LA PARUSÍA
o
La Segunda Venida de
Nuestro Señor Jesucristo
JAMES STUART
RUSSELL
(1816-1895)
Tomado de The
Preterist
Archive
PARTE III
3-24. LA PARUSÍA EN EL
APOCALIPSIS
"Pobablemente, el
libro de Apocalipsis nunca aceptará una exposición completamente
luminosa, a consecuencia de las historias que tenemos de los
tiempos a los cuales se refiere, y que no corresponden a la
escala ampliada de sus profecías. Pero la dirección en que es
más prudente buscar una solución a sus enigmas es desde el punto
de vista que considera que se escribió antes de la destrucción
de Jerusalén, para animar a aquéllos cuyos corazones
desfallecían de temor por las cosas que sobrevendrían
rápidamente a la tierra; esto es, que el libro tiene que ver
primordial y principalmente con acontecimientos en los cuales
sus primeros lectores se interesaban sólo de manera inmediata;
que despliega una serie de imágenes dudosamente cronológicas, y
quizás parcialmente contemporáneas, de sucesos que tendrían
lugar pronto". Catholic Thoughts on the Bible and Theology,
cap. 35, p. 361.
INTERPRETACIÓN DEL APOCALIPSIS
Ahora llegamos a considerar la parte más difícil y más oscura de
la revelación divina, y muy bien podemos hacer una pausa en el
umbral de una región tan envuelta en el misterio y la oscuridad.
Los conspicuos fracasos de los sabios y eruditos que con
demasiada confianza han profesado decifrar el místico rollo del
vidente apocalíptico nos advierten contra la presunción. Hasta
podemos sentir que se justifica que declinemos por completo una
tarea que ha desconcertado a tantos de los más capaces y mejores
intérpretes de la Palabra de Dios. Pero, por otro lado, ¿hacemos
honor al libro rehusando abrirlo y declarándolo obscuro sin
remedio? ¿Se justifica que tratemos así cualquier porción de la
revelación que Dios nos ha dado? ¿Debe el libro ser casi
entregado por completo a adivinadores y charlatanes, para ser
diversión de sus fantásticas especulaciones? No; no podemos
pasarlo por alto. Querrámoslo o no, el libro reclama nuestra
atención, e insiste en ser oído. Después de todo, debe tener un
significado, y vamos a hacer lo mejor que podemos para
comprender ese significado. ¡Maravilloso libro! Después de
siglos de erróneas interpretaciones y perversión, todavía tiene
el poder de llamar la atención y fascinar el interés de cada uno
de sus lectores. Rehusa convertirse en el hazmerreír de la
impostura y la locura; no puede ser degradado ni siquiera por la
ignorancia y la presunción de fanáticos y adivinos; nunca puede
ser otra cosa que la Palabra de Dios, y por lo tanto debe ser
tenido en reverencia por nosotros.
Pero, ¿es
inteligible? La respuesta a esto es: ¿Fue escrito para que se
entendiera? ¿Fue un libro enviado por un apóstol a las iglesias
de Asia Menor, con una bendición para sus lectores, una mera
jerigonza ininteligible, un enigma inexplicable para ellos? Eso
difícilmente puede ser cierto. Pero si el propósito era que el
libro revelara los secretos de tiempos distantes, ¿no debería
haber sido por necesidad ininteligible para sus primeros
lectores - y no sólo ininteligible, sino hasta fuera de lugar e
inútil? Si hablaba, como algunos quieren hacernos creer, de
hunos y godos y sarracenos, de emperadores medievales y de
papas, de la Reforma protestante y de la Revolución Francesa,
¿qué posible interés o significado podría tener para las
iglesias cristianas de Éfeso, Esmirna, Filadelfia, y Laodicea?
Especialmente cuando consideramos las circunstancias reales de
aquellos cristianos primitivos - muchos de ellos soportando
crueles sufrimientos y penosas persecuciones, y todos ellos
esperando ansiosamente que se acercase la hora de liberación que
ahora estaba cercana - ¿qué propósito habría servido enviarles
un documento que se les instaba a leer y considerar, y que, sin
embargo, se ocupaba de acontecimientos históricos tan distantes
que estaban fuera del alcance de sus simpatías, y tan obscuro
que aún hoy día los críticos más sagaces difícilmente concuerdan
sobre un solo punto de él? ¿Es concebible que un apóstol se
burlase de los sufrimientos de los perseguidos cristianos de su
tiempo con oscuras parábolas sobre épocas distantes? Si este
libro tuviese realmente el propósito de ministrar fe y consuelo
a las mismas personas a las que fue enviado, tendría
incuestionablemente que tratar de asuntos en los cuales ellas
estaban interesadas práctica y personalmente. ¿Y no indica esta
misma y obvia consideración la verdadera clave del Apocalipsis?
¿No debe referirse por necesidad a cuestiones de historia
contemporánea? La única hipótesis sostenible y razonable
es que fue destinado para ser entendido por sus lectores
originales, pero esto es tanto como decir que debe ocuparse de
los sucesos y transacciones de su propio tiempo, y ello dentro
de un espacio de tiempo comparativamente breve.
LÍMITES DE TIEMPO
EN APOCALIPSIS
Esto no es mera
conjetura. Está certificado por las expresas declaraciones del
libro. Si hay una cosa que más que ninguna otra se afirma
explícita y repetidamente en Apocalipsis es la cercanía
de los sucesos que predice. Esto se afirma, y se reitera una y
otra vez, al comienzo, en la mitad, y al final. Se nos advierte
que "el tiempo está cerca", "las cosas que deben suceder
pronto", "he aquí, vengo presto", "de cierto
vengo presto". Y, sin embargo, en presencia de estas
afirmaciones expresas y a menudo repetidas, la mayoría de los
intérpretes se ha sentido en libertad de ignorar por completo
las limitaciones de tiempo, y vagar a voluntad por épocas y
centurias, considerando el libro como un compendio de historia
eclesiástica, un almanaque de sucesos político-eclesiásticos
para toda la cristiandad para el fin del tiempo. Este ha sido un
error garrafal, fatal e inexcusable. Descuidar la definición
obvia y clara de tiempo tan constantemente dirigida a la
atención del lector por el libro mismo es tropezar en el mismo
umbral. En consecuencia, esta falta de atención ha viciado con
mucho el mayor número de interpretaciones apocalípticas. Puede
decirse ciertamente que la clave estuvo todo el tiempo colgada
de la puerta, claramente visible para todo el que tuviese ojos
para ver; pero los hombres han tratado de abrir la cerradura con
una ganzúa, o de forzar la puerta, o de escalarla de alguna otra
manera, antes que agenciarse una manera de entrar tan simple y
preparada como usar la llave fabricada y proporcionada para
ellos.
Como este es un
punto de la mayor importancia, e indispensable para la correcta
interpretación de Apocalipsis, es apropiado presentar la prueba
de que los sucesos descritos en el libro ocurren dentro de un
período de tiempo muy breve.
La primera frase,
que contiene lo que puede llamarse el título del libro,
es por sí misma decisiva en cuanto a la cercanía de los sucesos
con los cuales se relaciona:
Cap. 1:1.
"La revelación de Jesucristo, que Dios le dio, para manifestar a
sus siervos las cosas que deben suceder pronto".
Y en caso de que
se suponga que esta limitación no se extiende a toda la
profecía, sino que se refiere sólo a la introducción o a alguna
otra porción, la misma afirmación se repite, con las mismas
palabras, en la conclusión del libro. (Véase 22:6).
Cap. 1:3.
"Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta
profecía, y guardan las cosas en ella escritas; porque el tiempo está cerca".
El lector no
dejará de notar la significativa similitud entre esta nota de
tiempo y la consigna de los primeros cristianos. Decir o kairoz
egguz (el tiempo está cerca) era en realidad lo mismo que decir
o kusioz egguz (el Señor está cerca), Fil. 4:5. Ningunas
palabras podían afirmar más claramente la cercanía de los
sucesos contenidos en la profecía.
Cap. 1:7.
"He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá, y los que
le traspasaron; y todos los linajes de la tierra harán
lamentación por él. Sí, amén".
"He aquí que
viene" [Idou, ercetai] corresponde a "He aquí vengo pronto"
[Idou, ercomai], de Apoc. 22:7. Esto puede llamarse la tónica de
Apocalipsis; es la tesis o el texto del todo. Para los que
pueden persuadirse de que no hay ninguna indicación de tiempo en
una declaración como "He aquí que viene", o que es tan
indefinida que puede aplicarse igualmente a un año, un siglo, o
un milenio, este pasaje puede que no sea convincente; pero para
todo juicio sincero, será prueba decisiva de que el suceso al
que se refiere es inminente. Es la consigna apostólica
"¡Maranatha!", "el Señor viene" (1 Cor. 16:22). Hay una clara
alusión también a las palabras de nuestro Señor en Mat. 24:30.
"Lamentarán todas las tribus de la tierra", etc., mostrando
claramente que ambos pasajes se refieren al mismo período y al
mismo acontecimiento.
Cap. 1:19.
"Escribe las cosas que has visto, y las que son, y las que han
de ser después de éstas".
La última cláusula
no expresa adecuadamente el sentido del original; debería ser
"las cosdas que están a punto de suceder después de éstas"
[a mellei genesqai meta tauta].
Cap. 3:10. "Yo te guardaré de
la hora de la prueba que ha de venir [está a punto de
venir]
sobre el mundo entero, para probar a los que
moran en la tierra".
Una indicación de la cercana aproximación de la
época de violenta persecución, poco antes de cuyo estallido
Apocalipsis debe haber sido escrito.
Cap. 3:11.
"He aquí, yo vengo pronto".
Esta advertencia
se repite una y otra vez por todo el Apocalipsis. Su significado
es demasiado evidente como para que necesite una explicación.
Cap. 16:15.
"He aquí, yo vengo como ladrón".
Esta figura ya nos
es conocida en relación con la parusía. Pedro declaró que "el
día del Señor vendrá como ladrón" [en la noche] (2 Ped. 3:10).
Pablo escribió a los tesalonicenses: "Porque vosotros sabéis
perfectamente que el día del Señor vendrá así como ladrón en la
noche" (1 Tesa. 5:2). Y ambos pasajes reflejan las propias
palabras de nuestro Señor en Mat. 24:42-44, con las cuales
inculcó vigilancia por medio de la parábola del "ladrón que
viene por la noche". Aquí nuevamente, el momento y el suceso al
que se hace referencia son los mismos en todos los pasajes, y
nuestro Señor declaró que estarían dentro de los límites de la
generación que entonces existía.
Cap. 21:5, 6.
"Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago
nuevas todas las cosas ... Y me dijo: Hecho está".
Evidentemente,
estas expresiones indican acontecimientos que se apresuran
rápidamente hacia su cumplimiento; no habría ningún largo
intervalo entre la profecía y su cumplimiento.
Cap. 22:10.
"No selles las palabras de esta profecía, porque el tiempo está
cerca".
Esta es sólo la
repetición de otra forma de la declaración que se hace en la
afirmación precedente. ¿Cómo se puede atribuir un sentido no
literal a un lenguaje tan expreso y decisivo?
Cap. 22:6.
"Y me dijo: Estas palabras son fieles y verdaderas. Y el
Señor, el Dios de los espíritus de los profetas, ha enviado su
ángel, para mostrar a sus siervos las cosas que deben suceder
pronto".
Este pasaje, que
repite la afirmación hecha al comienzo de la profecía (cap.
1:1), abarca el campo entero de Apocalipsis, y establece de
manera concluyente el hecho de que alude a sucesos que debían
tener lugar casi inmediatamente.
Cap. 22:7.
"He aquí, vengo pronto".
Cap. 22:12.
"He aquí, yo vengo pronto".
Cap. 22:20. "Ciertamente vengo en breve".
Esta triple
reiteración de la pronta venida del Señor, que es el tema de la
profecía entera, muestra claramente que ese acontecimiento fue
declarado con autoridad como cercano.
Así que tenemos un cúmulo de evidencia, de la clase más directa
y positiva, de que el Apocalipsis debía cumplirse dentro de un
período muy breve. Este es su propio testimonio, y a esta
limitación tenemos que atenernos absolutamente, si se le ha de
permitir al libro hablar por sí mismo.
LA FECHA DEL
APOCALIPSIS
Si las
conclusiones que anteceden están bien fudamentadas, virtualmente
deciden las muy debatidas cuestiones con respecto a la fecha de
Apocalipsis. Quizás puede aceptarse que el peso de la autoridad,
tal como está, se inclina del lado de la fecha tardía: esto es,
que fue escrito después de la destrucción de Jerusalén; pero la
evidencia interna nos parece abrumadora del lado de su fecha
temprana. Que el Apocalipsis contempla la parusía como inminente
es ciertamente una proposición incontrovertible. Que la parusía
está siempre representada como coincidente con el juicio de la
ciudad y nación culpables no es menos innegable. Los que no
logran encontrar la parusía, la destrucción de Jerusalén, el
juicio de Israel, y el fin de la era [sunteleia tou aiwnoz] en
el Apocalipsis, como en todo el resto del Nuevo Testamento, y
encontrarlos también como acontecimientos inminentes, realmente
tienen que estar ciegos. ¿Qué otra tremenda crisis se acercaba
en el período al cual se podía referir el Apocalipsis? ¿O qué
acontecimiento podría ser más digno de ser descrito en las
imágenes sublimes y terribles del Apocalipsis que la catástrofe
final de la dispensación judía, y los sufrimientos sin paralelo
con que fue acompañada?
1.
Que
el Apocalipsis se escribió antes de la destrucción de Jerusalén
se seguirá por supuesto si puede mostrarse que ese suceso forma
en gran medida el tema de sus predicciones. Creemos que esto
puede hacerse para satisfacer a cualquier mente razonable.
Apelamos al cap. 1:7. "He aquí que viene con las nubes, y todo
ojo le verá, y los que le traspasaron; y todos los linajes de la
tierra harán lamentación por él". "Los linajes de la tierra"
sólo puede significar el pueblo de Israel, como lo demuestra la
profecía original de Zac. 12:10-14, y todavía más el lenguaje de
nuestro Salvador en Mat. 24:30. No puede haber ni sombra de duda
de que la "venida" a la que se hace referencia es la parusía, la
precursora del juicio, terrible para "los que le traspasaron", y
siempre declarado por nuestro Salvador como dentro de los
límites de la generación existente.
2.
Después
de la más completa consideración de la notable expresión th
kuriakh hmera [el día del Señor], en Apoc. 1:10, quedamos
satisfechos de que no puede referirse al primer día de la
semana, sino que los intérpretes que entienden que se refiere al
período llamado en otra parte "el día del Señor" tienen razón.
No hay ningún ejemplo en el Nuevo Testamento de que al primer
día de la semana [domingo] se le llame "el día del Señor";
la frase es apropiada y queda restringida por el uso al gran
período judicial que constantemente es representado en las
Escrituras como asociado con la parusía. No hay diferencia en
absoluto entre h hmera kuriakh y h hmera tou kuriou. Nada podría
ser más violento que referirse en una frase a un período o un
día y a otro en una frase totalmente diferente. No hay evidencia
de que la frase "el día del Señor" tenía un significado fijo y
definido en las iglesias apostólicas. (Véase 1 Cor. 1:8; 5:5; 2
Cor. 1:14; 2 Tes. 2:2; 5:2; 2 Ped. 3:10). A pesar de la objeción
de Alford por razones gramaticales, sostenemos que no hay nada
no gramatical en la construcción que considera a th kuriakh
hmera como "el (gran) día del Señor". Por el contrario,
preferimos esta construcción, por razones gramaticales: "Yo
estaba en el espíritu en el día del Señor". Es decir, la parusía
es el punto de vista del vidente del Apocalipsis, un hecho que
es ampliamente apoyado por el contenido del libro.
3.
En
Apocalipsis 3:10, se nos informa que era inminente una temporada
de severas pruebas, es decir, una encarnizada persecución contra
los que llevaban el nombre de cristianos, que se extendía por
todo el mundo [oikoumenh - o sea el Imperio Romano]. Ahora bien,
la primera persecución general contra los cristianos fue la que
tuvo lugar durante el gobierno de Nerón, en el año 64 d. C.
Inferimos que esta es la persecución que entonces era inminente,
y que, por lo tanto, el Apocalipsis se escribió antes de esa
fecha.
4.
Que
el libro se escribió antes de la destrucción de Jerusalén se ve
por el hecho de que se habla de la ciudad y del templo como si
todavía existiesen. (Véase cap. 11:1,2,8). Si Jerusalén hubiese
sido un montón de ruinas, es apenas probable que el apóstol
hubiese recibido la orden de medir el templo; que representase
la Santa Ciudad como a punto de ser hollada por lo gentiles, o
que viese a los testigos yacer insepultos en sus calles.
5.
En
verdad, el Apocalipsis mismo es el gran argumento en favor de
que fue escrito antes de la destrucción de Jerusalén. Suponer su
carácter profético, y hacerle tener la misma relación con la
gran consumación llamada en el Nuevo Testamento "el fin del
tiempo" que la Ilíada tiene con el sitio de Troya. [Sic] Puede
afirmarse sin riesgo de equivocarse que sobre esta hipótesis es
incapaz de interpretación: tiene que continuar siendo lo que por
tanto tiempo ha sido, material para la especulación arbitraria y
fantástica; siempre cambiando con el cambiante aspecto del mundo
político y eclesiástico. Pero nos aventuramos a creer que los
puntos de vista por los que abogamos en este libro son
correctos, que la interpretación del Apocalipsis se vuelve
posible, y que tal interpretación lleva en sí misma su propia
evidencia, recomendándose a sí misma por su consistencia y
adecuación a todo juicio justo y honesto. Una verdadera
interpretación habla por sí misma; y como la llave correcta se
ajusta a la cerradura, demostrando así su adaptación, así
también una interpretación verdadera probará su corrección
demostrando satisfactoriamente la correspondencia entre los
hechos históricos y los símbolos proféticos.
EL VERDADERO
SIGNIFICADO
DEL APOCALIPSIS
Ahora estamos
mejor preparados para atacar la pregunta: ¿Cuál es el verdadero
significado del Apocalipsis? El hecho de que, según sus propias
palabras, la acción del libro debe abarcar, por necesidad, un
período de tiempo muy corto, y el conocimiento (aproximado) de
la fecha de su composición, son ayudas importantes para una
correcta captación de su objetivo y su alcance. Considerarlo
como revelación del futuro distante, cuando él mismo declara
expresamente que tiene que ver con cosas que deben suceder
pronto; y esperar su cumplimiento en la historia medieval o
moderna, cuando él afirma que el tiempo está cerca, es ignorar
su más clara enseñanza y asegurar una errónea interpretación y
el fracaso. Estamos absolutamente silenciados por el libro mismo
en cuanto a la historia contemporánea del período, y eso,
también, dentro de límites muy estrechos.
Y aquí encontramos
una explicación de lo que debe haber parecido a lectores más
cuidadosos de la historia evangélica extremadamente singular, a
saber, la total ausencia en el evangelio de Juan de aquello que
ocupa un lugar tan conspicuo en los evangelios sinópticos - la
gran profecía de nuestro Señor en el Monte de los Olivos. El
silencio de Juan en este evangelio es tanto más notable cuanto
que él era uno de los cuatro discípulos favoritos que escucharon
ese discurso; y sin embargo, en su evangelio no encontramos ni
el más leve rastro de él. ¿Cómo se explica esto? Puede decirse
que los informes completos de esa profecía, presentados por los
otros evangelistas hicieron innecesaria cualquier alusión a ella
por parte de Juan; pero, recordando el intenso interés del tema
para el corazón de todo judío, y su relación con las iglesias
apostólicas en general, sí parece inexplicable que el único de
los oyentes originales que dejó registro de los discursos de
Cristo no haya hecho mención de una predicción tan importante.
Pero la dificultad se explica si descubrimos que el
Apocalipsis no es otra cosa que una forma transfigurada de la
profecía del Monte de los Olivos. Y creemos que esto es lo
que sucede. El Apocalipsis contiene la gran profecía de nuestro
Señor expandida, alegorizada, y si se nos permite decirlo,
dramatizada. Los mismos hechos y acontecimientos predichos en
los evangelios aparecen en Apocalipsis, sólo que envueltos en un
ropaje más figurado y simbólico. Pasan delante de nosotros como
escenas proyectadas por la linterna mágica, ampliadas e
iluminadas, pero no por eso menos reales y verdaderas. Visto
así, el Apocalipsis se convierte en el suplemento del evangelio,
y completa el registro del evangelista.
A primera vista,
esto parece una hipótesis gratuita y fantástica, pero mientras
más la consideramos, más probable la encontraremos. Cordialmente
nos suscribimos a las siguientes palabras del Dr. Alford:
"La estrecha relación entre el
discurso profético de nuestro Señor en el Monte de los Olivos
y la línea de profecía apocalíptica no puede haber dejado de
llamar la atención de cada uno de los estudiantes de la
Escritura. Si se sugiriese que esta relación puede ser
meramente aparente, y la sometemos a la prueba de un examen
más minucioso, nuestra primera impresión, creo, se volverá más
y más fuerte en el sentido de que las dos (siendo revelaciones
del mismo Señor concernientes a cosas por venir, y que están,
me parece a mí, unidas por el cuarto ay, que introduce los
sellos, a la misma referencia a la venida de Cristo) deben,
correspondiendo como corresponden en orden e importancia,
responder la una a la otra en detalle; y así el discurso en
Mateo 24 se convierte, como correctamente lo ha llamado Isaac
Williams, en 'el ancla de la interpretación apocalíptica',
y, puedo añadir, la piedra de toque de los sistemas
apocalípticos".
Aun una ligera
comparación entre los dos documentos, la profecía y el
Apocalipsis, bastará para mostrar la correspondencia entre
ellos. Los personajes dramáticos, si podemos llamarles así - los
símbolos que entran en la composición de ambos - son los mismos.
¿Qué encontramos en la profecía de nuestro Señor? Primero y
principalmente, la parusía; luego, guerras, hambrunas,
pestilencia, terremotos; falsos profetas y engañadores; señales
y maravillas; el oscurecimiento del sol y de la luna; las
estrellas que caen del cielo; ángeles y trompetas, águilas y
cadáveres, gran tribulación y ayes; convulsiones de la
naturaleza; Jerusalén hollada; el Hijo del hombre que viene en
las nubes del cielo; la reunión de los elegidos; la recompensa
de los fieles; el juicio de los impíos. ¿Y no son precisamente
éstos los elementos que componen el Apocalipsis? Esto no puede
ser una semejanza accidental; es coincidencia, es identidad.
Cualquier diferencia en el tratamiento del tema surge de la
diferencia en el método de la revelación. La profecía está
dirigida al oído, y el Apocalipsis al ojo: la una es un discurso
pronunciado a plena luz del día, en medio de la vida real; el
otro es una visión, contemplada en un estado de éxtasis,
revestida de imágenes magníficas, con un aire de irrealismo como
de objetos vistos en un sueño, que necesita traducirse al
lenguaje de la vida diaria antes de que pueda ser comprensible
como hechos reales.
ESTRUCTURA Y PLAN DEL
APOCALIPSIS
Como se interpreta
comúnmente, nada puede ser más suelto y desconectado que la
disposición del Apocalipsis. Parece un intrincado laberinto, sin
un plan inteligible, que abarca tiempo y espacio, y forma un
caos de heterogéneas edades, naciones, e incidentes. En
realidad, no hay ninguna composición literaria más regular en su
estructura, más metódica en su disposición, más artística en su
diseño. Ninguna tragedia griega está compuesta con mayor arte ni
con más estricta atención a las leyes dramáticas. No es
exageración decir con el erudito Henry More: "Nunca hubo un
libro escrito con tal arte como éste del Apocalipsis; es como si
cada palabra hubiese sido pesada en balanza antes de ser puesta
por escrito". Y, sin embargo, el plan de su construcción es
sencillo, y casi evidente por sí mismo. El número siete gobierna
todo a través de él. El lector más descuidado no puede dejar de
notar cuatro de sus grandes divisiones, que se distinguen por
este número místico - las siete iglesias, los siete sellos, las
siete trompetas, y las siete copas. Puesto que cada división
tiene marcadas características con las cuales se indican
claramente su principio y su final, no es difícil trazar las
líneas entre las varias divisiones. Además de las cuatro ya
especificadas, encontramos otras tres visiones, a saber, la
visión de la mujer vestida de sol, la visión de la gran ramera,
y la visión de la esposa. Estas completan el número místico
siete, y forman la disposición clara y bien definida en la cual
cae naturalmente el contenido del Apocalipsis. Sería ciertamente
difícil inventar cualquier otra. Hay también un prefacio, o
prólogo, al principio del libro, y un epílogo, en la conclusión;
de manera que la disposición entera queda como sigue:
Prólogo |
Cap. 1:1-8 |
1. Visión de las siete
iglesias |
Caps. 1,2,3 |
2. Visión de los siete sellos |
Caps. 4,5,6,7 |
3. Visión de las siete
trompetas |
Caps. 8,9,10,11 |
4. Visión de la mujer vestida
de sol |
Caps. 12,13,14 |
5. Visión de las siete copas |
Caps. 15,16 |
6. Visión de la gran ramera |
Caps. 17,18,19,20 |
7. Visión de la esposa |
Caps. 21;22:1-5 |
Epílogo |
Cap. 22:8-21 |
Tal es la disposición natural del libro, por lo que concierne a
sus grandes divisiones principales; hay también varias
divisiones subordinadas, o episodios, como se les puede llamar,
que caen bajo una u otra de las grandes divisiones.
Descubriremos que en las diferentes visiones hay una semejanza
estructural común, y que, más particularmente, cada división
concluye con un final, o una catástrofe, que representa un acto
de juicio o una escena de victoria y triunfo.
Pero la más
notable característica del Apocalipsis, por lo que concierne a
su estructura, sigue sin ser observada. Es la de que varias
visiones pueden ser descritas como sólo variadas
representaciones de los mismos hechos o acontecimientos;
reorganizaciones y nuevas combinaciones de los mismos elementos
constituyentes. Esto es obviamente lo que ocurre con dos de las
grandes divisiones, a saber, la visión de las siete trompetas y
la de las siete copas. Son casi contrapartes la una de la otra,
y aunque la semejanza con las otras visiones no es tan marcada,
se descubrirá que todas son aspectos diferentes del mismo
gran acontecimiento. Si podemos aventurarnos a usar tal
ilustración, diríamos que las visiones no son telescópicas,
que miran a la distancia; sino caleidoscópicas, en que
cada vuelta del instrumento produce una nueva combinación de
imágenes, exquisitamente hermosas y magníficas, mientras que los
elementos que componen el cuadro continúan siendo básicamente
los mismos. Así como el sueño de Faraón era uno solo,
aunque visto bajo dos formas diferentes, así también las
visiones del Apocalipsis son una sola, aunque
presentadas en siete aspectos diferentes. La razón de la
repetición es probablemente la misma en ambos casos. "Y el
suceder el sueño a Faraón dos veces, significa que la cosa es
firme de parte de Dios, y que Dios se apresura a hacerla" (Gén.
41:32). De manera similar, se declara que, por repetirse siete
veces, los sucesos predichos en el Apocalipsis son ciertos
y cercanos.
EL NÚMERO SIETE EN EL
APOCALPSIS
Todo lector del
Apocalipsis tiene que impresionarse por la manera en que se
emplean ciertos números, no tanto en un sentido aritmético, sino
en un sentido simbólico. Los números tres, cuatro, siete, diez,
y doce, la mitad de siete, y doce al cuadrado, se usan de esta
sigificativa manera. De todos estos números místicos, como puede
llamárseles, el siete es el número dominante, que
encontramos ocurriendo continuamente desde el principio hasta el
fin del libro. No nos aventuraremos a afirmar que se usa
invariablemente en sentido simbólico, y nunca en sentido literal
y aritmético. Pero, que se emplea así frecuentemente, si no
generalmente, debe ser evidente para todo lector cuidadoso. Era
el número de dignidad entre los judíos, el símbolo de totalidad
o perfección, y significa todo de la especie, o la clase
más alta de la especie, a la cual se refiere. No es necesario
dónde ocurre este número para que requiera la composición de
todas las unidades; significa simplemente lo completo o la
excelencia. Por eso tenemos siete iglesias, siete sellos, siete
trompetas, siete copas, siete espíritus, siete lámparas, siete
cuernos, siete ojos, siete estrellas, siete montes, siete reyes.
Sería absurdo requerir el valor aritmético exacto en todos estos
casos, aunque sería imprudente afirmar que es simbólico en cada
uno de ellos. Pero, en el caso en que a primera vista parece más
manifiestamente literal, es decir, las siete iglesias que se
enumeran particularmente, es posible que haya un simbolismo
subyacente. Apenas puede suponerse que sólo hubiese siete
iglesias en toda Asia Menor; puede haber habido siete veces
siete; pero, sin duda, estas siete representan el número total,
no sólo en Asia, sino en todas partes. Lo que el Espíritu les
dijo a ellas, se los dijo a todas. Se descubrirá que, para la
correcta interpretación del Apocalipsis, no es de poca
importancia tener presente el carácter simbólico de los números
que se emplearon en el libro con mayor frecuencia.
EL TEMA DEL
APOCALIPSIS
Ya hemos tratado
de mostrar que el Apocalipsis es esencialmente uno con la
profecía del Monte de los Olivos; es decir, el tema de ambos es
la misma gran catástrofe; es decir, la Parousía, y los
acontecimientos que la acompañan. El Apocalipsis anuncia su gran
tema en la frase inicial del libro, después del prefacio o
prólogo. Esa frase inicial es el séptimo versículo del primer
capítulo:
"He aquí que viene con las nubes, y
todo ojo le verá, y los que le traspasaron; y todos los
linajes de la tierra harán lamentación por él. Sí, amén".
Esta es la tesis de todo el discurso; el primer
pronunciamiento profético del libro, y también el último; la
clave de la revelación entera.
Se verá que estas palabras son el eco de la
predicción de nuestro Señor en Mateo 24:30:
"Entonces
aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo; y
entonces lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán
al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con
poder y gran gloria".
No es posible
equivocar la referencia en estas palabras; no hay ninguna
ambigüedad ni incertidumbre en cuanto a la venida de quién
o a cuál venida se refiere. El tiempo y la manera
de la venida se indican claramente: está cercana. "He aquí que
viene". Es en gloria: "Viene con las nubes". Las dos
predicciones son, de hecho, idénticas. El tiempo de su
cumplimiento se acercaba ahora, porque la posición del vidente
era en "el día del Señor". Lo que nuestro Salvador declaró que
sería dentro de los límites de la generación que entonces
existía era ahora, al final de como treinta o cuarenta años, en
la víspera misma del cumplimiento. El tañido fúnebre del destino
estaba a punto de sonar. "He aquí que viene".
No se indica con
menos claridad el escenario de la catástrofe venidera. Es
la tierra de Israel. Esto se ve claro por la expresa
declaración de ambos pasajes, en el Apocalipsis y en el
evangelio: "Todas las tribus de la tierra" [pasai ai fulai thz
ghz]. La manera libre en que la frase se toma a veces como
refiriéndose a todas las naciones del globo terráqueo no puede
ser reprochada lo suficiente. La fuente original de la expresión
(Zac. 12:12), "las familias de la tierra" muestra que se quiere
decir la tierra de Israel, y especialmente la ciudad de
Jerusalén; y se requiere una limitación similar en las
citas tanto del evangelio como del Apocalipsis. La alusión a la
crucifixión confirma vigorosamente esta conclusión - "y los que
le traspasaron". Los crucificadores del Señor de la gloria son
"especialmente señalados de entre la muchedumbre que ve con
temor las señales del vengador que se aproxima".
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