EL PARAÍSO RESTAURADO
Una teología bíblica de señorío
David Chilton
Dominion
Press
Tyler,
Texas
©
1ero. 1985; 6to. 1999
Capítulo 10
LA GRAN TRIBULACIÓN
Y cuando Aquél que habló a
Moisés, el Verbo del Padre, apareció en el fin del mundo,
también dio mandamiento, diciendo: "Cuando os persigan en
esta ciudad, huid a la otra" [Mat. 10:23]; y poco después
dice: "Por tanto, cuando veáis en el lugar santo la
abominación desoladora de que habló el profeta Daniel (el
que lee, entienda), entonces los que estén en Judea, huyan a
los montes. El que esté en la azotea, no descienda para
tomar algo de su casa; y el que esté en el campo, no vuelva
atrás para tomar su capa" [Mat. 24:15]. Sabiendo estas
cosas, los santos regulaban su conducta en consecuencia.
Atanasio, Defence of His Flight
[11]
Uno de los principios más elementales
para interpretar correctamente el mensaje de la Biblia es
que la Escritura
interpreta la Escritura. La Biblia es la Palabra de
Dios, santa, infalible, libre de error. Es nuestra mayor
autoridad. Esto significa que no podemos buscar una
interpretación autorizada del significado de la Escritura
fuera de la Biblia misma. También significa que no debemos
interpretar la Biblia como si hubiese caído del cielo en el
siglo veinte. El Nuevo Testamento fue escrito en el siglo
primero, y por eso debemos tratar de entenderlo en términos
de sus lectores del siglo primero. Por ejemplo, cuando Juan
llama a Jesús "el cordero de Dios", ni él ni sus lectores
tenían en mente nada ni remotamente similar a lo que el
hombre moderno promedio, el hombre de la calle, podría
pensar si oyera que alguien era llamado "cordero". Juan no
quería decir que Jesús era dulce, abrazador, o mono. En
realidad, Juan no se refería en absoluto a la personalidad de Jesús.
Quería decir que Jesús era el Sacrificio sin pecado por el
mundo. ¿Cómo sabemos esto? Porque la Biblia nos lo dice así.
Este es el método que tenemos que usar
para resolver cada uno de los problemas de interpretación en
la Biblia - incluyendo los pasajes proféticos. Es decir,
cuando leemos un pasaje en Ezequiel, nuestra primera
reacción no debe ser ojear las páginas del New York Times en una búsqueda
frenética de pistas acerca del significado del pasaje. El
periódico no interpreta la Escritura, en ningún sentido
primario. El periódico no debe decidir por nosotros cuándo se han de
cumplir ciertos sucesos proféticos. La Escritura interpreta
la Escritura.
En Mateo 24 (y Marcos 13 y Lucas 21),
Jesús habló a sus discípulos acerca de una "gran tribulación"
que sobrevendría a Jerusalén. Durante los pasados 100 años más
o menos, se ha puesto de moda enseñar que Jesús hablaba del
fin de la "era de la iglesia" y el tiempo de la segunda
venida. Pero, ¿era esto lo que quería decir? Debemos observar
cuidadosamente que Jesús mismo dio la fecha (aproximada) de la
venidera tribulación, no dejando lugar para la duda después de
cualquier examen cuidadoso del texto bíblico. Jesús dijo:
De cierto os digo, que no pasará
esta generación hasta que todo esto acontezca (Mat.
24:34).
Esto significa que el todo de que Jesús hablaba
en este pasaje, por lo menos hasta el versículo 34, tuvo lugar antes de que pasara
la generación que entonces vivía. "Espere un
momento", dice usted. "¿Todo? El testimonio a todas las
naciones, la tribulación, la venida de Cristo en las nubes, la
caída de las estrellas ... ¿todo?"
Sí - y de paso, este punto es una prueba muy buena de su
compromiso con el principio con el cual iniciamos este
capítulo: la Escritura
interpreta la Escritura, dije; y usted asintió con la
cabeza y bostezó, pensando: "Claro, yo sé todo eso. Vaya al
grano. ¿Dónde encajan las explosiones atómicas y las abejas
asesinas?" El Señor Jesús declaró que "esta generación" - la
gente que vivía entonces
- no pasaría antes de que tuvieran lugar las cosas que él
profetizaba. La pregunta es: ¿Le cree usted?
Algunos han tratado de soslayar la
fuerza de este texto diciendo que aquí la palabra generación significa en
realidad raza, y que Jesús estaba diciendo simplemente que la
raza judía no moriría sino hasta que estas cosas tuvieran
lugar. ¿Es verdad eso? Le reto a usted: Saque su concordancia
y busque cada uno de los textos del Nuevo Testamento en que
aparece la palabra generación
(genea, en griego) y
vea si alguna vez
significa "raza" en cualquier otro contexto. He aquí todas las
referencias en los evangelios: Mateo 1:17; 11:16; 12:39, 41,
42, 45; 16:4; 17:17; 23:36; 24:34; Marcos 8:12; 38; 9:19;
13:30; Lucas 1:48, 50; 7:31; 9:41; 1:29, 30, 31, 32, 50, 51;
16:8; 17:25; 21:32. Ni una
sola de estas referencias habla de totalidad de la
raza judía por miles de años; todas usan la palabra en su
sentido normal de la suma
total de los que vivían al mismo tiempo. Siempre se
refiere a contemporáneos.
(En realidad, los que dicen que la palabra significa "raza"
tienden a reconocer este hecho, ¡pero explican que la palabra
cambia de significado
súbitamente cuando Jesús la usa en Mateo 24! Podemos
sonreír en presencia de este error transparente, pero también
debemos recordar que esto es muy serio. Estamos tratando con
la palabra del Dios viviente).
Por consiguiente, la conclusión - antes
de que comencemos siquiera a investigar el pasaje en su
totalidad - es que los
sucesos profetizados en Mateo 24 tuvieron lugar dentro de la
vida de la generación que entonces vivía. Fue a a esta generación a la que
Jesús llamó "malvada y perversa" (Mat. 12:39, 45; 16:4;
17:17); fue esta
"generación terminal" la que crucificó al Señor; y fue esta generación, dijo
Jesús, sobre la cual vendría el castigo por toda la sangre
justa derramada en la tierra" (Mat. 23:35).
Todas estas cosas
"De
cierto os digo que todo esto vendrá sobre esta generación.
¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a
los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus
hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas,
y no quisiste! He aquí vuestra casa os es dejada desierta"
(Mat. 23:36-38).
La afirmación de Jesús en Mateo 23
prepara el escenario para su enseñanza de Mateo 24. Jesús
habló claramente de un juicio inminente sobre Israel por
rechazar la palabra de Dios, y por la apostasía final de
rechazar al Hijo de Dios. Los discípulos quedaron tan
alterados por esta profecía de condenación sobre la presente
generación y la "desolación" de la "casa" judía (el templo)
que, cuando estuvieron solos con Jesús, no pudieron evitar
pedir una explicación.
Cuando
Jesús salió del templo y se iba, se acercaron sus discípulos
para mostrarle los edificios del templo. Respondiendo él, les
dijo: ¿Veis todo esto? De cierto os digo que no quedará aquí
piedra sobre piedra que no sea derribada. Y estando él sentado
en el monte de los Olivos, los discípulos se le acercaron
aparte, diciendo: Dinos, ¿cuándo serán estas cosas, y qué
señal habrá de tu venida y del fin del siglo? (Mat. 24:1-3).
Nuevamente, debemos tomar nota cuidadosa
de que Jesús no estaba
hablando de algo que ocurriría miles de años más tarde, a
algún templo futuro. Estaba profetizando sobre "todo
esto", diciendo que
"no quedará aquí
piedra sobre piedra". Esto se ve aun más claramente si
consultamos los pasajes paralelos:
Saliendo
Jesús del templo, le dijo uno de sus discípulos: Maestro, mira
qué piedras, y qué edificios. Jesús, respondiendo, le dijo:
¿Ves estos grandes edificios? No quedará piedra sobre piedra,
que no sea derribada (Mar. 13:1-2).
Y a unos
que hablaban de que el templo estaba adornado de hermosas
piedras y ofrendas votivas, dijo: En cuanto a estas cosas que
veis, días vendrán en que no quedará piedra sobre piedra, que
no sea destruida (Luc. 21:5-6).
Por consiguiente, la única
interpretación posible que el mismo Jesús permite de sus
propias palabras es que estaba hablando de la destrucción del
templo, que en ese momento
existía en Jerusalén, los mismos edificios que los discípulos
contemplaban en ese momento de la historia. El templo del cual
Jesús hablaba fue destruido en la caída de Jerusalén bajo los
ejércitos romanos en el año 70 D. C. Esta es la única
interpretación posible de la profecía de Jesús en este
capítulo. La gran
tribulación terminó con la destrucción del templo en el año
70 D. C. Aun en el caso (improbable) de que se
construyera otro templo en algún momento en el futuro, las
palabras de Jesús en Mateo 24, Marcos 13, y Lucas 21 no tienen
nada que decir acerca de él. Jesús estaba hablando sólo del
templo de esa generación. No hay ninguna base bíblica para
afirmar que se tratase de algún otro templo. Jesús confirmó
los temores de los discípulos: El hermoso templo de Jerusalén
sería destruido dentro de esa generación; su casa quedaría
desolada.
Los discípulos entendieron el
significado de esto. Sabían que la venida de Cristo en juicio
para destruir el templo significaría la completa disolución de
Israel como la nación del pacto. Sería la señal de que Dios se
había divorciado de Israel, quitándose de en medio, quitándole
el reino y dándoselo a otra nación (Mat. 21:43). Sería la
señal del fin de esa época, y de la llegada de una era
enteramente nueva en la historia mundial - el nuevo orden
mundial de Cristo Jesús.
Desde el principio de la creación hasta el año 70 D. C., el
mundo estuvo organizado alrededor de un santuario central, una
sola casa de Dios. Ahora, en el orden del nuevo pacto, se
establecen santuarios dondequiera que exista culto verdadero,
donde se observen los sacramentos y se manifieste la presencia
especial de Cristo. Anteriormente en su ministerio, Jesús
había dicho: "La hora viene cuando ni en este monte ni en
Jerusalén adoraréis al Padre. ... Mas la hora viene, y ahora
es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en
espíritu y en verdad" (Juan 4:21-23). Ahora Jesús estaba
dejando claro que la nueva era estaba a punto de ser
establecida permanentemente sobre las cenizas de la antigua.
Los discípulos preguntaron urgentemente: "¿Cuándo serán estas
cosas, y qué señal habrá de tu venida y del fin del siglo?"
Algunos han intentado leer esto como si
fuesen dos o tres preguntas separadas, de manera que los
discípulos estarían preguntando primero sobre la destrucción del templo, y luego sobre las señales
del fin del mundo. Esto difícilmente parece creíble. El
contexto inmediato (el reciente sermón de Jesús) tiene que ver
con la suerte de aquella
generación. Los discípulos, consternados, habían señalado las
bellezas del templo, como argumentando que un espectáculo tan
magnífico no debía quedar en ruinas; acababan de ser
silenciados por la categórica declaración de Jesús de que no
quedaría piedra sobre piedra. No hay nada en absoluto que
indique que los discípulos cambiaron de tema súbitamente y
preguntaron acerca del fin del universo material. (La
traducción "fin del mundo" en la versión King James causa
confusión, porque el significado de la palabra inglesa world (mundo) ha cambiado
en los últimos siglos. Aquí la palabra griega no es cosmos, sino aion, que significa época o
era). Los discípulos tenían una sola preocupación, y sus preguntas
giraban en torno a un solo punto: el hecho de que su propia
generación presenciaría el fin de la era pre-cristiana y la
llegada de la nueva era prometida por los profetas. Todo lo
que los discípulos querían saber era cuándo llegaría y qué señales debían esperar, para poder estar
bien preparados.
Señales del fin
Jesús respondió dándoles a los
discípulos, no una señal, sino siete señales del fin. (Debemos recordar que
"el fin" en este pasaje no
es el fin del mundo, sino el
fin de la época, el fin del templo, del sistema de
sacrificios, de la nación del pacto, Israel, y de los últimos
restos de la era pre-cristiana). Es notable que hay una
progresión en esta lista: las señales parecen volverse más
específicas y pronunciadas hasta que llegamos a la final e
inmediata precursora del fin. La lista comienza con ciertos
sucesos que ocurrirían sólo como "principio de dolores" (Mat.
24:8). Jesús advirtió que, por sí mismas, las señales no
debían ser tomadas como señales de un fin inminente; por eso,
los discípulos debían estar alerta para no ser confundidos
sobre este punto (v. 4). Estos sucesos "iniciales", que
marcaban el período entre la resurrección de Cristo y la
destrucción del templo en el año 70 D. C., eran como sigue:
- Falsos mesías.
"Porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: 'Yo soy el
Cristo', y a muchos engañarán (v. 5).
- Guerras. "Y
oiréis de guerras y rumores de guerras; mirad que no os
turbéis, porque es necesario que todo esto acontezca, pero
aun no es el fin. Porque se levantará nación contra nación,
y reino contra reino" (v. 6-7a).
- Desastres naturales.
"Y habrá pestes, y hambres, y terremotos en diferentes
lugares. Y todo esto será principio de dolores" (v. 7b-8).
Cualquiera
de estas ocurrencias podría haber hecho que los cristianos
sintieran que el fin estaba sobre ellos inmediatamente, si
Jesús nos les hubiera advertido que tales sucesos serían sólo
tendencias generales
que caracterizarían a la generación final, y no precisamente
señales del fin. Las dos señales siguientes, aunque todavía
caracterizan el período en general, sí nos llevan hasta un
punto cerca del fin de la época:
- Persecución.
"Entonces os entregarán a tribulación, y os matarán, y
seréis aborrecidos de todas las gentes por causa de mi
nombre" (v. 9).
- Apostasía.
"Muchos tropezarán entonces, y se entregarán unos a otros, y
unos a otros se aborrecerán. Y muchos falsos profetas se
levantarán, y engañarán a muchos; y por haberse multiplicado
la maldad,el amor de muchos se enfriará. Mas el que
persevere hasta el fin, éste será salvo" (v. 10-13).
Los
últimos dos puntos de la lista son mucho más específicos e
identificables que las señales anteriores. Éstas serían las
señales finales y definitivas del fin - una, el cumplimiento
de un proceso, y la otra, un suceso decisivo:
- Evangelización
mundial. "Y será predicado este evangelio del reino
en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y
entonces vendrá el fin" (v. 14).
A primera vista, esto
parece increíble. ¿Podría el evangelio haber sido predicado al
mundo entero dentro de la generación en que se pronunciaron
estas palabras? El testimonio de la Escritura es claro.
No sólo podría haber
ocurrido, sino que ocurrió
realmente. ¿Prueba? Algunos años antes de la
destrucción de Jerusalén, Pablo escribió a los cristianos de
Colosas acerca de "la palabra verdadera del evangelio, que ha
llegado hasta vosotros, así
como a todo el mundo, y lleva fruto y crece" (Col.
1:5-6), y les exhortó a no apartarse "de la esperanza del
evangelio que habéis oído, el
cual se predica en
toda la creación que
está debajo del cielo" (Col. 1:23). A la iglesia de
Roma, Pablo le anunció que "vuestra fe se divulga por todo el
mundo" (Rom. 1:8), porque la voz de los predicadores del
evangelio "ha salido por toda la tierra, y hasta los fines de
la tierra sus palabras" (Rom. 10:18). Según la infalible
palabra de Dios, el evangelio efectivamente se había predicado
al mundo entero mucho antes de que Jerusalén fuera destruida
en el año 70 D. C. Esta señal crucial del fin se
cumplió, como dijo Jesús. Todo lo que quedaba era la séptima y
última señal; y cuando este suceso ocurrió, a cualesquiera
cristianos que quedasen en o cerca de Jerusalén se les dijo
que escaparan inmediatamente:
- La abominación
desoladora. Por tanto, cuando veáis en el lugar
santo la abominación desoladora de que habló el profeta
Daniel (el que lee, entienda), entonces los que estén en
Judea, huyan a los montes. El que esté en la azotea, no
descienda para tomar algo de su casa; y el que esté en el
campo, no vuelva atrás para tomar su capa" (v. 15-18).
El texto del Antiguo Testamento al que
aludía Cristo es Daniel 9:26-27, que profetiza la llegada de
ejércitos para destruir a Jerusalén y el templo: "Y el pueblo
de un príncipe que ha de venir destruirá la ciudad y el
santuario; y su fin será con inundación, y hasta el fin de la
guerra durarán las devastaciones.
Después, con la muchedumbre de las abominaciones, vendrá el desolador, hasta
que venga la consumación, y lo que está determinado se derrame
sobre el desolador".
La palabra hebrea para abominación
se usa en todo el Antiguo Testamento para indicar ídolos y suciedad, prácticas
idólatras, especialmente por los enemigos de Israel
(véase, por ejemplo, Deut. 29:17; 1 Reyes 11:5, 7; 2 Reyes
23:13; 2 Crón. 15:8; Isa. 66:3; Jer. 4:1; 7:30; 13:27; 32:34;
Eze. 5:11; 7:20; 11:18, 21; 20:7-8, 30). El significado tanto
de Danie como de Mateo se aclara por la referencia paralela en
Lucas. En vez de "abominación desoladora", Lucas dice:
Pero
cuando viereis a Jerusalén
rodeada de ejércitos, sabed entonces que su destrucción ha llegado.
Entonces los que estén en Judea, huyan a los montes; y los que
en medio de ella, váyanse; y los que estén en los campos, no
entren en ella. Porque estos son días de retribución, para que
se cumplan todas las cosas que están escritas (Lucas
21:20-22).
Por consiguiente, la "abominación
desoladora" habría de ser la invasión armada contra Jerusalén. Durante el
período de las Guerras Judías, Jerusalén fue rodeada varias
veces por ejércitos paganos. Pero el suceso específico
denotado por Jesús como "la abominación desoladora" parece ser
la ocasión en que los edomitas (idumeos), los enemigos de
Israel de toda la vida, atacaron Jerusalén. Varias veces en la
historia de Israel, mientras la ciudad era atacada por sus
enemigos paganos, los edomitas habían irrumpido para saquear y
asolar la ciudad, agravando así la desgracia de Israel (2
Crón. 20:2; 28:17; Sal. 137:7; Eze. 35:5-15; Amós 1:9, 11;
Abdías 10-16).
Los edomitas permanecieron fieles a su
naturaleza, y su patrón característico se repitió durante la
Gran Tribulación: Una noche, en el año 68 D. C., los edomitas
rodearon la santa ciudad con 20,000 soldados. Josefo
escribe que, mientras estaban fuera del muro, se desató una
terrible tormenta durante la noche, con la mayor violencia,
vientos muy fuertes, grandes aguaceros, continuos relámpagos,
terribles truenos, y asombrosos retumbos y rugidos de la
tierra, que era un terremoto. Estas cosas eran una manifiesta
indicación de que alguna destrucción vendría sobre los seres
humanos, cuando el sistema mundial había sido puesto en este
desorden; y cualquiera adivinaría que estas maravillas
presagiaban alguna gran calamidad venidera".
Esta era la última oportunidad para
escapar de la ciudad de Jerusalén, condenada a la destrucción.
Todo el que deseaba huir tenía que hacerlo inmediatamente, sin
demora. Los edomitas irrumpieron en la ciudad y fueron
directamente al templo, donde masacraron a 8,500 personas
cortándoles la garganta. Mientras el templo se desbordaba de
sangre, los edomitas corrían como locos por las calles de la
ciudad, saqueando casas y asesinando a todos los que
encontraban, incluyendo al sumo sacerdote. Según el
historiador Josefo, este suceso marcó "el comienzo de la
destrucción de la ciudad ... a partir de este mismo día se
puede fechar el derribamiento del muro y la ruina de sus
asuntos".
La tribulación
Mas ¡ay
de las que estén encinta, y de las que críen en aquellos días!
Orad, pues, que vuestra huida no sea en invierno ni en día de
reposo; porque habrá entonces gran tribulación, cual no la ha
habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá
(Mat. 24:19-21).
El relato de Lucas da detalles
adicionales:
Mas ¡ay
de las que estén encinta, y de las que críen en aquellos días!
porque habrá gran calamidad en la tierra, e ira sobre este
pueblo. Y caerán a filo de espada, y serán llevados cautivos a
todas las naciones; y Jerusalén será hollada por los gentiles,
hasta que los tiempos de los gentiles se cumplan (Lucas
21:23-24).
Como se señala en Mateo, la gran
tribulación habría de tener lugar, no al final de la historia,
sino a la mitad,
porque nada similar había ocurrido "desde el principio del
mundo hasta ahora, ni la
habrá". Así, pues, la profecía de la tribulación se
refiere a la destrucción del templo en
aquella
generación (70 D. C.) solamente.
No puede hacérsela encajar en algún esquema de interpretación
de "doble cumplimiento"; la gran tribulación del año 70 D. C.
fue un suceso absolutamente único, que jamás se repetiría.
Josefo nos ha dejado un registro
presencial de gran parte del horror de aquellos años, y
especialmente de los días finales de Jerusalén. Fue una época
en que "el día se pasaba en derramamiento de sangre, y la
noche se pasaba en temor"; cuando era "común ver ciudades
llenas de cadáveres"; cuando los judíos se llenaron de pánico
y comenzaron a matarse unos a otros indiscriminadamente;
cuando los padres, con lágrimas en los ojos, masacraban a
familias enteras, para evitar que recibieran un tratamiento
peor por los romanos; cuando, en medio de la terrible
hambruna, las madres mataban, asaban y se comían a sus propios
hijos (ver Deut. 28:53); cuando el país entero "estaba lleno
de fuego y sangre"; cuando los lagos y los mares se teñían de
rojo, con cadáveres flotando por todas partes, atestando las
orillas, hinchándose al sol, pudriéndose y reventándose;
cuando los soldados romanos capturaban a personas que trataban
de escapar y luego les crucificaban a razón de 500 por día.
"Crucifícale! ¡Crucifícale!
¡Su sangre sea sobre
nosotros, y sobre nuestros hijos!", habían exclamado
los apóstatas cuarenta años antes (Mat. 27:22-25); y cuando
todo hubo terminado, más de un millón de judíos habían sido
muertos en el sitio de Jerusalén; cerca de un millón más
fueron vendidos como esclavos por todo el imperio, y toda
Judea yacía en ruinas humeantes, casi despoblada. Los días de
retribución habían llegado con horripilante e inmisericorde
intensidad. Al romper el pacto, la ciudad santa se había
convertido en la ramera babilónica; y ahora era un desierto,
"habitación de demonios y guarida de todo espíritu inmundo, y
albergue de toda ave inmunda y aborrecible" (Apoc.18:2).