LA PARUSÍA
O
La Segunda Venida de
Nuestro Señor Jesucristo
James Stuart Russell
(1816-1895)
Tomado de The
Berean
Bible Church
2-9. LA PARUSÍA EN LAS
EPÍSTOLAS APOSTÓLICAS
Introducción
Hemos visto cómo
la parusía, o venida de Cristo, está difundida en los evangelios
de principio a fin. La encontramos claramente anunciada por Juan
el Bautista al comienzo mismo de su ministerio, y es el último
pronunciamiento de Jesús registrado por Juan. Entre estos dos
puntos, encontramos constantes referencias al suceso en varias
formas y en varias ocasiones. También hemos visto que la parusía
está asociada generalmente con el juicio; esto es, el juicio de
Israel y la destrucción del templo y la ciudad de Jerusalén. La
razón de esta asociación de la venida de Cristo con el juicio de
Israel es muy evidente. La parusía era el suceso culminante en
lo que puede llamarse la historia mesiánica, o el gobierno
teocrático del pueblo judío. La encarnación y la misión del Hijo
de Dios, aunque tenían una relación general con la raza humana
entera, tenía al mismo tiempo una relación especial y peculiar
con la nación del pacto, los hijos de Abraham. Cristo era en
verdad el "segundo Adán", la nueva Cabeza y el nuevo
Representante de la raza, pero, antes de eso, era el Hijo de
David y el Rey de Israel. Su propia y declarada visión de su
misión era que era, primero que todo, especial para el pueblo
escogido: "No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa
de Israel" (Mat. 15:24). El título mismo que reclamaba para sí,
"Cristo", el Mesías, o el Ungido, indicaba su relación con el
judaísmo y la teocracia, porque le reconocía como verdadero Rey,
venido en la plenitud del tiempo "a los suyos", para tomar
posesión del trono de su padre David. Este especial carácter
judaico de la misión del Señor Jesús es constantemente
reconocido en el Nuevo Testamento, aunque es ignorado por los
teólogos y casi olvidado por los cristianos en general. Pablo
hace mucho énfasis en esto.
"Pues os digo que
Cristo Jesús vino a ser siervo de la circuncisión para
mostrar la verdad de Dios, para confirmar las promesas hechas a
los padres" (Rom. 15:8); y, podríamos muy bien añadir: "para
cumplir las amenazas" también. La frase "el reino de Dios" es
claramente una idea mesiánica y teocrática, y hace referencia
especial y única a Israel, sobre el cual el Señor era Rey, en
cierto sentido peculiar a esa nación solamente (Deut. 7:6; Amós
3:2). Veremos que "el reino de Dios" está representado como
llegando a su consumación en el período de la destrucción de
Jerusalén.
Ese suceso marca
el desenlace del gran plan de la providencia, o economía,
divina, como se le llama, que comenzó con el llamado de Abraham
y estuvo en operación durante dos mil años. Podemos considerar
ese plan, la dispensación judía, no sólo como un importante
factor en la educación del mundo, sino también como un
experimento, a gran escala y bajo las más favorables
circunstancias, para, si fuere posible, formar un pueblo para el
servicio, y el temor, y el amor de Dios; una nación modelo, cuya
influencia moral podría bendecir al mundo. En algunos respectos,
sin duda, fue un fracaso, y su fin fue trágico y terrible; pero
lo que es importante que notemos, en relación con esta
investigación, es que la relación entre Cristo, el Hijo de David
y Rey de Israel, con la nación judía explica la prominencia que
los evangelios dan a la parusía, y los sucesos que la
acompañaron, como poseedores de una relación especial con aquel
pueblo. El no prestar atención a esto ha engañado a muchos
teólogos y comunicadores. Han leído "el planeta tierra", donde
sólo se quería decir "el territorio"; "la raza humana", cuando
sólo se quería decir "Israel"; "el fin del mundo", donde se
aludía al "fin de la era o dispensación". Al mismo tiempo, sería
un grave error subestimar la importancia y la magnitud del
suceso que tuvo lugar en la parusía. Fue una gran época en el
gobierno divino del mundo: el fin de una economía que había
durado dos mil años; la terminación de un eón y el comienzo de
otro; la abrogación del "antiguo orden" y la inauguración del
nuevo. Es, sin embargo, su especial relación con el judaísmo lo
que da a la parusía su principal significado e importancia.
Pasando de los
evangelios a las epístolas, encontramos que la parusía ocupa un
lugar conspicuo en las enseñanzas y los escritos de los
apóstoles. Es natural y razonable que fuese así. Si su Maestro
les enseñó durante su vida que vendría otra vez; que algunos de
ellos vivirían para verle regresar; si, en su conversación de
despedida con ellos en la cena pascual Él se espació en lo corto
del intervalo de su ausencia, y lo llamó "un poco"; si, a su
ascensión, los mensajeros divinos les habían asegurado que Él
vendría otra vez como le habían visto irse, sería realmente
extraño que hubiesen olvidado o perdido de vista la inspiradora
esperanza de una pronta reunión con el Señor. Ciertamente, a
menudo expresan la esperanza de su venida. Esa esperanza era la
estrella matutina y la alborada que les alegraba en la noche
tenebrosa de tribulación a través de la cual tenían que pasar;
se consolaban los unos a los otros con la consigna familiar: "El
Señor está a las puertas". Sentían que, en cualquier momento, su
esperanza podía convertirse en realidad. La esperaban, la
buscaban, la anhelaban, y se exhortaban los unos a los otros a
velar y a orar. Eso les había mandado el Señor, y eso hacían.
¿Podrían estar equivocados? ¿Es posible que acariciaran
ilusiones sobre este tema? ¿Podrían haber malentendido las
enseñanzas del Señor? Si esto era posible, estremecería los
fundamentos de nuestra fe. Si los apóstoles podían estar en
error con respecto a un hecho sobre el cual ellos tenían el más
amplio medio de información, y sobre el cual profesaban hablar
con autoridad como órganos de inspiración divina, ¿qué confianza
podía tenérseles con respecto a otros temas, que por su
naturaleza eran obscuros, abstrusos, y misteriosos? 2 Nadie que tenga
alguna fe en la certeza que el Salvador dio a sus discípulos de
que enviaría al Espíritu Santo "para guiarles a toda verdad" y
para "recordarles todas las cosas que les había dicho" puede
dudar que la autoridad con que los apóstoles hablaban
concerniente a la parusía es igual a la de nuestro Señor mismo.
La hipótesis de que puede hacerse una distinción entre lo que
ellos creían y enseñaban sobre este tema, y lo que creían y
enseñaban sobre otros temas, no soporta ni el más ligero examen.
La totalidad de la enseñanza de los discípulos descansa en el
mismo fundamento, y ese fundamento es el mismo sobre el cual
descansa la doctrina de Cristo mismo.
Ahora procedemos a
examinar las referencias a la parusía contenidas en las
epístolas de Pablo, considerándolas en orden cronológico, hasta
donde se puede establecer.
LA PARUSÍA EN LAS EPÍSTOLAS
A LOS TESALONICENSES
LA PRIMERA EPÍSTOLA A
LOS TESALONICENSES
Se cree
generalmente que ésta es la primera de todas las epístolas
apostólicas, y su fecha es asignada al año 52 d. C., dieciséis
años después de la conversión de Pablo [1] y veintidós años después de la crucifixión de nuestro
Señor. Es evidente, por lo tanto, que cualesquiera sugerencias
de inexperiencia, o entusiasmo recién nacido, que sean visibles
en esta epístola y que más tarde hayan sido atenuadas por el
juicio más maduro de años subsiguientes, están bastante fuera de
lugar. No podemos detectar ninguna diferencia en la fe y la
esperanza de "Pablo el anciano" y el del "importante y poderoso"
escritor de esta epístola. Es, por lo tanto, sumamente
instructivo observar los sentimientos y las creencias que eran
manifiestamente actuales y prevalecientes en las mentes de los
primeros cristianos.
Bengel observa:
"Los tesalonicenses estaban llenos de la esperanza del
advenimiento de Cristo. Tan laudable era su posición, tan libre
y desembarazada era la regla del cristianismo entre ellos, que
cada hora podían esperar la venida del Señor Jesús". [2] Este es un extraño razonamiento. Es verdad que los
tesalonicenses estaban llenos de la esperanza de la pronta
venida de Cristo, pero, si en esta esperanza ellos estaban
engañados, ¿dónde está lo laudable de trabajar bajo un engaño?
Si era una debilidad amigable, "sancta simplicitas",
esperar el pronto regreso de Cristo, parece un pobre cumplido
alabar su credibilidad a expensas de su entendimiento.
Descubriremos, sin embargo, que los cristianos de
Tesalónica no necesitan ninguna disculpa para su fe.
LA ESPERANZA DE LA
PRONTA
VENIDA DE CRISTO
I Tes.
1:9,10. "Os convertísteis de los ídolos a Dios,
para servir al Dios vivo y verdadero, y esperar de los cielos
a su Hijo, al cual resucitó de los muertos, a Jesús, quien nos
libra de la ira venidera".
Este pasaje es
interesante en que muestra muy claramente el lugar que la
esperada venida de Cristo ocupaba en la creencia de las iglesias
apostólicas. Estaba en primera fila; era una de las principales
verdades del evangelio. Pablo describe la nueva actitud de estos
conversos tesalonicenses cuando se "volvieron de sus ídolos para
servir al Dios vivo y verdadero"; era la actitud de "esperar
a su Hijo". Es muy significativo que esta verdad
particular fuera seleccionada de entre todas las grandes
doctrinas del evangelio, y debería ser hecha la característica
prominente que distinguía a los conversos cristianos de
Tesalónica. Toda la vida cristiana está aparentemente resumida
bajo dos encabezados, uno general, el otro particular: el
primero, el servicio del Dios viviente; el segundo, la
expectativa de la venida de Cristo. Es imposible resistir la
inferencia: (1) Que esta última doctrina constituía una parte
integral de la enseñanza apostólica. (2) Que la esperanza del
pronto regreso de Cristo era la fe de los cristianos primitivos.
(3) Porque, ¿cómo iban a esperar? Seguramente, no en sus tumbas;
no en el cielo; ni en el Hades; es claro que mientras estuviesen
vivos en la tierra. La forma de expresión "esperar de los cielos
a su Hijo" manifiestamente implica que ellos, mientras
estaban en la tierra, esperaban la venida de Cristo desde
el cielo. Alford observa que "el aspecto especial de la fe de
los tesalonicenses era la esperanza; esperanza en el
regreso del Hijo de Dios desde el cielo", y añade un comentario
singular: "Evidentemente, ellos sostenían esta esperanza
como señalando a un suceso más inmediato de lo que la iglesia
desde entonces ha creído que era. Ciertamente, estas palabras
les darían una idea de la cercanía de la venida de
Cristo; y quizás el malentendido de ellos haya contribuido a la
idea que el apóstol corrige en 2 Tes. 2:1". Esta es una
sugerencia de que los tesalonicenses estaban equivocados al
esperar el regreso del Señor en sus días. Pero, ¿de dónde
derivaban esta expectativa? ¿No era del apóstol mismo? Veremos
que los tesalonicenses erraron, no en esperar la
parusía, o en esperarla en sus propios días, sino en
suponer que el tiempo ya había llegado en realidad.
La última cláusula del versículo no es menos importante: "Jesús,
quien nos libra de la ira venidera". Estas palabras nos
retrotraen a la proclamación de Juan el Bautista: "Huid de la
ira venidera". Sería un error suponer que Pablo se refiere aquí
a la retribución que aguarda a cada alma pecadora en un estado
futuro: lo que él tenía en mente era una catástrofe particular y
predicha. "La ira venidera" [h orgh h ercomenh] de este pasaje
es idéntica a la "ira venidera" [orgh mellousa] del
segundo Elías; es idéntica a los "días de retribución" y a la
"ira sobre este pueblo" predichas por nuestro Señor, Lucas
26:23. Es "el día de la ira y de la revelación del justo juicio
de Dios" de lo cual habla Pablo en Rom. 2:5. Esa venidera "dies
irae" siempre se destaca clara y visiblemente durante todo
el Nuevo Testamento. Ahora no estaba distante, y, aunque Judea
podría ser el centro de la tormenta, el ciclón del juicio
arrasaría otras regiones y afectaría a multitudes que, como los
tesalonicenses, podrían haber pensado que estaban fuera de su
alcance. Sabemos por Josefo cómo el estallido de la guerra de
los judíos fue la señal para la masacre y el exterminio en cada
ciudad en que habitantes judíos se habían asentado. Fue a esta
ubicuidad de la "ira venidera" a la que se refirió nuestro Señor
cuando dijo: "Donde esté el cuerpo muerto, allí se juntarán las
águilas" (Lucas 17:37). Aquí nuevamente, como con tanta
frecuencia hemos tenido ocasión de observar, la parusía está
asociada con el juicio.
LA IRA VENIDERA SOBRE
EL PUEBLO JUDÍO
1 Tes. 2:16.
"Vino sobre ellos la ira hasta el extremo".
Aquí el apóstol
representa la "ira venidera" como si ya hubiese venido. Ahora,
es verdad que el juicio de Israel, esto es, la destrucción de
Jerusalén y la extinción de la nacionalidad judía, no habían
tenido lugar todavía. Bengel parece pensar que el apóstol alude
a una terrible matanza de judíos que acababa de suceder en
Jerusalén, donde "una inmensa multitud de personas (algunos
dicen que más de treinta mil) fue asesinada". [4] La explicación de Alford
es: "Él considera el hecho del consejo divino como una cosa en
tiempo pasado, q.d. "que estaba señalada para que
viniese", no ha "venido". Jonathan Edwards, en su sermón sobre
este texto, lo refiere a la destrucción de Jerusalén que se
acercaba. "La ira ha venido", es decir, está justo aquí; a las
puertas: como está probado con respecto a esa nación: su
terrible destrucción por los romanos ocurrió poco tiempo después
de que el apóstol escribió esta epístola". [5] O la suposición de Bengel
es correcta, o la catástrofe final estaba, según lo veía el
apóstol, tan cercana y era tan segura que hablaba de
ella como de un hecho consumado.
En los versículos
15 y 16, podemos detectar una alusión bien clara en el lenguaje
del apóstol a las acusaciones de nuestro Señor contra "aquella
generación malvada (Mat. 23:31,32,36).
LA RELACIÓN ENTRE LA PARUSÍA
Y LOS DISCÍPULOS DE CRISTO
1 Tes. 2:19.
"Porque, ¿cuál es nuestra esperanza, o gozo, o corona de que me
gloríe? ¿No lo sois vosotros, delante de nuestro Señor
Jesucristo, en su venida?"
La uniforme
enseñanza del Nuevo Testamento es que el suceso que habría de
ser tan fatal para los enemigos de Cristo habría de ser
favorable para sus amigos. Por todas partes, los más malévolos
opositores y perseguidores del cristianismo fueron los judíos;
la aniquilación de la nacionalidad judía, por tanto, eliminó
al más formidable antagonista del evangelio y trajo reposo
y alivio a los sufridos cristianos. Nuestro Señor había dicho a
los discípulos, hablando de esta catástrofe que se aproximaba:
"Cuando estas cosas comiencen a suceder, erguíos y levantad
vuestra cabeza, porque vuestra redención está cerca" (Lucas
21:28). Pero esta explicación está lejos de agotar el
significado entero de tales pasajes. No puede dudarse de que la
parusía, en todas partes, está representada como la corona de
las esperanzas y aspiraciones cristianas; cuando ellos
"heredarían el reino" y "entrarían en el gozo de su Señor". Tal
es la clara enseñanza tanto de Cristo como de sus apóstoles, y
la encontramos claramente expresada en las palabras de Pablo que
ahora tenemos delante. La parusía habría de ser la consumación
de la gloria y la felicidad para los fieles, y el apóstol
buscaba "su corona" en la "venida" de Cristo.
CRISTO VENDRÁ CON
TODOS SUS SANTOS
1 Tes. 3:13.
"Para que sean afirmados vuestros corazones, irreprensibles en
santidad delante de Dios nuestro Padre, en la venida de nuestro
Señor Jesucristo con todos sus santos".
Este pasaje
proporciona otra prueba de que el apóstol consideraba el período
de la venida de nuestro Señor como la consumación de la
bienaventuranza de su pueblo. Aquí él la representa como una
época judicial en que la condición moral y el carácter de los
hombres serían escrutados y revelados. Esto concuerda con 1 Cor.
4:5: "Así que, no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que
venga el Señor, el cual aclarará también lo oculto de las
tinieblas, y manifestará las intenciones de los corazones; y
entonces cada uno recibirá su alabanza de Dios". De manera
similar, en Col. 1:22 encontramos una expresión casi idéntica:
"Para presentaros santos y sin mancha e irreprensibles delante
de él", palabras que sólo pueden ser entendidas como que se
refieren a una investigación y aprobación judiciales.
Que este prospecto no estaba distante, sino, por el contrario,
muy cercano, lo implica el tenor entero del lenguaje del
apóstol. ¿Está Pablo todavía sin su corona de gozo? ¿Están sus
conversos de Tesalónica todavía esperando al Hijo de Dios que
venga del cielo? ¿No están todavía "establecidos en santidad
delante de Dios"? ¿Todavía no han sido presentados santos, sin
mancha, e irreprensibles delante de él? Porque ésta habría de
ser su felicidad "a la venida de Jesús" y no antes. Si, por lo
tanto, ese suceso nunca hubiera tenido lugar, ¿qué habría sido
de su ansiosa expectativa y su esperanza? Si ellos hubieran
podido saber que cientos y miles de años tenían que transcurrir
lentamente, ¿podrían Pablo y sus hijos en la fe haberse llenado
de alegría con el pensamiento de la gloria venidera? Pero, en la
suposición de que la parusía estaba a las puertas; que todos
ellos podían esperar presenciar su llegada, entonces, cuán
natural e inteligible se vuelven esta ansiosa expectación y esta
esperanza. Que tanto el apóstol como los tesalonicenses creían
que "la venida del Señor estaba cerca" es tan evidente que
apenas requiere algún argumento para probarlo. La única pregunta
es: ¿Estaban equivocados, o no?
Puede añadirse una
observación sobre la palabra que concluye la frase: "Agioi",
santo, puede referise a ángeles, o a hombres, o ambos. No hay
nada en el texto para establecer la referencia. Es verdad que,
en el siguiente capítulo (ver. 14), se nos dice que a los que
durmieron en Jesús traerá Dios con él, pero esto parece
referirse a la resurrección de los santos que duermen en sus
tumbas, más bien que a su venida desde el cielo con Él. Por lo
tanto, estamos impedidos de referir agioi a los muertos en
Cristo. Tanto más cuanto que Cristo, a su venida, siempre es
representado como asistido por sus ángeles.
"Él vendrá con sus
ángeles" (Mat. 16:27); "con los santos ángeles" (Mar. 8:38);
"con los ángeles de su poder" (2 Tes. 1:7); "todos los santos
ángeles con él" (Mat. 25:31).
Esto concuerda
también con el uso en el Antiguo Testamento. El estado real de
Jehová cuando vino a dar la ley en Sinaí se describe así: "Vino
de entre diez millares de santos", es decir, ángeles (Deut.
33:2). "Los carros de Dios se cuentan por veintenas de millares
de millares; el Señor viene del Sinaí a su santuario" (Sal.
68:17). "Vosotros que recibísteis la ley por disposición [por
mandato de - Alford] ángeles" (Hech. 7:53). Podemos, por lo
tanto, considerar como probable que la referencia en este pasaje
es a los ángeles.
SUCESOS QUE ACOMPAÑAN LA PARUSÍA
1. La resurrección de los muertos en Cristo.
2. El rapto de los santos vivos al cielo.
1 Tes.
4:13-17. "Tampoco queremos, hermanos,
que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os
entristezcáis como los otros que no tienen esperanza. Porque
si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios
con Jesús a los que durmieron en él. Por lo cual os decimos
esto en palabra del Señor; que nosotros que vivimos, que
habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a
los que durmieron. Porque el Señor mismo con voz de mando, con
voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo;
y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros
los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados
juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el
aire,y así estaremos siempre con el Señor".
Evidentemente,
estas explicaciones de Pablo tenían el propósito de enfrentarse
a un estado de cosas que había comenzado a manifestarse entre
los cristianos de Tesalónica, y que le había sido informado por
Timoteo. Esperando ansiosamente la venida de Cristo, deploraban
la muerte de sus compañeros cristianos, pues esto les excluía de
participar en el triunfo y la bienaventuranza de la parusía.
"Temían que estos cristianos fallecidos perdieran la felicidad
de presenciar la segunda venida de su Señor, que ellos esperaban
contemplar pronto". [6] Para corregir este malentendido, el apóstol da las
explicaciones contenidas en este pasaje.
Primero, les asegura que no tenían razón para lamentar la
partida de sus amigos en Cristo, como si aquellos hubiesen
quedado en alguna desventaja al morir antes de la venida del
Señor; porque, así como Dios había resucitado a Jesús de entre
los muertos, así también, cuando regresara en gloria,
resucitaría de sus tumbas a sus discípulos que dormían.
Segundo, les
informa, por autoridad del Señor Jesús, que los de entre ellos
que vivieran para ver su venida no precederían, o no tendrían
ninguna ventaja sobre, los fieles que hubiesen muerto antes de
ese acontecimiento.
Tercero, describe el orden de los sucesos que
acompañan a la parusía:
1. El descenso del Señor desde el cielo
con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios.
2. La resurrección de los muertos que habían
dormido en Cristo.
3. El arrebatamiento simultáneo de los santos
vivos, junto con los muertos resucitados, a la región del aire,
para encontrarse allí con el Señor que viene.
4. La reunión eterna de Cristo y su pueblo en el
cielo.
La legítima
deducción de las palabras de Pablo en el vers. 15, "nosotros que
vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor", es que
él esperaba como posible, y hasta como probable, que sus
lectores y él mismo estuviesen vivos a la venida del Señor. Tal
es la interpretación obvia y natural de su lenguaje. Dean Alford
observa, con mucha fuerza y sinceridad:
"Entonces, sin duda alguna, él mismo
esperaba estar vivo, junto con la mayoría de aquellos a
quienes escribía, a la venida del Señor. Porque no podemos
aceptar, ni por un momento, la evasión de Teodoreto y la
mayoría de los antiguos comentaristas (es decir, que el
apóstol no habla de él mismo personalmente, sino de los que
estuvieran vivos en ese tiempo), sino que debemos tomar las
palabras en su significado único, sencillo, gramatical, de que
"nosotros que vivimos, que habremos quedado" [oi zwntej oi
perileipomenoi] son una clase que se distingue de "los que
duermen" [oi koimhqentej], estando todavía en la carne cuando
Cristo venga, en cuya clase, anteponiendo como prefijo
"nosotros" [h,me/ij], incluye a sus lectores y se incluye a sí
mismo. Que esta era su esperanza, lo sabemos por otros
pasajes, especialmente 2 Cor. 5 [7].
Pero, aunque admite que el apóstol tenía esta
esperanza, Alford lo trata como un error, pues continúa diciendo:
"Ni es necesario que se sorprenda
ningún cristiano de que los apóstoles, en esta cuestión de
detalles, hayan encontrado sus esperanzas personales sujetas a
engaño con respecto a un día del cual se dice tan solemnemente
que nadie conoce su tiempo señalado, ni los ángeles en el
cielo, ni el Hijo, sino el Padre solamente" (Marcos 13:32).
De la misma manera, encontramos las siguientes
observaciones en Conybeare y Howson, (cap. 11):
"La iglesia primitiva, y hasta los
apóstoles mismos, esperaban que su Señor viniera otra vez en
aquella misma generación. Pablo mismo compartía esa esperanza,
pero, estando bajo la guía del Espíritu de verdad, no dedujo
de allí ninguna conclusión práctica errónea".
Pero la pregunta
es: ¿Tenían los apóstoles suficiente base para sus esperanzas?
¿No estaban plenamente justificados al creer como creían? ¿No
había predicho el Señor expresamente su propia venida dentro de
los límites de la generación existente? ¿No había conectado su
venida con la destrucción del templo y la subversión del
gobierno nacional de Israel? ¿No había asegurado a sus
discípulos que dentro de "un poco" le verían de nuevo?
¿No había declarado que algunos de ellos vivirían para
presenciar su regreso? Y, después de todo esto, ¿es necesario
encontrar excusas para Pablo y los primitivos cristianos, como
si hubiesen actuado bajo engaño? Si lo hicieron, no fue su
culpa, sino la de su Maestro. Habría sido realmente extraño que,
después de todas las exhortaciones que habían recibido de estar
alerta, de velar, de vivir continuamente esperando la parusía,
los apóstoles no hubiesen creído confiadamente en la pronta
venida de Jesús, y no hubiesen enseñado a otros a hacer lo
mismo. Pero parecería que Pablo hace descansar sus explicaciones
a los tesalonicenses en la autoridad de una especial
comunicación divina a él mismo. "Esto os digo por palabra del
Señor", etc. Esto puede difícilmente significar que el Señor lo
había predicho así en su discurso profético en el Monte de los
Olivos, porque ninguna declaración de esta clase aparece
registrada; por lo tanto, debe referirse a una revelación que él
mismo había recibido. ¿Cómo, entonces, podría equivocarse en sus
esperanzas? Es extraño que en sus días existiera tan grande
incredulidad con respecto al sencillo significado de las
expresas afirmaciones de nuestro Señor sobre este tema. Cumplido
o no, acertado o equivocado, no hay ninguna ambigüedad ni
incertidumbre en su lenguaje. Puede decirse que no tenemos
ninguna evidencia de que tales hechos hayan ocurrido como se
describe aquí - el descenso del Señor con aclamación, el sonar
de la trompeta, la resurrección de los muertos que duermen, el
arrebatamiento de los santos vivos. Cierto; pero, ¿es cierto que
estos hechos son cognoscibles por los sentidos? ¿Está su lugar
en la región de lo material y lo visible? Como ya hemos dicho,
sabemos y estamos seguros de que una gran parte de los sucesos
predichos por nuestro Señor, y esperados por sus apóstoles, en
realidad ocurrieron en aquella misma crisis llamada "el fin de
la época". No hay diferencia de opinión concerniente a la
destrucción del templo, el derrumbe de la ciudad, la matanza sin
paralelo de la gente, la extinción de la nacionalidad, el fin de
la dispensación legal. Pero la parusía está inseparablemente
ligada a la destrucción de Jerusalén; y, de manera semejante, la
resurrección de los muertos, y el juicio de la "generación
malvada", a la parusía. Son partes diferentes de una gran
catástrofe; escenas diferentes de un gran drama. Nosotros
aceptamos los hechos verificados por el historiador por la
palabra de un hombre; han de titubear los cristianos en
aceptar los hechos que están garantizados por la palabra del
Señor?
EXHORTACIONES A VELAR
EN ESPERA
DE LA PARUSÍA
1 Tes. 5:1-10.
"Pero acerca de los tiempos y de las ocasiones, no tenéis
necesidad, hermanos, de que yo os escriba. Porque vosotros
sabéis perfectamente que el día del Señor vendrá así como
ladrón en la noche; que cuando digan: Paz y seguridad,
entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina, como los
dolores a la mujer encinta, y no escaparán. Mas vosotros,
hermanos, no estáis en tinieblas, para que aquel día os
sorprenda como ladrón. Porque todos vosotros sois hijos de luz
e hijos del día; no somos de la noche ni de las tinieblas. Por
tanto, no durmamos como los demás, sino velemos y seamos
sobrios. Pues los que duermen, y los que se embriagan, de
noche se embriagan. Pero nosotros, qe somos del día, seamos
sobrios, habiéndonos vestido con la coraza de fe y de amor, y
con la esperanza de salvación como yelmo. Porque no nos ha
puesto Dios para ira, sino para alcanzar salvación por medio
de nuestro Señor Jesucristo, quien murió por nosotros para que
ya sea que velemos, o que durmamos, vivamos juntamente con
él".
Es manifiesto que
estos llamados urgentes a velar no tendrían ningún significado,
a menos que el apóstol creyera en la cercanía de la crisis
venidera. ¿Era para los tesalonicenses, o para alguna generación
nonata en el muy distante futuro, que Pablo escribía estas
líneas? ¿Por qué instar a los hombres en el año 52 a velar y
estar alertas para una catástrofe que no habría de tener lugar
durante cientos y miles de años? Cada una de las palabras de
esta exhortación supone que la crisis se cierne sobre el pueblo
y es inminente.
Decir que el apóstol no escribe para ninguna generación ni para
ningunas personas en particular es lanzar un aire de irrealidad
sobre sus exhortaciones, contra el cual se revuelve la crítica
reverente. Ciertamente se refería a las mismas personas a las
cuales escribió, y que leyeron su epístola, y no pensó en
ningunas otras. No podemos aceptar la sugerencia de Bengel de
que "nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado" son sólo
personajes imaginarios, como los nombres de Cayo y Ticio (Juan
Pérez y Ricardo Perico); porque nadie puede leer esta epístola
sin ser consciente de la cálida adhesión personal y el afecto
hacia los individuos que se respiran en cada línea. Concluimos,
por lo tanto, que el todo tenía que ver, directa y actualmente,
con la posición real y las expectativas de las personas a las
cuales está dirigida la epístola.
ORACIÓN PARA QUE LOS TESALONICENSES
SOBREVIVAN HASTA LA VENIDA DE CRISTO
1 Tes. 5:23.
"Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo
vuestro ser, espíritu, alma, y cuerpo, sea guardado
irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo".
Si todavía quedase
una sombra de duda sobre la cuestión de si Pablo creía y
enseñaba la incidencia de la parusía en sus propios días, esta
pasaje la disiparía. Ningunas palabras pueden implicar esta
creencia más claramente que esta oración de que los cristianos
tesalonicenses no murieran antes de la aparición de Cristo. La
muerte es la disolución de la unión entre el cuerpo, el alma, y
el espíritu, y la oración del apóstol es que el espíritu, el
alma, y el cuerpo pudieran "todos juntos" [oloklhron] ser
preservados en santidad hasta la venida del Señor. Esto implica
la continuación de su vida corporal hasta aquel
acontecimiento.
Notas:
1. Conybeare and Howson.
2. Gnomon, in loc.
3. "Todo lector de la Escritura sabe
que la Primera Epístola a los Tesalonicenses habla de la venida de
Cristo en términos que indican una expectativa de su pronta
aparición: 'Os digo por la palabra de Dios', etc. (cap. 4:15-17;
5:4). Cualesquiera otras construcciones que estos textos puedan soportar,
la idea que ellos dejan en la mente de un lector ordinario es la
de que el autor de la epístola espera que el día del juicio tenga
lugar en sus propios días, o cerca de ellos" - Paley´s Horae
Paulinae, cap. ix.
"Si se nos preguntase la
característica que distinguía a los primeros cristianos de
Tesalónica, deberíamos señalar su abrumador sentido de la cercanía
del segundo advenimiento, acompañado de pensamientos melancólicos
concernientes a los que podrían morir antes de él, y con ideas
tenebrosas e imprácticas sobre lo corto de la vida y la vanidad
del mundo. Cada capítulo de la primera epístola a los
Tesalonicenses termina con una alusión a este tema; y era
evidentemente el tema de frecuentes conversaciones cuando el
apóstol estaba en Macedonia. Pero Pablo nunca habló ni escribió
sobre el futuro como si el presente hubiera de ser olvidado.
Cuando los tesalonicenses fueron amonestados sobre el advenimiento
de Cristo, Él también les habló de otros sucesos futuros, llenos
de advertencias prácticas para todas las edades, aunque para
nuestros ojos todavía están envueltos en misterio - de la
"apostasía" y del "hombre de pecado". 'Estas terribles
revelaciones', dijo, 'deben preceder a la revelación del Hijo de
Dios. ¿No recordáis', añade con énfasis en su carta, 'que,
cuando todavía estaba con vosotros, os decía esto a menudo?
Sabéis, por tanto, qué impide hasta ahora que sea revelado,
como lo será en su propio tiempo'. Les dijo, en palabras de Cristo
mismo, que 'los tiempos y las sazones de las venideras
revelaciones eran conocidas sólo por Dios'; y les advirtió, como
los primeros discípulos habían sido advertidos en Judas, que el
gran día vendría de repente contra los hombres que no estuviesen
preparados, como los dolores de la mujer cuyo tiempo se ha
cumplido', y como 'ladrón en la noche', y les mostró tanto por
precepto como por ejemplo que, aunque es cierto que la vida es
corta y el mundo es vanidad, la obra de Dios debe hacerse con
diligencia y hasta el fin' "- Conybeare and Howson, Life and
Epistles of St. Paul, cap. 9.
4. Gnomon, in loc.
5. Works, vol. iv., p. 281.
6. Conybeare and Howson, cap. xi.
7. Greek Testament, in loc.
8. Conybeare and Howson´s translation.