LA PARUSÍA
o
La Segunda Venida de Nuestro Señor
James Stuart Russell
(1816-1895)

Tomado de The Berean Bible Church


1-7. LA PARUSÍA EN EL EVANGELIO DE JUAN

En los evangelios sinópticos, hemos podido, por lo general, comparar unas con las otras las alusiones a la parusía registradas por los evangelistas; y a menudo hemos encontrado ventajoso hacerlo. No es fácil, sin embargo, entrelazar el cuarto evangelio con los sinópticos, y a menudo es un poco notable que ni una sola alusión a la parusía en los últimos se encuentre en el primero. Es, pues, preferible, por todas las razones, considerar el evangelio de Juan por sí mismo, y encontraremos que las referencias al tema de nuestra investigación, aunque no muchas en número, son muy importantes y están llenas de interés.

La parusía y la resurrección de los muertos

Juan 5:25-29 - "De cierto, de cierto os digo: Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren, vivirán. Porque como el Padre tiene vida en sí mismo, así también ha dado al Hijo el tener vida en sí mismo; y también le dio autoridad de hace juicio, por cuanto es el Hijo del Hombre.

"No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación".

En las referencias a la cercana consumación que hemos encontrado en los evangelios sinópticos, es imposible no impresionarse con la constante asociación de la parusía con un gran acto de juicio. Desde la primera noticia de este gran suceso hasta el fin, la idea de juicio aparece de modo prominente. Juan el Bautista advierte a la nación de "la ira venidera". Los hombres de Nínive y la reina del sur han de aparecer en el juicio con esta generación. En la siega al final del tiempo, la paja ha de ser quemada, y el trigo recogido en el granero. El Hijo del hombre habría de venir en su gloria para dar a cada uno según sus obras. El juicio de Capernaum y Corazín habría de ser más severo que el de Tiro y Sidón. Casi todas las últimas parábolas en el ministerio de nuestro Señor declaran el juicio venidero - las minas, el labrador malvado, las bodas del hijo del rey, las diez vírgenes, los talentos, las ovejas y los cabritos. La gran profecía del Monte de los Olivos se ocupa enteramente del mismo tema.

Es notable que la primera alusión de Juan a este suceso reconoce su carácter judicial. Pero ahora encontramos un nuevo elemento introducido en la descripción de la cercana consumación. Está relacionado con la resurrección de los muertos; de "todos los que están en la tumba". "La hora viene cuando todos los que están en la tumba oirán su voz, y saldrán", etc.

No puede haber ninguna duda de que el pasaje que se acaba de citar (ver. 28,29) se refiere a la resurrección literal de los muertos. También puede admitirse que los versículos precedentes (25,26) se refieren a la comunicación de vida espiritual a los que están muertos espiritualmente. (1) El tiempo para este proceso vivificante ya había comenzado. "La hora viene, y ahora es". Los muertos en delitos y pecados estaban a punto de ser vivificados por el poder resucitador del Espíritu divino actuando en las almas de los hombres para que predicasen el evangelio de Cristo. Este poder vivificador pertenecía, por designio divino, al Hijo de Dios, al cual también había sido entregado, en virtud de su humanidad, el oficio de Juez supremo (ver. 27).

Anticipándose al hecho de que esta afirmación de ser el Juez de la humanidad haría tambalear a sus oyentes, nuestro Señor procede a reforzar su afirmación y aumentar la admiración de ellos declarando que, a su voz, y antes de mucho, los muertos saldrían de de sus tumbas para estar de pie delante de su trono de juicio.

El lector notará en particular las indicaciones de tiempo especificadas por nuestro Señor en estos importantes pasajes. Primero tenemos: "viene la hora, y ahora es". Esto indica que la acción de la cual se habla, o sea, la comunicación de vida espiritual a los espiritualmente muertos, ya ha comenzado a tener lugar. Luego tenemos: "vendrá hora", sin la adición de las palabras "y ahora es", indicando que el suceso especificado, es decir, el levantarse los muertos de sus tumbas, está a una mayor distancia en el tiempo, aunque todavía no muy lejos. La fórmula "viene la hora" siempre denota que el suceso al que se refiere no está muy distante. En realidad, no define el tiempo, sino que lo ubica dentro de un período comparativamente breve. Encontramos estas dos expresiones. "viene la hora" y "viene la hora, y ahora es", empleadas por nuestro Señor en su conversación con la mujer de Samaria (Juan 4:21,23), y su uso aquí puede ayudarnos a establecer su fuerza en el pasaje que tenemos delante. Cuando nuestro Señor dice: "Viene la hora, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad", está indicando que el tiempo ya era presente, pues, ¿no había empezado a reunir los materiales de aquella iglesia espiritual de verdaderos adoradores de la cual hablaba? Sin embargo, cuando dice: "Mujer, créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre", habla de un tiempo que, aunque no estaba distante, todavía no había llegado. Preveía el período del cual hablaba, cuando cesaría la adoración en el templo, cuando el monte Sión sería "arado como campo", y el monte Gerizim también sería abrumado por el diluvio de ira. Pero era necesaria la abrogación de lo local y lo material para la entronización de lo universal y lo espiritual; y, por lo tanto, el templo con su ritual debía ser suprimido para hacer lugar para la más noble adoración "en espíritu y en verdad".

Por supuesto, no puede probarse absolutamente que la frase "la hora viene" se refiere precisamente al mismo punto en el tiempo en estos dos casos, aunque es fuerte la presunción de que así es. Para esta etapa, baste notar que nuestro Señor habla aquí de la resurrección de los muertos y el juicio como sucesos que no estaban distantes, pero tan distantes que podía decirse correctamente: "La hora viene", etc.

La resurrección, el juicio, y el día postrero

Juan 6:39. "Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere,  no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero".

Juan 6:40: "Yo le resucitaré en el día postrero".

Juan 6:44: "Yo le resucitaré en el día postrero".

Juan  11:24: "Yo sé que resucitará en la resurrección, en el día postrero".

Juan 12:48: "La palabra que he hablado, ella le juzgará en el día postrero".

En estos pasajes tenemos otra nueva frase en relación con la consumación que se acercaba, que es peculiar al cuarto evangelio. En los sinópticos nunca encontramos la expresión "el día postrero", aunque encontramos sus equivalentes, "aquel día" y "el día del juicio". No puede dudarse que estas expresiones son sinónimas, y se refieren al mismo período. Pero ya hemos visto que el juicio es contemporáneo con "el fin del tiempo" (sonteleia ton aiwnoj), e inferimos que "el día postrero" es sólo otra forma de la expresión "el fin del tiempo" o Peón. La parusía también está representada constantemente como coincidente en el tiempo con "el fin del tiempo", de modo que todos estos grandes sucesos, la parusía, la resurrección de los muertos, el juicio, y el día postrero, son contemporáneos. Entonces, puesto que el fin del tiempo no es, como se imagina generalmente, el fin del mundo, o la destrucción total de la tierra, sino la terminación de la economía judía; y puesto que nuestro Señor mismo clara y frecuentemente coloca ese suceso dentro de los límites de la genración existente, llegamos a la conclusión de que la parusía, la resurrección, el juicio, y el día postrero, pertenecen todos al período de la destrucción de Jerusalén.

Por muy alarmante o increíble que pueda parecer esta conclusión al principio, es la enseñanza a la cual el Nuevo Testamento está dedicado absolutamente, y, al avanzar en esta investigación, encontraremos que la evidencia en apoyo de esta conclusión se acumula hasta tal grado que es irresistible. Nos encontraremos con expresiones como "los últimos tiempos", "los últimos días", y "la útima hora", que evidentemente denotan el mismo período que "el día postrero", pero de las cuales, sin embargo, se habla como no lejanas, y hasta como que ya han llegado. Mientras tanto, sólo podemos pedir al lector que reserve su juicio, y calmada e imparcialmente sopese la evidencia derivada, no de autoridad humana, sino de la misma palabra de inspiración.

El juicio del mundo y del príncipe de este mundo

Juan 12:31. "Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera".

Juan 16:11. "De juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido juzgado".

Se acostumbra explicar estas palabras en el sentido de que había llegado una gran crisis en la historia espiritual del mundo: que la muerte de Cristo en la cruz era un momento crucial, por decirlo así, del gran conflicto entre el bien y el mal, entre el Dios vivo y verdadero y el falso dios usurpador de este mundo - que el resultado de la muerte de Cristo sería la derrota final del poder de Satanás y el establecimiento del reino de verdad y justicia sobre las ruinas del imperio de Satanás.

No hay duda de que hay mucha verdad importante en esta explicación, pero no satisface todos los requisitos del lenguaje muy claro y enfático de nuestro Señor con respecto a la cercanía y lo completo del suceso al cual se refiere: "Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera". No es suficiente decir que, para la previsión profética de nuestro Salvador, el futuro distante era como si fuera el presente; ni que, por la cercanía de su muerte, el juicio del mundo y la expulsión de Satanás estarían virtualmente asegurados, y que por lo tanto podrían ser considerados como hechos consumados. Tampoco es suficiente decir que, desde el momento en que se ofreció el gran sacrificio de la cruz, el poder y la influencia de Satanás comenzaron a menguar, y tiene que disminuir constantemente hasta que él sea finalmente aniquilado. El lenguaje de nuestro Señor apunta manifiestamente a una transacción judicial grande y final, que pronto habría de tener lugar. Pero juicio es un acto que difícilmente puede concebirse como extendiéndose sobre un período indefinido, y especialmente cuando está restringida por la palabra ahora, a un punto distinto e inminente en el tiempo. La frase "echado fuera", también, es evidentemente una alusión a la expulsión de un demonio de un cuerpo poseído por un espíritu inmundo. Pero esto indica un acto súbito, violento, y casi instantáneo, y no un proceso gradual y prolongado. Ninguna figura podría ser menos apropiada para describir la lenta decadencia y el agotamiento final del poder satánico que la expulsión de un demonio. Nos vemos obligados, pues, a hacer a un lado la explicación que hace que las palabras de nuestro Señor se refieran a un juicio que, después de transcurridos muchos siglos, todavía continúa; o a una expulsión de Satanás que todavía no se ha efectuado. Él no hablaría de un juicio, que no habría de tener lugar por miles de años, como si fuera "ahora", ni de una inminente "expulsión" de Satanás, que habría de ser el resultado de un proceso lento y prolongado.

Concluimos, entonces, que, cuando nuestro Señor dijo: "Ahora es el juicio de este mundo", etc., se refería a un suceso que estaba cercano, y, en cierto sentido, era inmediato: es decir, tenía a la vista aquella gran catástrofe que apenas parece haber estado ausente de sus pensamientos - la solemne transacción judicial cuando "el Hijo del hombre habría de sentarse sobre el trono de su gloria" - la gran "cosecha" al final del tiempo, cuando los ángeles segadores habrían de "recoger de su reino todas las cosas que ofenden y hacen inquidad". Si se objeta a esto que la palabra ko.smoj (mundo) es demasiado abarcante para que quede restringida a una tierra o una nación, puede replicarse que kosmoj se emplea aquí, como en algunos otros pasajes, especialmente en los escritos de Juan, más bien en un sentido ético que como expresión geográfica. (Véase Juan 7:7; 8:23; 1 Juan 2:15; v.14).

Pero puede decirse: ¿Cómo podría hablarse de este juicio de Israel como si fuese "ahora" más que de un juicio que todavía está en el futuro? Cuarenta años de aquí en adelante no es más ahora que cuatro mil años. A esto puede replicarse: Más que ningún otro, el suceso que ahora era inminente precipitaría la condenación de Israel. La crucifixión de Cristo habría de ser el clímax del crimen, el acto culminante de apostasía y culpabilidad que llenó la copa de la ira, y selló la suerte de "aquella generación malvada". El intervalo entre la crucifixión de Cristo y la destrucción de Jerusalén fue sólo el breve espacio entre el pronunciamiento de la sentencia y la ejecución del criminal; y de la misma manera, nuestro Señor, cuando abandonó el templo por última vez, exclamó: "He aquí, vuestra casa os es dejada desierta", aunque su desolación no tuvo lugar realmente sino hasta casi cuarenta años más tarde, pudo decir: "Ahora es el juicio de este mundo", aunque un espacio de tiempo semejante transcurriría entre el pronunciamiento y la ejecución de sus palabras.

De manera semejante, la "expulsión del príncipe de este mundo" está representada como coincidente con el "juicio de este mundo", y ambos son manifiestamente el resultado de la muerte de Cristo. Pero, ¿cómo puede decirse que Satanás fue expulsado en el período al que se refiere, o sea, el juicio al final del tiempo? Aquel suceso marcó una gran época en la administración divina. Fue la inauguración de un nuevo orden de cosas: la "venida del reino de Dios" en un sentido alto y especial, cuando se disolvió la peculiar relación entre Jehová e Israel, y Él vino a ser conocido como Dios y Padre de toda la raza humana. De allí en adelante, Satanás no habría de ser ya más el dios de este mundo, sino que el Altísimo habría de tomar el reino para sí mismo. Esta revolución se efectuó por la muerte expiatoria de Cristo en la cruz, que se declara que es "la reconciliación consigo de todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos" (Col. 1:20). Pero la inauguración formal del nuevo orden es representada como teniendo lugar al "fin del tiempo", el período en que "el reino de Dios vendría con poder", y el Hijo del hombre se sentaría como Juez "en el trono de su gloria". ¿Qué podría ser más apropiado, entonces, que la "expulsión" del príncipe de este mundo en el período en que su reino, "este mundo", fuese juzgado?

Puede objetarse que, si realmente tuvo lugar entonces un suceso como la expulsión de Satanás, debería estar marcado por alguna muy palpable disminución del poder del diablo sobre los hombres. La objeción es razonable, y puede rebatirse con la afirmación de que sí existe evidencia de la disminución de la influencia satánica en el mundo. La historia de los tiempos de nuestro Salvador proporciona prueba abundante del ejercicio de un poder sobre las almas y cuerpos de hombres que entonces estaban poseídos por Satanás, un poder que felizmente es desconocido en nuestros días. La misteriosa influencia llamada "posesión demoníaca" se atribuye siempre en la Escritura a los agentes satánicos; y era una de las credenciales de la comisión divina de nuestro Señor que Él, "por el poder de Dios, echaba fuera demonios". ¿En qué período cesó de manifestarse la sujeción de los hombres al poder demoníaco? Era común en los días de nuestro Señor: continuó durante la época de los apóstoles, porque tenemos muchas alusiones al hecho de que ellos echaban fuera espíritus inmundos; pero no tenemos evidencia de que esta sujeción continuó existiendo en los tiempos post-apostólicos. El fenómeno ha desaparecido tan completamente que, para muchos, su anterior existencia es increíble, y la resuelven con una superstición popular, o con una teoría no científica de enfermedad mental - una explicación que es totalmente incompatible con las representaciones del Nuevo Testamento.

Vale la pena observar que nuestro Señor, en una ocasión anterior, hizo una declaración muy parecida a la que ahora estamos considerando.

Cuando los setenta discípulos regresaron de su misión evangélica, informaron con regocijo de su éxito al echar fuera demonios en el nombre de su Maestro:

"Señor, aun los demonios se nos sujetan en tu nombre" (Lucas 10:17). Al responderles, Jesús les dijo: "Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo", una expresión que es casi equivalente a las palabras: "Ahora el príncipe de este mundo será echado fuera", y sobre la cual Neander hace las siguientes sugestivas observaciones:

"Del mismo modo que Jesús había designado previamente la cura, por Él mismo, de endemoniados como una señal de que el reino de Dios había venido a la tierra, así también ahora consideró lo que los discípulos informaron como señal del poder conquistador de ese reino, delante del cual toda cosa mala tenía que retroceder: 'Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo', es decir, del pináculo del poder que hasta ahora había tenido entre los hombres. Antes de que la mirada intuitiva de su espíritu expusiera a la vista los resultados que habrían de seguir a su obra redentora después de su ascensión al cielo, vio, en espíritu, al reino de Dios avanzando triunfante sobre el reino de Satanás. No dice: 'Ahora veo', sino 'Veía'. Lo veía antes de que los discípulos trajeran su informe de las maravillas que habían llevado a cabo. Mientras ellos estaban llevando a cabo estas obras aisladas, él veía la sola gran obra de la cual las de ellos eran sólo señales particulares e individuales - la victoria, completamente ejecutada, sobre el gran poder del mal que había gobernado a la humanidad". (2)
Al comparar estas dos notables afirmaciones de nuestro Señor, hay tres puntos que merecen particular atención:

1. Ambas son pronunciadas en ocasiones en que el triunfo de su causa, que se acercaba, aparecía vívidamente delante de él.

2. En ambas, la expulsión de Satanás es representada como un hecho consumado.

3. En ambas, se considera como un acto rápido y sumario, no como un proceso lento y prolongado: en un caso, Satanás cae "del cielo como un rayo"; en el otro, es "echado fuera" de un endemoniado como espíritu inmundo.

Neander, pues, ha pasado un poco por alto el verdadero énfasis de la expresión, en sus observaciones, por lo demás, admirables. Creemos que las palabras apuntan claramente a una gran transacción judicial, que tiene lugar en un punto particular del tiempo, que ese tiempo estaba muy cercano, y que es la consecuencia y el resultado de la muerte del Salvador en la cruz. Tal transacción y tal período los podemos encontrar sólo en la gran catástrofe tan vívidamente presentada por nuestro Señor en su discurso profético, y por lo tanto, no podemos titubear al entender que sus palabras se refieren a aquel suceso memorable.

Ninguna otra explicación satisface los requisitos de la declaración: "Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera".  


EL RÁPIDO RETORNO DE CRISTO [LA PARUSÍA]

Juan 14:3. "Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo".

Juan 14:18: "No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros".

Juan 14:28: "Voy, y vengo a vosotros".

Juan 16:16: "Todavía un poco, y no me veréis; y de nuevo un poco, y me veréis; porque yo voy al Padre".

Juan 16:22: "Os volveré a ver, y se gozará vuestro corazón".

Por simples que puedan parecer estas palabras, han causado gran perplejidad a los comentaristas. La misma simplicidad de las palabras es posiblemente la causa de la dificultad de ellos: porque es muy difícil creer que significan lo que parecen decir. Se ha supuesto que nuestro Señor se refiere, en algunos pasajes, a su cercana partida de la tierra y a su regreso final al "fin de los días", a la consumación de la historia humana; y que, en otros, se refiere a su ausencia temporal durante el intervalo entre su crucifixión y su resurrección.

Un examen cuidadoso de las alusiones de nuestro Señor a su partida y a su venida otra vez satisfará a cada lector inteligente de que la venida del Señor, o "segunda venida", siempre se refiere a un suceso particular y a un período en particular. Ningún suceso está más claramente marcado en el Nuevo Testamento que la parusía, la segunda venida del Señor. Se la describe siempre como un acto, no como un proceso; un acontecimiento grandioso y feliz; una "bendita esperanza", ansiosamente anticipada por sus discípulos y de la cual se creía confiadamente que estaba a las puertas. Los apóstoles y los primeros creyentes no sabían nada de una parusía extendida a lo largo de un período de tiempo vasto e indefinido, ni de varias "venidas", todas distintas y separadas la una de la otra; sino de una sola venida - la parusía, "la gloriosa aparición del gran Dios y nuestro Salvador Jesucristo" (Tito 2:13). Si algo está escrito claramente en la Escritura es esto. Es con asombro, pues, que leemos los comentarios de Dean Alford sobre nuestras palabras en Juan 14:3.

"El venir otra vez del Señor no es un solo acto, como su resurrección, o el descenso del Espíritu, o su segundo advenimiento personal, o la venida final en juicio, sino el gran complejo de todo esto, cuyo resultado será que Él tome a su pueblo a sí mismo adonde él esté. Este ercomaise inicia (ver. 18) en su resurrección; continúa (ver. 23) en la vida espiritual, alistándoles para el lugar que está preparado; progresa aún más cuando cada uno, por medio de la muerte, es arrebatado para estar con Él (Fil. 1:23); se completa plenamente en su venida en gloria, cuando estarán con Él para siempre (1 Tes. 4:17) en el perfecto estado de resurrección". (3)
¡Todo esto se desarrolla a partir de una sola palabra, ercomai! Pero, si ercomai tiene tal variedad y complejidad de significados, por qué no npayw y porenomai? ¿Por qué no debería tener "fuere" tantas partes y procesos como "vendré otra vez"? De la misma manera, puede preguntarse: ¿Cómo podrían haber entendido los discípulos el lenguaje de nuestro Señor, si el lenguaje tenía un "gran complejo" de significados? ¿O cómo puede esperarse que hombres sencillos capten jamás el significado de las Escrituras si las expresiones más simples son tan intrincadas y desconcertantes?

Este comentario no ha sido concebido en el lúcido espíritu del sentido común inglés, sino en la jerga mística de Lange y Stier. ¿Qué puede ser más sencillo que el "vendré otra vez" es un acto tan definido como el "me fuere", y que sólo puede referirse a la profecía y la promesa del Nuevo Testamento, la parusía? Que este suceso no habría de ser diferido por mucho tiempo es evidente por el lenguaje en que se anuncia: "Ercomai - Vendré". Todo el tenor del discurso de nuestro Señor supone que la separación entre sus discípulos y Él mismo ha de ser breve, y su reunión rápida y perpetua. ¿Por qué se va? A preparar un lugar para ellos. ¿Todavía no está preparado, entonces? ¿Todavía no los ha recibido a sí mismo? ¿Todavía no están donde él está? Si la parusía está todavía en el futuro, estas esperanzas todavía no se han cumplido.

Que este esperado regreso y esta reunión no eran un suceso lejano, que estaba a una distancia de muchos siglos, sino un suceso que estaba a las puertas, lo demuestran las subsiguientes referencias a él que hace nuestro Señor. "Todavía un poco, y no me veréis; y de nuevo un poco, y me veréis; porque yo voy al Padre". (Juan 16:16). Pronto habría de dejarles; pero no para siempre, ni por mucho tiempo - "un poco", unos pocos y cortos años, y su tristeza y su separación terminarían; porque "os volveré a ver, y se gozará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestro gozo" (Juan 16:22). Se observará que nuestro Señor no dice que la muerte les reuniría, sino que lo haría su venida. Esa venida, pues, no podía estar distante.

Que es a este intervalo entre su partida y la parusía a lo que se refiere nuestro Señor cuando habla de "un poco" es evidente por dos consideraciones: Primera, porque Él afirma claramente que va al Padre, lo cual muestra que su ausencia se relaciona con el período subsiguiente a la ascensión; y segunda, porque, en la epístola a los Hebreos, este mismo período, es decir, el intervalo entre la partida de nuestro Señor y su venida otra vez, es denominado expresamente "un poco". "Porque aún un poquito, y el que ha de venir vendrá, y no tardará" (Heb. 10:37).

Aquí nuevamente nos vemos constreñidos a protestar contra la interpretación forzada y antinatural que hace Alford de este pasaje (Juan 16:16):

"El modo de expresión", observa, "es enigmático a propósito; no siendo el qewreite y oesque coordinados: refiriéndose el primero a la vista física, la segunda también a la vista espiritual. El odesqj (veréis) comenzó a cumplirse en la resurrección; luego tuvo su pleno cumplimiento en el día de Pentecostés; y habrá tenido su cumplimiento final en el gran regreso del Señor de aquí en adelante. Recuérdese, nuevamente, que en todas estas profecías se nos presenta una perspectiva de cumplimientos continuamente en desarrollo". (4)
Imagínese un acto de visión, "veréis", dividido en tres operaciones distintas, cada una separada de la otra por una era, un intervalo, y la última todavía sin completarse después de dieciocho siglos, y esto choca de frente con la expresa declaración de nuestro Señor de que habría de ser después de "un poco de tiempo". Esto no es crítica, sino misticismo. Una explicación tan artificial e intrincada jamás se les podría haber ocurrido a los discípulos, y es sorprendente que se le haya ocurrido a cualquier intérprete sobrio de la Escritura. Pero hasta los discípulos, aunque perplejos al principio por el "un poco", pronto captaron lo que quería decir nuestro Señor cuando dijo:
"Salí del Padre, y he venido al mundo; otra vez dejo el mundo, y voy al Padre" (Juan 16:28).
Auméntese esto con otras tres palabras de Jesús, y tenemos la substancia de su enseñanza con respecto a la parusía:
"Vendré otra vez, y os recibiré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis" (Juan 14:3).

"No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros" (Juan 14:18).

"Todavía un poco, y no me veréis; y de nuevo un poco, y me veréis" (Juan 16:16).

El lenguaje es incapaz de transmitir el pensamiento con exactitud si estas palabras no afirman que el regreso de nuestro Salvador a sus discípulos habría de ser rápido.

JUAN HABRÍA DE VIVIR HASTA LA PARUSÍA

Juan 2:22. "Jesús le dijo: Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué a ti? Sígueme tú".
Sería unútil especificar y discutir las varias interpretaciones de este pasaje que hombres eruditos han conjeturado. Si hubiese sido un enigma para la Esfinge, no podría haber causado más perplejidad y sido más desconcertante. Los que deseen ver algunas de las numerosas opiniones que han sido traídas a colación sobre el tema las encontrarán en las referencias de Lange. (5)

Las palabras mismas son suficientemente sencillas. Toda la oscuridad y todas las dificultades han sido importadas a ellas por la renuencia de los intérpretes a reconocer, en la "venida" de Cristo, un punto en el tiempo, claro y definido, dentro del espacio de la generación existente. A menudo, al reiterar nuestro Señor la certeza de que vendría en su reino, vendría en gloria, vendría a juzgar a sus enemigos y a recompensar a sus amigos, antes de que pasara por completo la generación que entonces existía en la tierra, parece haber una repugnancia casi invencible, de parte de los teólogos, a aceptar las palabras de Jesús en su sentido obvio y sencillo. Persisten en suponer que Él debe haber querido decir alguna otra cosa o algo más. Admítase una vez lo que es innegable, que nuestro Señor mismo declaró que su venida habría de tener lugar durante la vida de algunos de sus discípulos (Mat. 16:27,28), y la dificultad desaparece. Acababa de revelar a Simón Pedro con qué muerte habría de glorificar a Dios, y Pedro, con característica impulsividad, se atrevió a preguntar cuál sería el destino del discípulo amado, en quien se fijó en ese momento. Nuestro Señor no dio una respuesta explícita a esta pregunta, que sonaba un poco a intromisión, pero los discípulos entendieron que su respuesta quería decir que Juan viviría para ver el regreso de Jesús. "Si quiero que él quede hasta que yo venga". Este lenguaje es muy significativo. Supone como posible que Juan viviera hasta la venida del Señor. Es más, lo sugiere como probable, aunque no lo afirma como cierto. Los discípulos lo interpretaron como que Juan no moriría en absoluto. El evangelista mismo ni afirma ni niega lo correcto de esta interpretación, sino que se contenta con repetir las palabras de Jesús: "Si quiero que él quede hasta que yo venga". Es, sin embargo, una circunstancia del mayor interés que sabemos cómo se entendieron generalmente las palabras de Jesús en ese momento en la hermandad de los discípulos. Evidentemente, llegaron a la conclusión de que Juan viviría para presenciar la venida de Jesús; y dedujeron que, en ese caso, él no moriría en absoluto. Es esta última inferencia la que Juan se guarda de hacer. Que él viviría hasta la venida del Señor, Juan parece admitirlo sin duda. Si esto implicaba, además, que no moriría en absoluto, era un punto dudoso que las palabras de Jesús no decidieron.

Tampoco era esta inferencia de "los hermanos" una cosa tan increíble o irrazonable como les puede parecer a muchos. Vivir hasta la venida del Señor era, de acuerdo con la creencia y la enseñanza apostólica, equivalente a gozar de la exención de muerte. Pablo enseñaba a los corintios: "No todos dormiremos [moriremos], pero todos seremos transformados" (1 Cor. 15:51). Habló a los tesalonicenses de la posibilidad de estar vivos a la venida del Señor: "Nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor" (1 Tesa. 4:15). Expresaba su propia preferencia personal de no "ser desnudados [de la vestimenta del cuerpo], sino revestidos [con la vestimenta espiritual] -- en otras palabras, no morir, sino ser transformados (2 Cor. 5:4). Los discípulos podrían estar justificados en esta creencia por las palabras de Jesús en la noche de la cena pascual: "Vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo". ¿Cómo podrían ellos suponer que esto significaba la muerte? O ellos pueden haber recordado las palabras de Él en el Monte de los Olivos: "Y enviará sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán a sus escogidos", etc. (Mat. 24:31). Esto, les había asegurado, tendría lugar antes de que pasara la actual generación. No estaban, pues, por completo sin preparación para recibir un anuncio como el que el Señor hizo con respecto a Juan. (6).

Podemos, pues, hacer legítimamente las siguientes deducciones de este importante pasaje:

1. Que no había nada increíble ni absurdo en la suposición de que Juan viviría hasta la venida del Señor.

2. Que las palabras de nuestro Señor indican la posibilidad de que, en efecto,
    fuera así.

3. Que los discípulos entendieron la respuesta de nuestro Señor como implicando
    que Juan no moriría en absoluto.

4. Que el mismo Juan no da ninguna señal de que hubiese nada increíble ni
    imposible en la inferencia, aunque no lo declara categóricamente.

5. Que tal opinión armonizaría con la expresa enseñanza de nuestro Señor con
    respecto a la cercanía y la coincidencia de su propia venida, la destrucción de
    Jerusalén, el juicio de Israel, y el fin de aquel eón o aquella era.

6. Que todos estos sucesos, según las afirmaciones de Jesús, ocurrirían dentro del
    período de la presente generación.

Habiendo visto así los cuatro evangelios y examinado todos los pasajes que se relacionan con la parusía, o venida del Señor, puede ser útil recapitular y poner en un solo panorama la enseñanza general de estos registros inspirados sobre este importante tema.


RESUMEN DE LA ENSEÑANZA DE LOS EVANGELIOS

CON RESPECTO A LA PARUSÍA

1. Tenemos el enlace entre la profecía del Antiguo Testamento y la del Nuevo en el anuncio de Juan el Bautista (el Elías de Malaquías) sobre la cercanía de la ira venidera, o el juicio de la nación teocrática.

2. El anuncio es seguido de cerca por el Rey, que anuncia que el reino de Dios está a las puertas, y llama a la nación al arrepentimiento.

3. Las ciudades que fueron favorecidas con la presencia de Cristo, pero rechazaron su mensaje, son amenazadas con una destrucción más intolerable que la de Sodoma y Gomorra.

4. Nuestro Señor asegura expresamente a sus discípulos que su venida tendría lugar antes de que ellos hubiesen completado la evangelización de las ciudades de Israel.

5. Jesús preedice un juicio al "fin del tiempo" o de la era [sunteleia ton aiwnos], una frase que no significa la destrucción de la tierra, sino la consumación de la era, es decir, de la dispensación judía.

6. Nuestro Señor declara expresamente que Él vendría presto [mellei epcesqai] en gloria, en su reino, con sus ángeles, y que algunos de entre sus discípulos no morirían hasta que su venida tuviera lugar.

7. En varias parábolas y en varios discursos, nuestro Señor predice la destrucción que se cierne sobre Israel en el período de su venida. (Véase Lucas 18, parábola de la viuda importuna. Lucas 19, parábola de las minas. Mateo 21, parábola de los labradores malvados. Mateo 22, parábola de la fiesta de bodas).

8. Con frecuencia, nuestro Señor denuncia la maldad de la generación a la cual predicaba, y declara que los crímenes de épocas anteriores y la sangre de los profetas sería requerida de su mano.

9. La resurrección de los muertos, el juicio del mundo, y la expulsión de Satanás son representados como coincidentes con la parusía, y que están a las puertas.

10. Nuestro Señor aseguró a los discípulos que vendría otra vez a ellos, y que su venida sería dentro de "poco".

11. La profecía del Monte de los Olivos es un discurso relacionado y continuo, que se refiere exclusivamente a la destrucción de Jerusalén e Israel, que se acercaba, de acuerdo con la expresa afirmación de nuestro Señor (Mat. 24:34; Mar. 13:30; Luc. 21:32).

12. Las parábolas de las diez vírgenes, los talentos, y las ovejas y los cabritos pertenecen todas al mismo acontecimiento, y se cumplen en el juicio de Israel.

13. Se exhorta a los discípulos a velar y a orar, y a vivir en la común esperanza de la parusía, porque sería súbita y rápida.

14. Después de su resurrección, nuestro Señor dio a Juan razón para esperar que viviría para presenciar su venida.



Notas:

1. Algunos intérpretes prefieren entender "los muertos" del versículo 25 como que se refieren a casos tales como la hija de Jairo, el hijo de la viuda de Naín, y Lázaro de Betania, personas literalmente levantadas de los muertos y restauradas a la vida por Jesús. Entienden que el argumento de Jesús es algo así: "Vosotros os asombráis de la obra maravillosa que he llevado a cabo en este hombre indefenso, pero vosotros veréis maravillas mucho mayores. Llegará el momento en que llamaré aun a los muertos a la vida; y si esto os parece increíble, un día mi poder efectuará una obra aun más poderosa: porque viene la hora en que todos los que están en la tumba saldrán al oir mi llamado, y estarán de pie ante mí en el juicio". (Dr. J. Brown. Discursos y dichos de nuestro Señor, vol. i, p. 98). Esta explicación tiene la ventaja de la consistencia al dar el mismo sentido de la palabra "muertos" durante todo el pasaje; pero parece imposible admitir que nuestro Señor esté hablando en el versículo 24 de la muerte literal. Decir que el creyente ya ha pasado de muerte a vida es obviamente lo mismo que decir que ha pasado de la condenación a la justificación. Nos sentimos obligados, pues, a adoptar la interpretación generalmente aceptada, en relación con los versículos 24 y 25, en el sentido de que se refieren a los espiritualmente muertos, y en relación con los versículos 28 y 29, en el sentido de que se refieren a los corporalmente muertos.

2. Life of Christ, cap. 12, p. 205.

3. Greek Testament, in loc.

4. Alford, Greek Testament, in loc.

5. Commentary of St. John.

6. Es apenas necesario señalar que, acerca de la hipótesis de que la "venida" de Cristo no habría de tener lugar sino hasta "el fn del mundo" en la aceptación popular de la frase, la respuesta de nuestro Señor entrañaría una extravagancia, si no un absurdo. Habría equivalido a decir: "Supón que a mí me pareciera bien que él viviera  mil años o más, ¿qué a tí?" Pero es evidente que los discípulos tomaron la respuesta en serio.

Volver


Sección de Libros 2

Contenido | Prefacio | Introducción | 1-1 | 1-2 | 1- 3 | 1- 4 | 1- 5 | 1-6 |1-7 | Apéndice1 |

2-8 | 2-9 | 2-10 | 2-11 | 2-12 | 2-13 | 2-14 | 2-15 | 2-16 | 2-17 | 2-18|2-19|2-20|2-21|2-22|2-23|
Apéndice 2|3-24|
3-25|3-26|3-27|3-28|3-29|3-30|3-31|Conclusión|Apéndice 3|

Index 1