LA PARUSÍA
o
La Segunda Venida de Nuestro Señor Jesucristo
JAMES STUART RUSSELL
(1816-1895)

Tomado de The Preterist Archive


PARTE III

3-24. LA PARUSÍA EN EL APOCALIPSIS


"Pobablemente, el libro de Apocalipsis nunca aceptará una exposición completamente luminosa, a consecuencia de las historias que tenemos de los tiempos a los cuales se refiere, y que no corresponden a la escala ampliada de sus profecías. Pero la dirección en que es más prudente buscar una solución a sus enigmas es desde el punto de vista que considera que se escribió antes de la destrucción de Jerusalén, para animar a aquéllos cuyos corazones desfallecían de temor por las cosas que sobrevendrían rápidamente a la tierra; esto es, que el libro tiene que ver primordial y principalmente con acontecimientos en los cuales sus primeros lectores se interesaban sólo de manera inmediata; que despliega una serie de imágenes dudosamente cronológicas, y quizás parcialmente contemporáneas, de sucesos que tendrían lugar pronto". Catholic Thoughts on the Bible and Theology, cap. 35, p. 361.

INTERPRETACIÓN DEL APOCALIPSIS

Ahora llegamos a considerar la parte más difícil y más oscura de la revelación divina, y muy bien podemos hacer una pausa en el umbral de una región tan envuelta en el misterio y la oscuridad. Los conspicuos fracasos de los sabios y eruditos que con demasiada confianza han profesado decifrar el místico rollo del vidente apocalíptico nos advierten contra la presunción. Hasta podemos sentir que se justifica que declinemos por completo una tarea que ha desconcertado a tantos de los más capaces y mejores intérpretes de la Palabra de Dios. Pero, por otro lado, ¿hacemos honor al libro rehusando abrirlo y declarándolo obscuro sin remedio? ¿Se justifica que tratemos así cualquier porción de la revelación que Dios nos ha dado? ¿Debe el libro ser casi entregado por completo a adivinadores y charlatanes, para ser diversión de sus fantásticas especulaciones? No; no podemos pasarlo por alto. Querrámoslo o no, el libro reclama nuestra atención, e insiste en ser oído. Después de todo, debe tener un significado, y vamos a hacer lo mejor que podemos para comprender ese significado. ¡Maravilloso libro! Después de siglos de erróneas interpretaciones y perversión, todavía tiene el poder de llamar la atención y fascinar el interés de cada uno de sus lectores. Rehusa convertirse en el hazmerreír de la impostura y la locura; no puede ser degradado ni siquiera por la ignorancia y la presunción de fanáticos y adivinos; nunca puede ser otra cosa que la Palabra de Dios, y por lo tanto debe ser tenido en reverencia por nosotros.

Pero, ¿es inteligible? La respuesta a esto es: ¿Fue escrito para que se entendiera? ¿Fue un libro enviado por un apóstol a las iglesias de Asia Menor, con una bendición para sus lectores, una mera jerigonza ininteligible, un enigma inexplicable para ellos? Eso difícilmente puede ser cierto. Pero si el propósito era que el libro revelara los secretos de tiempos distantes, ¿no debería haber sido por necesidad ininteligible para sus primeros lectores - y no sólo ininteligible, sino hasta fuera de lugar e inútil? Si hablaba, como algunos quieren hacernos creer, de hunos y godos y sarracenos, de emperadores medievales y de papas, de la Reforma protestante y de la Revolución Francesa, ¿qué posible interés o significado podría tener para las iglesias cristianas de Éfeso, Esmirna, Filadelfia, y Laodicea? Especialmente cuando consideramos las circunstancias reales de aquellos cristianos primitivos - muchos de ellos soportando crueles sufrimientos y penosas persecuciones, y todos ellos esperando ansiosamente que se acercase la hora de liberación que ahora estaba cercana - ¿qué propósito habría servido enviarles un documento que se les instaba a leer y considerar, y que, sin embargo, se ocupaba de acontecimientos históricos tan distantes que estaban fuera del alcance de sus simpatías, y tan obscuro que aún hoy día los críticos más sagaces difícilmente concuerdan sobre un solo punto de él? ¿Es concebible que un apóstol se burlase de los sufrimientos de los perseguidos cristianos de su tiempo con oscuras parábolas sobre épocas distantes? Si este libro tuviese realmente el propósito de ministrar fe y consuelo a las mismas personas a las que fue enviado, tendría incuestionablemente que tratar de asuntos en los cuales ellas estaban interesadas práctica y personalmente. ¿Y no indica esta misma y obvia consideración la verdadera clave del Apocalipsis? ¿No debe referirse por necesidad a cuestiones de historia contemporánea? La única hipótesis sostenible y razonable es que fue destinado para ser entendido por sus lectores originales, pero esto es tanto como decir que debe ocuparse de los sucesos y transacciones de su propio tiempo, y ello dentro de un espacio de tiempo comparativamente breve.

LÍMITES DE TIEMPO
EN APOCALIPSIS

Esto no es mera conjetura. Está certificado por las expresas declaraciones del libro. Si hay una cosa que más que ninguna otra se afirma explícita y repetidamente en Apocalipsis es la cercanía de los sucesos que predice. Esto se afirma, y se reitera una y otra vez, al comienzo, en la mitad, y al final. Se nos advierte que "el tiempo está cerca", "las cosas que deben suceder pronto", "he aquí, vengo presto", "de cierto vengo presto". Y, sin embargo, en presencia de estas afirmaciones expresas y a menudo repetidas, la mayoría de los intérpretes se ha sentido en libertad de ignorar por completo las limitaciones de tiempo, y vagar a voluntad por épocas y centurias, considerando el libro como un compendio de historia eclesiástica, un almanaque de sucesos político-eclesiásticos para toda la cristiandad para el fin del tiempo. Este ha sido un error garrafal, fatal e inexcusable. Descuidar la definición obvia y clara de tiempo tan constantemente dirigida a la atención del lector por el libro mismo es tropezar en el mismo umbral. En consecuencia, esta falta de atención ha viciado con mucho el mayor número de interpretaciones apocalípticas. Puede decirse ciertamente que la clave estuvo todo el tiempo colgada de la puerta, claramente visible para todo el que tuviese ojos para ver; pero los hombres han tratado de abrir la cerradura con una ganzúa, o de forzar la puerta, o de escalarla de alguna otra manera, antes que agenciarse una manera de entrar tan simple y preparada como usar la llave fabricada y proporcionada para ellos.

Como este es un punto de la mayor importancia, e indispensable para la correcta interpretación de Apocalipsis, es apropiado presentar la prueba de que los sucesos descritos en el libro ocurren dentro de un período de tiempo muy breve.

La primera frase, que contiene lo que puede llamarse el título del libro, es por sí misma decisiva en cuanto a la cercanía de los sucesos con los cuales se relaciona:

Cap. 1:1. "La revelación de Jesucristo, que Dios le dio, para manifestar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto".
Y en caso de que se suponga que esta limitación no se extiende a toda la profecía, sino que se refiere sólo a la introducción o a alguna otra porción, la misma afirmación se repite, con las mismas palabras, en la conclusión del libro. (Véase 22:6).
Cap. 1:3. "Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta profecía, y guardan las cosas en ella escritas; porque el tiempo está cerca".
El lector no dejará de notar la significativa similitud entre esta nota de tiempo y la consigna de los primeros cristianos. Decir o kairoz egguz (el tiempo está cerca) era en realidad lo mismo que decir o kusioz egguz (el Señor está cerca), Fil. 4:5. Ningunas palabras podían afirmar más claramente la cercanía de los sucesos contenidos en la profecía.
Cap. 1:7. "He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá, y los que le traspasaron; y todos los linajes de la tierra harán lamentación por él. Sí, amén".
"He aquí que viene" [Idou, ercetai] corresponde a "He aquí vengo pronto" [Idou, ercomai], de Apoc. 22:7. Esto puede llamarse la tónica de Apocalipsis; es la tesis o el texto del todo. Para los que pueden persuadirse de que no hay ninguna indicación de tiempo en una declaración como "He aquí que viene", o que es tan indefinida que puede aplicarse igualmente a un año, un siglo, o un milenio, este pasaje puede que no sea convincente; pero para todo juicio sincero, será prueba decisiva de que el suceso al que se refiere es inminente. Es la consigna apostólica "¡Maranatha!", "el Señor viene" (1 Cor. 16:22). Hay una clara alusión también a las palabras de nuestro Señor en Mat. 24:30. "Lamentarán todas las tribus de la tierra", etc., mostrando claramente que ambos pasajes se refieren al mismo período y al mismo acontecimiento.
Cap. 1:19. "Escribe las cosas que has visto, y las que son, y las que han de ser después de éstas".
La última cláusula no expresa adecuadamente el sentido del original; debería ser "las cosdas que están a punto de suceder después de éstas" [a mellei genesqai meta tauta].
Cap. 3:10. "Yo te guardaré de la hora de la prueba que ha de venir [está a punto de venir]
sobre el mundo entero, para probar a los que moran en la tierra".
Una indicación de la cercana aproximación de la época de violenta persecución, poco antes de cuyo estallido Apocalipsis debe haber sido escrito.
Cap. 3:11. "He aquí, yo vengo pronto".
Esta advertencia se repite una y otra vez por todo el Apocalipsis. Su significado es demasiado evidente como para que necesite una explicación.
Cap. 16:15. "He aquí, yo vengo como ladrón".
Esta figura ya nos es conocida en relación con la parusía. Pedro declaró que "el día del Señor vendrá como ladrón" [en la noche] (2 Ped. 3:10). Pablo escribió a los tesalonicenses: "Porque vosotros sabéis perfectamente que el día del Señor vendrá así como ladrón en la noche" (1 Tesa. 5:2). Y ambos pasajes reflejan las propias palabras de nuestro Señor en Mat. 24:42-44, con las cuales inculcó vigilancia por medio de la parábola del "ladrón que viene por la noche". Aquí nuevamente, el momento y el suceso al que se hace referencia son los mismos en todos los pasajes, y nuestro Señor declaró que estarían dentro de los límites de la generación que entonces existía.
Cap. 21:5, 6. "Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas ... Y me dijo: Hecho está".
Evidentemente, estas expresiones indican acontecimientos que se apresuran rápidamente hacia su cumplimiento; no habría ningún largo intervalo entre la profecía y su cumplimiento.
Cap. 22:10. "No selles las palabras de esta profecía, porque el tiempo está cerca".
Esta es sólo la repetición de otra forma de la declaración que se hace en la afirmación precedente. ¿Cómo se puede atribuir un sentido no literal a un lenguaje tan expreso y decisivo?
Cap. 22:6. "Y me dijo: Estas palabras son fieles y verdaderas. Y el Señor, el Dios de los espíritus de los profetas, ha enviado su ángel, para mostrar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto".
Este pasaje, que repite la afirmación hecha al comienzo de la profecía (cap. 1:1), abarca el campo entero de Apocalipsis, y establece de manera concluyente el hecho de que alude a sucesos que debían tener lugar casi inmediatamente.
Cap. 22:7. "He aquí, vengo pronto".

Cap. 22:12. "He aquí, yo vengo pronto".

Cap. 22:20. "Ciertamente vengo en breve".

Esta triple reiteración de la pronta venida del Señor, que es el tema de la profecía entera, muestra claramente que ese acontecimiento fue declarado con autoridad como cercano.

Así que tenemos un cúmulo de evidencia, de la clase más directa y positiva, de que el Apocalipsis debía cumplirse dentro de un período muy breve. Este es su propio testimonio, y a esta limitación tenemos que atenernos absolutamente, si se le ha de permitir al libro hablar por sí mismo.

LA FECHA DEL APOCALIPSIS

Si las conclusiones que anteceden están bien fudamentadas, virtualmente deciden las muy debatidas cuestiones con respecto a la fecha de Apocalipsis. Quizás puede aceptarse que el peso de la autoridad, tal como está, se inclina del lado de la fecha tardía: esto es, que fue escrito después de la destrucción de Jerusalén; pero la evidencia interna nos parece abrumadora del lado de su fecha temprana. Que el Apocalipsis contempla la parusía como inminente es ciertamente una proposición incontrovertible. Que la parusía está siempre representada como coincidente con el juicio de la ciudad y nación culpables no es menos innegable. Los que no logran encontrar la parusía, la destrucción de Jerusalén, el juicio de Israel, y el fin de la era [sunteleia tou aiwnoz] en el Apocalipsis, como en todo el resto del Nuevo Testamento, y encontrarlos también como acontecimientos inminentes, realmente tienen que estar ciegos. ¿Qué otra tremenda crisis se acercaba en el período al cual se podía referir el Apocalipsis? ¿O qué acontecimiento podría ser más digno de ser descrito en las imágenes sublimes y terribles del Apocalipsis que la catástrofe final de la dispensación judía, y los sufrimientos sin paralelo con que fue acompañada?

1. Que el Apocalipsis se escribió antes de la destrucción de Jerusalén se seguirá por supuesto si puede mostrarse que ese suceso forma en gran medida el tema de sus predicciones. Creemos que esto puede hacerse para satisfacer a cualquier mente razonable. Apelamos al cap. 1:7. "He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá, y los que le traspasaron; y todos los linajes de la tierra harán lamentación por él". "Los linajes de la tierra" sólo puede significar el pueblo de Israel, como lo demuestra la profecía original de Zac. 12:10-14, y todavía más el lenguaje de nuestro Salvador en Mat. 24:30. No puede haber ni sombra de duda de que la "venida" a la que se hace referencia es la parusía, la precursora del juicio, terrible para "los que le traspasaron", y siempre declarado por nuestro Salvador como dentro de los límites de la generación existente.

2. Después de la más completa consideración de la notable expresión th kuriakh hmera [el día del Señor], en Apoc. 1:10, quedamos satisfechos de que no puede referirse al primer día de la semana, sino que los intérpretes que entienden que se refiere al período llamado en otra parte "el día del Señor" tienen razón. No hay ningún ejemplo en el Nuevo Testamento de que al primer día de la semana [domingo] se le llame "el día del Señor"; la frase es apropiada y queda restringida por el uso al gran período judicial que constantemente es representado en las Escrituras como asociado con la parusía. No hay diferencia en absoluto entre h hmera kuriakh y h hmera tou kuriou. Nada podría ser más violento que referirse en una frase a un período o un día y a otro en una frase totalmente diferente. No hay evidencia de que la frase "el día del Señor" tenía un significado fijo y definido en las iglesias apostólicas. (Véase 1 Cor. 1:8; 5:5; 2 Cor. 1:14; 2 Tes. 2:2; 5:2; 2 Ped. 3:10). A pesar de la objeción de Alford por razones gramaticales, sostenemos que no hay nada no gramatical en la construcción que considera a th kuriakh hmera como "el (gran) día del Señor". Por el contrario, preferimos esta construcción, por razones gramaticales: "Yo estaba en el espíritu en el día del Señor". Es decir, la parusía es el punto de vista del vidente del Apocalipsis, un hecho que es ampliamente apoyado por el contenido del libro.

3. En Apocalipsis 3:10, se nos informa que era inminente una temporada de severas pruebas, es decir, una encarnizada persecución contra los que llevaban el nombre de cristianos, que se extendía por todo el mundo [oikoumenh - o sea el Imperio Romano]. Ahora bien, la primera persecución general contra los cristianos fue la que tuvo lugar durante el gobierno de Nerón, en el año 64 d. C. Inferimos que esta es la persecución que entonces era inminente, y que, por lo tanto, el Apocalipsis se escribió antes de esa fecha.

4. Que el libro se escribió antes de la destrucción de Jerusalén se ve por el hecho de que se habla de la ciudad y del templo como si todavía existiesen. (Véase cap. 11:1,2,8). Si Jerusalén hubiese sido un montón de ruinas, es apenas probable que el apóstol hubiese recibido la orden de medir el templo; que representase la Santa Ciudad como a punto de ser hollada por lo gentiles, o que viese a los testigos yacer insepultos en sus calles.

5. En verdad, el Apocalipsis mismo es el gran argumento en favor de que fue escrito antes de la destrucción de Jerusalén. Suponer su carácter profético, y hacerle tener la misma relación con la gran consumación llamada en el Nuevo Testamento "el fin del tiempo" que la Ilíada tiene con el sitio de Troya. [Sic] Puede afirmarse sin riesgo de equivocarse que sobre esta hipótesis es incapaz de interpretación: tiene que continuar siendo lo que por tanto tiempo ha sido, material para la especulación arbitraria y fantástica; siempre cambiando con el cambiante aspecto del mundo político y eclesiástico. Pero nos aventuramos a creer que los puntos de vista por los que abogamos en este libro son correctos, que la interpretación del Apocalipsis se vuelve posible, y que tal interpretación lleva en sí misma su propia evidencia, recomendándose a sí misma por su consistencia y adecuación a todo juicio justo y honesto. Una verdadera interpretación habla por sí misma; y como la llave correcta se ajusta a la cerradura, demostrando así su adaptación, así también una interpretación verdadera probará su corrección demostrando satisfactoriamente la correspondencia entre los hechos históricos y los símbolos proféticos.

EL VERDADERO SIGNIFICADO
DEL APOCALIPSIS

Ahora estamos mejor preparados para atacar la pregunta: ¿Cuál es el verdadero significado del Apocalipsis? El hecho de que, según sus propias palabras, la acción del libro debe abarcar, por necesidad, un período de tiempo muy corto, y el conocimiento (aproximado) de la fecha de su composición, son ayudas importantes para una correcta captación de su objetivo y su alcance. Considerarlo como revelación del futuro distante, cuando él mismo declara expresamente que tiene que ver con cosas que deben suceder pronto; y esperar su cumplimiento en la historia medieval o moderna, cuando él afirma que el tiempo está cerca, es ignorar su más clara enseñanza y asegurar una errónea interpretación y el fracaso. Estamos absolutamente silenciados por el libro mismo en cuanto a la historia contemporánea del período, y eso, también, dentro de límites muy estrechos.

Y aquí encontramos una explicación de lo que debe haber parecido a lectores más cuidadosos de la historia evangélica extremadamente singular, a saber, la total ausencia en el evangelio de Juan de aquello que ocupa un lugar tan conspicuo en los evangelios sinópticos - la gran profecía de nuestro Señor en el Monte de los Olivos. El silencio de Juan en este evangelio es tanto más notable cuanto que él era uno de los cuatro discípulos favoritos que escucharon ese discurso; y sin embargo, en su evangelio no encontramos ni el más leve rastro de él. ¿Cómo se explica esto? Puede decirse que los informes completos de esa profecía, presentados por los otros evangelistas hicieron innecesaria cualquier alusión a ella por parte de Juan; pero, recordando el intenso interés del tema para el corazón de todo judío, y su relación con las iglesias apostólicas en general, sí parece inexplicable que el único de los oyentes originales que dejó registro de los discursos de Cristo no haya hecho mención de una predicción tan importante. Pero la dificultad se explica si descubrimos que el Apocalipsis no es otra cosa que una forma transfigurada de la profecía del Monte de los Olivos. Y creemos que esto es lo que sucede. El Apocalipsis contiene la gran profecía de nuestro Señor expandida, alegorizada, y si se nos permite decirlo, dramatizada. Los mismos hechos y acontecimientos predichos en los evangelios aparecen en Apocalipsis, sólo que envueltos en un ropaje más figurado y simbólico. Pasan delante de nosotros como escenas proyectadas por la linterna mágica, ampliadas e iluminadas, pero no por eso menos reales y verdaderas. Visto así, el Apocalipsis se convierte en el suplemento del evangelio, y completa el registro del evangelista.

A primera vista, esto parece una hipótesis gratuita y fantástica, pero mientras más la consideramos, más probable la encontraremos. Cordialmente nos suscribimos a las siguientes palabras del Dr. Alford:

"La estrecha relación entre el discurso profético de nuestro Señor en el Monte de los Olivos y la línea de profecía apocalíptica no puede haber dejado de llamar la atención de cada uno de los estudiantes de la Escritura. Si se sugiriese que esta relación puede ser meramente aparente, y la sometemos a la prueba de un examen más minucioso, nuestra primera impresión, creo, se volverá más y más fuerte en el sentido de que las dos (siendo revelaciones del mismo Señor concernientes a cosas por venir, y que están, me parece a mí, unidas por el cuarto ay, que introduce los sellos, a la misma referencia a la venida de Cristo) deben, correspondiendo como corresponden en orden e importancia, responder la una a la otra en detalle; y así el discurso en Mateo 24 se convierte, como correctamente lo ha llamado Isaac Williams, en 'el ancla de la interpretación apocalíptica', y, puedo añadir, la piedra de toque de los sistemas apocalípticos".
Aun una ligera comparación entre los dos documentos, la profecía y el Apocalipsis, bastará para mostrar la correspondencia entre ellos. Los personajes dramáticos, si podemos llamarles así - los símbolos que entran en la composición de ambos - son los mismos. ¿Qué encontramos en la profecía de nuestro Señor? Primero y principalmente, la parusía; luego, guerras, hambrunas, pestilencia, terremotos; falsos profetas y engañadores; señales y maravillas; el oscurecimiento del sol y de la luna; las estrellas que caen del cielo; ángeles y trompetas, águilas y cadáveres, gran tribulación y ayes; convulsiones de la naturaleza; Jerusalén hollada; el Hijo del hombre que viene en las nubes del cielo; la reunión de los elegidos; la recompensa de los fieles; el juicio de los impíos. ¿Y no son precisamente éstos los elementos que componen el Apocalipsis? Esto no puede ser una semejanza accidental; es coincidencia, es identidad. Cualquier diferencia en el tratamiento del tema surge de la diferencia en el método de la revelación. La profecía está dirigida al oído, y el Apocalipsis al ojo: la una es un discurso pronunciado a plena luz del día, en medio de la vida real; el otro es una visión, contemplada en un estado de éxtasis, revestida de imágenes magníficas, con un aire de irrealismo como de objetos vistos en un sueño, que necesita traducirse al lenguaje de la vida diaria antes de que pueda ser comprensible como hechos reales.

ESTRUCTURA Y PLAN DEL APOCALIPSIS

Como se interpreta comúnmente, nada puede ser más suelto y desconectado que la disposición del Apocalipsis. Parece un intrincado laberinto, sin un plan inteligible, que abarca tiempo y espacio, y forma un caos de heterogéneas edades, naciones, e incidentes. En realidad, no hay ninguna composición literaria más regular en su estructura, más metódica en su disposición, más artística en su diseño. Ninguna tragedia griega está compuesta con mayor arte ni con más estricta atención a las leyes dramáticas. No es exageración decir con el erudito Henry More: "Nunca hubo un libro escrito con tal arte como éste del Apocalipsis; es como si cada palabra hubiese sido pesada en balanza antes de ser puesta por escrito". Y, sin embargo, el plan de su construcción es sencillo, y casi evidente por sí mismo. El número siete gobierna todo a través de él. El lector más descuidado no puede dejar de notar cuatro de sus grandes divisiones, que se distinguen por este número místico - las siete iglesias, los siete sellos, las siete trompetas, y las siete copas. Puesto que cada división tiene marcadas características con las cuales se indican claramente su principio y su final, no es difícil trazar las líneas entre las varias divisiones. Además de las cuatro ya especificadas, encontramos otras tres visiones, a saber, la visión de la mujer vestida de sol, la visión de la gran ramera, y la visión de la esposa. Estas completan el número místico siete, y forman la disposición clara y bien definida en la cual cae naturalmente el contenido del Apocalipsis. Sería ciertamente difícil inventar cualquier otra. Hay también un prefacio, o prólogo, al principio del libro, y un epílogo, en la conclusión; de manera que la disposición entera queda como sigue:

    

Prólogo Cap. 1:1-8
1. Visión de las siete iglesias Caps. 1,2,3
2. Visión de los siete sellos Caps. 4,5,6,7
3. Visión de las siete trompetas Caps. 8,9,10,11
4. Visión de la mujer vestida de sol Caps. 12,13,14
5. Visión de las siete copas Caps. 15,16
6. Visión de la gran ramera Caps. 17,18,19,20
7. Visión de la esposa Caps. 21;22:1-5
Epílogo Cap. 22:8-21

Tal es la disposición natural del libro, por lo que concierne a sus grandes divisiones principales; hay también varias divisiones subordinadas, o episodios, como se les puede llamar, que caen bajo una u otra de las grandes divisiones. Descubriremos que en las diferentes visiones hay una semejanza estructural común, y que, más particularmente, cada división concluye con un final, o una catástrofe, que representa un acto de juicio o una escena de victoria y triunfo.

Pero la más notable característica del Apocalipsis, por lo que concierne a su estructura, sigue sin ser observada. Es la de que varias visiones pueden ser descritas como sólo variadas representaciones de los mismos hechos o acontecimientos; reorganizaciones y nuevas combinaciones de los mismos elementos constituyentes. Esto es obviamente lo que ocurre con dos de las grandes divisiones, a saber, la visión de las siete trompetas y la de las siete copas. Son casi contrapartes la una de la otra, y aunque la semejanza con las otras visiones no es tan marcada, se descubrirá que todas son aspectos diferentes del mismo gran acontecimiento. Si podemos aventurarnos a usar tal ilustración, diríamos que las visiones no son telescópicas, que miran a la distancia; sino caleidoscópicas, en que cada vuelta del instrumento produce una nueva combinación de imágenes, exquisitamente hermosas y magníficas, mientras que los elementos que componen el cuadro continúan siendo básicamente los mismos. Así como el sueño de Faraón era uno solo, aunque visto bajo dos formas diferentes, así también las visiones del Apocalipsis son una sola, aunque presentadas en siete aspectos diferentes. La razón de la repetición es probablemente la misma en ambos casos. "Y el suceder el sueño a Faraón dos veces, significa que la cosa es firme de parte de Dios, y que Dios se apresura a hacerla" (Gén. 41:32). De manera similar, se declara que, por repetirse siete veces, los sucesos predichos en el Apocalipsis son ciertos y cercanos.

EL NÚMERO SIETE EN EL APOCALPSIS

Todo lector del Apocalipsis tiene que impresionarse por la manera en que se emplean ciertos números, no tanto en un sentido aritmético, sino en un sentido simbólico. Los números tres, cuatro, siete, diez, y doce, la mitad de siete, y doce al cuadrado, se usan de esta sigificativa manera. De todos estos números místicos, como puede llamárseles, el siete es el número dominante, que encontramos ocurriendo continuamente desde el principio hasta el fin del libro. No nos aventuraremos a afirmar que se usa invariablemente en sentido simbólico, y nunca en sentido literal y aritmético. Pero, que se emplea así frecuentemente, si no generalmente, debe ser evidente para todo lector cuidadoso. Era el número de dignidad entre los judíos, el símbolo de totalidad o perfección, y significa todo de la especie, o la clase más alta de la especie, a la cual se refiere. No es necesario dónde ocurre este número para que requiera la composición de todas las unidades; significa simplemente lo completo o la excelencia. Por eso tenemos siete iglesias, siete sellos, siete trompetas, siete copas, siete espíritus, siete lámparas, siete cuernos, siete ojos, siete estrellas, siete montes, siete reyes. Sería absurdo requerir el valor aritmético exacto en todos estos casos, aunque sería imprudente afirmar que es simbólico en cada uno de ellos. Pero, en el caso en que a primera vista parece más manifiestamente literal, es decir, las siete iglesias que se enumeran particularmente, es posible que haya un simbolismo subyacente. Apenas puede suponerse que sólo hubiese siete iglesias en toda Asia Menor; puede haber habido siete veces siete; pero, sin duda, estas siete representan el número total, no sólo en Asia, sino en todas partes. Lo que el Espíritu les dijo a ellas, se los dijo a todas. Se descubrirá que, para la correcta interpretación del Apocalipsis, no es de poca importancia tener presente el carácter simbólico de los números que se emplearon en el libro con mayor frecuencia.

EL TEMA DEL APOCALIPSIS

Ya hemos tratado de mostrar que el Apocalipsis es esencialmente uno con la profecía del Monte de los Olivos; es decir, el tema de ambos es la misma gran catástrofe; es decir, la Parousía, y los acontecimientos que la acompañan. El Apocalipsis anuncia su gran tema en la frase inicial del libro, después del prefacio o prólogo. Esa frase inicial es el séptimo versículo del primer capítulo:

"He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá, y los que le traspasaron; y todos los linajes de la tierra harán lamentación por él. Sí, amén".
Esta es la tesis de todo el discurso; el primer pronunciamiento profético del libro, y también el último; la clave de la revelación entera.

Se verá que estas palabras son el eco de la predicción de nuestro Señor en Mateo 24:30:

"Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo; y entonces lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria".
No es posible equivocar la referencia en estas palabras; no hay ninguna ambigüedad ni incertidumbre en cuanto a la venida de quién o a cuál venida se refiere. El tiempo y la manera de la venida se indican claramente: está cercana. "He aquí que viene". Es en gloria: "Viene con las nubes". Las dos predicciones son, de hecho, idénticas. El tiempo de su cumplimiento se acercaba ahora, porque la posición del vidente era en "el día del Señor". Lo que nuestro Salvador declaró que sería dentro de los límites de la generación que entonces existía era ahora, al final de como treinta o cuarenta años, en la víspera misma del cumplimiento. El tañido fúnebre del destino estaba a punto de sonar. "He aquí que viene".

No se indica con menos claridad el escenario de la catástrofe venidera. Es la tierra de Israel. Esto se ve claro por la expresa declaración de ambos pasajes, en el Apocalipsis y en el evangelio: "Todas las tribus de la tierra" [pasai ai fulai thz ghz]. La manera libre en que la frase se toma a veces como refiriéndose a todas las naciones del globo terráqueo no puede ser reprochada lo suficiente. La fuente original de la expresión (Zac. 12:12), "las familias de la tierra" muestra que se quiere decir la tierra de Israel, y especialmente la ciudad de Jerusalén; y se requiere una limitación similar en las citas tanto del evangelio como del Apocalipsis. La alusión a la crucifixión confirma vigorosamente esta conclusión - "y los que le traspasaron". Los crucificadores del Señor de la gloria son "especialmente señalados de entre la muchedumbre que ve con temor las señales del vengador que se aproxima".

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Contenido | Prefacio | Introducción | 1-1 | 1-2 | 1- 3 | 1- 4 | 1- 5 | 1-6 |1-7 | Apéndice1 |

2-8 | 2-9 | 2-10 | 2-11 | 2-12 | 2-13 | 2-14 | 2-15 | 2-16 | 2-17 | 2-18|2-19|2-20|2-21|2-22|2-23|
Apéndice 2|3-24|
3-25|3-26|3-27|3-28|3-29|3-30|3-31|Conclusión|Apéndice 3|

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