EL PARAÍSO RESTAURADO

Una teología bíblica de señorío


David Chilton

Dominion Press

Tyler, Texas

© 1ero. 1985; 6to. 1999

PARTE TRES: EL EVANGELIO DEL REINO

Capítulo 8

LA VENIDA DEL REINO

En seguida ascenderá el Salvador al cielo de los cielos, llevando en pos la victoria, triunfante de sus enemigos y de los tuyos, en su ascensión sorprenderá a la Serpiente, como que es del aire, y arrastrándola encadenada por todo su imperio, la dejará por último confundida. Entrará luego en su gloria, y recobrará su trono a la derecha de Dios, magníficamente exaltado sobre todas las dignidades del cielo.

John Milton, Paradise Lost [12.451-58].


Nuestro Señor Jesucristo, que tomó sobre sí la muerte de todos, extendió las manos, no en cualquier parte de la tierra debajo, sino en el mismo aire, para que la salvación efectuada por medio de la cruz pudiese ser mostrada a todos los hombres en todas partes: destruyendo al diablo que trabajaba en el aire: y para que Él pudiese consagrar nuestro camino al cielo, y liberarlo.
Atanasio, Letters [xxii]

Adán fue creado rey. Habría de subyugar la tierra y enseñorearse sobre ella. Su señorío, sin embargo, no era absoluto; Adán era un gobernante subordinado, un rey (príncipe) bajo la autoridad de Dios. Era rey sólo porque Dios le había creado como tal y le había ordenado reinar. El plan de Dios era que su imagen reinase en el mundo bajo sus leyes y su supervisión. Mientras Adán fuese fiel a su comisión, podría tener señorío sobre la tierra.

Pero Adán fue infiel. No estaba satisfecho con ser gobernante subordinado a la imagen de Dios, aplicando las leyes de Dios a la creación, y quiso ser autónomo. Quiso ser su propio dios, hacer sus propias leyes. Por este crimen de rebelión, fue expulsado de Edén. Pero, como hemos visto en los capítulos precedentes, este incidente no hizo abortar el plan de Dios de señorío por medio de su imagen. El segundo Adán, Jesucristo, vino a cumplir la tarea que el primer Adán no había cumplido.

Durante todo el Antiguo Testamento, los profetas esperaban más y más el momento en que el rey designado por Dios viniera a sentarse en el trono. Uno de los salmos citados más a menudo por los escritores del Nuevo Testamento muestra a Dios Padre diciéndole a su Hijo, el rey:

Pídeme, y te daré por herencia las naciones, y como posesión tuya los confines de la tierra. Los quebrantarás con vara de hierro; como vasija de alfarero los desmenuzarás. (Sal. 2:8-9).

Los profetas dejaron bien claro que, como Adán, el rey que vendría habría de reinar sobre el mundo entero (no sólo sobre Israel):

Dominará de mar a mar, y desde el río hasta los confines de la tierra. Ante él se postrarán los moradores del desierto, y sus enemigos lamerán el polvo. Los reyes de Tarsis y de las costas traerán presentes; los reyes de Sabá y de Seba ofrecerán dones. Todos los reyes se postrarán delante de él; todas las naciones le servirán. (Sal. 72:8-11).

Dios mostró a Daniel un bosquejo de la historia, en el cual una gran estatua (que representaba los cuatro imperios de Babilonia, Medo-Persia, Grecia y Roma) es derribada y aplastada por una roca; "y la roca que golpeó a la estatua se convirtió en un gran monte que llenó toda la tierra" (Dan. 2:35). El significado de esta visión es la restauración de Edén bajo el Rey, como explicó Daniel: "En los días de estos reyes [es decir, durante el período del Imperio Romano], el Dios del cielo establecerá un reino que jamás será destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre" (Dan. 2:44). Cristo, el segundo Adán, llevará a cabo la tarea asignada al primer Adán, haciendo que el Monte Santo crezca y abarque al mundo entero.

Ascendiendo al trono

En una visión posterior, Daniel previó realmente la entronización de Cristo como el Rey prometido:

Miraba yo en la visión de la noche, y he aquí con las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre, que vino hasta el Anciano de días, y le hicieron acercarse delante de él. Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido. (Dan. 7:13-14).

En la actualidad, se supone comúnmente que este texto describe la Segunda Venida y así, que el reino de Cristo (llamado a menudo el milenio) comienza sólo después de su regreso. Por supuesto, esto pasa por alto el hecho de que Daniel ya había profetizado que el reino comenzaría en los días del Imperio Romano. Pero nótese exactamente lo que Daniel dice: ¡Se ve a Cristo acercándose, no alejándose! ¡El Hijo del hombre va hacia el Anciano de Días, no en dirección opuesta a él! ¡No está descendiendo en las nubes a la tierra, sino ascendiendo en las nubes hacia su Padre! Daniel no estaba prediciendo la segunda venida de Cristo, sino más bien el clímax del primer advenimiento, en el cual, después de expiar los pecados y derrotar la muerte y a Satanás, el Señor ascendió en las nubes del cielo para sentarse en su glorioso trono a la derecha del Padre. Vale la pena notar también que Daniel usó el término Hijo del hombre, la expresión que Jesús adoptó más tarde para describirse a sí mismo. Claramente, debemos entender la expresión Hijo del hombre simplemente como hijo de Adán - en otras palabras, el segundo Adán. Cristo vino como el Hijo del hombre, el segundo hombre (1 Cor. 15:47), para llevar a cabo la tarea que había sido asignada al primer hombre. Vino para ser el Rey.

Este es el constante mensaje de los evangelios. El relato de Mateo sobre la Natividad registra la historia de los magos de oriente que llegaron a adorar al Rey, y el celoso intento de Herodes de destruirle por considerarle rival de su propio dominio injusto. En su lugar, Cristo escapa y es Herodes es el que muere (Mat. 2). Inmediatamente, la historia de Mateo salta 30 años hacia adelante para subrayar lo que quiere decir:

En aquellos días, vino Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea, y diciendo: "Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado" (Mat. 3:1-2).

Luego, Mateo se vuelve hacia el ministerio de Jesús, dándonos un resumen del mensaje básico de Cristo para Israel: "Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado" (Mat. 4:17). "Y recorrió Jesús toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellas, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo" (Mat. 4:23). Un simple vistazo a una concordancia revelará cuán central era el evangelio del reino al programa de Jesús. Y nótese bien que el reino no era algún milenio lejano miles de años en el futuro, después de la Segunda Venida. Jesús anunció: "El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio" (Mar. 1:15). Jesús dijo claramente a Israel que se arrepintiera ahora, porque el reino vendría pronto. El reino estaba cerca. Jesús lo estaba introduciendo delante de los propios ojos de ellos (véanse Mat. 12:28; Lucas 10:9-11; 17:21), y pronto ascndería al Padre para sentarse en el trono del reino. Por eso, les dijo a los discípulos:

De cierto os digo que hay algunos de los que están aquí que no gustarán la muerte, hasta que hayan visto al Hijo del Hombre viniendo en su reino (Mat. 16:28).

¿Estaba Jesús en lo cierto, o estaba equivocado? En los términos de algunos maestros modernos, Jesús estaba errado. Y esto no es un pequeño error de cálculo: ¡Jesús erró el blanco por miles de años! ¿Podemos confiar en él como Señor y Salvador, y todavía sostener que estaba equivocado, o que de alguna manera su profecía se había descarrilado? Jesús no era sólo un hombre, como el primer Adán. Es Dios, el Señor del cielo y de la tierra; y si se dispone a traer el reino, ¿puede algo detenerle? Ni siquiera la crucifixión fue un contratiempo, porque era un aspecto crucial de su plan. Por eso dijo: "Pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo" (Juan 10:17-18). Tenemos que creer lo que Jesús dijo: Durante la vida de los que le escuchaban, vendría en su reino. Y eso es exactamente lo que hizo, culminando en su ascensión a su trono celestial.

Dice Mateo que la entrada de Jesús en Jerusalén cumplió específicamente la profecía veterotestamentaria de la inauguración del reino:

Alégrate mucho, hija de Sión; da voces de júbilo, hija de Jerusalén; he aquí tu rey vendrá a ti, justo y salvador, humilde, y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna. Y de Efraín destruiré los carros, y los caballos de Jerusalén, y los arcos de guerra serán quebrados; y hablará paz a las naciones, y su señorío será de mar a mar, y desde el río hasta los fines de la tierra. (Zac. 9:9-10; ver Mat. 21:5).

El apóstol Pedro entendía que el significado de la ascensión era la entronización de Cristo en el cielo Citando una profecía del rey David, Pedro dijo:

Pero siendo profeta, y sabiendo que con juramento Dios le había jurado que de su descendencia, en cuanto a la carne, levantaría al Cristo para que se sentase en su trono, viéndolo antes, habló de la resurrección de Cristo, que su alma no fue dejada en el Hades, ni su carne vio corrupción. A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. Así que, exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís. Porque David no subió a los cielos; pero él mismo dice: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies. Sepa, pues, ciertísimamemte toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo (Hechos 2:30-36).

Es crucial que entendamos la interpretación de la propia Biblia acerca del trono de Cristo. Según el inspirado apóstol Pedro, la profecía de David acerca de Cristo sentado en un trono no era una profecía de algún trono terrenal en Jerusalén (como algunos insisten erróneamente). David estaba profetizando acerca del trono de Cristo en el cielo. Es la entronización celestial la que el rey David predijo, le dijo Pedro a su auditorio el día de Pentecostés. Desde su trono en el cielo, Cristo ya está reinando en el mundo.

El apóstol Pablo estuvo de acuerdo: Escribió así: A la ascensión de Cristo, Dios "le hizo sentar a su diestra en lugares celestiales, sobre todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero; y sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia" (Efe. 1:20-22). Ahora bien, si Cristo está sentado ahora sobre sobre todo principado y autoridad y poder y señorío, si todas las cosas están ahora bajo sus pies, ¿por qué algunos cristianos están esperando que el reino de Cristo comience? Según Pablo, Dios "nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo" (Col. 1:13). La Biblia dice que el reino ha llegado; algunos teólogos modernos dicen que no ha llegado. ¿Hay en realidad alguna duda sobre a quién debemos creer?

El encadenamiento de Satanás

La promesa original del evangelio estaba contenida en la maldición de Dios sobre la serpiente, de que la simiente de la mujer le aplastaría la cabeza (Gén. 3:15). En consecuencia, cuando Jesús vino, comenzó inmediatamente a obtener victorias sobre Satanás y sus legiones demoníacas, trabándose en combate él solo y expulsándole efectivamente de la tierra, junto con la enfermedad y la muerte. Se libró una guerra acérrima durante el ministerio de Cristo, en la cual Satanás perdía terreno continuamente y corría a esconderse. Después de observar a sus discípulos en una misión que había tenido éxito, Jesús se regocijó: "Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. He aquí os doy potestad de hollar serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará" (Lucas 10:18-19). Jesús explicó sus victorias sobre los demonios diciendo a sus oyentes que "el reino de Dios a venido a vosotros". Y continuó: "¿Cómo puede alguno entrar en la casa del hombre fuerte, y saquear sus bienes, si primero no le ata? Y entonces podrá saquear su casa" (Mat. 12:28-29). Eso es exactamente lo que Jesús estaba haciendo en el mundo. Estaba atando a Satanás, el "hombre fuerte", para saquear su casa, para rescatar a la gente de las manos del diablo.

La derrota definitiva de Satanás ocurrió a la muerte y la resurrección de Cristo. Una y otra vez, los apóstoles aseguraron a los primeros cristianos del hecho de la victoria sobre el diablo. Dice Pablo que, por medio de su obra consumada, el Señor Jesús "despojó a los principados y a las potestades y los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz" (Col. 2:15). El Nuevo Testamento enseña incuestionablemente que, al romper Cristo las ataduras de la muerte, Satanás fue dejado impotente (Heb. 2:14). Juan escribió que "para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo" (1 Juan 3:8). Nuevamente, debemos notar que esto está en tiempo pasado. Es un hecho consumado. Esta no es una profecía acerca de la Segunda Venida. Es una afirmación sobre el primer advenimiento de Cristo. Cristo vino para atar y desarmar a Satanás, dejarlo impotente, destruir sus obras, y establecer su propio reino como Rey universal, como había sido el propósito de Dios desde el comienzo. Según la Biblia, Cristo cumplió efectivamente lo que se había propuesto; la Escritura considera a Satanás un enemigo derrotado, que tiene que huir cuando los cristianos se le oponen, que no puede resistir el ataque victorioso del ejército de Cristo. Las puertas de su ciudad están condenadas a derrumbarse delante de los inexorables ataques de la iglesia (Mat. 16:18).

El crecimiento del reino

En este punto, algunos objetarán: "Si Jesús es Rey ahora, ¿por qué no se han convertido todas las naciones? ¿Por qué hay tanta impiedad? ¿Por qué no es todo perfecto?" En primer lugar, no hay ningún "si" condicional en el asunto. Jesús es el rey, y su reino ha llegado. La Biblia lo dice así. En segundo lugar, las cosas nunca serán "perfectas" antes del juicio final, y hasta el milenio descrito por ciertos escritores populares está lejos de ser perfecto (en realidad, el suyo es mucho peor, porque enseñan que las naciones nunca se convertirán verdaderamente, sino que sólo fingirán haberse convertido mientras esperan una oportuniudad para rebelarse).

Tercero, aunque el reino fue establecido definitivamente en la obra consumada de Cristo, es establecido progresivamente durante la historia (hasta que sea establecido finalmente en el día final). Por una parte, la Biblia enseña que Cristo Jesús está ahora reinando sobre las naciones con vara de hierro; ahora está sentado con poder sobre todos los otros poderes en el cielo y en la tierra, poseyendo toda autoridad. Por otra parte, la Biblia también enseña que el reino se desarrolla progresivamente, haciéndose más fuerte y más poderoso con el correr del tiempo. La misma carta a los Efesios que nos habla del gobierno absoluto de Cristo sobre la creación (1:20-22), asegurándonos que estamos reinando con él (2:6), también nos ordena ponernos la armadura para combatir contra el enemigo (6:10-17). No hay ninguna contradicción aquí - sólo dos aspectos de la misma realidad. Y le hecho de que Jesús está ahora reinando como rey de reyes es precisamente la razón de por qué tenemos confianza en la victoria en nuestro conflicto con el mal. Podemos experimentar el triunfo progresivo ahora, porque Cristo Jesús triunfó definitivamente sobre Satanás en su vida, su muerte, su resurrección y su ascensión.

Jesús contó dos parábolas que ilustran el crecimiento del reino. Mateo nos dice:

Otra parábola les refirió, diciendo: "El reino de los cielos es semejante al grano de mostaza, que un hombre tomó y sembró en el campo; el cual a la verdad es la más pequeña de todas las semillas; pero cuando ha crecido, es la mayor de las hortalizas, y se hace árbol, de tal manera que vienen las aves del cielo y hacen nidos en sus ramas".

Otra parábolas les dijo: "El reino de los cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer, y escondió en tres medidas de harina, hasta que todo fue leudado" (Mat. 13:31-33).

El reino fue establecido cuando Cristo vino. Pero no ha alcanzado su pleno desarrollo. Como el grano de mostaza, comenzó siendo pequeño, pero crecerá hasta un tamaño enorme (de la misma manera que la roca que Daniel vio se convirtió en un monte que llenó toda la tierra). El reino crecerá en tamaño, extendiéndose a todas partes, hasta que el conocimiento de Dios cubra la tierra, como las aguas cubren el mar. El crecimiento del reino será extensivo.

Pero el reino también crecerá intensivamente. Como la levadura en el pan, transformará el mundo, tan seguramente como transforma las vidas individuales. Cristo ha plantado en el mundo su evangelio, poder de Dios para salvación. Como la levadura, el poder del reino continuará obrando "hasta que todo esté leudado".

Después de examinar esta parábola, usted se podría preguntar cómo podría alguien negar una escatología de dominio. ¿Cómo puede uno soslayar la fuerza de este versículo? He aquí cómo: el derrotista simplemente explica que la "levadura" no es el reino, sino ¡una representación de cómo las herejías maléficas son plantadas en la iglesia por el diablo! Increíblemente, su caso es tan desesperado que recurrirá a juegos de manos, convirtiendo una promesa de la victoria del reino en una promesa de la derrota de la iglesia. Nótese bien que todo está leudado; el versículo enseña la victoria total, de un lado o del otro.

Por consiguiente, según Jesús, ¿qué lado ganará? Contrariamente a los pesimistas, Jesús no dijo que el reino es como la masa, en la cual alguien introduce subrepticiamente levadura mala. Jesús dijo que el reino es como la levadura. El reino comenzó pequeño, y su crecimiento a menudo ha sido inadvertido y algunas veces virtualmente invisible, pero continúa fermentando y transformando el mundo. ¿Dónde estaba el cristianismo hace 2000 años? Consistía de un mero puñado de personas que habían sido comisionadas para hacer discípulas a las naciones - un pequeño grupo que sería perseguido por sus propios compatriotas y al que se le opondría el ejército del imperio más poderoso de la historia. ¿Qué probabilidades les habríamos dado de que sobrevivieran? Sin embargo, la iglesia salió victoriosa del conflicto, ganadora por amplio margen; Roma y Jerusalén no pasaron del punto de partida. Los últimos veinte siglos han sido testigos del progreso que sólo podrían negar los ciegos voluntarios. ¿Se ha extendido por todas partes la levadura del evangelio? Por supuesto que no; todavía no. Pero lo hará. Dios nos ha predestinado a la victoria.

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