LA PARUSÍA
o
La Segunda Venida de
Nuestro Señor
James Stuart
Russell
(1816-1895)
Tomado de The
Berean
Bible Church
1-7. LA PARUSÍA EN EL
EVANGELIO DE JUAN
En los evangelios
sinópticos, hemos podido, por lo general, comparar unas con las
otras las alusiones a la parusía registradas por los
evangelistas; y a menudo hemos encontrado ventajoso hacerlo. No
es fácil, sin embargo, entrelazar el cuarto evangelio con los
sinópticos, y a menudo es un poco notable que ni una sola
alusión a la parusía en los últimos se encuentre en el primero.
Es, pues, preferible, por todas las razones, considerar el
evangelio de Juan por sí mismo, y encontraremos que las
referencias al tema de nuestra investigación, aunque no muchas
en número, son muy importantes y están llenas de interés.
La parusía y la
resurrección de los muertos
Juan 5:25-29 - "De cierto, de cierto os digo: Viene la
hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo
de Dios; y los que la oyeren, vivirán. Porque como el Padre
tiene vida en sí mismo, así también ha dado al Hijo el tener
vida en sí mismo; y también le dio autoridad de hace juicio,
por cuanto es el Hijo del Hombre.
"No os maravilléis de esto; porque vendrá hora
cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y
los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida;
mas los que hicieron lo malo, a resurrección de
condenación".
En las referencias
a la cercana consumación que hemos encontrado en los evangelios
sinópticos, es imposible no impresionarse con la constante
asociación de la parusía con un gran acto de juicio. Desde la
primera noticia de este gran suceso hasta el fin, la idea de
juicio aparece de modo prominente. Juan el Bautista advierte a
la nación de "la ira venidera". Los hombres de Nínive y la reina
del sur han de aparecer en el juicio con esta generación.
En la siega al final del tiempo, la paja ha de ser quemada, y el
trigo recogido en el granero. El Hijo del hombre habría de venir
en su gloria para dar a cada uno según sus obras. El juicio de
Capernaum y Corazín habría de ser más severo que el de Tiro y
Sidón. Casi todas las últimas parábolas en el ministerio de
nuestro Señor declaran el juicio venidero - las minas, el
labrador malvado, las bodas del hijo del rey, las diez vírgenes,
los talentos, las ovejas y los cabritos. La gran profecía del
Monte de los Olivos se ocupa enteramente del mismo tema.
Es notable que la primera alusión de Juan a este suceso reconoce
su carácter judicial. Pero ahora encontramos un nuevo
elemento introducido en la descripción de la cercana
consumación. Está relacionado con la resurrección de los
muertos; de "todos los que están en la tumba". "La hora viene
cuando todos los que están en la tumba oirán su voz, y saldrán",
etc.
No puede haber
ninguna duda de que el pasaje que se acaba de citar (ver. 28,29)
se refiere a la resurrección literal de los muertos. También
puede admitirse que los versículos precedentes (25,26) se
refieren a la comunicación de vida espiritual a los que están
muertos espiritualmente. (1) El tiempo para este proceso vivificante ya había
comenzado. "La hora viene, y ahora es". Los muertos en delitos y
pecados estaban a punto de ser vivificados por el poder
resucitador del Espíritu divino actuando en las almas de los
hombres para que predicasen el evangelio de Cristo. Este poder
vivificador pertenecía, por designio divino, al Hijo de Dios, al
cual también había sido entregado, en virtud de su humanidad, el
oficio de Juez supremo (ver. 27).
Anticipándose al
hecho de que esta afirmación de ser el Juez de la humanidad
haría tambalear a sus oyentes, nuestro Señor procede a reforzar
su afirmación y aumentar la admiración de ellos declarando que,
a su voz, y antes de mucho, los muertos saldrían de de sus
tumbas para estar de pie delante de su trono de juicio.
El lector notará
en particular las indicaciones de tiempo especificadas por
nuestro Señor en estos importantes pasajes. Primero tenemos:
"viene la hora, y ahora es". Esto indica que la acción de la
cual se habla, o sea, la comunicación de vida espiritual a los
espiritualmente muertos, ya ha comenzado a tener lugar. Luego
tenemos: "vendrá hora", sin la adición de las palabras "y ahora
es", indicando que el suceso especificado, es decir, el
levantarse los muertos de sus tumbas, está a una mayor distancia
en el tiempo, aunque todavía no muy lejos. La fórmula "viene la
hora" siempre denota que el suceso al que se refiere no está muy
distante. En realidad, no define el tiempo, sino que lo ubica
dentro de un período comparativamente breve. Encontramos estas
dos expresiones. "viene la hora" y "viene la hora, y ahora es",
empleadas por nuestro Señor en su conversación con la mujer de
Samaria (Juan 4:21,23), y su uso aquí puede ayudarnos a
establecer su fuerza en el pasaje que tenemos delante. Cuando
nuestro Señor dice: "Viene la hora, y ahora es, cuando los
verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en
verdad", está indicando que el tiempo ya era presente, pues, ¿no
había empezado a reunir los materiales de aquella iglesia
espiritual de verdaderos adoradores de la cual hablaba? Sin
embargo, cuando dice: "Mujer, créeme, que la hora viene cuando
ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre", habla de
un tiempo que, aunque no estaba distante, todavía no había
llegado. Preveía el período del cual hablaba, cuando cesaría la
adoración en el templo, cuando el monte Sión sería "arado como
campo", y el monte Gerizim también sería abrumado por el diluvio
de ira. Pero era necesaria la abrogación de lo local y lo
material para la entronización de lo universal y lo espiritual;
y, por lo tanto, el templo con su ritual debía ser suprimido
para hacer lugar para la más noble adoración "en espíritu y en
verdad".
Por supuesto, no
puede probarse absolutamente que la frase "la hora viene" se
refiere precisamente al mismo punto en el tiempo en estos dos
casos, aunque es fuerte la presunción de que así es. Para esta
etapa, baste notar que nuestro Señor habla aquí de la
resurrección de los muertos y el juicio como sucesos que no
estaban distantes, pero tan distantes que podía decirse
correctamente: "La hora viene", etc.
La resurrección, el
juicio, y el día postrero
Juan 6:39. "Y
esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo
que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en
el día postrero".
Juan 6:40: "Yo le
resucitaré en el día postrero".
Juan 6:44: "Yo le
resucitaré en el día postrero".
Juan 11:24: "Yo sé
que resucitará en la resurrección, en el día postrero".
Juan 12:48: "La palabra
que he hablado, ella le juzgará en el día postrero".
En estos pasajes
tenemos otra nueva frase en relación con la consumación que se
acercaba, que es peculiar al cuarto evangelio. En los sinópticos
nunca encontramos la expresión "el día postrero", aunque
encontramos sus equivalentes, "aquel día" y "el día del juicio".
No puede dudarse que estas expresiones son sinónimas, y se
refieren al mismo período. Pero ya hemos visto que el juicio es
contemporáneo con "el fin del tiempo" (sonteleia ton aiwnoj), e
inferimos que "el día postrero" es sólo otra forma de la
expresión "el fin del tiempo" o Peón. La parusía también está
representada constantemente como coincidente en el tiempo con
"el fin del tiempo", de modo que todos estos grandes sucesos, la
parusía, la resurrección de los muertos, el juicio, y el día
postrero, son contemporáneos. Entonces, puesto que el fin del
tiempo no es, como se imagina generalmente, el fin del mundo,
o la destrucción total de la tierra, sino la terminación de la
economía judía; y puesto que nuestro Señor mismo clara y
frecuentemente coloca ese suceso dentro de los límites de la
genración existente, llegamos a la conclusión de que la parusía,
la resurrección, el juicio, y el día postrero, pertenecen todos
al período de la destrucción de Jerusalén.
Por muy alarmante o increíble que pueda parecer esta
conclusión al principio, es la enseñanza a la cual el Nuevo
Testamento está dedicado absolutamente, y, al avanzar en
esta investigación, encontraremos que la evidencia en apoyo de
esta conclusión se acumula hasta tal grado que es irresistible.
Nos encontraremos con expresiones como "los últimos tiempos",
"los últimos días", y "la útima hora", que evidentemente denotan
el mismo período que "el día postrero", pero de las cuales, sin
embargo, se habla como no lejanas, y hasta como que ya han
llegado. Mientras tanto, sólo podemos pedir al lector que
reserve su juicio, y calmada e imparcialmente sopese la
evidencia derivada, no de autoridad humana, sino de la misma
palabra de inspiración.
El juicio del mundo y
del príncipe de este mundo
Juan 12:31. "Ahora
es
el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será
echado fuera".
Juan 16:11. "De juicio,
por cuanto el príncipe de este mundo ha sido juzgado".
Se acostumbra
explicar estas palabras en el sentido de que había llegado una
gran crisis en la historia espiritual del mundo: que la muerte
de Cristo en la cruz era un momento crucial, por decirlo así,
del gran conflicto entre el bien y el mal, entre el Dios vivo y
verdadero y el falso dios usurpador de este mundo - que el
resultado de la muerte de Cristo sería la derrota final del
poder de Satanás y el establecimiento del reino de verdad y
justicia sobre las ruinas del imperio de Satanás.
No hay duda de que hay mucha verdad importante en esta
explicación, pero no satisface todos los requisitos del lenguaje
muy claro y enfático de nuestro Señor con respecto a la cercanía
y lo completo del suceso al cual se refiere: "Ahora es
el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será
echado fuera". No es suficiente decir que, para la previsión
profética de nuestro Salvador, el futuro distante era como si
fuera el presente; ni que, por la cercanía de su muerte, el
juicio del mundo y la expulsión de Satanás estarían virtualmente
asegurados, y que por lo tanto podrían ser considerados como
hechos consumados. Tampoco es suficiente decir que, desde el
momento en que se ofreció el gran sacrificio de la cruz, el
poder y la influencia de Satanás comenzaron a menguar, y tiene
que disminuir constantemente hasta que él sea finalmente
aniquilado. El lenguaje de nuestro Señor apunta manifiestamente
a una transacción judicial grande y final, que pronto
habría de tener lugar. Pero juicio es un acto que
difícilmente puede concebirse como extendiéndose sobre un
período indefinido, y especialmente cuando está restringida por
la palabra ahora, a un punto distinto e inminente en el tiempo.
La frase "echado fuera", también, es evidentemente una alusión a
la expulsión de un demonio de un cuerpo poseído por un espíritu
inmundo. Pero esto indica un acto súbito, violento, y casi
instantáneo, y no un proceso gradual y prolongado. Ninguna
figura podría ser menos apropiada para describir la lenta
decadencia y el agotamiento final del poder satánico que la expulsión
de un demonio. Nos vemos obligados, pues, a hacer a un lado la
explicación que hace que las palabras de nuestro Señor se
refieran a un juicio que, después de transcurridos muchos
siglos, todavía continúa; o a una expulsión de Satanás que
todavía no se ha efectuado. Él no hablaría de un juicio, que no
habría de tener lugar por miles de años, como si fuera "ahora",
ni de una inminente "expulsión" de Satanás, que habría
de ser el resultado de un proceso lento y prolongado.
Concluimos,
entonces, que, cuando nuestro Señor dijo: "Ahora es el juicio de
este mundo", etc., se refería a un suceso que estaba cercano, y,
en cierto sentido, era inmediato: es decir, tenía a la
vista aquella gran catástrofe que apenas parece haber estado
ausente de sus pensamientos - la solemne transacción judicial
cuando "el Hijo del hombre habría de sentarse sobre el trono de
su gloria" - la gran "cosecha" al final del tiempo, cuando los
ángeles segadores habrían de "recoger de su reino todas las
cosas que ofenden y hacen inquidad". Si se objeta a esto que la
palabra ko.smoj (mundo) es demasiado abarcante para que quede
restringida a una tierra o una nación, puede replicarse que
kosmoj se emplea aquí, como en algunos otros pasajes,
especialmente en los escritos de Juan, más bien en un sentido
ético que como expresión geográfica. (Véase Juan 7:7; 8:23; 1
Juan 2:15; v.14).
Pero puede
decirse: ¿Cómo podría hablarse de este juicio de Israel como si
fuese "ahora" más que de un juicio que todavía está en el
futuro? Cuarenta años de aquí en adelante no es más ahora que
cuatro mil años. A esto puede replicarse: Más que ningún otro,
el suceso que ahora era inminente precipitaría la condenación de
Israel. La crucifixión de Cristo habría de ser el clímax del
crimen, el acto culminante de apostasía y culpabilidad que llenó
la copa de la ira, y selló la suerte de "aquella generación
malvada". El intervalo entre la crucifixión de Cristo y la
destrucción de Jerusalén fue sólo el breve espacio entre el
pronunciamiento de la sentencia y la ejecución del criminal; y
de la misma manera, nuestro Señor, cuando abandonó el templo por
última vez, exclamó: "He aquí, vuestra casa os es dejada
desierta", aunque su desolación no tuvo lugar realmente sino
hasta casi cuarenta años más tarde, pudo decir: "Ahora es el
juicio de este mundo", aunque un espacio de tiempo semejante
transcurriría entre el pronunciamiento y la ejecución de sus
palabras.
De manera
semejante, la "expulsión del príncipe de este mundo" está
representada como coincidente con el "juicio de este mundo", y
ambos son manifiestamente el resultado de la muerte de Cristo.
Pero, ¿cómo puede decirse que Satanás fue expulsado en el
período al que se refiere, o sea, el juicio al final del tiempo?
Aquel suceso marcó una gran época en la administración divina.
Fue la inauguración de un nuevo orden de cosas: la "venida del
reino de Dios" en un sentido alto y especial, cuando se disolvió
la peculiar relación entre Jehová e Israel, y Él vino a ser
conocido como Dios y Padre de toda la raza humana. De allí en
adelante, Satanás no habría de ser ya más el dios de este mundo,
sino que el Altísimo habría de tomar el reino para sí mismo.
Esta revolución se efectuó por la muerte expiatoria de Cristo en
la cruz, que se declara que es "la reconciliación consigo de
todas las cosas, así las que están en la tierra como las que
están en los cielos" (Col. 1:20). Pero la inauguración formal
del nuevo orden es representada como teniendo lugar al "fin del
tiempo", el período en que "el reino de Dios vendría con poder",
y el Hijo del hombre se sentaría como Juez "en el trono de su
gloria". ¿Qué podría ser más apropiado, entonces, que la
"expulsión" del príncipe de este mundo en el período en que su
reino, "este mundo", fuese juzgado?
Puede objetarse
que, si realmente tuvo lugar entonces un suceso como la
expulsión de Satanás, debería estar marcado por alguna muy
palpable disminución del poder del diablo sobre los hombres. La
objeción es razonable, y puede rebatirse con la afirmación de
que sí existe evidencia de la disminución de la influencia
satánica en el mundo. La historia de los tiempos de nuestro
Salvador proporciona prueba abundante del ejercicio de un poder
sobre las almas y cuerpos de hombres que entonces estaban
poseídos por Satanás, un poder que felizmente es desconocido en
nuestros días. La misteriosa influencia llamada "posesión
demoníaca" se atribuye siempre en la Escritura a los agentes
satánicos; y era una de las credenciales de la comisión divina
de nuestro Señor que Él, "por el poder de Dios, echaba fuera
demonios". ¿En qué período cesó de manifestarse la sujeción de
los hombres al poder demoníaco? Era común en los días de nuestro
Señor: continuó durante la época de los apóstoles, porque
tenemos muchas alusiones al hecho de que ellos echaban fuera
espíritus inmundos; pero no tenemos evidencia de que esta
sujeción continuó existiendo en los tiempos post-apostólicos. El
fenómeno ha desaparecido tan completamente que, para muchos, su
anterior existencia es increíble, y la resuelven con una
superstición popular, o con una teoría no científica de
enfermedad mental - una explicación que es totalmente
incompatible con las representaciones del Nuevo Testamento.
Vale la pena
observar que nuestro Señor, en una ocasión anterior, hizo una
declaración muy parecida a la que ahora estamos considerando.
Cuando los setenta
discípulos regresaron de su misión evangélica, informaron con
regocijo de su éxito al echar fuera demonios en el nombre de su
Maestro:
"Señor, aun los
demonios se nos sujetan en tu nombre" (Lucas 10:17). Al
responderles, Jesús les dijo: "Yo veía a
Satanás caer del cielo como un rayo", una expresión que
es casi equivalente a las palabras: "Ahora el príncipe de este
mundo será echado fuera", y sobre la cual Neander hace las
siguientes sugestivas observaciones:
"Del mismo modo que Jesús había
designado previamente la cura, por Él mismo, de endemoniados
como una señal de que el reino de Dios había venido a la
tierra, así también ahora consideró lo que los discípulos
informaron como señal del poder conquistador de ese reino,
delante del cual toda cosa mala tenía que retroceder: 'Yo veía
a Satanás caer del cielo como un rayo', es decir, del pináculo
del poder que hasta ahora había tenido entre los hombres.
Antes de que la mirada intuitiva de su espíritu expusiera a la
vista los resultados que habrían de seguir a su obra redentora
después de su ascensión al cielo, vio, en espíritu, al reino
de Dios avanzando triunfante sobre el reino de Satanás. No
dice: 'Ahora veo', sino 'Veía'. Lo veía antes de que los
discípulos trajeran su informe de las maravillas que habían
llevado a cabo. Mientras ellos estaban llevando a cabo estas
obras aisladas, él veía la sola gran obra de la cual las de
ellos eran sólo señales particulares e individuales - la
victoria, completamente ejecutada, sobre el gran poder del mal
que había gobernado a la humanidad". (2)
Al comparar estas
dos notables afirmaciones de nuestro Señor, hay tres puntos que
merecen particular atención:
1. Ambas son pronunciadas en ocasiones en que el
triunfo de su causa, que se acercaba, aparecía vívidamente
delante de él.
2. En ambas, la expulsión de Satanás es
representada como un hecho consumado.
3. En ambas, se
considera como un acto rápido y sumario, no como un proceso
lento y prolongado: en un caso, Satanás cae "del cielo como un
rayo"; en el otro, es "echado fuera" de un endemoniado como
espíritu inmundo.
Neander, pues, ha
pasado un poco por alto el verdadero énfasis de la expresión, en
sus observaciones, por lo demás, admirables. Creemos que las
palabras apuntan claramente a una gran transacción judicial, que
tiene lugar en un punto particular del tiempo, que ese tiempo
estaba muy cercano, y que es la consecuencia y el resultado de
la muerte del Salvador en la cruz. Tal transacción y tal período
los podemos encontrar sólo en la gran catástrofe tan vívidamente
presentada por nuestro Señor en su discurso profético, y por lo
tanto, no podemos titubear al entender que sus palabras se
refieren a aquel suceso memorable.
Ninguna otra
explicación satisface los requisitos de la declaración: "Ahora
es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será
echado fuera".
EL RÁPIDO RETORNO DE CRISTO [LA PARUSÍA]
Juan 14:3. "Y si
me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a
mí mismo".
Juan 14:18: "No os
dejaré huérfanos; vendré a vosotros".
Juan 14:28: "Voy, y
vengo a vosotros".
Juan 16:16: "Todavía un
poco, y no me veréis; y de nuevo un poco, y me veréis;
porque yo voy al Padre".
Juan 16:22: "Os volveré
a ver, y se gozará vuestro corazón".
Por simples que
puedan parecer estas palabras, han causado gran perplejidad a
los comentaristas. La misma simplicidad de las palabras es
posiblemente la causa de la dificultad de ellos: porque es muy
difícil creer que significan lo que parecen decir. Se ha
supuesto que nuestro Señor se refiere, en algunos pasajes, a su
cercana partida de la tierra y a su regreso final al "fin de los
días", a la consumación de la historia humana; y que, en otros,
se refiere a su ausencia temporal durante el intervalo entre su
crucifixión y su resurrección.
Un examen cuidadoso de las alusiones de nuestro Señor a su
partida y a su venida otra vez satisfará a cada lector
inteligente de que la venida del Señor, o "segunda venida",
siempre se refiere a un suceso particular y a un período en
particular. Ningún suceso está más claramente marcado en el
Nuevo Testamento que la parusía, la segunda venida del Señor. Se
la describe siempre como un acto, no como un proceso; un
acontecimiento grandioso y feliz; una "bendita esperanza",
ansiosamente anticipada por sus discípulos y de la cual se creía
confiadamente que estaba a las puertas. Los apóstoles y los
primeros creyentes no sabían nada de una parusía extendida a lo
largo de un período de tiempo vasto e indefinido, ni de varias
"venidas", todas distintas y separadas la una de la otra; sino
de una sola venida - la parusía, "la gloriosa aparición del gran
Dios y nuestro Salvador Jesucristo" (Tito 2:13). Si algo está
escrito claramente en la Escritura es esto. Es con asombro,
pues, que leemos los comentarios de Dean Alford sobre nuestras
palabras en Juan 14:3.
"El venir otra vez del Señor
no es un solo acto, como su resurrección, o el descenso del
Espíritu, o su segundo advenimiento personal, o la venida
final en juicio, sino el gran complejo de todo esto,
cuyo resultado será que Él tome a su pueblo a sí mismo adonde
él esté. Este ercomaise inicia (ver. 18) en su
resurrección; continúa (ver. 23) en la vida
espiritual, alistándoles para el lugar que está preparado; progresa
aún más cuando cada uno, por medio de la muerte, es
arrebatado para estar con Él (Fil. 1:23); se completa
plenamente en su venida en gloria, cuando estarán con Él para
siempre (1 Tes. 4:17) en el perfecto estado de resurrección".
(3)
¡Todo esto se
desarrolla a partir de una sola palabra, ercomai! Pero, si ercomai
tiene tal variedad y complejidad de significados, por qué no
npayw y porenomai? ¿Por qué no debería tener
"fuere" tantas partes y procesos como "vendré otra vez"? De la
misma manera, puede preguntarse: ¿Cómo podrían haber entendido
los discípulos el lenguaje de nuestro Señor, si el lenguaje
tenía un "gran complejo" de significados? ¿O cómo puede
esperarse que hombres sencillos capten jamás el significado de
las Escrituras si las expresiones más simples son tan
intrincadas y desconcertantes?
Este comentario no ha sido concebido en el lúcido espíritu del
sentido común inglés, sino en la jerga mística de Lange y Stier.
¿Qué puede ser más sencillo que el "vendré otra vez" es un acto
tan definido como el "me fuere", y que sólo puede referirse a la
profecía y la promesa del Nuevo Testamento, la parusía? Que este
suceso no habría de ser diferido por mucho tiempo es evidente
por el lenguaje en que se anuncia: "Ercomai - Vendré". Todo el
tenor del discurso de nuestro Señor supone que la separación
entre sus discípulos y Él mismo ha de ser breve, y su reunión
rápida y perpetua. ¿Por qué se va? A preparar un lugar para
ellos. ¿Todavía no está preparado, entonces? ¿Todavía no los ha
recibido a sí mismo? ¿Todavía no están donde él está? Si la
parusía está todavía en el futuro, estas esperanzas todavía no
se han cumplido.
Que este esperado
regreso y esta reunión no eran un suceso lejano, que estaba a
una distancia de muchos siglos, sino un suceso que estaba a las
puertas, lo demuestran las subsiguientes referencias a él que
hace nuestro Señor. "Todavía un poco, y
no me veréis; y de nuevo un poco, y me veréis; porque yo voy
al Padre". (Juan 16:16).
Pronto habría de dejarles; pero no para siempre, ni por mucho
tiempo - "un poco", unos pocos y cortos años, y su tristeza y su
separación terminarían; porque "os volveré a ver, y se gozará
vuestro corazón, y nadie os quitará vuestro gozo" (Juan 16:22).
Se observará que nuestro Señor no dice que la muerte les
reuniría, sino que lo haría su venida. Esa venida, pues, no
podía estar distante.
Que es a este
intervalo entre su partida y la parusía a lo que se refiere
nuestro Señor cuando habla de "un poco" es evidente por dos
consideraciones: Primera, porque Él afirma claramente que va al
Padre, lo cual muestra que su ausencia se relaciona con el
período subsiguiente a la ascensión; y segunda, porque, en la
epístola a los Hebreos, este mismo período, es decir, el
intervalo entre la partida de nuestro Señor y su venida otra
vez, es denominado expresamente "un poco". "Porque aún un
poquito, y el que ha de venir vendrá, y no tardará" (Heb.
10:37).
Aquí nuevamente
nos vemos constreñidos a protestar contra la interpretación
forzada y antinatural que hace Alford de este pasaje (Juan
16:16):
"El modo de expresión", observa, "es
enigmático a propósito; no siendo el qewreite y oesque
coordinados: refiriéndose el primero a la vista física, la
segunda también a la vista espiritual. El odesqj (veréis)
comenzó a cumplirse en la resurrección; luego tuvo su pleno cumplimiento
en el día de Pentecostés; y habrá tenido su cumplimiento final
en el gran regreso del Señor de aquí en adelante. Recuérdese,
nuevamente, que en todas estas profecías se nos presenta una
perspectiva de cumplimientos continuamente en desarrollo". (4)
Imagínese un acto
de visión, "veréis", dividido en tres operaciones distintas,
cada una separada de la otra por una era, un intervalo, y la
última todavía sin completarse después de dieciocho siglos, y
esto choca de frente con la expresa declaración de nuestro Señor
de que habría de ser después de "un poco de tiempo". Esto no es
crítica, sino misticismo. Una explicación tan artificial e
intrincada jamás se les podría haber ocurrido a los discípulos,
y es sorprendente que se le haya ocurrido a cualquier intérprete
sobrio de la Escritura. Pero hasta los discípulos, aunque
perplejos al principio por el "un poco", pronto captaron lo que
quería decir nuestro Señor cuando dijo:
"Salí del Padre, y
he venido al mundo; otra vez dejo el mundo, y voy al Padre"
(Juan 16:28).
Auméntese esto con
otras tres palabras de Jesús, y tenemos la substancia de su
enseñanza con respecto a la parusía:
"Vendré otra vez,
y os recibiré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros
también estéis" (Juan 14:3).
"No os dejaré huérfanos;
vendré a vosotros" (Juan 14:18).
"Todavía un poco, y no me
veréis; y de nuevo un poco, y me veréis" (Juan
16:16).
El lenguaje es
incapaz de transmitir el pensamiento con exactitud si estas
palabras no afirman que el regreso de nuestro Salvador a sus
discípulos habría de ser rápido.
JUAN HABRÍA DE VIVIR
HASTA LA PARUSÍA
Juan 2:22. "Jesús
le dijo: Si quiero que él quede
hasta que yo venga, ¿qué a ti? Sígueme tú".
Sería unútil especificar y discutir las varias
interpretaciones de este pasaje que hombres eruditos han
conjeturado. Si hubiese sido un enigma para la Esfinge, no
podría haber causado más perplejidad y sido más
desconcertante. Los que deseen ver algunas de las numerosas
opiniones que han sido traídas a colación sobre el tema las
encontrarán en las referencias de Lange. (5)
Las palabras mismas son suficientemente sencillas. Toda la
oscuridad y todas las dificultades han sido importadas a ellas
por la renuencia de los intérpretes a reconocer, en la
"venida" de Cristo, un punto en el tiempo, claro y definido,
dentro del espacio de la generación existente. A menudo, al
reiterar nuestro Señor la certeza de que vendría en su reino,
vendría en gloria, vendría a juzgar a sus enemigos y a
recompensar a sus amigos, antes de que pasara por completo la
generación que entonces existía en la tierra, parece haber una
repugnancia casi invencible, de parte de los teólogos, a
aceptar las palabras de Jesús en su sentido obvio y sencillo.
Persisten en suponer que Él debe haber querido decir alguna
otra cosa o algo más. Admítase una vez lo que es innegable,
que nuestro Señor mismo declaró que su venida habría de tener
lugar durante la vida de algunos de sus discípulos (Mat.
16:27,28), y la dificultad desaparece. Acababa de revelar a
Simón Pedro con qué muerte habría de glorificar a Dios, y
Pedro, con característica impulsividad, se atrevió a preguntar
cuál sería el destino del discípulo amado, en quien se fijó en
ese momento. Nuestro Señor no dio una respuesta explícita a
esta pregunta, que sonaba un poco a intromisión, pero los
discípulos entendieron que su respuesta quería decir que Juan
viviría para ver el regreso de Jesús. "Si quiero que él quede
hasta que yo venga". Este lenguaje es muy significativo.
Supone como posible que Juan viviera hasta la venida
del Señor. Es más, lo sugiere como probable, aunque no
lo afirma como cierto. Los discípulos lo interpretaron
como que Juan no moriría en absoluto. El evangelista mismo ni
afirma ni niega lo correcto de esta interpretación, sino que
se contenta con repetir las palabras de Jesús: "Si quiero que
él quede hasta que yo venga". Es, sin embargo, una
circunstancia del mayor interés que sabemos cómo se
entendieron generalmente las palabras de Jesús en ese momento
en la hermandad de los discípulos. Evidentemente, llegaron a
la conclusión de que Juan viviría para presenciar la venida de
Jesús; y dedujeron que, en ese caso, él no moriría en
absoluto. Es esta última inferencia la que Juan se guarda de
hacer. Que él viviría hasta la venida del Señor, Juan parece
admitirlo sin duda. Si esto implicaba, además, que no moriría
en absoluto, era un punto dudoso que las palabras de Jesús no
decidieron.
Tampoco era esta inferencia de "los hermanos" una
cosa tan increíble o irrazonable como les puede parecer a
muchos. Vivir hasta la venida del Señor era, de acuerdo con la
creencia y la enseñanza apostólica, equivalente a gozar de la
exención de muerte. Pablo enseñaba a los corintios: "No todos
dormiremos [moriremos], pero todos seremos transformados" (1
Cor. 15:51). Habló a los tesalonicenses de la posibilidad de
estar vivos a la venida del Señor: "Nosotros que vivimos, que
habremos quedado hasta la venida del Señor" (1 Tesa. 4:15).
Expresaba su propia preferencia personal de no "ser desnudados
[de la vestimenta del cuerpo], sino revestidos [con la
vestimenta espiritual] -- en otras palabras, no morir, sino
ser transformados (2 Cor. 5:4). Los discípulos podrían estar
justificados en esta creencia por las palabras de Jesús en la
noche de la cena pascual: "Vendré otra vez, y os tomaré a mí
mismo". ¿Cómo podrían ellos suponer que esto significaba la
muerte? O ellos pueden haber recordado las palabras de Él en
el Monte de los Olivos: "Y enviará sus ángeles con gran voz de
trompeta, y juntarán a sus escogidos", etc. (Mat. 24:31).
Esto, les había asegurado, tendría lugar antes de que pasara
la actual generación. No estaban, pues, por completo sin
preparación para recibir un anuncio como el que el Señor hizo
con respecto a Juan. (6).
Podemos, pues, hacer
legítimamente las siguientes deducciones de este importante
pasaje:
1. Que no había
nada increíble ni absurdo en la suposición de que Juan viviría
hasta la venida del Señor.
2. Que las palabras de nuestro Señor indican la
posibilidad de que, en efecto,
fuera así.
3. Que los discípulos entendieron la respuesta de
nuestro Señor como implicando
que Juan no moriría en
absoluto.
4. Que el mismo Juan no da ninguna señal de que
hubiese nada increíble ni
imposible en la inferencia,
aunque no lo declara categóricamente.
5. Que tal opinión armonizaría con la expresa
enseñanza de nuestro Señor con
respecto a la cercanía y la
coincidencia de su propia venida, la destrucción de
Jerusalén, el juicio de Israel,
y el fin de aquel eón o aquella era.
6. Que todos estos sucesos, según las
afirmaciones de Jesús, ocurrirían dentro del
período de la presente
generación.
Habiendo visto así
los cuatro evangelios y examinado todos los pasajes que se
relacionan con la parusía, o venida del Señor, puede ser útil
recapitular y poner en un solo panorama la enseñanza general de
estos registros inspirados sobre este importante tema.
RESUMEN DE LA ENSEÑANZA DE LOS
EVANGELIOS
CON RESPECTO A LA PARUSÍA
1. Tenemos el
enlace entre la profecía del Antiguo Testamento y la del Nuevo
en el anuncio de Juan el Bautista (el Elías de Malaquías) sobre
la cercanía de la ira venidera, o el juicio de la nación
teocrática.
2. El anuncio es seguido de cerca por el Rey, que
anuncia que el reino de Dios está a las puertas, y llama a la
nación al arrepentimiento.
3. Las ciudades que fueron favorecidas con la
presencia de Cristo, pero rechazaron su mensaje, son amenazadas
con una destrucción más intolerable que la de Sodoma y Gomorra.
4. Nuestro Señor asegura expresamente a sus
discípulos que su venida tendría lugar antes de que ellos
hubiesen completado la evangelización de las ciudades de Israel.
5. Jesús preedice un juicio al "fin del tiempo" o
de la era [sunteleia ton aiwnos], una frase que no significa la
destrucción de la tierra, sino la consumación de la era, es
decir, de la dispensación judía.
6. Nuestro Señor declara expresamente que Él
vendría presto [mellei epcesqai] en gloria, en su reino, con sus
ángeles, y que algunos de entre sus discípulos no morirían hasta
que su venida tuviera lugar.
7. En varias parábolas y en varios discursos,
nuestro Señor predice la destrucción que se cierne sobre Israel
en el período de su venida. (Véase Lucas 18, parábola de la
viuda importuna. Lucas 19, parábola de las minas.
Mateo 21, parábola de los labradores malvados. Mateo 22,
parábola de la fiesta de bodas).
8. Con frecuencia, nuestro Señor denuncia la
maldad de la generación a la cual predicaba, y declara que los
crímenes de épocas anteriores y la sangre de los profetas sería
requerida de su mano.
9. La resurrección de los muertos, el juicio del
mundo, y la expulsión de Satanás son representados como
coincidentes con la parusía, y que están a las puertas.
10. Nuestro Señor aseguró a los discípulos que
vendría otra vez a ellos, y que su venida sería dentro
de "poco".
11. La profecía
del Monte de los Olivos es un discurso relacionado y continuo,
que se refiere exclusivamente a la destrucción de Jerusalén e
Israel, que se acercaba, de acuerdo con la expresa afirmación de
nuestro Señor (Mat. 24:34; Mar. 13:30; Luc. 21:32).
12. Las parábolas de las diez vírgenes, los
talentos, y las ovejas y los cabritos pertenecen todas al mismo
acontecimiento, y se cumplen en el juicio de Israel.
13. Se exhorta a los discípulos a velar y a orar,
y a vivir en la común esperanza de la parusía, porque sería
súbita y rápida.
14. Después de su resurrección, nuestro Señor dio
a Juan razón para esperar que viviría para presenciar su venida.
Notas:
1. Algunos intérpretes prefieren
entender "los muertos" del versículo 25 como que se refieren a
casos tales como la hija de Jairo, el hijo de la viuda de Naín, y
Lázaro de Betania, personas literalmente levantadas de los muertos
y restauradas a la vida por Jesús. Entienden que el argumento de
Jesús es algo así: "Vosotros os asombráis de la obra maravillosa
que he llevado a cabo en este hombre indefenso, pero vosotros
veréis maravillas mucho mayores. Llegará el momento en que llamaré
aun a los muertos a la vida; y si esto os parece increíble, un día
mi poder efectuará una obra aun más poderosa: porque viene la hora
en que todos los que están en la tumba saldrán al oir mi llamado,
y estarán de pie ante mí en el juicio". (Dr. J. Brown. Discursos y
dichos de nuestro Señor, vol. i, p. 98). Esta explicación tiene la
ventaja de la consistencia al dar el mismo sentido de la palabra
"muertos" durante todo el pasaje; pero parece imposible admitir
que nuestro Señor esté hablando en el versículo 24 de la muerte
literal. Decir que el creyente ya ha pasado de muerte a vida es
obviamente lo mismo que decir que ha pasado de la condenación a la
justificación. Nos sentimos obligados, pues, a adoptar la
interpretación generalmente aceptada, en relación con los
versículos 24 y 25, en el sentido de que se refieren a los
espiritualmente muertos, y en relación con los versículos 28 y 29,
en el sentido de que se refieren a los corporalmente muertos.
2. Life of Christ, cap. 12, p. 205.
3. Greek Testament, in loc.
4. Alford, Greek Testament, in loc.
5. Commentary of St. John.
6. Es apenas necesario señalar que,
acerca de la hipótesis de que la "venida" de Cristo no habría de
tener lugar sino hasta "el fn del mundo" en la aceptación popular
de la frase, la respuesta de nuestro Señor entrañaría una
extravagancia, si no un absurdo. Habría equivalido a decir: "Supón
que a mí me pareciera bien que él viviera mil años o más,
¿qué a tí?" Pero es evidente que los discípulos tomaron la
respuesta en serio.