EL PARAÍSO RESTAURADO
Una teología bíblica de señorío
David Chilton
Dominion
Press
Tyler,
Texas
©
1ero. 1985; 6to. 1999
Capítulo 9
EL RECHAZO DE ISRAEL
Él era
como los que fueron enviados por el dueño de casa para que
recibieran los frutos de la viña de los labradores; porque
exhortaba a todos los hombres a devolver un rédito. Pero
Israel lo despreció y no quiso devolver, pues su voluntad no
era correcta, y además mataron a los que habían sido enviados,
y ni siquiera se detuvieron de atentar contra el señor de la
viña, sino que le mataron. Ciertamente, cuando llegó y no
encontró fruto en ellos, les maldijo por medio de la higuera,
diciendo: "Nunca más nazca de ti fruto" [Mat. 21:19]; y la
higuera quedó muerta y sin fruto, de manera que hasta los
discípulos se maravillaron cuado la higuera se secó.
Entonces
se cumplió lo dicho por el profeta: "Y haré que desaparezca de
entre ellos la voz de gozo y la voz de alegría, la voz de
desposado y la voz de desposada; ruido de molino y luz de
lámpara. Toda esta tierra será puesta en ruinas y en espanto
[Jer. 25:10]. Porque el servicio entero de la ley ha sido
abolido de entre ellos, y de ahora en adelante y para siempre
permanecerán sin fiestas.
Atanasio, Letters [vi]
Leer la Biblia en términos del tema del
paraíso puede profundizar nuestra comprensión hasta de los
pasajes más familiares de la Escritura. De repente, podemos
entender por qué, por ejemplo, Salmo 80 e Isaías 5 describen
el pueblo del pacto como "la viña del Señor". Como hemos
visto, este era un recordatorio del estado original del hombre
en comunión con Dios en el Edén. También era un recordatorio
de que, cuando Dios salva a su pueblo, le constituye en huerto
renovado (o viña renovada), y así, los escritores bíblicos
usaban una y otra vez las imágenes de plantar, árboles, viñas,
y frutos para describir la salvación en sus varios aspectos
(Juan 15 es un ejemplo bien conocido). Sin embargo, también es
importante reconocer que las imágenes del huerto pueden usarse
para describir la apostasía y la maldición, porque la primera
violación del pacto tuvo lugar en Edén. Dios había dado a Adán
una comisión para que cultivara y guardara su "viña"; en lugar
de eso, Adán se había rebelado contra el terrateniente, y
había sido maldecido y expulsado, perdiendo su herencia. Esta
imagen doble de la viña como lugar, tanto de bendición como de
maldición, es un importante concepto en la Biblia, y se
convirtió en el escenario de una de las más notables parábolas
de Jesús, la historia de los labradores malvados (Salmos 80 e
Isaías 5 deben ser leídos junto con esto).
Hubo un
hombre, padre de familia, el cual plantó una viña, la cercó de
vallado, cavó en ella un lagar, edificó una torre, y la
arrendó a unos labradores, y se fue lejos. Y cuando se acercó
el tiempo de los frutos, envió sus siervos a los labradores,
para que recibiesen sus frutos. Mas los labradores, tomando a
los siervos, a uno golpearon, a otro mataron, y a otro
apedrearon. Envió de nuevo otros siervos, más que los
primeros; e hicieron con ellos de la misma manera. Finalmente,
les envió su hijo, diciendo: Tendrán respeto a mi hijo. Mas
los labradores, cuando vieron al hijo, dijeron entre sí: Este
es el heredero; venid, matémosle, y apoderémonos de su
heredad. Y tomándole, le echaron fuera de la viña, y le
mataron. (Mat. 21:33-39).
En su gracia, Dios había enviado
profetas a Israel a lo largo de su historia, y los hombres de
Dios siempre habían sido tratados alevosamente. "Fueron
apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a filo de
espada; anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles de
ovejas y de cabras, pobres, angustiados, maltratados; de los
cuales el mundo no era digno; errando por los desiertos, por
los montes, por las cuevas y por las cavernas de la tierra"
(Heb. 11:37-38). El hecho es que Israel había rechazado
consistententemente la palabra de Dios y maltratado a los
profetas, desde el mismo comienzo. Como les acusó Esteban
(justo antes de ser asesinado por los dirigentes judíos):
"¡Duros de cerviz e incircuncisos de corazón y de oídos!
Vosotros resistís siempre al Espíritu Santo; como vuestros
padres, así también vosotros. ¿A cuál de los profetas no
persiguieron vuestros padres? Y mataron a los que anunciaron
de antemano la venida del Justo, de quien vosotros ahora
habéis sido entregadores y matadores" (Hechos 7:51-52).
El malvado tratamiento de los profetas
por parte de Israel alcanzó su clímax en el asesinato del Hijo
de Dios, como Jesús predijo en su parábola. Luego preguntó a
sus oyentes: "Cuando venga el señor de la viña, ¿qué hará a
aquellos labradores?"
Le
dijeron: "A los malos destruirá sin misericordia, y arrendará
su viña a otros labradores, que le paguen el fruto a su
tiempo". Jesús les dijo: "¿Nunca leísteis en las Escrituras:
La piedra que desecharon los edificadores ha venido a ser
cabeza del ángulo. El Señor ha hecho esto, y es cosa
maravillosa a nuestros ojos"? Por tanto, os digo que el reino de los cielos será
quitado de vosotros y será dado a gente que produzca los
frutos de él" (Mat. 21:40-43).
Los judíos habían pronunciado su propia
sentencia de condenación. Y ciertamente, la viña les sería
quitada; el Señor vendría y les destruiría,y daría la viña a
obedientes obreros que le rindieran el fruto que Él deseaba.
El reino sería quitado a los judíos y dado a otras "gentes". ¿Quiénes serían
estas gentes? Después de citar el mismo texto del
Antiguo Testamento que Jesús había usado, el apóstol Pedro dio
la respuesta definitiva, escribiendo a la iglesia: "Vosotros
sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo
adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel
que os llamó de las tinieblas a su luz admirable; vosotros que
en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de
Dios; que en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia,
pero ahora habéis alcanzado misericordia" (1 Ped. 2:9-10). El
argumento decisivo es que Dios había usado este idéntico
lenguaje al hablar al pueblo del pacto, Israel, en el monte
Sinaí. "Vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los
pueblos ... y vosotros me seréis un reino de sacerdotes y
gente santa" (Éx. 19:5-6). Dice Pedro que lo que una vez había
sido cierto con respecto a Israel, ahora y para siempre es
verdadero con respecto a la iglesia. Israel era un huerto, una
viña, en rebeldía contra su dueño o, para cambiar la metáfora,
era un árbol sin fruto, como dijo Jesús en otra parábola:
Tenía un
hombre una higuera plantada en su viña, y vino a buscar fruto
en ella, y no lo halló. Y dijo al viñador: He aquí, hace tres
años que vengo a buscar fruto en esta higuera, y no lo hallo;
córtala; ¿para qué inutiliza también la tierra? El entonces,
respondiendo, le dijo: Señor, déjala todavía este año, hasta
que yo cave alrededor de ella, y la abone. Y si diere fruto,
bien; y si no, la cortarás después" (Lucas 13:6-9).
Jesús, el Señor de la viña, pasó los
tres años de su ministerio viajando por Israel buscando fruto.
Ahora era tiempo de "cortarlo" . Juan el Bautista había
advertido a los judíos, aun antes de que Jesús comenzara su
ministerio, que a la viña de Israel se le estaba acabando el
tiempo:
Haced,
pues, frutos dignos de arrepentimiento, y no penséis decir
dentro de vosotros mismos: A Abraham tenemos por padre; porque
yo os digo que Dios puede levantar hijos a Abraham aun de
estas piedras. Y ya también el hacha está puesta a la raíz de
los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto es
cortado y echado en el fuego (Mat. 3:8-10).
Este era el problema con Israel. Aunque
los judíos le dieron la bienvenida a Jesús en Jerusalén
haciendo ondear ramas de árboles como reconocimiento de su
venidera restauración de Edén (Mat. 21:8-9), las ramas no tenían frutos.
De manera interesante, el mismo pasaje continúa y muestra lo
que sucedió después de que Jesús se fue de Jerusalén. Mientras
caminaba, se topó con una higuera y buscó frutos, pero no
encontró ninguno. Así que maldijo a la higuera, diciendo:
"Nunca jamás nazca de ti fruto". E inmediatamente la higuera
se secó (Mat. 21:18-19). Lo mismo ocurriría al Israel estéril
e impenitente.
La generación terminal
Por supuesto, la culpa recaía
principalmente en los líderes de Israel, los ciegos guías de
los ciegos, que conducían a la nación entera hacia el hoyo
(Mat. 15:14). Por eso Jesús dirigía particularmente sus
airadas acusaciones contra ellos (véase Mat. 23). Pero incluía
también al pueblo en general en su condena, como podemos ver
en las palabras finales de su último mensaje público:
¡Ay de vosotros, escribas y fariseos,
hipócritas!, porque edificáis los sepulcros de los profetas, y
adornáis los monumentos de los justos, y decís: Si hubiésemos
vivido en los días de nuestros padres, no habríamos sido sus
cómplices en la sangre de los profetas. Así que dais
testimonio contra vosotros mismos, de que sois hijos de
aquéllos que mataron a los profetas. ¡Vosotros también llenad
la medida de vuestros padres! ¡Serpientes, generación de
víboras! ¿Cómo escaparéis de la condenación del infierno? Por
tanto, he aquí yo os envío profetas y sabios y escribas; y de
ellos, a unos mataréis y crucificaréis, y a otros azotaréis en
vuestras sinagogas, y perseguiréis de ciudad en ciudad; para
que venga sobre vosotros toda la sangre justa que se ha
derramado sobre la tierra, desde la sangre de Abel el justo
hasta la sangre de Zacarías hijo de Berequías, a quien
matásteis entre el templo y el altar. De cierto os digo que todo esto vendrá sobre esta
generación (Mat. 23:29-36).
Los
pecados de Israel, sus rebeliones y sus apostasías, se habían
estado acumulando por siglos, llenando la copa hasta rebosar.
El punto crítico llegó cuando vino el Hijo. Su rechazo de Él
selló su suerte, y a su vez fueron rechazados por Dios. La
generación que crucificó al Señor y persiguió a sus apóstoles
era la verdadera "generación terminal". Israel, como el pueblo
del pacto, habría de ser destruido, final e irrevocablemente.
Había recibido la advertencia final. Años más tarde, poco
antes de que el holocausto del año 70 D. C. descendiera sobre
Israel, el apóstol Pablo escribió que "los judíos ... mataron
al Señor Jesús y a sus propios profetas, y a nosotros nos
expulsaron; y no agradan a Dios, y se oponen a todos los
hombres, impidiéndonos hablar a los gentiles para que éstos se
salven; así colman ellos siempre la medida de sus pecados,
pues vino sobre ellos la
ira hasta el extremo" (1 Tes. 2:14-16).
Como nación, Israel se había convertido
en apóstata, una ramera espiritual en rebeldía contra su
Esposo (véase Eze. 16). Las terribles palabras de Hebreos
6:4-8 se aplicaban literalmente a la nación del pacto, que
había renunciado a su primogenitura:
Porque
es imposible que los que una vez fueron iluminados y gustaron
del don celestial, y fueron hechos partícipes del Espíritu
Santo, y asimismo gustaron de la buena palabra de Dios y los
poderes del siglo venidero, y recayeron, sean otra vez
renovados para arrepentimiento, crucificando de nuevo para sí
mismos al Hijo de Dios y exponiéndole a vituperio. Porque la
tierra que bebe la lluvia que muchas veces cae sobre ella, y
produce hierba provechosa a aquéllos para los cuales es
labrada, recibe bendición de Dios; pero la que produce espinos
y abrojos es reprobada, está próxima a ser maldecida, y su fin
es el ser quemada.
La misma multitud que dio la bienvenida
a Jesús en Jerusalén con hosannas clamó por su sangre en menos
de una semana. Como todos los esclavos, su actitud
era inconstante; pero, finalmente, su actitud se resumió en
otra de las parábolas de Jesús: "No queremos que éste reine
sobre nosotros" (Luc. 19:14). Los principales sacerdotes
revelaron la fe de la nación cuando negaron vehementemente el
señorío de Cristo y afirmaron: "No tenemos más rey que César"
(Juan 19:15).
Así que el pueblo del pacto heredó la
maldición. Habían hecho ondear sus ramas en dirección al Hijo
del dueño cuando entró en la viña, aparentemente para darle la
bienvenida en su propiedad legal; pero, cuando Él se acercó
más e inspeccionó las ramas, no encontró ningún fruto - sólo
hojas. Para conservar el modelo que hemos visto en nuestro
estudio del huerto de Edén, Israel estaba maduro para ser
juzgado, desheredado, y expulsado del la viña.
Pero no sólo tenían los ejemplos de
Edén, el diluvio, Babel, y los otros juicios históricos como
amonestaciones. Por medio de Moisés, Dios había dicho
específicamente que la maldición caería sobre ellos si
apostataban de la verdadera fe. Haríamos bien en recordar para
nosotros mismos las advertencias de Deuteronomio 28, donde
Dios amenaza con la pérdida de la familia y las posesiones,
ser asolados por diversas enfermedades, sufrir a causa de la
guerra y la opresión por una nación pagana victoriosa,
volverse al canibalismo a causa de la hambruna, y ser vendidos
como esclavos y dispersados sobre la faz de la tierra.
Así como
Jehová se gozaba en haceros bien y en multiplicaros, así se
gozará Jehová en arruinaros y en destruiros; y seréis
arrancados de sobre la tierra a la cual entráis para tomar
posesión de ella.
Y Jehová
te esparcirá por todos los pueblos, desde un extremo de la
tierra hasta el otro extremo; y allí servirás a dioses ajenos
que no conociste tú ni tus padres, al leño y a la piedra. Y ni
aun entre estas naciones descansarás, ni la planta de tu pie
tendrá reposo; pues allí te dará Jehová corazón temeroso, y
desfallecimiento de ojos, y tristeza de alma;
Y
tendrás tu vida como algo que pende delante de ti, y estarás
temeroso de noche y de día, y no tendrás seguridad de tu vida.
Por la mañana dirás: ¡Quién diera que fuese la tarde!, y a la
tarde dirás: ¡Quién diera que fuese la mañana! por el miedo de
tu corazón con que estarás amedrentado, y por lo que verán tus
ojos (Deut. 28:63-67).
A causa de haber cometido Israel el
supremo acto de violación del pacto al rechazar a Cristo,
Israel mismo fue rechazado por Dios. Las terribles maldiciones
pronunciadas por Jesús, Moisés, y los profetas se cumplieron
en la terrible destrucción de Jerusalén, la desolación del
templo y la desaparición de la nación del pacto en el año 70
D. C. (Véase el Apéndice B para leer la descripción de este
suceso, y compararla con las maldiciones descritas en
Deuteronomio 28). Tal como Dios había prometido, el reino fue
realmente establecido cuando vino Cristo. Pero, en vez de
abarcar y asimilar en su estructura al antiguo Israel, el
reino vino e hizo polvo a Israel. El nuevo templo de Dios, la
iglesia, fue establecido cuando el antiguo templo fue
derribado y reducido a escombros.