LA PARUSÍA
O
La Segunda Venida de Nuestro Señor Jesucristo
JAMES STUART RUSSELL
(1816-1895)

Tomado de The Preterist Archive


PARTE III

LA PARUSÍA EN EL APOCALIPSIS



3-26. LA SEGUNDA VISIÓN

LOS SIETE SELLOS (CAPS. 4, 5, 6, 7, 8, 1

Introducción a la visión, caps. 4, 5



Ahora comienzan las verdaderas dificultades de la exposición apocalíptica. Parece que pasamos a una región diferente, donde todo es visionario y simbólico. El profeta es llamado por una voz como de trompeta, que previamente le había hablado, a ascender al cielo, para mostrarle allí "las cosas que deben suceder después de éstas" (4:1).

Hay una manifiesta referencia en estas palabras a las instrucciones que se le dan al vidente en 1:19: "Escribe las cosas que has visto, y las que son, y las que han de ser después de éstas". Son estas últimas las que ahora le van a ser reveladas al profeta; siendo la frase "las que han de ser después de éstas" [a dei genesqai] evidentemente sinónima de "las cosas que sucederán después de éstas" [a mellei genesqai], indicando esta última expresión que el tiempo de su cumplimiento está cercano.

Debemos pasar por alto la magnífica decripción de la celestial majestad, que nos recuerda las sublimes visiones de Isaías y Ezequiel, y llegar a la escena que el profeta contempla, "en la mano derecha del que estaba sentado en el trono un libro escrito por dentro y por fuera, sellado con siete sellos". Un ángel fuerte proclama en alta voz: "¿Quién es digno de abrir el libro y desatar sus sellos?" Cuando nadie está a la altura de la tarea, y el vidente queda abrumado de dolor porque el rollo místico debe permanecer sin abrir, le consuela el anuncio que le hace uno de los ancianos, de que "el León de la tribu de Judá, la Raíz de David, ha prevalecido para abrir el libro y desatar sus siete sellos". En consecuencia, en medio del culto de adoración de la hueste celestial y de todo el universo creado, el León-Cordero avanza hacia el trono, toma el libro de la mano derecha del que está sentado en él, y procede a romper sucesivamente los sellos con que está atado.

Nada puede ser más vívido ni más dramático que las escenas que aparecen sucesivamente al abrir el Cordero los sellos. Los cuatro querubines que guardan el trono, anuncian, uno después del otro, la apertura de los cuatro primeros sellos, en alta voz, diciendo: "Ven". Y al ser abierto cada uno, el vidente contempla pasar una figura visionaria a través del campo visual, emblema del contenido de la porción del rollo que se desenrolla. Se observará que hay una gradación manifiesta en el carácter de estas representaciones emblemáticas, que aumentan en intensidad y terror desde la primera hasta la última.

¿Entonces, qué representan estos símbolos? Sólo se necesita un vistazo para ver su naturaleza y carácter generales. Por todas partes es GUERRA, y los acompañantes de la guerra - sangre, hambruna, y muerte, todos conduciendo a una pavorosa catástrofe final y terminando en ella, una catástrofe en la que los elementos de la naturaleza parecen disolverse en ruina universal - "el gran día de ira" (cap. 6).

¿De cuáles sucesos habla el profeta? Algunos quieren hacernos creer que este es un compendio de historia universal; que aquí tenemos las conquistas de la Roma imperial durante trescientos años, hasta el establecimiento del cristianismo por Constantino como religión del imperio. Se nos manda a los tomos de Gibbon para que vaguemos a través de las edades en busca de acontecimientos que correspondan a estos símbolos. Pero esto es justamente lo que las siete iglesias de Asia no tenían ningún poder para hacer. ¿No sería mofa invitar invitarles a estudiar y comprender estas visiones, que no son luminosas para nosotros ni siquiera con la ayuda de Gibbon? Ciertamente, los intérpretes que proponen tales soluciones deben haber cerrado los ojos a las expresas enseñanzas del libro mismo. Los términos de la profecía nos impiden hacer todas estas vagas incursiones en la historia general; quedamos limitados a lo cercano, lo inminente, lo inmediato; a cosas que deben suceder pronto; a sucesos que conciernen intensamente a los lectores originales del Apocalipsis: "porque el tiempo está cerca". Con esta luz en la mano, todo se hace claro. Sólo tenemos que colocarnos en el tiempo y en las circunstancias de aquellas iglesias primitivas, y estos símbolos visionarios toman forma hasta convertirse en hechos históricos ante nuestros ojos. El vidente está en el umbral de la crisis largamente predicha y largamente esperada, para cuya llegada el Salvador había preparado a sus discípulos en sus propios días y antes de su partida. Así como la profecía que hizo en el Monte de los Olivos comienza con guerras y rumores de guerras, y continúa hablando de "Jerusalén rodeada de ejércitos", y "la abominación desoladora en el Lugar Santo", hasta que culmina en la aparente destrucción de la naturaleza universal y "la venida del Hijo del Hombre en las nubes de los cielos", así también procede la profecía del Apocalipsis según el mismo método.

Aquí, entonces, la visión representa la cercana destrucción de Jerusalén y el juicio del territorio culpable. Es "el último tiempo", y el discípulo amado, que escuchó la profecía en el Monte, ahora contempla su cumplimiento en visión. Su corazón está lleno de un solo pensamiento, sus ojos de una sola escena. La tormenta de venganza está preparándose sobre su propia tierra; sobre su propia nación - la ciudad y el templo de Dios. Los ejércitos se reúnen para el conflicto; y, al abrirse un sello tras otro, contempla las sucesivas oleadas de aquel tremendo diluvio de ira que estaba a punto de abrumar a la devota tierra de Israel. Creemos que este es el significado de la visión simbólica de los siete sellos. Es sólo otra forma de la misma catástrofe predicha por nuestro Salvador a sus discípulos; pero ahora la hora ha llegado; el fin de la era está cercano, y los ministros de la ira divina son desatados sobre la nación culpable.

APERTURA DEL PRIMER SELLO

Cap. 6:1, 2. "Vi cuando el Cordero abrió uno de los sellos, y oí a uno de los cuatro seres vivientes decir como con voz de trueno: Ven y mira. Y miré, y he aquí un caballo blanco; y el que lo montaba tenía un arco; y le fue dada una corona, y salió venciendo, y a vencer".
Se verá que nosotros consideramos esta visión como emblemática de la guerra judía, que fue precursora del gran acontecimiento final de la parusía. En la apertura del primer sello, contemplamos el primer acto del trágico drama. Es anunciado por uno de los cuatro seres místicos, representado como guardando el trono de Dios, y que exclama con voz de trueno: "Ven", y he aquí que un guerrero armado, montado en un caballo blanco, y teniendo un arco en la mano, pasa delante del campo visual. Se le da una corona al guerrero, que sale venciendo y a vencer.

Esta es una representación vivísima de la primera escena del trágico drama de la guerra contra los judíos que comenzó durante el reinado de Nerón, A. D. 66, dirigida por Vespasiano. En la primera escena vemos al invasor romano avanzar al combate. Todavía la guerra no ha comenzado realmente, el guerrero cabalga sobre un caballo blanco; sostiene un arco en su mano, un arma que se usa a distancia. Es una fantasía ver en la corona dada al jinete un presagio de que la diadema habría de ser puesta sobre la cabeza de Vespasiano. ¿O es sólo una señal de victoria? Comoquiera que sea, la totalidad de las imágenes, como observa Alford, habla de victoria. - "Salió venciendo y a vencer".


APERTURA DEL SEGUNDO SELLO

Cap. 6: 3, 4. "Cuando abrió el segundo sello, oí al segundo ser viviente, que decía: Ven y mira. Y salió otro caballo, bermejo; y al que lo montaba le fue dado poder de quitar de la tierra la paz, y que se matasen unos a otros; y se le dio una gran espada".
Este símbolo también habla por sí mismo. Las hostilidades han comenzado ya; el caballo blanco es reemplazado por uno bermejo [rojo], el color de la sangre. El arco cede su lugar a la espada. Es una gran espada, porque la matanza va a ser terrible. La paz huye de la tierra: todo es conflicto y derramamiento de sangre. Es una guerra tanto civil como extranjera. - "Se matasen unos a otros".

Todo esto representa adecuadamente los hechos históricos. La guerra contra los judíos, dirigida por Vespasiano, comenzó en Galilea, a la mayor distancia posible de Jerusalén, y gradualmente se acercó más y más a la ciudad sentenciada. Los romanos no fueron los únicos agentes en la obra de exterminio que despobló la tierra; las facciones hostiles entre los mismos judíos volvían sus armas las unas contra las otras, de modo que podía decirse que "la mano de cada uno se volvió contra su hermano". Este cambio del arco por la espada indica que los combatientes ahora se habían acercado, y luchaban cuerpo a cuerpo: es otro acto de la misma tragedia.

Vale la pena notar que el lenguaje del cuarto versículo indica, no oscuramente, el escenario de la guerra. La paz es quitada de la tierra [ek thz ghz]. Stuart ha interpretado correctamente esta circunstancia: "Aquí se denota especialmente, no la tierra entera, sino la tierra de Palestina".


APERTURA DEL TERCER SELLO

Cap. 6:5, 6. "Cuando abrió el tercer sello, oí al tercer ser viviente, que decía: Ven y mira. Y miré, y he aquí un caballo negro; y el que lo montaba tenía una balanza en la mano. Y oí una voz de en medio de los cuatro seres vivientes, que decía: Dos libras de trigo por un denario, y seis libras de cebada por un denario; pero no dañes el aceite ni el vino".
Este símbolo tampoco es de difícil interpretación. Significa los crecientes horrores de la guerra. El hambre pisa los talones a la guerra y la matanza. El alimento escasea ya en Judea, especialmente en las ciudades sitiadas, sobre todo en Jerusalén, después de haber sido cercada por Tito. El trigo y la cebada están a precio de hambre, porque el salario diario de un obrero (un denario) sólo alcanza para comprar una sola medida de trigo (un choenix, o menos de un cuarto), y tres veces esa cantidad de grano inferior. Esto significa terribles privaciones entre las apretujadas masas en la sitiada ciudad.

Volviéndonos de la profecía a la historia, las páginas de Josefo nos proporcionan un espantoso comentario sobre este pasaje. Habla de la escasez de alimento en Jerusalén durante el período del sitio: -

"Muchos cambiaban en privado todo lo que tenían de valor por una sola medida de trigo, si eran ricos; de cebada, si eran pobres. Luego, algunos, encerrándose en los rincones más retirados de sus casas, a causa de lo extremo del hambre, comían el grano sin prepararlo; otros lo cocían según lo dictaban la necesidad y el temor. No se ponía mesa en ninguna parte, sino que, agarrando del fuego la masa a medio cocer, la hacían pedazos".
Pero, ¿qué significa la orden: "No dañes el aceite ni el vino"? Esto ha causado mucha perplejidad entre los comentaristas, porque esta orden parece no concordar con la prevalencia del hambre. Si no nos equivocamos, Josefo nos permitirá reconciliar esta aparente incongruencia.

Después de decir que Juan de Giscala, uno de los cabecillas políticos que tiranizaban al miserable pueblo en los últimos días de Jerusalén, se apoderó de los vasos sagrados del templo y los confiscó, Josefo pasa a relatar otro acto de sacrilegio cometido por el mismo cabecilla, que parece haber despertado una profunda indignación y un profundo horror en la mente del historiador:-

"En consecuencia, tomando el vino y el aceite sagrados, que los sacerdotes guardaban para vertirlos en los holocaustos, y que estaban depositados en el interior del templo, los distribuyó entre sus adherentes, que consumieron sin horror más de un hin para ungirse a sí mismos y para beber. Y aquí no puedo abstenerme de expresar lo que indican mis sentimientos. Creo que, si los romanos hubiesen diferido el castigo de estos miserables, o la tierra se habría abierto y se habría tragado la ciudad, ésta habría sido barrida por un diluvio, o habría compartido el fuego y el azufre de Sodoma. Porque produjo una generación mucho más impía que la de los que fueron visitados de esta manera; pues, por la desesperada locura de estos hombres, la nación entera quedó envuelta en la ruina".
Esto sirve para explicar el uso de la palabra adikhshz [tratar injustamente con] en esta orden: "No dañes el aceite ni el vino". Elliott, en oposición a Dean Alford, argumenta a favor del sentido "no cometas injusticia con respecto al aceite", etc. Rinck, citado por Alford, lo traduce como "no desperdicies", etc. El incidente relatado por Josefo muestra cómo la palabra adikhshz se ajusta a cada una de las formas de traducción. El acto de Juan era adikia en el sentido de desperdicio desenfrenado.

APERTURA DEL CUARTO SELLO

Cap. 6: 7, 8. "Cuando abrió el cuarto sello, oí la voz del cuarto ser viviente, que decía: Ven y mira. Miré, y he aquí un caballo amarillo, y el que lo montaba tenía por nombre Muerte, y el Hades le seguía; y le fue dada potestad sobre la cuarta parte de la tierra, para matar con espada, con hambre, con mortandad, y con las fieras de la tierra".
La escena aquí es evidentemente la misma, sólo que con los horrores y las miserias de la guerra intensificados. Los espantosos espectros de la Muerte y el Hades ahora siguen en la caravana del hambre y de la guerra. Los "cuatro terribles juicios de Dios", que Ezequiel vio encargados de destruir la tierra de Israel, "la espada, el hambre, las fieras, y la pestilencia", son desatados nuevamente sobre la tierra, y a causa de ellos, la cuarta parte de su población está condenada a perecer. Jamás hubo una superabundancia de mortandad como en la guerra que culminó con el sitio y la captura de Jerusalén. El mejor comentario sobre este pasaje debe encontrarse en los registros de Josefo, como lo muestra la siguiente descripción:
"Todas las salidas estaban interceptadas, todas las esperanzas de seguridad para los judíos, completamente cortadas; y el hambre, con las fauces abiertas, devoraba al pueblo por sus casas y por sus familias. Los techos estaban llenos de mujeres con sus criaturas en la última etapa; las calles estaban llenas de ancianos ya muertos. Niños y jóvenes, hinchados, se amontonaban como espectros en el mercado, y caían dondequiera que las ansias de la muerte les sobrevenían. Los que estaban afectados no tenían fuerzas para enterrar a sus parientes; y los que todavía eran sanos y vigorosos eran disuadidos por la multitud de los muertos y la incertidumbre que pendía sobre ellos. Muchos morían mientras enterraban a otros, y muchos se iban a los cementerios antes de que llegase la hora fatal.

"En medio de estas calamidades, no había ni lamentos ni gemidos: el hambre era más fuerte que los afectos. Con los ojos secos y las bocas abiertas, los que morían lentamente contemplaban a los que se habían ido al descanso antes que ellos. Reinaba un profundo silencio por toda la ciudad, y una noche preñada de muerte, y los bandidos aún más temibles que todo esto. Abriendo a la fuerza las casas, como quien abre un sepulcro, saqueaban a los muertos, y llevándose a rastras las mortajas de los cadáveres, se alejaban riendo. Hasta probaban la punta de sus espadas en los cadáveres, y para probar el temple de las hojas, atravesaban con ellas a algunos que, extendidos en el suelo, todavía respiraban; a otros, que les imploraban que les prestasen su mano y su espada, les abandonaban desdeñosamente para que muriesen de hambre. Todos expiraban con los ojos fijos en el templo, apartándolos de los insurgentes que dejaban vivos. Al principio, éstos, encontrando insoportable el hedor de los cadáveres, ordenaban que fuesen quemados a expensas del pueblo; pero después, cuando no podían cumplir con la tarea, los lanzaban desde el muro a los barrancos que había abajo.

"Pero, ¿por qué tengo que entrar en detalles parciales de sus calamidades, cuando Maneo, el hijo de Lázaro, que en este período se refugió junto a Tito, declaró que, desde el catorce del mes Xántico, el día en que los romanos acamparon delante de los muros, hasta la luna nueva de Panemo, fueron llevados sólo a través de aquella puerta, que le había sido confiada a él, ciento quince mil ochocientos ochenta cadáveres? Toda esta multitud era de la clase más pobre. No es que tuviera que contarlos, pero, habiéndosele confiado la distribución del fondo público, estaba obligado a llevar la cuenta. El resto eran quemados por sus parientes. Sin embargo, el entierro consistía meramente en sacarlos de sus casas y lanzarlos fuera de la ciudad.

"Después de él, muchos de la clase más alta escaparon; y trajeron la noticia de que seiscientos mil de las clases más humildes habían sido echados fuera a través de las puertas. De los otros, era imposible establecer el número. Dijeron, sin embargo, que, cuando ya no tenían fuerzas para sacar a los pobres, amontonaban los cadáveres en las casas más grandes y cerraban las puertas: y que una medida de trigo se vendía por un talento, y que todavía más tarde, cuando ya no se podía recoger hierbas, estando la ciudad amurallada, algunos quedaban reducidos a una angustia tal que rebuscaban en las cloacas y en el estiércol putrefacto del ganado, y comían la basura; y aquello de lo cual anteriormente se hubiesen alejado asqueados ahora se convertía en su alimento". -- Traill´s Josephus, Jewish War, book v, cap. xii: 3; cap. xiii: 7.


APERTURA DEL QUINTO SELLO
Cap. 6:9-11. "Cuando abrió el quinto sello, vi bajo el altar las almas de los que habían sido muertos por causa de la palabra de Dios y por el testimonio que tenían. Y clamaban a gran voz, diciendo: ¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre en los que moran en la tierra? Y se les dieron vestiduras blancas, y se les dijo que descansasen todavía un poco de tiempo, hasta que se completara el número de sus consiervos y sus hermanos, que también habían de ser muertos como ellos".
Este pasaje puede considerarse como una prueba crucial de cualquier interpretación del Apocalipsis. Puede decirse verdaderamente que difícilmente puede imaginarse nada más insatisfactorio, incierto, y conjetural que la explicación que dan esos intérpretes, que encuentran en el Apocalipsis un programa de historia eclesiástica. Pero, si el principio que nos guía es correcto, nos conducirá a una interpetación tal que demostrará, por propia evidencia, que es la verdadera.

El escenario cambia ahora, del campo de batalla, de las escenas de matanza y de sangre en la ciudad sitiada y hambrienta, al templo de Dios. Pero todavía es Jerusalén. Los mártires cristianos a los que Jerusalén había matado son representados como clamando en voz alta debajo del altar, y apelando a la justicia de Dios para que ya no demore la vindicación de su causa, y vengue su sangre "en los que moran en la tierra". Esta es una escena nueva e importante en el trágico drama, pero en perfecto acuerdo con la enseñanza del Nuevo Testamento. Nuestro Señor advirtió a los judíos: "Para que venga sobre vosotros toda la sangre justa que se ha derramado sobre la tierra, desde la sangre de Abel el justo hasta la sangre de Zacarías hijo de Berequías, a quien matásteis entre el templo y el altar. De cierto os digo que todo esto vendrá sobre esta generación" (Mat. 23:35,36). De manera semejante, advirtió a los discípulos que algunos de ellos caerían víctimas de la enemistad de los judíos. "Entonces os entregarán a tribulación, y os matarán, y seréis aborrecidos de todas las gentes por causa de mi nombre" (Mat. 24:9). Nuestro Señor también declaró que Jerusalén era la más culpable de derramar sangre inocente: ella fue la asesina de los profetas; y sobre ella habría de caer el castigo más señalado. (Mat. 23:31-39).

Aquí tenemos, pues, delante de nosotros, los principales elementos de la escena. Pero esto no es todo. Es imposible no impresionarse con el marcado parecido entre la visión del quinto sello y la parábola de nuestro Señor sobre el juez injusto (Lucas 18:1-8): "¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Se tardará en responderles? Os digo que pronto les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?". Esto es más que un parecido: es identidad. En ambos caso encontramos los mismos querellantes: los elegidos de Dios; apelan a Él para pedir justicia; en ambos casos, encontramos la respuesta a la apelación: "Pronto les hará justicia"; en ambos casos encontramos la escena de sus sufrimientos ubicada en el mismo lugar: "en la tierra" - es decir, la tierra de Judea. La visión y la parábola ahora se complementan mutuamente la una a la otra. La visión nos dice la causa del clamor por la venganza, y quiénes son los que apelan, o sea, los discípulos de Jesús martirizados que han sellado su testimonio con su sangre. La parábola indica el tiempo en que llegaría la retribución: - "cuando venga el Hijo del hombre"; y de la misma manera, el hecho triste de que, cuando la parusía tuviese lugar, encontraría a Israel todavía impenitente y todavía incrédula.

Del mismo modo, la visión del quinto sello aclara un oscuro pasaje que hasta ahora había frustrado todos los intentos de resolver su significado. En 1 Pedro 4:6, encontramos la siguiente afirmación: "Porque por esto también ha sido predicado el evangelio a los muertos, para que sean juzgados en carne según los hombres, pero vivan en espíritu según Dios". Refiriendo al lector a las observaciones que se hicieron sobre este pasaje en páginas anteriores, será suficiente aquí recapitular la conclusión a la que se llegó en aquella oportunidad. La afirmación es realmente así: "Porque, por esta causa, se les llevó un mensaje de consolación aun a los muertos, para que ellos, aunque condenados en la carne por el juicio de los hombres, vivan en el espíritu por el juicio de Dios". Esto apunta evidentemente a la vindicación de los que, por el injusto juicio de los hombres, sufrieron la muerte por la verdad de Dios; declara que habían sido consolados después de la muerte por la nuevas de que, por el juicio divino, disfrutarían de la vida eterna. No hay en la Escritura ninguna alusión a ninguna transacción de esta clase, excepto en el pasaje que tenemos delante - la visión del quinto sello. Sin embargo, esto llena precisamente todos los requisitos del caso. Aquí encontramos "los muertos" - los mártires cristianos, que habían muerto por la fe; habían sido condenados en la carne por el injusto juicio de los hombres. Se da a entender manifiestamente que habían apelado al justo juicio de Dios. En respuesta a su apelación, se les había comunicado un "mensaje de consuelo" [euaggelion]; se les dice que reposen por un tiempo hasta que se les unan sus hermanos y consiervos que han de ser muertos como ellos; mientras que se les dan "túnicas blancas", señales de inocencia y emblemas de victoria. Creemos que debe ser obvio que esta escena bajo el quinto sello corresponde exactamente a la alusión de Pedro y a la parábola de nuestro Señor. Es importante, también, observar el lugar que ocupa esta escena en el drama trágico. Es después del estallido, pero antes de la conclusión, de la guerra judía; precede, por un poco, la catástrofe final del sexto sello. Es el clamor impaciente de los santos martirizados: "¿Hasta cuándo, Señor, hasta cuándo?" Demanda una justa retribución sobre los que habían derramado su sangre; y especifica claramente quiénes son describiéndoles como "los que moran en la tierra". Y todo esto antecede inmediatamente a la catástrofe final bajo el siguiente sello, que presenta la ira de Dios viniendo sobre la nación culpable "hasta lo último". Aquí tenemos, pues, un cuerpo de evidencia tan variado, tan minucioso, y tan acumulativo que podemos aventurarnos a llamarle una demostración.

APERTURA DEL SEXTO SELLO

Cap. 6:12-17. "Miré cuando abrió el sexto sello, y he aquí hubo un gran terremoto; y el sol se puso negro como tela de silicio, y la luna se volvió toda como sangre; y las estrellas del cielo cayeron sobre la tierra, como la higuera deja caer sus higos cuando es sacudida por un fuerte viento. Y el cielo se desvaneció como un pergamino que se enrolla; y todo monte y toda isla se removió de su lugar. Y los reyes de la tierra, y los grandes, los ricos, los capitanes, los poderosos, y todo siervo y todo libre, se escondieron en las cuevas y entre las peñas de los montes; y decían a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero; porque el gran día de su ira ha llegado; ¿y quién podrá sostenerse en pie?"
Ahora llegamos al último acto de esta terrible tragedia: la catástrofe que cierra la segunda visión. Puede causar sorpresa que la catástrofe ocurra bajo el sexto sello, y no bajo el séptimo, como podríamos haber esperado. Pero al séptimo sello se le hace el eslabón entre la segunda y la tercera visiones, y se le emplea de una manera sumamente artística para introducir la siguiente serie de siete, o sea, la visión de las siete trompetas. Aquí podemos observar que cada una de las visiones culmina en una catástrofe, o acto señalado de juicio divino, que trae destrucción sobre los impíos y salvación para los justos.

Nadie puede dejar de observar que casi todas las características de esta terrible escena ocurren en la profecía de nuestro Señor en el Monte de los Olivos con referencia a los juicios venideros sobre la ciudad y la nación de Israel. No hay, pues, lugar para dudar ni por un momento del significado de la visión del sexto sello; pero, mientras más de cerca se estudie cada símbolo, más claramente se verá su relación con la gran catástrofe. Este es el "dies irae" - el hmera kuriakh - "el día grande y terrible de Jehová" predicho por Malaquías, Juan el Bautista, Pablo, Pedro, y, sobre todo, por nuestro Señor en su discurso apocalíptico del Monte de los Olivos. Es la esperada consumación por la que la iglesia apostólica velaba y la cual esperaba - el día de juicio para la nación culpable y, como veremos, el día de redención y recompensa para el pueblo de Dios.

Será adecuado, primero, tomar nota de la correspondencia entre los símbolos de la visión y los del discurso profético de nuestro Señor: 

 

EL SEXTO SELLO
LA PROFECÍA DEL MONTE
"Y he aquí, hubo un gran terremoto".  "Y habrá grandes terremotos, y en diferentes lugares hambres y pestilencias; y habrá terror y grandes señales del cielo" (Lucas 21:11; Mat. 24:7). 
"Y el sol se puso negro como tela de cilicio". "Inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá". 
"Y la luna se volvió toda como sangre". "Y la luna no dará su resplandor".
"Y las estrellas del cielo cayeron son la tierra".  "Y las estrellas caerán del cielo".
"Y el cielo se desvaneció como un pergamino que se enrolla".  "Y las potencias de los cielos serán conmovidas" (Mat. 24:29). 
"Y los reyes, etc. se escondieron ... y dijeron a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros, y escondednos", etc.  "Entonces comenzarán a decir a los montes: Caed sobre nosotros; y a los collados: Cubridnos" (Lucas 23:30). 

La comparación de estos pasajes paralelos debe satisfacer a toda mente razonable de que ambos se refieren a uno y al mismo acontecimiento. Lo que ese acontecimiento es, nuestro Señor lo establece decisivamente: "De cierto os digo, que no pasará esta generación hasta que todo esto acontezca" (Mat. 24:34). El único pasaje que no cae bajo el discurso del Monte de los Olivos es el dirigido a las mujeres que siguieron a nuestro Señor en su camino al Calvario, pero aún aquí, la limitación del tiempo se indica claramente. "Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, sino llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos"; dando a entender que las calamidades que Él predijo vendrían durante la vida de ellas mismas y de sus hijos. La misma cercanía del tiempo está marcada por la frase: "Porque he aquí vendrán días" (Lucas 23:29).

Sin duda, parecerá una objeción a esta explicación el hecho de que la destrucción de Jerusalén, por terrible que fuese, parece inadecuada como antitipo de las imágenes del sexto sello. El objeto se aplica igualmente a la profecía de nuestro Señor, en que su propia autoridad establece la aplicación de las señales. En realidad, se aplica a toda la profecía: porque la profecía es poesía, y poesía oriental también, en la cual las espléndidas imágenes simbólicas son el ropaje del pensamiento. Además, la objeción se basa en una estimación inadecuada del verdadero significado y la verdadera importancia de la destrucción de Jerusalén. Ese acontecimiento no es simplemente un trágico incidente histórico; no debe ser mirado en la misma categoría que el sitio de Troya o la destrucción de Tiro o de Cartago. Fue una gran época providencial; el fin de una era; el desenvolvimiento de un gran período en el gobierno divino del mundo. La catástrofe material no fue sino la señal externa y visible de una poderosa crisis en el reino de lo invisible y lo espiritual.

Al mismo tiempo, debe observarse que los hechos históricos que subyacen estos símbolos son suficientemente reales y tangibles. La consternación y el terror descritos aquí como apoderándose de "los reyes de la tierra, los grandes", etc., están en perfecta armonía con las escenas de los últimos días de Jerusalén como las describe Josefo. Con la premisa de que con "los reyes de la tierra" [basileiz thz ghz] se quiere decir los gobernantes de Judea, como podremos mostrar, encontramos que la descripción profética corresponde maravillosamente a los hechos históricos. Primero, la escena de la visión ocurre evidentemente en un país en que abundan las cavernas rocosas y los escondrijos, lo cual, como bien se sabe, son característicos de Judea. Las colinas de piedra caliza de ese país están literalmente llenas de cavernas como un panal, que han sido cuevas de ladrones y refugios de fugitivos desde tiempo inmemorial. Ewald reconoce "que aquí hay una referencia especial a las peculiaridades de Palestina en cuanto a sus rocas y cavernas, que proporcionan lugares de refugio para los fugitivos". (Citado por Stuart, Apocalypse, in loc.). Estas dos notas, la tierra, y su naturaleza geológica, fijan la ubicación de la escena. Segundo, es un hecho atestiguado por Josefo que los últimos escondrijos de los enloquecidos ciudadanos de Jerusalén eran las cavernas rocosas y los pasajes subterráneos a los cuales huyeron buscando refugio después de la captura de la ciudad:

"La última esperanza", dice Josefo, "que alentaban los tiranos y sus pandillas de bandidos eran las excavaciones subterráneas, en las cuales no esperaban que se les buscase si procuraban refugio en ellas. Después del colapso final de la ciudad, cuando los romanos se hubiesen retirado, se proponían salir y buscar la seguridad en la huída. Pero, después de todo, esto no fue sino un mero sueño, porque no pudieron ocultarse de la observación de Dios ni de los romanos".
Aún más notable, si es posible, es el hecho mencionado por Josefo, de que Simón, uno de los jefes de la rebelión, se ocultó, después de la captura de la ciudad, en uno de estos escondrijos subterráneos. El incidente es relatado así por el historiador judío:
"Este Simón, durante el sitio de Jerusalén, había ocupado la parte alta de la ciudad; pero, cuando el ejército romano había pasado más allá de los muros y estaba devastando la ciudad entera, Simón, acompañado por sus más fieles amigos, y algunos picapedreros, con las herramientas de hierro requeridas por ellos en su oficio, y con provisiones suficientes para muchos días, se dejó caer junto con todo su grupo en una de las cavernas secretas, y avanzó por ella hasta donde lo permitían las antiguas excavaciones. Aquí, habiendo encontrado terreno firme, lo excavaron, con la esperanza de avanzar más lejos, y escapar, emergiendo en un lugar seguro. Pero el resultado de las operaciones demostró que sus esperanzas resultaron fallidas. Los mineros avanzaron lentamente y con dificultad, y las provisiones, aunque administradas, estaban a punto de acabarse.

"Por lo cual Simón, creyendo que podía engañar a los romanos por medio del terror, se vistió de túnicas blancas, y abotonando sobre ellas un manto púrpura, surgió de la tierra en el lugar mismo donde antes se levantaba el templo. Efectivamente, al principio el asombro se apoderó de los que lo vieron, y quedaron como petrificados; pero después, acercándose más, le exigieron que se identificara. Simón rehusó hacerlo, y les dijo que llamaran al general; ellos corrieron rápidamente hasta Terencio Rufo, que había quedado al mando del ejército. Vino Rufo, y después de oír de Simón toda la verdad, le puso en grilletes, y comunicó a César los detalles de la captura ... Sin embargo, el hecho de haber surgido del terreno condujo en ese tiempo al descubrimiento, en otras cavernas, de una vasta multitud de los otros insurgentes. Al regresar César a Cesárea junto al mar, Simón fue llevado a él en cadenas, y César ordenó que se le retuviera para el triunfo que se preparaba para celebrar en Roma".

EPISODIO DEL SELLAMIENTO
DE LOS SIERVOS DE DIOS
Cap. 7:1-17. "Después de esto vi a cuatro ángeles en pie sobre los cuatro ángulos dela tierra, que detenían los cuatro vientos de la tierra, para que no soplase viento alguno sobre la tierra, ni sobre el mar, ni sobre ningún árbol. Vi también a otro ángel que subía de donde sale el sol, y tenía el sello del Dios vivo; y clamó a gran voz a los cuatro ángeles, a quienes se les había dado el poder de hacer daño a la tierra yal mar, diciendo: No hagáis daño a la tierra, ni al mar, ni a los árboles, hasta que hayamos sellado en sus frentes a los siervos de nuestro Dios. Y oí el número de los sellados: ciento cuarenta y cuatro mil sellados de todas las tribus de Israel", etc.
En la crisis misma de la catástrofe, la acción se suspende súbitamente hasta que quede garantizada la seguridad de los siervos de Dios. A los cuatro ángeles destructores encargados de desatar los elementos de la ira sobre la tierra culpable se les ordena detener la ejecución de la sentencia hasta que "los siervos de nuestro Dios hayan sido sellados en sus frentes". En consecuencia, un ángel, teniendo "el sello del Dios viviente", pone una marca sobre los fieles, cuya nacionalidad y número se declaran claramente - "ciento cuarenta y cuatro mil de todas las tribus de los hijos de Israel". Además de éstos, una innumerable multitud, "de todas las naciones y tribus y pueblos y lenguas", se ve de pie delante del trono, vestida con túnicas blancas y con palmas de victoria en sus manos, atribuyendo alabanza y gloria a Dios en medio de la felicidad y los esplendores del cielo.

Esta representación se considera generalmente un episodio, o una digresión, de la acción principal de la obra. No hay duda de que es así; pero, al mismo tiempo, es esencial para completar la catástrofe, y es, de hecho, parte integral de ella.

Se verá que, en cada catástrofe de este libro de visiones - y cada visión termina con una catástrofe - hay dos partes, a saber, el juicio infligido sobre los enemigos de Cristo y la bendición conferida a sus siervos.

Ahora bien, bajo el sexto sello, donde está localizada la catástrofe de la visión, ya hemos visto descrita la primera parte, a saber, el juicio de los enemigos de Dios; pero la otra parte, la liberación del pueblo de Dios, está representada en el capítulo que tenemos delante. El progreso del juicio queda aun detenido hasta que la seguridad de los siervos de Cristo quede garantizada.

¿Qué, pues, significa este episodio?

En las predicciones relativas al "fin del tiempo", encontramos invariablemente una promesa de seguridad y bendición para los discípulos de Cristo, junto con declaraciones de ira venidera sobre sus enemigos. Para dar dos o tres ejemplos de entre muchos: en la profecía de nuestro Señor en el Monte de los Olivos, de la cual el Apocalipsis es eco y expansión, Jesús advierte a sus discípulos que escapen de Judea cuando vean "a Jerusalén rodeada de ejércitos" (Lucas 21:20), "y la abominación desoladora en el lugar santo" (Mat. 24:15). Les asegura que "ni un cabello de vuestra cabeza perecerá"; que cuando comiencen a aparecer las señales de su venida, debían erguirse, y levantar sus cabezas, porque su redención estaba cerca (Luc. 21:18-28). Que el Hijo del hombre enviaría a sus ángeles con un gran sonido de trompeta, y "juntaría a sus escogidos de los cuatro vientos, desde un cabo del cielo hasta el otro" (Mat. 24:31). Que en el gran día del juicio, que habría de seguir a la destrucción de Jerusalén, los impíos "irían al castigo eterno, y los justos a la vida eterna" (Mat. 25:46).

En armonía con estas afirmaciones, encontramos a los apóstoles enseñando en las iglesias que cuando viniera "el día del Señor", "súbita destrucción sobrevendría a los enemigos de Dios, mientras los cristianos obtendrían salvación" (1 Tes. 5:2,3,9); que cuando el Señor Jesús se "revelase desde el cielo con sus poderosos ángeles, en llama de fuego, para tomar venganza de los que no conocen a Dios", su pueblo fiel entraría en el "reposo", y sería "tenido por digno del reino de Dios" (2 Tes. 1:5-9).

Es esta liberación y esta salvación prometida a los discípulos de Cristo la que es prefigurada simbólicamente en el episodio del sexto sello. Las imágenes con las que se describen han sido tomadas evidentemente de la escena contemplada en visión por el profeta Ezequiel (cap. 9), donde "los hombres que gimen y claman a causa de todas las abominaciones que se hacen en medio de Jerusalén" tienen "una marca en la frente", que garantizaría su seguridad cuando los ejecutores de la justicia divina saliesen a matar a los habitantes de la ciudad.

Vale la pena notar que Jerusalén es la escena del juicio tanto en la profecía de Ezequiel como en Apocalipsis; y la alusión que hace Pedro a esta misma transacción en la visión de Ezequiel, como a punto de repetirse en la Jerusalén de sus propios días, es muy significativa. (1 Ped. 4:17).

Pero la luz mayor es proyectada sobre este episodio por las palabras de nuestro Señor: "El Hijo del hombre enviará a sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán a sus escogidos, de los cuatro vientos, desde un extremo del cielo hasta el otro" (Mat. 24:31). Este episodio es la representación del cumplimiento de aquella promesa. Mientras la ira es derramada al máximo sobre la tierra; mientras las tribus de la tierra están de duelo; mientras los enemigos de Dios huyen para esconderse en las cavernas y las cuevas; en aquella hora temible, la trompeta del ángel convoca al fiel remanente del pueblo de Dios, "para que se oculten en el día de la ira de Jehová". Ahora el tiempo ha llegado a su plenitud; porque hay que recordar que todo esto habría de ser presenciado por los apóstoles mismos, o por lo menos por algunos de ellos; porque la propia generación de nuestro Señor no habría de pasar sino hasta que estas cosas se hubiesen cumplido.

En consecuencia, era la esperanza acariciada de los cristianos de la era apostólica escapar de la condenación general, y entrar en posesión de la inmortalidad por el cambio instantáneo que vendría sobre ellos a la aparición del Señor. Pablo tranquilizó a los cristianos de Tesalónica diciéndoles que, los que estuviesen vivos y quedasen hasta la venida del Señor, no precederían a los que habían partido en la fe antes de la venida del Señor. Por la palabra del Señor, les declara que "el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor" (1 Tes. 4:15-17). Pablo alude nuevamente a esta misma confiada expectativa en 2 Tes. 2:1, donde dice: "Pero con respecto a la venida de nuestro Señor Jesucristo, y nuestra reunión con él, os rogamos, hermanos", etc. Esta peculiar expresión, "nuestra reunión con él" [episunagogh], apenas sería inteligible si no fuese por la luz que arrojan sobre ella Mat. 24:31 y Apoc. 7. Al mismo período, la misma transacción, se hace referencia en la profecía de nuestro Señor, en la epístola de Pablo, y en el episodio que tenemos delante. Aquí está la gran consumación, y la garantía de la seguridad del pueblo de Dios cuando la destrucción sobrevenga a los impenitentes a incrédulos. Todo esto pertenece a la gran crisis al final de la era - esto es, al final de la dispensación judía. El dedo del Señor ha definido los límites más allá de los cuales no podemos pasar al establecer el período de esta transacción. "De cierto os digo, que no pasará esta generación sin que todo esto acontezca". Cualquiera que sea nuestra opinión en cuanto al alcance de esta predicción, pronunciada de manera similar por nuestro Señor, Pablo, y Juan, o la manera en que se cumpla, de una cosa no puede haber dudas - las Escrituras están irrevocablemente comprometidas con la afirmación de los hechos.

Se observará que hay dos clases, o divisiones, del "pueblo de Dios", que se especifican en este episodio. La primera clase pertenece a una nación particular - "los ciento cuarenta y cuatro mil de todas las tribus de los hijos de Israel". Éstos tienen que representar necesariamente la iglesia cristiana judía del período apostólico. Pero, además de éstos, hay una multitud que nadie podía contar, que pertenecen a todas las nacionalidades, es decir, no israelitas, sino gentiles. Esta clase, pues, tiene necesariamente que representar a la iglesia gentil del período apostólico; los "incircuncisos", que fueron admitidos a los privilegios del pueblo del pacto, llamados a ser "coherederos, y del mismo cuerpo, y participantes de las promesas de Dios en Cristo por el evangelio", junto con los creyentes judíos. Esta representación implica que el peligro y la liberación simbolizados por el sellamiento de los siervos de Dios no se limitaban a Judea y a Jerusalén. La religión de Jesús de Nazaret era una fe proscrita y perseguida en todo el Imperio Romano antes de que estallase la guerra judía y se abrogase la economía judía. En consecuencia, se dice que los redimidos en la visión, "la multitud con vestiduras blancas", salen de una gran tribulación: una expresión que nos da una pista del establecimiento del tiempo y de las personas a las que se hace referencia aquí. Nuestro Señor, cuando predijo el tiempo de aflicción sin paralelo que habría de preceder a la catástrofe de Jerusalén y de Judea, dice: "Porque habrá entonces gran tribulación [qliyiz megalh], cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá", etc. (Mat. 24:21). Ahora, en la afirmación en el episodio: "Estos son los que han salido de gran tribulación", hay una incuestionable alusión a las palabras de nuestro Señor. Como apunta Alford, la traducción correcta es: "Estos son los que han salido de la gran tribulación" [ek thz qliyewz thz megalhz], siendo el artículo definido sumamente enfático, y la tribulación alude claramente a la predicción en Mateo 24:21.

Así, por la guía de la palabra de Dios misma, llegamos a una y la misma conclusión, y es imposible no impresionarse con la concurrencia de tantas líneas diferentes de argumento que conducen a un solo resultado. Estamos justificados, pues, al llegar a la conclusión de que el episodio del sellamiento de los siervos de Dios representa la seguridad y la liberación de los fieles y el terrible tiempo de juicio que, en la parusía, alcanzó a la ciudad culpable y a la tierra de Israel.

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Contenido | Prefacio | Introducción | 1-1 | 1-2 | 1- 3 | 1- 4 | 1- 5 | 1-6 |1-7 | Apéndice1 |

2-8 | 2-9 | 2-10 | 2-11 | 2-12 | 2-13 | 2-14 | 2-15 | 2-16 | 2-17 | 2-18|2-19|2-20|2-21|2-22|2-23|
Apéndice 2|3-24|
3-25|3-26|3-27|3-28|3-29|3-30|3-31|Conclusión|Apéndice 3|

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