EL PARAÍSO RESTAURADO

Una teología bíblica de señorío


David Chilton

Dominion Press

Tyler, Texas

© 1ero. 1985; 6to. 1999


Parte Cinco: Hasta los confines de la tierra

Capítulo 24

  Cumplimiento de la gran comisión

Sé para el futuro que lo mejor es obedecer solamente a Dios; amarlo y temerlo a un tiempo; proceder como si estuviera siempre delante de El; no desconfiar jamás de su Providencia; entregarse del todo a El, que misericordioso en todas sus obras, hace que el bien triunfe sobre el mal, y convierte las cosas más pequeñas en las más grandes, y sorprende con el impulso que se cree más ineficaz los mayores poderes de la Tierra, y toda la ciencia mundana con la más humilde sencillez. Sé que el que padece por la verdad adquiere valor bastante para lograr el supremo triunfo, y que para el fiel, la muerte no es más que la puerta de la vida. Esto he aprendido con el ejemplo de Aquel a quien reconozco ya como mi Redentor siempre bendito.

John Milton, Paradise Lost [12:561-73]

¿Qué mero hombre o mago o tirano o rey pudo jamás hacer tanto por sí mismo? ¿Pudo alguien jamás luchar contra el sistema entero de culto a los ídolos y la hueste entera de demonios y toda la magia y toda la sabiduría de los griegos, en un momento en que todos ellos eran fuertes y florecientes y recogían a todos, como lo hizo nuestro Señor, la mismísima Palabra de Dios? Pero él está aun ahora revelando invisiblemente los errores de todos los hombres, y él solo está llevando con él a todos, de modo que los que solían adorar ídolos ahora los pisotean, los magos de reputación queman sus libros  y los sabios prefieren la interpretación de los evangelios antes que todos los estudios. Están abandonando a aquellos a los que antes adoraban, adoran y confiesan a Cristo y a Dios a quien antes solían ridiculizar como crucificado. Sus así llamados dioses son derrotados por la señal de la cruz, y el Salvador crucificado es proclamado en todo el mundo como Dios e Hijo de Dios.
Atanasio, On the Incarnation [53]

"Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo" (Mat. 28:19-20).

La gran comisión a la iglesia no termina simplemente con testificar a las naciones. La orden de Cristo es que hagamos discípulos a las naciones - todas las naciones. Los reinos del mundo deben llegar a ser los reinos de Cristo. Deben ser hechos discípulos, obedientes a la fe. Esto significa que todos los aspectos de la vida en todo el mundo han de ser puestos bajo el señorío de Jesucristo: las familias, los individuos, los negocios, la ciencia, la agricultura, las artes, las leyes, la educación, la economía, la psicología, la filosofía, y cada una de las otras esferas de la actividad humana. Nada puede quedar fuera. Cristo debe "reinar", hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies" (1 Cor. 15:25). Tenemos la responsabilidad de convertir al mundo entero.

En su segunda carta a la iglesia de Corinto, Pablo delinea una estrategia para el dominio mundial:

Pues aunque andamos en la carne, no militamos según la carne; porque las armas  de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo, y estando prontos para castigar toda desobediencia, cuando vuestra obediencia sea perfecta (2 Cor. 10:3-6).

Como observa Pablo, el ejército de Cristo es invencible: no luchamos con mero poder humano, sino con armas que son "poderosas en Dios" (ver Efe. 6:10-18), divinamente poderosas, más que adecuadas para llevar a cabo el trabajo. Con estas armas a nuestra disposición, podemos destruir todo lo que el enemigo levante en oposición al señorío de Jesucristo. "Estamos llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo": Cristo ha de ser reconocido como Señor en todas partes, en toda esfera de la actividad humana. Hemos de "pensar los pensamientos de Dios según Él" en todo punto, obedeciendo su palabra autorizada, el libro de la ley del reino. Esta es la raíz de todo genuino programa de rconstrucción cristiana.

Pablo nos dice que la meta de nuestra guerra es la victoria total, el dominio completo para el reino de Cristo. No aceptaremos nada menos que el mundo entero. "Estamos listos para castigar toda desobediencia, una vez que vuestra obediencia es completa", dice Pablo. La traducción Moffatt presenta este texto así: Estoy preparado para someter a corte marcial a cualquiera que continúe siendo insubordinado, una vez que vuestra sumisión sea completa. La meta de Pablo es obediencia universal a nuestro Señor.

Pero es importante notar el orden aquí. Pablo no comienza su obra de reconstrucción fomentando una revolución social. Tampoco comienza buscando un puesto político. Comienza con la iglesia, y se dispone a poner el resto del mundo bajo el dominio de Cristo "una vez que la obediencia de la iglesia sea completa". El centro de la reconstrucción cristiana es la iglesia. El río de vida no fluye de las puertas de las cámaras de los congresos y parlamentos. Fluye del templo restaurado del Espíritu Santo, la iglesia de Jesucristo. Nuestra meta es el dominio mundial bajo el señorío de Cristo, una "ocupación mundial", si se quiere; pero nuestra estrategia comienza con la reforma y la reconstrucción de la iglesia. De alli fluirá la reconstrucción social y política, en verdad un florecimiento de la civilización cristiana (Hag. 1:1-15; 2:6-9; 18-23).

Esto es lo que siempre ha sucedido. Cuando Moisés exigió que Faraón liberara a los israelitas, no dijo: "Iniciemos una república cristiana". Dijo:

Jehová el Dios de Israel dice así: Deja ir a mi pueblo a celebrarme fiesta en el desierto (Éx. 5:1; ver 7:16).

Ciertamente, Dios planeaba hacer de su pueblo una nueva nación. La ley que estaba a punto de darles proporcionaría el fundamento para un orden social y un sistema judicial. Sin embargo, por importante que sea todo esto, lo que es infinitamente más importante es Dios. Y lo que es básico para nuestra continua relación con Él y nuestro servicio para Él es nuestro culto a Él. La disputa fundamental entre Egipto e Israel era la cuestión del culto. Todo lo demás partía de allí.

Liturgia e historia

Conocemos la historia de Israel. Dios obligó a Faraón a dejar ir a Israel, y éste siguió adelante a heredar la Tierra Prometida. Pero el aspecto realmente crucial de todo el evento del Éxodo, por lo que concierne a la actividad del pueblo, era el culto. La fe cristiana ortodoxa no puede reducirse a experiencias personales, discusiones académicas, ni actividades para construir la cultura - por importantes que sean todas ellas en grados variables. La esencia de la religión bíblica es el culto a Dios. Y con culto no sólo quiero decir escuchar sermones, aunque la predicación ciertamente es necesaria e importante. Quiero decir oraciones organizadas, congregacionales, alabanza, y celebración sacramental. Además, esto significa que la reforma del gobierno de la iglesia es crucial para el dominio bíblico. La verdadera reconstrucción cristiana de la cultura está lejos de ser simplemente un asunto de aprobar una ley X y elegir al congresista Y. El cristianismo no es un culto político. Es el culto divinamente ordenado del Dios Altísimo.

Por eso el libro de Apocalipsis comienza con una visión de Cristo y pasa a tratar del gobierno (los "ángeles", u oficiales) de la iglesia. De hecho, la profecía entera está estructurada como un servicio de culto el día del Señor (Apoc. 1:10). Durante todo el libro, vemos un patrón repetido: primero, los "ángeles" guían a los santos en un culto organizado; segundo, Dios responde al culto de su pueblo trayendo juicio para salvación. Por ejemplo, Juan nos muestra los mártires reunidos al pie del altar de incienso, implorando a Dios que les vengue de sus perseguidores (Apoc. 6:9-11). Poco después, un "ángel" ofrece formalmente las oraciones de ellos a Dios, luego toma fuego del altar y lo arroja a la tierra: el resultado es devastación y destrucción para Israel; la tierra se incendia; una montaña en llamas es lanzada al mar (Apoc. 8:1-8). Esta no es sino una ilustración entre muchas de una verdad central en Apocalipsis: la inseparable conexión entre la liturgia y la historia. El libro de Apocalipsis muestra que los juicios de Dios en la historia son respuestas directas al culto oficial de la iglesia. Cuando la iglesia, en su capacidad oficial, pronuncia juicios legales, esas declaraciones son aceptadas en la Corte Suprema del cielo (Mat. 16:19; Juan 20:23), y Dios mismo ejecuta el veredicto de la iglesia.

De hecho, Jesús había mandado específicamente a su pueblo que oraran para que el monte de Israel fuese lanzado al mar (Mat. 21:21-22), y eso es exactamente (de manera figurada) lo que sucedió. Esta es una importante lección para la iglesia hoy día. Nuestra primera respuesta a la persecución y la opresión no debe ser política. Es decir, no debemos poner nuestra confianza en el estado. La primera respuesta de la iglesia a la persecución debe ser litúrgica. Debemos orar por ello personalmente, en familia, y en el culto organizado y corporativo de la iglesia, cuyos oficiales están divinamente autorizados para pronunciar juicio. Por supuesto, esto significa que la iglesia debe regresar a la práctica ortodoxa de cantar y orar salmos imprecatorios contra los enemigos de Dios. (Los "salmos imprecatorios" son los salmos que consisten principalmente de imprecaciones, o maldiciones, contra los impíos; algunos de estos salmos son los números 35, 55, 59, 69, 79, 83, 94, 109, y 140). Los oficiales de iglesia deben pronunciar sentencia contra los opresores, y los cristianos deben seguir esto con fieles oraciones para que los opresores se arrepientan o sean destruidos.

Para dar otro ejemplo: ¿Qué debe hacer la iglesia acerca de la moderna forma de sacrificio humano, la diaria abominación conocida como aborto? Si nuestra respuesta central es una acción social o política, somos, en principio, ateos; estamos confesando nuestra fe en las acciones humanas como las últimas determinadoras de la historia. Es verdad que debemos trabajar para que el aborto sea declarado un crimen: los asesinos deben recibir la pena capital (Éx. 21:22-25). También debemos trabajar para salvar las vidas de los inocentes y los indefensos. Pero nuestras acciones fundamentales deberían ser gubernamentales y litúrgicas. Los oficiales de iglesia deben pronunciar juicios sobre los abortistas - dando los nombres de los que abogan por la muerte, incluyendo jueces, médicos, y publicistas.

Si la iglesia invoca fielmente a Dios para que juzgue a los asesinos y perseguidores, ¿qué ocurrirá? La respuesta está dada en la totalidad del libro de Apocalipsis: Los ángeles de Dios arrojarán fuego sobre la tierra, y los malvados serán consumidos. Pero tenemos que recordar que las ascuas de la retribución de Dios tienen que proceder del altar. La ardiente ira de Dios procede del trono, donde nos encontramos con Él en el culto público. Un "movimiento de resistencia" que no esté centrado en el culto estará bajo el juicio de Dios. En principio, es como la ofrenda de "fuego extraño" de Nadab y Abiú (Lev. 10:1-2).

W. S. Plumer escribió sobre el poder de las oraciones imprecatorias de la iglesia: "De los 30 emperadores romanos, gobernadores de provincias, y otros oficiales de alta jerarquía, que se distinguieron por su celo y encarnizamiento en la persecución de los cristianos primitivos, uno pronto se volvió loco después de haber cometido alguna crueldad atroz; otro fue asesinado por su propio hijo; otro quedó ciego; los ojos de otro comenzaron a salírsele de las órbitas; otro se ahogó; otro fue estrangulado; otro murió en un cautiverio miserable; otro cayó muerto de una manera indescriptible; otro murió de una enfermedad tan repugnante que varios de sus médicos fueron ejecutados porque no pudieron soportar el hedor que llenaba la habitación; dos se suicidaron; un tercero lo intentó, pero tuvo que pedir ayuda para terminar el trabajo; cinco fueron asesinados por su propio pueblo o sus propios sirvientes; otros cinco murieron de la manera más miserable e intolerable; varios de ellos sufrieron una indecible complicación de enfermedades, y ocho murieron en combate o después de haber sido tomados prisioneros. Entre éstos se encontraba Julián el apóstata. Se dice que, en los días de su prosperidad, apuntó su daga hacia el cielo desafiando al Hijo de Dios, al cual llamaba comúnmente el galileo. Pero, cuando fue herido en combate, viendo que todo había terminado para él, recogió su sangre coagulada y la arrojó al aire, exclamando: "¡Has vencido, galileo!".

Por supuesto, el culto de la iglesia no es principalmente negativo sino positivo: Hemos de ofrecer peticiones para la conversión del mundo. Debemos pedirle a Dios que haga que todas las naciones acudan a su templo, orando para que su monte crezca y llene la tierra más y más, y para que nuestra era presencie triunfos crecientes para el evangelio en todos los órdenes de la vida. No hay ninguna razón para no esperar la victoria; si somos fieles a la palabra de Dios, hay todas las razones para suponer que los poderes de las tinieblas serán hechos trizas por nuestro avance. Las puertas del infierno deben caer y caerán delante de la iglesia agresiva y militante (Mat. 16:18).

Es una señal de nuestra incredulidad el hecho de que ponemos nuestra confianza en los hombres y en los príncipes antes que en el Espíritu de Dios. ¿Cuál es más poderosa, la depravación humana o la soberanía de Dios? ¿Puede Dios convertir al mundo? ¡Por supuesto! Más que eso, ¡ha prometido que Él convertirá al mundo! Nos ha dicho que "la tierra será llena del conocimiento del Señor como las aguas cubren el mar" (Isa. 11:9). ¿Cómo cubren las aguas el mar? ¿Hay alguna parte del mar que no esté cubierta por agua? Ése es justamente el punto: algún día, la gente de todas partes del mundo conocerán el evangelio. Todas las naciones le servirán.

La salvación del mundo es la razón de que Jesús viniera, como el Él mismo le dijo a Nicodemo:

Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito para que todo aque que en Él crea no se pierda, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él (Juan 3:16-17).

¡Para que el mundo sea salvo! Este es uno de los pasajes bíblicos que se citan más a menudo, pero a menudo no vemos su mensaje. Cristo Jesús vino a salvar al mundo - no sólo a un pecador aquí, otro allá. Él quiere que hagamos discípulas a las naciones - no sólo a unos pocos individuos. El Señor Jesús no quedará satisfecho del éxito de su misión sino hasta que la tierra entera cante sus alabanzas. Sobre la base de las infalibles promesas de Dios, la iglesia debe orar y trabajar para que se expanda el reino, en la Esperanza de que Dios llenará su iglesia con "una grande muchedumbre, que nadie podía contar, de toda nación y tribu y lengua y pueblo" (Apoc. 7:9).

Tenemos que dejar de actuar como si estuviéramos destinados para siempre a ser una subcultura. Estamos destinados al señorío; debemos enderezarnos y actuar en consecuencia. Nuestras vidas y nuestro culto deben reflejar nuestra Esperanza de dominio y nuestra creciente capacidad para adquirir responsabilidades. No debemos vernos a nosotros mismos como avanzadillas solitarias, rodeados por un mundo cada vez más hostil; eso es dar falso testimonio contra Dios. La verdad es exactamente opuesta a eso. Es el diablo el que está huyendo; es el paganismo el que está condenado a la extinción. En fin de cuentas, el cristianismo es la cultura dominante, predestinada a ser la religión final y universal. La iglesia llenará la tierra.

El gran san Agustín entendía esto. Refiriéndose a los que se veían a sí mismos como el último remanente de una iglesia que se dirigía a una inevitable declinación, se rió: "Las nubes retumban con los truenos, de que la casa del Señor se construirá por toda la tierra; y estas ranas se sientan en su pantano y croan: '¡Nosotros somos los únicos cristianos'!"

Nosotros damos forma a la historia mundial. Dios ha vuelto a crearnos a su imagen para que dominemos el mundo; Él ha derramado su Espíritu sobre nosotros, con "poder de lo alto" (Lucas 24:49); Él nos ha confiado el evangelio del reino, y nos ha encargado que tomemos posesión del mundo. Si confiamos en Él y le obedecemos, no hay ninguna posibilidad de que fracasemos.

El mandato teocrático

Nuestra meta es un mundo cristiano, hecho de naciones explícitamente cristianas. ¿Cómo podría un cristiano desear alguna otra cosa? Nuestro Señor mismo nos enseñó a orar: "Venga tu reino: Hágase tu voluntad, así en el cielo como en la tierra" (Mat. 6:10). Oramos para que las órdenes de Dios sean obedecidas en la tierra, así como son obedecidas inmediatamente por los ángeles y los santos en el cielo. El Padre Nuestro es una oración para el dominio mundial del reino de Dios - no un gobierno mundial centralizado, sino un mundo de repúblicas teocráticas descentralizadas.

Ahora bien, con teocracia, yo no quiero decir un gobierno regido por sacerdotes y pastores. Eso no es en absoluto lo que la palabra significa. Una teocracia es un gobierno regido por Dios, un gobierno cuyo código de leyes está sólidamente fundamentado en las leyes de la Biblia. A los gobernantes civiles se les exige que sean ministros de Dios, tal como lo son los pastores (Rom. 13:1-4). Según la santa e infalible palabra de Dios, las leyes de la Biblia son las mejores leyes (Deut. 4:5-8). No pueden ser mejoradas.

El hecho es que toda ley es "religiosa". Toda ley está basada en algún modelo último de moralidad y ética. Todo sistema de leyes se funda en el valor último de ese sistema, y ese valor último es el dios de ese sistema. La fuente de las leyes para una sociedad es el dios de esa sociedad. Esto significa que una teocracia es inescapable. Todas las sociedades son teocracias. La diferencia es que una sociedad que no es explícitamente cristiana es una teocracia de un dios falso. Por eso, cuando Dios dio instrucciones a los israelitas para la entrada en la tierra de Canaán, les advirtió que no adoptaran el sistema de leyes de los paganos:

Habló Jehová a Moisés diciendo: Habla a los hijos de Israel, y diles: Yo soy Jehová vuestro Dios. No haréis como hacen en la tierra de Egipto, en la cual morásteis; ni haréis como hacen en la tierra de Canaán, a la cual yo os conduzco, ni andaréis en sus estatutos. Mis ordenanzas pondréis por obra, y mis estatutos guardaréis, andando en ellos. Yo Jehová vuestro Dios. Por tanto, guardaréis mis estatutos y mis ordenanzas, los cuales haciendo el hombre, vivirá en ellos. Yo Jehová (Lev. 18:2-5).

Esa es la única opción: ley pagana o ley cristiana. Dios prohibe específicamente el "pluralismo". A Dios no le interesa en lo más mínimo compartir el dominio mundial con Satanás. Dios quiere que le honremos individualmente, en nuestras familias, en nuestras iglesias, en nuestros negocios, en nuestras ocupaciones culturales de todo tipo, y en nuestros estatutos y juicios. "La justicia engrandece a la nación, mas el pecado es afrenta de las naciones" (Prov. 14:34). Según los humanistas, las civilizaciones sólo "surgen" y "caen" a causa de algún mecanismo naturalista, evolucionario. Pero la Biblia dice que la clave de la historia de las civilizaciones es juicio. Dios evalúa nuestra reacción a sus mandatos, y responde con maldiciones y bendiciones. Si una nación le obedece, la bendice y la hace prosperar (Deut. 28:1-4); si una nación le desobedece, la maldice y la destruye (Deut. 28:15-68). La historia de Israel es una advertencia para todas las naciones: porque, si Dios se lo hizo a Israel, seguramente hará lo mismo al resto de nosotros (Jer. 25:29).

La escatología de dominio no es alguna cómoda doctrina de que el mundo se está volviendo "mejor y mejor" en un sentido abstracto, automático. Tampoco es una doctrina de protección contra el juicio y la desolación nacionales. Por el contrario, la escatología de dominio es una garantía de juicio. Enseña que la historia mundial es juicio, una serie de juicios que conducen al juicio final. En todo momento, Dios está observando su mundo, sopesando y evaluando nuestra reacción a su palabra. Zarandea las naciones hacia atrás y hacia adelante en la criba de la historia, colando la paja inútil y arrojándola lejos, hasta que no quede nada sino su trigo puro. La opción delante de cada nación no es pluralismo. La opción es obediencia o destrucción.

Mil generaciones

Para el satanista, el tiempo es la gran maldición. A medida que la historia progresa, las fuerzas del mal sienten que su tiempo se está acabando (ver Apoc. 12:12). Por eso, Satanás trabaja a menudo por medio de la revolución: tiene que hacer su trabajo ahora, mientras tiene oportunidad. No puede darse el lujo de esperar, porque el tiempo trabaja contra él. Está condenado a ser derrotado, y lo sabe.

Pero el cristiano no tiene que temer el paso del tiempo, porque el tiempo está de nuestro lado. La historia trabaja en favor de nuestros objetivos. Cada día nos acerca más a la realización de que el conocimiento de Dios cubrirá el mundo entero. Las naciones adorarán y obedecerán al único Dios verdadero, y dejarán de hacer la guerra; la tierra será cambiada, restaurada a las condiciones edénicas; y la gente será bendecida con vidas largas y felices - ¡tan largas, de hecho, que será raro que alguien muera a la corta edad de 100 años (Isa. 65:20)!

Consideremos esta promesa de la ley: "Conoce, pues, que Jehová tu Dios es Dios, Dios fiel, que guarda el pacto y la misericordia a los que le aman y guardan sus mandamientos, hasta mil generaciones" (Deut. 7:9). El Dios del pacto le dijo a su pueblo que les bendeciría hasta la milésima generación de sus descendientes. Esa promesa se hizo (en números redondos) hace aproximadamente 3,400 años. Si calculamos cada generación bíblica es más o menos de 40 años, mil generaciones equivalen a cuarenta mil años. ¡Nos quedan 36,600 años antes de que esta promesa se cumpla!

Posiblemente algunos me acusen de caer en un inconsistente "literalismo" en este punto, tomando la palabra mil literalmente en Deuteronomio pero no en Apocalipsis. No es así. Admito que, cuando Dios usa el término mil, está hablando de vastedad, más bien que de un número específico. Sin embargo, habiendo admitido eso, miremos más de cerca la manera en que este término se usa en le simbolismo. Cuando Dios dijo que él es dueño de los animales en un millar de collados, quiso decir un vasto número de animales en un vasto número de collados, pero existen más de 1,000 collados o colinas. La Biblia promete que los miembros del pueblo de Dios serán reyes y sacerdotes durante mil años, queriendo decir un vasto número de años - pero los cristianos han sido reyes y sacerdotes durante más de 1,000 años (casi 2,000 años ahora). Lo que quiero subrayar es esto: El término mil se usa a menudo simbólicamente en la Escritura para expresar vastedad; pero, en realidad, esa vastedad es mucho más que el millar literal.

Dios promete que bendecirá a su pueblo durante mil generaciones. Luego, por la analogía de la Escritura, esto significa que una cifra de cuarenta mil años es apenas el mínimo. Este mundo tiene por delante decenas de miles, quizás centenas de miles, de años de creciente impiedad antes de la segunda venida de Cristo.

No me interesa fijar fechas. No voy a tratar de calcular la fecha de la segunda venida. La Biblia no la revela, y no es asunto nuestro. Lo que la Biblia sí revela es nuestra responsabilidad de trabajar por el reino de Dios, nuestro deber de ponernos nosotros mismos y poner a nuestras familias, y todas nuestras esferas de influencia, bajo el dominio de Jesucristo. "Las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios; mas las reveladas son para nosotros y para nuestros hijos para siempre, para que cumplamos todas las palabras de esta ley" (Deut. 29:29). Dios no nos ha dicho cuándo ocurrirá la segunda venida. Pero sí nos ha dicho que hay mucho trabajo por hacer y espera que lo hagamos.

¿Qué diría usted si contratara a un obrero, le diera instrucciones detalladas, y todo lo que él hiciera fuera sentarse preguntándose a qué sonaría el timbre de salida? ¿Le consideraría usted un obrero fiel? ¿Le considera Dios a usted un obrero fiel de su reino? Repito: El propósito de la profecía es ético. Es la certeza que nos da Dios de que la historia está bajo su control, de que Él está llevando a cabo sus propósitos eternos en todas las circunstancias, y de que su plan original de la creación se cumplirá. Nos ha colocado en la gran guerra de la historia del mundo, con la absoluta garantía de que ganaremos. Aunque tenga que detener el universo entero para nosotros (Josué 10:12-13), el día durará lo suficiente para que obtengamos la victoria. El tiempo está de nuestro lado. El reino ha llegado, y el mundo ha comenzado nuevamente.

Ahora, póngase a trabajar.

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