LA PARUSÍA
o
La Segunda Venida de Nuestro Señor
James Stuart Russell
(1816-1895)

Tomado de The Preterist Archive


LA PARUSÍA EN LAS EPÍSTOLAS APOSTÓLICAS

2-11. LA PARUSÍA EN LAS EPÍSTOLAS A LOS CORINTIOS

Se cree que las dos epístolas a la iglesia de Corinto fueron escritas en el mismo año (57 D. C.). El contenido es más variado que el de las Epístolas a los Tesalonicenses, pero encontramos muchas alusiones a la esperada venida del Señor. Esa era la consumación a la cual, según Pablo, se apresuraban todas las cosas, y la que esperaban ansiosos todos los cristianos. Está representada como el día decisivo en que todas las dudas y dificultades del presente se resolverían y todas sus injusticias serían corregidas. Que este gran acontecimiento era considerado por el apóstol como inminente queda implícito en cada alusión al tema, mientras que en varios pasajes se afirma expresamente en otras tantas palabras.

LA PRIMERA EPÍSTOLA A LOS CORINTIOS

ACTITUD DE LOS CRISTIANOS DE CORINTO
EN RELACIÓN CON LA PARUSÍA

1 Cor. 1:7, 8. "... esperando la manifestación de nuestro Señor Jesucristo, el cual también os confirmará hasta el fin, para que seáis irreprensibles en el día de nuestro Señor Jesucristo".
La actitud de expectación en que estaban los corintios se indica aquí claramente, aunque es expresada débilmente a través de la traducción "esperando". La frase usada por el apóstol es la misma de Romanos 8:19, donde la creación entera es representada como "gimiendo con dolores de parto esperando la manifestación de los hijos de Dios" []. Conybeare y Howson traducen: "Esperando ansiosamente el tiempo en que nuestro Señor Jesucristo sea revelado a la vista". Esta actitud implica claramente que se entendía que el objeto esperado estaba cerca; pues es obvio que, si estuviese a gran distancia, la espera ansiosa y anhelante sólo terminaría en un amargo desengaño. Puede preguntarse: ¿No esperaban el día de Cristo los santos del Antiguo Testamento? ¿No se regocijó Abraham de ver el día de Él, y no era aquella una esperanza distante? Cierto, pero a los santos del Antiguo Testamento no les fue dado en ninguna parte entender que la primera venida de Cristo tendría lugar en sus propios días, ni dentro de los límites de su propia generación, ni se les instaba y exhortaba a velar constantemente, esperando y anhelando la venida del Señor. No tenemos ninguna razón en absoluto para suponer que sus mentes estaban constantemente en tensión, y que sus ojos se esforzaban ansiosamente esperando el advenimiento, como sucedía con los cristianos de la era apostólica. El caso del anciano Simeón es el paralelo correcto de los primeros cristianos. Se le reveló que no vería muerte sino hasta que hubiese visto al ungido del Señor; esperaba, pues, "la consolación de Israel". De la misma manera, se les reveló a los cristianos de la era apostólica que la parusía tendría lugar en sus propios días; el Señor había asegurado este hecho claramente, una y otra vez, a sus discípulos. Así que ellos acariciaban esta esperanza de vivir para ver el día anhelado, y tanto más a causa de los sufrimientos y las persecuciones a que estaban expuestos. Como los tesalonicenses, consideraban la muerte como una calamidad, porque parecía frustrar la esperanza de ver al Señor "viniendo en su reino". Deseaban estar "vivos y quedar hasta la venida del Señor". Bilroth observa: "La [revelación] se refiere al advenimiento visible de Cristo, un suceso que Pablo y los creyentes de aquellos días se imaginaban que tendría lugar dentro del término de una vida ordinaria, de modo que muchos de ellos estarían vivos cuando esto ocurriese. Aquí Pablo alaba a los corintios por esperarlo". Evidentemente, el crítico considera esta opinión como un engaño. Pero, ¿de dónde derivaban esta esperanza los cristianos primitivos? ¿No era de la enseñanza de los apóstoles y de las palabras de Cristo? Decir que era una opinión errada es asestar un golpe a la autoridad de los apóstoles como informantes dignos de confianza de las palabras de Cristo y de los exponentes competentes de su doctrina. Si pudieron equivocarse tan flagrantemente en un hecho sencillo, ¿qué confianza puede tenérseles a sus enseñanzas relativas a las cuestiones más difíciles de doctrinas y deberes?

La confianza expresada por el apóstol de que los cristianos de Corinto serían confirmados hasta el fin, y de que serían hallados irreprensibles en el día de nuestro Señor Jesucristo, recuerda su oración por los tesalonicenses: "Para que sean afirmados vuestros corazones, irreprensibles en santidad delante de Dios nuestro Padre, en la venida de nuestro Señor Jesucristo con todos sus santos" (1 Tes. 3:13). Los dos pasajes son exactamente paralelos en significado, y se refieren al mismo punto en el tiempo, "el fin", la "parusía". Obviamente, con "el fin" el apóstol no quiere decir el "fin de la vida"; no es un sentimiento general como el que expresamos cuando hablamos de ser "fieles hasta el fin"; tiene un significado definido, y se refiere a un tiempo particular. Es "el fin" [] de que habló nuestro Señor en su discurso profético en el Monte de los Olivos (Mat. 24:6, 13, 14). Es "el fin del tiempo" [] de Mateo 13:40, 49). Es "el fin" [entonces vendrá el fin] (1 Cor. 15:24. Véase también Heb. 3:6,14; 6:11; 9:26; 1 Ped. 4:7). Todas estas formas de expresión [,,] se refieren a la misma época, es decir, la terminación del eón judío o la era judía, o sea, la dispensación mosaica. Esto es señalado por Alford en su nota sobre el pasaje que tenemos delante: "Hasta el fin", es decir, hasta el , no meramente "hasta el fin de vuestras vidas". Se refiere, por lo tanto, no a la muerte, que les llega a diferentes individuos en momentos diferentes, sino a un suceso específico, no muy distante, la parusía, o la venida del Señor Jesucristo.

No menos definida es la frase "el día de nuestro Señor", etc. Las alusiones a este período en los escritos apostólicos son muy frecuentes, y todas apuntan a una gran crisis que se aproximaba rápidamente, el día de redención y recompensa para el sufriente pueblo de Dios, el día de retribución e ira para los enemigos y perseguidores de Dios.

EL CARÁCTER JUDICIAL DEL
"DÍA DEL SEÑOR"

1 Cor. 3:13.- "La obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego será revelada; y la obra de cada uno, sea cual sea, el fuego la probará".
En este pasaje, hay nuevamente una clara alusión al "día de Señor" como un día de discriminación entre el bien y el mal, entre lo precioso y lo vil. El apóstol se compara a sí mismo y compara a sus compañeros obreros al servicio de Dios con trabajadores empleados en la construcción de un gran edificio. Ese edificio es la iglesia de Dios, cuyo único fundamento es Cristo Jesús, fundamento que él (el apóstol) había echado en Corinto. Luego advierte a cada obrero que debe mirar bien la clase de material con el cual él construyó sobre ese único fundamento: es decir, qué clase de individuos introdujo en la comunidad de la iglesia de Dios. Venía el día que sometería a prueba la calidad de la obra de cada uno: debía pasar por una prueba ardiente; y en ese abrasador escrutinio, los frágiles y los inútiles tendrían que perecer, mientras que los buenos y los leales permanecerían incólumes. El constructor imprudente podría ciertamente escapar, pero su obra sería destruída, y él perdería la recompensa de la cual habría podido disfrutar si hubiese construido con mejores materiales.

No puede haber ninguna duda acerca de a qué día se hace referencia aquí. Es el día de Cristo, la parusía. Se dice que esto será revelado "por el fuego", y surge la pregunta: ¿Es la expresión literal o metafórica? Se notará que el pasaje entero es figurado: el edificio, los constructores, los materiales; podemos concluir, por lo tanto, que el fuego es figurado también. Las cualidades morales no son probadas de la misma manera que las substancias materiales. El apóstol enseña que se acerca un escrutinio material de la obra de la vida del obrero cristiano. El "que tiene ojos como llama de fuego" viene para "escudriñar la mente y los corazones, y dar a cada uno según sus obras" (Apoc. 2:18,23). ¿Cuán claramente se conectan estas representaciones del "día del Señor" con las palabras proféticas de Malaquías: "¿Quién podrá soportar el tiempo de su venida? Porque él es como fuego purificador". "Porque he aquí viene el día ardiente como un horno, y todos los soberbios y todos los que hacen maldad serán estopa" (Mal. 3:2,3; 4:1). De manera semejante, Juan el Bautista representa el día de la venida de Cristo como "revelado en fuego", "quemará la paja en fuego que nunca se apagará" (Mat. 3:12). Véase también 2 Tesa. 1:7, 8, etc.

Pero, si alguno estuviese dispuesto a sostener que aquí el fuego no es enteramente metafórico, un caso que no es improbable podría construirse fácilmente. En el punto central donde esa revelación tuvo lugar, la ciudad y el templo de Jerusalén, la parusía estuvo acompañada de fuego muy literal. En aquel horno ardiente en que pereció todo lo que era de lo más venerable y sagrado en el judaísmo, los hombres pudieron ver muy bien el cumplimiento de las palabras del apóstol: "aquel día será revelado con fuego".

Entonces, puesto que la parusía coincide en un punto del tiempo con la destrucción de Jerusalén, se sigue que el período de zarandeo y prueba al que se alude aquí - el día que será revelado en fuego - es también contemporáneo con aquel suceso. De lo contrario, por la hipótesis de que este día todavía no ha llegado, somos llevados a la conclusión de que "la prueba de la obra de cada uno" no ha tenido lugar todavía; que ningún juicio se ha pronunciado todavía sobre la obra de Apolos, Cefas, o Pablo, o de sus compañeros obreros; todavía hay que establecer con qué clase de material construyó cada uno el templo de Dios; que los obreros no han recibido su recompensa todavía. Porque el gran día de prueba no ha llegado todavía, y el fuego no ha probado la obra de cada uno para saberse de qué clase es. Pero esto es reductio ad absurdum, y demuestra que tal hipótesis es insostenible.

EL CARÁCTER JUDICIALDEL
DÍA DEL SEÑOR

1 Cor. 4:5. "Así que, no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual aclarará también lo oculto de las tinieblas, y manifestará las intenciones de los corazones; y entonces cada uno recibirá su alabanza de Dios".

1 Cor. 5:5. "A fin de que el espíritu sea salvo en el día del Señor".

En estos dos pasajes, la parusía es representada como un tiempo de investigación y decisión judiciales. Es el tiempo en que los caracteres y los motivos serán revelados, y cada uno recibirá su medida apropiada de alabanza o culpa. El apóstol desaprueba los juicios apresurados y malinformados, aparentemente no sin alguna razón personal, y los exhorta a esperar "hasta que venga el Señor", etc. ¿No implica esto manifiestamente que él pensaba que ellos no tendrían que esperar mucho? ¿Dónde quedaría la razonabilidad de su exhortación si no hubiese la expectativa de vindicación o retribución en los siglos por venir? Es la consideración misma de que el día ha llegado lo que constituye la razón para la paciencia ahora.

De manera semejante, el caso del miembro ofensor en la iglesia de Corinto apunta a un tiempo de retribución que se acercaba rápidamente. Pablo arguye que el efecto de la disciplina presente ejercida por la iglesia puede demostrar ser la salvación del ofensor "en el día del Señor". Ese día, pues, es el período en que se decide la condenación o la salvación de los hombres. Pero, suponiendo que el día del Señor no ha llegado, se deduce que el día de la salvación no ha llegado, ni para el apóstol mismo, ni para los cristianos de Corinto, ni para el ofensor a quien Pablo llama a la iglesia para que lo censure. Todo esto muestra claramente que el apóstol creía y enseñaba la pronta venida del día del Señor.

CERCANÍA DE LA CONSUMACIÓN
QUE SE APROXIMA

1 Cor. 7:29-31. "Pero esto digo, hermanos: que el tiempo es corto; resta, pues, que los que tienen esposa sean como si no la tuviesen; y los que lloran, como si no llorasen; y los que se alegran, como si no se alegrasen; y los que compran, como si no poseyesen; y los que disfrutan de este mundo, como si no lo disfrutasen; porque la apariencia de este mundo se pasa".
Ninguna palabra podría mostrar más claramente la profunda impresión en la mente del apóstol de que una gran crisis estaba cerca, una crisis que afectaría profundamente todas las relaciones de la vida y todas las posesiones de este mundo. Este lenguaje, como se hablaba en aquel tiempo, tenía una importancia muy diferente de la que tiene en estos tiempos. Estas no son las trivialidades ordinarias acerca de la brevedad del tiempo y la vanidad del mundo, los clásicos temas comunes de moralistas y teólogos. El tiempo es siempre corto, y el mundo siempre es vano; pero hay un énfasis y una urgencia en la afirmación del apóstol que implican una especialidad en el tiempo que entonces era presente; él sabía que ellos estaban al borde de una gran catástrofe, y que todos los intereses y todas las posesiones terrenales eran de una duración ligera e incierta. No es necesario preguntar cuál era aquella catástrofe que se esperaba. Era la venida del día del Señor a la que ya se ha aludido, y cuya cercana aproximación está implícita en todas sus exhortaciones. Alford expresa correctamente la fuerza de la expresión: "el tiempo es corto", es decir, "el intervalo entre ahora y la venida del Señor ha llegado a un período extremadamente acortado". Pero, desafortunadamente, sigue adelante y trata la opinión de Pablo como un error: "Desde que él escribió, el desarrollo de la providencia de Dios nos ha enseñado más acerca del intervalo entre la venida del Señor que lo que se le dejó ver aun a un apóstol inspirado". Cuál podría ser la opinión privada de Pablo con respecto a la fecha de la parusía, o qué ocurriría cuando llegase, no lo sabemos, y sería inútil especular; pero tenemos derecho a concluir que, en su enseñanza oficial (salvo cuando declara directamente que expresa su propia opinión), él era el órgano de expresión de una inteligencia mayor que la suya. En realidad, no somos competentes para decir hasta dónde pueda haberse extendido el impacto de la tremenda convulsión que tuvo lugar al "fin del siglo", pero cada uno puede ver que las exhortaciones del apóstol habrían sido peculiarmente apropiadas dentro de los límites de Palestina. Al proseguir esta investigación, el área afectada por la parusía parece crecer y expandirse; es más que una crisis nacional: se convierte en una crisis ecuménica. Ciertamente debemos inferir de la representación de los apóstoles, así como de los dichos del Maestro, que la parusía tenía un significado para los cristianos en todas partes, ya sea dentro o fuera de los confines de Judea. Es más correcto preguntar acerca de la verdadera importancia de la doctrina de los apóstoles sobre este tema, que suponer que estaban errados e inventar excusas para su error. Si es un error, es común a la totalidad de la enseñanza del Nuevo Testamento, y nos encontraremos con él en los escritos de Pedro y de Juan, pues ellos, no menos que Pablo, declaran que "el fin de todas las cosas se acerca", y que "el mundo pasa y sus deseos" (1 Pedro 4:7; 1 Juan 2:17).

EL FIN DE LOS TIEMPOS
YA HA LLEGADO

1 Cor. 10:11. "Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos" [a quienes han llegado los fines de los siglos].
La frase "los fines de los siglos" [] equivale a "el fin del siglo" [], y a "el fin" []. Todas se refieren al mismo período, es decir, el fin de la era, o dispensación, judía, que ahora se acercaba. Se observará que, en este capítulo, Pablo junta algunos de los incidentes históricos que tuvieron lugar al comienzo de aquella dispensación, pues servían de advertencia para los que vivían cerca de su terminación. Evidentemente, Pablo consideraba la historia primitiva de la dispensación, especialmente por cuanto era sobrenatural, como de carácter típico y educativo. "Estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos". Esto no sólo afirma el carácter típico de la economía judía, sino que demuestra que el apóstol la consideraba a punto de expirar.

Conybeare y Howson tienen la siguiente nota sobre este pasaje: "La venida de Cristo era "el fin de las edades", es decir, el comienzo de un nuevo período de en la existencia del mundo. Así que, casi la misma frase se usa en Hebreos 9:26. Una expresión similar ocurre cinco veces en Mateo, significando la venida de Cristo a juicio". Esta nota no distingue con exactitud cuál venida de Cristo era el fin del siglo. Es la parusía, la segunda venida, la que es siempre representada así. Se creyó que ese suceso, pues, estaba cerca cuando se declaró que el fin del siglo, o de los siglos, había llegado.

Se dice a veces que el período entero entre la encarnación y el fin del mundo es considerado en el Nuevo Testamento como "el fin del siglo". Pero esto tiene una manifiesta incongruencia en el frente mismo. ¿Cómo podría ser el fin de un período ser de larga y prolongada duración? Especialmente, ¿cómo podría ser el fin mayor que el período del cual es el fin? Ha transcurrido ya más tiempo desde la encarnación que el transcurrido desde el momento en que se dio la ley hasta la primera venida de Cristo; de modo que, según esta hipótesis, el fin del siglo es mucho más largo que el siglo mismo. A tales paradojas son conducidos los intérpretes por una falsa teoría. Pero, así como en una teoría verdadera en la ciencia, cada hecho encaja fácilmente en su lugar, y apoya a todo el resto, así también en una teoría verdadera de interpretación cada pasaje encuentra una fácil solución. y contribuye con su parte a sostener la corrección del principio general.

SUCESOS QUE ACOMPAÑAN
A LA PARUSÍA

La resurrección de los muertos; la transformación de
los vivos; la entrega del reino

Al entrar en esta grande y solemne porción de la Palabra de Dios, deseamos hacerlo con profunda reverencia y humildad de espíritu, temiendo apresurarnos donde los ángeles podrían temer pisar; y ansiosamente solícitos, "extraer de las palabras inspiradas lo que hay realmente en ellas, y no poner en ellas nada que no esté realmente allí".

También, nos aventuramos a rogar la sinceridad judicial del lector. Puede que se le  haga una demanda de paciencia que al principio apenas pueda estar preparado para satisfacer. Las antiguas tradiciones y las opiniones preconcebidas no tienen paciencia con las contradicciones, y hasta la verdad puede a menudo estar en peligro de ser desdeñada como tontería sólo porque es novedosa. El lector puede tener la seguridad de que cada palabra se expresará con toda honestidad, después de haber agotado todos los esfuerzos para descubrir el verdadero significado del texto, y con un espíritu de lealtad y sumetimiento a la suprema autoridad de las Escrituras. No le toca al intérprete vindicar los dichos de la inspiración; todo su cuidado debería consistir en descubrir cuáles son esos dichos.

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1 Cor. 15:22-28. "Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados. Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida. Luego el fin, cuando entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia. Porque preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies. Y el postrer enemigo que será destruido es la muerte. Porque todas las cosas las sujetó debajo de sus pies. Y cuando dice que todas las cosas han sido sujetadas a él, claramente se exceptúa aquél que sujetó a él todas las cosas. Pero luego que todas las cosas le estén sujetas, entonces también el Hijo mismo se sujetará al que le sujetó a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos".
Si bien no cae dentro del ámbito de esta investigación entrar en una exposición detallada de pasajes que no afectan directamente la cuestión de la parusía, parece necesario que nos refiramos al estado de opinión en la iglesia de Corinto que dio ocasión al argumento y la amonestación de Pablo. La resurrección de Cristo Jesús de entre los muertos es uno de los grandes testimonios de la verdad del cristianismo mismo. Si esto es verdad, todo es verdad; si es falso, la estructura entera cae al suelo. En el breve resumen de las verdades fundamentales del evangelio, resumen que fue dado por el apóstol al comienzo de este capítulo, se hizo énfasis especial en el hecho de la resurrección de Cristo, y en la evidencia en la cual descansaba. Era "según las Escrituras". Fue confirmada por el positivo testimonio de testigos presenciales: "Y apareció a Cefas, y después a los doce. Después apareció a más de quinientos hermanos a la vez", la mayoría de los cuales estaban vivos todavía cuando el apóstol escribió. Después de eso, fue visto por Jacobo; luego, por todos los apóstoles. "Y al último de todos, me apareció a mí". El énfasis puesto en la palabra apareció no puede dejar de ser subrayada. La evidencia es irresistible; es demostración ocular, testificada, no por uno, ni por dos, sino por una multitud de testigos, hombres que no mentirían, y que no podían ser engañados.

Y, sin embargo, parece que había algunos corintios que decían que "no hay resurrección de los muertos". Nos parece incomprensible cómo una negación tal podía ser compatible con un discipulado cristiano. No se dice, sin embargo, que ellos cuestionaban el hecho de la resurrección de Cristo, aunque el apóstol muestra que los principios de ellos conducían a esa conclusión. Su argumento para ellos es un reductio ad absurdum. Los pone en un estado de negación en blanco, en el cual no hay ningún Cristo, ningún cristianismo, ninguna veracidad apostólica, ninguna vida futura, ninguna salvación, ninguna esperanza. Han cavado el terreno bajo sus propios pies, y se han quedado sin un Salvador, en tinieblas y en desesperación.

Pero, como hemos dicho, ellos no parecen haber negado el hecho de la resurrección de Cristo; por el contrario, éste es el argumento pr medio del cual el apóstol les convence de que su posición es absurda. Si no hubiesen admitido esto, el argumento del apóstol no habría tenido ningún poder, ni habrían podido ser considerados creyentes cristianos en absoluto.

Las epístolas a los tesalonicenses, sin embargo, arrojan alguna luz sobre este extraño escepticismo. Una opinión no muy diferente parece haber prevalecido en Tesalónica. Así, por lo menos, lo inferimos de 1 Tesa. 4:13, etc. Se habían entregado a la desesperación a causa de la muerte de algunos de sus amigos antes de la venida del Señor. Parecen haber considerado esto como una calamidad que excluía a los fallecidos de una participación en las bendiciones que esperaban a la revelación de Cristo Jesús. El apóstol calma sus temores y corrige sus errores declarando que los santos que han partido no sufrirán ninguna desventaja, sino que serán levantados otra vez a la venida de Cristo, y entrarán, junto con los vivos, en la presencia y el gozo del Señor.

Esto muestra que había dudas sobre la resurrección de los muertos en la iglesia de Tesalónica, así como en la de Corinto; y es muy probable que estas dudas fueran de la misma naturaleza en ambas iglesias. El ansioso deseo de todos los cristianos era estar vivos a la venida del Señor. La muerte, pues, era considerada una calamidad. Pero no habría sido una calamidad si hubiesen estado conscientes de que habría una resurrección de los muertos. Esta era la verdad que, o no sabían, o no creían. Pablo trata la duda en Tesalónica como ignorancia, en Corinto como error; y es muy probable que, entre una gente tan engreída y tan pragmática como los corintios, esta opinión asumiera una forma más decidida y más peligrosa. Puede observarse también que el apóstol trata el caso de los tesalonicenses con mucho del mismo razonamiento con que trata el de los corintios, es decir, con una apelación al hecho de la resurrección de Cristo: "Si creemos que Cristo murió y resucitó", etc. (1 Tes. 4:14). Ambos casos, pues, son muy similares, si no precisamente paralelos. Podemos imaginar fácilmente que, para los primeros cristianos, que a menudo sufrían encarnizada persecución, y que observaban ávidamente esperando la venida del Señor, debe haber sido un doloroso chasco ser arrebatados por la muerte antes del cumplimiento de sus esperanzas. Añádase a esto la dificultad que la idea de la resurrección de los muertos presentaría naturalmente a los conversos gentiles (1 Cor. 15:35). Era una doctrina de la cual se burlaban los filósofos de Atenas; que hizo exclamar a Festo: "Estás loco, Pablo", y que los científicos de aquel tiempo declararon absurda, una cosa "imposible hasta para Dios".

Hasta aquí la probable naturaleza y el probable origen de este error de los corintios. Al combatirlo, el apóstol atribuye la gloriosa bienaventuranza de la resurrección a la interposición mediadora de Cristo. Es parte de los beneficios que surgen de la obra redentora. Así como el primer Adán trajo la muerte, el segundo Adán trae la vida; y, como garantía de la resurrección de su pueblo, Él mismo resucitó de entre los muertos, y se convirtió en las primicias de la gran cosecha de la tumba.

Pero hay un debido orden y una debida sucesión en esta nueva vida del futuro. Así como las primicias preceden y predicen la cosecha, la resurrección de Cristo precede y garantiza la resurrección de su pueblo. "Cristo, las primicias, luego los que son de Cristo EN SU VENIDA".

Esta es una declaración de lo más importante, y afirma sin ambigüedades lo que es, de hecho, la enseñanza uniforme del Nuevo Testamento, de que la parusía debía ser seguida inmediatamente por la resurrección de los muertos durmientes. Él viene "para despertar a los que duermen". La primera epístola a los tesalonicenses proporciona el hiato que el apóstol deja aquí: "Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor" (1 Tes. 4:16,17).

En el pasaje que tenemos delante, el apóstol no entra en esos detalles; argumenta a favor de la resurrección, y se detiene bruscamente en ese punto en cuanto al presente, añadiendo sólo las significativas palabras: "Luego el fin" [], como diciendo: "Este es el fin"; "Hecho está"; "El misterio de Dios está consumado".

Pero podemos aventurarnos a preguntar: "¿Qué es este fin?" No es un término nuevo, sino una frase familiar con la cual nos hemos encontrado a menudo antes, y con la cual nos encontraremos a menudo nuevamente. Si regresamos al discurso profético de nuestro Señor, encontramos casi las mismas significativas palabras: "Entonces vendrá el fin" [] (Mat. 24:14), y ellas nos proporcionan la clave del significado aquí. Contestando la pregunta de los discípulos: "Dinos, ¿cuándo serán estas cosas, y qué señal habrá de tu venida, y del fin del mundo?", nuestro Señor especifica ciertas señales, como la persecución y el martirio de algunos de los discípulos mismos; el enfriamiento y la apostasía de muchos; la aparición de falsos profetas y engañadores; y, por último, la proclamación general del evangelio por todas las naciones del imperio romano; y "entonces", declara, "vendrá elfin". ¿Puede haber la más ligera duda de que el , de la profecía es el , de la epístola? ¿O puede haber duda de que ambos son idénticos al , en la pregunta de los discípulos? (Mat. 24:3). Pero hemos visto que esta última frase se refiere, no al "fin del mundo", ni a la destrucción de la tierra material, sino al fin de la época, o dispensación, que en ese momento estaba a punto de expirar. Concluimos, pues, que "el fin" del cual habla Pablo en 1 Cor. 15:24 es la misma y grande época que tan continua y prominentemente se mantiene a la vista tanto en los evangelios como en las epístolas, cuando todo el sistema civil y eclesiástico de Israel, con su ciudad, su templo, su nacionalidad, y su ley fueron barridos de la existencia por una tremenda oleada de juicio.

Esta visión del "fin", en referencia a la terminación de la economía o era judía, parece proporcionar una solución satisfactoria de un problema que ha causado mucha perplejidad a los comentaristas, o sea, la entrega del reino por parte de Cristo. El apóstol la expresa dos veces, como uno de los grandes acontecimientos que acompañan a la parusía, cuando el Hijo, habiendo puesto bajo sus pies todo dominio, toda autoridad y potencia "entregue el reino al Dios y Padre" (vers. 24, 28). ¿Qué reino? No hay duda de que es el reino que el Cristo, el Rey ungido, se encargó de administrar como representante y vicerregente de su Padre, es decir, el reino teocrático, con cuya soberanía Él fue solemnemente investido, según la declaración de Salmos 2: "Pero yo he puesto mi rey sobre Sión, mi santo monte. Yo publicaré el decreto; Jehová me ha dicho: Mi hijo eres tú; yo te engrendré hoy" (Sal. 2:6,7). Esta soberanía mesiánica, o teocracia, llegó a su fin cuando el pueblo que era súbdito suyo cesó de ser la nación del pacto; cuando el pacto fue disuelto de hecho, y la estructura y el aparato enteros de la administración teocrática fueron abolidos. Qué más razonable que el Hijo entonces "entregase el reino", habiendo sido satisfechos los propósitos de su institución, y habiendo sido reemplazado su limitado carácter local y nacional por un sistema mayor y universal, el ',' o nuevo orden de un "mejor pacto".

Esta entrega del reino al Padre en la parusía - al final de la época - está representada como consecuente con el sometimiento de todas las cosas a Cristo, el Rey teocrático. Esto no puede referirse a las conquistas amables y pacíficas del evangelio, la reconciliación de todas las cosas a Él: el lenguaje implica una conquista violenta y victoriosa sobre potencias hostiles: "Porque preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies". Quiénes pueden ser esos enemigos puede inferirse de la historia final de la teocracia. Incuestionablemente, la más formidable oposición al Rey y al reino se encontró en el corazón de la nación teocrática misma, los principales sacerdotes y las autoridades del pueblo. Las más altas autoridades y los dirigentes de la nación eran los enemigos más encarnizados del Mesías. Era un antagonismo nacional, no extranjero - una enemistad de los judíos, no de los gentiles - lo que rechazó y crucificó al Rey de Israel. El procurador romano no fue sino un instrumento de mala gana en las manos del Sanedrín. Eran el gobierno judío, la autoridad judía, el poder judío, los que incesante y sistemáticamente perseguían a la secta de los nazarenos con la más persistente malignidad, y éstos eran el "dominio, la autoridad, y potencia" que, por medio de la destrucción de Jerusalén y la extinción del estado judío, fueron "puestos bajo sus pies" y aniquilados. Las terribles escenas de la guerra final, especialmente del sitio y la captura de Jerusalén, nos muestran lo que implica esta subyugación de los enemigos de Cristo. "Y también a aquellos mis enemigos que no querían que yo reinase sobre ellos, traedlos acá, y decapitadlos delante de mí" (Luc. 19:27).

Pero, ¿qué diremos de la destrucción del "postrer enemigo, la muerte"? ¿No es fatal para esta interpretación el hecho de que ella nos requiera poner la abolición del dominio de la muerte, y la resurrección, en el pasado, y no en el futuro? ¿No contradice esto los hechos y el sentido común, y por consiguiente, no revela la falacia de la explicación entera? Por supuesto, si el lenguaje del apóstol sólo puede significar que, en la parusía, al dominio de la muerte sobre todos los hombres se le puso fin en todas partes y para siempre, se deduce que, o que él estaba errado al hacer semejante aserto, o que la interpretación que le hace decir esto está errada. Que él afirma que, en la parusía (el tiempo que es defendido incontrovertiblemente en el Nuevo Testamento como contemporáneo con la destrucción de Jerusalén), la muerte será destruida, es lo que nadie puede negar en toda justicia; pero no se deduce que hemos de entender esa expresión en un sentido absolutamente ilimitado y universal. La raza humana no dejó de existir en sus condiciones terrenales actuales a la destrucción de Jerusalén; el mundo no llegó a su fin en ese entonces; los hombres continuaron naciendo y muriendo según las leyes de la naturaleza. ¿Qué ocurrió entonces? Debemos concebir aquel período como el fin de una época, o edad; el fin de una gran era; la conclusión de una dispensación, y el juicio de los que habían sido puestos bajo aquella dispensación. La totalidad de los sujetos a aquella dispensación (el reino de los cielos), tanto los vivos como los muertos, debían, según la representación de Cristo y sus apóstoles, ser convocados delante del Rey teocrático sentado en el trono de su gloria. Aquel era el período predicho y señalado de aquella gran transacción judicial que se nos presenta en la descripción parabólica de las ovejas y los cabritos (Mat. 25:31, etc)., cuyas señales externas y visibles qudaron estampadas indeleblemente en los anales del tiempo por la terrible catástrofe que borró a Israel de su lugar entre las naciones de la tierra.

Es verdad que los acompañamientos espirituales e invisibles de aquel juicio no han sido registrados por los historiadores, porque los sentidos humanos no podían comprenderlos ni verificarlos; pero, ¿qué cristiano puede vacilar en creer que, contemporáneamente con el juicio externo de lo visto, había un juicio correspondiente de lo no visto? Tal, por lo menos, es la inferencia que se puede deducir correctamente de las enseñanzas del Nuevo Testamento. Que en la gran época de la parusía los muertos y los vivos - no de la raza humana entera, sino los súbditos del reino teocrático - debían ser reunidos delante del tribunal del juicio, lo afirman claramente las Escrituras; siendo los muertos resucitados, y los vivos experimentando una transformación instantánea. De este llamado de los muertos a la vida - la resurrección de los que, durante el reino teocrático, habían sido víctimas y cautivos de la muerte - concebimos que consiste la "destrucción" de la muerte a la que se refiere Pablo. Sobre ellos perdió la muerte su dominio; "los espíritus encarcelados" fueron liberados de la custodia de su inexorable tirano; y ellos, siendo levantados de los muertos, "no morirían más". "La muerte no tendría más poder sobre ellos". Que esto está en perfecta armonía con la enseñanza de las Escrituras sobre este misterioso tema, y de hecho explica lo que ninguna otra hipótesis puede explicar, aparecerá más completamente más adelante. Mientras tanto, puede observarse que expresiones como la "destrucción" o la "abolición" de la muerte no siempre implican la terminación total y final de su poder. Leemos que "Jesucristo quitó la muerte" (2 Tim. 1:10). Cristo mismo declaró: "El que guarda mi palabra, nunca verá muerte" (Juan 8:51); "Todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente" (Juan 11:26). Debemos interpretar la Escritura de acuerdo con la analogía de la Escritura. Todo lo que podemos afirmar correctamente con respecto a la "destrucción de la muerte" en el pasaje que tenemos delante es que es coextensivo a todos los que, en la parusía, fueron resucitados de entre los muertos.  A esto parece referirse nuestro Señor en su respuesta a los saduceos: "Mas los que fueren tenidos por dignos de alcanzar aquel siglo y la resurrección de entre los muertos, ni se casan ni se dan en casamiento. Porque no pueden ya más morir, pues son iguales a los ángeles", etc. (Lucas 20: 35,36). Para ellos, la muerte está destruida; para ellos la muerte es sorbida en victoria. Así, el argumento del apóstol en los versículos 26, 54, y los siguientes en realidad no afirman más que esto: Para los resucitados de entre los muertos, no hay más sujeción a la muerte; la liberación de su esclavitud es completa; el aguijón ha sido quitado; el poder de la muerte ha terminado; ellos pueden exclamar: ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? Así como "Cristo, habiendo resucitado de entre los muertos, no muere más, la muerte ya no tiene más dominio sobre él", así también, en la parusía, su pueblo fue emancipado para siempre de la cárcel de la tumba; "y el postrer enemigo que será destruido, para ellos, es la muerte".

LOS VIVOS (SANTOS)  TRANSFORMADOS
DURANTE LA PARUSÍA

1 Cor. 15:51. "He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles y nosotros seremos transformados".
Esta declaración suple lo que faltaba en la declaración hecha en el vers. 24, y pone el todo en armonía con 1 Tesa. 4:17. El lenguaje de Pablo implica que estaba comunicando una revelación que era nueva, y que presumiblemente se le había hecho a él mismo. No puede decirse que se deriva de ningún pronunciamiento del Salvador que haya sido registrado, ni encontramos ninguna declaración correspondiente en ningún otro escrito apostólico. Pero la pregunta para nosotros es: ¿A quiénes se refiere al apóstol cuando dice: "No todos dormiremos", etc.? ¿Es a ciertas personas hipotéticas que vivirían en alguna época o algún tiempo distante, o está pensando en los corintios y en él mismo? ¿Por qué pensaría en el futuro distante cuando es seguro que él consideraba la parusía como inminente? ¿Por qué no se refería a él mismo y a los corintios cuando su común esperanza y expectación era que vivirían para presenciar la parusía? No hay una razón concebible, pues, de por qué se apartó de la correcta fuerza gramatical del lenguaje. Cuando el apóstol dice "nosotros", sin duda quiere decir los cristianos de Corinto y él mismo. Alford aprueba esta conclusión plenamente: "Nosotros los que vivimos y quedamos hasta la venida del Señor" - en cuyo número el apóstol creía firmemente que él mismo debía estar. (Véase 2 Cor. 5:1 y ss. Y las notas)".

La revelación, pues, que el apóstol comunica aquí, el secreto concerniente al futuro destino de ellos, es este: Que no todos ellos tendrían que pasar la dura prueba de la muerte, sino que aquellos de ellos que tuvieran el privilegio de vivir hasta la parusía sufrirían una transformación por medio de la cual estarían preparados para entrar al reino de Dios, sin experimentar los dolores de la disolución. Acababa de explicar (vers. 50) que los cuerpos materiales y corruptibles de carne y sangre no podían, en la naturaleza de las cosas, ser aptos para un estado espiritual y celestial de la existencia: "Carne y sangre no pueden heredar el reino de Dios". De aquí la necesidad de que lo material y corruptible sea transformado en lo inmaterial e incorruptible. Aquí es importante observar la representación de la verdadera naturaleza del "reino de Dios". No es "el evangelio"; ni la "dispensación cristiana"; ni ningún estado terrenal de cosas en absoluto, sino un estado celestial, en el cual carne y sangre no pueden entrar.

La suma de todo esto es que el apóstol evidentemente contempla el suceso del cual está hablando como cercano y a las puertas: ha de ocurrir en sus propios días, antes de que expire el término natural de la vida. ¿Y no es esto precisamente lo que hemos encontrado en todas las referencias del Nuevo Testamento al tiempo de la parusía? De ese suceso nunca se habla como si estuviera distante, sino siempre como inminente. Se mira hacia él, se vela por él, se le espera. Algunos hasta se apresuran a llegar a la conclusión de que ha llegado, pero su precipitud es detenida por el apóstol, que demuestra que ciertos antecedentes tienen que ocurrir primero. Llegamos a la conclusión, pues, de que, cuando Pablo dijo: "No todos dormiremos", se refería a sí mismo y a los cristianos de Corinto, los cuales, cuando recibieron esta carta y leyeron estas palabras, sólo pudieron interpretarlas de una manera, es decir, que muchos, quizás la mayoría, posiblemente todos ellos, vivirían para presenciar la consumación de lo que él predijo.

Pero se repetirá la objeción: ¿Cómo podría tener lugar todo esto sin que se notase o se registrase? Primero, en relación con la resurrección de los muertos, debe considerarse cuán poco sabemos de sus condiciones y características. ¿Tiene que ser observada? ¿Tiene que ser cognoscible por los órganos materiales? "Resucitará cuerpo espiritual". ¿Puede un cuerpo espiritual ser visto, tocado, manipulado? No estamos seguros de que el ojo pueda ver lo espiritual, o de que la mano pueda asir lo inmaterial. Por el contrario, la presunción y las probabilidades son de que no. Toda esta resurrección de los muertos y la transmutación de los vivos tienen lugar en la región de lo espiritual, a la cual los espectadores e informadores terrenales no pueden entrar, y no podrían ver nada si entraran. Puede necesitarse un milagro para permitir que el ojo vea lo invisible sin ayuda. El profeta vio en Dotán el monte lleno de "carruajes de fuego, y caballos de fuego", pero el siervo del profeta no veía nada, hasta que Eliseo oró: "Señor, abre sus ojos, para que vea" (2 Reyes 6:17). El primer mártir cristiano, lleno del Espíritu Santo, "vio la gloria de Dios, y a Jesús de pie a la diestra de Dios", pero ninguno de entre la multitud que le rodeaba contempló esta visión (Hechos 7:56). En el camino a Damasco, Saulo de Tarso vio "a Aquél", pero sus compañeros de viaje no vieron a nadie (Hechos 9:7). No es improbable que los conceptos tradicionales y materialistas de la resureección - tumbas que se abren y cuerpos que emergen - prejuicien la imaginación sobre este tema, y nos hagan pasar por alto el hecho de que nuestros órganos materiales pueden aprehender sólo objetos materiales.

Segundo, en relación con la transformación de los santos vivos - a la cual se refiere el apóstol como instantánea, "en un momento, en un abrir y cerrar de ojos" - es difícil entender cómo una transición tan rápida pueda ser objeto de observación. Lo único que sabemos de la transformación es su inconcebible rapidez. No sabemos nada de qué residuo deja tras de sí; qué disipación o qué resolución queda de la substancia material. Pues que nada sabemos, puede realizarse la imaginación del poeta:

"Oh, la hora en que esto material se desvanezca como nube".
Todo lo que sabemos es que, "en un momento, en un abrir y cerrar de ojos", el cambio se habrá completado; "esto corruptible se habrá vestido de incorrupción, esto mortal se habrá vestido de inmortalidad, y sorbida habrá sido la muerte en victoria".

Entonces, ¿qué impide llegar a la conclusión de que tales sucesos puedan haber tenido lugar sin ser observados ni registrados? No hay nada antifilosófico, irracional, ni imposible en esta suposición. Menos todavía. No hay en ello nada antibíblico, y esto es todo de lo cual tenemos que preocuparnos. "¿Qué dicen las Escrituras?" ¿Afirma claramente o da a entender el lenguaje de Pablo que todo esto sólo está a punto de tener lugar, dentro de su propia vida y de la de aquellos a los cuales escribe? Ninguna mente sincera y desapasionada negará que es así. Ya sea que esté en lo cierto o que esté equivocado, el apóstol confía en esta representación de la venida de Cristo, la resurrección de los muertos, y la transformación de los santos vivos, dentro de la vida natural de los corintios y de él mismo. Se nos presenta, pues, este dilema:

1. O el apóstol fue guiado por el Espíritu de Dios, y los sucesos que él
    predijo ocurrieron; o

2. El apóstol estaba equivocado en su creencia, y estas cosas nunca
    ocurrieron.


LA PARUSÍA Y LA "FINAL TROMPETA"

Hay todavía una circunstancia en esta descripción que debe ser examinada, pues tiene que ver con la cuestión del tiempo. La transformación que se dice que experimentarían "nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado hasta la venida del Señor", sigue inmediatamente a la señal de "la final trompeta". Es notable que hay otros dos pasajes que conectan el gran acontecimiento de la parusía, y sus transacciones concomitantes, con el sonido de una trompeta. "Y enviará sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán a sus escogidos", etc. (Mat. 24:31). Así también Pablo en 1 Tesa. 4:16: "Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios", etc. Pero surge la pregunta: ¿Por qué la final trompeta? Este epíteto necesariamente sugiere otras trompetas o señales precedentes, y se nos recuerda irresistiblemente la visión apocalíptica, en la cual siete ángeles son representados como haciendo sonar otras tantas trompetas, cada una de las cuales es la señal para el derramamiento de juicios y ayes sobre la tierra. Por supuesto, la séptima trompeta es la última, y es una cuestión interesante qué conexión puede haber entre la revelación en la epístola y la visión en Apocalipsis. Alford (en oposición a Olshausen) considera que es un refinamiento de la palabra final para identificarla con la séptima trompeta del Apocalipsis; pero su propia sugerencia, de que es la final "en un sentido amplio y popular" parece mucho menos satisfactoria. En esta etapa, nos abstenemos de entrar en una discusión de los símbolos apocalípticos, pero nos contentamos con la sola observación de que el sonar de la séptima trompeta en Apocalipsis está en realidad conectada con el tiempo del juicio de los muertos
(Apoc. 11:18).

El tema entero aparecerá delante de nosotros en una etapa subsiguiente de la investigación, y ahora seguimos adelante, sólo tomando nota del hecho de que aquí encontramos un enlace indubitable entre el elemento profético en las epístolas y el de Apocalipsis.

LA CONTRASEÑA APOSTÓLICA:
MARANATHA, EL SEÑOR VIENE

1 Cor. 16:22.- "Maranatha" [El Señor viene].

El argumento entero a favor de la anticipada cercana aproximación de la parusía queda remachado por la última palabra del apóstol, que viene con tanto mayor peso cuanto que fue escrito de su puño y letra, y transmite en una palabra la esencia concentrada de su exhortación - "Maranhata, el Señor viene". Esta palabra equivale a libros enteros. Es la contraseña que el apóstol hace pasar a lo largo de la línea de las huestes cristianas; el grito de reunión que inspiró valor y esperanza en cada corazón. "¡El Señor viene!" No habría tenido ningún sentido si el acontecimiento al cual se refiere fuese distante o dudoso; toda su fuerza reside en su certeza y en su cercanía. "Una contraseña de peso", dice Alford, "que tiende a recordarles la cercanía de su venida, y el deber de ser encontrados listos para ella". Hengstenberg ve en ella una obvia alusión a Mal. 3:1. "Vendrá súbitamente a su templo el Señor a quien buscáis ... He aquí viene, ha dicho Jehová de los ejércitos". "La palabra Maranatha, que llama tanto la atención en una epístola escrita en griego, y para griegos, es en sí misma suficiente indicación de un fundamento en el Antiguo Testamento. La retención de la forma aramea sólo puede explicarse con la suposición de que era una especie de contraseña común a todos los creyentes; y ninguna expresión podría haber llegado a ser tan usada si no hubiese sido tomada de las Escrituras. Apenas puede haber alguna duda de que fue tomada de Mal. 3:1". Podemos añadir que la ocurrencia de esta palabra aramea en una epístola griega indica la existencia de un fuerte elemento judío en la iglesia de Corinto. Esto ocurría probablemente en todas las iglesias gentiles; la sinagoga era el núcleo de la congregación cristiana, y sabemos que en Corinto era así especialmente: Justo, Crispo, y Sóstenes pertenecieron a la sinagoga antes de pertenecer a la iglesia; y en realidad, esto explica lo que de otro modo parecería una dificultad - el interés directo de la iglesia de Corinto en la gran catástrofe, el asiento y el centro de la cual era Judea.

LA SEGUNDA EPÍSTOLA A
LOS CORINTIOS

ANTICIPACIÓN DEL "FIN" Y DEL "DÍA DEL SEÑOR"

2 Cor. 1:13, 14. "Hasta el fin"; "el día del Señor Jesús".
"El fin" (ver. 13) no significa "el fin de mi vida", como dice Alford. Es la gran consumación que el apóstol siempre mantiene a la vista, la meta a la cual avanzaban tan rápidamente tiene un significado definido y reconocido en el Nuevo Testamento, como puede verse mediante la referencia a pasajes como Mat. 24:6,14; 1 Cor. 15:24; Heb. 3:16; 6:11, etc.

En el ver. 14, encontramos que Pablo espera la venida del Señor como un tiempo de gozosa recompensa para los fieles siervos de Dios, un tiempo que estaba tan cercano que, como les había dicho en su anterior epístola, los juicios y las censuras sobre los humanos podrían muy bien ser aplazados hasta su llegada (1 Cor. 4:5). Cuando llegara ese día, el apóstol y sus conversos se regocijarían los unos con los otros. ¿Puede suponerse que él podría pensar en ese día de otro modo que como muy cercano? ¿Tiene todavía que comenzar ese regocijo? Porque, si el día del Señor estuviera todavía en el futuro, también debería estarlo el regocijo.

LOS MUERTOS EN CRISTO HAN DE SER PRESENTADOS
JUNTO CON LOS VIVOS EN LA PARUSÍA

2 Cor. 4:14. "Sabiendo que el que resucitó al Señor Jesús a nosotros también nos resucitará con Jesús, y nos presentará juntamente con vosotros".
Ahora entramos en una afirmación de lo más importante, que merece especial atención. Quizás su verdadero significado ha sido oscurecido un poco al considerarlo como una proposición general, en vez de algo personal para el apóstol mismo. Conybeare y Howson observan:
"Se ha causado gran confusión en muchos pasajes al no traducir, de acuerdo con su verdadero significado, en la primera persona singular;  pues así a menudo sucede que lo que Pablo habló individualmente, aparece ante nosotros como si fuese una verdad general; casos como éste ocurren repetidamente en la Epístola a los Corintios, especialmente en la Segunda. Proponemos, pues, cambiar el pronombre nosotros en este pasaje por el pronombre yo".
Ya hemos visto (1 Tes. 4:15 y 1 Cor. 15:51) que el apóstol acariciaba la esperanza de que él mismo estaría entre los "vivos", que quedarían "hasta la venida del Señor". En esta epístola, sin embargo, parece como si esta esperanza en relación con él mismo hubiese sido sacudida un poco. Su experiencia en el intervalo entre la primera epístola y la segunda había sido tal que le llevó a temer una muerte súbita. (Véase cap. 1:8, etc.). Su "tribulación en Asia" le había hecho perder la esperanza de vivir, y probablemente pensaba que no podría calcular escapar a la maligna hostilidad de sus enemigos por mucho más tiempo. Ahora tenía "la sentencia de muerte en sí mismo"; llevaba "en su cuerpo la muerte del Señor Jesús", y pensaba que sería "siempre entregado para muerte por amor a Jesús".

Pero esta anticipación no disminuyó la confianza con la cual esperaba el futuro; porque, aunque muriese antes de la parusía, no por eso perdería su parte en los triunfos y las glorias de ese día. Se le aseguró que "el que levantó al Señor Jesús también le levantaría a él por medio de Jesús, y le presentaría junto con los santos que estuviesen vivos que sobrevivieran a ese período. Él no estaría ausente del gran acontecimiento a la venida del Señor (2 Tes. 2:1), sino que sería "presentado", junto con sus amigos de Corinto y de otros lugares, "ante la presencia de su gloria". De hecho, el apóstol se consuela ahora con las mismas palabras con las cuales había confortado a los desconsolados dolientes de Tesalónica. Pablo parece haber abandonado la esperanza de que él mismo viviría para presenciar la gloriosa aparición del Señor; pero no estaba menos persuadidos de que no sufriría ninguna pérdida si tenía que morir; porque, como les había enseñado a los tesalonicenses, "traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él", y los santos vivos no tendrían en aquel día ninguna ventaja sobre los que dormían (1 Tes. 4:14,15).

 

EXPECTATIVA DE LA FUTURA
BIENAVENTURANZA EN LA PARUSÍA

2 Cor. 5:1-10. "Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos. Y por esto también gemimos, deseando ser revestidos de aquella nuestra habitación celestial; pues aquí seremos hallados vestidos, y no desnudos. Porque asimismo los que estamos en este tabernáculo gemimos con angustia; porque no quisiéramos ser desnudados, sino revestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida. Mas el que nos hizo para esto mismo es Dios, quien nos ha dado las arras del Espíritu. Así que vivimos confiados siempre, y sabiendo que entre tanto que estamos en el cuerpo, estamos ausentes en el Señor (porque por fe andamos, no por vista); pero confiamos, y más quisiéramos estar ausentes del cuerpo, y presentes al Señor. Por tanto procuramos también, o ausentes o presentes, serle agradables. Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo".
Este es el relato más completo que tenemos de la misteriosa transición que el espíritu humano experimenta cuando abandona su morada terrenal y entra al nuevo organismo preparado para recibirle en el mundo eterno. Llega a nosotros respaldado por la más alta autoridad - es la profesión de su fe hecha por un apóstol inspirado -, uno que podía decir: "Yo sé". Es la declaración de esa esperanza lo que sostenía a Pablo, y sin duda también a la fe común de la iglesia cristiana entera. Sin embargo, el pasaje debería ser estudiado desde el punto de vista del apóstol, como su personal expectación y esperanza.

Obsérvese la forma de la afirmación - es más bien hipotética que afirmativa: "Si este tabernáculo terrestre se disuelve", etc. Esta no es la manera en que un cristiano hablaría en la actualidad con respecto a la posibilidad de morir; no habría ningún "si" en su pronunciamiento, pues, ¿qué más cierto que la muerte? Diría: "Cuando este tabernáculo terrestre sea enterrado", etc., no "si sucediese", etc. Pero no así el apóstol; para él la muerte era un acontecimiento problemático; creía que muchos, quizás la mayoría, de los fieles de sus días jamás sufrirían el cambio de la disolución; no estarían desnudados, esto es, incorpóreos, sino que estarían "vivos y quedarían hasta la venida del Señor". Quizás en este momento comenzaba a tener dudas con respecto a su propia supervivencia; pero, entonces, ¿qué? Aunque la morada terrenal de su cuerpo se disolviera, sabía que había provista para él habitación divinamente preparada, o un vehículo del alma; una mansión indestructible y celestial, no hecha de manos; un cuerpo no material, sino espiritual. Encontraba que su actual residencia en el cuerpo de carne y sangre estaba acompañada de tristeza y sufrimiento, bajo cuya carga a menudo gemía, y la liberación de la cual ansiaba, deseando fervientemente ser revestido de la vestidura celestial que le esperaba en lo alto (ver. 2). El concepto pagano de un espíritu incorpóreo, un fantasma desnudo y tembloroso, era extraño a las ideas de Pablo; su esperanza y su deseo era que pudiera ser encontrado "vestido, no desnudo"; "no ser desnudados, sino revestidos". De entre todos los comentaristas, Conybeare y Howson han captado y expresado mejor la idea del apóstol: "Si todavía soy encontrado cubierto con mi vestimenta de carne". No era la muerte, sino la vida, lo que el apóstol anticipaba y deseaba; no ser desnudado del cuerpo, sino cubierto con un organismo más excelente, y dotado de una vida más noble. Hay una inconfundible alusión en este lenguaje a la esperanza que acariciaba de escapar a la condena de la mortalidad, "no quisiéramos ser desnudados", etc., es decir, "no es que yo desee dejar el cuerpo muriendo", sino fusionar lo mortal con lo inmortal; "para que lo mortal sea absorbido por la vida".

El siguiente comentario de Dean Alford transmite bien el sentimiento de este importante pasaje:

"El sentimiento expresado en estos versículos era uno de los más naturales para quienes, como los apóstoles, consideraban la venida del Señor como cercana, y concebían la posibilidad de vivir para contemplarla. No era ningún terror a la muerte en cuanto a sus consecuencias, sino una renuencia natural a experimentar el mero acto de la muerte como tal, cuando estaba escrita la posibilidad de que este cuerpo mortal pudiera ser superpuesto por el inmortal, sin ella".
En los versículos subsiguientes, el apóstol intima su plena confianza de que, en cualquiera de las dos alternativas, ya fuera viviendo o muriendo, todo estaba bien. "Entre tanto que estamos en el cuerpo, estamos ausentes del Señor". "Más quisiéramos estar ausentes del cuerpo, y presentes al Señor". En todo caso, ya fuese presente o ausente, su gran preocupación era ser aceptado por el Señor por fin; "porque", añade, "es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo" (vers. 6-10).

Así, el apóstol trae la cuestión entera a una encrucijada personal y práctica. Todos por igual van camino al tribunal de Cristo, y allí todos se encontrarán finalmente. Algunos morirían antes de la venida del Señor, y algunos podrían vivir para presenciar ese acontecimiento; pero todos serían reunidos allí, en el tribunal, y ser aceptados y aprobados allí era, después de todo, una cuestión más importante que vivir o morir; "dormir en el Señor", o ser "transformados" sin pasar por los dolores de la disolución. El tribunal era la meta para todos ellos, y hemos visto cuán cercana e inminente se creía que era aquella comparecencia. Que toda esta fe y toda esta esperanza sinceras, acariciadas y enseñadas por los inspirados apóstoles de Cristo, fuese, después de todo, una mera falacia y un engaño, parece una intolerable suposición, fatal para la credibilidad y la autoridad de la doctrina apostólica.

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Contenido | Prefacio | Introducción | 1-1 | 1-2 | 1- 3 | 1- 4 | 1- 5 | 1-6 |1-7 | Apéndice1 |

2-8 | 2-9 | 2-10 | 2-11 | 2-12 | 2-13 | 2-14 | 2-15 | 2-16 | 2-17 | 2-18|2-19|2-20|2-21|2-22|2-23|
Apéndice 2|3-24|
3-25|3-26|3-27|3-28|3-29|3-30|3-31|Conclusión|Apéndice 3|

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