LA PARUSÍA
O
La Segunda Venida de
Nuestro Señor
James Stuart
Russell
(1816-1895)
Tomado de The
Berean
Bible Church
2-8. LA PARUSÍA EN LOS
HECHOS
DE LOS APÓSTOLES
EL "IRSE" Y EL "VENIR
OTRA VEZ"
Hechos 1:11. - "Este mismo
Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá
como le habéis visto ir al cielo".
La última conversación de Jesús con sus discípulos
antes de su crucifixión trató de que regresaría, y la última
palabra que les dejó a su ascensión fue la promesa de que
vendría otra vez.
La expresión "así vendrá" no debe ser enfatizada
demasiado. Hay puntos obvios de diferencia entre la manera de
su ascensión y la parusía. Se fue solo, y sin esplendor
visible: habría de regresar en gloria con sus ángeles. Las
palabras, sin embargo, dan a entender que su venida sería
visible y personal, lo cual excluiría la interpretación que la
considera como providencial, o espiritual. La
visibilidad de la parusía está apoyada por la enseñanza
uniforme de los apóstoles y la creencia de los primeros
cristianos: "Todo ojo le verá" (Apoc. 1:7).
No hay indicación de tiempo en esta promesa
final, pero es sólo razonable suponer que los discípulos la
considerarían como dirigida a ellos, y que ellos
abrigarían la esperanza de verle pronto otra vez, según las
propias palabras de Él: "Un poquito, y me veréis". Esta
creencia les llevó de vuelta a Jerusalén con gran gozo. ¿Es
creíble que ellos habrían podido experimentar este regocijo si
hubiesen concebido que su venida no tendría lugar durante
dieciocho siglos? ¿O podemos suponer que su gozo descansaba en
un engaño? No hay conclusión posible sino la que sostiene que
la creencia de los discípulos estaba bien fundada, y que la
parusía estaba a las puertas.
VIENEN LOS ÚLTIMOS
DÍAS
Hechos 2:16-20. "Mas esto es lo dicho por el profeta Joel:
Y en los postreros días, dice Dios, derramaré de mi Espíritu
sobre toda carne, y vuestros hijos y vuestras hijas
profetizarán; vuestros jóvenes verán visiones, y vuestros
ancianos soñarán sueños; y de cierto sobre mis siervos y
sobre mis siervas en aquellos días derramaré de mi Espíritu,
y profetizarán. Y daré prodigios arriba en el cielo, y
señales abajo en la tierra, sangre y fuego y vapor de humo;
el sol se convertirá en tinieblas, y la luna en sangre,
antes que venga el día del Señor, grande y manifiesto".
En estas palabras de Pedro, la primera declaración
apostólica pronunciada en el poder de la inspiración divina de
Pentecostés, tenemos una interpretación autorizada de la
profecía por medio de una cita de Joel. Pedro identifica
expresamente el tiempo y el acontecimiento predicho por el
profeta con el tiempo y el acontecimiento que en ese momento
eran actuales en el día de Pentecostés. Los "postreros
días" de Joel son estos días para Pedro. La
antigua predicción se había cumplido en parte; estaba teniendo
cumplimiento ante sus ojos en la copiosa efusión del Espíritu
Santo.
Este derramamiento del Espíritu Santo introdujo
otros acontecimientos, que ocurrirían de manera semejante. El
día del juicio para la nación teocrática había llegado, y
antes de mucho, los presagios de "aquel día grande y terrible
de Jehová" serían manifestados.
Es imposible dejar de reconocer la correspondencia
entre los fenómenos que precedieron al día del Señor como lo
predijo Joel, y los fenómenos descritos por nuestro Señor como
precedentes a su venida, y el juicio de Israel (Mat. 24:29).
Las palabras de Joel sólo pueden referirse a los últimos días
de la era judía o el eón judío, la ounteleia ton aiwnoj, que
fue también el tema de la profecía de nuestro Señor en el
Monte de los Olivos. De manera semejante, las palabras de
Malaquías evidentemente se refieren al mismo acontecimiento y
al mismo punto en el tiempo - "el día de su venida", "el día
ardiente como un horno", "el día grande y terrible de
Jehová" (Mal. 3:2; 4:1-5).
No puede concebirse nada más autorizado y decisivo
que el consenso de testimonios que tenemos aquí - Joel,
Malaquías, Pedro, y el gran Profeta del nuevo pacto en
persona. Todos ellos hablan del mismo suceso y del mismo
período, el gran día del Señor, la parusía, y hablan de ellos
como cercanos. ¿Por qué estorbar y desconcertar una
predicción tan clara con suposiciones, referencias dobles, y
cumplimientos ulteriores? Ninguna otra cosa encajará en esta
profecía excepto ese suceso, que es el único al cual se
refiere, y con el cual se corresponde como la impresión con el
sello y la cerradura con la llave. La catástrofe de Israel y
Jerusalén estaba cerca, había sido prevista hacía mucho
tiempo, a menudo había sido predicha, y ahora era inminente.
La misma generación que había visto, rechazado, y crucificado
al Rey, presenciaría el cumplimiento de sus advertencias
cuando Jerusalén perecería en "sangre y fuego, y vapor de
humo".
LA DESTRUCCIÓN VENIDERA
DE AQUELLA GENERACIÓN
Hechos 2:40. "Y con
otras muchas otras palabras testificaba y les exhortaba,
diciendo: Sed salvos de esta perversa generación".
Este versículo fija la referencia del discurso del
apóstol. Era la generación existente cuya destrucción venidera
él preveía, y fue de la participación en su destino de lo que
urgía a sus oyentes a escapar. No era sino el eco del clamor
del Bautista:
"Huid de la ira venidera". Aquí, nuevamente, no puede haber
duda del significado de "genea"; era aquella "generación
perversa", que estaba colmando la medida de su predecesora, la
nación perversa e incorregible sobre la cual pendía el juicio.
Antes de abandonar este discurso de Pedro, podemos
señalar otro ejemplo de una proposición universal que debe
tomarse en sentido restringido. "Derramaré de mi Espíritu
sobre toda carne". La efusión del Espíritu Santo el
día de Pentecostés no fue literalmente universal, sino
indiscriminada y general en comparación con ocasiones
anteriores. El uso necesariamente limitado de una frase tan
larga muestra cómo puede justificarse una limitación similar
en expresiones como "todas las naciones", "toda criatura", y
"todo el mundo".
LA PARUSÍA Y LA RESTAURACIÓN
DE TODAS LAS COSAS
Hechos
3:19-21. "Así que, arrepentíos y
convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para
que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio,
y él envíe a Jesucristo, que os fue antes anunciado; a quien
de cierto es necesario que el cielo reciba hasta los tiempos
de la restauración de todas las cosas, de que habló Dios por
boca de sus santos profetas que han sido desde tiempo
antiguo".
Apenas es posible dudar de que, en este discurso, el
apóstol habla de lo que él concebía que sus oyentes podrían
experimentar y experimentarían, si obedecían su exhortación a
arrepentirse y creer. En realidad, cualquier otra suposición
sería absurda. No era imposible que ni el apóstol ni sus
oyentes pudieran pensar en "tiempos de refrigerio" y
"restauración de todas las cosas" en épocas remotas del mundo;
las bendiciones que estaban a una distancia de siglos y
milenios difícilmente serían motivos poderosos para el
arrepentimiento inmediato. Debemos, por lo tanto, considerar
los tiempos de refrigerio y de restauración como los considera
el apóstol, cercanos, y al alcance de aquella generación.
Pero, si es así, ¿qué hemos de entender por "tiempos de
refrigerio" y "restauración de todas las cosas"? Sin duda,
casi lo mismo; y la una frase nos ayudará a entender la otra.
Se dice que la restauración [apokatustasij] de todas las cosas
es el tema de toda la profecía; entonces, sólo puede referirse
a lo que la Escritura designa como "el reino de Dios", fin y
propósito de todas las relaciones de Dios con Israel. Era una
frase bien entendida por los judíos de aquel período, que
esperaban los días del Mesías, el reino de Dios, como
cumplimiento de todas sus esperanzas y aspiraciones. Era la
era venidera o el eón venidero, aiwn o mellwn, cuando todas
las injusticias habrían de corregirse, y reinarían la verdad y
la justicia. La nación entera estaba impregnada de la creencia
de que esta época feliz estaba a punto de iniciarse. ¿Cuál era
la doctrina de nuestro Señor sobre este tema? Dijo a sus
discípulos: "Elías a la verdad vendrá primero, y restaurará
todas las cosas" (Mar. 9:12). Es decir, el segundo
Elías, Juan el Bautista, y había iniciado la restauración que
Él mismo habría de completar; había echado los cimientos del
reino que Él habría de consumar y coronar. Porque la misión de
Juan era, en un aspecto, restauradora, esto es, en intención,
aunque no en efecto. Vino a hacer volver la nación a su
lealtad, a renovar su relación de pacto con Dios: iba delante
del Señor, "en el espíritu y el poder de Elías, para hacer
volver los corazones de los padres a lo hijos, y de los
rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor
un pueblo bien dispuesto" (Luc. 1:17). ¿Qué es todo esto, sino
la descripción de "los tiempos de refrigerio de la presencia
del Señor", y "la restauración de todas las cosas", que eran
presentados como dones de Dios para Israel?
Pero, ¿tenemos alguna indicación clara del período
en que podrían esperarse estas bendiciones ofrecidas? ¿Estaban
en el futuro distante, o a las puertas? La nota de tiempo
aparece marcada claramente en el versículo 20. La venida de
Cristo está especificada como el período en que estas
gloriosas expectativas han de convertirse en realidad. Nada
puede ser más claro que la conexión y la coincidencia de estos
sucesos, la venida de Cristo, los tiempos de refrigerio, y la
restauración de todas las cosas. Esto armoniza con la uniforme
representación que se da en la escatología del Nuevo
Testamento: la parusía, el fin del tiempo, la consumación del
reino de Dios, la destrucción de Jerusalén, el juicio de
Israel, todos sincronizan. Encontrar la fecha de uno es
establecer la fecha de todos. Ya hemos visto cuán
definidamente fue fijado el tiempo del cumplimiento de algunos
de estos sucesos. El Hijo del hombre había de venir en su
reino antes de la muerte de algunos de algunos de los
discípulos. La catástrofe de Jerusalén había de tener lugar
antes de que pasara la generación que entonces existía. El día
grande y terrible del Señor es representado por Pedro en el
capítulo anterior como alcanzando a aquella "desgraciada
generación". Y ahora, en el pasaje que consideramos, da a
entender, con la misma claridad, que la llegada de los tiempos
de refrigerio y la restauración de todas las cosas, eran
contemporáneas con "enviar a Cristo" desde el cielo.
Pero puede decirse: ¿Cómo puede una catástrofe tan
terrible como la destrucción de Jerusalén estar asociada con
tiempos de refrigerio o restauración? La medalla tenía dos
lados: había el reverso y el anverso. La incredulidad y la
impenitencia cambiarían los "tiempos de refrigerio" en "días
de retribución". Si ellos "menospreciaban las riquezas de su
benignidad, paciencia, y longanimidad" de Dios, entonces, en
vez de restauración, habría destrucción; y en vez del día de
salvación, habría "día de ira, y revelación del justo
juicio de Dios" (Rom. 2:4,5).
Sabemos la elección fatal que hizo Israel; cómo
"vino la ira sobre ellos al máximo"; y sabemos cómo ocurrió
todo en el período señalado y predicho, al "fin del tiempo",
dentro de los límites de aquella generación.
Así, podemos definir el período al cual hace alusión
el apóstol en este pasaje, y llegar a la conclusión de que
coincide con la parusía.
Somos conducidos a la misma conclusión por otro
camino. En Mateo 19:28, nuestro Señor declara a sus
discípulos: "De cierto os digo que, en la regeneración, cuando
el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria", etc.
Ya hemos comentado este pasaje, pero es bueno observar otra
vez que la "regeneración" [paliggenesia] en Mateo es el
equivalente preciso de la "restauración" [apokastastasij] de
Hechos. Lo que se quiere decir con la regeneración es claro
más allá de toda sombra de duda, porque es el tiempo "cuando
el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria". Pero
este es el período cuando venga a juzgar a la nación culpable
(Mat. 25:31). No hay posibilidad de equivocar el tiempo; no
hay ninguna dificultad en identificar el suceso; es el fin del
tiempo, y el juicio de Israel.
Llegamos así a la misma conclusión por una ruta
diferente e independiente, reforzando inconmensurablemente la
fuerza de la demostración.
CRISTO HA DE JUZGAR
PRONTO AL MUNDO
Hechos 17:31. "Por
cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con
justicia, por aquel varón a quien designó".
Ya hemos visto que se dclara que el Señor Jesucristo
es constituído Juez de los hombres (Juan 5:22,27). Con la
misma claridad se declara que el tiempo de juicio es la
parusía. Con igual claridad, se nos enseña que la parusía
habría de ocurrir dentro del término de la generación que
entonces vivía. Por lo tanto, Pablo ve el juicio como cercano.
En el pasaje ahora delante de nosotros, tenemos una
confirmación incidental pero inadvertida de este hecho. Las
palabras "él juzgará" no expresa un simple futuro, sino un
futuro rápido, mellei krinein, está a punto de juzgar,
o juzgará pronto. Este matiz de significado no se conserva en
nuestra versión de habla inglesa, pero no carece de
importancia.
Aquí, pues, nos encontramos nuevamente con la a menudo
recurrente asociación de la parusía con el juicio, los cuales
eran evidentemente considerados por el apóstol como a las
puertas.