LA PARUSÍA
o
La
Segunda Venida de Nuestro Señor Jesucristo
JAMES STUART
RUSSELL
(1816-1895)
Tomado de The
Preterist
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PARTE III
La parusía en el Apocalipsis
3-25. LA PRIMERA
VISIÓN
LOS MENSAJES A LAS
SIETE IGLESIAS
Caps. 1:10-20; 2, 3.
A pesar de lo que se ha dicho con respcto a las imágenes y al
simbolismo del Apocalpsis, no hay que olvidar que, detrás de
estos símbolos, hay por todas partes un substrato de hechos y
realidades. Sólo tenemos que leer los mensajes a las siete
iglesias para descubrir que estamos en una región de hechos
verdaderos e intenso realismo. Hay tal individualidad de
carácter en los delineamientos gráficos del estado espiritual de
las siete iglesias, que no podemos dudar de que son retratos
exactos y fieles de las comunidades cristianas que describen. En
verdad, ha una extaña mezcolanza de figuras y hechos; pero no
hay ninguna dificultad en discriminar entre las unas y los
otros; o más bien, se empalman y se armonizan tan admirablemente
que cada uno presta vividez y fuerza al otro. También, la
explicación de los símbolos (ver. 20) les confiere existencias
reales: "Las siete estrellas son los ángeles de las siete
iglesias, y los siete candelabros que viste son las siete
iglesias".
Es apenas
necesario decir que no hay el más mínimo fundamento para la
absurda teoría que representa a estos delineamientos de la
condición espiritual de las siete iglesias como típicas de los
estados sucesivos o las fases sucesivas de la iglesia cristiana
en otras tantas edades futuras. Tal hipótesis es incompatible
con las expresas limitaciones de tiempo establecidas en el
contexto, e inconsistente con la distintiva individualidad de
las varias iglesias a las cuales se dirigen los mensajes. Todo
muestra que es del presente, y del futuro inmediato, de lo que
trata el Apocalipsis. Los primeros lectores de estas epístolas
deben haber sentido que se dirigían expresamente a ellos, y no a
otras personas en otro tiempo. Sin duda, es verdad que estas
epístolas describen tipos de carácter que se pueden repetir, y
se repiten, continuamente, en generaciones sucesivas; pero esto
no altera el hecho de que tenían aplicación directa y personal
para las iglesias especificadas, una aplicación que jamás
podrían tener para ninguna otra.
Intentemos,
entonces, ponernos en la siuación de aquellas iglesias
primitivas en Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis,
Filadelfia, y Laodicea. Recordemos las prominentes
características y a los actores de aquel tiempo, y consideremos
las esperanzas y los temores, los peligros y las dificultades,
que ocupaban y agitaban sus mentes. ¿No es obvio que estas cosas
deben constituir por necesidad los elementos que entran en la
composición del libro entero? Si no, no es fácil ver qué
especial interés o preocupación podría tener para sus lectores
originales, cuya bendición se pronunció para los que lo leyeran,
lo oyeran, y guardasen sus palabras. ¿Qué, pues, encontramos en
aquellos primeros días? Cristianos que sufrían y eran
perseguidos; judíos malignos y blasfemos; severos magistrados
romanos; un tirano brutal y caprichoso en el trono imperial;
entre ellos mismos, falsos maestros, apóstatas de la fe;
degeneración y defección generalizadas. Además de todo esto,
encontramos una expectativa general de una gran crisis cercana;
la convicción de que, por fin, había llegado el tiempo que a los
cristianos se les había enseñado a esperar y para el cual debían
tener esperanza; la hora de liberación de los fieles
perseguidos; el día de retribución y juicio para el enemigo y el
opresor. La consigna pasó de un hombre a otro, de una iglesia a
la otra: "¡Maranatha! El Señor está cerca. He aquí que viene. No
tardará". Sabemos de cierto que este pensamiento ardía en los
corazones de los primeros cristianos, porque se les había
enseñado a acariciarlo por medio de las instrucciones de los
apóstoles y por la promesa del Maestro. Su esperanza no era la
de los actuales cristianos - vivir en la tierra el mayor tiempo
posible, morir a avanzada edad, y después ir al cielo, a esperar
una plena y completa glorificación en algún distante período. Su
esperanza era no morir en absoluto, sino vivir para dar la
bienvenida a su Señor que regresaba, ser cubiertos con sus
vestiduras celestiales; ser arrebatados en las nubes para
encontrar al Señor en el aire; y así estar siempre con el Señor.
Tales,
incuestionablemente, eran las circunstancias, las expectativas,
y la actitud del pueblo cristiano que recibía estos mensajes del
libertador venidero por medio de su siervo Juan. Será obvio cuán
corresponde el contenido de estas epístolas a las circunstancias
de las iglesias. Hay un notable parecido común en la estructura
de las epístolas, como si hubiesen sido vaciadas en el mismo
molde o formadas según el mismo plan. Todas ellas son, de manera
natural, divisibles en siete partes:
1. El membrete.
2. El estilo o título del escritor.
3. Una declaración judicial del estado o carácter
de la iglesia a la que se
dirige el mensaje.
4. Una expresión de felicitación o de censura.
5. Una exhortación a la penitencia, o a la
perseverancia.
6. Una promesa especial "al que vence".
7. Una proclamación a todos de que deben oir lo
que el Espíritu dice a
cada una.
El punto
principal, sin embargo que nos concierne en estas epístolas a
las iglesias es que en cada una de ellas encontramos una clara
alusión a una crisis grande e inminente, en que se ha de
administrar recompensa o castigo a cada uno según su obra. Nadie
puede dejar de impresionarse con las indicaciones de que una
esperada catástrofe está cercana. A Éfeso se le dice: "Vendré
pronto a tí" (2:5); a Esmirna, "Sufrirás tribulación durante
diez días" (2:10); a Pérgamo, "Vendré a ti pronto" (2:16); a
Tiatira, "Retened lo que tenéis hasta que yo venga" (2:25); a
Sardis, "Vendré sobre tí como ladrón" (3:3); a Filadelfia, "He
aquí, yo vengo pronto" (3:11); a Laodicea, "He aquí, yo estoy a
la puerta y llamo" (3:20). Es imposible concebir que estas
urgentes advertencias no tuviesen ningún significado especial
para aquéllos a quienes estaban dirigidas; que no significasen
para ellos más que lo que significan para nosotros; que se
refieran a una consumación que no ha tenido lugar todavía. Esto
sería privar a las palabras de todo significado. ¿Qué puede ser
más evidente que, en estos pronunciamientos cortos, directos, y
epigramáticos, todo es intensamente evidente, apremiante,
vehemente, como si no debiera perderse ni un momento, y la
negligencia pudiera ser fatal? Pero, ¿cómo podría ser
consistente esta apasionada urgencia con una consumación lejana,
que podría ocurrir en algún distante período de tiempo, que
después de mil ochocientos años está todavía en el futuro? ¿Por
qué recurrir a una explicación tan poco natural y tan
insatisfactoria cuando sabemos que hubo una consumación predicha
y esperada que habría de tener lugar en los días en que
florecieron estas iglesias? Concluimos, pues, que el período de
recompensa y retribución al que se refieren estas epístolas a la
iglesias era el "día del Señor" que se acercaba - la parusía,
que el Salvador declaró tendría lugar antes de que pasara la
generación que presenció sus milagros y rechazó su mensaje.