EL PARAÍSO RESTAURADO
Una teología bíblica de señorío
David Chilton
Dominion
Press
Tyler,
Texas
©
1ero. 1985; 6to. 1999
Parte
Cinco: Hasta los confines de la tierra
Cumplimiento
de la gran comisión
Sé
para
el futuro que lo mejor es obedecer solamente a Dios;
amarlo y temerlo a un tiempo; proceder como si
estuviera siempre delante de El; no desconfiar jamás
de su Providencia; entregarse del todo a El, que
misericordioso en todas sus obras, hace que el bien
triunfe sobre el mal, y convierte las cosas más
pequeñas en las más grandes, y sorprende con el
impulso que se cree más ineficaz los mayores poderes
de la Tierra, y toda la ciencia mundana con la más
humilde sencillez. Sé que el que padece por la verdad
adquiere valor bastante para lograr el supremo
triunfo, y que para el fiel, la muerte no es más que
la puerta de la vida. Esto he aprendido con el ejemplo
de Aquel a quien reconozco ya como mi Redentor siempre
bendito.
John
Milton,
Paradise Lost
[12:561-73]
¿Qué
mero
hombre o mago o tirano o rey pudo jamás hacer tanto por sí
mismo? ¿Pudo alguien jamás luchar contra el sistema entero
de culto a los ídolos y la hueste entera de demonios y
toda la magia y toda la sabiduría de los griegos, en un
momento en que todos ellos eran fuertes y florecientes y
recogían a todos, como lo hizo nuestro Señor, la mismísima
Palabra de Dios? Pero él está aun ahora revelando
invisiblemente los errores de todos los hombres, y él solo
está llevando con él a todos, de modo que los que solían
adorar ídolos ahora los pisotean, los magos de reputación
queman sus libros y los sabios prefieren la
interpretación de los evangelios antes que todos los
estudios. Están abandonando a aquellos a los que antes
adoraban, adoran y confiesan a Cristo y a Dios a quien
antes solían ridiculizar como crucificado. Sus así
llamados dioses son derrotados por la señal de la cruz, y
el Salvador crucificado es proclamado en todo el mundo
como Dios e Hijo de Dios.
Atanasio,
On the Incarnation
[53]
"Por tanto, id, y haced
discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el
nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo;
enseñándoles que guarden todas las cosas que os he
mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días,
hasta el fin del mundo" (Mat. 28:19-20).
La
gran comisión a la iglesia no termina simplemente con testificar a las
naciones. La orden de Cristo es que hagamos discípulos a las
naciones - todas
las naciones. Los reinos del mundo deben llegar a ser los
reinos de Cristo. Deben ser hechos discípulos, obedientes a
la fe. Esto significa que todos los aspectos de la vida en
todo el mundo han de ser puestos bajo el señorío de
Jesucristo: las familias, los individuos, los negocios, la
ciencia, la agricultura, las artes, las leyes, la educación,
la economía, la psicología, la filosofía, y cada una de las
otras esferas de la actividad humana. Nada puede quedar
fuera. Cristo debe "reinar", hasta que haya puesto a todos
sus enemigos debajo de sus pies" (1 Cor. 15:25). Tenemos la
responsabilidad de convertir al mundo entero.
En su
segunda carta a la iglesia de Corinto, Pablo delinea una estrategia para el dominio
mundial:
Pues
aunque
andamos en la carne, no militamos según la carne; porque
las armas de nuestra milicia no son carnales, sino
poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas,
derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra
el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo
pensamiento a la obediencia a Cristo, y estando prontos
para castigar toda desobediencia, cuando vuestra
obediencia sea perfecta (2 Cor. 10:3-6).
Como
observa Pablo, el ejército de Cristo es invencible: no
luchamos con mero poder humano, sino con armas que son
"poderosas en Dios" (ver Efe. 6:10-18), divinamente
poderosas, más que adecuadas para llevar a cabo el trabajo.
Con estas armas a nuestra disposición, podemos destruir todo
lo que el enemigo levante en oposición al señorío de
Jesucristo. "Estamos llevando cautivo todo pensamiento a la
obediencia a Cristo": Cristo ha de ser reconocido como Señor
en todas partes, en toda esfera de la actividad humana.
Hemos de "pensar los pensamientos de Dios según Él" en todo
punto, obedeciendo su palabra autorizada, el libro de la ley
del reino. Esta es la raíz de todo genuino programa de
rconstrucción cristiana.
Pablo
nos dice que la meta de nuestra guerra es la victoria total,
el dominio completo para el reino de Cristo. No aceptaremos
nada menos que el mundo entero. "Estamos listos para
castigar toda desobediencia, una vez que vuestra obediencia
es completa", dice Pablo. La traducción Moffatt presenta
este texto así: Estoy
preparado para someter a corte marcial a cualquiera que
continúe siendo insubordinado, una vez que vuestra
sumisión sea completa. La meta de Pablo es
obediencia universal a nuestro Señor.
Pero
es importante notar el orden aquí. Pablo no comienza su obra
de reconstrucción fomentando una revolución social. Tampoco
comienza buscando un puesto político. Comienza con la
iglesia, y se dispone a poner el resto del mundo bajo el
dominio de Cristo "una vez que la obediencia de la iglesia
sea completa". El centro
de la reconstrucción cristiana es la iglesia. El
río de vida no fluye de las puertas de las cámaras de los
congresos y parlamentos. Fluye del templo restaurado del
Espíritu Santo, la iglesia de Jesucristo. Nuestra meta es el
dominio mundial bajo el señorío de Cristo, una "ocupación
mundial", si se quiere; pero nuestra estrategia comienza con
la reforma y la reconstrucción de la iglesia. De alli fluirá
la reconstrucción social y política, en verdad un
florecimiento de la civilización cristiana (Hag. 1:1-15;
2:6-9; 18-23).
Esto
es lo que siempre ha sucedido. Cuando Moisés exigió que
Faraón liberara a los israelitas, no dijo: "Iniciemos una
república cristiana". Dijo:
Jehová
el
Dios de Israel dice así: Deja ir a mi pueblo a celebrarme fiesta
en el desierto (Éx. 5:1; ver 7:16).
Ciertamente,
Dios
planeaba hacer de su pueblo una nueva nación. La ley que
estaba a punto de darles proporcionaría el fundamento para
un orden social y un sistema judicial. Sin embargo, por
importante que sea todo esto, lo que es infinitamente más
importante es Dios.
Y lo que es básico para nuestra continua relación con Él y
nuestro servicio para Él es nuestro culto a Él. La disputa
fundamental entre Egipto e Israel era la cuestión del culto.
Todo lo demás partía de allí.
Liturgia e historia
Conocemos
la
historia de Israel. Dios obligó a Faraón a dejar ir a
Israel, y éste siguió adelante a heredar la Tierra
Prometida. Pero el aspecto realmente crucial de todo el
evento del Éxodo, por lo que concierne a la actividad del pueblo, era el culto. La fe cristiana
ortodoxa no puede reducirse a experiencias personales,
discusiones académicas, ni actividades para construir la
cultura - por importantes que sean todas ellas en grados
variables. La esencia de la religión bíblica es el culto a
Dios. Y con culto
no sólo quiero decir escuchar sermones, aunque la
predicación ciertamente es necesaria e importante. Quiero
decir oraciones
organizadas, congregacionales, alabanza, y celebración
sacramental. Además, esto significa que la reforma
del gobierno de la
iglesia es crucial para el dominio bíblico. La
verdadera reconstrucción cristiana de la cultura está lejos
de ser simplemente un asunto de aprobar una ley X y elegir
al congresista Y. El cristianismo no es un culto político.
Es el culto divinamente ordenado del Dios Altísimo.
Por
eso el libro de Apocalipsis comienza con una visión de
Cristo y pasa a tratar del gobierno (los "ángeles", u oficiales) de la
iglesia. De hecho, la profecía entera está estructurada como un servicio
de culto el día del Señor (Apoc. 1:10). Durante
todo el libro, vemos un patrón repetido: primero, los
"ángeles" guían a los santos en un culto organizado;
segundo, Dios responde al culto de su pueblo trayendo juicio
para salvación. Por ejemplo, Juan nos muestra los mártires
reunidos al pie del altar de incienso, implorando a Dios que
les vengue de sus perseguidores (Apoc. 6:9-11). Poco
después, un "ángel" ofrece formalmente las oraciones de
ellos a Dios, luego toma
fuego del altar y lo arroja a la tierra: el
resultado es devastación y destrucción para Israel; la
tierra se incendia; una montaña en llamas es lanzada al mar
(Apoc. 8:1-8). Esta no es sino una ilustración entre muchas
de una verdad central en Apocalipsis: la inseparable conexión entre
la liturgia y la historia. El libro de Apocalipsis
muestra que los juicios de Dios en la historia son
respuestas directas al culto oficial de la iglesia. Cuando
la iglesia, en su capacidad oficial, pronuncia juicios
legales, esas declaraciones son aceptadas en la Corte
Suprema del cielo (Mat. 16:19; Juan 20:23), y Dios mismo
ejecuta el veredicto de la iglesia.
De
hecho, Jesús había mandado específicamente a su pueblo que
oraran para que el monte de Israel fuese lanzado al mar
(Mat. 21:21-22), y eso es exactamente (de manera figurada)
lo que sucedió. Esta es una importante lección para la
iglesia hoy día. Nuestra primera respuesta a la persecución
y la opresión no debe ser política. Es decir, no debemos
poner nuestra confianza en el estado. La primera respuesta de la
iglesia a la persecución debe ser litúrgica.
Debemos orar por ello personalmente, en familia, y en el
culto organizado y corporativo de la iglesia, cuyos
oficiales están divinamente autorizados para pronunciar
juicio. Por supuesto, esto significa que la iglesia debe
regresar a la práctica ortodoxa de cantar y orar salmos imprecatorios
contra los enemigos de Dios. (Los "salmos imprecatorios" son
los salmos que consisten principalmente de imprecaciones, o
maldiciones, contra los impíos; algunos de estos salmos son
los números 35, 55, 59, 69, 79, 83, 94, 109, y 140). Los
oficiales de iglesia deben pronunciar sentencia contra los
opresores, y los cristianos deben seguir esto con fieles
oraciones para que los opresores se arrepientan o sean
destruidos.
Para
dar otro ejemplo: ¿Qué debe hacer la iglesia acerca de la
moderna forma de sacrificio humano, la diaria abominación
conocida como aborto? Si nuestra respuesta central es una acción
social o política, somos, en
principio, ateos; estamos confesando nuestra fe en
las acciones humanas como las últimas determinadoras de la
historia. Es verdad que debemos
trabajar para que el aborto sea declarado un crimen: los
asesinos deben recibir la pena capital (Éx. 21:22-25).
También debemos trabajar para salvar las vidas de los
inocentes y los indefensos. Pero nuestras acciones fundamentales deberían
ser gubernamentales
y litúrgicas. Los
oficiales de iglesia deben pronunciar juicios sobre los
abortistas - dando los
nombres de los que abogan por la muerte, incluyendo
jueces, médicos, y publicistas.
Si la
iglesia invoca fielmente a Dios para que juzgue a los
asesinos y perseguidores, ¿qué ocurrirá? La respuesta está
dada en la totalidad del libro de Apocalipsis: Los ángeles
de Dios arrojarán fuego sobre la tierra, y los malvados
serán consumidos. Pero tenemos que recordar que las ascuas de la retribución
de Dios tienen que proceder del altar. La ardiente
ira de Dios procede del trono, donde nos encontramos con Él
en el culto público. Un "movimiento de resistencia" que no
esté centrado en el culto estará bajo el juicio de Dios. En
principio, es como la ofrenda de "fuego extraño" de Nadab y
Abiú (Lev. 10:1-2).
W. S.
Plumer escribió sobre el poder de las oraciones
imprecatorias de la iglesia: "De los 30 emperadores romanos,
gobernadores de provincias, y otros oficiales de alta
jerarquía, que se distinguieron por su celo y
encarnizamiento en la persecución de los cristianos
primitivos, uno pronto se volvió loco después de haber
cometido alguna crueldad atroz; otro fue asesinado por su
propio hijo; otro quedó ciego; los ojos de otro comenzaron a
salírsele de las órbitas; otro se ahogó; otro fue
estrangulado; otro murió en un cautiverio miserable; otro
cayó muerto de una manera indescriptible; otro murió de una
enfermedad tan repugnante que varios de sus médicos fueron
ejecutados porque no pudieron soportar el hedor que llenaba
la habitación; dos se suicidaron; un tercero lo intentó,
pero tuvo que pedir ayuda para terminar el trabajo; cinco
fueron asesinados por su propio pueblo o sus propios
sirvientes; otros cinco murieron de la manera más miserable
e intolerable; varios de ellos sufrieron una indecible
complicación de enfermedades, y ocho murieron en combate o
después de haber sido tomados prisioneros. Entre éstos se
encontraba Julián el apóstata. Se dice que, en los días de su prosperidad,
apuntó su daga hacia el cielo desafiando al Hijo de Dios, al
cual llamaba comúnmente el galileo. Pero, cuando fue herido
en combate, viendo que todo había terminado para él, recogió
su sangre coagulada y la arrojó al aire, exclamando: "¡Has
vencido, galileo!".
Por
supuesto, el culto de la iglesia no es principalmente
negativo sino positivo: Hemos de ofrecer peticiones para la
conversión del mundo. Debemos pedirle a Dios que haga que
todas las naciones acudan a su templo, orando para que su
monte crezca y llene la tierra más y más, y para que nuestra
era presencie triunfos crecientes para el evangelio en todos
los órdenes de la vida. No hay ninguna razón para no esperar la victoria;
si somos fieles a la palabra de Dios, hay todas las razones
para suponer que los poderes de las tinieblas serán hechos
trizas por nuestro avance. Las puertas del infierno deben
caer y caerán delante de la iglesia agresiva y militante
(Mat. 16:18).
Es
una señal de nuestra incredulidad el hecho de que ponemos
nuestra confianza en los hombres y en los príncipes antes
que en el Espíritu de Dios. ¿Cuál es más poderosa, la
depravación humana o la soberanía de Dios? ¿Puede Dios convertir al
mundo? ¡Por supuesto! Más que eso, ¡ha prometido que Él convertirá al mundo!
Nos ha dicho que "la tierra será llena del conocimiento del
Señor como las aguas cubren el mar" (Isa. 11:9). ¿Cómo
cubren las aguas el mar? ¿Hay alguna parte del mar que no esté cubierta
por agua? Ése es justamente el punto: algún día, la gente de
todas partes del mundo conocerán el evangelio. Todas las
naciones le servirán.
La
salvación del mundo es la razón de que Jesús viniera, como
el Él mismo le dijo a Nicodemo:
Porque
de
tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito
para que todo aque que en Él crea no se pierda, sino que
tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo
para condenar al mundo, sino
para que el mundo sea salvo por él (Juan
3:16-17).
¡Para que el mundo sea salvo!
Este es uno de los pasajes bíblicos que se citan más a
menudo, pero a menudo no vemos su mensaje. Cristo Jesús vino
a salvar al mundo
- no sólo a un pecador aquí, otro allá. Él quiere que
hagamos discípulas a las naciones - no sólo a unos pocos
individuos. El Señor Jesús no quedará satisfecho del éxito
de su misión sino hasta que la tierra entera cante sus
alabanzas. Sobre la base de las infalibles promesas de Dios,
la iglesia debe orar y trabajar para que se expanda el
reino, en la Esperanza de que Dios llenará su iglesia con
"una grande muchedumbre, que nadie podía contar, de toda
nación y tribu y lengua y pueblo" (Apoc. 7:9).
Tenemos
que
dejar de actuar como si estuviéramos destinados para siempre
a ser una subcultura. Estamos
destinados al señorío; debemos enderezarnos y
actuar en consecuencia. Nuestras vidas y nuestro culto deben
reflejar nuestra Esperanza de dominio y nuestra creciente
capacidad para adquirir responsabilidades. No debemos vernos
a nosotros mismos como avanzadillas solitarias, rodeados por
un mundo cada vez más hostil; eso es dar falso testimonio
contra Dios. La verdad es exactamente opuesta a eso. Es el
diablo el que está huyendo; es el paganismo el que está
condenado a la extinción. En fin de cuentas, el cristianismo
es la cultura dominante, predestinada a ser la religión
final y universal. La iglesia llenará la tierra.
El
gran san Agustín entendía esto. Refiriéndose a los que se
veían a sí mismos como el último remanente de una iglesia
que se dirigía a una inevitable declinación, se rió: "Las
nubes retumban con los truenos, de que la casa del Señor se
construirá por toda la tierra; y estas ranas se sientan en
su pantano y croan: '¡Nosotros somos los únicos
cristianos'!"
Nosotros
damos
forma a la historia mundial. Dios ha vuelto a crearnos a su
imagen para que dominemos el mundo; Él ha derramado su
Espíritu sobre nosotros, con "poder de lo alto" (Lucas
24:49); Él nos ha confiado el evangelio del reino, y nos ha
encargado que tomemos posesión del mundo. Si confiamos en Él y le
obedecemos, no hay ninguna posibilidad de que fracasemos.
El mandato teocrático
Nuestra
meta
es un mundo cristiano, hecho de naciones explícitamente
cristianas. ¿Cómo podría un cristiano desear alguna otra
cosa? Nuestro Señor mismo nos enseñó a orar: "Venga tu
reino: Hágase tu
voluntad, así en el cielo como en la tierra" (Mat.
6:10). Oramos para que las órdenes de Dios sean obedecidas
en la tierra, así como son obedecidas inmediatamente por los
ángeles y los santos en el cielo. El Padre Nuestro es una
oración para el dominio mundial del reino de Dios - no un
gobierno mundial centralizado, sino un mundo de repúblicas
teocráticas descentralizadas.
Ahora
bien, con teocracia,
yo no quiero decir un gobierno regido por sacerdotes y
pastores. Eso no es en absoluto lo que la palabra significa.
Una teocracia es un
gobierno regido por Dios, un gobierno cuyo código
de leyes está sólidamente fundamentado en las leyes de la
Biblia. A los gobernantes civiles se les exige que sean
ministros de Dios, tal como lo son los pastores (Rom.
13:1-4). Según la santa e infalible palabra de Dios, las
leyes de la Biblia son las mejores leyes (Deut. 4:5-8). No pueden ser
mejoradas.
El
hecho es que toda ley es "religiosa". Toda ley está basada
en algún modelo último de moralidad y ética. Todo sistema de
leyes se funda en el valor último de ese sistema, y ese
valor último es el dios de ese sistema. La fuente de las
leyes para una sociedad es el dios de esa sociedad. Esto
significa que una
teocracia es inescapable. Todas las sociedades son
teocracias. La diferencia es que una sociedad que no es
explícitamente cristiana es una teocracia de un dios falso.
Por eso, cuando Dios dio instrucciones a los israelitas para
la entrada en la tierra de Canaán, les advirtió que no
adoptaran el sistema de leyes de los paganos:
Habló
Jehová
a Moisés diciendo: Habla a los hijos de Israel, y diles:
Yo soy Jehová vuestro Dios. No haréis como hacen en la
tierra de Egipto, en la cual morásteis; ni haréis como
hacen en la tierra de Canaán, a la cual yo os conduzco, ni
andaréis en sus estatutos. Mis ordenanzas pondréis por
obra, y mis estatutos guardaréis, andando en ellos. Yo
Jehová vuestro Dios. Por tanto, guardaréis mis estatutos y
mis ordenanzas, los cuales haciendo el hombre, vivirá en
ellos. Yo Jehová (Lev. 18:2-5).
Esa
es la única opción: ley pagana o ley cristiana. Dios prohibe
específicamente el "pluralismo". A Dios no le interesa en lo
más mínimo compartir el dominio mundial con Satanás. Dios
quiere que le honremos individualmente, en nuestras
familias, en nuestras iglesias, en nuestros negocios, en
nuestras ocupaciones culturales de todo tipo, y en nuestros
estatutos y juicios. "La justicia engrandece a la nación,
mas el pecado es afrenta de las naciones" (Prov. 14:34).
Según los humanistas, las civilizaciones sólo "surgen" y
"caen" a causa de algún mecanismo naturalista,
evolucionario. Pero la Biblia dice que la clave de la
historia de las civilizaciones es juicio. Dios evalúa nuestra reacción a sus
mandatos, y responde con maldiciones y bendiciones. Si una
nación le obedece, la bendice y la hace prosperar (Deut.
28:1-4); si una nación le desobedece, la maldice y la
destruye (Deut. 28:15-68). La historia de Israel es una
advertencia para todas las naciones: porque, si Dios se lo
hizo a Israel, seguramente hará lo mismo al resto de
nosotros (Jer. 25:29).
La
escatología de dominio no es alguna cómoda doctrina de que
el mundo se está volviendo "mejor y mejor" en un sentido
abstracto, automático. Tampoco es una doctrina de protección
contra el juicio y la desolación nacionales. Por el
contrario, la escatología de dominio es una garantía de juicio.
Enseña que la historia mundial es juicio, una serie de
juicios que conducen al juicio final. En todo momento, Dios
está observando su mundo, sopesando y evaluando nuestra
reacción a su palabra. Zarandea las naciones hacia atrás y
hacia adelante en la criba de la historia, colando la paja
inútil y arrojándola lejos, hasta que no quede nada sino su
trigo puro. La opción delante de cada nación no es
pluralismo. La opción es obediencia o destrucción.
Mil generaciones
Para
el satanista, el tiempo es la gran maldición. A medida que
la historia progresa, las fuerzas del mal sienten que su tiempo se está
acabando (ver Apoc. 12:12). Por eso, Satanás trabaja a
menudo por medio de la revolución: tiene que hacer su
trabajo ahora,
mientras tiene oportunidad. No puede darse el lujo de
esperar, porque el tiempo trabaja contra él. Está condenado
a ser derrotado, y lo sabe.
Pero
el cristiano no tiene que temer el paso del tiempo, porque el tiempo está de nuestro lado.
La historia trabaja en favor de nuestros objetivos. Cada día
nos acerca más a la realización de que el conocimiento de
Dios cubrirá el mundo entero. Las naciones adorarán y
obedecerán al único Dios verdadero, y dejarán de hacer la
guerra; la tierra será cambiada, restaurada a las
condiciones edénicas; y la gente será bendecida con vidas
largas y felices - ¡tan largas, de hecho, que será raro que
alguien muera a la corta edad de 100 años (Isa. 65:20)!
Consideremos
esta
promesa de la ley: "Conoce, pues, que Jehová tu Dios es
Dios, Dios fiel, que guarda el pacto y la misericordia a los
que le aman y guardan sus mandamientos, hasta mil generaciones"
(Deut. 7:9). El Dios del pacto le dijo a su pueblo que les
bendeciría hasta la milésima generación de sus
descendientes. Esa promesa se hizo (en números redondos)
hace aproximadamente 3,400 años. Si calculamos cada
generación bíblica es más o menos de 40 años, mil
generaciones equivalen a cuarenta
mil años. ¡Nos quedan 36,600 años antes de que esta
promesa se cumpla!
Posiblemente
algunos
me acusen de caer en un inconsistente "literalismo" en este
punto, tomando la palabra mil
literalmente en Deuteronomio pero no en Apocalipsis. No es
así. Admito que, cuando Dios usa el término mil, está hablando de
vastedad, más bien que de un número específico. Sin embargo,
habiendo admitido eso, miremos más de cerca la manera en que
este término se usa en le simbolismo. Cuando Dios dijo que
él es dueño de los animales en un millar de collados, quiso
decir un vasto número de animales en un vasto número de
collados, pero existen más de 1,000 collados o colinas. La
Biblia promete que los miembros del pueblo de Dios serán
reyes y sacerdotes durante mil años, queriendo decir un
vasto número de años - pero los cristianos han sido reyes y
sacerdotes durante más
de 1,000 años (casi 2,000 años ahora). Lo que quiero
subrayar es esto: El término
mil se usa a menudo simbólicamente en la Escritura
para expresar vastedad; pero, en realidad, esa vastedad es
mucho más que el
millar literal.
Dios
promete que bendecirá a su pueblo durante mil generaciones.
Luego, por la analogía de la Escritura, esto significa que
una cifra de cuarenta mil años es apenas el mínimo. Este mundo
tiene por delante decenas de miles, quizás centenas de
miles, de años de creciente impiedad antes de la segunda
venida de Cristo.
No me
interesa fijar fechas. No voy a tratar de calcular la fecha
de la segunda venida. La Biblia no la revela, y no es asunto
nuestro. Lo que la Biblia sí revela es nuestra
responsabilidad de trabajar por el reino de Dios, nuestro
deber de ponernos nosotros mismos y poner a nuestras
familias, y todas nuestras esferas de influencia, bajo el
dominio de Jesucristo. "Las cosas secretas pertenecen a
Jehová nuestro Dios; mas las reveladas son para nosotros y
para nuestros hijos para siempre, para que cumplamos todas
las palabras de esta ley" (Deut. 29:29). Dios no nos ha
dicho cuándo ocurrirá la segunda venida. Pero sí nos ha
dicho que hay mucho trabajo por hacer y espera que lo
hagamos.
¿Qué
diría usted si contratara a un obrero, le diera
instrucciones detalladas, y todo lo que él hiciera fuera
sentarse preguntándose a qué sonaría el timbre de salida?
¿Le consideraría usted un obrero fiel? ¿Le considera Dios a
usted un obrero
fiel de su reino? Repito: El propósito de la profecía es
ético. Es la certeza que nos da Dios de que la historia está
bajo su control, de que Él está llevando a cabo sus
propósitos eternos en todas las circunstancias, y de que su
plan original de la creación se cumplirá. Nos ha colocado en
la gran guerra de la historia del mundo, con la absoluta
garantía de que ganaremos. Aunque tenga que detener el
universo entero para nosotros (Josué 10:12-13), el día
durará lo suficiente para que obtengamos la victoria. El
tiempo está de nuestro lado. El reino ha llegado, y el mundo
ha comenzado nuevamente.
Ahora, póngase a trabajar.