EL PARAÍSO RESTAURADO
Una teología bíblica de señorío
David Chilton
Dominion
Press
Tyler,
Texas
©
1ero. 1985; 6to. 1999
Capítulo
23
LA NUEVA
CREACIÓN
(Apocalipsis 21-22)
El Salvador obra poderosamente todos los días,
atrayendo a los hombres a la religión, persuadiéndoles a la
virtud, enseñándoles sobre la inmortalidad, despertando su sed
de cosas celestiales, revelando el conocimiento del Padre,
inspirando fortaleza en presencia de la muerte, manifestándose
a cada uno, y desplazando la irreligión de los ídolos;
mientras que los dioses y los espíritus malos de los
incrédulos no pueden hacer ninguna de estas cosas, sino morir
en presencia de Cristo, anulada y vacía toda su ostentación.
Por el contrario, por la señal de la cruz, toda magia es
detenida, toda hechicería confundida, todos los ídolos
abandonados y renunciados, y cesa todo placer sin sentido, a
medida que el ojo de la fe mira desde la tierra hacia el
cielo.
Atanasio, On the Incarnation [31]
Bien,
finalmente hemos llegado a un punto en Apocalipsis acerca del
cual todo el mundo está de acuerdo, ¿verdad? "Los nuevos
cielos y la nueva tierra" - eso tiene que ser literal, y se refiere a la
eternidad después del fin del mundo, ¿verdad? Error. O, para ser
absolutamente preciso, debería decir: Sí y no. La verdad es que
la Biblia nos dice muy poco sobre el cielo; de hecho, sólo lo
justo para dejarnos saber que vamos para allá. Pero el interés
principal de la Escritura es la vida presente. Por supuesto,
las bendiciones de los capítulos finales de Apocalipsis sí se
refieren al cielo. No es realmente una cuestión de "una cosa o
la otra". Pero lo importante es que estas cosas son ciertas ahora. El cielo es una
continuación y un perfeccionamiento de lo que es cierto de la
iglesia en esta vida. No hemos de esperar simplemente estas
bendiciones en una eternidad por venir, sino que debemos
disfrutar de ellas y regocijarnos en ellas aquí y ahora. Juan
le hablaba a la iglesia primitiva de las realidades presentes,
de bendiciones que ya existían y que aumentarían a medida que
el evangelio se extendiera y renovara la tierra.
"He
aquí, yo hago nuevas todas las cosas"
Juan dice
que, primero, vio "un cielo nueva y una nueva tierra, porque
el primer cielo y la primera tierra pasaron" (Apoc. 21:1).
Para entender esto, necesitamos recordar una de las lecciones
más básicas del tema del paraíso: la salvación es una re-creación. Por eso se
usan en la Escritura el lenguaje y el simbolismo de la
creación cada vez que Dios habla salvar a su pueblo. El
diluvio, el éxodo, y la primera venida de Cristo son vistos
como Dios creando un nuevo mundo. Así, pues, cuando Dios habló
por medio de Isaías, profetizando las bendiciones terrenales del reino
venidero, dijo:
Porque he aquí yo crearé nuevos cielos y nueva
tierra; y de lo primero no habrá memoria, ni más vendrá al
pensamiento. Mas os gozaréis y os alegraréis para siempre en
las cosas que yo he creado; porque he aquí que yo traigo a
Jerusalén alegría, y a su pueblo gozo. Y me alegraré con
Jerusalén, y me gozaré con mi pueblo; y nunca más se oirán en
ella voz de lloro, ni voz de clamor. No habrá más allí niño
que muera de pocos días, ni viejo que sus días no cumpla;
porque el niño morirá de cien años, y el pecador de cien años
será maldito. Edificarán casas, y morarán en ellas; plantarán
viñas, y comerán de ellas. No edificarán para que otro habite,
ni plantarán para que otro coma; porque según los días de los
árboles serán los días de mi pueblo, y mis escogidos
disfrutarán de la obra de sus manos. No trabajarán en vano, ni
darán a luz para maldición; porque son linaje de los benditos
de Jehová, y sus descendientes con ellos. Y antes que clamen,
responderé yo; mientras aun hablan, yo habré oído. El lobo y
el cordero serán apacentados juntos; y el león comerá paja
como el buey; y el polvo será el alimento de la serpiente. No
afligirán, ni harán mal en todo mi santo monte, dijo Jehová
(Isa. 65:17-25).
Esto no
puede estar hablando del cielo, ni de un tiempo después del
fin del mundo; porque en estos "nuevo cielo y nueva tierra"
todavía hay muerte (a muy avanzada edad - "los días de los
árboles"), la gente construye, planta, trabaja, y tiene hijos.
Podríamos pasarnos el resto de este capítulo examinando las
implicaciones de este pasaje de Isaías, pero lo único que
quiero subrayar aquí es que es claramente una declaración para
esta era, antes del fin del mundo,
y muestra lo que pueden esperar las futuras generaciones a
medida que el evangelio penetra en el mundo, restaura la
tierra a la condición de paraíso, y hace fructificar las metas
del reino. Isaías está describiendo las bendiciones de
Deuteronomio 28 en lo que es probablemente el mayor logro
terrenal. Por eso, cuando Juan nos dice que vio "un cielo
nuevo y una nueva tierra", debemos reconocer que el
significado principal
de esa frase es simbólico, y tiene que ver con las bendiciones
de la salvación.
Después,
Juan vio "la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del
cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su
marido" (Apoc. 21:2). No, no es una estación espacial. Es algo
que debería ser
mucho más emocionante: es la iglesia. La esposa no sólo está en la
ciudad: la esposa es
la ciudad (ver Apoc. 21:9-10). Estamos en la nueva Jerusalén
ahora. ¿Prueba? La Biblia nos dice categóricamente: "Os habéis
acercado al monte de Sión, a la ciudad del Dios vivo,
Jerusalén la celestial, a la compañía de muchos millares de
ángeles, a la congregación de los primogénitos que están
inscritos en los cielos ... (Heb. 12:22-23; ver Gál. 4:26; Apoc. 3:12). La nueva Jerusalén es una
realidad presente;
se dice que viene del cielo porque el origen de la iglesia es
celestial. Hemos "nacido de lo alto" (Juan 3:3) y ahora somos
ciudadanos de la ciudad celestial (Efe. 2:19; Fil. 3:20).
Este
pensamiento es ampliado en la declaración posterior de Juan.
Oyó una gran voz del cielo que venía de trono, diciendo: "He
aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con
ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos
como su Dios" (Apoc. 21:3). Como Pablo, Juan relaciona estos
dos conceptos: somos ciudadanos del cielo, y somos morada de
Dios, su santo templo (Efe. 2:19-22). Una de las bendiciones
edénicas que Dios prometió en Levítico fue: "Y pondré mi
morada en medio de vosotros" (Lev. 26:11); esto se ha cumplido
en la iglesia del Nuevo Testamento (2 Cor. 6:16). La voz que
Juan escuchó continuó:
"Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de
ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor,
ni dolor; porque las primeras cosas pasaron. Y el que estaba
sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las
cosas. Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y
verdaderas. Y me dijo: Hehco está. Yo soy el Alfa y la Omega,
el principio y el fin. Al que tuviere sed, yo le daré
gratuitamente de la fuente del agua de la vida" (Apoc.
21:4-6).
Finalmente,
esto se cumplirá en el cielo hasta lo máximo. Pero tenemos que
reconocer que ya es cierto.
Dios ha enjugado
nuestras lágrimas. La prueba de esto es la obvia diferencia
entre los funerales cristianos y paganos: nos lamentamos, pero
no como los que no tienen esperanza (1 Tes. 4.13). Dios ha
quitado el aguijón a la muerte (1 Cor. 15:55-58). Y más
impactante es la siguiente frase: "Las primeras cosas pasaron
... He aquí, yo hago nuevas todas las cosas". ¿Dónde hemos
leído eso antes? Viene de 2 Cor. 5:17: "De modo que, si alguno
está en Cristo, nueva
criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí, todas son
hechas nuevas". ¿Es verdad esto ahora? ¡Por supuesto!
La única verdadera diferencia entre los temas de 2 Cor. 5 y
Apoc. 21 es que Pablo está hablando del individuo redimido,
mientras que Juan está hablando de la comunidad redimida. Pero
tanto el individuo redimido como la comunidad redimida son
restaurados al estado de paraíso en la salvación, y la
restauración ya ha comenzado. El agua de vida nos alimenta
libremente ahora,
dando vida a los individuos y fluyendo para dar vida al mundo
entero (Juan 4:14; 7:37-39). Dice Dios: "El que venciere
heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi
hijo" (Apoc. 21:7); el hijo de Dios se caracteriza por la
victoria contra la oposición (1 Juan 5:4). El lenguaje usado
aquí ("Yo seré su Dios") es la promesa básica de pacto de
salvación (ver Gén. 17:7-8; 2 Cor. 6:16-18). El mayor logro
tendrá lugar en el cielo por la eternidad. Pero, definitiva y progresivamente,
es verdad ahora. Vivimos en el nuevo cielo y la nueva tierra;
somos ciudadanos de la nueva Jerusalén. Las cosas viejas
pasaron, todas son hechas nuevas.
La
ciudad sobre un monte
Juan es
llevado en el Espíritu "a un monte grande y alto" (Apoc.
21:10) para que viera la belleza de este paraíso consumado,
que resplandece con la gloria de Dios. Las doce puertas de la
ciudad tienen los nombres de las doce tribus de Israel sobre
ellas, y en los doce cimientos están los nombres de los doce
apóstoles (Apoc. 21:12-14). ¿Es este simbolismo difícil de
entender? Esto representa claramente el hecho de que la ciudad
de Dios contiene la iglesia entera, el pueblo entero de Dios,
que comprende a los creyentes tanto del Antiguo Testamento
como del Nuevo - lo cual, como escribió Pablo, está edificado
sobre el fundamento de los apóstoles y profetas (Efe. 2:20).
Lo absurdo
de errónea interpretación "literalista" se hace dolorosamente
evidente cuando ellos intentan habérselas con las medidas de
la ciudad (Apoc. 21:15-17). Juan dice que la ciudad es una
pirámide (o un cubo), 12000
"estadios" por lado, con un muro de 144 "codos" de altura. Obviamente, los
números son simbólicos, siendo los múltiplos de doce una
referencia a la majestad, la vastedad, y la perfección de la
iglesia. Pero el "literalista" se siente obligado a traducir esos números a
medidas modernas, dando como resultado un muro de 1500 millas
de largo y 216 pies de altura. Los claros símbolos de Juan son
borrados, y al desafortunado lector de la Biblia le queda sólo
una mescolanza de números que no significan nada. ¡Los
"literalistas" se hallan en la ridícula posición de borrar los
números literales de
la palabra de Dios y reemplazarlos por símbolos que no
significan nada!
Juan
continúa describiendo la ciudad en términos de joyería: cada
uno de los cimientos está adornado de piedras preciosas, cada
una de las puertas es "una sola perla",el muro está hecho de
jaspe, y la ciudad y las calles son de "oro puro, como vidrio
transparente" (Apoc. 21:18-21). Por nuestro estudio de los
minerales relacionados con el huerto de Edén, entendemos que
este también es lenguaje simbólico, que habla de la
restauración y el cumplimiento del paraíso en la salvación.
Ochocientos años antes, Isaías había descrito la salvación
venidera en términos de una ciudad adornada con joyas:
Pobrecita, fatigada con tempestad, sin
consuelo; he aquí que yo cimentaré tus piedras sobre
carbunclo, y sobre zafiros te fundaré. Tus ventanas pondré de
piedras preciosas, tus puertas de piedras de carbunclo, y toda
tu muralla de piedras preciosas (Isa. 54:11-12).
Es
interesante que la palabra traducida como carbunclo equivale en
hebreo a sombra de ojos.
Esto suena absurdo, ¿verdad? El propósito de los muros es
proporcionar protección; este muro es meramente decorativo.
¿Quién construiría un muro de joyas, usando cosméticos como "mortero"? Alguien
fabulosamente rico, y supremamente confiado contra un ataque.
Este, dice Isaías, es el futuro de la iglesia, la ciudad de
Dios. Ella será rica y estará a salvo de sus enemigos, como lo
explica el resto del pasaje:
Y todos tus hijos serán enseñados por Jehová; y
se multiplicará la paz de tus hijos. Con justicia serás
adornada; estarás lejos de opresión, porque no temerás, y de
temor, porque no se acercará a ti. Si alguno conspirare contra
ti, lo hará sin mí; el que contra ti conspirare, delante de ti
caerá. He aquí que yo hice al herrero que sopla las ascuas en
el fuego, y que saca la herramienta para su obra; y yo he
creado al destruidor para destruir. Ninguna arma forjada
contra ti prosperará,y condenarás toda lengua que se levante
contra ti en juicio. Esta es la herencia de los siervos de
Jehová, y su salvación de mí vendrá, dijo Jehová (Isa.
54:13-17).
Juan vio
que, en esta nueva ciudad de Dios, no hay templo, "porque el
Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el Cordero. La
ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en
ella; porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su
lumbrera" (Apoc. 21:22-23). Esto también se basa en Isaías
(Isa. 60:1-3; 19-20), haciendo énfasis en que la iglesia es
iluminada por la gloria de Dios, y en ella mora la nube, que
resplandece con la Luz original. Esta es la ciudad sobre un
monte (Mat. 5:14-16), la luz del mundo, que brilla delante de
los hombres para que glorifiquen a Dios el Padre. Inspirándose
en el mismo pasaje de Isaías (Isa. 60:4-18), Juan habla de la
influencia de la ciudad sobre las naciones del mundo:
Y las naciones que hubieren sido salvas andarán
a la luz de ella; y los reyes de la tierra traerán su gloria y
honor a ella. Sus puertas nunca serán cerradas de día, pues
allí no habrá noche. Y llevarán la gloria y la honra de las
naciones a ella. No entrará en ella ninguna cosa inmunda, o
que hace abominación y mentira, sino solamente los que están
inscritos en el libro de la vida del Cordero (Apoc. 21:24-27;
ver Sal. 22:27; 66:4;86:9, Isa. 27:6; 42:4; 45:22-23; 49:5-13;
Hag. 2:7-8).
Esto está
escrito acerca de un tiempo en que las naciones todavía
existen como tales; pero todas las naciones están convertidas,
y confluyen a la ciudad llevando a ella sus tesoros. A medida
que la luz del evangelio brilla en el mundo por medio de la
iglesia, las naciones son hechas discípulas, y la riqueza de
los pecadores es heredada por los justos. Esta es una promesa
básica de la Escritura de principio a fin. Este es el patrón
de la historia, la dirección en que el mundo se está moviendo.
Este es nuestro futuro, la herencia de las generaciones
venideras.
El río
de vida
Esperamos
que
la maldición sea revertida en cada una de las áreas de la
vida, tanto en este mundo como el venidero, a medida que el
evangelio fluya a todo el mundo. En un capítulo anterior,
estudiamos cómo la imagen del río de Edén se usa en toda la
Escritura para indicar las bendiciones del paraíso que
regresan a la tierra por el poder del Espíritu a través de la
iglesia (ver Eze. 47:1-12; Zac. 14:8). Apropiadamente, Juan
termina su cuadro de la nueva creación con este otro, tomado
de la visión de Ezequiel sobre la iglesia:
Después me mostró un río limpio de agua de
vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de
Dios y del Cordero. En medio de la calle de la ciudad, y a uno
y otro lado del río, estaba el árbol de la vida, que produce
doce frutos, dando cada mes su fruto; y las hojas del árbol
eran para la sanidad de las naciones. Y no habrá más
maldición; y el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y
sus siervos le servirán, y verán su rostro, y su nombre estará
en sus frentes. No habrá allí más noche; y no tienen necesidad
de de luz de lámpara, ni de luz del sol, porque Dios el Señor
los iluminará; y reinarán por los siglos de los siglos (Apoc.
22:1-5).
El río de vida está fluyendo ahora (Juan 4:14, 7:37-39),
y continuará fluyendo en un torrente siempre creciente de
bendiciones para la tierra, sanando a las naciones, poniendo
fin a la ilegalidad y la guerra por medio de la aplicación de
la ley bíblica (Miq. 4:1-3). Esta visión del futuro glorioso
de la iglesia, terrenal y celestial, repara la tela que se
rasgó en Génesis. En Apocalipsis vemos al hombre redimido,
traido de vuelta al monte, sustentado por el río y el árbol de
vida, recuperando su perdido dominio y gobernando como
rey-sacerdote sobre la tierra. Este es nuestro privilegio y
nuestra herencia ahora, definitiva y progresivamente, en esta
era; y serán nuestros plenamente en la era por venir. El
paraíso está siendo restaurado.