la cercana inminencia del suceso del que se habla; q.d. que en este mismo momento se le viene encima a uno". ¿No prueba esto claramente que Pedro entendía, y deseaba que sus lectores entendiesen, que este apocalipsis de Jesucristo estaba a la puerta? Habría sido una farsa decir a hombres que sufrían y eran perseguidos que se prepararan para recibir una salvación que no habría de llegar por cientos y miles de años.

RELACIÓN ENTRE LA REDENCIÓN DE CRISTO
Y EL MUNDO ANTEDILUVIANO

1 Ped. 3:18-20. "Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu, en el cual también fue y predicó a los espíritus encarcelados, los que en otro tiempo desobedecieron, cuando una vez esperaba la paciencia de Dios en los días de Noé, mientras se preparaba el arca", etc.
La interpretación común de este difícil pasaje que da la mayoría de los expositores protestantes es que Cristo, en efecto, predicó a los antediluvianos por medio de su Espíritu Santo a través del ministerio de Noé. Esto sin duda afirma una verdad, y además tiene la ventaja de que permanece dentro de los límites de hechos históricos bien conocidos, y evita lo que parece especulación oscura y dudosa. Sin embargo, como cuestión gramatical, esta interpretación es completamente insostenible. Primero, es razonable esperar una secuencia cronológica en las varias partes de la declaración del apóstol, describiendo lo que Cristo hizo después de "haber muerto en la carne". ¿Qué sería más áspero y más abrupto que la súbita transición de la narración de lo que Cristo hizo y sufrió en la carne a lo que había hecho, en un sentido, varios miles de años antes, en los días de Noé? Además, la traducción "siendo vivificado en Espíritu" y "en el cual también", dando a entender que el Espíritu Santo era el agente por medio del cual Cristo fue vivificado, y por medio del cual predicó, etc., es claramente errónea. Debería ser: "Siendo a la verdad muerto en [su] carne, pero vivificado en [su] espíritu", -- siendo la carne su cuerpo, y el espíritu su alma. Luego el apóstol añade: "en el cual también", es decir, en su espíritu humano. Además, como apunta Ellicot, poreuqeiz [habiendo ido] "indica descendencia literal y local".

De acuerdo con el sentido verdadero y natural de las palabras, parece, pues, que no hay escapatoria a la interpretación de que nuestro Señor, después de su muerte en la cruz, fue, en su estado desencarnado, al Hades, el lugar de los espíritus que han partido, y allí hizo proclamación [predicó] a los espíritus aprisionados, es decir, los antediluvianos, los que en los días de Noé no creyeron a las advertencias del profeta y perecieron en el diluvio. Ésta, que es la interpretación más antigua, es ahora generalmente aceptada por los críticos más eminentes. Es la que está incluida en el Credo de los Apóstoles; tiene la sanción de Lutero y de Calvino; y parece estar apoyada por otros pasajes en la Escritura que están en armonía con esta explicación. En el sermón de Pedro el día de Pentecostés (Hechos 2:27-31), hay una clara alusión al alma de Cristo en el Hades; también en Efe. 4:9): "Y eso de que subió, ¿qué es, sino que también había descendido primero a las partes más bajas de la tierra?" Es difícil suponer que el entierro del cuerpo es todo lo que significan las palabras de que descendió a las partes más bajas de la tierra.

Queda la pregunta más importante: ¿Cuál era el objeto de que nuestro Señor descendiera al Hades? Difícilmente puede dudarse de que fue por gracia. El apóstol dice: "Predicó [ekhruxen] a los espíritus encarcelados" - ¿y qué podría predicar sino alegres nuevas? Este hecho da un significado nuevo y mayor a los términos de la comisión de nuestro Señor: "Me ha enviado a publicar libertad a los cautivos, y a los presos apertura de la cárcel" (Isa. 61:1). La hipótesis del obispo Horsley y de otros de que aquellos espíritus encarcelados eran en realidad santos, o por lo menos penitentes, que esperaban el período de su salvación plena, apenas requiere ser refutada. Si algo está claro en relación con esta cuestión es que eran los espíritus de los que habían perecido por su desobediencia, y en su desobediencia. Como hace notar el obispo Ellicott, apeiqhsasin significa, no "los que fueron desobedientes", sino "por cuanto fueron desobedientes".

Pero, puede decirse, ¿por qué fueron escogidos los antediluvianos desobedientes como objetos de esta misión de gracia? ¿No había otras almas perdidas en el Hades, y por qué debían éstas encontrar gracia por encima de las demás? El obispo Horsley acepta que esta es una dificultad, y la que más azoramiento causa a su interpretación. Alford encuentra una razón, si le entendemos bien, en el modo en que murieron. "La razón de mencionar a estos pecadores aquí por encima de otros pecadores parece ser su relación con el tipo de bautismo que sigue"; pero esto ciertamente es atribuir a esa institución una eficacia más allá de las más atrevidas teorías de la regeneración bautismal. Nos aventuramos a sugerir que la verdadera razón reside en la naturaleza de aquel gran acto judicial que tuvo lugar en el diluvio. Aquél fue el fin de una época o era, y terminó en una catástrofe, pues la época en progreso entonces estaba a punto de terminar. Los dos casos eran análogos. Así como el diluvio fue el fin y la consumación de una era o un período mundial  anterior, así también la destrucción de Jerusalén y la abrogación de la economía judía estaban a punto de poner fin al período mundial o era existente. ¿Qué puede ser más natural, en vísperas de una catástrofe como la que anticipaba el apóstol, que hacer alusión a la catástrofe de una era enterior? ¿Qué puede ser más pertinente que hacer notar el hecho de que la "salvación venidera" tenía un efecto retrospectivo sobre aquellas épocas idas? No es difícil ver la conexión de las ideas en el tren de pensamiento del apóstol. El diluvio fue la sunteleiatouaiwnoz del tiempo de Noé; otra sunteleia estaba muy cerca. El "mundo antiguo, que entonces era", pereció en las aguas bautismales del diluvio; el "mundo que ahora es" - el orden mosaico, el sistema político y el pueblo judíos - estaban apunto de ser inmersos en un bautismo de fuego (Mal. 4:1; Mat. 3:11,12; 1 Cor. 3:13; 2 Tes. 1:7-10). ¿No era apropiado mostrar que la obra redentora de Cristo unía, y en realidad cubría, ambas épocas, y miraba hacia atrás sobre el pasado, así como hacia adelante, al futuro?

Entonces, a pesar del misterio y la oscuridad que declaradamente arrojan sombra sobre el tema, somos llevados a la conclusión de que, en este pasaje, el apóstol sí enseña claramente que nuestro bendito Señor, después de su muerte en la cruz, descendió como espíritu desencarnado al Hades, el lugar de los espíritus que han partido, y allí proclamó las alegres nuevas de su redención consumada a las multitudes de los perdidos que perecieron en la catástrofe o juicio final de la era anterior; y, aunque en este pasaje no tenemos ninguna afirmación expresa de que los que oyeron el anuncio hecho por nuestro Salvador fueron en consecuencia librados de su cárcel, e introducidos a "la gloriosa libertad de los hijos de Dios", no parece increíble, sino que hasta es presumible, que esta emancipación era tanto el objeto como el resultado de la intervención de Cristo. Ya nos hemos referido a Efe. 4:9 en el sentido de que apoya este punto de vista. "Y eso de que subió, ¿qué es, sino que también había descendido primero a las partes más bajas de la tierra?" El obispo Hersley muestra que la frase "las partes más bajas de la tierra" es la designación correcta y acostumbrada del Hades. En el mismo pasaje, el apóstol habla de la triunfante ascensión de Cristo con estas palabras: "Subiendo a lo alto, llevó cautiva la cautividad, y dio dones a los hombres". ¿No arroja luz sobre esto de "llevar cautiva la cautividad" la enseñanza de Pedro con referencia a los "espíritus encarcelados"? ¿No indica que el Salvador que regresó, habiendo peleado la buena batalla y obtenido la victoria, disfrutó también del triunfo, y llevó con él al cielo una gran multitud que había rescatado de la cautividad; los espíritus encarcelados a los cuales llevó las alegres nuevas de la redención alcanzada; y quienes, habiendo sido sacados de la cárcel, acompañaron a la casa de su Padre al conquistador que regresaba, siendo al mismo tiempo los rescatados por su sangre y los trofeos de su poder?

Antes de abandonar este tema, es bueno citar algunas opiniones de críticos bíblicos con referencia a él.

Steiger, que trata el pasaje entero de una manera extremadamente franca y erudita, dice:

"El sentido simple y literal de las palabras en este versículo (19), considerado en relación con el siguiente, nos obliga a adoptar la opinión de que Cristo se manifestó a los muertos incrédulos". "Tenemos que admitir que el discurso aquí es el de una proclamación del evangelio entre los que habían muerto en incredulidad, pero no sabemos si encontró entrada en muchos o en pocos". "La expresión enfulakh (que el siríaco traduce como Seol; los padres la usan como sinónimo de Hades) muestra que el discurso sólo puede referirse a los incrédulos". "El que yació bajo la muerte, entró al imperio de la muerte como conquistador, proclamando libertad a sus súbditos encarcelados".
La opinión de Dean Alford es muy decidida:
"Entonces, de todo lo que se ha dicho se infiere que, junto con la gran mayoría de los comentaristas, antiguos y modernos, entiendo que estas palabras significan que nuestro Señor, en su estado incorpóreo, en efecto fue al lugar de detención de los espíritus que habían partido, y allí anunció su obra de redención, y predicó la salvación, de hecho, a los espíritus incorpóreos de los que rehusaron obedecer la voz de Dios cuando el juicio del diluvio se cernía sobre ellos. Por qué se menciona a éstos más bien que a otros - ya sea meramente como muestra de una obra de gracia semejante para otros, o por alguna razón especial que no nos podemos imaginar - no lo sabemos".
En un interesante discurso sobre "El Estado Intermedio", del Rev. J. Stratten, ocurren las siguientes observaciones:
"Si este pasaje no significara nada más que el Espíritu Santo ayudó a Noé a predicarles a los antediluvianos, es una manera por demás oscura, enmarañada, e inexplicable de expresar un principio bien claro y sencillo. ¿Querría alguno de nosotros emplear este lenguaje, o alguno como él en absoluto, para expresar esa opinión? Creo que no, y esto parece ser sólo el refugio de una mente que no comprende al apóstol, o busca malinterpretarlo".
Aquí podemos observar, de pasada, que esta liberación del Hades sirve para ilustrar vívidamente las palabras de Pablo en 1 Cor. 15:26: "El postrer enemigo que será destruido es la muerte".

CERCANÍA DEL JUICIO Y
DEL FIN DE TODAS LAS COSAS

1 Ped. 4: 5,7. "Pero ellos darán cuenta al que está preparado para juzgar a los vivos y a los muertos. Mas el fin de todas las cosas se acerca; sed, pues, sobrios, y velad en oración".
En estos pasajes, encontramos nuevamente lo que tan a menudo hemos encontrado antes, una clara comprensión del juicio y del fin como cercanos.

En el ver. 5, el apóstol da a entender que Dios estaba a punto se sentarse a juzgar a los vivos y a los muertos. No es posible que esto se refiera a aquel acto de juicio que está, como creemos, siempre cercano a todo hombre, en el mismo sentido en que la muerte y la eternidad están siempre cercanas. Obviamente, es una adjudicación solemne, pública, y general, en la cual los vivos y los muertos estaban juntos para responder por sí mismos ante el tribunal de Dios. Este enfoque del juicio se deriva del enfoque de la parusía, que se indica tan claramente en 1:5. Todo lo que se ha afirmado con relación a ese pasaje se aplica con igual fuerza a este; etoimwzeconti = estar preparado para juzgar, es una expresión más fuerte que mellonti, y de ninguna manera puede referirse a ningún suceso que no sea a uno casi inmediato.

No menos decisiva es la declaración del ver. 7: "El fin de todas las cosas se acerca". Cualquier cosa que se quiera decir con ese fin, es seguro que el apóstol la concibe como cercana, pues la considera motivo para velar en oración. Para captar  toda la fuerza de la exhortación, tenemos que ponernos en la situación de estos cristianos apostólicos. Al disminuir, año tras año, la distancia hacia la desaparición de la generación que vio y rechazó al Hijo del hombre, la anticipación de la llegada de la gran consumación predicha debe haberse vuelto más y más vívida en las mentes de los creyentes cristianos. No nos toca a nosotros establecer cuáles eran sus conceptos en cuanto a la naturaleza y la extensión de aquella consumación; o si se imaginaban o no que ella involucraba la disolución de toda la armazón y todo el tejido del mundo material. Tenemos que ver, no con las opiniones privadas de los apóstoles, sino con sus pronunciamientos en público. Pero la consumación descrita por nuestro Señor como "el fin", y "el fin del siglo" se acercaba rápidamente no es una cuestión abierta a debate, sino un punto de fe, que involucraba la verdad de todas sus afirmaciones. No puede haber duda de que, en un sentido judaico o religioso, esto es, por lo que concernía al sistema nacional y eclesiástico del judaísmo, "el fin de todas las cosas se acercaba". La destrucción de todo lo que contemplaban los ojos de nuestro Señor mientras estaba sentado en el monte de los Olivos se acercaba rápidamente. Esta es la clave de lo que quiere decir Pedro en este pasaje, y proporciona la única explicación sostenible y bíblica.

Citamos, con entera satisfacción y aprobación, las observaciones de un juicioso expositor sobre el pasaje que nos ocupa:

"Después de alguna deliberación, he decidido adoptar la opinión de los que sostienen que 'el fin de todas las cosas' aquí es el fin completo y final de la economía judía en la destrucción de la ciudad y el templo de Jerusalén, y la dispersión del pueblo santo. Aquello estaba cerca, pues esta epístola parece haber sido escrita muy poco antes de que estos sucesos tuvieran lugar, y no es improbable que fuese después del comienzo de las "guerras y los rumores de guerras" de lo cual habló nuestro Señor. Este punto de vista no parecerá extraño a nadie que haya sopesado cuidadosamente los términos con los cuales nuestro Señor había predicho estos sucesos, y la estrecha relación entre el cumplimiento de estas predicciones y los intereses y deberes de los cristianos, ya fuera en Judea o en los países gentiles".

"Está bastante claro que, en las predicciones de nuestro Señor, las expresiones 'el fin', y probablemente 'el fin del mundo', se usan con referencia a la total disolución de la economía judía. Los sucesos de ese período fueron predichos muy minuciosamente, y nuestro Señor afirmó claramente que no pasaría la generación existente antes de que se cumplieran todas las cosas con respecto a 'este fin'. Éste habría de ser un período de sufrimiento para todos; de prueba, severa prueba, para los seguidores de Cristo; de juicios terribles sobre sus opositores judíos, y de glorioso triunfo para la religión de Jesús. A este período se hacen repetidas referencias en las epístolas apostólicas. 'Conociendo el tiempo', dice el apóstol Pablo, 'de que ya es hora de despertar del sueño, porque ahora está más cerca nuestra salvación que cuando creímos. La noche está avanzada; se acerca el día'. 'Sed pacientes', dice el apóstol Santiago, 'y estad firmes en vuetros corazones: porque la venida del Señor se acerca'. 'El juez está delante de la puerta'. Las predicciones de nuestro Señor deben haber sonado muy familiares a los oídos de los cristianos en el tiempo en que esto se escribió. Con una mezcla de asombro y gozo, temor y esperanza, deben haber estado esperando su cumplimiento: "esperando las cosas que vendrían sobre la tierra"; y era peculiarmente natural que Pedro se refiriese a estos sucesos, y que se refiriese a ellos con palabras similares a las usadas por nuestro Señor, pues él había sido uno de los discípulos que, sentados con su Señor y teniendo a la vista la ciudad y el templo, le habían oído hacer estas predicciones.

"Los cristianos que habitaban en Judea tenían un interés peculiar en estas predicciones y su cumplimiento. Pero todos los cristianos tenían un profundo interés en ellas. Los cristianos de las regiones en las cuales vivían aquéllos a los cuales escribía Pedro eran principalmente judíos convertidos. Como cristianos, tenían razón para regocijarse en la esperanza del cumplimiento de las predicciones, pues confirmaban grandemente la verdad del cristianismo y eliminaban algunos de los mayores obstáculos que se oponían a su progreso, como las persecuciones por parte de los judíos, y el confundir el cristianismo con el judaísmo por parte de los gentiles, que estaban acostumbrados a considerar a los profesantes cristianos como una secta judía. Pero, mientras se regocijan, lo hacen "con temblor", pues su Señor había indicado claramente que sería un tiempo de severa prueba para sus amigos, así como de terrible venganza para sus enemigos. 'El fin de todas las cosas', que estaba cerca, parece ser lo mismo que el juicio de los vivos y los muertos, en que el Señor estaba a punto de entrar - un juicio, el tiempo para el cual había llegado, que habría de comenzar por la casa de Dios, los judíos incrédulos, en el cual los justos apenas se salvarían, y los impíos y los inicuos serían castigados terriblemente.

"La contemplación de tales sucesos como muy cercanos se adaptaba bien para funcionar como motivación para la sobriedad y la vigilancia con oración. Éstos eran exactamente los temperamentos y los ejercicios requeridos de manera peculiar en tales circunstancias, y exactamente las disposiciones y ocupaciones requeridas por nuestro Señor cuando hablaba de aquellos días de prueba y de ira: 'Mirad también por vosotros mismos, que vuestros corazones no se carguen de glotonería y embriaguez y de los afanes de esta vida, y venga de repente sobre vosotros. Porque como un lazo vendrá sobre todos los que habitan sobre la faz de la tierra. Velad, pues, en todo tiempo orando que seáis tenidos por dignos de escapar de todas estas cosas que vendrán, y de estar en pie delante del Hijo del Hombre'. [Luc. 21:34-36]. Es difícil creer que el apóstol no tuviese en mente estas mismas palabras cuando escribió el pasaje que nos ocupa". - Expository Discourses sobre 1 Pedro, por el Dr. John Brown, Edinburgh, vol. ii, pp. 292-294.


LAS BUENAS NUEVAS ANUNCIADAS A LOS MUERTOS

1 Ped. 4:6. "Porque por esto también ha sido predicado el evangelio a los muertos [kainekroizeughgelisqh], para que sean juzgados en carne según los hombres, pero vivan en espíritu según Dios".
Quizás apenas pueda decirse que el pasaje citado arriba cae dentro del ámbito de esta discusión, puesto que no parece tener ninguna relación directa con el tiempo de la parusía; y su extrema dificultad podría ser una buena razón para evitar examinarlo en absoluto. Sin embargo, como manifiestamente pertenece a la escatología del Nuevo Testamento, y como no tenemos ningún derecho a considerarlo como desesperadamente insoluble, parece mejor no pasarlo por alto en silencio.

Puede haber pocas dudas de que éste es uno de una clase de pasajes difíciles que, aunque oscuros para nosotros, eran inteligibles y fáciles para los lectores originales de las epístolas. (Véase 1 Cor. 11:10; 15:29). Una alusión de pasada podría invocar todo un tren de ideas en sus mentes, de manera que comprendieron fácilmente lo que a nosotros nos desconcierta sin remedio. Paley, en su Horae Paulinae, cap. 10, No. 1, advierte de esta dificultad en una correspondencia real que caiga en manos de una tercera persona.

El ámbito general del argumento es lo suficientemente claro. El apóstol comienza el capítulo llamando a los sufrientes y perseguidos discípulos a imitar el ejemplo de su una vez sufriente pero ahora victorioso Señor. "Armaos del mismo pensamiento", es decir, sufrid como él sufrió, aún hasta la muerte, si es necesario. En los siguientes versículos, alude a la anterior vida sensual y sin Dios de ellos, y la ofensa que el cambio a la pureza de una conducta cristiana infirió a sus vecinos paganos (vers. 2, 2, 4). Esta protesta silenciosa pero viviente contra la inmoralidad del paganismo parece haber sido una de las causas de la antipatía general hacia el evangelio, que encontró salida en calumniosas imputaciones contra los inocentes cristianos: "Hablando mal de vosotros" (blasfhmountez). Pero estos calumniadores y perseguidores pronto serían llamados a cuenta por Aquél que estaba a punto de juzgar a los vivos y a los muertos (ver. 5).

Se encontrará que es muy importante tener presente esta introducción al argumento del apóstol, pues conduce a la afirmación del ver. 6.

Ahora examinemos esa afirmación: "Porque por esto también ha sido predicado el evangelio a los muertos, para que sean juzgados en carne según los hombres, pero vivan en espíritu según Dios".

Puede decirse ciertamente que aquí hay tantas dificultades como palabras. ¿Cuándo, dónde, y por quién fue predicado el evangelio a los muertos? ¿Quiénes eran los muertos a quienes se les predicó el evangelio? ¿Por qué se les predicó? ¿Cómo podían los muertos ser juzgados en carne según los hombres? ¿Cómo podían vivir en espíritu según Dios? ¿Y cómo es que la predicación del evangelio a los muertos produjo este resultado, "para que vivan en espíritu según Dios"?

No serviría de nada repasar la multitud de explicaciones de este oscuro pasaje que han sido propuestas por diferentes comentaristas. Baste examinar una o dos de las más plausibles.

A la pregunta: ¿Quiénes eran los muertos a los cuales se dice que fue predicado el evangelio?, algunos creen que es suficiente contestar: Son los que, estando muertos ahora, estaban vivos en la carne cuando el evangelio se les predicó. Ésta sería una solución fácil si fuese permitido interpretar así las palabras del apóstol; pero esta explicación tiene una objeción fatal: hace expresar al apóstol un hecho muy simple y sencillo de un modo inexplicablemente oscuro y ambiguo. Las palabras mismas rechazan tal explicación. Alford no habla con demasiada fuerza cuando dice:

"Si kai nekroiz euhggelisqh puede significar 'el evangelio fue predicado durante sus vidas a algunos que ahora están muertos', la exégesis ya no tiene ninguna regla fija, y a la Escritura se le puede hacer probar cualquier cosa".
Otros suponen que debe entenderse que los "muertos" en el ver. 6 son los espirtualmente muertos; pero contra esto hay dos objeciones insalvables: primera, no discrimina una clase particular, pues todos los hombres están espiritualmente muertos la primera vez que se les predica el evangelio; y segunda, atribuye a la palabra nekroi [los muertos] un significado diferente del que tiene la misma palabra en el ver. 5 - "los vivos y los muertos". Según esta interpretación, la palabra "muertos" se usa literalmente en el ver. 5, y en un sentido ético en el ver. 6. Pero, como dice Alford con justicia:
"Son falsas todas las interpretaciones que no atribuyen a la palabra nekroiz del ver. 6 el mismo significado de nekroiz en el ver. 5; es decir, el de muertos, literal y simplemente; hombres que han muerto, y están en sus tumbas".
Pero, probablemente, la opinión más común es la de que aquí el apóstol alude nuevamente a la predicación de Cristo a los espíritus encarcelados a que se hace referencia en 3:19,20; y al principio, esta parece la explicación más natural. Aquella fue, sin duda, una predicación del evangelio a los muertos, y también a una clase particular de muertos, los antediluvianos que fueron desobedientes en los días de Noé, y que fueron alcanzados por el juicio de Dios.

Pero, cuando examinamos más de cerca la afirmación del apóstol, descubrimos que esta aplicación de sus palabras de ninguna manera se ajusta a las personas designadas como "los espíritus encarcelados". ¿Cómo se podría decir que los antediluvianos serían "juzgados en carne según los hombres"? Ellos perecieron por la visita de Dios, no por el juicio o la acción de los hombres, y parece evidente que la cláusula subsiguiente - "para que vivan en espíritu según Dios" - implica la reversión de la condenación humana que había sido impuesta sobre los muertos mientras estaban en el cuerpo.

Ninguna de las explicaciones ordinarias, pues, parece llenar los requisitos del caso. Esos requisitos son: encontrar una clase de muertos a los cuales se les predicó el evangelio después de haber muerto; una clase de los que fueron condenados a muerte, mientras estaban en la carne, por el juicio de los hombres, pero que están destinados a vivir en espíritu, según el juicio de Dios, y que esto sea consecuencia de haberles sido predicado el evangelio después de haber muerto.

En seguida somos llevados a la conclusión de que esta clase particular, juzgada o condenada por el juicio humano, debe referirse a los perseguidos discípulos de Cristo. Es a los tales y de los tales que el apóstol está hablando, como es evidente por los versículos iniciales del capítulo. Sería bastante correcto decir de los tales que, aunque (injustamente) condenados por el hombre, serían vindicados por Dios. Es también correcto decir de los tales (especialmente, si son mártires de la fe) que habían "sufrido en carne" - habían sido ejecutados por el juicio humano, pero vivificados en espíritu, o en cuanto a sus espíritus, y esto según Dios, o por el juicio divino. Pero todavía queda la formidable dificultad que presentan las palabras "también ha sido predicado el evangelio a los muertos". En el Nuevo Testamento no se menciona ninguna predicación del evangelio a los mártires cristianos después de muertos. Pero, ¿estamos obligados necesariamente a dar este sentido a la palabra euhggelisqh? Creemos que es aquí donde se encuentra la clave de la verdadera explicación de este pasaje; y que es la errónea interpretación de esta palabra lo que ha confundido a los comentaristas. Aunque se usa muy comúnmente en sentido técnico para referirse a la predicación del evangelio, éste no es en modo alguno su uso invariable en el Nuevo Testamento. Se emplea para significar el anuncio de cualquier buena nueva, y no exclusivamente de las alegres nuevas del evangelio. Por eso, en Hebreos 4:2, incorrectamente traducido en nuestra Versión Autorizada [en inglés] como "también a nosotros se nos ha anunciado el evangelio como a ellos", no hay ninguna alusión a la predicación del evangelio en el sentido técnico de la frase, sino simplemente al hecho de que "a nosotros, así como a los antiguos israelitas, nos han traído las buenas nuevas" [esmen enhggelismenoi], siendo en ambos casos las buenas nuevas la promesa de entrar en el reposo de Dios. Así que, en un sentido más general, la palabra se usa para denotar cualquier noticia agradable, como en 1 Tes. 3:6: "Cuando Timoteo nos dio buenas noticias de vuestra fe", etc. [euaggelisamenou hmin]. Así sucede también en Apoc. 10:7: "Como él lo anunció [euhggelisen = hizo una declaración consoladora] a sus siervos los profetas" (Véase también Gál. 3:8).

Pero la pregunta todavía se repite: ¿Dónde tenemos en el Antiguo Testamento alguna alusión a tales buenas nuevas, noticias agradables, o afirmaciones consoladoras, hechas a cualesquiera confesores o mártires cristianos después de sus muertes? El apóstol parece hablar de algún hecho con el cual estaban familiarizadas las personas a las que escribió, un hecho al que sólo tenía que aludir para que ellas reconocieran su significado en seguida. Ahora bien, efectivamente tenemos en el Nuevo Testamento una representación histórica en la cual encontramos presentes todas estas circunstancias. Tenemos la descripción de una escena en la cual los mártires cristianos, que habían sido condenados y ejecutados en carne por el juicio del hombre, apelan a la justicia de Dios contra sus perseguidores, y se les hace una declaración consoladora, después de muertos, asegurándoles una pronta vindicación y una gloriosa recompensa celestial.

Por supuesto, aludimos a la impresionante representación que da Apocalipsis de las almas martirizadas bajo el altar, apelando a Dios para la vindicación de su causa contra sus perseguidores y asesinos - "los que moran en la tierra" - y que se describe en Apoc. 6:9-11:

"Cuando abrió el quinto sello, vi bajo el altar las almas de los que habían sido muertos por causa de la palabra de Dios y por el testimonio que tenían. Y clamaban a gran voz, diciendo: ¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre en los que moran en la tierra? Y se les dieron vestiduras blancas, y se les dijo que descansasen todavía un poco de tiempo, hasta que se completara el número de sus consiervos y sus hermanos, que también habían de ser muertos como ellos".
Esto parece llenar exactamente todos los requisitos del caso. Aquí encontramos a los nekroi, los muertos cristianos; fueron juzgados o condenados en carne, por el juicio del hombre, o "según los hombres"; habían sido ejecutados "por la palabra de Dios, y por el testimonio que tenían". Encontramos una consoladora declaración que se les hizo en su estado desencarnado, y tenemos en la epístola una laguna que ha sido llenada en la visión apocalíptica, porque se nos informa de lo que condujo a este euaggelion que se les llevó; se les asegura que en un poco de tiempo su causa sería vindicada, según sus oraciones; mientras tanto, se le da a cada uno de ellos "una vestidura blanca", símbolo de pureza y de victoria, y que seguramente es equivalente a ser justificado por el juicio divino.

Pero esta correspondencia, impresionante como es, no es todo; la declaración del apóstol es dilucidada, no solamente por Apocalipsis por una parte, sino por el evangelio, por la otra. La mayoría de los comentaristas ha notado la obvia relación entre la escena de las almas de los mártires bajo el altar en la visión apocalíptica y la notable parábola de nuestro Señor en Lucas 18; pero, hasta donde hemos observado, ninguno de ellos ha captado la verdadera analogía entre la parábola y la visión. En los versículos siete y ocho de ese capítulo, encontramos la moraleja de la parábola. "¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Se tardará en responderles? Os digo que pronto les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?" La parábola y la visión son, de hecho, contrapartes la una de la otra, y ambas sirven para explicar el pasaje en esta epístola de Pedro. Como sucede en Apocalipsis, también ocurre en la parábola. Encontramos todos los elementos de la declaración de la epístola. Tenemos a discípulos cristianos que sufren injustamente; condenados en carne por el juicio del hombre; apelando a Dios para que juzgue su causa; tenemos la seguridad de su rápida vindicación por Dios, y encontramos en el evangelio una característica adicional que lo pone en correspondencia más perfecta con la afirmación de la epístola; porque se indica evidentemente que esta vindicación ha de tener lugar en la parusía - "cuando venga el Hijo del Hombre".

Por último, podemos señalar la íntima relación entre la afirmación del apóstol, así interpretada, y el argumento que está adelantando. Era apropiado asegurarles a los creyentes perseguidos que su causa estaba asegurada en las manos de Dios; que, aunque fuesen llamados a sufrir hasta el punto de tener que derramar su sangre hasta la muerte por la injusta sentencia de los hombres, Dios les vindicaría prontamente, pues Él estaba a punto de hacer comparecer a sus perseguidores ante su tribunal. Esta era la lección de la parábola de la viuda inoportuna, y quizás aún más de la visión de las almas de los mártires bajo el altar, a la cual parece aludir más particularmente el lenguaje del apóstol - "Porque para esto se hizo una consoladora declaración aun a los muertos, para que, aunque habían sido condenados en la carne por el injusto juicio de los hombres, pudieran disfrutar de la vida eterna en su espíritu, según el justo juicio de Dios".

Esta interpretación supone que Apocalipsis se escribió y circuló ampliamente antes de la destrucción de Jerusalén. Es una reflexión acerca de la perspicacia crítica de muchos eminentes comentaristas ingleses el que se hayan apoyado por tanto tiempo en la caña quebrada de la tradición con respecto a la fecha de Apocalipsis. La evidencia interna de ese libro debió haber evitado la posibilidad de que fuesen inducidos a error por la autoridad de Ireneo. Pero tenemos que reservarnos cualesquiera observaciones ulteriores sobre este tema hasta que lleguemos a considerar el libro de Apocalipsis.

EL FUEGO DE PRUEBA Y LA GLORIA VENIDERA

1 Ped. 4:12,13. "Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría".
Estas palabras indican claramente que en ese tiempo y por todas partes los cristianos estaban pasando por un severo cernimiento y una severa prueba - "un fuego de prueba". Y no meramente un fuego de prueba, sino la prueba, por largo tiempo predicha y esperada, vale decir, la gran tribulación que habría de preceder a la parusía. Los apóstoles advirtieron a los discípulos: "Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios" (Hech. 14:22). El Señor mismo les había enseñado esto, especialmente en su discurso profético.

Evidentemente, la tribulación predicha ya había llegado; en realidad, estaban pasando a través del fuego. Es imposible no recordar aquí las palabras de Pablo: "Por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cual sea, el fuego la probará" (1 Cor. 3:13). Es altamente probable que la feroz persecución bajo el gobierno de Nerón estuviese en su furor en ese tiempo, y tenemos buenas razones para creer que se extendía más allá de Roma, hasta las provincias del imperio.

Otra indicación del tiempo se encuentra en el ver. 13: "En la revelación de su gloria". La parusía es siempre representada trayendo alivio de la persecución, y recompensa al sufriente pueblo de Dios. Ya hemos visto que la gloria estaba "a punto de ser revelada", y encontraremos la misma seguridad repetida en el cap. 5:1.

EL TIEMPO DEL JUICIO HA LLEGADO

1 Ped. 4:17-19. "Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios; y si primero comienza por nosotros, ¿cuál será el fin de aquéllos que no obedecen al evangelio de Dios? Y si el justo con dificultad se salva, ¿en dónde aparecerá el impío y el pecador? De modo que los que padecen según la voluntad de Dios, encomienden sus almas al fiel Creador, y hagan el bien".
Vale la pena observar cuán diferente del tono de Pedro es el de Pablo en la segunda epístola a los Tesalonicenses al hablar del día del Señor. Pedro declara que el día del cual dice Pablo que todavía no ha llegado, y que no es posible sino cuando la apostasía aparezca por primera vez, había llegado. La catástrofe era ahora inminente. "Dios estaba preparado para juzgar a los vivos y a los muertos"; "el tiempo para que comenzara el juicio había llegado". La importancia de estas palabras se volverá evidente si consideramos que esta epístola se escribió muy cerca del estallido de la guerra de los judíos, si no después de que ya había comenzado.

De que este es "el juicio que debe comenzar por la casa de Dios" apenas puede haber dudas. Hay una manifiesta alusión en el lenguaje del apóstol a la visión del profeta Ezequiel (cap. 9). El profeta ve una pandilla de hombres armados encargados de ir por la ciudad (Jerusalén) y matar a todos los viejos y los jóvenes que no tuvieran el sello de Dios sobre sus frentes. A los ministros de la venganza se les ordena comenzar la obra de juicio en la casa de Dios: "Comenzaréis por mi santuario". El apóstol ve esta visión a punto de cumplirse en la realidad. El juicio debe comenzar por la casa de Dios, y el tiempo ha llegado. Puede ser una cuestión de si, por la casa de Dios, el apóstol quiere decir el templo de Jerusalén, como indicaría la profecía de Ezequiel, o la casa espiritual de Dios, la iglesia cristiana. Puede ser que ambas ideas estuviesen presentes en su mente, y podrían haber estado, pues ambas se estaban verificando en ese momento. La persecución de la iglesia de Cristo ya había comenzado, como testifica la epístola, y el círculo de sangre y fuego se estrechaba alrededor de la ciudad y el templo de Jerusalén condenados a la destrucción.

Es perfectamente claro que todo esto se dice con referencia a un suceso particular e inminente, una catástrofe que estaba a punto de tener lugar; y no hay ninguna otra explicación posible, aparte de la que se ve de modo palpable en las páginas de la historia, el juicio de la culpable nación del pacto, con la destrucción de la casa de Dios y la disolución de la economía judía.

Las siguientes observaciones del Dr. John Brown expresan bien el sentido de este pasaje:

"Aquí parece haber una referencia a un juicio o prueba particulares, que los cristianos primitivos tenían razón para esperar. Cuando consideramos que esta epístola se escribió muy poco antes del comienzo de aquella terrible escena de juicio que terminó con la destrucción del sistema político y civil de los judíos, y que nuestro Señor había predicho tan minuciosamente, apenas podemos dudar de la referencia en la expresión del apóstol. Después de haber especificado guerras y rumores de guerras, hambres, pestilencias, y terremotos, como síntomas del 'principio de dolores', nuestro Señor añade: 'Entonces os entregarán a tribulación, y os matarán, y seréis aborrecidos de todas las gentes por causa de mi nombre' (Mat. 24:9). 'Os entregarán a los concilios, y en las sinagogas os azotarán', etc. (Mar. 13:9).

"Este es el juicio que, aunque debía caer con mayor peso sobre la Tierra Santa, era claro que debía extenderse a dondequiera que se encontrasen judíos y cristianos, 'pues donde estén los cuerpos muertos, allí se juntarán las águilas', lo cual debía comenzar en la casa de Dios, y habría de ser tan severo que 'los justos con dificultad se salvarían'. Sólo se salvarían los que soportasen la prueba, y muchos no la soportarían. Todos los verdaderamente justos se salvarían; pero muchos que parecían justos no perseverarían hasta el fin, y por eso no se salvarían, etc. Algunos han supuesto que la referencia es a la persecución por parte de Nerón, que precedió por algunos años a las calamidades que acompañaron a las guerras de los judíos y a la destrucción de Jerusalén". Dr. John Brown sobre 1 Ped. vol. 7, p. 357.

LA GLORIA A PUNTO DE SER REVELADA
1 Ped. 5:1. "Ruego a los ancianos que están entre vosotros, yo anciano también con ellos, y testigo de los padecimientos de Cristo, que soy también participante de la gloria que será revelada".

1 Ped. 5:4. "Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria".

Todo en este capítulo indica la cercanía de la consumación. Éste es el motivo de cada deber, para la fidelidad, la humildad, la vigilancia, la paciencia. La gloria pronto será revelada [thz melloushz apokalupteskai doxhz]; los fieles pastores ayudantes recibirán la corona inmarcesible cuando sa manifieste el Príncipe de los pastores; los sufrimientos de la iglesia perseguida han de continuar sólo "un poco más de tiempo" (ver. 10). Todo indica una consumación grande y feliz que está a punto de ocurrir. ¿Hablaría el apóstol de una esperada corona de gloria como motivo para la presente fidelidad si dependiese de un suceso incierto y posiblemente muy distante en el tiempo? Pero si el Príncipe de los pastores no se ha manifestado todavía, la corona de gloria todavía no ha sido recibida. Está bastante claro que, como lo ve el apóstol, la revelación de la gloria, la manifestación del Príncipe de los pastores, la recepción de la corona inmarcesible, y el fin del sufrimiento, todo estaba en el futuro inmediato. Si estaba errado en esto, ¿es digno de confianza en alguna cosa?

De este pasaje (ver. 11), observa Alford:

"Basándonos en este pasaje solamente, no quedaría claro si Pedro consideró la venida del Señor como de ocurrencia probable en la vida de sus lectores o no; pero, interpretado por la analogía de sus otras expresiones sobre el mismo tema, parece que sí lo hizo".
Sin duda lo hizo; también Pablo, y Santiago, y Juan, y toda la iglesia apostólica; y lo creyeron por la más alta autoridad, la palabra de su divino Maestro y Señor.

LA PARUSÍA EN LA SEGUNDA EPÍSTOLA DE PEDRO

No es parte de nuestro plan discutir las preguntas difíciles y no resueltas  con respecto a si la Segunda Epístola de Pedro es genuina y auténtica o no, y el problema no resuelto del capítulo segundo. En vista de las dificultades que presenta en su enseñanza escatológica, quizás podríamos declinar la aceptación de su autoridad, pero la aceptamos como está, creyendo honestamente que contiene indubitable evidencia interna de su origen apostólico. Parece haber sido escrita no mucho tiempo después de la primera epístola, y muy poco antes de la muerte del apóstol (cap. 1:14). Alford da la fecha, de modo conjetural, como el año 68 d. C.

BURLADORES EN "LOS POSTREROS DÍAS"

2 Ped. 3:3,4. "Sabiendo primero esto, que en los primeros días vendrán burladores, andando según sus propias concupiscencias, y diciendo: ¿Dónde está la promesa de su advenimiento? Porque desde el día en que los padres durmieron, todas las cosas permanecen así como desde el principio de la creación".
Los burladores a los que se alude en este pasaje son sin  duda las mismas personas cuyo carácter se describe en el capítulo anterior. La incredulidad en las promesas y las amenazas de Dios, especialmente en cuanto a su juicio venidero, es la característica de estos hombres malvados de los "postreros días". Con la descripción de estos incrédulos, se nos recuerda la predicción de nuestro Señor con referencia al mismo período: "Pero, cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?" (Luc. 18:8). Vale la pena notar también que el apóstol, al contestar el argumento derivado de la estabilidad de la creación, se refiere a la catástrofe del diluvio como ilustración del poder de Dios para destruir a los impíos: la misma ilustración empleada por nuestro Señor al referirse al estado de cosas en la parusía (Mat. 24:37-39).

No hay que olvidar que Pedro está hablando, no de una catástrofe distante, sino de una catástrofe inminente. Los "postreros días" eran los días que en ese momento eran actuales (1 Ped. 1:5,20), y que los burladores de los que se habla existían realmente (cap. 3:5): "Éstos ignoran voluntariamente", etc.

ESCATOLOGÍA DE PEDRO

2 Ped. 3:7,10-13. "Pero los cielos y la tierra que existen ahora están reservados por la misma palabra, guardados para el fuego en el día del juicio y de la perdición de los hombres impíos. ... Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas". Puesto que todas estas cosas han de ser deshechas, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir, esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios, en el cual los cielos, encendiéndose, serán deshechos, y los elementos, siendo quemados, se fundirán!. Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia".
Las imágenes empleadas aquí por el apóstol sugieren de modo natural la idea de la disolución total, por medio del fuego, de la sustancia y la estructura de la creación material, no sólo de la tierra, sino también del sistema al cual pertenece; y este es, sin duda, el concepto popular de la consumación final que se espera ponga fin al actual orden de cosas. Sin embargo, un poquito de reflexión y una mayor familiarización con el lenguaje simbólico de la profecía serán suficientes para modificar esta conclusión, y llevarnos a una interpretación más de acuerdo con la analogía de descripciones similares en los escritos proféticos. Primero, es evidente, por la naturaleza del asunto, que esta conflagración universal, como puede llamársele, era considerada por el apóstol como a punto de tener lugar: "El fin de todas las cosas se acerca" (1 Ped. 4:7). La consumación estaba tan cercana que se describe como un suceso al cual debían mirar "esperando y apresurándose" (ver. 12). Se sigue, por lo tanto, que de lo que habla aquí el espíritu de profecía no podría ser la destrucción o disolución literal del globo terráqueo y el universo creado. Pero que, en el momento en que esta epístola se escribió, era inminente una catástrofe terrible y casi inmediata; que el "día del Señor", predicho por tanto tiempo, estaba realmente cerca; que el día realmente llegó, rápidamente y de repente; que vino "como ladrón en la noche"; que un llameante diluvio de ira y de juicio les sobrevino al territorio culpable y a la nación culpable de Israel, destruyendo y disolviendo sus cosas terrenales y celestiales, es decir, sus instituciones temporales y espirituales, es un hecho impreso indeleblemente en las páginas de la historia. El momento para el cumplimiento de estas predicciones ahora había llegado, y cuando el apóstol escribió fue para declarar que era el "tiempo postrero", y los sarcasmos de los burladores estaban verificando los hechos. Por lo tanto, llegamos a la inevitable conclusión de que era la catástrofe final de Judea y Jerusalén, predicha por nuestro Señor en la profecía del Monte de los Olivos, y a la cual se refieren los apóstoles tan frecuentemente, a la que Pedro aludía en las imágenes simbólicas que parecen dar a entender la disolución del universo material.

Segundo, tenemos que interpretar estos símbolos de acuerdo con la analogía de la Escritura. El lenguaje de la profecía es el lenguaje de la poesía, y no debe ser tomado en sentido estrictamente literal. Felizmente, no hay ausencia de descripciones paralelas en los profetas antiguos, y apenas habrá alguna figura usada por Pedro aquí de la cual no encontramos ejemplos en el Antiguo Testamento, y así, podemos obtener una clave del significado de símbolos semejantes en el Nuevo.

LA CERTEZA DE LA CERCANA CONSUMACIÓN

2 Ped. 3:8,9. "Mas, oh amados, no ignoréis esto: que para con el Señor un día es como mil años, y mil años como un día. El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento".
Pocos pasajes han sufrido interpretaciones más erróneas que éste, al cual se le ha obligado a hablar un lenguaje inconsistente con su obvio propósito y hasta incompatible con una estricta consideración a la veracidad.

Hay aquí probablemente una alusión a las palabras del salmista, en las que éste contrasta la brevedad de la vida humana con la eternidad de la existencia divina: "Porque mil años delante de tus ojos son como el día de ayer, que pasó" (Sal. 90:4). Es un pensamiento grandioso y sublime, y bien en consonancia con el sentimiento del apóstol: "Para con el Señor, un día es como mil años". Pero seguramente sería el colmo de lo absurdo considerar esta sublime imagen poética como un cálculo para la divina medición del tiempo, o como licencia para hacer a un lado por completo las definiciones de tiempo en las predicciones y las promesas de Dios.

Sin embargo, no es raro que se citen estas palabras como argumento o excusa para desestimar por completo el elemento tiempo en los escritos proféticos. Aun en casos en que se especifica cierto tiempo en la predicción, o en que se expresan limitaciones tales como "en breve", "prontamente", o "cerca", se apela al pasaje que tenemos delante para justificar un tratamiento arbitrario de tales notas de tiempo, de modo que pronto puede significar tarde, cercano puede significar distante, corto puede significar largo, y viceversa. Cuando se señala que, de acuerdo con sus propios términos, ciertas predicciones tienen que cumplirse dentro de un tiempo limitado, la respuesta es: "Para con el Señor, un día es como mil años, y mil años como un día". Así, nos encontramos con un crítico eminente que compromete su reputación con una afirmación como la siguiente: "La mayoría de los apóstoles escribió y habló [de la parusía] en el sentido de que ocurriría pronto, no, sin embargo, sin muchas y suficientes indicaciones de que un intervalo, y no corto, ocurriría primero". Otro, aludiendo a la predicción de Pablo en 2 Tes. 2, observa: "Nos dice que, mientras que la venida del Señor estaba cercana entonces, también era remota". Éstas son muestras de lo que pasa por exégesis en no pocos comentaristas de gran reputación.

Seguramente es innecesario repudiar de la manera más enérgica un método tan antinatural de interpretar el lenguaje de la Escritura. Es antigramatical e irrazonable. Aún peor, es inmoral. Es sugerir que Dios tiene dos pesas y dos medidas en sus tratos con los hombres, y que, en su modo de calcular, hay una ambigüedad y una variabilidad que hace imposible decir "qué clase de tiempo puede significar el Espíritu de Cristo en los profetas". Parece dar a entender que un día puede no significar un día, y que mil años pueden no significar mil años, sino que cualquiera de las dos expresiones puede significar la otra. De ser así, sería imposible interpretar la profecía; quedaría despojada de toda precisión, y aún de toda credibilidad; porque es manifiesto que si podría haber tal ambigüedad e incertidumbre con respecto al tiempo, podría haber no menos ambigüedad e incertidumbre con respecto a todo lo demás.

Las Escrituras mismas, sin embargo, no apoyan este método de interpretación. La fidelidad es uno de los atributos que con más frecuencia se le atribuyen al "Dios que guarda el pacto", y la divina fidelidad es lo que el apóstol afirma en este mismo pasaje. Al sarcasmo de los burladores que impugnan la fidelidad de Dios, y preguntan: "¿Dónde está la promesa de su venida?", el apóstol contesta: "El Señor no retarda su promesa, como algunos la tienen por tardanza"; no hay en Él ninguna inconstancia, ni es olvidadizo; el transcurso de tiempo no invalida su palabra; su promesa permanece firme tanto para lo cercano como para lo lejano, para hoy o para mañana, o para mil años después. Para Él, un día es semejante a mil años: es decir, la promesa que ha dicho que cumplirá en un día la cumplirá puntualmente, y la promesa que ha dicho que cumplirá en mil años será ejecutada con igual puntualidad. La duración del tiempo no representa ninguna diferencia para Él. No falsificará la promesa que tiene validez por un día, ni se olvidará de la promesa que se refiere a mil años después. Lo largo o lo corto del plazo, ya sea un día o una época, no afecta su fidelidad. "El Señor no retarda su promesa"; Él "guarda la verdad para siempre". Pero el apóstol no dice que, cuando el Señor promete una cosa para hoy puede que no cumpla su promesa en mil años: eso sería tardanza; eso sería violación de una promesa. El apóstol no dice que, porque Dios es infinito y eterno, por lo tanto Él calcula con una aritmética diferente de la nuestra, ni que nos habla con doble sentido, ni que usa dos diferentes pesas y medidas en sus tratos con la humanidad. Lo opuesto es la verdad. Como Hengstenberg observa con justeza: "El que habla a los hombres, debe hablarles de acuerdo con los conceptos humanos, o de lo contrario, advertirles que no lo ha hecho así".

Es evidente que el propósito del apóstol en este pasaje es dar a sus lectores la más fuerte seguridad de que la catástrofe inminente de los últimos días estaba muy cerca de cumplirse. La veracidad y la fidelidad de Dios garantizaban el puntual cumplimiento de la promesa. Haber indicado que el tiempo era una variable en la promesa de Dios habría equivalido a ridiculizar su argumento y a neutralizar su propia enseñanza, que era, que "el Señor no retarda su promesa".

LO REPENTINO DE LA PARUSÍA

2 Ped. 3:10. "Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche".
Esta afirmación establece con precisión el acontecimiento al cual el apóstol se refiere como "día del Señor". Nos es familiar a causa de las frecuentes alusiones a él en otras partes del Nuevo Testamento. Nuestro Señor había declarado: "El Hijo del hombre vendrá a la hora que no pensáis". Había advertido a sus discípulos que velaran, diciendo: "Si el padre de familia supiese a qué hora el ladrón habría de venir, velaría" (Mat. 24:43). Pablo había dicho a los tesalonicenses: "Vosotros sabéis perfectamente que el día del Señor vendrá así como ladrón en la noche" (1 Tes. 5:2). Y nuevamente, Juan había escrito en Apocalipsis: "He aquí, yo vengo como ladrón" (Juan 16:15). Puesto que las alusiones en estos pasajes se refieren sin duda a la inminente catástrofe de Judea y Jerusalén, llegamos a la conclusión de que éste es también el suceso al que se refiere el pasaje que nos ocupa.

ACTITUD DE LOS CRISTIANOS PRIMITIVOS
EN RELACIÓN CON LA PARUSÍA

2 Ped. 3:12. "Esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios".
Que "el día de Dios", "el día de Cristo", y "el día del Señor" son expresiones sinónimas que hacen referencia al mismo suceso es demasiado obvio para requerir prueba alguna. Aquí encontramos nuevamente lo que tan a menudo hemos encontrado antes - la actitud de expectación y ese sentido de la cercanía inminente de la parusía que son tan característicos de la era apostólica. Es increíble que todo esto esté basado en un mero engaño, y que la iglesia cristiana entera, junto con los apóstoles, y el divino Fundador del cristianismo en persona, estuviesen  involucrados en un error común. Las palabras no tienen ningún significado si una afirmación como ésta puede referirse a algún suceso todavía futuro, y quizás distante, que no puede ser "esperado" porque no está a la vista, ni se puede "apresurar" porque es indefinidamente remoto.

LOS NUEVOS CIELOS Y LA NUEVA TIERRA

2 Ped. 3:13. "Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia".
El catástrofe que estaba a punto de ocurrir habría de ser sucedida por una nueva creación. Las angustias de muerte de la antigua son los dolores de nacimiento de la nueva. La antigua Jerusalén debía dar lugar a la nueva; el reino de este mundo al reino de nuestro Señor y de su Cristo. Puede preguntarse si por nuevos cielos y nueva tierra el apóstol quiere dccir un nuevo orden de cosas aquí entre los hombres o un estado celestial santo y perfecto. También puede preguntarse: ¿A qué promesa se refiere el apóstol cuando dice: "Según sus promesas"? Alford sugiere Isa. 65:17: "Porque he aquí yo crearé nuevos cielos y nueva tierra", etc., y esto puede ser correcto. Pero nosotros nos sentimos inclinados más bien a creer que el apóstol tiene en mente "el nuevo cielo y la nueva tierra" de Apocalipsis, donde encontramos la justicia presentada como la característica distintiva de la nueva era. La nueva Jerusalén es la santa ciudad, en la cual "no entrará ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y mentira". No es más improbable que Pedro se refiera a los escritos del apóstol Juan que a los del apóstol Pablo.

LA CERCANÍA DE LA PARUSÍA,
MOTIVO DE DILIGENCIA

2 Ped. 3:14. "Por lo cual, oh amados, estando en espera de estas cosas, procurad con diligencia ser hallados por él sin mancha e irreprensibles, en paz".
Esta exhortación indica claramente que la parusía se espera como cercana. Su cercanía es motivo para la diligencia y la preparación para encontrarse con Señor. No es la muerte lo que se espera aquí, sino el ser hallado por el Señor vigilantes, "ceñidos vuestros lomos, y vuestras lámparas encendidas".

LOS CREYENTES NO DEBEN DESANIMARSE
POR LA APARENTE DEMORA DE LA PARUSÍA

2 Ped. 3:15. "Y tened entendido que la paciencia de nuestro Señor es para salvación".
La aparentemente larga demora de la ansiosamente larga espera de la venida del Señor debe haber sido preocupante para los perseguidos cristianos que anhelaban la hora esperada de alivio y desagravio. Su clamor subió al cielo: "¿Hasta cuándo, oh Señor, santo y verdadero?" Pero esta misma demora tenía un aspecto de gracia; era la "paciencia", makroqumia; no la "tardanza", sino: "no quiere que nadie perezca". Exactamente de acuerdo con esto está la parábola de nuestro Señor sobre la viuda importuna, que se relaciona con este mismo caso. Hubo la misma demora en la ejecución del juicio por medio de la paciencia [makroqumia] de Dios; la consiguiente prueba de la fe y la paciencia de los santos; su apelación al juicio de Dios para el desagravio; y la exhortación a la diligencia: "La necesidad de orar siempre y no desmayar" (Luc. 18:8).

ALUSIÓN DE PEDRO A LA ENSEÑANZA DE
PABLO TOCANTE A LA PARUSÍA

2 Ped. 3:15,16. "Cono también nuestro amado hermano Pablo, según la sabiduría que le ha sido dada, os ha escrito, casi en todas sus epístolas, hablando en ellas de estas cosas; entre las cuales hay algunas difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, para su propia perdición".
Esta alusión a las epístolas de Pablo indican varias inferencias importantes.

        1. Prueba la existencia y la circulación general de las epístolas escritas por Pablo.  

2. Reconoce la inspiración de ellas y su autoridad coordinada con las Escrituras del Antiguo Testamento.

       3. Advierte del hecho de que Pablo, en todas sus epístolas, habla de la venida del Señor.

       4. Especifica una epístola en particular en la cual se alude claramente al tema.

       5. Reconoce ciertas dificultades relacionadas con la escatología del Nuevo Testamento, y la perversión de la enseñanza apostólica por parte de algunas personas ignorantes e inconstantes.

Podemos considerar brevemente una o dos preguntas:

1. ¿A cuál epístola de Pablo se hace referencia aquí como teniendo relación especial con el tema de la parusía? (Ver. 15).

Estamos dispuestos a concordar con el Dr. Alford en la opinión de que la referencia es a las Epístolas a los Tesalonicenses. La única dificultad reside en la frase "os ha escrito", pues no hay ninguna razón para creer que Pedro dirigió esta epístola a los tesalonicenses. Pero quizás la expresión no significa otra cosa sino que todas las epístolas de Pablo eran propiedad común de la     iglesia en general; de lo contrario, la Epístolas a los Tesalonicenses responden bien a esta descripción de su contenido por parte de Pedro. Encontramos en ellas alusiones a la venida del Señor; a lo súbito de su venida; a la cercanía de su venida; a la liberación y al reposo que su venida traería para los sufrientes discípulos de Cristo; y al deber de ser diligentes y vigilantes ante la perspectiva del acontecimiento.

        2. ¿Cuáles son las "cosas difíciles de entender", ya fuera en las epístolas o en
            las cuestiones bajo consideración?

Se ha señalado a menudo que el antecedente correcto para las cuales en la segunda cláusula del versículo 16 no es "epístolas", sino "cosas", en oiz, concordando, no con epistoluz, sino con toutwn. Sin embargo, ahora parece, desde el descubrimiento del Codex Sinaiticus por Tischendorf, que los tres manuscritos más antiguos dicen aiz, no oiz, convirtiendo a epístolas en el antecedente correcto de "las cuales". Sin embargo, esto no afecta mayormente el sentido que las dos lecturas pueden adoptar. Está bastante claro que las dificultades a las que alude Pedro estaban en las porciones de las epístolas de Pablo que trataban de la parusía. Sabemos cuánto malinterpretaban el tema los mismos tesalonicenses; y tenemos abundante experiencia desde entonces para probar cuánto de la escatología entera del Nuevo Testamento ha sido "difícil de entender", y "torcida" por muchos hasta el día de hoy. No hay que maravillarse, pues, de que los cristianos primitivos hayan experimentado grandes dificultades con respecto a la correcta interpretación de muchas de las declaraciones proféticas relativas a la venida del Señor, el fin del tiempo, la transformación de los vivos, la resurrección de los muertos, el fin de todas las cosas, etc. Que algunos torcieran y pervirtieran la enseñanza apostólica sobre estos temas era demasiado probable, y sabemos que, de hecho, lo hicieron. Era necesario, por lo tanto, exhortar a los creyentes a tener cuidado de no ser "arrastrados por el error de los inicuos".

Volver


Sección de Libros 2

Contenido | Prefacio | Introducción | 1-1 | 1-2 | 1- 3 | 1- 4 | 1- 5 | 1-6 |1-7 | Apéndice1 |

2-8 | 2-9 | 2-10 | 2-11 | 2-12 | 2-13 | 2-14 | 2-15 | 2-16 | 2-17 | 2-18|2-19|2-20|2-21|2-22|2-23|
Apéndice 2|3-24|
3-25|3-26|3-27|3-28|3-29|3-30|3-31|Conclusión|Apéndice 3|

Index 1