CAPÍTULO 7
¿SON CONSECUTIVAS LAS SETENTA
SEMANAS?
La idea que hemos discutido en nuestro último capítulo, a
saber, que Daniel 9:27 se refiere, no a Cristo, sino al
anticristo, está asociada, por lo general, con otra, también
de un tipo muy radical, a saber, que la semana 70 de la
profecía de Gabriel no entra donde naturalmente esperaríamos
encontrarla, esto es, inmediatamente después de la semana 69,
sino que se desprende de las otras 69, queda separada de ellos
por muchos siglos, está todavía en el futuro, y se hallará al
fin mismo de esta edad presente. El punto hasta donde estas
ideas han hallado aceptación en nuestros días hace que sea
importante investigar muy cuidadosamente las razones que se
han adelantado para apoyarlas.
No sabemos exactamente cuándo o cómo surgieron estas ideas.
Por supuesto, ésa no es una razón para rechazarlas, porque
Dios se complace, de tiempo en tiempo, en dar nuevas luces en
relación con su palabra. Pero es una razón para someter estas
ideas a un rígido escrutinio. Hemos tratado de hacer esto, y
el resultado es que hemos llegado a la conclusión de que, no
sólo están huérfanas de apoyo en la palabra de Dios, sino que
son directamente contrarias
a ella. Trataremos de explicar esto.
Con respecto a la idea de que el versículo 27 de Daniel 9 se
refiere al anticristo, poco más es necesario decir. Si los
pasajes que hemos citado en un capítulo anterior establecen
que este versículo fue cumplido por el Señor Jesucristo cuando
murió por nuestros pecados, habiendo ocurrido su muerte "a la
mitad de la semana" (que comenzó con su ungimiento),
entonces no es necesario demostrar negativamente que el pasaje
no espera ser cumplido por el anticristo u otro potentado del
tiempo del fin. Sin embargo, los argumentos negativos son de
valor a manera de corroboración.
Por lo tanto, señalamos que, para que el "él" de Daniel 9:27
se refiera al anticristo, es
necesario que "el príncipe que ha de venir" del
versículo 26 se refiera a un príncipe futuro. Creemos que ya
hemos demostrado que esto es absolutamente inadmisible. Pero,
aunque hagamos la suposición injustificada de que se refiera a
un príncipe "futuro", todavía hay que ver si el pronombre "él"
del versículo 27 se refiere a él o a Cristo. En este punto,
entrarían todas nuestras anteriores evidencias y todos
nuestros anteriores argumentos para mostrar que, en todo caso,
el pronombre debe considerarse como refiriéndose a "el
Mesías". El cumplimiento de la profecía por Cristo prueba que
el pronombre "él" se refiere a Él.
Pero, aparte de esto, hay insuperables obstáculos para la
aceptación de la posición que estamos comentando. Porque es
probable que nos veamos obligados a rechazar cualquier
interpretación y todas las interpretaciones que no estén
apoyadas por las Escrituras. ¿Y qué ocurre en este caso? No
hay ni una sola palabra de prueba en apoyo de las siguientes
proposiciones, cada una de las cuales debe ser probada antes
de que la posición en disputa pueda considerarse establecida:
(1) Que un futuro príncipe romano hará un pacto con muchos
judíos; (2) que el supuesto pacto será por un plazo de una
semana; (3) que tendrá como propósito permitir que los judíos
reanuden los antiguos y por largo tiempo abolidos sacrificios;
(4) que el supuesto príncipe violará el supuesto pacto a la
mitad de la semana, y de esta manera "hará cesar el sacrificio
y la ofrenda". Repetimos que nos vemos obligados a rechazar la
interpretación a que aludimos a menos que cada una y todas las
proposiciones (involucradas) queden establecidas por medio de
evidencia de la palabra de Dios; y el hecho es que no hay ni una sola palabra que
pruebe ninguna de
ellas.
Los que avanzan esta interpretación comúnmente se refieren,
para apoyarla, a Mateo 24:15; 2 Tesalonicenses 2:3-9, y
Apocalipsis 13:3-15. Pero, sin discutir esos textos, es
bastante suficiente para nuestro propósito decir que ninguno
de ellos hace ni la más remota alusión a ningún pacto entre el
anticristo (ni ningún otro personaje) y los judíos. La
interpretación que estamos comentando no tiene absolutamente
ninguna base en las Escrituras. Es enteramente obra de la
imaginación, y no descansa en nada que no sean suposiciones no
probadas.
Llegamos ahora a la posición, sostenida y enseñada por muchos
modernos expositores de buena reputación, de que la semana que
ocurrió después de la semana 69 desde el punto de partida, y
que de hecho era la verdadera semana 70, como el tiempo se
calcula de ordinario, no ha de considerarse como la semana 70
de la profecía, sino que el período profético debe
considerarse como interrumpido al final de la semana 69,
"habiéndose detenido el reloj de la profecía". Sostienen que
algún período de siete años todavía en el futuro indefinido
debe tomarse (cuando llegue) y añadirse a las 69 semanas, que
ahora ya han pasado, para completar el número 70. O que, como
se dice a veces, esta era entera de más de 1900 años, entra
como un "paréntesis" entre la semana 69 y la semana 70 del
período profético. Consideramos esta posición errónea, y
creemos que podemos mostrar claramente que no está apoyada por
el testimonio de la Escritura, sino que es contraria a élla.
Sostenemos que la semana 70 de la profecía ocurrió justo donde
esperaríamos encontrar la semana 70 de cualquier serie, y que
ocurre después de la semana 69; en otras palabras, que la
semana 70, verdadera o histórica, era también la semana profética número
70.
La idea de que la semana 70 de la profecía está separada de
sus compañeras y relegada a un futuro distante es un necesario
corolario de la idea a que nos hemos referido, a saber, que el
"él" del versículo 27 (Dan. 9) se refiere, no a Cristo, sino a
un futuro anticristo. Manifiestamente, esas dos ideas se
sostienen o caen juntas, porque si el versículo 27 se refiere
a Cristo, entonces la última semana siguió inmediatamente a la
semana 69; pero, si se refiere al anticristo, o a un príncipe
romano venidero, entonces todavía está en el futuro.
Por consiguiente, todos los hechos y todas las razones que
hemos aportado para demostrar que el versículo 27 habla de
Cristo, y todos los hechos y todas las razones aportados para
demostrar que el príncipe que ha de venir del versículo 26 era
Tito, sirven igualmente para probar que la semana 70 estaba
unida directamente a la semana 69. Y al revés, todos los
hechos y todas las razones que ahora vamos a presentar para
probar que la semana 70 era ciertamente una de las "setenta" y
no un período remoto y desconectado, sirven igualmente para
probar que el versículo 27 se refiere a Cristo.
Para comenzar, deseamos señalar que las palabras "setenta
semanas están determinadas", etc., son palabras de significado
claro y cierto. Son precisamente las palabras que usaría
alguien que deseara que se le entendiera en el sentido de que
las cosas especificadas en Daniel 9:24 ocurrirían dentro del
plazo de 70 semanas. Si el hablante quisiera decir algo muy
diferente, aunque fuese que las cosas especificadas no
ocurrirían en más de dos mil años, entonces manifiestamente
las palabras usadas por él podrían servir solamente para
confundir a los que confiaran en él.
Por consiguiente, nuevamente, como en el caso de la cláusula
"el pueblo del príncipe que ha de venir", apelamos primero que
todo a todas las palabras
mismas, que son la mejor evidencia de su propio significado.
Desde que el mundo comenzó, ninguna medida de tiempo descrita
y "determinada", expresada de la manera que se ha usado
siempre para ese propósito (es decir, expresando el número de
unidades de tiempo que componen la medida completa) ha sido
tratada jamás de acuerdo con la posición que ahora discutimos.
Ningún número específico de unidades de tiempo, que componen
un tramo de tiempo descrito, ha sido interpretado jamás de
manera diferente que como unidades
de tiempo continuas o consecutivas. El uso bíblico a
este respecto se mostrará aquí. Por lo tanto, si el período de
las "setenta semanas" fuera una excepción a una regla tan
universal y tan necesaria,
por lo menos deberíamos exigirles a los que sostienen esa
posición pruebas tan claras y convincentes que no dejaran
lugar a dudas.
Pero, ¿qué encontramos? No hay ninguna prueba de ninguna especie que apoye
la idea a la que nos referimos. Por el contrario, la semana 70
de la profecía está unida a las otras 69 semanas al menos por
siete eslabones irrompibles. Seis de esos eslabones se hallan
en el versículo 24 y el séptimo en el versículo 27. Esto se
mostrará más adelante.
Solicitamos una cuidadosa atención a los siguientes puntos:
1. Donde los períodos de tiempo se dan de antemano en las
profecías de la Biblia, siempre significa que las unidades de
tiempo que componen el período mencionado son continuas. Esto
tiene que ser así,
porque de lo contrario, la predicción sólo serviría para
engañar a los que creen en ella. No tenemos ninguna otra
manera de describir y limitar un período de tiempo excepto
expresando el número de unidades de tiempo (horas, días,
meses, o años) contenidas en él. Por consiguiente, es una necesaria ley lingüística
que las unidades de tiempo se entiendan como conectadas
juntas y sin pausa.
Como un ejemplo muy pertinente de esto, consideremos el
período de setenta años,
con el cual el período de setenta semanas de años está tan estrechamente
conectado. Dios había predicho a Jeremías que "cuando en
Babilonia se cumplan los setenta años, yo os visitaré, y
despertaré sobre vosotros mi buena palabra, para haceros
volver a este lugar" (Jer. 29:10). Por esta palabra, Daniel "entendió el número de los años
de que habló el Señor al profeta Jeremías"; y por lo tanto
puso su rostro a procurar
el cumplimiento de aquella promesa. ¿No tenemos nosotros
exactamente la misma razón para entender que las "setenta semanas" de años
significan lo que parecen significar, que Daniel tenía para
entender que las palabras "setenta años" debían ser
consideradas según su significado simple y obvio?
Ciertamente los dos casos son exactamente iguales. ¿Podemos
siquiera imaginar tal cosa como que Dios, al hacer aquella
promesa a Jeremías, tenía el propósito de que el año
septuagésimo del período predicho -- el período en que
retornaría la cautividad de Israel -- debía separarse de los
otros sesenta y nueve años y pospuesto, digamos por quinientos
años? En ese caso, ¿no habría sido Daniel engañado
miserablemente simplemente al creer en la palabra de Dios?
Porque, obviamente, todo dependía de ese septuagésimo año, sin
el cual el período no sería de "setenta años". Quítese el año
septuagésimo año, y una afirmación sencilla y simple queda
totalmente desprovista de significado. Entonces, ¿tenemos
nosotros más derecho o razón de imaginar que la última semana
de las setenta -- aquélla en que las seis grandes cosas de
Daniel 9:24 habrían de cumplirse -- debe separarse de las
otras sesenta y nueve por cinco siglos? Proponenos a toda
mente sincera que los dos casos son exactamente paralelos, y
que el mismo principio de interpretación debe aplicarse tanto a
las setenta semanas de años como a los setenta años. Y más
tenemos que aplicar el mismo principio de interpretación a
ambos por cuanto manifiestamente hay un paralelo intencionado
entre los setenta años
que terminaron con
el decreto de Ciro y los cuatrocientos
noventa años que comenzaron
en ese gran acontecimiento. Porque, así como el cautiverio de
Judá en el año septuagésimo era necesario "para que se
cumpliera la palabra del Señor", de la misma manera el
cumplimiento de las seis cosas predichas en Daniel 9:24 debía
tener lugar en la septuagésima semana de años, o de lo
contrario la profecía fallaría por completo y la palabra del
Señor sería falsificada. Que esas seis cosas en efecto tuvieron lugar,
una y todas, en la septuagésima semana consecutiva desde el
punto de partida del período profético, es un hecho que no
puede ser discutido. A esto regresaremos más tarde.
Además, en todos los otros casos en la Escritura en que Dios
ha predicho la medida de tiempo dentro del cual debía ocurrir una cosa
específica, la medida de tiempo así indicada tenía el
propósito de ser interpretada en su sentido simple y
ordinario. Damos algunos ejemplos:
Los 430 años que la descendencia de Abraham moraría en tierra
ajena, de lo cual Dios le había hablado (Gén. 15:13; Éx.12:40;
Gál. 3:17), se cumplieron en
el mismo día (Éx. 12:41, 42).
Los siete años de abundancia y los siete años de hambruna, que
José predijo, se cumplieron de acuerdo con el significado
sencillo de las palabras (Gén. 45:6).
Los cuarenta años en que los israelitas vagaron por el
desierto, lo cual Dios había señalado como castigo por su
incredulidad (Núm. 14:34), fueron cuarenta años consecutivos.
Pero consideremos una ilustración más fuerte. Al predecir su
propia muerte, nuestro Señor declaró una y otra vez que "al tercer día", o "en tres días", o "después de
tres días",
resucitaría. Todas esas expresiones significan una y la misma
cosa, y nunca serían interpretadas en ningún otro sentido,
excepto uno. Sin embargo, supongamos que alguna persona
ingeniosa saliera ahora con la idea de que Cristo no resucitó
de los muertos al tercer día consecutivo después de su muerte sino que su
resurrección está todavía en el futuro; y supongamos que esta
persona tratase de hacer concordar las palabras de Cristo con
esta posición diciendo que el tercer día, en que Cristo había
de resucitar, no siguió inmediatamente a los otros dos, sino
que hubo un "paréntesis" no mencionado de como dos mil años,
¿no tendría para su posición tanto
fundamento en las palabras de la Escritura como los que
quieren insertar un "paréntesis" de dos mil años entre la
semana 69 y la semana 70 de la profecía de Gabriel?
En respuesta a este argumento, uno podría decir -- "Pero
tenemos otras pruebas de que se quería decir el tercer día
consecutivo, pues Cristo realmente resucitó al tercer día
consecutivo". Ese hecho ciertamente ayuda a demostrar el
significado de las palabras "tres días", aunque no les imparte el significado; y
de la misma manera en el caso que estamos considerando, el
significado de las palabras "setenta semanas" queda
establecido de manera adicional por el hecho de que las seis
cosas que habrían de tener lugar dentro de ese período
ocurrieron realmente en la septuagésima semana consecutiva desde el
punto de partida.
Por consiguiente, nos atrevemos a presentar como regla
absoluta, que no admite ninguna excepción, que, cuando una
medida definida de tiempo o espacio es especificada por el
número de unidades que la componen, dentro de la cual cierto
suceso ha de ocurrir o cierta cosa ha de hallarse, las
unidades de tiempo o espacio que componen esa medida deben
entenderse en el sentido de que transcurren continua y
sucesivamente. "Setenta años" invariablemente significaría
setenta años continuos;
"setenta semanas" significaría setenta semanas continuas; "setenta
millas" significaría setenta millas continuas.
Por ejemplo, si a alguien que viaja por una carretera se le
informara que, a setenta millas de un punto dado, encontraría
ciertas cosas específicadas, como una colina, una torre, un
arroyo, un molino, o algo así, no hay manifiestamente sino un
solo sentido en que él podría entender la información. En este
caso, supongamos que continuara su camino durante 69 millas
sin encontrar ninguna de las cosas especificadas, ¿no
esperaría confiadamente encontrarlas en la milla restante de
las 70? Sin embargo, supongamos que el viajero atravesara esa milla sin toparse con
ninguna de esas cosas, ¿no tendría derecho a decir que había
sido engañado grosera e intencionalmente?
¿Y corregiría las cosas para el que hizo la declaración
engañosa decir que la septuagésima milla que él tenía en mente
no seguía a la milla 69, sino que estaba dos mil millas más adelante?
Afirmamos que el engaño en este caso sería intencional; pero,
si uno usa una expresión que tiene un significado definido y
bien establecido, pero en su propia mente la da un significado
muy diferente, que se guarda para sí mismo, puede que no haya
tenido ningún otro propósito que el de confundir a los que
podrían actuar basándose en sus palabras.
2. Hasta ahora, hemos apelado solamente al significado
sencillo y obvio de las palabras "setenta semanas están
determinadas sobre tu pueblo y sobre tu santa ciudad para
terminar la prevaricación", etc. Para hay mucho más en esta
profecía para unir firmemente la
última de las setenta semanas a las otras sesenta y nueve. Las
69 semanas nos llevaron "hasta
el Mesías", pero no
hasta su muerte, por la cual Israel "terminó la
prevaricación". Para que no haya la más ligera incertidumbre
en cuanto a esto, la profecía dice: "Y después de las sesenta y
dos semanas se quitará la vida al Mesías". Así, pues, las 69
semanas no son nada,
excepto años que deben transcurrir -- un espacio en blanco -
mientras que la semana 70 es todo para el propósito del cumplimiento de
las seis predicciones del versículo 24. Entonces, si sabemos
cuándo se le quitó la vida al Mesías, sabremos cuándo se
cumplieron las seis cosas del versículo 24. Y, en efecto, sabemos, tanto
por las palabras de la profecía como por la información dada
en el evangelio de Juan, que Cristo fue crucificado dentro de
la "semana" (siete años) que siguió a su ungimiento y a su
manifestación a Israel. En otras palabras, sabemos que se le
quitó la vida en la
septuagésima semana, contando de la manera ordinaria desde
el punto de partida dado. Y esto sería cierto, sin
importar qué decreto se considere como ese punto de partida.
Este doble testimonio, el de la misma profecía y el de los
registros evangélicos, establece el asunto más allá de toda
duda. Por medio de ellos, sabemos con certeza que ninguna de las seis
grandes cosas predichas en el versículo 24 ocurrió dentro de
las sesenta y nueve semanas, sino que todas y cada una de ellas
ocurrió dentro de la semana que vino después, es decir, en la septuagésima semana
consecutiva desde el punto de partida. Nada podría
estar mejor establecido en claras evidencias bíblicas que
esto.
Sin embargo, este asunto es lo bastante importante como
justificar que permanezcamos en él un poco más. En vista de
los hechos expresados arriba, nadie negará ni puede negar que
la crucifixión ocurrió en la semana 70 desde el punto inicial
de la profecía. La prueba de esto es absoluta. Sólo resta,
entonces, señalar que la crucifixión de Cristo cumplió las predicciones del
versículo 24. Deseamos suponer que eso es también un
hecho que no está abierto a un razonable debate. Sin embargo,
se ha hecho un intento por escapar a la fuerza de la evidencia
del versículo 24 diciendo que se refiere al tiempo en que
Israel como nación entró a
participar de los beneficios de la muerte y la
resurrección de Cristo. Pero las palabras del versículo 24 no
permiten esa interpretación. Afirman claramente que, dentro
del término de 70 semanas de la historia del pueblo y la
ciudad de Daniel, ciertas cosas tendrían lugar. El versículo
no dice ni una sola palabra acerca del tiempo en que la nación
judía entraría a participar de los beneficios de la expiación.
Habla definidamente del tiempo en que ocurrirían los eventos
especificados, bien desconectados de si los israelitas como
nación entrarían algún día a participar de estos beneficios.
Una nueva extensión de vida estaba a punto de ser dada a la
nación y la ciudad, y a Daniel se le informó, para gran
angustia suya, que 70 semanas de aquella existencia renovada
para el pueblo y la ciudad se les permitía para que
"terminaran la prevaricación", etc.
Considérense, por ejemplo, las palabras "para expiar la
iniquidad". No puede haber ninguna incertidumbre sobre el
significado de esto. Negar que la reconciliación (o la
expiación) se completó plena y finalmente cuando Cristo murió
y resucitó sería negar el fundamento mismo del cristianismo.
Además, el verdadero Israel - la parte creyente del pueblo de
Daniel - sí entró
inmediatamente en los beneficios de la expiación. Más allá de
toda duda, pues, la semana 70 de la profecía era aquélla en
que Cristo murió y resucitó y ascendió al cielo.
3. Sin embargo, este caso es fortalecido aun más por la
evidencia corroboradora de Daniel 9:27. Hemos hallado un
perfecto cumplimiento de este versículo (confirmando el pacto
con muchos, y haciendo cesar el antiguo sistema de ofrendas)
en la muerte expiatoria del Señor Jesucristo; y hemos mostrado
que esta fue una obra supremamente grande y gloriosa a los
ojos de Dios. Pero, más que esto, las cosas predichas en el
versículo 27 fueron los mismos medios mediante los cuales las
cosas que fueron predichas en el versículo 24 habrían de
cumplirse.
Así, pues, la primera y la última parte de la profecía están
unidas firmemente. Es imposible desprender la semana 70 de las
otras 69 sin destruir la profecía como un todo. Porque, si la
semana 70 consecutiva
desde el punto de partida no era la número 70 del período profético, entonces
ninguna de las seis cosas predichas ocurrieron dentro de ese
período. Según aquella posición, todas ocurrieron en una
brecha no mencionada entre la semana 69 (que no llevó "hasta
el Mesías" y la semana 70, que todavía está en el futuro. Así,
pues, de acuerdo con esta posición, la profecía ha sido
falsificada completamente.
4. Dios ha provisto una prueba mediante la cual su pueblo ha
de someter a prueba los dichos de alguien que asegura ser
profeta del Señor. Porque está escrito que, si las cosas
predichas por el profeta "no se cumplieren ni acontecieren, es
palabra que Jehová no ha hablado; con presunción la habló el
tal profeta; no tengas temor de él" (Deut. 18:22; véase
también Juan 14:29). Puesta a prueba por esta regla, la
profecía de las setenta semanas debe interpretarse de acuerdo
con su sentido simple y ordinario; de lo contrario, los que
buscaban el cumplimiento de ella en su tiempo habrían estado
plenamente justificados al rechazarla como aquello que el
Señor no había hablado.
POR QUÉ LAS SETENTA SEMANAS ESTÁN
DIVIDIDAS EN TRES PARTES
A menudo, se hace referencia al hecho de que la última semana
se mencione por separado como si esto pudiera dar base para
posponerla a un tiempo futuro. Pero esa circunstancia no
ofrece ninguna razón en absoluto para insertar un período de
tiempo, largo o corto, entre la semana 69 y la semana 70. El
mensaje del ángel también menciona las primeras "siete
semanas" separadas del resto. Pero nadie parece haber visto en
esa circunstancia una razón para insertar algunos milenios
entre esas dos partes de las setenta semanas. ¿Por qué,
entonces, aplicar una regla diferente a la última semana, la
más importante de todas las setenta, y sin la cual el período
no tendría ningún significado?
De manera similar, el Señor Jesús mencionó "el tercer día"
(después de su muerte) separado de los otros dos. Pero, ¿es
eso una razón para insertar, digamos, un siglo o dos entre el
segundo día y el tercero?
Ciertamente, la importancia trascendente de los sucesos de ese
"tercer día" y de los de la última "semana" de las setenta es
razón suficiente para mencionarlas por separado.
El período entero está bosquejado de esta manera: La primera
porción consistía de siete
sietes de "tiempos angustiosos", dentro de los cuales
habría de cumplirse la reconstrucción del templo y de la
ciudad, con sus calles y su muro; luego siguen sesenta y dos sietes hasta la
manifestación de Cristo a Israel, es decir, hasta el tiempo en
que Jesús de Nazaret fue "ungido
con el Espíritu Santo y poder", y fue proclamado públicamente
a todo el pueblo de Israel por Juan el Bautista; y luego viene
la septuagésima y
última semana, a la mitad de la cual "se le quitó la vida al
Mesías", cumpliendo así el gran propósito de Dios y cumpliendo
todas las cosas predichas en el versículo 24.
El período intermedio de las sesenta y dos semanas, dentro de
las cuales no debía ocurrir
ningún suceso profético, coincide con aquel tramo
silencioso de años entre Malaquías y Juan el Bautista entre
"la palabra del Señor a Israel por medio de Malaquías" y el
día en que "la palabra de Dios vino a Juan hijo de Zacarías en
el desierto" (Luc. 3:2) -- un período durante el cual no hubo
ninguna voz de parte de Dios
para su pueblo, ni ningún suceso en que se ve la mano
del Señor activa en los asuntos del pueblo.
Algunas veces se ha intentado justificar la separación y la
posposición de la septuagésima semana de Daniel haciendo
referencia al hecho de que, cuando en la sinagoga de Nazaret,
el Señor leyó en Isaías 61, se detuvo justo en la mitad de un
pasaje (siendo las siguientes palabras "y el día de
retribución") y dijo: "Hoy se ha cumplido esta palabra en
vuestros oídos", dando a entender así que la parte que no leyó
estaba todavía en el futuro (Luc. 4:16-21). Pero no se
necesita gran discernimiento para ver que hay una amplia
diferencia entre los dos casos. Porque, en primer lugar,
Isaías no había dicho que las cosas predichas por él habrían
de ocurrir dentro de cierto plazo. No dijo nada en absoluto
acerca de eso; mientras que el tiempo en que los sucesos
especificados habrían de tener lugar son la esencia misma de la profecía de las
setenta semanas. Pero, lo que es igualmente importante,
tenemos la palabra del Señor Jesús declarando (o por lo menos
dando a entender) que sólo parte de la profecía de Isaías,
como Él la había leído en sus oídos, se había cumplido en esa
oportunidad. Pero no tenemos ninguna palabra ni sugerencia de
parte de Él, ni de ninguna fuente a la que debamos prestar
atención, al efecto de que la septuagésima semana de Daniel
estaba todavía en el futuro.
LA MUCHEDUMBRE DE LAS ABOMINACIONES (DAN. 9:27)
Llegamos ahora a la última parte de Daniel 9:27 que, como lo
presenta nuestra Versión Revisada de 1960, dice así: "Después
con la muchedumbre de las abominaciones vendrá el desolador,
hasta que venga la consumación, y lo que está determinado se
derrame sobre el desolador".
Hay que reconocer que estas palabras son oscuras. Sin embargo,
aun sin la ayuda de otras traducciones, es por lo menos claro
que la principal predicción aquí es que la ciudad y el templo
quedarían desolados, y que la desolación sería por un período prolongado --
"hasta que venga la consumación" ( o el fin). Además, también
se da a entender que en el fin habría una restauración de la ciudad;
y que, en el tiempo del fin, lo que había sido "determinado se
derramaría sobre el desolador". Esta última predicción apunta
al derramamiento de la ira de Dios sobre los agentes
destructores, como está predicho en detalle en el libro de
Apocalipsis (véase Apoc. 11:18, etc.).
Esta porción de la profecía fue repetida en esencia, y en un
lenguaje mucho más claro, por el Señor Jesús en su Sermón del
Monte, como está informado en Lucas 21. Aquí Jesús habla de
"los días de retribución" (que corresponde a las palabras
"vendrá el desolador") y declara, además, que "Jerusalén será
hollada por los gentiles, hasta
que se cumplan los tiempos de los gentiles" (Luc. 21:22, 24),
lo que corresponde a las palabras "hasta la consumación" (o el
fin).
Deseamos también llamar la atención a un paralelo entre los
versículos 26 y 27 (de Daniel 9). La primera parte del
versículo 26 predice que, después de sesenta y dos semanas, se
le quitaría la vida al Mesías; y la primera parte del
versículo 27 contiene la predicción paralela: "Y confirmará el
pacto con muchos", "y a la mitad de la semana hará cesar el
sacrificio y la ofrenda". La segunda parte de cada versículo
habla de las desolaciones de la ciudad y el santuario. Este
paralelo proporciona confirmación adicional de lo correcto de
nuestra lectura de la profecía.
Las palabras "con la muchedumbre de las abominaciones" son muy
oscuras, y se han hecho muchas sugerencias en cuanto a su
significado. No las discutiremos quí, porque la Septuaginta
tiene una traducción clara, y el hecho de que nuestro Señor la
adoptó pone en ella el sello de autoridad. De acuerdo con esa
versión, "la abominación desoladora" habría de ocurrirle a (o
caer sobre) el templo, es decir, el templo sería destruido. En otras
palabras, habría un agente o una fuerza, que Dios llama una
"abominación", que habría de "desolar" el lugar.
El Señor Jesucristo usó la
misma expresión cuando, al advertir a sus discípulos
de la inminente destrucción de Jerusalén a manos de los
ejércitos de Tito, dijo: "Por tanto, cuando veáis en el lugar
santo la abominación desoladora de que habló el profeta Daniel
(el que lee, entienda), entonces los que estén en Judea huyan
a los montes", etc.
Esta referencia de nuestro Señor al último versículo de la
profecía de las setenta semanas es un eslabón que conecta ese
pasaje con su propia profecía en el monte de los Olivos. El
gran valor de este eslabón conector aparecerá más adelante.
Según los léxicos hebreo y griego, la palabra traducida como
"abominación" significa cualquier cosa particularmente
despreciable o detestable. De aquí que se use algunas veces para
referirse a un ídolo. Pero este es un significado secundario,
y no parece haber sido usado en ese sentido en el Nuevo
Testamento. En Lucas 16:15, se aplica a la codicia de los
fariseos; en Tito 1:16, se aplica a los que niegan a Dios con
sus obras; en Apoc. 21:8 y 27, se aplica también a personas
impías. Por eso, no no hay nada, ni en Daniel 9:27 ni en Mateo
24:15 que justifique la idea de que esas profecías hablan de
que el culto a los ídolos se estableciera en algún templo
judío. Además, Cristo había repudiado el templo de Jerusalén
(Mat. 23:38) llamándolo "vuestra casa"; y de allí en adelante
no es reconocido como la casa de Dios. Mucho menos se le
otorgará reconocimiento a un templo como el que podría ser
levantado por los apóstatas sionistas. Por otra parte, la
palabra de Dios deja bien claro, como esperamos mostrar más
adelante, que la "abominación" que habría de "desolar" la
ciudad y el santuario era el ejército de Tito, "el pueblo del
príncipe que vendrá".
Ahora hemos completado nuestro examen, cláusula por cláusula,
de la maravillosa profecía de las setenta semanas. Hemos
hallado -- y sin ir más allá de la Escritura en busca de
nuestras pruebas -- un significado claro y saisfactorio de
cada declaración, un significado que es consistente con el
alcance y el propósito de la profecía como un todo. Esa
profecía tiene que ver con el más importante de todos los
temas, la venida de Cristo
a Israel, y su rechazo y su crucifixión por parte de Israel,
con las maravillosas consecuencias de su sacrificio por los
pecados, y su victoria sobre la muerte y la tumba.
No hemos basado nada en conjeturas ni suposiciones, y no hemos
encontrado necesario recurrir a sistemas cronológicos, que son
reconocidamente defectuosos e inseguros, ni depender de
ninguna autoridad humana.
Además, la evidencia presentada en apoyo de nuestras
conclusiones es de una clase tan simple que "la gente común"
puede fácilmente entender y apreciar la fuerza de ella.
Y finalmente, por cuanto todas las pruebas presentadas aquí
han sido tomadas de las Escrituras y los pasajes citados, el
lector puede someter todas nuestras conclusiones a la prueba
de la Escritura, y es su responsabilidad hacerlo. Por otra
parte (y le damos mucha importancia a esto) todas y cada una
de las interpretaciones actuales, que fijan el punto de
partida de las setenta semanas en una fecha posterior al
decreto de Ciro, están basadas en algún esquema cronológico,
construido sobre tradiciones paganas, oscuros archivos
históricos, adivinanzas de eclipses, y cálculos astronómicos,
que el lector ordinario no tiene absolutamente ningún modo de
verificar.
EL DECRETO DE CIRO NUEVAMENTE
Al concluir esta parte de nuestro estudio, deseamos llamar la
atención nuevamente a aquel gran hito histórico, el decreto
del rey Ciro, que, por expresa designación de Dios, ocurre
entre dos eras proféticas y marca el fin de una y el principio
de otra. La primera era consistía de setenta años de "desolación", durante los
cuales el pueblo fue castigado por su "transgresión" de la ley y los profetas. La
otra consistía de setenta
veces siete años, durante los cuales el pueblo debía
"terminar la transgresión" al rechazar el evangelio del reino
y crucificar a Aquél que vino a traer las buenas nuevas y a
anunciar la paz (Isa. 52:7; Hech. 10:36).
Era ciertamente un decreto extraordinario. Primero, porque
había sido predicho claramente por Isaías, por quien también
fue dado a conocer el nombre del monarca que habría de
dictarlo; segundo, cuando el tiempo llegó para que "saliera",
ese monarca se convirtió en el único gobernante del mundo; y
tercero, Dios mismo
despertó el espíritu d Ciro para que dictara el decreto y lo
hiciera proclamar por todos sus dominios.
En relación con esto, debe observarse que, por cuanto Dios
había dicho que las setenta semanas habrían de comenzar "desde
la salida" de la
orden para restaurar y edificar Jerusalén, el registro
inspirado tiene cuidado de llamar nuestra atención al hecho de
que Ciro no sólo dio la orden sino que también "lo hizo pregonar por todo
su reino" (Esdras 1:1).
Todos estos hechos dan testimonio de la excepcional
importancia de este histórico decreto; y también
proporcionan una fuerte certeza de que en él tenemos el
verdadero punto de partida para el período profético de
setenta semanas. Era ciertamente un nuevo comienzo -- como una
resurrección de los muertos -- para Jerusalén y el pueblo de
Israel. Era el renacimiento de la nación.
A nada en toda la historia del pueblo escogido, con la sola
excepción del Éxodo de Egipto, se le da tanta importancia en
el Nuevo Testamento como al regreso desde Babilonia. Fue
predicho por los profetas, cantado por los salmistas,
registrado por los historiadores. Sobresale con tal
prominencia de las páginas de la inspiración que asombra cómo
tantos estudiantes de la Escritura no hayan captado su
importancia, y hayan andado tanteando en la oscuridad en busca
de algún otro decreto que sirva como punto de partida de
aquella divina línea de medida que habría de alcanzar "hasta
el Mesías príncipe".
EL
RESTO DE LA SEPTUAGÉSIMA SEMANA
En este punto de nuestra exposición, parece deseable tomar
nota de una pregunta que ha surgido en las mentes de algunos
en relación con la fracción de la septuagésima semana que
quedó después de la muerte, resurrección y ascensión de
Cristo, por las cuales se cumplieron las predicciones del
versículo 24 (de Daniel 9), así como las de la primera mitad
del versículo 27. A algunos les parece que nuestra exposición
deja fuera tres años y medio. Sin embargo, si prestamos
atención a los términos de la profecía, veremos claramente que
no se justifica tal pregunta para nada. Es evidente que los
que hacen esa pregunta no tienen en cuenta el hecho de que, en
esta profecía, la unidad de medida de tiempo es una héptada, no un año. Si
pensamos en la septuagésima "semana" como un período de siete
años, entonces ciertamente parecería que hubo más de tres años
que no se tomaron en cuenta en esta exposición. Pero si, por
otra parte, consideramos la profecía como fue dada, es decir,
en héptadas, no en años, entonces se verá claramente que todas las siete héptadas
han sido tomadas en cuenta. Porque nuestra exposición
simplemente sigue los términos de la profecía, que son
bastante claros, y que ubican ciertos sucesos "a la mitad de"
la última héptada, pero no ubican ningún suceso al final de
ella. Por consiguiente, si alguna porción del período
determinado queda fuera, la culpa es de la profecía misma, no
de la exposición de ella por parte del escritor. Pero el hecho
es que la profecía toma en cuenta primero sesenta y nueve
héptadas (que llegaron "hasta el Mesías") y luego toma en
cuenta específicamente
la héptada restante, y la
totalidad de ella, diciendo lo que habría de ocurrir
a la mitad de ella. Así, pues, la profecía (y la exposición
que simplemente la sigue) no dejan por fuera ninguna porción
del período profético.
Los que suscitan la pregunta anterior deben asumir, además,
que algún suceso predicho habría de marcar el fin mismo de la
última "semana" del período determinado. Pero un vistazo a la
profecía misma bastará para mostrar que tal suposición es
contraria a los términos de ella. Por los términos expresos de
la profecía, el punto culminante de las cosas predichas en
ella -- es decir, la muerte, la resurrección y la ascensión de
Cristo -- habría de tener lugar, no al final de la última
semana, sino "a la mitad de la semana" (v. 27).
Según el versículo 24, que da la esencia de la profecía en
forma condensada, seis cosas específicas ocurrirían dentro de
un período medido de setenta héptadas, comenzando, como
aparece en el versículo 25, desde la salida del decreto para
restaurar y edificar Jerusalén, las cuales cosas requerían
para su cumplimiento que Cristo muriera, resucitara, y
ascendiera al cielo. Por el hecho de que se mencionan siete
héptadas, sería razonable inferir que sería
necesario el número completo (setenta) para el
pleno cumplimiento de la profecía; y esta inferencia queda
confirmada y convertida en certeza por lo que sigue
inmediatamente; porque el siguiente versículo dispone de
sesenta y nueve semanas, que llegan sólo "hasta el Mesías",
dejando todas las seis cosas predichas todavía por tener
lugar. De aquí que, por necesidad, deben tener lugar en la
septuagésima héptada.
Pero, hasta ahora, no hay nada que indique en qué parte de la semana
restante habrían de cumplirse esas cosas. Por consiguiente, si
hubiesen ocurrido el principio de ella, la profecía se habría
cumplido perfectamente hasta ahora, no dejando por fuera
ninguna parte de las setenta semanas. Debe recordarse que no
manejamos años sino
héptadas. Pero el
último versículo de la profecía es más específico. Contiene la
afirmación específica de que los grandes sucesos que habrían
de cumplir las predicciones del versículo 24 ocurrirían "a la mitad de" la última
héptada. Y, en concordancia con esto, aparece claramente en el
evangelio de Juan que la crucifixión de nuestro Señor tuvo
lugar a la mitad de la héptada que comenzó con el bautismo de
Cristo y su manifestación a Israel (Juan 1:31), que comenzó,
en otras palabras, al final de las sesenta y nueve héptadas
que llegaron hasta el Mesías. Así, pues, el período entero
especificado en la profecía es tomado en cuenta en su
totalidad.
En relación con esto, es pertinente señalar que las Escrituras
usualmente dejan fuera restos fraccionarios de una unidad de
tiempo, ya sea un día, una semana, un mes, o un año. Así,
pues, si se predijera que algo (como el regreso desde
Babilonia) ocurriría en un cierto año, su ocurrencia en el
primer mes de ese año sería un cumplimiento perfecto de la
predicción, y los restantes once meses simplemente serían
dejados fuera por considerárselos sin importancia para los
fines de la profecía.
O, para tomar otro ejemplo, nuestro Señor declaró a sus
discípulos concerniente a su muerte y resurrección cercanas
que "en tres días" y "después de tres días", Él resucitaría.
Por consiguiente, si resucitó en la primera hora del tercer
día, su predicción se cumplió, no siendo importantes las horas
restantes de ese día por lo que concernía a la predicción. No
había que tomarlas en cuenta.
Se puede ver en seguida que, si una profecía requiriese que
ocurriese cierto suceso en un día específico, y ese algo fuese
a ocurrir como al mediodía de ese día, la profecía se habría
cumplido perfectamente, y no habría nada en absoluto que
preguntar sobre lo que sucede con el restante medio día. Esto
es así precisamente con las setenta semanas porque es obvio
que no hace ninguna diferencia que la unidad de tiempo en este
caso sea una "semana" en vez de un día. Pero la profecía que
estamos estudiando es más definida que la ilustración
supuesta, en que declara específicamente que las cosas
predichas ocurrirían a la mitad de la última semana.
Varios capaces expositores, incluyendo al Dr. Pusey y al Dr.
Taylor, a cuyas obras ya nos hemos referido, sugieren que la
fracción de una "semana" que quedaba sin expirar en la fecha
de la crucifixión medía el tiempo (terminando con el martirio
de Esteban) durante el cual el evangelio se predicó
exclusivamente a los judíos. Pero, por cuanto la fecha de la
muerte de Esteban no se sabe con certeza, podemos aceptar lo
anterior sólo como una posibilidad. En nuestra opinión, la
profecía no requiere que un suceso específico marque el fin de
la última semana, aunque la muerte de Esteban puede haber sido
ese suceso.
LA MEDIDA DE TIEMPO PROFÉTICO DE
DIOS
A causa de la gran importancia del tema de la medida del
tiempo profético de Dios, y de todo lo que dependa de él,
regresamos nuevamente a él con el propósito de hacer una
declaración concisa de nuestras conclusiones con relación a
ella y las razones en que se basan.
El mensaje de Gabriel, que se halla en Daniel 9:24-27, difiere
de todas las otras profecías en varios aspectos, y
principalmente en que contiene una línea de medición de longitud "determinada",
por la cual habían de medirse los años desde un punto dado
(uno de los grandes hitos de la historia judía) hasta la
venida del Mesías y el cumplimiento de su obra de redención.
La longitud completa de esa línea era de setenta "héptadas",
es decir, sietes (o
"semanas") de años, haciendo una longitud total de 490 años.
El propósito declarado de la profecía (v. 24) era predecir el
tiempo exacto de la ocurrencia de ciertas cosas que son de
suprema importancia para la humanidad.
Además, la profecía revela que la última héptada, o "semana",
de las setenta habría de ser la era más importante de todos
los tiempos, porque, en esa "semana", se le quitaría la vida
al Mesías y no tendría nada (el cual acto de impiedad por
parte de los judíos "terminaría la transgresión" y traería el
juicio sobre ellos); y porque en ella también el nuevo pacto
"con muchos" se confirmaría en su sangre (Mat. 26.28), los
numerosos sacrificios y oblaciones de la ley serían
desplazados por el "único sacrificio" de Cristo (Heb. 10:9),
se pondría fin al pecado, se haría la reconciliación (o la
expiación) por la iniquidad, se traería la justicia
perdurable, y el (lugar) santísimo sería ungido. Uno sólo
tiene que leer con el debido cuidado las sencillas palabras de
la gran profecía para ver que llega a su punto culminante en
la "semana" en que tendrían lugar la muerte y la resurrección
de Cristo y la venida del Espíritu Santo, es decir, en la
última semana de las setenta; por esto, quitar esa semana de
su lugar en la serie, y "posponerla" para un tiempo en el
futuro lejano, simplemente hace estragos en la profecía
entera.
Adicionalmente, a la luz de esta segura palabra de la
profecía, es fácil ver que, cuando el Señor Jesús comenzó a
predicar en Galilea diciendo: "El tiempo se ha cumplido, y el reino de
Dios se ha acercado; arrepentíos y creed al evangelio" (Mar.
1:14, 15), se refería al "tiempo" medido o "determinado" en
esta profecía, y a que estaba llamando al pueblo de Israel a
"arrepentirse" y a "creer", como condición para recibir el
nuevo nacimiento (Juan 3:3, 5) y por lo tanto entrar en la
salvación del reino de Dios.
Cierto es que la mayor parte del pueblo, y casi todos los
dirigentes, rehusaron arrepentirse y creer las buenas nuevas;
y la razón era que el Mesías que esperaban sería un príncipe
temporal y un héroe conquistador, y el reino que esperaban era
la restauración del dominio terrenal a Israel y el
restablecimiento del trono de David en Jerusalén.
Sin embargo, es imposible que, cuando el Señor dijo: "El
tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado",
haya estado hablando de la restauración del reino a Israel
porque "el tiempo" de ese
suceso (suponiendo, lo cual nosotros no admitimos, que alguna
vez ocurra) no ha sido revelado a nadie, ni siquiera al mismo
Hijo de Dios (Mat. 24:36). Esto queda probado de manera
concluyente por la respuesta del Señor a la pregunta que le
hicieron los discípulos después de su resurrección: "Señor,
restaurarás el reino a Israel en este tiempo?" Su respuesta fue: "No os
toca a vosotros saber los
tiempos o las sazones, que el Padre puso en su sola
potestad" (Hech. 1:6, 7). Pero sucede lo contrario con
respecto al reino de Dios, que es "justicia, y paz, y gozo en
el Espíritu Santo" (Rom. 14:17), o en otras palabras, el día
de salvación y el año aceptable del Señor; porque esa es una era cuya
"línea" estaba fijada en los consejos de Dios, y definidamente
predicha en la profecía de las setenta semanas, además de ser
anunciada por Juan el Bautista y el mismo Señor. O, para
expresar la idea en términos diferentes, el "tiempo" de la primera venida de Cristo
fue definitivamente "determinado" y predicho, y por lo tanto,
está escrito que "cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su
Hijo para redimir a los que estaban bajo la ley" (Gál. 4:4,
5); pero el "tiempo" de su segunda
venida se mantiene secreto en los consejos no revelados del
Padre.
En relación con esto, debe obervarse especialmente que uno de
los usos más importantes de esta profecía es un testimonio
contra los judíos, porque prueba de manera concluyente que
Jesús de Nazaret, que vino en el tiempo predicho, y que cumplió las cosas predichas -- es
decir, hizo expiación por el pecado, trajo la justicia
sempiterna, confirmó el nuevo pacto, quitó los sacrificios de
la ley, etc. -- es el verdadero Mesías. Porque ahora que las
"setenta semanas determinadas", dentro de las cuales el Mesías
habría de venir y se le quitaría la vida, pasaron hace mucho
tiempo, es absolutamente imposible que pueda venir alguien y
cumplir la profecía. Por esto, el elemento tiempo es de vital
importancia.
Pero este uso de la profecía queda completamente frustrado por
la idea actual de que el metro de Dios es elástico, y
que tenía el propósito - no de medir setenta semanas de
años, como lo han entendido todas las personas de mente
sencilla - sino de ser estirado hasta una longitud de miles de
años, y que las cosas predichas en los versículos 24 y 27 no
se han cumplido todavía. Por cuanto el evidente propósito de
la profecía era limitar el "tiempo" - dentro del cual habrían
de cumplirse aquellas cosas vitales de las cuales depende la
salvación del hombre - se sigue que posponer la septuagésima
semana para un futuro distante hace naufragar la profecía
entera.
La alteración del metro de Dios del cual estamos hablando ha
sido afectada por el extraño recurso de insertar muchos siglos
de tiempo (más de mil novecientos años hasta ahora) entre la
semana sesenta y nueve y la semana setenta. Y el resultado es
que, en vez de un plazo definido y "determinado" de 490 años,
tenemos uno que ya tiene más de 2400 años, y aumenta todos los
días.
Nada puede ser más evidente que la utilidad de una línea de
medición depende, primero, de su exactitud, y segundo, del
conocimiento que el usuario tenga de su longitud. Por esta
razón, manipular y alterar las dimensiones de un patrón de
tiempo o espacio, o cambiar la ubicación de cualquiera de sus
marcas, es destruir su utilidad. En el caso de la cinta
métrica de Daniel 9:24-27, hay dos marcas intermedias. Una
está al final de las siete héptadas, que indica la terminación
de las calles y el muro de la ciudad, y también aparentemente
el fin de la profecía del Antiguo Testamento en los días de
Malaquías; la otra marca está en el extremo de la héptada
sesenta y nueve, que llegaba "hasta el Mesías príncipe". Esta
subdivisión del período entero de setenta semanas tiene el
efecto (evidentemente a propósito) de separar de manera
especial la última semana;
y la razón obvia para esto es concentrar la atención en ese
particular período de tiempo dentro de cuyos breves límites
habrían de ocurrir los sucesos más estupendos de todos los
tiempos, a saber, la crucifixión y la resurrección del Divino
Redentor, y la venida del Espíritu Santo. Así, pues, el punto
culminante de la profecía cae dentro de la última semana; y se
sigue que sacar esa semana de su propio lugar es hacer
estragos en la Escritura. Y esto no queda razonablemente
abierto a discusión por cualquiera que crea que Jesús de
Nazaret es el Mesías prometido; porque es cierto que, si el
Mesías vino efectivamente al final de las 69 semanas, como
está predicho en el versículo 25, entonces le fue quitada dentro de la siguiente semana de
años consecutiva, y que en esa semana consecutiva (la
septuagésima del tiempo real histórico), Él cumplió todas
las predicciones de los versículos 24 y 27.
Pero, no sólo ha sido alterada la cinta métrica de Dios, como
ya se ha dicho, sino que ha sido cambiada de una cinta de una
longitud determinada
a una de longitud indeterminada.
(Parecería realmente que la palabra "determinada" hubiese sido
insertada en el mensaje del ángel como una alerta y una
advertencia contra esta misma mutilación). Porque, de acuerdo
con la idea que estamos discutiendo, el número de años que se
insertarían entre la semana 69 y la semana 70 todavía es una cantidad
desconocida. La última semana, cuando se la separa
así de sus 69 compañeras, no pertenece en absoluto a ninguna
serie conocida. En nuestra opinión, esto no sólo destruye la
utilidad de la profecía, sino que la convierte en un absurdo.
Porque una medida de tiempo o espacio, aun cuando se la
manipule, todavía es una medida de cantidad fija, si bien
engañosa, por lo inexacta. Pero una medida que no tiene en absoluto ningún límite,
una medida que continúa alargando sus dimensiones, que desde
una longitud original de 490 años ya se ha estirado hasta 2400
años, y todavía continúa alargándose, no es en absoluto
ninguna línea de medición. Es un absurdo.
Finalmente, está claro, más allá de toda disputa, que la
exposición que estamos discutiendo desprende enteramente
los sucesos predichos en los versículos 24 y 27 de
las setenta semanas proféticas, de las cuales estos versículos
constituyen la misma alma y esencia, y deja que ocurran donde
sea. En realidad, esta exposición separa las predicciones del
versículo 27 enteramente de Cristo y las transfiere a algún
futuro anticristo, aunque de esa característica del caso no
necesitamos hablar en este momento. Se sigue que, así como los
judíos, habiendo cerrado los ojos a la venida del Mesías
príncipe en el tiempo predicho, y al pleno cumplimiento de
ésta y otras profecías en su día (Hech. 13:27) al serle
quitada la vida, están buscando vagamente un cumplimiento de
sus expectativas en algún tiempo indefinido del futuro, así
también los expositores a que aludimos, habiendo cerrado sus
ojos al pleno cumplimiento de los versículos 24 y 27 en la
actual septuagésima semana desde su punto de partida, buscan
vagamente y en vano algún otro cumplimiento, en un tiempo
futuro indefinido, en las imaginarias actividades de algún
anticristo, que ellos dicen (pero sin una sola palabra de
apoyo de la Escritura) hará un trato con "muchos" judíos
acerca de renovar los sacrificios del templo, y violarán ese
supuesto acuerdo después de tres años y medio. La única
diferencia es que, mientras que los judíos han echado la
profecía por la borda completamente, los expositores aludidos
están tratando de mostrar respeto por ella y de hacerla
concordar con su interpretación, mediante el recurso de
trasladar la última semana de las setenta a los siglos de
nuestra era, con el propósito de hallar un lugar para ella en
el mapa del tiempo cuando su imaginario cumplimiento tenga
lugar - si es que alguna vez lo hace.
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