EL PARAÍSO RESTAURADO


Una teología bíblica de señorío

David Chilton

Dominion Press

Tyler, Texas

© 1ero. 1985; 6to. 1999

Capítulo 5

EL HUERTO DE JEHOVÁ

¿Qué - o más bien, quién - era necesario para esta gracia y este llamado que necesitábamos? ¿Quién, sino el Verbo de Dios mismo, que en el principio también había hecho todas las cosas de la nada? Fue Él, y sólo Él, quien transformó lo corruptible en incorruptible y mantuvo para el Padre su consistencia de carácter con todos. Porque sólo él, siendo el Verbo del Padre y por encima de todos, era en consecuencia tanto capaz de re-crear a todos, como dignos de sufrir por todos y ser embajador para todos con el Padre.
Atanasio, On the Incarnation [7]

El huerto de Jehová
   
Los animales del huerto

En Edén, antes de la caída, no había muerte (Rom. 5:12). Los animales no eran "salvajes", y Adán podía  nombrar (es decir, clasificar) a los animales sin temor (Gén. 2:19-20). Pero la rebelión del hombre resultó en terribles cambios en el mundo entero. La naturaleza de los animales se alteró, de manera que se convirtieron en una amenaza para la paz y la seguridad del hombre. El señorío que Adán había ejercido sobre ellos se perdió.

Sin embargo, en Cristo el señorío ha sido restaurado (Sal. 8:5-8 con Heb. 2:6-9). Por eso, cuando Dios salvó a su pueblo, este efecto de la maldición comenzó a ser revertido. Cristo les condujo por un peligroso desierto, protegiéndoles de serpientes y escorpìones (Deut. 8:15), y les prometió que siva en la Tierra Prometida sería semejante a la del Edén en su libertad de los ataques de animales salvajes: "Y yo daré paz en la tierra, y dormiréis, y no habrá quien os espante; y haré quitar de vuestra tierra las malas bestias, y la espada no pasará por vuestro país" (Lev. 26:6). En realidad, esta es la razón por la que Dios no permitió que Israel exterminara a los cananeos de una vez por todas: los paganos sirvieron como amortiguador entre el pueblo del pacto y los animales salvajes (Éx. 23:29-30; Deut. 7:22).

Por consiguiente, cuando los profetas predijeron la futura salvación en Cristo, la describieron en los mismos términos de la bendición de Edén: "Y estableceré con ellos pacto de paz, y quitaré de la tierra las fieras; y habitarán en el desierto con seguridad y dormirán en los bosques" (Eze. 34:25). "No habrá allí león, ni fiera subirá por él, ni allí se hallará, para que caminen los redimidos" (Isa. 35:9). De hecho, la Biblia llega hasta a decir que, a causa de la penetración del evangelio en el mundo, la naturaleza salvaje de los animales será transformada a su condición original y edénica:

Morará el lobo con el cordero, y el leopardo con el cabrito se acostará; el becerro y el león y la bestia doméstica andarán juntos, y un niño los pastoreará. La vaca y la osa pacerán, sus crías se echarán juntas; y el león comerá paja como el buey. Yel niño de pecho jugará sobre la cueva del áspid, y el recién destetado extenderá su mano sobre la caverna de la víbora. No haránmal ni dañarán en todo mi santo monte; porque la tierra será llena del conocimiento de Jehová, como las aguas cubren el mar (Isa. 11:6-9; consultar Isa. 65:25).

Por otra parte, advirtió Dios, la maldición reaparecería si el pueblo se alejara de la ley de Dios: "Enviaré también contra vosotros bestias fieras que os arrebaten vuestros hijos, y destruyan vuestro ganado, y os reduzcan en número, y vuestros caminos sean desiertos" (Lev. 26.22; consultar Núm. 21:6; Deut. 28:26;2 Reyes 2:24; 17:25; Eze. 5:17; 14:15, 32.4; Apoc. 6:8). Cuando una cultura se aleja de Dios, Él entrega a ese pueblo al dominio de los animales salvajes, para evitar que ese pueblo tengan dominio impío sobre la tierra. Pero, en una cultura piadosa, esta amenaza contra la vida y la propiedad desaparecerá progresivamente, y finalmente, cuando el conocimiento de Dios cubra la tierra, los animales serán domados y puestos nuevamente al servicio del reino de Dios.

Finalmente, en relación con esto, tenemos que considerar a los dinosaurios, pues hay toda una teología alrededor de ellos en la Biblia. Aunquela Biblia habla de los dinosaurios terrestres (consultar behemoth en Job 40:15-24, que algunos confunden con un hipopótamo, pero que en realidad se parece más a un brontosaurio), nuestro interés aquí se centra en los dragones y las serpientes marinas (consultar Job 7:12; 41:1-34) - algunos suponen que la criatura que se menciona en la última referencia, un enorme dragón que arrojaba fuego y se llamaba leviatán, ¡era un cocodrilo!). Esencialmente, como parte de la buena creación de Dios (Gén. 1:21): monstruos marinos), no hay nada "malo" acerca de estas criaturas (Gén. 1:31; Sal. 148:7); pero, a causa de la rebelión dle hombre, se usan en la Escritura para simbolizar al hombre rebelde en la cúspide de su poder y su gloria.

En la Escritura se habla de tres clases de monstruos: Tannin (dragón; Sal. 91:13), leviatán (Sal. 104:26), y rahab (Job 26:12-13); en hebreo, esta palabra es completamente diferente del nombre de la prostituta cananea que salvó a los espías hebreos en Josué 2. La Biblia relaciona a cada uno de estos monstruos con la serpiente, que representa al enemigo sutil y engañoso del pueblo de Dios (Gén. 3, 13-15). Por eso, para demostrar la victoria divina y el señorío divino sobre la rebelión del hombre, Dios convirtió la vara de Moisés en una "serpiente" (Éx. 4:1-4), y la vara de Aarón en una culebra (tannin; Éx. 7:8-12). Por consiguiente, en la Escritura, el dragón/la serpiente se convierte en símbolo de la cultura satánicamente inspirada y rebelde (Comp. Jer. 51:34), especialmente ejemplificada por Egipto en su guerra contra el pueblo del pacto. Esto es particularmente cierto con respecto al monstruo rahab (que significa el altivo), que a menudo es sinónimo de Egipto (Sal. 87:4; 89:10; Isa. 30:7). La liberación del pueblo del pacto por parte de Dios en Éxodo se describe en términos tanto de la creación original de Dios como de su triunfo sobre el dragón:

Despiértate, despiértate, vístete de poder, oh brazo de Jehová; despiértate como en el tiempo antiguo, en los siglos pasados. ¿No eres tú el que cortó a Rahab, y el que hirió al dragón? ¿No eres tú el que secó el mar, las aguas del gran abismo; el que transformó en camino las profundidades del mar para que pasaran los redimidos? (Isa. 51:9-10).

La Biblia también habla del Éxodo como salvación contra el leviatán:

Dividiste el mar con tu poder; quebrantaste cabezas de monstruos en las aguas. Magullaste las cabezas del leviatán, y lo diste por comida a los moradores del desierto (Sal. 74:13-14).

Por eso, en cumplimiento provisional de la promesa hecha en Edén, la cabeza del dragón fue aplastada cuando Dios sacó a su pueblo de Egipto. Por supuesto, la herida en la cabeza se sanó y el dragón (acompañado por el dragón-estado en su imagen) continuó atormentando y persiguiendo a la simiente de la mujer (consultar Apoc. 12-13). Esto ocurre una y otra vez durante todo el Antiguo Testamento, que registra numerosos aplastamientos de la cabeza del dragón (Judas 4:21; 5:26-27; 9:50-57; 1 Sam. 5:1-5; 17:49-51; 2 Sam. 18:9; 20:21-22; Sal. 68:21; Hab. 3:13). En términos de la triple estructura de la salvación que vimos en un capítulo anterior, la derrota definitiva del dragón tuvo lugar a la muerte y la resurrección de Cristo, cuando derrotó a los poderes de las tinieblas, desarmó a las fuerzas demoníacas, echó fuera al diablo, y le dejó indefenso (Sal. 110:6; Juan 12:31-32; Col. 2:15; Heb. 2:14; Apoc. 12:5-10; 20:1.3). Los profetas esperaban esto:

En aquel día, Jehová castigará con su espada dura, grande y fuerte, al leviatán serpiente veloz, y al leviatán serpiente tortuosa; y matará al dragón que está en el mar.

Progresivamente, las implicaciones de la victoria de Cristo son desarrolladas por su pueblo a su tiempo y en la tierra (Juan 16:33; 1 Juan 2:13-14; 4:4; 5:4-5; Apoc. 12:1), hasta el triunfo final en la consumación de la historia, cuando el dragón sea por fin destruido (Apoc. 20:7-10). Sin embargo, el punto especial que se debe captar para la época actual es que debemos esperar crecientes victorias sobre la serpiente, que ha sido puesto bajo nuestros pies (Rom. 16:20). Al cosechar los piadosos constantemente las bendiciones del Edén restaurado, el señorío de Satanás se encogerá y se desvanecerá. Esto queda simbolizado por el hecho de que, cuando todas las otras criaturas sean reaturadas a su naturaleza edénica, la condición de la serpiente permanecerá igual. Dios advirtió al dragón que mordería el polvo bajo los talones de los justos, y este aspecto de la maldición alcanzará su pleno efecto:

"El león y el cordero serán apacentados juntos, y el león comerá paja como el buey; y el polvo será el alimento de la serpiente. No afligirán, ni harán mal en todo mi santo monte, dijo Jehová" (Isa. 65:25; consultar Gén. 3:14).

Los árboles del huerto

Por supuesto, es innecesario decir que un aspecto fundamental del huerto de Edén es que era un jardín: toda clase de árboles hermosos y que llevaban fruto había sido plantada allí por Dios (Gén. 2:9). Antes de la caída, el alimento era abundante y barato, y el hombre no tenía que gastar mucho tiempo buscando el sostenimiento y el refrigerio. En vez de eso, pasaba su tiempo en actividades científicas, productivas, y estéticas (Gén. 2:15, 19-20). La mayor parte de su trabajo tenía que ver con investigar y hermosear su ambiente. Pero, cuando se rebeló, esto fue cambiado, y la maldición le cayó a su trabajo y sus alrededores naturales: "Maldita será la tierra por tu causa: con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. Espinos y cardos te producirá, y comerás plantas del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás" (Gén. 3:17-19). Dios impuso la maldición de la escasez, y la mayor parte del trabajo del hombre se convirtió en una búsqueda de alimento.

Pero, en la salvación, Dios restaura a su pueblo al Edén, y el alimento se vuelve más barato y más fácil de obtener. A su vez, se puede dedicar más tiempo a otras actividades: el aumento de la cultura es posible sólo cuando el alimento es relativamente abundante. Dios da a su publo alimento para darle señorío. La historia bíblica de la salvación demuestra esto una y otra vez. En lugares demasiado numerosos para enumerarlos aquí en su totalidad, se menciona a los hombres piadosos cerca de árboles (véase Gén. 18:4, 8; 30:37; Judas 3:13; 4:5; 1 Reyes 19:5; Juan 1:48; y, en una traducción moderna, véase Gén. 12:6; 13:18; 14:13; Judas 4:11). En ninguna de estas referencias es absolutamente esencial para la historia misma mencionar los árboles; en cierto sentido, podríamos pensar que este detalle podría haber sido dejado fuera: Pero Dios quiere que veamos en nuestras mentes la imagen de su pueblo viviendo en medio de la abundancia, rodeado por las bendiciones del huerto como aparecen restaurados en la salvación. Cuando Israel es bendecido, encontramos a cada uno de los hombres sentado bajo su propia parra y su propia higuera (1 Reyes 4:25), y lo mismo se profetiza de todos los que viven bajo las bendiciones del Cristo, cuando todas las naciones acudan al Monte del Señor (Miqueas 4:1-4; Zac. 3:10).

Por esta razón, la imagen edénica de árboles, plantar, y frutos se usa a través de toda la Escritura para describir la obra de la salvación de Dios. Al cantar acerca de la liberación del pueblo por Dios en el nuevo Edén, Moisés dice: "Tú los introducirás y los plantarás en el monte de tu heredad" (Éx. 15:17). El hombre piadoso es "como árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto en su tiempo, y su hoja no cae; y todo lo que hace prosperará" (Sal. 1:3; consultar Jer. 17:7-8). El pueblo del pacto es "como huertos junto al río, como áloes plantados por Jehová, como cedros junto a las aguas" (Núm. 24:6). "Israel echará renuevos, y llenará de fruto la faz del mundo" (Isa. 27:6).

El candelabro en el tabernáculo era un recordatorio de Edén: en realidad, era un árbol estilizado, adornado con bulbos y flores artificiales, todo hecho de oro puro (Éx. 37:17-24). Además, el templo estaba ricamente provisto de simbolismo de la restauración edénica: las paredes de cedro exhibían esculturas de calabazas, flores, palmeras y querubines, cubiertos de oro (1 Reyes 6:15-36; consultar la visión del templo restaurado en Eze. 41:18-20). El arca del pacto contenía no sólo la ley sino también una fuente de oro con maná y la vara de Aarón que estaba milagrosamente recubierta de capullos, flores, y almendras (Heb. 9:4).

El sumo sacerdote era un símbolo viviente del hombre restaurado plenamente a la comunidad con Dios en el huerto de Edén. Su frente estaba cubierta con una placa de oro, en la cual estaba grabada la frase: SANTIDAD A JEHOVÁ (Éx. 28:36), como símbolo de la eliminación de la maldición en la frente de Adán. El pectoral estaba cubierto de oro y piedras preciosas (Éx. 28:15-30), y el borde de su túnica estaba circundado por granadas y campanillas de oro (Éx. 28:33-35). Como otro símbolo de la liberación de la maldición, la túnica misma estaba hecha de lino (Éx. 28:6), porque, mientras ministraban, a los sacerdotes se les prohibía llevar sobre sí ninguna prenda de lana: "Y cuando entren por las puertas del atrio interior, se vestirán vetiduras de lino; no llevarán sobre ellos cosa de lana ... no se ceñirán cosa que los haga sudar" (Eze. 44:17-18). En Gén. 3:18-19, el sudor es un aspecto del trabajo del hombre caído bajo la muerte y la maldición; al sacerdote, como Hombre Restaurado, se le requería llevar puesto el material ligero de lino para mostrar la eliminación de la maldición en la salvación.

El simbolismo edénico aparecía también en las fiestas de Israel, cuando celebraban la abundancia de la provisión de Dios y disfrutaban de la plenitud de la vida y la prosperidad bajo las bendiciones del pacto. Esto es particularmente cierto de las fiestas de los tabernáculos y las cabañas (también llamadas de la "recolección" en Éx. 23:16). En esta fiesta, se les requería abandonar sus hogares y vivir durante siete días en pequeños "tabernáculos", o cabañas, echas enteramente del "ramas con fruto de árbol hermoso, ramas de palmeras, ramas de árboles frondosos, y sauces de los arroyos" (Lev. 23:40). Por lo general, Israel habitaba en ciudades amuralladas, como protección contra sus enemigos; sin embargo, en el momento mismo de prosperidad (el fin de la cosecha) - cuando un ataque parecía más probable - ¡Dios les ordenaba abandonar la seguridad de sus hogares y viajar a Jerusalén para vivir en cabañas desprotegidas hechas de ramas, ramas de palmeras, y frutos! Sin embargo, Dios prometía que impediría que los paganos les atacaran durante las fiestas (Éx. 34:23-24), e Israel tenía que confiar en la fortaleza de Él.

Obviamente, la fiesta era un recordatorio de la vida en Edén, cuando las ciudades amuralladas eran innecesarias; y miraba hacia adelante, hacia el día en que el mundo sería convertido en Edén y las naciones convertirían sus espadas en arados (Miq. 4:3). Por esta razón, también se les ordenó sacrificar 70 bueyes durante la fiesta (Núm. 29:12-38). ¿Por qué? Porque el número de las naciones originales de la tierra era 70 (se enumeran en Gén. 10), y la fiesta celebraba la reunión de todas las naciones en el reino de Dios; así que se hacía expiación por todas ellas.

Es importante recordar que los judíos no guardaron esta fiesta - en realidad, hasta se les olvidó que estaba en la Biblia - hasta su regreso del cautiverio bajo Esdras y Nehemías (Neh. 8:13-18). Durante este período de renovación y restauración, Dios iluminó las mentes de los profetas para que entendieran la importancia de esta fiesta como una profecía cumplida de la conversión de todas las naciones a la fe verdadera. El último día de la fiesta (Hag. 2:1), Dios habló por medio de Hageo: "Haré temblar a todas las naciones; y vendrán con la riqueza de todas las naciones; y llenaré esta casa [el templo] con gloria. ... Mía es la plata, y mío es el oro, dice Jehová de los ejércitos" (Hag. 2:7-8). Por este mismo tiempo, Zacarías profetizó acerca del significado de esta fiesta en términos de la conversión de todas las naciones y la santificación de todas las áreas de la vida (Zac. 14:16-21). Y cientos de años más tarde, durante la celebración de la misma fiesta, Cristo mismo declaró su significado: el derramamiento del Espíritu sobre el creyente restaurado, de modo que la iglesia se convierta en un medio para la restauración del mundo entero (Juan 7:37-39; consultar Eze. 47:1-12).

Israel habría de ser el medio para llevar al mundo las bendiciones del huerto de Edén: La Escritura hace lo posible para representar esto simbólicamente cuando nos cuenta (dos veces: Éx. 15:27; Núm. 33:9) de Israel acampando en Elim, donde había 12 pozos de agua (las 12 tribus de Israel) y 70 palmeras (las 70 naciones del mundo). Así, pues, Dios organizó a Israel como un modelo a pequeña escala del mundo, dándole 70 ancianos (Éx. 24.1); y Jesús siguió este patrón al enviar a 70 discípulos (Luc. 10:1). El pueblo de Dios es una nación de sacerdotes (Éx. 19:6; 1 Ped. 2:9; Apoc. 1:6), escogido para llevar la luz del evangelio a un mundo oscurecido por el pecado y la maldición. Más y más, la esperanza expresada en la fiesta de los tabernáculos se concretará cuando la tierra entera se convierta en un huerto (Isa. 11:9; Dan. 2:35); al llenarse el mundo de bendición y seguridad, y ya no haya más necesidad de ciudades amuralladas (Lev. 23:3-6; Isa. 65:17-25; Eze. 34:25-29). El huerto de Edén, el monte del Señor, será restaurado en la historia, antes de la Segunda Venida, por el poder del evangelio; y el desierto se regocijará, y florecerá como la rosa (Isa. 35:1).             

Por contraste, la Biblia dice que Dios controla a los paganos reteniéndoles el alimento y el agua. Para entender la miseria de gran parte del llamado "Tercer Mundo", es necesario que miremos primero su impía religión y su impía cultura. La bendición edénica de abundancia jamás será suya sino hasta que se arrepientan y crean al evangelio. Por otra parte, las culturas cristianas (especialmente los países de la Reforma), son bendecidos con alimento relativamente barato y abundante. Pero la advertencia bíblica es clara: si nuestro país continúa en su apostasía, vendrá la hambruna, tan seguramente como nuestros primeros padres fueron expulsados del Edén. El campo fructífero nuevamente se convertirá en desierto:

Pero acontecerá, si no oyeres la voz de Jehová tu Dios, para procurar cumplir todos sus mandamientos y sus estatutos que yo te intimo hoy, que vendrán sobre tí todas estas maldiciones, y te alcanzarán. Maldito serás tú en la ciudad, y maldito en el campo. Maldita tui canasta, y tu artesa de amasar. Maldito el fruto  de tu vientre, el fruto de tu tierra, la cría de tus vacas, y los rebaños de tus ovejas. Maldito serás en tu entrar, y maldito en tu salir (Deut. 28:15-19).

Sobre la tierra de mi pueblo subirán ... hasta que sobre vosotros sea derramado el Espíritu de lo alto, y el desierto se convierta en campo fértil, y el campo fértil sea estimado por bosque (Isa. 32:13-15).

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