LA PARUSÍA
o
La Segunda Venida de Nuestro
Señor
James Stuart Russell
(1816-1895)
Tomado de The
Berean
Bible Church
I. La parábola de las minas
II.
Lamento
de Jesús sobre Jerusalén
III.
Parábola
de los labradores malvados
IV.
Parábola de las bodas del hijo del rey
V.
Ayes pronunciados sobre los escribas y fariseos
VI.
El (segundo) lamento de Jesús sobre Jerusalén
VII. La
profecía del Monte de los Olivos
1-3. INDICACIONES
PROFÉTICAS DE LA CERCANA
CONSUMACIÓN DEL REINO DE DIOS
I.
Parábola de las minas
Lucas 19:11-27:
"Oyendo ellos estas cosas, prosiguió Jesús y dijo una parábola,
por cuanto estaba cerca de Jerusalén, y ellos pensaban que el
reino de Dios se manifestaría inmediatamente. Dijo, pues: Un hombre noble se fue a un país lejano, para
recibir un reino y volver. Y llamando a diez siervos suyos,
les dio diez minas, y le dijo: Negociad entre tanto que vengo.
Pero sus conciudadanos le aborrecían, y enviaron tras él una
embajada, diciendo: No queremos que éste reine sobre nosotros.
Aconteció que, vuelto él, después de recibir el reino, mandó
llamar ante él a aquellos siervos a los cuales había dado el
dinero, para saber lo que había negociado cada uno. Vino el
primero, diciendo: Señor, tu mina ha ganado diez minas. El le
dijo: Está bien, buen siervo; por cuanto en lo poco has sido
fiel, tendrás autoridad sobre diez ciudades. Vino otro,
diciendo: Señor, tu mina ha producido cinco minas. Y también a
éste dijo: Tú también sé sobre cinco ciudades. Vino otro,
diciendo: Señor, aquí está tu mina, la cual he tenido guardada
en un pañuelo; porque tuve miedo de tí, por cuanto eres hombre
severo, que tomas lo que no pusiste, y siegas lo que no
sembraste. Entonces él le dijo: Mal siervo, por tu propia boca
te juzgo. Sabías que yo era hombre severo, que tomo lo que no
puse, y que siego lo que no sembré; ¿por qué, pues, no pusiste
mi dinero en el banco, para que al volver yo, lo hubiera
recibido con los intereses? Y dijo a los que estaban
presentes: Quitadle la mina, y dadla al que tiene las diez
minas. Ellos le dijeron: Señor, tiene diez minas. Pues yo os
digo que a todo el que tiene, se le dará; mas al que no tiene,
aun lo que tiene se le quitará. Y también a aquellos mis
enemigos que no querían que yo reinase sobre ellos, traedlos
acá, y decapitadlos delante de mí".
No puede dejar de
impresionar a todo lector atento de la historia del evangelio
cuántas de las enseñanzas de nuestro Señor, al acercarse el fin
de su ministerio, trataban del tema del juicio venidero. Cuando
pronunció esta parábola, estaba en camino a Jerusalén para
celebrar la última Pascua antes de padecer; y es notable cuántos
de sus discursos desde este tiempo parecen estar casi
completamente absortos, no en su propia muerte que se
aproximaba, sino en la inminente catástrofe de la nación. No
sólo esta parábola de las minas, sino su lamento por Jerusalén
(Luc. 19:41); su maldición sobre la higuera (Mat. 21; Mar. 11);
la parábola de los agricultores malvados (Mat. 21; Mar. 12; Luc.
20); la parábola de las bodas del hijo del rey (Mat. 22); los
ayes pronunciados sobre aquella generación (Mat. 23:29-36); el
segundo lamento por Jerusalén (Mat. 23:37-38); y el discurso
profético en el Monte de los Olivos, con las parábolas y las
ilustraciones parabólicas añadidas como apéndices por Mateo,
todo esto se ocupa de este tema absorbente.
La consideración de estas indicaciones proféticas mostrará que
la catástrofe anticipada por nuestro Señor no era un suceso
remoto, distante cientos y miles de años en el futuro, sino un
acontecimiento cuya sombra ya caía sobre aquella época y sobre
aquella nación; y que las Escrituras no nos autorizan en
absoluto para suponer que ninguna otra cosa, ni nada más que
esto, está incluido en las palabras de nuestro Salvador.
La parábola de las
minas fue pronunciada por nuestro Señor para corregir una
errónea expectativa de parte de sus discípulos, de que "el reino
de Dios" estaba a punto de comenzar en seguida. No es de
sorprenderse que hayan caído en este error. Juan le Bautista
había anunciado: "El reino de Dios se ha acercado". Jesús mismo
había proclamado el mismo hecho; y les había comisionado para
que lo publicaran por las ciudades y aldeas de Galilea. Como
patriotas israelitas, se retorcían bajo el yugo de Roma, y
anhelaban las antiguas libertades de la nación. Como piadosos
hijos de Abraham, deseaban ver a todas las naciones bendecidas
en él. Y había otros sentimientos menos nobles que tenían cabida
en sus mentes. ¿No era su propio Maestro el Hijo de David, el
rey que vendría? ¿Qué no podrían esperar ellos, que eran sus
seguidores y sus amigos? Esto les hacía competir entre ellos por
el lugar de honor en el reino. Esto hizo que los hijos de
Zebedeo ansiaran obtener la promesa de las posiciones más
honorables, a la derecha y a la izquierda de Jesús, cuando él
asumiera la soberanía. Y ahora se acercaban a Jerusalén. El gran
festival nacional de la Pascua se acercaba; todo Israel acudía a
la Santa Ciudad; y no había ninguna persona allí que no ansiara
ver a Jesús de Nazaret. ¿Qué más probable que el entusiasmo
popular pondría a su Maestro en el trono de su padre David? Lo
que deseaban, eso creían; y "pensaban que el reino de Dios
aparecería inmediatamente".
Pero el Señor
refrenó sus entusiastas esperanzas y les indicó, en una
parábola, que cierto intervalo debía transcurrir antes de que se
cumplieran sus expectativas. Tomando como base de la parábola un
incidente bien conocido de la historia judía reciente, es decir,
el viaje de Arquelao a Roma para procurar del emperador la
sucesión a los dominios de su padre, Herodes el Grande, Jesús lo
empleó como ilustración apropiada de su propia partida de la
tierra, y su subsiguiente retorno en gloria. Mientras tanto,
durante el tiempo de su ausencia, dio a sus siervos una tarea
que cumplir. "Negociad entre tanto que vengo". Debían ser
diligentes y fieles, hasta que su Señor regresase, cuando los
siervos leales serían aplaudidos y recompensados, y sus enemigos
destruidos completamente.
Nada puede ser mejor
que la explicación de Neander de esta parábola, aunque, en
realidad, puede decirse que se explica por sí sola. Sin embargo,
puede ser bueno insertar sus observaciones. "En esta parábola,
en vista de las circunstancias en las cuales fue pronunciada, y
de la catástrofe que se aproximaba, se dan indicaciones
especiales de la partida de Cristo de la tierra, su ascensión,
su regreso para juzgar a la rebelde nación teocrática, y para
consumar su dominio. Describe a un gran hombre que viaja a la
corte distante del poderoso emperador para recibir de él
autoridad sobre sus conciudadanos, y regresar con poder real.
Así, Cristo no fue reconocido inmediatamente en su posición
real, sino que primero debía abandonar la tierra, dejar a sus
agentes para que adelantaran su reino, ascender al cielo, ser
nombrado rey teocrático, y regresar nuevamente para ejercer el
poder que se le disputaba". (2)
Tal es la
enseñanza de la parábola de las minas. Pero, aunque el reino de
Dios no habría de aparecer en el momento preciso en que sus
discípulos lo esperaban, no se sigue de ello que fue pospuesto
desde entonces, y que la esperada consumación no tendría lugar
por cientos o miles de años. Esto falsificaría las más expresas
declaraciones de Cristo y de su precursor. ¿Cómo podrían haber
dicho que el reino se había acercado si no habría de aparecer
durante milenios?
¿Cómo podría
decirse de un acontecimiento que estaba cerca, si en realidad
estaba más distante que el período entero de la economía judía
desde Moisés hasta Cristo? El reino todavía podría estar cerca,
aunque no tan cerca como los discípulos suponían. Era
conveniente que su Señor "se fuese", pero sólo "por un poco de
tiempo", cuando viniera a ellos nuevamente, y viniera "en su
reino". Esta era la esperanza con la cual vivían, la fe que
habían predicado; y no podemos creer que ni su fe ni su
esperanza fuesen un engaño.
II.
Lamento
de Jesús sobre Jerusalén
Lucas 19:41-44: "Y cuando llegó cerca
de la ciudad, al verla, lloró sobre ella, diciendo: ¡Oh, si también tú conocieses, a lo menos en
este día, lo que es para tu paz! Mas ahora está encubierto
de tus ojos. Porque vendrán días sobre tí, cuando tus
enemigos te rodearán con vallado, y te sitiarán, y por
todas partes te estrecharán, y te derribarán a tierra, y a
tus hijos dentro de tí, y no dejarán en tí piedra sobre
piedra, por cuanto no conociste el tiempo de tu visitación".
Aquí pisamos
terreno que no es debatible. Esta profecía es clara y perspicaz
como la historia. Ningún defensor de la teoría de interpretación
del doble sentido ha propuesto descubrir aquí nada que no sea
Jerusalén y la desolación que se aproximaba.
No es la conflagración de la tierra, ni la disolución de la
creación: es el sitio y la demolición de la Ciudad Santa, y la
matanza de sus ciudadanos, todo lo cual se cumpliría
históricamente antes de cuarenta años, y nada más. Pero, ¿por
qué? ¿Por qué no es posible el doble sentido aquí, como en la
predicción hecha en el Monte de los Olivos? La respuesta será,
sin duda: Porque aquí todo es homogéneo y consecutivo; el
Salvador está mirando a Jerusalén, y hablando a Jerusalén, y
prediciendo un acontecimiento que habría de ocurrir prontamente.
Pero esto es también lo que sucede con la profecía de Mateo 24,
donde los expositores encuentran, a veces a Jerusalén, y a veces
al mundo; a veces la terminación del gobierno judío, y a veces
la conclusión de la historia humana; a veces el año 70 d. C., y
a veces un período de tiempo todavía desconocido. Todavía
veremos que la profecía del Monte de los Olivos es no menos
consecutiva, no menos homogénea, no menos una e indivisible, que
esta predicción clara y sencilla de la inminente destrucción de
Jerusalén. Si la teoría del doble sentido sirviera para algo, se
encontraría que es igualmente aplicable a la predicción que
tenemos delante. Aquí, sin embargo, sus propios defensores la
descartan; porque el sentido común rehusa ver en este conmovedor
lamento otra cosa que no sea Jerusalén, y solamente Jerusalén.
III. Parábola de los labradores malvados
Mat. 21:33-46
"Oíd otra parábola. Hubo un hombre, padre
de familia, el cual plantó una viña, la cercó de
vallado, cavó en ella un lagar, edificó una torre, y
la arrendó a unos labradores, y se fue lejos. Y
cuando se acercó el tiempo de los frutos, envió sus
siervos a los labradores, para que recibiesen sus
frutos. Mas los labradores, tomando a los siervos, a
uno golpearon, a otro mataron, y a otro apedrearon.
Envió de nuevo a otros siervos, más que los
primeros; e hicieron con ellos de la misma
manera.
Finalmente les envió su hijo, diciendo:
Tendrán respeto a mi hijo. Mas los labradores,
cuando vieron al hijo, dijeron entre sí: Este es el
heredero; venid, matémosle, y apoderémonos de su
heredad. Y tomándole, le echaron fuera de la viña, y
le mataron.
Cuando venga, pues, el señor de la viña,
¿qué hará a aquellos labradores?
Le
dijeron: A los malos destruirá sin misericordia, y
arrendará su viña a otros labradores, que le paguen el
fruto a su tiempo. Jesús les dijo: ¿Nunca leísteis en las Escrituras:
La piedra que desecharon los edificadores, ha venido
a ser cabeza del ángulo. El Señor ha hecho esto, y
es cosa maravillosa a nuestros ojos? Por tanto os
digo, que el reino de Dios será quitado de voostros,
y será dado a gente que produzca los frutos de él. Y
el que cayere sobre esta piedra será quebrantado; y
sobre quien ella cayere, le desmenuzará. Y
oyendo sus parábolas los principales sacerdotes y os
fariseos, entendieron que hablaba de ellos. Pero al
buscar cómo echarle mano, temían al pueblo, porque
éste le tenía por profeta".
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Mar. 12:1-12
"Un hombre plantó una viña, la cercó de
vallado, cavó un lagar, edificó una torre, y la
arrendó a unos labradores, y se fue lejos.
Y a su tiempo envió un siervo a los
labradores, para que recibiese de éstos el fruto de
la viña. Mas ellos, tomándole, le golpearon, y le
enviaron con las manos vacías.
Volvió a enviarles otro siervo; pero
apedréandole, le hirieron en la cabeza, y también le
enviaron afrentado. Y volvió a enviar otro, y a éste
mataron; y a otros muchos, golpeando a unos y
matando a otros.
Por último, teniendo aún un hijo suyo,
amado, le envió también a ellos, diciendo: Tendrán
respeto a mi hijo. Mas aquellos labradores dijeron
entre sí: Este es el heredero; venid, matémosle, y
la heredad será nuestra.
Y tomándole, le mataron, y le echaron
fuera de la viña. ¿Qué, pues, hará el señor de la
viña?
Vendrá, y destruirá a los labradores, y
dará su viña a otros.
¿Ni aun esta escritura habéis leído: La
piedra que desecharon los edificadores ha venido a
ser cabeza del ángulo; el Señor ha hecho esto, y es
cosa maravillosa a nuestros ojos?
Y
procuraban prenderle, porque entendían que decía
contra ellos aquella parábola; pero temían a la
multitud, y dejándole, se fueron".
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Luc. 20:9-19
"Un hombre plantó una viña, la arrendó a
labradores, y se ausentó por mucho tiempo.
Y a su tiempo envió un siervo a los
labradores, para que le diesen del fruto de la viña;
pero los labradores le golpearon, y le enviaron con
las manos vacías.
Volvió a enviar otro siervo; mas ellos a
éste también, golpeado y afrentado, le enviaron con
las manos vacías.
Volvió a enviar un tercer siervo; mas
ellos también a éste echaron fuera, herido.
Entonces el señor de la viña dijo: ¿Qué
haré? Enviaré a mi hijo amado; quizás cuando le vean
a él, le tendrán respeto. Mas los labradores, al
verle, discutían entre sí, diciendo: Este es el
heredero; venid, matémosle, para que la heredad sea
nuestra.
Y le echaron fuera de la viña, y le
mataron. ¿Qué, pues, les hará el señor de la
viña?
Vendrá y destruirá a estos labradores, y
dará su viña a otros. Cuando ellos oyeron esto,
dijeron: ¡Dios nos libre!
Pero él,
mirándolos, dijo: ¿Qué, pues,
es lo que está escrito: La piedra que desecharon los
edificadores ha venido a ser cabeza del
ángulo?
Todo el que cayese sobre aquella pieda,
será quebrantado; mas sobre quien ella cayere, le
desmenuzará.
Procuraban
los principales sacerdotes y los escribas echarle mano
en aquella hora, porque comprendieron que contra ellos
había dicho esta parábola".
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Esta parábola,
registrada en términos casi idénticos por los sinopticistas,
apenas necesita intérpretación. Su referencia local, personal, y
nacional es demasiado manifiesta para ser puesta en duda. La
viña es la tierra de Israel; el señor de la viña es el Padre;
sus mensajeros son sus siervos los profetas; su único y amado
hijo es el Señor Jesús mismo; los labradores son los judíos
rebeldes y perversos; el castigo es la catástrofe venidera en la
parusía, cuando, como bien lo expresa Neander, "la relación
teocrática se rompe, y el reino es traspasado a otras naciones
que produzcan los frutos correspondientes". (2)
La aplicación de
esta parábola al pueblo del tiempo de nuestro Salvador es tan
directa y explícita, que podría suponerse que ningún crítico
tendría que buscarle un significado oculto o una referencia
ulterior. Los principales sacerdotes y los fariseos pensaban que
"la había pronunciado contra ellos"; e hicieron un gesto
de dolor bajo el látigo. Tal como está, es perfectamente clara e
inteligible; pero la exégesis de un teólogo puede volverla
realmente turbia y oscura. Por ejemplo, Lange comenta así el
versículo 41.
La parusía de Cristo
es consumada en su última venida, pero no es una con ella. En
principio, comienza con la resurrección (Juan 16:16);
continúa como un poder a través del período del Nuevo Testamento
(Juan 14:3-19); y es consumada en el más estricto
sentido en el advenimiento final (I Cor. 15:23; Mat. 25:31; 2
Tesa. 2, etc.). (3)
Aquí tenemos, no
una venida, ni la venida de Cristo, pero nada menos que
tres venidas, separadas y distintas, o una venida de tres clases
diferentes - una venida continua que ha estado ocurriendo ya por
casi dos mil años, y puede continuar por dos mil años más, que
sepamos. Pero de todo esto no se da ni un indicio en el texto,
ni en ninguna otra parte. Es meramente adorno humano, sin una
sola partícula de autoridad bíblica, inventado en virtud de una
teoría de interpretación de doble o triple sentido.
Mucho más sobria es
la explicación de Alford: "Podemos observar que nuestro Señor
hace que 'cuando el Señor venga' [o[tan e[lth o/ kuriov] coincida
con la destrucción de Jerusalén, que es,
incontestablemente, la destrucción de los labradores malvados.
Por lo tanto, este pasaje forma una clave importante de las
pofecías de nuestro Señor, y una justificación decisiva para los
que, como yo, sostienen que la venida del Señor, en
muchos lugares, ha de identificarse principalmente con esa
destrucción". (4)
Es lamentable que
esta nota, por lo demás acertada y sensata, esté estropeada por
las frases "en muchos lugares" y "principalmente", pero es, sin
embargo, una admisión importante. Sin duda, aquí encontramos
efectivamente "una clave importante de las profecías de nuestro
Señor", pero la clave maestra es la que ya hemos encontrado en
Mat. 16:27, 28, que sirve para abrir, no sólo éste, sino muchos
otros dichos oscuros en los oráculos proféticos.
IV.
Parábola
de las bodas del hijo del rey
Mat. 22:1-14. "Respondiendo Jesús, les
volvió a hablar en parábolas, diciendo: El
reino de los cielos es semejante a un rey que hizo fiesta de
bodas a su hijo; y envió a sus siervos a llamar a los
convidados a las bodas; mas éstos no quisieron venir. Volvió
a enviar a otros siervos, diciendo: Decid a los convidados:
He aquí, he preparado mi comida; mis toros y animales
engordados han sido muertos, y todo está dispuesto; venid a
las bodas. Mas ellos, sin hacer caso, se fueron, uno a
su labranza, y otro a sus negocios; y otros, tomando a los
siervos, los afrentaron y los mataron. Al oirlo el rey, se
enojó; y enviando sus ejércitos, destruyó a aquellos
homicidas, y quemó su ciudad. Entonces dijo a sus siervos:
Las bodas a la verdad están preparadas; mas los que fueron
convidados no eran dignos. Id, pues, a las salidas d elos
caminos, y llamad a las bodas a cuantos halléis. Y saliendo
los siervos por los caminos, juntaron a todos los que
hallaron, juntamente malos y buenos; y las bodas fueron
llenas de convidados. Y entró el rey para ver a los
convidados, y vio allí a un hombre que no estaba vestido de
boda. Y le dijo: Amigo, ¿cómo entraste aquí, sin estar
vestido de boda? Mas él enmudeció. Entonces el rey dijo a
los que servían: Atadle de pies y manos, y echadle en las
tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de
dientes. Porque muchos son llamados, y pocos escogidos".
Esta parábola
guarda un gran parecido con la de la gran cena de Lucas 14. Es
posible que las dos parábolas sean sólo versiones diferentes del
mismo original. La cuestión, sin embargo, no afecta la discusión
actual, y no puede probarse que estas parábolas no fueron
pronunciadas en ocasiones diferentes. La moraleja de ambas es la
misma; pero la naturaleza de la parábola registrada por Mateo es
más claramente escatológica que la de Lucas. Apunta claramente a
la cercana consumación del "reino de los cielos". La venganza
que el rey tomó de los asesinos de su hijo y contra su ciudad
fija la aplicación a Jerusalén y a los judíos. Los ejércitos
romanos no eran sino los ejecutores de la justicia divina; y
Jerusalén pereció por su culpa y su rebelión contra su Rey.
En sus notas sobre esta parábola, y aunque reconoce una
referencia parcial y primaria a Israel y a Jerusalén, Alford
también encuentra que se extiende mucho más allá de su alcance
aparente, y se divide en dos actos, el primero de los cuales es
pasado, y termina en el versículo 10; mientras que un nuevo acto
se abre con el versículo 11, que todavía está en el futuro. Esto
implica que el juicio de Israel y de Jerusalén no proporciona un
cumplimiento pleno y exhaustivo de las palabras de nuestro
Señor. Por una parte, tenemos las enseñanzas de Cristo mismo -
sencillas, claras, y nada ambiguas; por la otra, la especulación
conjetural del crítico, sin una chispa de evidencia ni autoridad
de la palabra de Dios. Algunos se mofarán diciendo que exponer
la parábola de acuerdo con su sencillo significado histórico es
poco profundo, superficial, y poco espiritual, y tratan de
encontrar en ella significados ulteriores y ocultos, enigmas
oscuros y profundos, profundidades místicas, que nadie sino los
teólogos pueden explorar - ¡esto es perspicacia crítica, aguda
penetración, gran espiritualidad! En nuestra opinión, todo este
atribuir hipótesis humanas y dobles sentidos a las predicciones
de nuestro Señor es completamente incompatible con la crítica
sobria, o con la verdadera reverencia por la palabra de Dios;
esto no es crítica, sino misticismo, y oscurece la verdad, en
vez de aclararla. Entonces, a riesgo de ser considerados
superficiales y poco profundos, nos aferraremos a las sencillas
enseñanzas de las palabras de la Biblia, haciendo oídos sordos a
todas las especulaciones fantásticas y conjeturales de origen
meramente humano, no importa cuán instruída o digna sea la
dirección de donde vengan.
V.
Ayes pronunciados sobre los escribas y los fariseos
Mateo
23:29-36
"Ay de vosotros, escribas y fariseos,
hipócritas! porque edificáis los sepulcros de los
profetas, y adornáis los monumentos de los justos, y
decís: Si hubiésemos vivido en los días de nuestros
padres, no hubiéramos sido sus cómplices en la
sangre de los profetas. Así que dais testimonio
contra vosotros mismos, de que sois hijos de
aquellos que mataron a los profetas. ¡Vosotros
también llenad la medida de vuestros padres!
¡Serpientes, generación de víboras! ¿Cómo escaparéis
de la condenación del infierno? Por tanto, he aquí
yo os envío profetas y sabios y escribas; y de
ellos, a unos mataréis y crucificaréis, y a otros
azotaréis en vuestras sinagogas, y perseguiréis de
ciudad en ciudad; para que venga sobre vosotros toda
la sangre justa que se ha derramado sobre la tierra,
desde la sangre de Abel el justo hasta la sangre de
Zacarías hijo de Berequías, a quien matásteis entre
el templo y el altar. De cierto os digo que todo
esto vendrá sobre esta generación".
|
Lucas
11:47-51
"¡Ay de vosotros, que edificáis los
sepulcros de los profetas a quienes mataron vuestros
padres!
De modo que sois testigos y consentidores
de los hechos de vuestros padres; porque a la verdad
ellos los mataron, y vosotros edificáis sus
sepulcros.
Por eso la sabiduría de Dios también dijo:
Les enviaré profetas y apóstoles; y de ellos, a unos
matarán y a otros perseguirán, para que se demande
de esta generación la sangre de todos los profetas
que se ha derramado desde la fundación del mundo,
desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías,
que murió entre el el altar y el templo; sí, os digo
que será demandada de esta generación".
|
Se verá que Lucas da este pasaje como pronunciado en una
relación diferente, y en una ocasión diferente, de las de Mateo.
Si nuestro Señor pronunció las mismas palabras en dos ocasiones
diferentes, o si las palabras fueron transpuestas por Lucas de
su relación original, no es una cuestión fácil de establecer. La
primera hipótesis no parece probable, y no se recomienda ella
misma a la mente crítica. Los apotegmas y dichos cortos
parabólicos, como "muchos son los llamados pero pocos los
escogidos", "los últimos serán los primeros, y los primeros,
últimos", pueden haberse repetido en varias ocasiones; pero
difícilmente puede imaginarse que discursos relacionados y
detallados, como el Sermón del Monte, el discurso profético
sobre el Monte de los Olivos, y esta acusación contra los
escribas y fariseos, hayan sido repetidos palabra por palabra en
diferentes ocasiones. Como ya hemos visto, es un error buscar un
estricto orden cronológico en las narraciones de los
evangelistas; se admite de modo general que ellos algunas veces
ponían juntos hechos que tenían una relación natural, de manera
bastante independiente del orden cronológico en que ocurrieron.
Stier dice de la
cronología de Lucas en general: "Dos cosas están suficientemente
claras: Primera, que él menciona ocurrencias individuales sin
tener en cuenta estrictamente la cronología, aún repitiendo e
intercalando algunas cosas registradas en otros lugares", etc.
Neander hace la
siguiente observación sobre el pasaje que tenemos delante: "Del
mismo modo que este último discurso narrado por Mateo contiene
varios pasajes narrados por Lucas en la conversación de la mesa
(cap. 11), Lucas inserta allí este anuncio profético,
cuya correcta posición se encuentra en Mateo". (5) Sin embargo, no podemos concordar con la opinión de
Neander, de que "este discurso, como aparece en Mat. 23,
contiene muchos pasajes pronunciados en otras ocasiones" (6). Nos parece imposible leer el capítulo veintitrés de
Mateo sin percibir que es un discurso continuo y relacionado,
pronunciado en una ocasión, derivándose sus diferentes partes
de, y siguiéndose, las unas a las otras naturalmente. Su misma
estructura, que consiste de siete ayes (7), pronunciados contra los hipócritas que pretendían
ser santos y eran los guías ciegos del pueblo - y la solemne
ocasión en la que fue pronunciado, siendo el discurso público
filial [sic] de nuestro Señor - obligan irresistiblemente la
conclusión de que es un todo completo, y que Mateo nos da la
forma original del discurso.
Pero dilucidar
esta cuestión no es esencial para esta investigación. Mucho más
importante es observar cómo nuestro Señor cierra su ministerio
público en términos casi idénticos a aquellos con los cuales su
precursor se dirigía a la misma clase de gentes: "¡Serpientes,
generación de víboras! ¿Cómo escaparéis de la condenación del
infierno?" Esta no es ninguna coincidencia fortuita.
Evidentemente, es la deliberada adopción de las palabras del
Bautista, cuando habló de la "ira venidera". Israel había
rechazado asimismo el severo llamado al arrepentimiento que le
había hecho el segundo Elías, y las tiernas amonestaciones del
Cordero de Dios. La medida de su culpa estaba casi llena, y el
"día de la ira" llegaba rápidamente.
Pero el punto que
merece atención especial es la particular aplicación de este
discurso a la misma época del Salvador. "De cierto os digo: Todo
esto acontecerá a esta generación". "Esto será
requerido de esta generación". Ciertamente no hay aquí
la pretensión de una referencia primaria y una secundaria.
Ningún expositor negará que estas palabras tienen una única y
exclusiva explicación a la generación del pueblo judío que
entonces vivía sobre la tierra. Hasta Dorner, que arguye de lo
más enérgicamente a favor de una gran variedad de significados
de la palabra genea [generación], admite con franqueza
que aquí sólo puede referirse a los contemporáneos de nuestro
Señor: "Hoc ipsum hominum aevum". (8)
Esta es una admisión de la mayor importancia. Nos permite fijar
el verdadero significado de la frase: "Esta generación", que
juega un papel tan importante en varias de las predicciones de
nuestro Señor, y notablemente en la gran profecía pronunciada en
el Monte de los Olivos. En el pasaje que tenemos delante, las
palabras son incapaces de ninguna otra aplicación que no sea la
generación existente de la nación judía, que es
representada por nuestro Señor como heredera de todas las
generaciones precedentes, que había heredado la depravación y la
rebeldía del carácter nacional, y estaba destinada a perecer en
el diluvio de ira que se había estado acumulando a través de los
siglos, y por fin estaba a punto de arrollar a la tierra
culpable.
VI.
El
segundo lamento de Jesús sobre Jerusalén
Mateo
23:37-39
"¡Jerusalén,
Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a
los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise
juntar a tus hijo, como la gallina junta sus
polluelos debajo de las alas, y no quisiste! He
aquí vuestra casa os es dejada desierta. Porque os
digo que desde ahora no me veréis, hasta que
digáis: Bendito el que viene en el nombre del
Señor".
|
Luc.
13:34, 35
"¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los
profetas, y apedreas a los que te son enviados!
¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la
gallina a sus polluelos debajo de sus alas, y no
quisiste! He aquí, vuestra casa os es dejada
desierta; y os digo que no me veréis, hasta que
llegue el tiempo en que digáis: Bendito el que viene
en el nombre del Señor".
|
Aquí tenemos nuevamente otro ejemplo de esas discrepancias en la
historia del evangelio que causan perplejidad a los armonistas.
Lucas registra este conmovedor apóstrofe de nuestro Señor en una
relación bastante diferente de la de Mateo. Sin embargo, apenas
podemos suponer que estas ipsissima verba fueron
pronunciadas en más de una ocasión, a saber, las especificadas
por Mateo. Dice Dorner: "Que estas palabras: 'He aquí, vuestra
casa os dejada desierta', fueron pronunciadas por Cristo, no
donde las coloca Lucas, sino donde las pone Mateo, lo muestran
las palabras mismas; porque fueron pronunciadas cuando nuestro
Señor partía del templo para no regresar más a él hasta que
viniera en juicio". (9) Lange dice que
el pasaje es colocado antes por Lucas "por razones pragmáticas".
En todo caso, podemos correctamente considerar las palabras como
pronunciadas en la ocasión indicada por Mateo.
Como tal, su
colocación es de lo más sugerente. Esta patética amonestación
mitiga la severidad de las anteriores acusaciones, y cierra el
ministerio de nuestro Señor con un estallido de humana ternura y
divina compasión. Como bien dice el Dr. Lange: "El Señor llora y
se lamenta sobre su propia Jerusalén en ruinas ... Su
peregrinaje entero en la tierra fue agitado por su angustia
sobre Jerusalén, como la gallina que ve al águila amenazante en
el cielo, y ansiosamente trata de juntar a sus polluelos bajo
sus alas. Con una tal angustia veía Jesús a las legiones romanas
aproximarse para juicio sobre los hijos de Jerusalén, y trataba
de salvarles con las más fuertes solicitaciones de amor, pero en
vano. ¡Eran como hijos muertos a la voz del amor maternal!" (10)
¿Es necesario
decir que aquí está Jerusalén, y sólo Jerusalén? No hay ninguna
ambigüedad, ninguna referencia doble; ningún cumplimiento
próximo y final se conciba aquí. Un pensamiento, un sentimiento,
un propósito llenaba el corazón de Jesús - ¡Jerusalén, la ciudad
de Dios, la amada, la culpable, la condenada! Su suerte estaba
ahora poco menos que sellada, y el corazón de nuestro Salvador
se le oprimía de angustia al darle el último adiós.
Pero, ¿cómo
debemos entender las palabras finales: "No me veréis más, hasta
que digáis: Bendito el que viene en el nombre del Señor"? Esta
frase: "Bendito el que viene en el nombre del Señor" es la
fórmula reconocida que empleaban los judíos al hablar de la
venida del Mesías - el saludo mesiánico: equivalente a "Salve,
ungido de Dios". Se supone generalmente que fue adoptado de Sal.
118:26. Por lo tanto, vendría un momento en que esta salutación
sería apropiada. El Señor que salía del templo retornaría a su
templo una vez más. Más que esto, aquella misma generación
presenciaría aquel regreso. Esto se da a entender
claramente en la forma del lenguaje del Salvador: "No me veréis
más hasta que digáis", etc. - palabras que estarían desprovistas
de la mitad de su significado si las personas a las que se
refiere la primera parte de la oración no fuesen las mismas que
aquéllas a las que se refiere la segunda parte. Nada puede ser
más claro y explícito que la referencia de principio a fin al
pueblo de Jerusalén, los contemporáneos de Cristo. Ellos y Él
habrían de encontrarse otra vez; y el Mesías, el Señor a quien
profesaban buscar tan ansiosamente, vendría súbitamente a su
templo, según el dicho de Malaquías el profeta. Ellos esperaban
aquella venida como un acontecimiento para ser recibido con
gozo; pero habría de ser de muy distinta manera. "¿Y quién podrá
soportar el tiempo de su venida? ¿o quién podrá estar en pie
cuando él se manifieste?" Ese día habría de traer la desolación
de la casa de Dios, la destrucción de su existencia nacional, el
estallido de la ira contenida de Dios sobre Israel. Este era el
regreso, el reunirse nuevamente, al cual el Salvador alude aquí.
¿Y no es ésta la mismísima cosa que Él había declarado una y
otra vez? ¿No había Él dicho hacía bien poco que "sobre esta
generación" vendrían los siete ayes que Él acababa de
pronunciar? (Ver. 36). ¿No había afirmado solemnemente que
algunos que entonces vivían verían al Hijo del hombre viniendo
en gloria, con sus ángeles, "para dar a cada uno según sus
obras" -- esto es, que vendría a juzgar? ¿Es posible adoptar la
extraña hipótesis de algunos comentaristas de nota, de que con
estas palabras nuestro Salvador quiere decir que nunca volvería
a ser visto por aquéllos a los cuales hablaba, hasta que un
Israel convertido y cristiano, en alguna época muy distante en
el tiempo, estuviese preparado para recibirle como Rey de
Israel? Esto sería realmente tomarse injustificadas libertades
con las palabras de la Escritura. Nuestro Señor no dice: "No me
veréis hasta que ellos digan, o, hasta que otra
generación diga; sino, "hasta que [vosotros] digáis", etc.
No se sigue de ninguna manera que, porque la salutación
mesiánica se cita aquí, el pueblo que se supone que la usa
estaba preparado para entrar en su verdadero significado.
Aquellas mismas palabras habían sido exclamadas por multitudes
en las calles de Jerusalén sólo uno o dos días antes, pero
fueron cambiadas por "¡Crucifícale, crucifícale!" en muy breve
espacio de tiempo. Aquellas palabras simplemente denotan el
hecho de su venida. Los infelices a quienes nuestro Salvador
hablaba no podían adoptar el saludo mesiánico en su sentido
verdadero y más alto; ellos jamás dirían: "Bendito el
que", etc., pero presenciarían su venida - la venida con la cual
aquella fórmula estaba asociada indisolublemente, es decir, la
parusía.
Sostenemos,
entonces, que, no sólo estamos justificados, sino obligados, a
llegar a la conclusión de que aquí nuestro Señor se refiere a su
venida para destruir a Jerusalén y cerrar la era judía, según
sus expresas declaraciones, dentro del período de la generación
que entonces existía. La historia verifica la profecía. Menos de
cuarenta años después del tiempo en que fueron pronunciadas
estas palabras, Judea y su pueblo fueron abrumados por el
diluvio de ira predicho por el Señor. Su tierra fue asolada; su
casa fue dejada desierta; Jerusalén, y sus hijos con ella,
fueron sumergidos en una ruina común.
VII.
La
profecía del Monte de los Olivos
LA VENIDA DEL HIJO DEL
HOMBRE [LA PARUSÍA]
ANTES DE QUE PASARA AQUELLA GENERACIÓN
MAT. 24; MAR. 13; LUC.
21
Ahora entramos a
considerar el que es, con mucho, el pronunciamiento más completo
y más explícito de nuestro Señor tocante a su venida, y los
solemnes acontecimientos relacionados con ella. El discurso o la
conversación en el Monte de los Olivos es la gran profecía del
Nuevo Testamento, y no sería incorrecto llamarla el Apocalipsis
de los evangelios. De la interpretación de este discurso
profético dependerá que comprendamos correctamente las
predicciones contenidas en los escritos apostólicos; porque casi
se puede decir que no hay nada en las epístolas que no esté en
los evangelios. Esta profecía de nuestro Salvador es el gran
depósito del cual se derivan principalmente las declaraciones
proféticas de los apóstoles.
La opinión
comúnmente aceptada de la estructura de este discurso, que casi
se da por sentada, tanto por expositores como por los lectores
en general, es que nuestro Señor, al responder a la pregunta de
sus discípulos con respecto a la destrucción del templo, mezcla
con ese acontecimiento la destrucción del mundo, el juicio
universal, y la consumación final de todas las cosas.
Imperceptiblemente, se supone, la profecía se desliza de la
ciudad y el templo de Jerusalén, y su destino inminente en el
futuro inmediato, a otra catástrofe, infinitamente más tremenda,
en el futuro lejano e indefinido. Sin embargo, tan
entremezcladas están las alusiones - ya a Jerusalén, ya al mundo
en general; ya a Israel, ya a la raza humana; ya a los
acontecimientos cercanos, ya a acontecimientos indefinidamente
remotos - que distinguir y asignar las varias referencias y los
varios temas es extremadamente difícil, si no imposible.
Quizás la manera
más justa de mostrar los puntos de vista de los que arguyen a
favor de un doble significado en este discurso profético sea
presentar el esquema o plan de la profecía propuesto por el Dr.
Lange, y adoptado por muchos notables expositores.
"En armonía con el estilo
apocalíptico, Jesús presentó los juicios de su venida en una
serie de ciclos, cada uno de los cuales muestra el futuro
entero, pero de tal manera, que con cada nuevo ciclo el
escenario parece aproximarse a y parecerse aún más de cerca a
la catástrofe final. Así, el primer ciclo delinea el curso
entero del mundo hasta el fin, en sus características
generales (vers. 4-14). El segundo da las señales de la
destrucción de Jerusalén que se acerca, y pinta esta misma
destrucción como señal y principio del juicio del mundo, que
desde ese día en adelante continúa en silenciosos y reprimidos
días de juicio hasta el fin (ver. 15-28). El tercero describe
el súbito fin del mundo, y el juicio que sigue (ver. 29-44).
Luego sigue una serie de parábolas y símiles, en las cuales el
Señor pinta el juicio mismo, que se desarrolla en una sucesión
orgánica de varios actos. En el último acto, Cristo revela su
majestad judicial universal. El Cap. 24:45-51 presenta el
juicio sobre los siervos de Cristo, o el clero. Cap. 25:1-13
(las vírgenes prudentes y las vírgenes fatuas) presenta el
juicio sobre la iglesia, o el pueblo. Luego sigue el juicio
sobre los miembros individuales de la iglesia (ver. 14-30).
Finalmente, los vers. 31-46 introducen el juicio universal del
mundo". (11)
No muy diferente
es el esquema propuesto por Stier, que encuentra tres venidas
diferentes de Cristo, "que en perspectiva se cubren entre sí":
"1. La venida del Señor para juzgar al
judaísmo. 2. Su venida para juzgar a la degenerada cristiandad
anti-cristiana. 3. Su venida para juzgar a todas las naciones
paganas - el juicio final del mundo, todas las cuales juntas
son la segunda venida de Cristo, y con respecto a su similitud
y diversidad son registradas exactamente por Mateo como
saliendo de la boca de Cristo". (12)
Tal es el
elaborado y complicado esquema adoptado por algunos expositores;
pero hay contra él obvias y graves objeciones que, mientras más
son consideradas, más formidables parecen, si no fatales.
1. Puede hacerse
una objeción, in limine, a los principios envueltos en
este método de interpretar la Escritura. ¿Debemos buscar
significados dobles, triples, y múltiples, profecías dentro de
profecías, y misterios envueltos en misterios, donde podríamos
razonablemente haber esperado una respuesta sencilla a una
pregunta sencilla? ¿Puede alguien estar seguro de entender las
Escrituras si éstas son enigmáticas u obscuras? ¿Es ésta la
manera en que el Salvador enseñaba a sus discípulos, dejando
que tanteasen el camino a través de intrincados laberintos,
que irrestiblemente sugieren la astronomía ptolemaica - "Ciclo
y epiciclo, orbe en orbe"? Ciertamente, una revelación tan
ambigua y obscura puede difícilmente llamarse revelación, y
más parece un oráculo de Delfos, o una sibila de Cuma, que la
enseñanza de Aquél a quien el pueblo escuchaba gustosamente.
(13)
2.
Apenas
se pretenderá que, si la exposición de Lange y la de Stier es
correcta, los discípulos que escuchaban los dichos de Jesús en
el Monte de los Olivos pudieron haber comprendido o seguido la
dirección de su discurso. En todo momento, eran lentos para
entender las palabras de su Maestro; pero sería darles crédito a
su asombroso poder de penetración suponer que eran capaces de
sortear su camino a través de tal laberinto de venidas, que se
extendían a través de "una serie de ciclos, cada uno de los
cuales presenta el futuro entero, pero de tal manera que, con
cada nuevo ciclo, la escena parece aproximarse y parecerse más
de cerca a la catástrofe final".
Para el lector
corriente, no es fácil seguir al crítico ingenioso a través de
su tortuoso esquema; pero es claro que los discípulos deben
haberse sentido irremediablemente desconcertados en medio de una
avalancha de crisis y catástrofes desde la caída de Jerusalén
hasta el fin del mundo. Quizás debe decírsenos, sin embargo, que
no es importante si los discípulos entendieron o no la respuesta
de nuestro Señor: no era a ellos a los que Él hablaba; era a las
edades futuras, a las generaciones que todavía no habían nacido,
que sin embargo estaban destinadas a encontrar la interpretación
de la profecía tan embarazosa para ellos como lo era para los
portadores originales. Ninguna palabra para repudiar tal
sugerencia es demasiado fuerte. Los discípulos fueron a su
Maestro con una pregunta sencilla y honesta, y es increíble que
Él se burlase de ellos dándoles por respuesta un acertijo
ininteligible. Debe suponerse que el Salvador quería que sus
discípulos entendieran sus palabras, y debe suponerse que las
entendieron.
3.
La
interpretación que estamos considerando parece estar
fundamentada en una errónea interpretación de la pregunta que
los discípulos hicieron a nuestro Señor, así como de la
respuesta a la pregunta.
Se supone por lo
general que los discípulos vinieron a nuestro Señor con tres
preguntas diferentes, relativas a diferentes acontecimientos
separados entre sí por un largo intervalo de tiempo; que la
primera pregunta: "¿Cuándo serán estas cosas?", se
refería a la próxima destrucción del templo; que la segunda y la
tercera preguntas, "¿Qué señal habrá de tu venida, y del
fin del mundo?", se refería a sucesos muy posteriores a
la destrucción de Jerusalén y que, de hecho, todavía no han
tenido lugar. Se supone que la respuesta de nuestro Señor se
conforma a esta triple pregunta, y que esto da forma a su
discurso entero. Ahora, considérese cuán completamente
improbable es que los discípulos tuvieran en sus mentes algún
esquema del futuro, como si fuera un mapa. Sabemos que ellos
acababan de ser sacudidos y quedar estupefactos por la
predicción de su Maestro tocante a la total destrucción de la
gloriosa casa de Dios que tan recientemente habían estado
contemplando con admiración. Todavía no habían tenido tiempo de
recuperarse de su sorpresa, cuando fueron a Jesús con la
pregunta: "¿Cuándo serán estas cosas?", etc. ¿No es razonable
suponer que sólo un pensamiento les poseía en ese momento - la
portentosa calamidad que esperaba a la magnífica estructura,
gloria y belleza de Israel? ¿Era ése un momento en que sus
mentes estarían ocupadas con un futuro distante? ¿No debía su
alma entera estar concentrada en el destino del templo? ¿Y no
debían estar ansiosos de saber qué señales se darían de la
proximidad de la catástrofe? Es imposible decir si relacionaron
en su imaginación la destrucción del templo con la disolución de
la creación y el fin de la historia humana; pero podemos, sin
peligro, llegar a la conclusión de que en sus mentes predominaba
el anuncio que el Señor acababa de hacer: "De cierto os digo,
que no quedará piedra sobre piedra que no sea derribada". Por el
lenguaje del Salvador, deben haber colegido que la catástrofe
era inminente; y su ansiedad era por saber el momento y
las señales de su llegada. Marcos y Lucas hacen que la pregunta
de los discípulos se refiera a un suceso y una
ocasión - "¿Cuándo serán estas cosas? ¿Y qué señal habrá cuando
todas estas cosas hayan de cumplirse?" Por lo tanto, no es sólo
presumible, sino indudable, que las preguntas de los discípulos
se refieren sólo a diferentes aspectos del mismo y gran
acontecimiento. Esto armoniza las afirmaciones de Mateo
con las de los otros evangelistas, y claramente lo requieren las
circunstancias del caso.
4.
La
interpretación que estamos discutiendo descansa también en una
concepción errónea y engañosa de la frase "fin del mundo"
(época) [ton/ai=w/noj]. No es sorprendente que simples
lectores de habla inglesa del Nuevo Testamento supongan que esta
frase significa en realidad la destrucción del mundo material;
pero tal error no debería recibir el apoyo de hombres de saber.
Ya hemos tenido ocasión de subrayar que el verdadero significado
de (aion) no es mundo, sino época; que, como su
equivalente en latín, aevum, se refiere a un período de
tiempo: así, "el fin de la época" [ton/ai=w/noj]
significa la proximidad del fin de la época o era o dispensación
judía, como nuestro Señor lo indicaba con frecuencia. Todos los
pasajes que hablan del "fin" [to.te,loj] "el fin del tiempo", o
"el fin de los tiempos", se refieren a la misma consumación, y
siempre como que está a las puertas. En I Cor. 10:11, Pablo
dice: "Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están
escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado
los fines de los siglos", dando a entender que se consideraba a
sí mismo y a sus lectores como viviendo cerca de la conclusión
de un aeon, o era.
Así, en la
epístola a los Hebreos, encontramos la notable expresión: "Pero
ahora, en la consumación de los siglos (erróneamente traducida:
El fin del mundo), se presentó una vez para siempre por el
sacrificio de sí mismo" (Heb. 9:26), mostrando claramente que el
escritor consideraba la encarnación de Cristo como teniendo
lugar cerca del fin del eon, o período dispensacional. Suponer
que quería decir cerca del fin del mundo, o cerca de la
destrucción del planeta material, sería hacerle escribir falsa
historia y mala gramática. De hecho, no sería verdad, porque el
mundo ha durado más desde la encarnación que la duración de toda
la economía mosaica, desde el éxodo hasta la destrucción del
templo. Por lo tanto, es inútil decir que el "fin del siglo"
puede significar un período prolongado, que se extiende desde la
encarnación hasta nuestro propio tiempo, y aún más allá. Eso
sería un eón, no el fin de todos los hombres. El eón del que
hablaba nuestro señor estaba a punto de terminar en una gran
catástrofe; y una catástrofe no es un proceso prolongado, sino
un acto definitivo y culminante. Nos vemos obligados, por lo
tanto, a llegar a la conclusión de que "el fin del siglo", o
[ton/ ai=w/noj] se refiere solamente a la cercana terminación de
la era o dispensación judía.
5.
Ciertamente
puede objetarse que, aún admitiendo que los apóstoles hayan
estado ocupados exclusivamente con la suerte del templo y los
acontecimientos de su propio tiempo, no hay razón para que el
Señor no excediera los límites de la visión de ellos y no
extendiera una mirada profética hacia los siglos de un futuro
distante. No hay duda de que podía hacerlo; pero, en ese caso,
deberíamos esperar algún atisbo o sugerencia de ese hecho;
alguna línea bien definida entre el futuro inmediato y el
indefinidamente remoto. Si el Salvador pasa de Jerusalén y su
día de condenación, al mundo y su día del juicio, sería sólo
razonable buscar alguna frase como "Después de muchos días", o
"Sucederá después de estas cosas", que marcara la transición.
Pero en vano buscamos alguna indicación de este tipo. Son por
entero insatisfactorios los intentos de los expositores de
trazar líneas de transición en esta profecía, mostrando dónde
deja de hablar de Jerusalén e Israel y pasa a hablar de
acontecimientos remotos y generaciones que todavía no habían
nacido. Nada puede ser más arbitrario que las divisiones que se
intentan establecer; no soportan ni el examen de un momento, y
son incompatibles con las expresas afirmaciones de la profecía
misma. ¿Puede creerse que algunos expositores encuentran un
punto de transición en Mateo 24:29, donde las propias palabras
de nuestro Señor hacen totalmente inadmisible la idea misma por
medio de su propia observación sobre el tiempo, pues dice
"inmediatamente"? Si, en presencia de tal autoridad, puede
hacerse una sugerencia tan precipitada, ¿qué no puede esperarse
en casos señalados con menos fuerza? Pero, la verdad es que
todos los intentos de establecer divisiones y transiciones
imaginarias en la profecía fracasan de modo notable. Que
cualquier lector imparcial y honesto juzgue el esquema del Dr.
Lange, que puede ser considerado representante de la escuela de
los expositores del doble sentido, en su distribución de este
discurso de nuestro Señor, y diga si es posible discernir algún
vestigio de una división natural donde él traza líneas de
transición. Su primera sección, desde el ver. 4 al ver. 14, la
titula
"Señales, y la manifestación del fin del
mundo en general".
¡Cómo! ¿Es
concebible que nuestro Señor, a punto de responder a los
corazones ansiosos y palpitantes, llenos de ansiedad por las
calamidades que Él decía eran inminentes, comenzara hablando del
"fin del mundo en general"? Ellos pensaban en el templo y el
futuro inmediato. ¿Hablaría Jesús del mundo y del tiempo
indefinidamente remoto? Pero, ¿hay algo en esta primera sección
que no sea aplicable a los discípulos mismos y a su tiempo? ¿Hay
algo que no ocurrió realmente en su propio tiempo? "Sí," se
dirá, "el evangelio del reino no se ha predicado todavía a todo
el mundo por testimonio a todas las naciones". Pero tenemos este
mismo hecho atestiguado por Pablo (Col. 1:5, 6): "La palabra
verdadera del evangelio, que ha llegado hasta vosotros, así
como a todo el mundo", etc.; y nuevamente (Col. 1:23): "El
evangelio que habéis oído, el cual se predica en toda la
creación que está debajo del cielo". Existía, pues, en el tiempo
de los apóstoles, tal difusión mundial del evangelio como para
satisfacer las predicciones del Salvador: "Y será predicado este
evangelio del reino en todo el mundo" (oikemene).
Pero la objeción
decisiva a este esquema es que es evidente que el pasaje entero
está dirigido a los discípulos, y habla de lo que ellos
verían, de lo que ellos harían, de lo que ellos
sufrirían; todo esto cae dentro de su propia observación y
experiencia, y no se puede hablar de ellos como si se tratara de
un auditorio invisible en una época muy distante en el futuro
lejano, que aún hoy no ha tenido lugar en la tierra.
La siguiente división de Lange, que comprende
desde el ver. 15 hasta el ver. 22, se titula
"señales del fin del mundo en particular:
(a) La destrucción de Jerusalén".
Sin detenernos a
investigar la relación de estas ideas, es satisfactorio ver que
por fin se introduce a Jerusalén. Pero, ¡cuán antinatural es la
transición de "el fin del mundo" a la invasión de Judea y al
sitio de Jerusalén! ¿Podrían los discípulos haber dado tan
súbito e inmenso salto? ¿Podría haber sido inteligible para
ellos, o es inteligible en la actualidad? Pero, obsérvese el
punto de transición, como lo fija Lange en el vers. 15: "Por
tanto, cuando veáis la abominación desoladora", etc. Esto
ciertamente no es transición, sino continuidad:
todo lo que precede conduce a este punto; las guerras, las
hambrunas, las pestilencias, las persecuciones, y los martirios;
todo esto preparaba y era la introducción para el "fin";
esto es, para la catástrofe final que habría de sobrevenir a la
ciudad, al templo, y a la nación de Israel.
Luego sigue un párrafo desde el ver. 23 hasta el
ver. 28, que Lange llama
"(b) Intervalo de juicio parcial y
suprimido".
Este título es en
sí mismo un ejemplo de exposición fantástica y arbitraria. En
las palabras mismas algo incongruente y contradictorio. Un día
de juicio implica publicidad y manifestación, no silencio y
supresión. Pero, ¿cuál puede ser el significado de "días de
juicio silencioso y suprimido", que continúa desde la
destrucción de Jerusalén hasta el fin del mundo? Si se quiere
decir que hay un sentido en que Dios está siempre juzgando al
mundo, esto es un truísmo que podría afirmarse de cualquier
período, antes o después de la destrucción de Jerusalén. Pero la
parte más objetable de esta exposición es el violento
tratamiento de la palabra "entonces" (p. 62) [to,te] (ver. 23).
Dice Lange: "Entonces (es decir, en el tiempo que transcurre
entre la destrucción de Jerusalén y el fin del mundo)". ¡Este es
ciertamente un prodigioso entonces! Ya no es un punto en
el tiempo, sino un eón - un período vasto e indefinido; y se
supone que durante todo ese tiempo las afirmaciones del párrafo,
ver. 23 al 28, están en proceso de cumplimiento. Pero, cuando
regresamos a la profecía misma, no encontramos ningún cambio de
tema, ninguna interrupción en la continuidad del discurso,
ningún indicio de transición de una época a la otra. La nota de
tiempo, "entonces", [to,te], es decisiva contra cualquier hiato
o transición. Nuestro Salvador está poniendo a los discípulos en
guardia contra los engañadores e impostores que infestaban la
comunidad judía en los últimos días, y les dice: "Entonces",
(es decir, en ese tiempo, en la agonía de la guerra judía) "si
alguno os dijere: Mirad, aquí está el Cristo, o mirad, allí
está, no lo creáis", etc. Es Jerusalén, siempre Jerusalén, y
sólo Jerusalén, de lo que nuestro Señor habla aquí. Por fin
llegamos a
"El verdadero fin del mundo" (ver. 24-31).
Habiendo hecho la
transición del "fin del mundo hacia atrás hasta la destrucción
de Jerusalén, el proceso ahora se invierte, y hay otra
transición, de la destrucción de Jerusalén al "verdadero fin del
mundo". Este fin verdadero ha sido puesto después de la
aparición de aquellos falsos Cristos y falsos profetas contra
los cuales eran amonestados los discípulos. Esta alusión a
"falsos Cristos" debería haberle ahorrado al crítico el error en
que ha caído, y haberle indicado el período al cual se refiere
la predicción. Pero, ¿dónde hay aquí alguna señal de división o
transición? No hay rastro ni señal de ninguna. Por el contrario,
el lenguaje expreso de nuestro Señor excluye en absoluto
cualquier intervalo de tiempo, pues dice: "Inmediatamente
después de la tribulación de aquellos días", etc. Esta nota en
cuanto al tiempo es decisiva, y prohibe perentoriamente suponer
cualquier interrupción o hiato en la continuidad de su discurso.
Pero hemos ido
bastante lejos en la demostración del tratamiento arbitrario y
nada crítico que ha recibido esta profecía, y sido seducidos
para efectuar una exégesis prematura de alguna porción de su
contenido. Lo que argumentamos es a favor de la unidad y la
continuidad del discurso entero. Desde el principio del
capítulo veinticuatro de Mateo hasta el final del veinticinco,
es uno e indivisible. El tema es la próxima consumación
de la época, con los acontecimientos acompañantes y
concomitantes, los ayes que habrían de alcanzar a la "generación
perversa", que comprendían la invasión por los ejércitos
romanos, el sitio y la captura de Jerusalén, la destrucción
total del templo, las terribles calamidades del pueblo. Junto
con esto encontramos la verdadera parusía, o venida del Hijo del
hombre, el derramamiento judicial de la ira divina sobre los
impenitentes, y la liberación y la recompensa de los fieles. De
principio a fin, estos dos capítulos forman un discurso
continuo, consecutivo, y homogéneo. Así debe haber sido
considerado por los discípulos, a los cuales fue dirigido; y
así, en ausencia de cualquier atisbo o indicación en contrario
en el registro, nos sentimos vinculados a él.
6.
En
conclusión, no podemos evitar referirnos a otra consideración,
que, estamos persuadidos, ha tenido mucho que ver con la errónea
interpretación de esta profecía; es decir, la inadecuada
apreciación de la importancia y la grandeza del acontecimiento
que forma su tema, la consumación de la era o del eón, y la
abrogación de la dispensación judía.
Ese fue un suceso
que formó una época en el gobierno divino del mundo. La economía
mosaica, que había sido entronizada con tanta pompa y grandeza
en medio de los truenos y los relámpagos de Sinaí, y había
existido por casi dieciséis siglos, que había sido el medio de
comunicación divinamente instituído entre Dios y el hombre, y
cuyo propósito había sido establecer un reino de Dios en la
tierra, había demostrado ser un comparativo fracaso por medio de
la incapacidad moral del pueblo de Israel, estaba condenada a
llegar a su fin en medio de la más terrífica demostración de la
justicia y la ira de Dios. El templo de Jerusalén, por siglos
gloria y corona del Monte de Sión - el santuario sagrado, en
cuyo lugar santo se complacía en habitar Jehová - la casa santa
y hermosa, que era el paladio de la seguridad de la nación, y
más cara que la vida para cada hijo de Abraham - estaba a punto
de ser profanado y destruído, de modo que no quedaría piedra
sobre piedra. El pueblo escogido, los hijos del Amigo de Dios,
la nación favorecida, con la cual el Dios de toda la tierra se
dignó entrar en pacto y ser llamado su Rey, habría de ser
abrumado por las más terribles calamidades que jamás cayeron
sobre nación alguna; habría de ser expatriado, privado de su
nacionalidad, excluído de su antigua y peculiar relación con
Dios, y ser expulsados para que anduviesen como peregrinos sobre
la faz de la tierra, refrán y burla entre todas las naciones.
Pero junto con todo esto habría cambios para bien. Primero, y
principalmente, el fin de la época sería la inauguración del
reino de Dios. Habría honor y gloria para los fieles y
verdaderos siervos de Dios, que luego entrarían en plena
posesión de la herencia celestial. (Esto se desarrollará más
plenamente en la secuela de nuestra investigación). Pero habría
también un glorioso cambio en este mundo. Lo antiguo dio lugar a
lo nuevo; la Ley fue reemplazada por el Evangelio; Cristo tomó
el lugar de Moisés. El sistema estrecho y exclusivo, que
abarcaba sólo a un pueblo, fue sucedido por un pacto nuevo y
mejor, que abarcaba la familia entera del hombre, y no conocía
diferencia entre judíos y gentiles, circuncisos e incircuncisos.
La dispensación de los símbolos y las ceremonias, adaptados a la
niñez de la humanidad, fue incorporada en un orden de cosas en
que la religión se convirtió en un servicio espiritual, cada
lugar en un templo, cada adorador en un sacerdote, y Dios en
Padre universal. Esta era una revolución mucho mayor que
cualquiera que jamás hubiese ocurrido en la historia de la
humanidad. Hizo un mundo nuevo; era el "mundo por venir", el
[o.ikonge,nh me, llonoa] de Hebreos 2:5; y es imposible
sobreestimar la magnitud e importancia del cambio. Es esto lo
que da tal significado al arrasamiento del templo y la
destrucción de Jerusalén: éstas son las señales externas y
visibles de la abrogación del orden antiguo y la introducción
del nuevo. La historia del sitio y la captura de la Santa Ciudad
no es simplemente un emocionante episodio histórico, como el
sitio de Troya o la caída de Cartago; no es meramente la escena
final en los anales de una antigua nación; tiene un significado
sobrenatural y divino; tiene relación con Dios y la raza humana,
y marca una de las más memorables épocas en el tiempo. Esta es
la razón de que el acontecimiento se describa en la Biblia en
términos que a algunos les parecen exagerados, o requieran
alguna catástrofe mayor los justifique. Pero, si fue adecuado
que la introducción de esta economía fuera señalada por
portentos y maravillas, terremotos, relámpagos, truenos, y
bocinas, no menos adecuado fue que terminara en medio de
fenómenos similares, terribles espectáculos y grandes señales en
el cielo. Si los expositores hubiesen captado mejor el verdadero
significado y la grandeza del acontecimiento, no habrían
encontrado extravagante o exagerado el lenguaje con el cual
nuestro Señor lo describe. (14)
Ahora estamos
preparados para entrar en un examen más particular del contenido
de este discurso profético, lo cual trataremos de hacer tan
concisamente como sea posible.
Notas:
1. Life of Christ, sec. 239.
2. Life of Christ, sec. 256.
3. Lange acerca de Mat., p. 388.
4. Alford, Testamento griego. in loc.
5. Life of Christ, sec. 253, note n.
6. Life of Christ, sec. 253, note m.
7. Tischendorf rechaza el ver. 14, que está omitida por el Codice
Sinaítico y Vaticano.
8. Véase Dorner´s tractae, De Oratione Christi Eschatologica, p.
41.
9. Dorner, Orat. Christ. Esch. p. 43.
10. Com. sobre Mat. p. 416.
11. Lange, Com. sobre Mat. p. 418
12. Stier. Red. Jes. vol. iii. 251.
13. Véase Nota A, Part I., sobre la Teoría de Interpretación de
Doble Sentido.
14. La terminación del eón judío en
el siglo primero, y de la era romana en el quinto y el sexto,
fueron narcadas por la misma ocurrencia de calamidades, guerras,
tumultos, pestilencias, terremotos, etc., todas marcando el tiempo
de una de las peculiares temporadas de visitación de Dios. Para la
misma creencia en relación con la convulsión física y moral, véase
de Niebuhr, Leben´s Nachrichten, ii. p. 672, Dr. Arnold: Véase "Life
by Stanley", vol. i, p. 311.