LA PARUSÍA
o
La Segunda Venida de
Nuestro Señor Jesucristo
JAMES STUART RUSSELL
(1816-1895)
Tomado de The
Preterist
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PARTE III
LA PARUSÍA
EN EL APOCALIPSIS
3-27. LA TERCERA
VISIÓN
LAS SIETE TROMPETAS,
CAPS. 8, 9, 10, 11
Ahora hemos llegado al fin de la segunda visión, y podría
suponerse que la catástrofe con la cual concluyó es tan completa
y exhaustiva que no podría haber lugar para ningún cambio
ulterior. Pero no es así. Y aquí tenemos nuevamente que llamar
la atención a una de las principales características de la
estructura del Apocalipsis. No es una secuencia continua y
progresiva de sucesos, sino una representación continuamente
recurrente, básicamente de la misma historia trágica en nuevas
formas y nuevas fases. El Dr. Woodsworth, casi solo entre los
intérpretes de este libro, ha captado esta característica de su
estructura. Al mismo tiempo, cada nueva visión amplía la esfera
de nuestra observación y aumenta el interés por la introducción
de nuevos incidentes y actores.
APERTURA DEL SÉPTIMO
SELLO
Cap. 8:1.
"Cuando abrió el séptimo sello, se hizo silencio en el cielo
como por media hora".
Hablando estrictamente, el séptimo sello pertenece a la visión
anterior; pero se observará que la catástrofe de esa visión
ocurre bajo el sexto sello, y que el séptimo simplemente se
convierte en el eslabón entre la segunda visión y la tercera -
entre los sellos y las trompetas. Sin duda, esto indica la
estrecha relación que continúa existiendo entre ellos. No
podemos concebir los sucesos denotados por las siete trompetas
como subsiguientes en el tiempo a los sucesos representados como
teniendo lugar en la apertura del sexto sello, porque eso
involucraría una inextricable confusión e incongruencia. La
suposición más razonable parece ser que aquí tenemos, en la
visión de las siete trompetas, un nuevo despliegue de los
desoladores juicios que estaban a punto de sobrevenirle a la
sentenciada tierra de Judea. El Dr. Woodsworth observa: "Las
siete trompetas no difieren, en tiempo, de los siete
sellos, sino que más bien se sincronizan con ellos". Dudamos de
que esta sea la manera correcta de expresar el sincronismo.
Creemos que la visión entera de las trompetas forma parte de la
catástrofe bajo el sexto sello.
LAS CUATRO PRIMERAS
TROMPETAS
Cap. 8:7-12.
"El primer ángel tocó la trompeta, y hubo granizo y fuego
mezclados con sangre, que fueron lanzados sobre la tierra",
etc.
La visión se
inicia con un proemio, o una introducción, según la estructura
usual de las visiones apocalípticas. El punto de vista del
vidente todavía es el cielo, aunque el escenario en el cual debe
tener lugar la acción principal es la tierra, o más bien, el
territorio. No puede tenerse presente demasiado cuidadosamente
que es Israel - Judea, Jerusalén - lo que contempla el profeta.
Vagar por la anchura de la tierra entera, e involucrar en la
cuestión a todo el tiempo y a todas las naciones, es, no sólo
desconcertar al lector en un laberinto de perplejidades, sino
perder de vista por completo la meta y el propósito del libro.
"El destino fatal de Israel; o, los últimos días de Jerusalén"
no serían un título inadecuado para el Apocalipsis. La acción de
la pieza, también, está comprendida dentro de un espacio de
tiempo muy breve - porque estas cosas debían "ocurrir pronto".
Regresemos a la visión. Después de una terrible pausa en la
apertura del séptimo sello, que significa el carácter solemne y
lúgubre de los sucesos que están a punto de tener lugar, siete
ángeles, o más bien, los siete ángeles que están de pie
delante de Dios, reciben siete trompetas, que están encargados
de hacer sonar sucesivamente. Antes de que comiencen, sin
embargo, un ángel presenta a Dios las oraciones de los santos,
junto con el humo de mucho incienso de un incensario de oro, en
el altar de oro que estaba delante del trono. Esto se considera
generalmente como símbolo de la aceptabilidad del culto
cristiano por medio de la intercesión y la defensa del Mediador.
Pero, obsérvense los efectos de las oraciones. El ángel toma el
incensario que había perfumado las oraciones de los santos, lo
llena con fuego del altar, y lo lanza sobre la tierra: e
inmediatamente, siguen voces, truenos, relámpagos, y un
terremoto. Extrañas respuestas a oraciones. Pero, si
consideramos estas oraciones de los santos como súplicas del
sufriente y perseguido pueblo de Dios, al que hemos visto
representado en las visiones anteriores como clamando en alta
voz: ¡Hasta cuándo, Señor, hasta cuándo!, todo se aclara. El
Señor vengará la sangre de sus siervos; su ira se enciende; está
cerca una rápida retribución. El incensario que hacía subir las
oraciones se convierte en vehículo de juicio, y es lanzado sobre
la tierra, con la furia del Señor - el fuego del altar delante
del trono.
Ahora, los siete
ángeles se preparan para hacer sonar sus trompetas, y cada
trompetazo es la señal para un acto de juicio. Se observará que
las cuatro primeras trompetas, como los cuatro primeros sellos,
difieren de las tres restantes. Tienen algo de indefinido, y los
símbolos, aunque sublimes y terribles, no parecen susceptibles
de una verificación histórica particular. Probablemente
corresponden a aquellas perturbaciones fenomenales de la
naturaleza a las cuales alude nuestro Señor en su profecía del
Monte de los Olivos como precedentes a la parusía: "Entonces
habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas, y en la
tierra angustia de las gentes, confundidas a causa del bramido
del mar y de las olas" (Luc. 21:25). Estos son los objetos
mismos afectados por las cuatro primeras trompetas, o sea, la
tierra, el mar, la luna, las estrellas. Entonces, sin tratar de
encontrar una explicación específica para estos portentos, es
suficiente considerarlos como las señales externas y visibles
del desagrado divino manifestado hacia los impenitentes y los
incrédulos; síntomas de que el mundo natural estaba agitado y
convulso a causa de la maldad de su tiempo; emblemas de la
dislocación y la desorganización generales de la sociedad, que
precedieron y anunciaron la catástrofe final del pueblo judío.
Sin embargo, las
tres últimas trompetas son de un carácter muy diferente de las
cuatro primeras. Son realmente simbólicas, como las otras, pero
los símbolos son menos indefinidos y parecen más susceptibles de
una interpretación histórica. Los juicios bajo las cuatro
primeras trompetas están marcados por lo que podemos llamar un
carácter artificial; afectan la tercera parte de
todas las cosas - la tercera parte de los árboles, la tercera
parte de la hierba, la tercera parte del mar, la tercera parte
de los peces, la tercera parte de los barcos; la tercera parte
de los ríos, la tercera parte del sol, la tercera parte de la
luna, la tercera parte de las estrellas, la tercera parte del
día, la tercera parte de la noche. Sería absurdo exigir una
verificación histórica de tales símbolos. Pero las trompetas
restantes parecen entrar más en el dominio de la relaidad y la
historia; y, en consecuencia, descubriremos que la Escritura y
la historia contemporánea arrojan mucha luz sobre ellas. Que a
estas últimas trompetas se les atribuye una importancia especial
es evidente por el hecho de que son introducidas por una nota de
advertencia: -
Cap. 8:13.
"Y miré, y oí a un águila volar por en medio del cielo,
diciendo a gran voz: ¡Ay, ay, ay, de los que moran en la
tierra, a causa de los otros toques de trompeta que están para
sonar los tres ángeles!".
Esta nota introductoria a las trompetas de los tres
ayes requiere algunas observaciones.
Primera, el lector percibirá que el texto dice águila, no
ángel. "Oí a un águila volar por en medio del cielo".
Este es el símbolo de la guerra y la rapiña. Hay un llamativo
paralelo de esta representación en Oseas 8:1: "Pon a tu boca
trompeta. Como águila viene contra la casa de Jehová, porque
traspasaron mi pacto, y se rebelaron contra mi ley". En
Apocalipsis, el águila viene con la misma misión, anunciando
dolor, guerra, y juicio.
Segunda, el lector
observará las personas sobre las cuales han de caer los ayes
predichos - "los que moran en la tierra". Como en 6:10, así
también sucede aquí; gh debe ser tomado en sentido
restringido, como referencia a la tierra de Israel. Las
traducciones de gh como tierra, en vez de territorio,
y de aiwnby como mundo, en vez de era,
han sido fuentes fructíferas de error y confusión en la
interpretación del Nuevo Testamento. Con singular
inconsistencia, nuestros traductores han traducido a gh,
algunas veces como tierra, algunas veces como territorio,
en versículos casi consecutivos, oscureciendo el sentido
grandemente. Así, en Lucas 21:23, traducen gh como tierra:
"habrá gran calamidad en la tierra" [epi thzghz], siendo
compelidos a restringir el significado en la siguiente cláusula
- "e ira sobre este pueblo". Pero, en el siguiente versículo
menos uno, donde se repite la misma frase - "calamidad epi thz
ghz" - lo traducen "en la tierra". En el pasaje que tenemos
delante, los ayes deben entenderse como denunciados, no sobre
los habitantes del globo, sino sobre los de la tierra,
esto es, de Judea.
LA QUINTA TROMPETA
Cap. 9:1-12.
"El quinto ángel tocó la trompeta, y vi una estrella que cayó
del cielo a la tierra; y se le dio la llave del pozo del
abismo. Y abrió el pozo del abismo, y subió humo del pozo como
humo de un gran horno; y se oscureció el sol y el aire por el
humo del pozo ... Y se les dio poder, como tienen poder los
escorpiones de la tierra ... Y tienen por rey sobre ellos al
ángel del abismo, cuyo nombre en hebreo es Abadón, y en
griego, Apolión. El primer ay pasó; he aquí, vienen aún dos
ayes después de esto".
Sobre esta
representación simbólica, Alford observa: "Hay una Babel
interminable de interpretaciones alegóricas e históricas de
estas langostas que salen del abismo"; pero, aunque limpia el
suelo del montón de especulaciones románticas con las cuales ha
sido sobrecargado, se abstiene de poner nada mejor en su lugar.
Sin asumir que tenemos más penetración que otros expositores, no
podemos sino pensar que el principio de interpretación sobre el
cual procedemos, y que tan obviamente establece el Apocalipsis
mismo, proporciona una gran ventaja en la búsqueda y el
descubrimiento del verdadero significado. Con nuestra atención
fija en un solo punto de la tierra, y absolutamente limitados a
un espacio de tiempo muy breve, es comparativamente fácil leer
los símbolos, y todavía más satisfactorio marcar su perfecta
correspondencia con los hechos.
Cualquiera que sea
la oscuridad que haya en esta extraordinaria representación,
parece es bastante claro que ella no puede referirse a ningún
ejército humano. Por el contrario, todo apunta a lo
infernal y demoníaco. Considerando el origen, la naturaleza, y
el líder de esta misteriosa hueste, es imposible considerarlo a
cualquier otra luz que no sea como símbolo de la irrupción de un
siniestro poder demoníaco. Es exactamente así como está
representado, las huestes del infierno que salen y
hormiguean sobre la maldecida tierra de Israel. Tenemos
delante nuestro un monstruoso cuadro de una realidad histórica,
la condición completamente demoralizada y, por decirlo así,
poseída por demonios, de la nación judía hacia el trágico final
de su memorable historia. ¿Tenemos algún fundamento para creer
que la última generación del pueblo judío era realmente peor que
cualquiera de sus predecesoras? ¿Es razonable suponer que esta
degeneración tenía alguna relación con una influencia satánica?
A ambas preguntas tenemos que contestar: Sí. Tenemos una
declaración muy notable de nuestro Señor sobre estos dos puntos,
la cual, nos aventuramos a afirmar, da la clave para la correcta
interpretación de los símbolos que tenemos delante. En el
capítulo doce de Mateo, Jesús compara a la nación, o más bien, a
la generación que entonces existía, con un endemoniado del que
había sido expulsado un espíritu inmundo. La predicación del
segundo Elías y los propios esfuerzos de nuestro Señor habían
producido una reforma moral temporal en la nación. Pero la
antigua e inveterada incredulidad e impenitencia pronto volvió,
y en una forma siete veces peor.
"Cuando el espíritu inmundo sale del
hombre, anda por lugares secos, buscando reposo, y no lo
halla. Entonces dice: Volveré a mi casa de donde salí; y
cuando llega, la halla desocupada, barrida y adornada.
Entonces va, y toma consigo otros siete espíritus peores que
él, y entrados, moran allí; y el postrer estado de aquel
hombre viene a ser peor que el primero. Así también
acontecerá a esta mala generación". (Mat. 12:43-45).
La frase final
está llena de significado. La nación culpable y rebelde, que
había rechazado y crucificado a su Rey, debía ser entregada, en
su última etapa de impenitencia y obstinación, al dominio
irrestricto del mal. El demonio exorcizado habría de regresar
finalmente reforzado por una legión.
Tenemos abundante evidencia en las páginas de Josefo sobre la
verdad de esta representación. Una y otra vez, declara que la
nación se había vuelto completamente corrupta y degradada.
"Ninguna generación", dice, "existió jamás tan prolífica
en el crimen".
"Opino", dice nuevamente, "que si los
romanos hubiesen diferido el castigo de estos miserables, la
tierra se habría abierto y tragado la ciudad, o habría sido
barrida por un diluvio, o habría compartido el fuego y el
azufre de Sodoma. Porque produjo una raza mucho más impía que
aquéllos que fueron así visitados". --- Josefo, lib. 5, cap.
13.
Ahora examinemos
los símbolos de la quinta trompeta a la luz de estas
observaciones. No puede haber dudas en cuanto a la identidad de
la "estrella que cayó del cielo, a quien se le dio la llave del
abismo". Sólo puede referirse a Satanás, a quien nuetro Señor
contempló "cayendo del cielo como un rayo" (Lucas 10:18). "¡Cómo
caíste del cielo, oh Lucero, hijo de la mañana!" (Isa. 14:12).
La nube de langostas que sale del pozo del abismo - langostas
encargadas, no de destruir la vegetación, sino de atormentar a
los hombres - apunta, no de una manera oscura, a espíritus
malignos, emisarios de Satanás. Del lugar de donde proceden, el
abismo, se habla claramente en los evangelios como la morada de
los demonios. La legión expulsada del endemoniado de Gadara rogó
a nuestro Señor "que no los mandase al abismo" (Luc. 8:31). Las
langostas de la visión están representadas como infligiendo
graves tormentos a los cuerpos de los hombres; y esto concuerda
con las afirmaciones del Nuevo Testamento relativas al efecto
físico de la posesión demoníaca - "gravemente atormentada por un
demonio" (Mat. 15:22). No debe causar ninguna dificultad el
hecho de que espíritus inmundos sean simbolizados por langostas,
al ver que también se les compara con ranas, Apoc. 16:13. En
cuanto a la extraordinaria apariencia de las langostas, y su
poder limitado a una duración de cinco meses, los mejores
críticos parecen concordar en que estas características han sido
tomadas prestadas de los hábitos y el aspecto de las langosta
naturales, de cuyos estragos se dice que están limitados a cinco
meses del año, y cuya apariencia se parece hasta cierto punto a
la de los caballos. (Véase a Alford, Stuart, De Wette, Ewald,
etc.). Es suficiente, sin embargo, considerar tales minucias más
bien como imágenes poéticas que rasgos simbólicos. Finalmente,
su rey, "el ángel del abismo", cuyo nombre es Abadón, y Apolión,
el Destructor, no puede ser otro que "el gobernador de las
tinieblas de este mundo"; "el príncipe de las potencias del
aire"; "el espíritu que actúa en los hijos de desobediencia". El
dominio maligno e infernal de Satanás sobre la nación condenada
a muerte queda ahora establecido. Pero su tiempo fue corto,
porque "el príncipe de este mundo" pronto habría de ser "echado
fuera". Mientras tanto, sus emisarios no tenían poder para hacer
daño a los verdaderos siervos de Dios, "sino sólo a los que no
tenían el sello de Dios en sus frentes".
Tal es la invasión de esta hueste infernal; por decirlo así,
todo el infierno desatado sobre la tierra dedicada, convirtiendo
a Jerusalén en un pandemonio, habitación de demonios, guarida de
todo espíritu inmundo, y albergue de toda ave inmunda y
aborrecible. (Apoc. 18:2).
LA SEXTA TROMPETA
Cap. 9:13-21.
"El sexto ángel tocó la trompeta, y oí una voz de entre los
cuatro cuernos del altar de oro que estaba delante de Dios,
diciendo al sexto ángel que tenía la trompeta: Desata a los
cuatro ángeles que están atados junto al gran río Éufrates. Y
fueron desatados los cuatro ángeles que estaban preparados
para la hora, día, mes, y año, a fin de matar a la tercera
parte de los hombres. Y el número de los ejércitos de los
jinetes era doscientos millones. Yo oí su número", etc.
La sexta trompeta
es introducida por el anuncio: "El primer ay pasó; he aquí
vienen aún dos ayes después de esto" - indicando que su llegada
está cercana: están en camino: "vienen" [ercetai].
Hay cierto parecido entre la visión presentada aquí y la que la
precede. Ambas se refieren a una hueste grande y multitudinaria
desatada para castigar a los hombres; en ambas la hueste no es
como ningunos seres reales in rerum natura, pero ambas
parecen caer, en algunos puntos, dentro de las regiones de la
realidad, y ser susceptibles, en parte al menos, de verificación
histórica. El primer incidente que sigue al tocar de la sexta
trompeta es la orden de "desatar los cuatro ángeles que están
atados junto al gran río Éufrates". Acerca de este pasaje, dice
Alford: "Todas las imágenes aquí han sido una crux
interpretum en cuanto a quiénes son estos ángeles, y que
se indica por la localidad que se describe aquí". Es en estos
casos cruciales, que desafían la destreza de la mano más hábil
para abrir la cerradura, en que demostramos el poder de nuestra
llave maestra. Fijémosnos primero en lo que parece más literal
en la visión - "el gran río Éufrates". Eso, por lo menos,
difícilmente puede ser simbólico. Se dice que hay cuatro ángeles
atados, no en el río, sino junto a él [epi tw
potamw]. Desatar estos cuatro ángeles libera una vasta horda de
jinetes armados, con las extrañas y antinaturales
características descritas en la visión. ¿Qué es lo verdadero
y real que podemos deducir de estas imágenes altamente
elaboradas? ¿Cómo es que estos jinetes vienen de la región del
Éufrates? ¿Cómo es que hay cuatro ángeles atados junto a ese
río? Ahora bien, se recordará que la invasión de langostas vino
del abismo del infierno; este ejército invasor viene del
Éufrates. Este hecho sirve para desenmarañar el misterio.
El ejército invasor que siguió a Tito hasta el sitio y la
captura de Jerusalén fue traído en gran medida de la región del
Éufrates. Ese río formaba la frontera oriental del Imperio
Romano; y sabemos de cierto que esta frontera era guardada por
cuatro legiones, que estaban estacionadas regularmente allí.
Concebimos estas cuatro legiones como simbolizadas por
los cuatro ángeles atados junto al río. "Desatar los
ángeles" equivale a movilizar las legiones, y no podemos
pensar sino que el símbolo es poético, pues es históricamente
verdadero. Pero, se dirá, las legiones romanas no consistían de
caballería. Correcto; pero sabemos que, junto con los
legionarios del Éufrates, vinieron a la guerra judía fuerzas
auxiliares traídas de esa misma región. Antíoco de Comágene que,
como nos dice Tácito, era el más rico de todos los reyes que se
sometieron a la autoridad de Roma, envió un contingente a la
guerra. Sus dominios estaban sobre el Éufrates. Sohemus, también
otro rey poderoso, cuyos territorios estaban en la misma región,
envió una fuerza para cooperar con el ejército romano a las
órdenes de Tito. Ahora bien, las tropas de estos reyes
orientales, como las de sus vecinos los partos, eran mayormente
de caballería; y es completamente consistente con la naturaleza
de la representación alegórica o simbólica que en un libro como
Apocalipsis estas feroces hordas extranjeras de jinetes bárbaros
asumiesen la apariencia presentada en la visión. Son
multitudinarias, monstruosas, agresivas, letales; y sin duda,
así les parecían a los miserables "moradores de la tierra" a
quienes estaban encargados de destruir. La invasión puede
describirse correctamente en el lenguaje análogo del profeta
Isaías: "Jehová de los ejércitos pasa revista a las tropas para
la batalla. Vienen de lejana tierra, de lo postrero de los
cielos, Jehová y los instrumentos de su ira, para destruir toda
la tierra" (Isa. 13:4,5).
Es en favor de
esta interpretación que hay una manifiesta congruencia en la
invasión de la tierra dedicada, primero por una maligna hueste
de demonios, y después por un poderoso ejército terrenal. Cada
hecho está respaldado por evidencia histórica decisiva.
Despójese a la visión de este ropaje, y hay un sólido núcleo de
hechos sustanciales. Las dramáticas unidades de tiempo, lugar, y
acción han sido preservadas también, y gradualmente somos
llevados más y más cerca de la catástrofe bajo la séptima
trompeta. Pero nos estamos anticipando.
Puede hacerse una
objeción a esta explicación de la visión de la sexta trompeta, a
causa de las hordas eufráticas encargadas de destruir a los idólatras.
Sin duda, la flagrante idolatría descrita en el versículo veinte
no era el pecado nacional de Israel en aquel período, aunque lo
había sido en épocas anteriores. Pero hay demasiada razón para
creer que muchos judíos sí se conformaban a prácticas paganas en
los días de Herodes el Grande y sus descendientes. Creemos, sin
embargo, que en la secuela se demostrará satisfactoriamente que,
en Apocalipsis, el pecado de idolatría se imputa a los que,
aunque no eran culpables de adorar ídolos literalmente, eran los
obstinados e impenitentes enemigos de Cristo. (Véase la
exposición del capítulo 17).
Finalmente, la
correcta traducción del vers. 15 elimina una oscuridad que ha
sido ocasión de mucha perplejidad y muchos conceptos erróneos.
Se declara que los cuatro ángeles atados junto al Éufrates, y
desatados por el ángel de la sexta trompeta, han sido
preparados, no para una hora, y un día, y un
mes, y un año, sino para la hora, día, mes, y
año: es decir, destinados por la voluntad de Dios para una obra
especial, en una coyuntura particular; y en el tiempo señalado,
fueron desatados para cumplir su misión providencial. "La
tercera parte de los hombres" no significa la tercera parte de
la raza humana, sino la tercera parte de los "habitantes de la
tierra" (cap. 8:13), sobre los cuales los ayes están a punto de
caer.
EPISODIO DEL ÁNGEL CON
EL LIBRO ABIERTO
I. Ahora podríamos
haber esperado que sonase la séptima trompeta; pero, como en la
visión de los siete sellos, la acción es interrumpida por la
introducción de episodios que hacen espacio para material nuevo
que no cae estrictamente dentro de la corriente principal de la
narración.
Cap. 10:1-11.
"Vi descender del cielo a otro ángel fuerte, envuelto en una
nube, con el arco iris sobre su cabeza; y su rostro era como
el sol, y sus pies como columnas de fuego. Tenía en su mano un
librito abierto; y puso su pie derecho sobre el mar, y el
izquierdo sobre la tierra; y clamó a gran voz, como ruge un
león; y cuando hubo clamado, siete truenos emitieron sus
voces", etc.
1. Es natural que
al principio estemos dispuestos a considerar a este ángel
poderoso, que aparece como el interlocutor en este episodio y en
el siguiente, como uno de los "espíritus ministradores" que
ejecutan las órdenes del Altísimo. Pero una consideración más
plena impide esta suposición. Los atributos con los cuales está
investido este ángel se parecen tanto a los que se atribuyen a
nuestro Señor en el capítulo primero, que la mayoría de los
intérpretes concuerda en la opinión de que aquí se quiere dar a
entender nada menos que al Salvador mismo. La nube de gloria
con la que está vestido es un símbolo usual de la presencia
divina; el "arcoiris sobre su cabeza" corresponde al
arcoiris alrededor del trono (cap. 4:3); "su rostro como el
sol"; "sus pies como columnas de fuego"; "su voz
como la de un león cuando ruge"; todo esto se parece tan
exactamente a la descripción en el cap. 1:10-16 que apenas es
posible llegar a cualquier otra conclusión sino que esta es una
manifestación del Señor mismo.
2. Pero aquí hay una correspondencia aún más notable entre la
apariencia y la acción de este "ángel poderoso" y la descripción
que hace Pablo del arcángel en 1 Tes. 4:16: "Porque el Señor
mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de
Dios". Aquí hay ciertamente una coincidencia muy singular. 1. El
ángel glorioso de Apocalipsis parece sin duda ser "el Señor
mismo". 2. De ambos se dice que "descienden del cielo". 3. En
cada caso, está representado descendiendo con "aclamación".
4. En cada caso, es la voz del "arcángel". 5. En cada
caso, la apariencia del ángel, o Salvador, está asociada con una
trompeta. 6. También, el momento de esta
aparición parece ser el mismo: en Apocalipsis es en la víspera
del toque de la última trompeta, cuando "el misterio de Dios se
habrá consumado"; mientras que en la epístola es en vísperas de
"la gran consumación", o "el día del Señor" (1 Tes. 5: 2).
3. Puede objetarse
que el título de "ángel"o aun el de "arcángel"
es incompatible con la suprema dignidad del Hijo de Dios. Pero
no puede haber dudas de que el nombre ángel se le da en
el AT al Mesías, Isa. 63:9; Mal. 3:1. El nombre de arcángel
es equivalente al de "principe de los ángeles", la misma frase
con que la versión siríaca traduce la palabra en 1 Tes. 4:16; en
realidad, sería más razonable objetar que el título de
"arcángel" se le dé a cualquier persona que no sea divina. Está
en armonía con otros nombres que se aceptan como pertenecientes
a Cristo, como Arch, Arcwn, Archgoz, Arciereuz, Arcipoimhn, así
que hay una fuerte presunción de que el título Arcaggeloz
también pertenece a Cristo.
4. Hengstenberg
sostiene, y con muchas probabilidades, que hay sólo un
arcángel, y que posee naturaleza divina. Este arcángel se llama
"Miguel" en Judas, ver. 9; pero en el libro de Daniel, Miguel
es identificado expresamente con el Mesías (Dan. 12:1). Por lo
tanto, arcángel es un título propio de Cristo.
5. Vale la pena
notar que Pablo habla, no de la voz de un arcángel, sino
del arcángel, como si se estuviese refiriendo a lo que ya
era bien conocido y familiar para las personas a las cuales
escribía. Pero, ¿dónde encontramos en las Escrituras alguna
alusión a "la voz del arcángel y la trompeta de Dios"? En
ninguna parte, excepto en este mismo pasaje de Apocalipsis.
Deducimos que Apocalipsis era conocido para los tesalonicenses,
y que Pablo aludía a esta misma descripción.
6. Nuevamente, en
las Epístolas a los Tesalonicenses, la voz del arcángel es
representada despertando a los santos ue duermen. Pero, ¿de
quién es la voz que llama a los muertos de sus tumbas? La voz
del Hijo de Dios. "Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos
oirán la voz del Hijo de Dios; y saldrán" (Juan 5:25-29). La voz
del arcángel, pues, es la voz del Hijo de Dios. Se observará
también, que se dice que el sonido de la séptima trompeta es "el
tiempo de juzgar a los muertos" (Apoc. 11:18).
7. Por último, que
el ángel poderoso de Apoc. 10:1 es una persona divina, y no otra
que el Señor Jesucristo, parece demostrado decisivamente por el
cap. 11:3: "Y daré a mis dos testigos que profeticen",
etc., donde el que habla es evidentemente una persona divina, y
el mismo "ángel poderoso" que el profeta contempló descendiendo
del cielo.
Concluimos, pues,
que el "ángel poderoso" de Apocalipsis es idéntico al "arcángel"
de 1 Tesalonicenses, y no es otro que "el Señor mismo".
II. Ahora consideramos el pronunciamiento del
ángel poderoso.
Al principio,
podríamos suponer que lo que el ángel pronunció se mantenía en
secreto. Se nos dice que, cuando clamó, siete truenos emitieron
sus voces; pero, cuando el vidente procedía a escribir lo que
habían dicho, se le prohibió hacerlo: "Sella las cosas que los
siete truenos han dicho, y no las escribas" (ver. 5).
El profeta, sin
embargo, pasa a registrar lo que el ángel hizo y dijo. Con el
pie derecho en el mar y el izquierdo en la tierra, el ángel
levanta su mano al cielo, y jura por el que vive por los siglos
de los siglos que ya no habrá más tiempo ni tregua. Es decir:
"El fin ha llegado; la paciencia de Dios ya no puede esperar
más; el día de gracia está a punto de concluir; ya no se dará
más tregua".
Que este es el significado de la declaración es
evidente por lo que sigue, en el ver. 7:
"En los días de la voz del séptimo
ángel, cuando él comience a tocar la trompeta, el misterio de
Dios se consumará, como él lo anunció a sus siervos los
profetas".
En otras palabras,
la séptima y última trompeta, que está a punto de sonar, traerá
la gran consumación predicha. Esta íntima conexión entre la
aparición del arcángel y el sonar de la séptima trompeta (que
introduce la consumación) es sumamente sugerente, y confirma con
fuerza todo lo que se ha adelantado con respecto a la
correspondencia entre la escena que tenemos delante y la
descripción de 1 Tes. 4:16.
Pero este séptimo versículo también confirma de modo singular y
muy satisfactorio los puntos de vista que ya se han expresado
con respecto a lo que se ha llamado erróneamente "la predicación
del evangelio a los muertos" (1 Ped. 4:6). El lector recordará
que, en el pasaje a que se hace referencia, la expresión
empleada es "nekroiz euhggelisqh" (literalmente, fue
evangelizado a los muertos, es decir, un anuncio
consolador fue hecho a los muertos).
En el pasaje que
tenemos delante (cap. 10:7), descubrimos la fuente original de
esta peculiar expresión "evangelizado" [enhggelisen], y en un
examen más minucioso, encontramos una alusión, clara y distinta,
a esa misma comunicación hecha a los muertos, a la que se
refiere Pedro. El ángel de la visión jura:
"que el tiempo no sería más, sino que
en los días de la voz del séptimo ángel, cuando él comience a
sonar la trompeta, el misterio de Dios se consumará, como él
lo anunció a sus siervos los profetas".
En otras palabras, "como él lo anunció mediante
un anuncio consolador a sus siervos los profetas".
Aquí la cuestión se presenta sola: ¿Cuándo se hizo este anuncio
consolador? Alford contesta esta pregunta correctamente. En su
nota sobre este versículo, dice:
"que el tiempo no sería más",
es decir, no intervendría más; en alusión a la respuesta dada
al clamor de las almas de los mártires, cap. 6:11, kai erreqh
avtoiz ina anapauswntai eti cronon mikron. Esta serie entera
de juicios anunciados por las trompetas ha sido una respuesta
a las oraciones de los santos, y ahora la venganza está a
punto de tener entero cumplimiento; cronoz ouketi estai: la
espera señalada está cerca. Que este es el significado queda
demostrado por el todo en taiz hmeraiz, etc., que sigue".
Luego, ¿a quién se
le hizo este consolador anuncio? La respuesta es: "a sus siervos
los profetas". Esto se refiere claramente a los que, en el cap.
6:9, están representados como "las almas de los que fueron
muertos por la palabra de Dios, y por el testimonio que tenían".
Porque, ¿cuál es la función de un profeta? ¿No es la de declarar
la palabra del Señor, y dar testimonio en favor de la verdad? En
el capítulo 6, se les describe como "habiendo sido muertos", la
suerte que Jesús predijo para sus siervos. "Por tanto, he aquí
yo os envío profetas y sabios y escribas; y de ellos, a
unos mataréis y crucificaréis" (Mat. 23:34). Jerusalén era
notoriamente asesina de profetas. "¡Jerusalén, Jerusalén, que
matas a los profetas!" (Mat. 23:37). "No es posible que un
profeta muera fuera de Jerusalén" (Luc. 13:33). Era la sangre de
estos mártires la que había de ser requerida de "aquella
generación", y ahora el tiempo había llegado.
Por último, obsérvese el período indicado en este mensaje
consolador [euaggelion]. Es "en los días de la voz del séptimo
ángel que el misterio de Dios se consumará". Volvamos al cap.
11:18, que describe el resultado del sonido de la séptima
trompeta, y ¿qué encontramos? Allí se declara: "Tu ira ha
venido, y el tiempo de juzgar a los muertos, y de dar el
galardón a tus siervos los profetas". Difícilmente es
necesario señalar cuán perfectamente coincide esto con las
afirmaciones en 1 Ped. 4:6, así como en Apoc. 6:9-11, y cuán
obviamente se refieren al mismo período y al mismo suceso. Eleva
la probabilidad a la certeza, y demuestra la verdad de la
explicación que ya se ha dado, mediante una sutil y recóndita
correspondencia que soportará la inspección más minuciosa y
crítica.
III. El libro
abierto en la mano del ángel (cap. 10:8-11). El ángel poderoso
está representado sosteniendo en su mano un librito abierto. No
se nos informa de su contenido, pero nos ayuda mucho en la
interpretación de este símbolo la manifiesta correspondencia
entre la escena en Apocalipsis y la que se describe en Ezequiel
2, 3. En realidad, parecen contrapartes la una de la otra. El
rollo en Ezequiel corresponde al "librito". En la profecía, es "el
Señor" quien sostiene el rollo en la mano, y se lo da al
profeta; una confirmación adicional del argumento de que es el
Señor quien, en Apocalipsis, sostiene en librito en su
mano. Tanto en la profecía como en Apocalipsis, el rollo o libro
está abierto. En ambos, el rollo o libro es comido
por los profetas; en ambos, "era dulce en la boca" al comerlo.
Sólo el Apocalipsis afirma que se volvió amargo en el
vientre; pero podemos inferir que la misma característica se
aplica igualmente al rollo de Ezequiel. Todas estas notables
correspondencias prueban suficientemente que la escena en la
profecía de Ezequiel es el prototipo de la visión en
Apocalipsis. Pero el punto principal que debe observarse es la naturaleza
del contenido del librito, y esto podemos establecerlo por
su paralelo en la profecía. El rollo que Ezequiel vio "estaba
escrito por delante y por detrás; y había escritas en él
endechas y lamentaciones y ayes" (Eze. 2:10). Deducimos, pues,
que en ambos el contenido era amargo, porque Juan, como
Ezequiel, era el mensajero de ayes venideros para Israel, y esta
misma visión pertenece a las trompetas de ayes que hicieron
sonar la señal del juicio.
LA MEDICIÓN DEL TEMPLO
Cap. 11:1, 2.
"Entonces me fue dada una caña semejante a una vara de medir,
y se me dijo: Levántate, y mide el templo de Dios, y el altar,
y a los que adoran en él. Pero el patio que está fuera del
templo déjalo aparte, y no lo midas, porque ha sido entregado
a los gentiles; y ellos hollarán la ciudad santa cuarenta y
dos meses".
Si faltase algo
para probar que en estas visiones apocalípticas tratamos con
historia contemporánea, con hechos y cosas que existían en los
días de Juan, ese algo lo proporcionaría el pasaje que tenemos
delante. Aquí tenemos evidencia clara y distinta con respecto al
tiempo y al lugar. La visión habla de la ciudad
y el templo de Jerusalén; la ciudad literal y el templo
literal. Estaban, pues, en existencia cuando el Apocalipsis se
escribió, porque la visión que tenemos ante nosotros predice su
destrucción.
¿Qué puede ser más forzado y menos natural, menos crítico y más
infundado, que interpretar una afirmación como ésta como símbolo
de la Reforma Protestante y la Iglesia de Roma? Tales
interpretaciones son en realidad una humillante prueba de la
extravagancia y la credulidad de algunos hombres buenos; pero
hacen un daño incalculable al dar ejemplo de manejar de modo
imprudente de la Palabra de Dios, y hacer pasar las fantásticas
especulaciones de los hombres por los verdaderos
pronunciamientos de Dios. No tenemos en absoluto ningún derecho
a suponer que aquí se quiere decir algo más o algo menos que la
ciudad literal de Jerusalén y el templo literal de Dios.
El interlocutor en
esta visión es todavía el mismo "ángel poderoso", cuya identidad
con el "arcángel", "el Señor mismo", hemos tratado de
establecer. El vidente recibe una caña, o vara de medir, y se le
ordena medir el templo de Dios, el altar, y los que adoran en
él. Regresamos naturalmente a la escena en Ezequiel 40, donde el
profeta ve a un ángel con un cordel de lino en la mano y una
caña de medir, midiendo las dimensiones del templo que estaba a
punto de ser construido. Pero es claro que, en esta visión
apocalíptica, no es construcción lo que se quiere decir con el
símbolo, sino demolición y destrucción.
Es siempre
importante tener presente que toda la acción del Apocalipsis se
apresura hacia una gran catástrofe, ahora no muy distante. Ni
por un momento se pierde de vista a Israel y a Jerusalén. Ya han
sonado dos trompetas de ayes, anunciando la suerte de la nación
apóstata, y la consumación final sólo espera el sonido de la
tercera. El arcángel ya ha declarado que "el tiempo no sería
más", y el vidente ha probado lo amargo del libelo - el
librito que contiene la acusación y el castigo de aquella
generación malvada.
En tales
circunstancias, nada sino destrucción venidera puede ser el
tema. Que la vara de medir o el cordel se emplea en la Escritura
como emblema de destrucción es indiscutible, en realidad con más
frecuencia que de construcción. Unos pocos ejemplos deben
bastar. En Lamentaciones 2:7,8, encontramos un pasaje que podría
ser la interpretación de esta visión apocalíptica: "Desechó el
Seór su altar, menospreció su santuario; ha entregado en mano
del enemigo los muros de sus palacios; hicieron resonar su voz
en la casa de Jehová como en día de fiesta. Jehová determinó
destruir el muro de la hija de Sión; extendió el cordel,
no retrajo su mano de la destrucción; hizo, pues, que se
lamentara el antemuro y el muro; fueron desolados juntamente".
Nuevamente, en la profecía de Isaías relativa a la destrucción
de Babilonia (cap. 34:11), leemos: "Se adueñarán de ella el
pelícano y el erizo, la lechuza y el cuervo morarán en ella; y
se extenderá sobre ella cordel de destrucción, y niveles
de asolamiento". El profeta Amós también usa el mismo emblema
(Amós 7:6-9): "He aquí el Señor estaba sobre un muro hecho a
plomo, y en su mano una plomada de albañil. Jehová entonces me
dijo: ¿Qué ves, Amós? Y dije: Una plomada de albañil. Y el Señor
dijo: He aquí, yo pongo plomada de albañil en medio de mi
pueblo Israel; no lo toleraré más. Los lugares altos
de Isaac serán destruidos", etc. Otro pasaje muy sugerente
ocurre en 2 Reyes 21:12,13: "Por tanto, así ha dicho Jehová el
Dios de Israel: He aquí yo traigo tal mal sobre Jerusalén y
sobre Judá, que al que lo oyere le retiñirán ambos oídos. Y extenderé
sobre Jerusalén el cordel de Samaria y la plomada de la casa
de Acab". (Véase también Salmos 60:6; Isaías 28:17).
Pero no sólo se
usa el cordel o la vara de medir como símbolo de la destrucción
de lugares, sino, lo que es más singular, de personas,
también. Hay un curioso pasaje en 2 Samuel 8:2 que ilustra este
hecho: Y David "derrotó también a los de Moab, y los midió
con cordel, haciéndoles tender por tierra; y midió dos
cordeles para hacerlos morir, y un cordel entero para
preservarles la vida". Hay algo de oscuridad en el pasaje,
pero el significado parece ser que a los cautivos se les
ordenaba tenderse en tierra, se medía una cierta porción igual a
dos tercios del total, que estaban destinados a la muerte,
mientras que al tercio restante se le perdonaba la vida. Esto
explica, lo que de otro modo sería casi ininteligible: por qué
en la visión son medidos tanto los que adoran como el templo y
el altar. Creemos, pues, que está claro que la orden de medir
"el templo, el altar, y los que adoran" significa la destrucción
que estaba a punto de devastar los lugares más sagrados del
judaísmo y el mismo desgraciado pueblo.
Se observará que
una parte de los recintos del templo, "el patio que está fuera
del templo" se exceptúa de la medición, y que por esta razón
está asignado - "ha sido entregado a los gentiles". El pasaje
dice así: "El patio que está fuera del templo déjalo fuera, y no
lo midas", etc. Hay alguna oscuridad en esta afirmación. Sabemos
que había una porción de los recintos del templo llamada "el
atrio de los gentiles", pero ese difícilmente puede ser aquél al
que se alude aquí, pues sería extraño decir que el patio de los
gentiles sería dado a los gentiles. Es evidente, también, que se
dice que este abandono del atrio exterior a los gentiles es algo
sacrílego, algo asociado con la afirmación: "Y hollarán la santa
ciudad cuarenta y dos meses". La razón, pues, de la exención de
la medición del patio exterior es probablemente que el lugar ya
estaba profanado; estaba, pues, "dejado fuera",
rechazado, como que ya no era un lugar sagrado; era profano e
inmundo, estando en manos, y aún bajo los pies, de los gentiles.
¿Hay en la
historia de los últimos días de Jerusalén algo que responda a
estos hechos? Porque ese es el verdadero problema que tenemos
que resolver. Aquí el historiador judío arroja una vívida luz
sobre el escenario entero descrito en la visión. Josefo nos
cuenta cómo, cuando estalló la guerra de los judíos, el templo
se convirtió en ciudadela y fortaleza de los insurgentes; cómo
las diferentes facciones luchaban por la posesión de esta
ventajosa posición; y cómo Juan, uno de los jefes rebeldes,
defendía el templo con su grupo de bandidos llamados zelotes,
mientras Simón, otro cabecilla y rival, ocupaba la ciudad.
Josefo nos dice cómo la fuerza idumea, que puede describirse
correctamente como perteneciente a los gentiles, entró en la
ciudad amparada por la oscuridad de la noche, durante una
distracción causada por una terrorífica tormenta, y fue admitida
por los zelotes, sus confederados, dentro de los sagrados
recintos del templo. Parece que, durante todo el período del
sitio, la ciudad y los atrios del templo estuvieron en posesión
de estos salvajes hombres sin ley de Edom, que llevaban con
ellos la rapiña y el derramamiento de sangre a dondequiera que
iban. Fueron ellos los que en esta ocasión asesinaron vilmente a
Ananías y a Josué, dos de los sumos sacerdotes más eminentes y
venerables, un crimen al que Josefo atribuye la subsiguiente
captura de Jerusalén y el colapso de la comunidad judía. (Véase
la obra de Traill Josefo, libro 4, cap. 5, sec. 2).
¿No tenemos aquí
plenamente satisfechas las condiciones del problema? La violenta
y sacrílega invasión del templo por parte de los zelotes e
idumeos, y la autoritaria ocupación de la ciudad por estos
bandidos, que la hollaron bajo sus pies durante el período del
sitio, nos parece que cumplen con precisión los requisitos de la
descripción. ¿Seguramente no se dirá que los idumeos no eran
gentiles? Es importante observar que esta frase, los
gentiles, o las naciones [ta eqnh], que con tanta
frecuencia ocurre en el Nuevo Testamento, se refiere
generalmente a los vecinos inmediatos de los judíos, viviendo
muchos de ellos con los judíos, o al lado de ellos, en la tierra
de Palestina. Samaria era una eqnoz: Así lo eran también Idumea,
Batanea, Galilea, los tirios, y los sidonios; y la frase "todas
las naciones" o "todos los gentiles" se emplea a menudo en este
sentido limitado para referirse a las nacionalidades palestinas.
Cuando nuestro Señor envió a los doce en su primer viaje
misionero, y les encargó que no fueran a los gentiles, ni
entraran en ninguna ciudad de los samaritanos, sino que fuesen
más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel, por
gentiles no quería decir los griegos, ni los romanos, ni los
egipcios, ni los persas, sino los gentiles de casa, como podemos
llamarles, a los cuales los discípulos podían encontrar sin
sobrepasar los límites de Palestina. Algunas veces, corremos el
peligro de ser confundidos por la aplicación de nuestras
modernas ideas geográficas y etnológicas al pensamiento y el
lenguaje del tiempo de nuestro Señor. Las ideas de los judíos
eran más provinciales que ecuménicas: su mundo era Palestina, y
para ellos, "las naciones" o "los gentiles" a
menudo no significaba más que sus vecinos más cercanos que
vivían en las fronteras, y a veces dentro de las fronteras, de
su propia tierra.
El pasaje que
ahora estamos considerando arroja luz también sobre la profecía
de nuestro Señor en Lucas 21:24: "Y Jerusalén será hollada por
los gentiles, hasta que los tiempos de los gentiles se cumplan".
Debe observarse que nuestro Señor habla aquí del sitio y la
captura de Jerusalén, el mismo tema de la visión apocalíptica.
No puede ponerse en duda que la referencia de nuestro Señor a
que Jerusalén sería hollada por los gentiles es idéntica en
significado al lenguaje de la visión: "Y hollarán [los gentiles]
la santa ciudad". Ambos pasajes tienen que referirse al mismo
acto y al mismo tiempo: cualquiera sea el significado del uno es
el significado del otro. Puesto que, entonces, la alusión en
Apocalipsis es a la violenta y sacrílega ocupación de Jerusalén
y del templo por las hordas de zelotes e idumeos, llegamos a la
conclusión de que nuestro Señor, en su predicción, alude al
mismo hecho histórico.
Pero, si es así,
¿qué debemos entender por "los tiempos de los gentiles"
en la predicción de nuestro Salvador? Se ha supuesto
generalmente que esta expresión se refiere a algún período
místico de duración desconocida que se extiende posiblemente a
siglos y eones, y que todavía continúa en un curso que no se ha
completado. Pero, si esta interpretación no natural de las
palabras ha de aplicarse a la Escritura, es difícil ver para qué
sirve especificar en absoluto algún período de tiempo.
Ciertamente es mucho más respetuoso hacia la Palabra de Dios
entender su lenguaje en el sentido de que tiene algún
significado definido. ¿Y si "cuarenta y dos meses" significa
realmente cuarenta y dos meses, y nada más? Los tiempos
de los gentiles sólo pueden significar el tiempo durante el cual
Jerusalén estuvo ocupada por ellos. Ese tiempo se especifica
claramente en Apocalipsis como cuarenta y dos meses. Ahora bien,
este es un período del cual se habla repetidamente en este libro
bajo diferentes designaciones. Es los "mil doscientos sesenta
días" del versículo siguiente, y el "tiempo, y tiempo, y la
mitad de un tiempo" del cap. 12:14, es decir, tres años y
medio. Ahora bien, es evidente que este espacio de tiempo
en la historia de las naciones sería un punto insignificante;
pero, para una chusma tumultuosa y sin ley, controlar una gran
ciudad por tal período sería algo portentoso y terrible. No es
probable que la ocupación de tal ciudad por una turba armada
continúe por edades y siglos: es un estado de cosas anormal que
debe terminar prontamente. Pero esto es exactamente lo que
sucedió en los últimos días de Jerusalén. Durante los tres años
y medio que representan con suficiente exactitud la duración de
la guerra de los judíos, Jerusalén estuvo efectivamente en manos
y bajo los pies de una horda de rufianes, a quienes su propio
compatriota describe como "esclavos, y la escoria misma de la
sociedad, los espurios y contaminados engendros de la nación".
Se puede decir que la última y fatal lucha comenzó cuando
Vespasiano fue enviado por Nerón, a la cabeza de sesenta mil
hombres, a sofocar la rebelión. Esto ocurrió a principios del
año 67 A. D., y en agosto del año 70 A. D., la ciudad y el
templo eran un montón de humeantes ruinas.
Apenas es posible
concebir una correspondencia más completa y más impresionante
entre la historia y la profecía que ésta, que no necesita
ninguna diestra manipulación y ninguna interpretación
antinatural, sino la simple observación de los hechos
registrados en los anales del tiempo.
Las siguientes observaciones del profesor Moses
Stuart acerca de este pasaje son sumamente importantes:
"Cuarenta y dos meses. Después de
toda la investigación que he podido llevar a cabo, me siento
obligado a creer que el escritor se refiere a un período
literal y definido, aunque no tan exacto que un solo día, ni
siquiera varios días, de variación interfiriese con la meta
que tiene en mente. Es verdad que la invasión de los romanos
duró aproximadamente lo que duró el período mencionado,
hasta que Jerusalén fue tomada. Y aunque la ciudad no fue
sitiada por tanto tiempo, la metrópolis en este caso, como
en otros innumerables casos en ambos Testamentos, parece que
se refiere al país de Judea. Durante la invasión de Judea
por los romanos, continuó el fiel testimonio de los
perseguidos discípulos del cristianismo, hasta que por fin
fueron asesinados. La paciencia de Dios al diferir por tanto
tiempo la destrucción de los perseguidores se demuestra en
esto, y especialmente su misericordia, al continuar
advirtiéndoles y reprochándoles. Este es un método de
interpretación natural, sencillo, y fácil, por decir lo
menos, un método que me siento constreñido a adoptar, aunque
no es difícil levantar objeciones contra él".
EPISODIO
DE
LOS DOS TESTIGOS
Cap. 11:3-13.
"Y daré a mis dos testigos [poder] que profeticen por mil
doscientos sesenta días, vestidos de cilicio. Estos testigos
son los dos olivos, y los dos candeleros que están en pie
delante del Dios de la tierra. Si alguno quiere dañarlos, sale
fuego de la boca de ellos, y devora a sus enemigos; y si
alguno quiere hacerles daño, debe morir él de la misma manera.
Estos tienen poder para cerrar el cielo, a fin de que no
llueva en los días de su profecía; y tienen poder sobre las
aguas para convertirlas en sangre, y para herir la tierra con
toda plaga, cuantas veces quieran. Cuando hayan acabado su
testimonio, la bestia que sube del abismo hará guerra contra
ellos, y los vencerá, y los matará. Y sus cadáveres estarán en
la plaza de la grande ciudad que en sentido espiritual se
llama Sodoma y Egipto, donde también nuestro Señor fue
crucificado. Y los de los pueblos, tribus, lenguas y naciones
verán sus cadáveres por tres días y medio, y no permitirán que
sean sepultados. Y los moradores de la tierra se regocijarán
sobre ellos y se alegrarán, y se enviarán regalos unos a
otros; porque estos dos profetas habían atormentado a los
moradores de la tierra. Pero después de tres días y medio
entró en ellos el espíritu de vida enviado por Dios, y se
levantaron sobre sus pies, y cayó gran temor sobre los que los
vieron. En aquella hora hubo un gran terremoto, y la décima
parte de la ciudad se derrumbó, y por el terremoto murieron en
número de siete mil hombres; y los demás se aterrorizaron, y
dieron gloria al Dios del cielo".
Ahora entramos en
la investigación de uno de los problemas más difíciles
contenidos en la Escritura, un problema que ha puesto a prueba,
y hasta podemos decir que ha desconcertado, las investigaciones
y el ingenio de críticos y comentaristas hasta la actualidad.
¿Quiénes son los dos testigos? ¿Son míticos o personas
históricas? ¿Son símbolos o realidades? ¿Representan principios
o individuos? Las conjeturas - porque no son sino eso - que se
han adelantado sobre este tema forman uno de los más curiosos
capítulos de la historia de la interpretación bíblica. Tan
completo es el desconcierto, y tan insatisfactoria la
explicación, que muchos consideran el problema insoluble, o
llegan a la conclusión de que los testigos no han aparecido
todavía, sino que pertenecen al futuro desconocido.
Una de las puebas de una verdadera teoría de la interpretación
es que debería ser una buena hipótesis que funcione. Cuando se
encuentre la clave correcta del Apocalipsis, abrirá todas las
cerraduras. Si esta visión profética es, como creemos, la
reproducción y la expansión de la profecía en el Monte de los
Olivos; y si hemos de buscar los personajes dramáticos que
aparecen en sus escenas dentro de los límites de los períodos a
los cuales se extiende esa profecía, entonces el área de
investigación queda muy restringida, y las probabilidades de
descubrimiento aumentan desproporcionadamente. En la
investigación relativa a la identidad de los dos testigos,
quedamos constreñidos casi a un punto en el tiempo. Algunos de
los datos son lo bastante precisos. Se verá que el período
de su profecía antecede al sonido de la séptima trompeta, esto
es, justo antes de la catástrofe de Jerusalén. La escena
de su profecía tampoco se indica oscuramente: es "la gran
ciudad, que en sentido espiritual se llama Sodoma y Gomorra,
donde también nuestro Señor fue crucificado". A pesar de las
objeciones de Alford, que en realidad no parecen tener ningún
peso, no puede haber ninguna duda razonable de que Jerusalén
es el lugar que se tiene en mente, según la opinión general de
casi todos los comentaristas y los obvios requisitos del pasaje.
La pregunta, pues, es: ¿Cuáles dos personas que, viviendo en la
comunidad judía y en la ciudad de Jerusalén en los últimos días,
puede encontrarse que responden a la descripción de los dos
testigos, como se da en la visión? Esa descripción es tan
marcada y minuciosa que su identificación no debería ser
difícil. Hay siete características principales:
1. Son testigos de Cristo.
2. Son dos en número.
3. Están imbuídos de poderes milagrosos.
4. Están representados simbólicamente por los dos
olivos y los dos
candeleros que se ven en la
visión de Zacarías. (Zac. 4).
5. Profetizan vestidos de cilicio, es decir, su
mensaje es de aflicción.
6. Sufren una muerte violenta en la ciudad, y sus
cadáveres son
tratados con ignominia.
7. Después de tres días y medio, se levantan de
entre los muertos, y
son llevados al cielo.
Antes de seguir adelante con la investigación, es
bueno tomar nota de las siguientes observaciones del Dr. Alford
sobre el tema, con las cuales concordamos cordialmente:
"Los dos testigos, etc. Ninguna
solución se ha proporcionado jamás para esta porción de la
profecía. O los dos testigos son literales - dos hombres,
dos individuos - o son simbólicos - dos individuos
considerados como la concentración de principios y
características, y esto ya sea por sí mismos, o como
representantes de hombres que encarnaban estos principios y
estas características ... El artículo toiz parece como si
los dos testigos fuesen bien conocidos, y distintos en sus
individualidades. El dusin es esencial a la profecía, y no
debe ser minimizado. Ninguna interpretación que no retenga y
no haga resaltar este dualismo, bien en individuos o en
líneas características de testimonio, puede estar en lo
correcto".
Acerca de la
afirmación "vestidos de cilicio" (como señal de la necesidad de
arrepentimiento y del juicio que se acercaba), dice Alford:
"Esta porción de la descripción
profética ciertamente favorece fuertemente la interpretación
individual. Porque, primero, es difícil concebir cómo pueden
describirse así cuerpos enteros de hombres e iglesias; y,
segundo, los principales intérpretes de símbolos han dejado
fuera este importante detalle, o pasaron muy por encima de él.
Uno no ve cómo puede decirse que cuerpos de hombres que
vivieron como otros hombres (siendo víctimas de persecución es
otra cuestión) han profetizado vestidos de cilicio".
Nuevamente, acerca del versículo cinco:
"Toda esta descripción es sumamente
difícil de aplicar a la interpretación alegórica; como podría
esperarse, los alegoristas se detienen, extremadamente
perplejos. El doble anuncio aquí parece poner el sello al
sentido literal, y el ei tiz y el dei autun apoktankhnai son
decisivos contra cualquier mera aplicación nacional de las
palabras. La individualidad no podría haber sido
indicada más vigorosamente".
Y otra vez, acerca de los poderes milagrosos
atribuídos a los testigos:
"Todo esto apunta al espíritu y al
poder de Moisés, combinado con el de Elías. Y sin duda, es en
estas dos direcciones que tenemos que buscar los dos testigos,
o filas de testigos. El uno personifica la ley, el otro los
profetas. El uno nos recuerda al profeta a quien Dios
levantaría como a Moisés; el otro, a Elías el profeta, que
vendría antes del día grande y terrible de Jehová".
Concordando
completamente con estas observaciones, que expresan el problema
justamente, y hacen a un lado de manera concluyente cualquier
interpretación alegórica por incompatible con los claros
requisitos del caso, procedemos ahora a buscar los dos testigos
de Cristo, que testificaron por su Señor y sellaron el
testimonio con su sangre, en Jerusalén, en los últimos días del
sistema judío, y no titubeamos en nombrar a Santiago y a
Pedro como las personas indicadas.
1. Santiago
Como hecho real e
histórico, sabemos que, en los últimos días de Jerusalén, vivió
en aquella ciudad un maestro cristiano eminente por su santidad,
un fiel testigo de Cristo, dotado con los dones de profecía y de
milagros, que profetizaba vestido de cilicio que selló su
testimonio con su sangre, pues fue asesinado en las calles de
Jerusalén en los días finales de la comunidad judía. Este era
"Santiago, siervo de Dios, y del Señor Jesucristo".
Veamos cómo cumple
este nombre los requisitos del problema. Es imposible concebir
una representación más adecuada de los antiguos profetas y de la
ley de Moisés que el apóstol Santiago. Es incuestionable que era
un fiel testigo de Cristo en Jerusalén. Su residencia habitual,
si no su residencia fija, era allí: su relación con la iglesia
de Jerusalén hace esto casi seguro. Ningún hombre de aquellos
días tenía más derecho a ser llamado un Elías. No era un
cortesano untuoso, ni un profetizador de cosas buenas, sino un
asceta en sus hábitos, severo y osado en sus denuncias del
pecado, un hombre cuyas rodillas tenían callos, como los de un
camello, a fuerza de mucha oración, cuya impávida integridad y
primitiva santidad le ganaron, aun en aquella malvada ciudad, el
apelativo de el Justo: ¿no era ésta la manera en que se
conducía un hombre que "atormentaba a los que moran en la
tierra", y respondía a la descripción de un testigo de Cristo?
Todavía podemos escuchar el eco de aquellas severas reprimendas
que mortificaban a aquellos hombres orgullosos y codiciosos que
"oprimían al obrero en su salario", reprimendas que predecían la
ira que vendría prontamente y que ahora estaba tan cercana.
"Aullad, oh ricos, por las miserias que os vendrán. Habéis
acumulado tesoros en los últimos días". ¿Quién puede con mayor
probabilidad ser nombrado uno de los testigos-profetas de los
últimos días que Santiago de Jerusalén, "el hermano del Señor"?
Concerniente al
tiempo y la manera exactos del martirio de este testigo, puede
haber alguna duda, pero del hecho mismo, y de haber tenido lugar
en la ciudad de Jerusalén, no puede haber ninguna. En todo caso,
hasta ahora, Santiago, en la manera de su vida y de su muerte,
responde con notable justeza a la descripción de los testigos
que se da en Apocalipsis.
Las siguientes
observaciones del Dr. Schaff destacan vívidamente la vida y la
obra de Santiago de Jerusalén, y son extremadamente apropiadas
al tema que se discute.
"Había necesidad del ministerio de
Santiago. Si alguno podía ganarse al pueblo del antiguo pacto,
era él. Complació a Dios poner un ejemplo tal de piedad del
Antiguo Testamento en su forma más pura entre los judíos para
hacer la conversión al evangelio, aun a la hora undécima, tan
fácil para ellos como fuese posible. Pero, cuando no quisieron
escuchar la voz de este último mensajero de paz, se agotó la
medida de la divina paciencia, y se derramó el terrible juicio
con que por tanto tiempo habían sido amenazados. Y así se
cumplió la misión de Santiago. No habría de sobrevivir la
destrucción de la Santa Ciudad y el templo. Según Hegesipo,
fue martirizado el año antes del suceso, es decir, en el 69 d.
C.".
2. Pedro
Pero, ¿quién es el
otro testigo? Parece que aquí quedamos completamente en la
oscuridad. En realidad, Stuart sugiere que podemos considerar el
número dos como meramente simbólico, pero esto parece una
suposición sin fudamento. Además, como los prototipos de los
testigos del Antiguo Testamento, "los dos ungidos" de la visión
de Zacarías, eran dos personas, Zorobabel y Josué, es congruente
que los testigos de Apocalipsis sean dos personas. Sin duda, el
segundo testigo, como el primero, debe ser buscado entre los
apóstoles. Eran pre-eminentemente testigos cristianos, y poseían
en el más alto grado los dones milagrosos atribuídos a los
testigos en Apocalipsis.
Ahora bien, ¿qué
otro apóstol además de Santiago tenía una reconocida conexión
con la iglesia de Jerusalén, habitaba declaradamente en esa
ciudad, vivió hasta la víspera de la disolución del sistema
judío, sufrió una muerte de mártir, y la experimentó en
Jerusalén? Puede parecerles a algunos una conjetura disparatada
sugerir el nombre de Pedro, como nos aventuramos a hacerlo; pero
no es en absoluto una adivinanza al azar, y solicitamos una
franca consideración de los argumentos a favor de esta
sugerencia.
Si la residencia
habitual o fija de Pedro era en Jerusalén; que había una
relación íntima, si no oficial, entre él y la iglesia de aquella
ciudad; que Pedro estaba en Jerusalén en la víspera de la
revuelta judía: todas estas circunstancias harían muy probable
la suposición de que Pedro era el otro testigo asociado con
Santiago.
Entonces, ¿cuáles son los hechos, como se
muestran en el Nuevo Testamento?
1.
Encontramos a Pedro como la persona más prominente en la
fundación original de la iglesia de Jerusalén el
día de Pentecostés.
2. Encontramos a Pedro citado ante el Sanedrín como
representante de los cristianos en
Jerusalén (Hechos 4:8; 5:29).
3. Cuando la iglesia de Jerusalén fue dispersada
después de la muerte de Esteban, Pedro,
junto con los otros apóstoles, continuó en Jerusalén (Hechos 8:1).
4. Pedro fue delegado, junto con Juan, para
visitar a los samaritanos convertidos
por la predicación de Felipe. Después de cumplir su misión, regresaron a Jerusalén (Hechos 8:25).
5. Cuando Pedro fue llamado por revelación divina
a Cesarea para predicar el evangelio a
Cornelio, encontramos que regresó de Cesarea
a Jerusalén (Hechos 11:2).
6. Fue en Jerusalén donde Pedro fue aprehendido y
encarcelado por Herodes Agripa I
después del martirio de Santiago, "el hermano de Juan" (Hechos 12:3).
7. Sobre la conversión de Pablo, se nos dice: "ni
subí a Jerusalén a los que eran
apóstoles antes que yo" (Gál. 1:17). Lo cual implica que
había apóstoles residiendo en esa ciudad.
8. Tres años después de su conversión, Pablo sube
a Jerusalén. ¿Con qué propósito? "Para
ver a Pedro", y añade: "Permanecí con él quince días", dando a entender que la residencia
declarada de Pedro era Jerusalén. En
esta ocasión, Pablo vio sólo a otro apóstol, o sea "Santiago, el hermano
del Señor" (Gál. 1:18,19).
9. Catorce años después, Pablo visita Jerusalén
nuevamente. ¿A quién encuentra allí? A
"Santiago, Cefas, y Juan, que eran considerados
como columnas" (Gál. 2:1,9).
10. Cuando
Pablo y Bernabé fueron delegados por la iglesia de Antioquia para ir a Jerusalén a consultar a los
apóstoles y ancianos con respecto a la
imposición del ritual judío a los conversos gentiles, ¿a qué apóstoles encontraron en Jerusalén
en esa ocasión? A Pedro y a Santiago.
(Hechos 15:2,7,13).
11. Encontramos a Pedro y a Santiago desempeñando un
papel principal en la discusión de la
cuestión referida a ellos por la iglesia de Antioquia; no habiéndose nombrado a ningunos
otros apóstoles como presentes.
(Hechos 15:6-22).
12. Que Pedro y Santiago tenían una relación oficial y
reconocida con la iglesia de Jerusalén
es presumible por lo términos de la carta dirigida a las iglesias gentiles en Antioquia, etc.
Al documento se le titula "los
decretos de los apóstoles y ancianos que están en Jerusalén" [twn en Ierosolumoiz], dando a entender
su residencia fija allí. (Véase a
Steiger acerca de 1 Pedro 5:31).
13. Judas y Silas, habiendo entregado la epístola a la
iglesia de Antioquia, regresaron a
Jerusalén, "a los apóstoles" (Hechos 15:33).
14. Deducimos que Pedro estaba asociado con Santiago en
la iglesia de Jerusalén por el hecho
de que Pedro, cuando fue sacado de prisión milagrosamente, envió un mensaje especial a Santiago
y a los hermanos: "Haced saber esto a
Jacobo y a los hermanos" (Hechos 12:17).
15. Pedro (en 1 Pedro 5:13) envía una salutación de "su
hijo Marcos". Si esto quiere decir
Juan apodado Marcos, como es lo más probable,
sabemos que su residencia estaba en Jerusalén, donde su
madre tenía una casa. (Hechos 12:12).
16. Si se ve (como esperamos mostrar) que la Babilonia
de 1 Pedro 5: 13 es en realidad
Jerusalén, será una prueba decisiva de que el lugar habitual de residencia de Pedro era en esa
ciudad. Sin embargo, la evidencia
completa de la identidad de Babilonia con Jerusalén debe quedar en reserva hasta que lleguemos
a la consideración de Apoc. 16 y 17.
17. Una comparación entre las epístolas de Santiago y
Pedro muestra que ambas estaban
dirigidas a la misma clase de personas, es decir, los creyentes judíos de la dispersión. (Santiago
1:1; 1 Pedro 1:1).
En relación con
esta investigación, es muy sugerente encontrar a estos dos apóstoles habitando en la misma ciudad,
relacionados oficialmente con la misma
iglesia, asociados en la misma obra,dirigiéndose
a creyentes judíos en tierras extranjeras, y dando testimonio de las mismas grandes verdades a edad
avanzada, casi al final de sus vidas, y
en la víspera de aquella gran catástrofe que enterró la ciudad, el templo, y la nación en una
ruina común.
<>18. Finalmente, puede
afirmarse que, ya sea que estas probabilidades equivalgan o no a una demostración, no puede
mencionarse a nadie que responda más
al carácter de un testigo de Cristo en los últimos días de Jerusalén que Pedro. Por supuesto,
rechazamos como no históricas e
inverosímiles las mentirosas leyendas de la tradición que le asignan un obispado y un martirio
en Roma. La impostura ha recibido sólo
un tratamiento respetuoso sólo a manos
de críticos y comentaristas. Es más que tiempo de que sea
relegada al limbo de las fábulas,
junto con otros fraudes piadosos de la misma
naturaleza. Creemos que ha sido probado que la residencia
declarada de Pedro era Jerusalén. Que vivió
hasta el umbral de la revuelta y la guerra judías es evidente
por sus epístolas. Que sufrió una
muerte de mártir lo sabemos por la predicción de nuestro
Señor; y en su caso podemos muy bien decir que
se aplicaría el proverbio: "No puede
ser que un profeta perezca fuera de Jerusalén".
Al
leer sus epístolas, y considerarlas como testimonio de uno de los dos testigos apostólicos de Cristo en
la ciudad condenada a muerte, se
imparte un nuevo énfasis a su misterioso pronunciamiento que anticipa su suerte y la de su
país: "Es tiempo de que el juicio
comience por la casa de Dios; y si primero comienza por nosotros ...". ¡Cuán espantosa
la descripción de los tiempos malos y
los hombres malos, al contemplarlos en los últimos días, con sus propios ojos, en Jerusalén!
Aunque el último capítulo fuese el
testimonio final del profeta-testigo de la tierra y la
ciudad culpables; el último clamor de
advertencia antes de que estallase la
ardiente tormenta de venganza: "El día del Señor vendrá así como ladrón en la noche", etc. (2
Pedro 3:10).
Ahora veamos hasta
qué punto son cumplidos los requisitos de la descripción
apocalíptica por esta identificación de los dos testigos como
Santiago y Pedro.
Son dos en número: "Individuos, bien conocidos, y distintos en
su individualidad", como dice correctamente Alford que deben
ser. Son más que esto; son consiervos y hermanos en Cristo,
asociados en la misma obra, la misma iglesia, la misma ciudad.
El dualismo, que Alford dice que es esencial para la
correcta interpretación, es perfecto. Aún más que esto: "Uno
personifica la ley, el otro los profetas". ¿Quién podría ser una
representación mejor de la ley que Santiago? Aunque no por eso
personifica menos a los profetas. Santiago nos recuerda a Elías,
que podría haber sido su modelo; el severo asceta, cuyos
poderosos logros en oración conmemora en su epístola. Pedro
también, que puede ser llamado el fundador de la iglesia
cristiana judía, nos recuerda a Moisés, el fundador de la
antigua iglesia judía.
Lo que los
antiguos profetas eran para Israel, Santiago y Pedro lo eran
para su propia generación, especialmente para Jerusalén, el
principal escenario de sus vidas y trabajos. El período de su
profecía es también notable; es por espacio de mil doscientos
sesenta días, o tres años y medio, representando la duración de
la guerra judía. Profetizan vestidos de cilicio: esto es, su
mensaje es de juicio venidero, la denuncia de la ira de Dios. Se
les compara con los dos olivos y los dos candelabros vistos en
la visión de Zacarías: esto es, son "los dos ungidos", sobre
quienes ha sido derramado el Espíritu Santo, los alimentadores y
las luces de la iglesia cristiana, así como Zorobabel y Josué
eran los alimentadores y las luces de Israel en sus días. Son
dotados de poderes milagrosos, una característica que no debe
ser justificada, y que se aplicará sólo a testigos apostólicos.
Han de sellar su testimonio con su sangre, y hasta ahora
encontramos que Santiago y a Pedro cumplen perfectamente las
condiciones del problema. Estamos seguros de que ambos fueron
mártires de Cristo, y que eso ocurrió en los últimos días de la
comunidad judía.
Con respecto al
lugar en que fue derramada la sangre de Santiago, tenemos
evidencia histórica creíble de que fue en Jerusalén. Pero aquí
la luz nos falla, y de aquí en adelante nos vemos obligados a ir
tanteando nuestro camino. De la muerte de Pedro no tenemos
ningún registro; pero el silencio mismo es sugerente. Que las
dos personas principales de la iglesia de Jerusalén cayeran
víctimas de un gobierno suspicaz, o de la furia del pueblo, en
el momento en que la revolución estaba a punto de estallar, o
cuando ya hubiese estallado, es sólo demasiado probable; que sus
cadáveres yacieran insepultos concuerda con lo que realmente
ocurrió en muchos casos durante aquel terrible período de
barbarismo sin ley que precedió a la caída de Jerusalén: pero,
aunque hemos avanzado hasta este punto, no podemos avanzar más.
Los testigos
martirizados se levantan nuevamente a la vida después de tres
días y medio; se ponen de pie, para consternación de sus
enemigos y asesinos; ascienden al cielo en una nube, a la vista
de los que se regocijaban sobre sus cadáveres. Si se nos
pregunta: ¿Tuvo lugar este milagro con respecto a Santiago y a
Pedro, los testigos martirizados de Cristo?, sólo podemos
responder: No lo sabemos. No hay evidencia ni de lo uno ni de lo
otro. Sólo sabemos que fue una clara promesa de Cristo de que a
su venida los santos vivos serían arrebatados para encontrar al
Señor en el aire. Si esto podría tener lugar a una gran escala
de decenas de miles, y cientos de miles, no es difícil suponer
que podría tener lugar en el caso de dos individuos. Si la
ascensión de Cristo mismo es un hecho creíble, no es fácil ver
por qué la ascensión de sus dos testigos no puede ser también un
hecho literal.
Pero no
dogmatizamos sobre el tema: los hechos están delante de
nosotros, y debe dejarse que hagan su propia impresión en la
mente del lector. No parece posible resolver el todo por medio
de una alegoría. Donde ya hemos encontrado tantos hechos
sustanciales e historia creíble, parece inconsistente e
irrazonable sublimar la conclusión en una mera metáfora y un
símbolo. Por lo tanto, abandonamos el tema con esta sola
observación: Por lo menos cuatro quintos de la descripción de
Apocalipsis se ajustan a la historia de Santiago y de Pedro, y
nadie puede alegar que el resto no puede ser igualmente
apropiado.
Queda, sin
embargo, una circunstancia a la cual no nos hemos referido, es
decir, el enemigo por el cual los testigos son muertos. Leemos
en el ver. 7: "Cuando hayan acabado su testimonio, la bestia que
sube del abismo hará guerra contra ellos, y los vencerá, y los
matará". Esta es la primera mención de un ser que ocupa un gran
espacio en la parte subsiguiente del libro de Apocalipsis - "la
bestia que sube del abismo". Aquí es presentada prolépticamente,
esto es, por anticipación. Tendremos mucho que decir en la
secuela con respecto a este ser portentoso, y ahora sólo
aludimos al tema para hacer notar el hecho de que, cualquiera
que sea el significado del símbolo, apunta a un poderoso y letal
antagonista de Cristo y su pueblo; y que a este monstruo se le
atribuye la muerte de los dos testigos.
La ascensión de
los testigos martirizados al cielo es seguida inmediatamente por
un acto de juicio infligido a la ciudad culpable en la que su
sangre fue derramada:
Cap. 11:13.
"Y en la misma hora hubo un gran terremoto, y la décima parte
de la ciudad se derrumbó, y por el terremoto murieron en
número de siete mil hombres; y los demás se aterrorizaron, y
dieron gloria al Dios del cielo".
Es difícil ver
cómo puede considerarse esto como puramente simbólico. Es un
hecho notable que en Josefo encontramos un relato de un
incidente que ocurrió durante la guerra judía, que en muchos
respectos guarda un notable parecido con los sucesos descritos
en este pasaje. En aquella ocasión fatal, cuando la fuerza
idumea fue traicioneramente admitida en la ciudad por los
zelotes, tuvo lugar un terrible terremoto, y en la misma noche
fue perpetrada una gran matanza de los habitantes de la ciudad
por los bandidos. La afirmación de Josefo es como sigue:
"Durante la noche se desató una
aterradora tormenta; soplaba el viento con tempestuosa
violencia, y la lluvia caía a torrentes; los relámpagos
destellaban sin interrupción, acompañados por horrísonos
truenos, y la tierra que se estremecía resonaba con poderosos
mugidos. El universo, convulsionado hasta sus mismos
cimientos, parecía cargado con la destrucción de la humanidad,
y era fácil conjeturar que estos eran portentos de una
calamidad nada trivial".
Aprovechando el
pánico causado por el terremoto, los idumeos, que estaban
coaligados con los zelotes que ocupaban el templo, consiguieron
entrar en la ciudad, y se originó una terrible matanza. "El
patio exterior del templo", dice Josefo, "se inundó de sangre, y
el día amaneció sobre ocho mil quinientos cadáveres".
No citamos esto como cumplimiento del escenario de la visión,
aunque puede ser así, sino para mostrar cuánto se parecen los
símbolos a los hechos históricos reales.
Así termina la
visión del sexto sello con estas impresionantes palabras: "El
segundo ay pasó; he aquí, el tercer ay viene pronto".
LA SÉPTIMA TROMPETA
La catástrofe de la
visión de la trompeta
Cap.
11:15-19. "El séptimo ángel tocó la trompeta, y
hubo grandes voces en el cielo, que decían: Los reinos del
mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él
reinará por los siglos de los siglos. Y los veinticuatro
ancianos que estaban sentados delante de Dios en sus tronos,
se postraron sobre sus rostros, y adoraron a Dios, diciendo:
Te damos gracias, Señor Dios Todopoderoso, el que eres y que
eras y que has de venir, porque has tomado tu gran poder, y
has reinado. Y se airaron las naciones, y tu ira ha venido, y
el tiempo de juzgar a los muertos, y de dar el galardón a tus
siervos los profetas, a los santos, y a los que temen tu
nombre, a los pequeños y a los grandes, y de destruir a los
que destruyen la tierra. Y el templo de Dios fue abierto en el
cielo, y el arca de su pacto se veía en el templo. Y hubo
relámpagos, voces, truenos, un terremoto y grande granizo".
Ahora llegamos a
la última de las visiones de las trompetas, y, como en todos los
otros casos, encontramos que la visión culmina en una catástrofe
- un acto de juicio infligido sobre los enemigos de Dios; y, por
otro lado, el triunfo y la felicidad de su pueblo. Nos da mucho
gusto citar aquí las observaciones de Dean Alford, que capta
correctamente el plan y la estructura de las sucesivas visiones:
"Todo esto", dice, "crea un fuerte
fundamento para inferir que las tres series de visiones - los
sellos, las trompetas, y las copas - no son continuas, sino
que se reanudan: en realidad, no pasan por el mismo terreno la
una con la otra, ya sea en el tiempo o en la ocurrencia, sino
que cada una desarrolla algo que no estaba en la anterior; y
pone el rumbo de la providencia de Dios bajo una luz
diferente. Es verdad que los sellos incluyen las trompetas y
las trompetas las copas; pero no es en una mera sucesión
temporal: la involución y la inclusión son mucho más
profundas", etc.
Esta es una
importante admisión, y si el crítico erudito hubiese llevado el
mismo principio de reanudación a todas las visiones,
habría prestado un valor diez veces mayor a su exposición
apocalíptica. El principio mismo está estampado tan legiblemente
en el libro que es maravilla cómo alguien puede dejar de verlo.
En cuanto a los símbolos de la séptima trompeta-visión, son
extremadamente claros, y casi evidentes por sí mismos. Obsérvese
que es "la última trompeta" la que ahora suena, y los
sucesos que siguen son tales que podríamos esperar de una
consumación tan grande.
El primer
resultado es la proclamación del reino de Dios. Este es
el gran final hacia el cual, de una u otra forma, tiende toda la
acción de todas las visiones. Es el tema de toda la profecía; el
terminus ad quem de los evangelios, las epístolas, y el
Apocalipsis. El período de la venida del reino está marcado con
toda claridad a través de todo el Nuevo Testamento; está siempre
asociado con "el final del tiempo", o el fin de la dispensación
judía [sunteleia tou aiwnoz], la resurrección, y el juicio. La
séptima trompeta es la señal de que "el fin" ha llegado, y que
"el misterio de Dios" está consumado; es, por lo tanto, el
tiempo de la proclamación de que el reino de Dios ha venido. El
Mesías reina: "Ha puesto a todos sus enemigos por estrado de sus
pies".
Aquí podemos
observar la singular consistencia y armonía entre
representaciones tan desvinculadas y ampliamente disímiles como
las enseñanzas de Pablo y las visiones de Apocalipsis. En el
capítulo quince de la Primera Epístola a los Corintios, Pablo,
hablando de este mismo período, "el fin", y el sonido de
la última trompeta, da a entender que es el tiempo en que
el reino de Dios vendrá, y en que Cristo "entregará el
reino a Dios Padre". Esta parece ser la misma transacción
representada en la escena delante de nosotros. El Mesías ha
vencido; ha suprimido todo reglamento, toda autoridad, y todo
poder, es decir, el hostil y maligno antagonismo judío que ha
sido el encarnizado enemigo de su causa. Pero ha conquistado el
reino para que su Padre pueda ser supremo. En consecuencia, el
coro de ancianos delante del trono celebra la reanudación del
reino por el Padre, diciendo: "Te damos gracias, Señor Dios
Todopoderoso, que eres y que eras, porque has tomado tu gran
poder, y has reinado". Esta es una coincidencia tan sutil,
y, si se nos permite decirlo, tan sincera, que da la fuerza de
la demostración a los puntos de vista que han sido propuestos.
El siguiente
resultado de la última trompeta es la declaración de que el
tiempo del juicio de los muertos ha llegado, trayendo
recompensa al pueblo de Dios y retribución a sus enemigos (ver.
18).
Hemos condensado
aquí en unas breves oraciones la esencia de la escatología del
Nuevo Testamento. La ira de la cual a menudo se decía que vendría
ahora ha llegado. Es tiempo de juzgar a los muertos: lo
que supone su resurrección; es tiempo de vindicar a los mártires
de Cristo, cuya protesta se oyó en Apoc. 6:9; es tiempo de
recompensar a todos los fieles, tanto grandes como pequeños; es
tiempo de retribuir a los enemigos de Cristo, los destructores
de la tierra. En realidad, la catástrofe entera representa un
tiempo y un acto de juicio, el escenario de ese juicio es la
culpable tierra de Israel, y el tiempo es "el fin del tiempo",
la terminación de economía judía.
El versículo que
acabamos de considerar está en notable correspondencia con
Salmos 2. "Las naciones se amotinan" es una alusión a "¿Por qué
se aíran [eqnh] las naciones?". Se les representa como en
revuelta contra el rey de Sión, y se les exhorta a someterse, no
sea que Él se enoje, y que ellos perezcan en su ira. En la
visión, su ira ha llegado, y los destructores de la tierra
perecen en esa ira. Sería superfluo señalar cuán exactamente
representa todo esto el juicio de los culpables dirigentes y del
culpable pueblo de Israel. La escena está localizada
infinitamente por la expresión thm ghn - es decir, "la tierra de
Israel".
La representación
simbólica en el último versículo (ver. 19) parece susceptible de
una explicación satisfactoria. En el momento mismo del destino
fatal de Jerusalén, cuando la ciudad y el templo perecen juntos;
cuando todo el ceremonial y el ritual de lo terrenal y lo
transitorio son barridos, el templo de Dios en el cielo se abre,
y el arca de su pacto se ve en él. Esto es como decir que lo
local y lo temporal pasan, pero son sucedidos por lo celestial y
lo eterno; lo terrenal y figurativo es reemplazado por lo
espiritual y lo verdadero. En esta representación tenemos un
excelente comentario sobre las palabras de la epístola a los
Hebreos. "Aún no se había manifestado el camino al Lugar
Santísimo, entre tanto que la primera parte del tabernáculo
estuviese en pie". Pero no bien es eliminada "la primera parte
del tabernáculo" cuando se abre el templo en el cielo, y hasta
la sagrada arca del pacto, el santuario de la gloria y la
presencia divina, queda expuesta a los ojos de los hombres. El
acceso al Lugar Santísimo ya no está prohibido, y "tenemos
libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de
Jesucristo".
Así, en medio de
portentosas manifestaciones de ira y juicio contra los impíos -
"relámpagos, y truenos, y un terremoto, y granizo", los
reconocidos concomitantes en el Antiguo Testamento de la
presencia y el poder divinos - termina la visión de las siete
trompetas.