Durante
toda la historia de la redención, al llamar
Dios a su pueblo al paraíso restaurado, lo
llevó a Su ciudad. Podemos ver esto en el
contraste entre los rebeldes y autónomos
constructores de ciudades de Génesis 11 y
Abraham, que viajó a la Tierra Prometida
"buscando la ciudad que tiene fundamentos,
cuyo arquitecto y hacedor es Dios" (Heb.
11:10); y la Escritura asegura a la comunidad
del nuevo pacto que "hemos venido al monte de
Sión y a la ciudad del Dios vivo, la nueva
Jerusalén" (Heb. 12:22).
En la vsión final de
Apocalipsis, se le muestra a Juan el
cumplimiento del mandato cultural, la plena
restauración y consumación de Edén. "Y me
llevó en el Espíritu a un monte grande y
alto, y me mostró la ciudad santa,
Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios,
teniendo la gloria de Dios" (Apoc.
21:10-11). Como el Lugar Santísimo, la
longitud, la anchura, y la altura de la
ciudad son iguales (Apoc. 21:16; 1 Reyes
6:20): en la ciudad no hay templo, porque la
ciudad misma es el santuario interior
(consultar Efe. 2:19-22); y, al mismo
tiempo, "el Señor Dios Todopoderoso es el
templo de ella, y el Cordero" (Apoc. 21:22).
La ciudad está en llamas con la brillante
gloria de Dios, iluminando las naciones
(Apoc. 21:11-27), y por su calle principal
fluye el río de la vida, como fluía
originalmente desde el huerto de Edén (Apoc.
22:1-2); "y no habrá más maldición" (Apoc.
22:3). Además, no debemos considerar esta
visión como enteramente futura, pues nuestro
Señor ha dicho casi lo mismo sobre nosotros
en esta era: "Vosotros sois la luz del
mundo. Una ciudad asentada sobre un monte
no se puede esconder ... Así alumbre
vuestra luz delante de los hombres
...". (Mat. 5:14-16).
De muchas otras
maneras, las imágenes edénicas son
utilizadas y expandidas en el Nuevo
Testamento, que registra el cumplimiento de
las promesas de la nueva creación en Cristo.
Por supuesto, un pasaje obvio es el prólogo
de Juan (Juan 1:1-18), que comienza donde
comienza Génesis: "En el principio". Vemos
los mismos conceptos - el Verbo, la
creación, la vida, la luz que brilla en la
oscuridad y la vence; y Juan dice de Cristo
que habitó (literalmente, en tabernáculos)
entre nosotros, y contemplamos su gloria"
(Juan 1:14; consultar Éx. 40:34). Lo que
Juan quiere subrayar aquí es que Jesucristo
es la plena revelación de la presencia de
Dios con su pueblo (consultar Mat. 1:23).
Pero la totalidad del
evangelio de Juan se basa en imágenes del
Antiguo Testamento. Por ejemplo, el pasaje
que sigue a su prólogo (Juan 1:2-11)
contiene una sutil estructura de siete días
cuyo propósito es recordarnos los siete días
de la creación originales (así como otros
numerosos paralelos del Antiguo Testamento).
El primer día, Juan Bautista aparece como
"una voz
que clama en el desierto" (1:23; ver Gén.
1:2-3). Al día siguiente, cuando Jesús es
bautizado (el bautismo es una recapitulación
de dos sucesos de re-creación en el Antiguo
Testamento: el diluvio [1 Ped. 3:20-21] y el
cruce del Mar Rojo [1 Cor. 10:1-21], el
Espíritu desciende con alas, flotando
y aleteando sobre las aguas de la Nueva
Creación - y el Espíritu viene como
paloma, el mensajero alado que anunció a Noé
la re-creación del mundo (1:32-33); ver Gén.
8:11). El pasaje continúa con otras imágenes
de la creación, y termina el séptimo día,
cuando Jesús asiste a una boda y convierte
el agua
(ver Gén. 1:2ss.) en vino - y vino del mejor
(Juan 2:1-11). La bendición es
superabundante, más de lo necesario (como
150 galones), como precursora de las
prometidas bendiciones edénicas que vendrían
por medio de Él (Gén. 49:10-12; Isa. 25:6;
Amós 9:13-14; Jer. 33:10-11). Justo antes de
hacer esto, menciona la hora de su muerte -
porque es su sangre derramada, el vino de la
comunión, la que proporciona las
bendiciones: el Edén es inaccesible separado
de la expiación. Y por esto, a causa de este
milagro del séptimo día, Jesús manifestó su
gloria (Juan 2:11) - de la misma
manera que Dios lo había hecho al entronarse
en la nube el primer sábado.
Pero, cuando Dios está
sentado reposando en su trono, se sienta
como juez, examinando su templo-creación; y
cuando por primera vez encuentra maldad en
él, lo purifica, expulsando a los ofensores
(Gén. 3:24). De manera similar, el siguiente
evento en el evangelio de Juan muestra al
Señor evaluando el templo y pronunciando
juicio contra los que lo profanaron (Juan
2:12-22). (Es el sábado cuando aparecemos
delante del trono del juicio de Dios para
ser examinados; y si somos aprobados,
entramos en su reposo [Heb. 3-41]. Las
personas en el templo en este sábado eran
culpables, y las expulsó en una terrible y
ruidosa manifestación de juicio: una imagen
de los primeros y los últimos días del Señor
(véase más adelante, Cap.15). Luego, declaró
que su cuerpo - Él personalmente y su
cuerpo, la iglesia - es personalmente el
templo verdadero (Juan 2:18-22), pues la
resurrección física del cuerpo de Cristo es
el fundamento para que su pueblo sea
constituido como el templo (Efe. 1:20;
2:5-6, 19-22; 1 Cor. 3:10-11, 16-17).
Como templo de Dios,
la iglesia es readmitida al Edén y llena del
Espíritu y la gloria de Dios (Éx. 40:34;
Núm. 9:15; Joel 2:28-31; Hech. 2:1-4,
16-21). La iglesia es el nuevo templo-huerto
de Dios, restaurado al mandato original de
Dios para el hombre: señorear sobre la
tierra, expandiendo el huerto hasta que
abarque el mundo entero. Al rehacernos a su
imagen, Dios nos ha dado su presencia. Ha
establecido residencia en su templo, y ha
prometido estar con nosotros mientras
cumplimos su mandato hasta los confines de
la tierra (Mat. 28:18-20).
Del río sus
corrientes alegran la ciudad de Dios, el
santuario de las moradas del Altísimo. Dios
está en medio de ella; no será conmovida.
Dios la ayudará al clarear la mañana. (Sal.
46:4-5).
Y toda alma viviente que nadare por
dondequiera que entraren estos dos ríos,
vivirá; y habrá muchísimos peces por haber
entrado allá estas aguas, y recibirán
sanidad; y vivirá todo lo que entrare en
este río. ... Y junto al río, en la ribera,
a uno y otro lado, crecerá toda clase de
árboles frutales; sus hojas nunca caerán, ni
faltará su fruto. A su tiempo madurará,
porque sus aguas salen del santuario; y su
fruto será para comer, y su hoja para
medicina. (Eze. 47:9-12).