Philip Mauro
LAS SETENTA SEMANAS Y
LA GRAN TRIBULACIÓN

Un estudio de las dos últimas visiones de Daniel y del
discurso del Señor Jesucristo en el Monte de los Olivos

Philip Mauro
(1921)


CAPÍTULO 7

¿SON CONSECUTIVAS LAS SETENTA SEMANAS?

La idea que hemos discutido en nuestro último capítulo, a saber, que Daniel 9:27 se refiere, no a Cristo, sino al anticristo, está asociada, por lo general, con otra, también de un tipo muy radical, a saber, que la semana 70 de la profecía de Gabriel no entra donde naturalmente esperaríamos encontrarla, esto es, inmediatamente después de la semana 69, sino que se desprende de las otras 69, queda separada de ellos por muchos siglos, está todavía en el futuro, y se hallará al fin mismo de esta edad presente. El punto hasta donde estas ideas han hallado aceptación en nuestros días hace que sea importante investigar muy cuidadosamente las razones que se han adelantado para apoyarlas.

No sabemos exactamente cuándo o cómo surgieron estas ideas. Por supuesto, ésa no es una razón para rechazarlas, porque Dios se complace, de tiempo en tiempo, en dar nuevas luces en relación con su palabra. Pero es una razón para someter estas ideas a un rígido escrutinio. Hemos tratado de hacer esto, y el resultado es que hemos llegado a la conclusión de que, no sólo están huérfanas de apoyo en la palabra de Dios, sino que son directamente contrarias a ella. Trataremos de explicar esto.

Con respecto a la idea de que el versículo 27 de Daniel 9 se refiere al anticristo, poco más es necesario decir. Si los pasajes que hemos citado en un capítulo anterior establecen que este versículo fue cumplido por el Señor Jesucristo cuando murió por nuestros pecados, habiendo ocurrido su muerte "a la mitad de la  semana" (que comenzó con su ungimiento), entonces no es necesario demostrar negativamente que el pasaje no espera ser cumplido por el anticristo u otro potentado del tiempo del fin. Sin embargo, los argumentos negativos son de valor a manera de corroboración.

Por lo tanto, señalamos que, para que el "él" de Daniel 9:27 se refiera al anticristo, es necesario que "el príncipe que ha de venir" del versículo 26 se refiera a un príncipe futuro. Creemos que ya hemos demostrado que esto es absolutamente inadmisible. Pero, aunque hagamos la suposición injustificada de que se refiera a un príncipe "futuro", todavía hay que ver si el pronombre "él" del versículo 27 se refiere a él o a Cristo. En este punto, entrarían todas nuestras anteriores evidencias y todos nuestros anteriores argumentos para mostrar que, en todo caso, el pronombre debe considerarse como refiriéndose a "el Mesías". El cumplimiento de la profecía por Cristo prueba que el pronombre "él" se refiere a Él.

Pero, aparte de esto, hay insuperables obstáculos para la aceptación de la posición que estamos comentando. Porque es probable que nos veamos obligados a rechazar cualquier interpretación y todas las interpretaciones que no estén apoyadas por las Escrituras. ¿Y qué ocurre en este caso? No hay ni una sola palabra de prueba en apoyo de las siguientes proposiciones, cada una de las cuales debe ser probada antes de que la posición en disputa pueda considerarse establecida: (1) Que un futuro príncipe romano hará un pacto con muchos judíos; (2) que el supuesto pacto será por un plazo de una semana; (3) que tendrá como propósito permitir que los judíos reanuden los antiguos y por largo tiempo abolidos sacrificios; (4) que el supuesto príncipe violará el supuesto pacto a la mitad de la semana, y de esta manera "hará cesar el sacrificio y la ofrenda". Repetimos que nos vemos obligados a rechazar la interpretación a que aludimos a menos que cada una y todas las proposiciones (involucradas) queden establecidas por medio de evidencia de la palabra de Dios; y el hecho es que no hay ni una sola palabra que pruebe ninguna de ellas.

Los que avanzan esta interpretación comúnmente se refieren, para apoyarla, a Mateo 24:15; 2 Tesalonicenses 2:3-9, y Apocalipsis 13:3-15. Pero, sin discutir esos textos, es bastante suficiente para nuestro propósito decir que ninguno de ellos hace ni la más remota alusión a ningún pacto entre el anticristo (ni ningún otro personaje) y los judíos. La interpretación que estamos comentando no tiene absolutamente ninguna base en las Escrituras. Es enteramente obra de la imaginación, y no descansa en nada que no sean suposiciones no probadas.

Llegamos ahora a la posición, sostenida y enseñada por muchos modernos expositores de buena reputación, de que la semana que ocurrió después de la semana 69 desde el punto de partida, y que de hecho era la verdadera semana 70, como el tiempo se calcula de ordinario, no ha de considerarse como la semana 70 de la profecía, sino que el período profético debe considerarse como interrumpido al final de la semana 69, "habiéndose detenido el reloj de la profecía". Sostienen que algún período de siete años todavía en el futuro indefinido debe tomarse (cuando llegue) y añadirse a las 69 semanas, que ahora ya han pasado, para completar el número 70. O que, como se dice a veces, esta era entera de más de 1900 años, entra como un "paréntesis" entre la semana 69 y la semana 70 del período profético. Consideramos esta posición errónea, y creemos que podemos mostrar claramente que no está apoyada por el testimonio de la Escritura, sino que es contraria a élla. Sostenemos que la semana 70 de la profecía ocurrió justo donde esperaríamos encontrar la semana 70 de cualquier serie, y que ocurre después de la semana 69; en otras palabras, que la semana 70, verdadera o histórica, era también la semana profética número 70.

La idea de que la semana 70 de la profecía está separada de sus compañeras y relegada a un futuro distante es un necesario corolario de la idea a que nos hemos referido, a saber, que el "él" del versículo 27 (Dan. 9) se refiere, no a Cristo, sino a un futuro anticristo. Manifiestamente, esas dos ideas se sostienen o caen juntas, porque si el versículo 27 se refiere a Cristo, entonces la última semana siguió inmediatamente a la semana 69; pero, si se refiere al anticristo, o a un príncipe romano venidero, entonces todavía está en el futuro.

Por consiguiente, todos los hechos y todas las razones que hemos aportado para demostrar que el versículo 27 habla de Cristo, y todos los hechos y todas las razones aportados para demostrar que el príncipe que ha de venir del versículo 26 era Tito, sirven igualmente para probar que la semana 70 estaba unida directamente a la semana 69. Y al revés, todos los hechos y todas las razones que ahora vamos a presentar para probar que la semana 70 era ciertamente una de las "setenta" y no un período remoto y desconectado, sirven igualmente para probar que el versículo 27 se refiere a Cristo.

Para comenzar, deseamos señalar que las palabras "setenta semanas están determinadas", etc., son palabras de significado claro y cierto. Son precisamente las palabras que usaría alguien que deseara que se le entendiera en el sentido de que las cosas especificadas en Daniel 9:24 ocurrirían dentro del plazo de 70 semanas. Si el hablante quisiera decir algo muy diferente, aunque fuese que las cosas especificadas no ocurrirían en más de dos mil años, entonces manifiestamente las palabras usadas por él podrían servir solamente para confundir a los que confiaran en él.

Por consiguiente, nuevamente, como en el caso de la cláusula "el pueblo del príncipe que ha de venir", apelamos primero que todo a todas las palabras mismas, que son la mejor evidencia de su propio significado.

Desde que el mundo comenzó, ninguna medida de tiempo descrita y "determinada", expresada de la manera que se ha usado siempre para ese propósito (es decir, expresando el número de unidades de tiempo que componen la medida completa) ha sido tratada jamás de acuerdo con la posición que ahora discutimos. Ningún número específico de unidades de tiempo, que componen un tramo de tiempo descrito, ha sido interpretado jamás de manera diferente que como unidades de tiempo continuas o consecutivas. El uso bíblico a este respecto se mostrará aquí. Por lo tanto, si el período de las "setenta semanas" fuera una excepción a una regla tan universal y tan necesaria, por lo menos deberíamos exigirles a los que sostienen esa posición pruebas tan claras y convincentes que no dejaran lugar a dudas.

Pero, ¿qué encontramos? No hay ninguna prueba de ninguna especie que apoye la idea a la que nos referimos. Por el contrario, la semana 70 de la profecía está unida a las otras 69 semanas al menos por siete eslabones irrompibles. Seis de esos eslabones se hallan en el versículo 24 y el séptimo en el versículo 27. Esto se mostrará más adelante.

Solicitamos una cuidadosa atención a los siguientes puntos:

1. Donde los períodos de tiempo se dan de antemano en las profecías de la Biblia, siempre significa que las unidades de tiempo que componen el período mencionado son continuas. Esto tiene que ser así, porque de lo contrario, la predicción sólo serviría para engañar a los que creen en ella. No tenemos ninguna otra manera de describir y limitar un período de tiempo excepto expresando el número de unidades de tiempo (horas, días, meses, o años) contenidas en él. Por consiguiente, es una necesaria ley lingüística que las unidades de tiempo se entiendan como conectadas juntas y sin pausa.

Como un ejemplo muy pertinente de esto, consideremos el período de setenta años, con el cual el período de setenta semanas de años está tan estrechamente conectado. Dios había predicho a Jeremías que "cuando en Babilonia se cumplan los setenta años, yo os visitaré, y despertaré sobre vosotros mi buena palabra, para haceros volver a este lugar" (Jer. 29:10). Por esta palabra, Daniel "entendió el número de los años de que habló el Señor al profeta Jeremías"; y por lo tanto puso su rostro a procurar el cumplimiento de aquella promesa. ¿No tenemos nosotros exactamente la misma razón para entender que las "setenta semanas" de años significan lo que parecen significar, que Daniel tenía para entender que las palabras "setenta años" debían ser consideradas según su significado simple y obvio?

Ciertamente los dos casos son exactamente iguales. ¿Podemos siquiera imaginar tal cosa como que Dios, al hacer aquella promesa a Jeremías, tenía el propósito de que el año septuagésimo del período predicho -- el período en que retornaría la cautividad de Israel -- debía separarse de los otros sesenta y nueve años y pospuesto, digamos por quinientos años? En ese caso, ¿no habría sido Daniel engañado miserablemente simplemente al creer en la palabra de Dios? Porque, obviamente, todo dependía de ese septuagésimo año, sin el cual el período no sería de "setenta años". Quítese el año septuagésimo año, y una afirmación sencilla y simple queda totalmente desprovista de significado. Entonces, ¿tenemos nosotros más derecho o razón de imaginar que la última semana de las setenta -- aquélla en que las seis grandes cosas de Daniel 9:24 habrían de cumplirse -- debe separarse de las otras sesenta y nueve por cinco siglos? Proponenos a toda mente sincera que los dos casos son exactamente paralelos, y que el mismo principio de interpretación debe aplicarse tanto a las setenta semanas de años como a los setenta años. Y más tenemos que aplicar el mismo principio de interpretación a ambos por cuanto manifiestamente hay un paralelo intencionado entre los setenta años que terminaron con el decreto de Ciro y los cuatrocientos noventa años que comenzaron en ese gran acontecimiento. Porque, así como el cautiverio de Judá en el año septuagésimo era necesario "para que se cumpliera la palabra del Señor", de la misma manera el cumplimiento de las seis cosas predichas en Daniel 9:24 debía tener lugar en la septuagésima semana de años, o de lo contrario la profecía fallaría por completo y la palabra del Señor sería falsificada. Que esas seis cosas en efecto tuvieron lugar, una y todas, en la septuagésima semana
consecutiva desde el punto de partida del período profético, es un hecho que no puede ser discutido. A esto regresaremos más tarde.

Además, en todos los otros casos en la Escritura en que Dios ha predicho la medida de tiempo dentro del cual debía ocurrir una cosa específica, la medida de tiempo así indicada tenía el propósito de ser interpretada en su sentido simple y ordinario. Damos algunos ejemplos:

Los 430 años que la descendencia de Abraham moraría en tierra ajena, de lo cual Dios le había hablado (Gén. 15:13; Éx.12:40; Gál. 3:17), se cumplieron en el mismo día (Éx. 12:41, 42).

Los siete años de abundancia y los siete años de hambruna, que José predijo, se cumplieron de acuerdo con el significado sencillo de las palabras (Gén. 45:6).

Los cuarenta años en que los israelitas vagaron por el desierto, lo cual Dios había señalado como castigo por su incredulidad (Núm. 14:34), fueron cuarenta años consecutivos.

Pero consideremos una ilustración más fuerte. Al predecir su propia muerte, nuestro Señor declaró una y otra vez que "al tercer día", o "en tres días", o "después de tres días", resucitaría. Todas esas expresiones significan una y la misma cosa, y nunca serían interpretadas en ningún otro sentido, excepto uno. Sin embargo, supongamos que alguna persona ingeniosa saliera ahora con la idea de que Cristo no resucitó de los muertos al tercer día consecutivo después de su muerte sino que su resurrección está todavía en el futuro; y supongamos que esta persona tratase de hacer concordar las palabras de Cristo con esta posición diciendo que el tercer día, en que Cristo había de resucitar, no siguió inmediatamente a los otros dos, sino que hubo un "paréntesis" no mencionado de como dos mil años, ¿no tendría
para su posición tanto fundamento en las palabras de la Escritura como los que quieren insertar un "paréntesis" de dos mil años entre la semana 69 y la semana 70 de la profecía de Gabriel?

En respuesta a este argumento, uno podría decir -- "Pero tenemos otras pruebas de que se quería decir el tercer día consecutivo, pues Cristo realmente resucitó al tercer día consecutivo". Ese hecho ciertamente ayuda a demostrar el significado de las palabras "tres días", aunque no les imparte el significado; y de la misma manera en el caso que estamos considerando, el significado de las palabras "setenta semanas" queda establecido de manera adicional por el hecho de que las seis cosas que habrían de tener lugar dentro de ese período ocurrieron realmente en la septuagésima semana consecutiva desde el punto de partida.

Por consiguiente, nos atrevemos a presentar como regla absoluta, que no admite ninguna excepción, que, cuando una medida definida de tiempo o espacio es especificada por el número de unidades que la componen, dentro de la cual cierto suceso ha de ocurrir o cierta cosa ha de hallarse, las unidades de tiempo o espacio que componen esa medida deben entenderse en el sentido de que transcurren continua y sucesivamente. "Setenta años" invariablemente significaría setenta años continuos; "setenta semanas" significaría setenta semanas continuas; "setenta millas" significaría setenta millas continuas.

Por ejemplo, si a alguien que viaja por una carretera se le informara que, a setenta millas de un punto dado, encontraría ciertas cosas específicadas, como una colina, una torre, un arroyo, un molino, o algo así, no hay manifiestamente sino un solo sentido en que él podría entender la información. En este caso, supongamos que continuara su camino durante 69 millas sin encontrar ninguna de las cosas especificadas, ¿no esperaría confiadamente encontrarlas en la milla restante de las 70? Sin embargo, supongamos que el viajero atravesara esa milla sin toparse con ninguna de esas cosas, ¿no tendría derecho a decir que había sido engañado grosera e intencionalmente? ¿Y corregiría las cosas para el que hizo la declaración engañosa decir que la septuagésima milla que él tenía en mente no seguía a la milla 69, sino que estaba dos mil millas más adelante? Afirmamos que el engaño en este caso sería intencional; pero, si uno usa una expresión que tiene un significado definido y bien establecido, pero en su propia mente la da un significado muy diferente, que se guarda para sí mismo, puede que no haya tenido ningún otro propósito que el de confundir a los que podrían actuar basándose en sus palabras.

2. Hasta ahora, hemos apelado solamente al significado sencillo y obvio de las palabras "setenta semanas están determinadas sobre tu pueblo y sobre tu santa ciudad para terminar la prevaricación", etc. Para hay mucho más en esta profecía para unir
firmemente la última de las setenta semanas a las otras sesenta y nueve. Las 69 semanas nos llevaron "hasta el Mesías", pero no hasta su muerte, por la cual Israel "terminó la prevaricación". Para que no haya la más ligera incertidumbre en cuanto a esto, la profecía dice: "Y después de las sesenta y dos semanas se quitará la vida al Mesías". Así, pues, las 69 semanas no son nada, excepto años que deben transcurrir -- un espacio en blanco - mientras que la semana 70 es todo para el propósito del cumplimiento de las seis predicciones del versículo 24. Entonces, si sabemos cuándo se le quitó la vida al Mesías, sabremos cuándo se cumplieron las seis cosas del versículo 24. Y, en efecto, sabemos, tanto por las palabras de la profecía como por la información dada en el evangelio de Juan, que Cristo fue crucificado dentro de la "semana" (siete años) que siguió a su ungimiento y a su manifestación a Israel. En otras palabras, sabemos que se le quitó la vida en la septuagésima semana, contando de la manera ordinaria desde el punto de partida dado. Y esto sería cierto, sin importar qué decreto se considere como ese punto de partida. Este doble testimonio, el de la misma profecía y el de los registros evangélicos, establece el asunto más allá de toda duda. Por medio de ellos, sabemos con certeza que ninguna de las seis grandes cosas predichas en el versículo 24 ocurrió dentro de las sesenta y nueve semanas, sino que todas y cada una de ellas ocurrió dentro de la semana que vino después, es decir, en la septuagésima semana consecutiva desde el punto de partida. Nada podría estar mejor establecido en claras evidencias bíblicas que esto.

Sin embargo, este asunto es lo bastante importante como justificar que permanezcamos en él un poco más. En vista de los hechos expresados arriba, nadie negará ni puede negar que la crucifixión ocurrió en la semana 70 desde el punto inicial de la profecía. La prueba de esto es absoluta. Sólo resta, entonces, señalar que la crucifixión de Cristo cumplió las predicciones del versículo 24. Deseamos suponer que eso es también un hecho que no está abierto a un razonable debate. Sin embargo, se ha hecho un intento por escapar a la fuerza de la evidencia del versículo 24 diciendo que se refiere al tiempo en que Israel como nación entró a participar de los beneficios de la muerte y la resurrección de Cristo. Pero las palabras del versículo 24 no permiten esa interpretación. Afirman claramente que, dentro del término de 70 semanas de la historia del pueblo y la ciudad de Daniel, ciertas cosas tendrían lugar. El versículo no dice ni una sola palabra acerca del tiempo en que la nación judía entraría a participar de los beneficios de la expiación. Habla definidamente del tiempo en que ocurrirían los eventos especificados, bien desconectados de si los israelitas como nación entrarían algún día a participar de estos beneficios. Una nueva extensión de vida estaba a punto de ser dada a la nación y la ciudad, y a Daniel se le informó, para gran angustia suya, que 70 semanas de aquella existencia renovada para el pueblo y la ciudad se les permitía para que "terminaran la prevaricación", etc.

Considérense, por ejemplo, las palabras "para expiar la iniquidad". No puede haber ninguna incertidumbre sobre el significado de esto. Negar que la reconciliación (o la expiación) se completó plena y finalmente cuando Cristo murió y resucitó sería negar el fundamento mismo del cristianismo. Además, el verdadero Israel - la parte creyente del pueblo de Daniel - sí entró inmediatamente en los beneficios de la expiación. Más allá de toda duda, pues, la semana 70 de la profecía era aquélla en que Cristo murió y resucitó y ascendió al cielo.

3. Sin embargo, este caso es fortalecido aun más por la evidencia corroboradora de Daniel 9:27. Hemos hallado un perfecto cumplimiento de este versículo (confirmando el pacto con muchos, y haciendo cesar el antiguo sistema de ofrendas) en la muerte expiatoria del Señor Jesucristo; y hemos mostrado que esta fue una obra supremamente grande y gloriosa a los ojos de Dios. Pero, más que esto, las cosas predichas en el versículo 27 fueron los mismos medios mediante los cuales las cosas que fueron predichas en el versículo 24 habrían de cumplirse.

Así, pues, la primera y la última parte de la profecía están unidas firmemente. Es imposible desprender la semana 70 de las otras 69 sin destruir la profecía como un todo. Porque, si la semana 70 consecutiva desde el punto de partida no era la número 70 del período profético, entonces ninguna de las seis cosas predichas ocurrieron dentro de ese período. Según aquella posición, todas ocurrieron en una brecha no mencionada entre la semana 69 (que no llevó "hasta el Mesías" y la semana 70, que todavía está en el futuro. Así, pues, de acuerdo con esta posición, la profecía ha sido falsificada completamente.

4. Dios ha provisto una prueba mediante la cual su pueblo ha de someter a prueba los dichos de alguien que asegura ser profeta del Señor. Porque está escrito que, si las cosas predichas por el profeta "no se cumplieren ni acontecieren, es palabra que Jehová no ha hablado; con presunción la habló el tal profeta; no tengas temor de él" (Deut. 18:22; véase también Juan 14:29). Puesta a prueba por esta regla, la profecía de las setenta semanas debe interpretarse de acuerdo con su sentido simple y ordinario; de lo contrario, los que buscaban el cumplimiento de ella en su tiempo habrían estado plenamente justificados al rechazarla como aquello que el Señor no había hablado.


POR QUÉ LAS SETENTA SEMANAS ESTÁN
DIVIDIDAS EN TRES PARTES


A menudo, se hace referencia al hecho de que la última semana se mencione por separado como si esto pudiera dar base para posponerla a un tiempo futuro. Pero esa circunstancia no ofrece ninguna razón en absoluto para insertar un período de tiempo, largo o corto, entre la semana 69 y la semana 70. El mensaje del ángel también menciona las primeras "siete semanas" separadas del resto. Pero nadie parece haber visto en esa circunstancia una razón para insertar algunos milenios entre esas dos partes de las setenta semanas. ¿Por qué, entonces, aplicar una regla diferente a la última semana, la más importante de todas las setenta, y sin la cual el período no tendría ningún significado?

De manera similar, el Señor Jesús mencionó "el tercer día" (después de su muerte) separado de los otros dos. Pero, ¿es eso una razón para insertar, digamos, un siglo o dos entre el segundo día y el tercero?

Ciertamente, la importancia trascendente de los sucesos de ese "tercer día" y de los de la última "semana" de las setenta es razón suficiente para mencionarlas por separado.

El período entero está bosquejado de esta manera: La primera porción consistía de siete sietes de "tiempos angustiosos", dentro de los cuales habría de cumplirse la reconstrucción del templo y de la ciudad, con sus calles y su muro; luego siguen sesenta y dos sietes hasta la manifestación de Cristo a Israel, es decir, hasta el tiempo en que Jesús de Nazaret fue "ungido con el Espíritu Santo y poder", y fue proclamado públicamente a todo el pueblo de Israel por Juan el Bautista; y luego viene la septuagésima y última semana, a la mitad de la cual "se le quitó la vida al Mesías", cumpliendo así el gran propósito de Dios y cumpliendo todas las cosas predichas en el versículo 24.

El período intermedio de las sesenta y dos semanas, dentro de las cuales no debía ocurrir ningún suceso profético, coincide con aquel tramo silencioso de años entre Malaquías y Juan el Bautista entre "la palabra del Señor a Israel por medio de Malaquías" y el día en que "la palabra de Dios vino a Juan hijo de Zacarías en el desierto" (Luc. 3:2) -- un período durante el cual no hubo ninguna voz de parte de Dios para su pueblo, ni ningún suceso en que se ve la mano del Señor activa en los asuntos del pueblo.

Algunas veces se ha intentado justificar la separación y la posposición de la septuagésima semana de Daniel haciendo referencia al hecho de que, cuando en la sinagoga de Nazaret, el Señor leyó en Isaías 61, se detuvo justo en la mitad de un pasaje (siendo las siguientes palabras "y el día de retribución") y dijo: "Hoy se ha cumplido esta palabra en vuestros oídos", dando a entender así que la parte que no leyó estaba todavía en el futuro (Luc. 4:16-21). Pero no se necesita gran discernimiento para ver que hay una amplia diferencia entre los dos casos. Porque, en primer lugar, Isaías no había dicho que las cosas predichas por él habrían de ocurrir dentro de cierto plazo. No dijo nada en absoluto acerca de eso; mientras que el tiempo en que los sucesos especificados habrían de tener lugar son la esencia misma de la profecía de las setenta semanas. Pero, lo que es igualmente importante, tenemos la palabra del Señor Jesús declarando (o por lo menos dando a entender) que sólo parte de la profecía de Isaías, como Él la había leído en sus oídos, se había cumplido en esa oportunidad. Pero no tenemos ninguna palabra ni sugerencia de parte de Él, ni de ninguna fuente a la que debamos prestar atención, al efecto de que la septuagésima semana de Daniel estaba todavía en el futuro.


LA MUCHEDUMBRE DE LAS ABOMINACIONES (DAN. 9:27)


Llegamos ahora a la última parte de Daniel 9:27 que, como lo presenta nuestra Versión Revisada de 1960, dice así: "Después con la muchedumbre de las abominaciones vendrá el desolador, hasta que venga la consumación, y lo que está determinado se derrame sobre el desolador".

Hay que reconocer que estas palabras son oscuras. Sin embargo, aun sin la ayuda de otras traducciones, es por lo menos claro que la principal predicción aquí es que la ciudad y el templo quedarían desolados, y que la desolación sería por un período prolongado -- "hasta que venga la consumación" ( o el fin). Además, también se da a entender que en el fin habría una restauración de la ciudad; y que, en el tiempo del fin, lo que había sido "determinado se derramaría sobre el desolador". Esta última predicción apunta al derramamiento de la ira de Dios sobre los agentes destructores, como está predicho en detalle en el libro de Apocalipsis (véase Apoc. 11:18, etc.).

Esta porción de la profecía fue repetida en esencia, y en un lenguaje mucho más claro, por el Señor Jesús en su Sermón del Monte, como está informado en Lucas 21. Aquí Jesús habla de "los días de retribución" (que corresponde a las palabras "vendrá el desolador") y declara, además, que "Jerusalén será hollada por los gentiles, hasta que se cumplan los tiempos de los gentiles" (Luc. 21:22, 24), lo que corresponde a las palabras "hasta la consumación" (o el fin).

Deseamos también llamar la atención a un paralelo entre los versículos 26 y 27 (de Daniel 9). La primera parte del versículo 26 predice que, después de sesenta y dos semanas, se le quitaría la vida al Mesías; y la primera parte del versículo 27 contiene la predicción paralela: "Y confirmará el pacto con muchos", "y a la mitad de la semana hará cesar el sacrificio y la ofrenda". La segunda parte de cada versículo habla de las desolaciones de la ciudad y el santuario. Este paralelo proporciona confirmación adicional de lo correcto de nuestra lectura de la profecía.

Las palabras "con la muchedumbre de las abominaciones" son muy oscuras, y se han hecho muchas sugerencias en cuanto a su significado. No las discutiremos quí, porque la Septuaginta tiene una traducción clara, y el hecho de que nuestro Señor la adoptó pone en ella el sello de autoridad. De acuerdo con esa versión, "la abominación desoladora" habría de ocurrirle a (o caer sobre) el templo, es decir, el templo sería destruido. En otras palabras, habría un agente o una fuerza, que Dios llama una "abominación", que habría de "desolar" el lugar.

El Señor Jesucristo usó la misma expresión cuando, al advertir a sus discípulos de la inminente destrucción de Jerusalén a manos de los ejércitos de Tito, dijo: "Por tanto, cuando veáis en el lugar santo la abominación desoladora de que habló el profeta Daniel (el que lee, entienda), entonces los que estén en Judea huyan a los montes", etc.

Esta referencia de nuestro Señor al último versículo de la profecía de las setenta semanas es un eslabón que conecta ese pasaje con su propia profecía en el monte de los Olivos. El gran valor de este eslabón conector aparecerá más adelante.

Según los léxicos hebreo y griego, la palabra traducida como "abominación" significa cualquier cosa particularmente despreciable o detestable. De aquí que se use algunas veces para referirse a un ídolo. Pero este es un significado secundario, y no parece haber sido usado en ese sentido en el Nuevo Testamento. En Lucas 16:15, se aplica a la codicia de los fariseos; en Tito 1:16, se aplica a los que niegan a Dios con sus obras; en Apoc. 21:8 y 27, se aplica también a personas impías. Por eso, no no hay nada, ni en Daniel 9:27 ni en Mateo 24:15 que justifique la idea de que esas profecías hablan de que el culto a los ídolos se estableciera en algún templo judío. Además, Cristo había repudiado el templo de Jerusalén (Mat. 23:38) llamándolo "vuestra casa"; y de allí en adelante no es reconocido como la casa de Dios. Mucho menos se le otorgará reconocimiento a un templo como el que podría ser levantado por los apóstatas sionistas. Por otra parte, la palabra de Dios deja bien claro, como esperamos mostrar más adelante, que la "abominación" que habría de "desolar" la ciudad y el santuario era el ejército de Tito, "el pueblo del príncipe que vendrá".

Ahora hemos completado nuestro examen, cláusula por cláusula, de la maravillosa profecía de las setenta semanas. Hemos hallado -- y sin ir más allá de la Escritura en busca de nuestras pruebas -- un significado claro y saisfactorio de cada declaración, un significado que es consistente con el alcance y el propósito de la profecía como un todo. Esa profecía tiene que ver con el más importante de todos los temas, la venida de Cristo a Israel, y su rechazo y su crucifixión por parte de Israel, con las maravillosas consecuencias de su sacrificio por los pecados, y su victoria sobre la muerte y la tumba.

No hemos basado nada en conjeturas ni suposiciones, y no hemos encontrado necesario recurrir a sistemas cronológicos, que son reconocidamente defectuosos e inseguros, ni depender de ninguna autoridad humana.

Además, la evidencia presentada en apoyo de nuestras conclusiones es de una clase tan simple que "la gente común" puede fácilmente entender y apreciar la fuerza de ella.

Y finalmente, por cuanto todas las pruebas presentadas aquí han sido tomadas de las Escrituras y los pasajes citados, el lector puede someter todas nuestras conclusiones a la prueba de la Escritura, y es su responsabilidad hacerlo. Por otra parte (y le damos mucha importancia a esto) todas y cada una de las interpretaciones actuales, que fijan el punto de partida de las setenta semanas en una fecha posterior al decreto de Ciro, están basadas en algún esquema cronológico, construido sobre tradiciones paganas, oscuros archivos históricos, adivinanzas de eclipses, y cálculos astronómicos, que el lector ordinario no tiene absolutamente ningún modo de verificar.


EL DECRETO DE CIRO NUEVAMENTE


Al concluir esta parte de nuestro estudio, deseamos llamar la atención nuevamente a aquel gran hito histórico, el decreto del rey Ciro, que, por expresa designación de Dios, ocurre entre dos eras proféticas y marca el fin de una y el principio de otra. La primera era consistía de setenta años de "desolación", durante los cuales el pueblo fue castigado por su "transgresión" de la ley y los profetas. La otra consistía de setenta veces siete años, durante los cuales el pueblo debía "terminar la transgresión" al rechazar el evangelio del reino y crucificar a Aquél que vino a traer las buenas nuevas y a anunciar la paz (Isa. 52:7; Hech. 10:36).

Era ciertamente un decreto extraordinario. Primero, porque había sido predicho claramente por Isaías, por quien también fue dado a conocer el nombre del monarca que habría de dictarlo; segundo, cuando el tiempo llegó para que "saliera", ese monarca se convirtió en el único gobernante del mundo; y tercero, Dios mismo despertó el espíritu d Ciro para que dictara el decreto y lo hiciera proclamar por todos sus dominios.

En relación con esto, debe observarse que, por cuanto Dios había dicho que las setenta semanas habrían de comenzar "desde la salida" de la orden para restaurar y edificar Jerusalén, el registro inspirado tiene cuidado de llamar nuestra atención al hecho de que Ciro no sólo dio la orden sino que también "lo hizo pregonar por todo su reino" (Esdras 1:1).

Todos estos hechos dan testimonio de la excepcional importancia de este histórico decreto;  y también proporcionan una fuerte certeza de que en él tenemos el verdadero punto de partida para el período profético de setenta semanas. Era ciertamente un nuevo comienzo -- como una resurrección de los muertos -- para Jerusalén y el pueblo de Israel. Era el renacimiento de la nación.

A nada en toda la historia del pueblo escogido, con la sola excepción del Éxodo de Egipto, se le da tanta importancia en el Nuevo Testamento como al regreso desde Babilonia. Fue predicho por los profetas, cantado por los salmistas, registrado por los historiadores. Sobresale con tal prominencia de las páginas de la inspiración que asombra cómo tantos estudiantes de la Escritura no hayan captado su importancia, y hayan andado tanteando en la oscuridad en busca de algún otro decreto que sirva como punto de partida de aquella divina línea de medida que habría de alcanzar "hasta el Mesías príncipe".


EL RESTO DE LA SEPTUAGÉSIMA SEMANA


En este punto de nuestra exposición, parece deseable tomar nota de una pregunta que ha surgido en las mentes de algunos en relación con la fracción de la septuagésima semana que quedó después de la muerte, resurrección y ascensión de Cristo, por las cuales se cumplieron las predicciones del versículo 24 (de Daniel 9), así como las de la primera mitad del versículo 27. A algunos les parece que nuestra exposición deja fuera tres años y medio. Sin embargo, si prestamos atención a los términos de la profecía, veremos claramente que no se justifica tal pregunta para nada. Es evidente que los que hacen esa pregunta no tienen en cuenta el hecho de que, en esta profecía, la unidad de medida de tiempo es una héptada, no un año. Si pensamos en la septuagésima "semana" como un período de siete años, entonces ciertamente parecería que hubo más de tres años que no se tomaron en cuenta en esta exposición. Pero si, por otra parte, consideramos la profecía como fue dada, es decir, en héptadas, no en años, entonces se verá claramente que todas las siete héptadas han sido tomadas en cuenta. Porque nuestra exposición simplemente sigue los términos de la profecía, que son bastante claros, y que ubican ciertos sucesos "a la mitad de" la última héptada, pero no ubican ningún suceso al final de ella. Por consiguiente, si alguna porción del período determinado queda fuera, la culpa es de la profecía misma, no de la exposición de ella por parte del escritor. Pero el hecho es que la profecía toma en cuenta primero sesenta y nueve héptadas (que llegaron "hasta el Mesías") y luego toma en cuenta específicamente la héptada restante, y la totalidad de ella, diciendo lo que habría de ocurrir a la mitad de ella. Así, pues, la profecía (y la exposición que simplemente la sigue) no dejan por fuera ninguna porción del período profético.

Los que suscitan la pregunta anterior deben asumir, además, que algún suceso predicho habría de marcar el fin mismo de la última "semana" del período determinado. Pero un vistazo a la profecía misma bastará para mostrar que tal suposición es contraria a los términos de ella. Por los términos expresos de la profecía, el punto culminante de las cosas predichas en ella -- es decir, la muerte, la resurrección y la ascensión de Cristo -- habría de tener lugar, no al final de la última semana, sino "a la mitad de la semana" (v. 27).

Según el versículo 24, que da la esencia de la profecía en forma condensada, seis cosas específicas ocurrirían dentro de un período medido de setenta héptadas, comenzando, como aparece en el versículo 25, desde la salida del decreto para restaurar y edificar Jerusalén, las cuales cosas requerían para su cumplimiento que Cristo muriera, resucitara, y ascendiera al cielo. Por el hecho de que se mencionan siete héptadas, sería razonable inferir que
sería necesario el número completo (setenta) para el pleno cumplimiento de la profecía; y esta inferencia queda confirmada y convertida en certeza por lo que sigue inmediatamente; porque el siguiente versículo dispone de sesenta y nueve semanas, que llegan sólo "hasta el Mesías", dejando todas las seis cosas predichas todavía por tener lugar. De aquí que, por necesidad, deben tener lugar en la septuagésima héptada.

Pero, hasta ahora, no hay nada que indique en qué parte de la semana restante habrían de cumplirse esas cosas. Por consiguiente, si hubiesen ocurrido el principio de ella, la profecía se habría cumplido perfectamente hasta ahora, no dejando por fuera ninguna parte de las setenta semanas. Debe recordarse que no manejamos años sino héptadas. Pero el último versículo de la profecía es más específico. Contiene la afirmación específica de que los grandes sucesos que habrían de cumplir las predicciones del versículo 24 ocurrirían "a la mitad de" la última héptada. Y, en concordancia con esto, aparece claramente en el evangelio de Juan que la crucifixión de nuestro Señor tuvo lugar a la mitad de la héptada que comenzó con el bautismo de Cristo y su manifestación a Israel (Juan 1:31), que comenzó, en otras palabras, al final de las sesenta y nueve héptadas que llegaron hasta el Mesías. Así, pues, el período entero especificado en la profecía es tomado en cuenta en su totalidad.

En relación con esto, es pertinente señalar que las Escrituras usualmente dejan fuera restos fraccionarios de una unidad de tiempo, ya sea un día, una semana, un mes, o un año. Así, pues, si se predijera que algo (como el regreso desde Babilonia) ocurriría en un cierto año, su ocurrencia en el primer mes de ese año sería un cumplimiento perfecto de la predicción, y los restantes once meses simplemente serían dejados fuera por considerárselos sin importancia para los fines de la profecía.

O, para tomar otro ejemplo, nuestro Señor declaró a sus discípulos concerniente a su muerte y resurrección cercanas que "en tres días" y "después de tres días", Él resucitaría. Por consiguiente, si resucitó en la primera hora del tercer día, su predicción se cumplió, no siendo importantes las horas restantes de ese día por lo que concernía a la predicción. No había que tomarlas en cuenta.

Se puede ver en seguida que, si una profecía requiriese que ocurriese cierto suceso en un día específico, y ese algo fuese a ocurrir como al mediodía de ese día, la profecía se habría cumplido perfectamente, y no habría nada en absoluto que preguntar sobre lo que sucede con el restante medio día. Esto es así precisamente con las setenta semanas porque es obvio que no hace ninguna diferencia que la unidad de tiempo en este caso sea una "semana" en vez de un día. Pero la profecía que estamos estudiando es más definida que la ilustración supuesta, en que declara específicamente que las cosas predichas ocurrirían a la mitad de la última semana.

Varios capaces expositores, incluyendo al Dr. Pusey y al Dr. Taylor, a cuyas obras ya nos hemos referido, sugieren que la fracción de una "semana" que quedaba sin expirar en la fecha de la crucifixión medía el tiempo (terminando con el martirio de Esteban) durante el cual el evangelio se predicó exclusivamente a los judíos. Pero, por cuanto la fecha de la muerte de Esteban no se sabe con certeza, podemos aceptar lo anterior sólo como una posibilidad. En nuestra opinión, la profecía no requiere que un suceso específico marque el fin de la última semana, aunque la muerte de Esteban puede haber sido ese suceso.


LA MEDIDA DE TIEMPO PROFÉTICO DE DIOS

A causa de la gran importancia del tema de la medida del tiempo profético de Dios, y de todo lo que dependa de él, regresamos nuevamente a él con el propósito de hacer una declaración concisa de nuestras conclusiones con relación a ella y las razones en que se basan.

El mensaje de Gabriel, que se halla en Daniel 9:24-27, difiere de todas las otras profecías en varios aspectos, y principalmente en que contiene una línea de medición de longitud "determinada", por la cual habían de medirse los años desde un punto dado (uno de los grandes hitos de la historia judía) hasta la venida del Mesías y el cumplimiento de su obra de redención. La longitud completa de esa línea era de setenta "héptadas", es decir, sietes (o "semanas") de años, haciendo una longitud total de 490 años. El propósito declarado de la profecía (v. 24) era predecir el tiempo exacto de la ocurrencia de ciertas cosas que son de suprema importancia para la humanidad.

Además, la profecía revela que la última héptada, o "semana", de las setenta habría de ser la era más importante de todos los tiempos, porque, en esa "semana", se le quitaría la vida al Mesías y no tendría nada (el cual acto de impiedad por parte de los judíos "terminaría la transgresión" y traería el juicio sobre ellos); y porque en ella también el nuevo pacto "con muchos" se confirmaría en su sangre (Mat. 26.28), los numerosos sacrificios y oblaciones de la ley serían desplazados por el "único sacrificio" de Cristo (Heb. 10:9), se pondría fin al pecado, se haría la reconciliación (o la expiación) por la iniquidad, se traería la justicia perdurable, y el (lugar) santísimo sería ungido. Uno sólo tiene que leer con el debido cuidado las sencillas palabras de la gran profecía para ver que llega a su punto culminante en la "semana" en que tendrían lugar la muerte y la resurrección de Cristo y la venida del Espíritu Santo, es decir, en la última semana de las setenta; por esto, quitar esa semana de su lugar en la serie, y "posponerla" para un tiempo en el futuro lejano, simplemente hace estragos en la profecía entera.

Adicionalmente, a la luz de esta segura palabra de la profecía, es fácil ver que, cuando el Señor Jesús comenzó a predicar en Galilea diciendo: "El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos y creed al evangelio" (Mar. 1:14, 15), se refería al "tiempo" medido o "determinado" en esta profecía, y a que estaba llamando al pueblo de Israel a "arrepentirse" y a "creer", como condición para recibir el nuevo nacimiento (Juan 3:3, 5) y por lo tanto entrar en la salvación del reino de Dios.

Cierto es que la mayor parte del pueblo, y casi todos los dirigentes, rehusaron arrepentirse y creer las buenas nuevas; y la razón era que el Mesías que esperaban sería un príncipe temporal y un héroe conquistador, y el reino que esperaban era la restauración del dominio terrenal a Israel y el restablecimiento del trono de David en Jerusalén.

Sin embargo, es imposible que, cuando el Señor dijo: "El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado", haya estado hablando de la restauración del reino a Israel porque "el tiempo" de ese suceso (suponiendo, lo cual nosotros no admitimos, que alguna vez ocurra) no ha sido revelado a nadie, ni siquiera al mismo Hijo de Dios (Mat. 24:36). Esto queda probado de manera concluyente por la respuesta del Señor a la pregunta que le hicieron los discípulos después de su resurrección: "Señor, restaurarás el reino a Israel en este tiempo?" Su respuesta fue: "No os toca a vosotros saber los tiempos o las sazones, que el Padre puso en su sola potestad" (Hech. 1:6, 7). Pero sucede lo contrario con respecto al reino de Dios, que es "justicia, y paz, y gozo en el Espíritu Santo" (Rom. 14:17), o en otras palabras, el día de salvación y el año aceptable del Señor; porque esa es una era cuya "línea" estaba fijada en los consejos de Dios, y definidamente predicha en la profecía de las setenta semanas, además de ser anunciada por Juan el Bautista y el mismo Señor. O, para expresar la idea en términos diferentes, el "tiempo" de la primera venida de Cristo fue definitivamente "determinado" y predicho, y por lo tanto, está escrito que "cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo para redimir a los que estaban bajo la ley" (Gál. 4:4, 5); pero el "tiempo" de su segunda venida se mantiene secreto en los consejos no revelados del Padre.

En relación con esto, debe obervarse especialmente que uno de los usos más importantes de esta profecía es un testimonio contra los judíos, porque prueba de manera concluyente que Jesús de Nazaret, que vino en el tiempo predicho, y que cumplió las cosas predichas -- es decir, hizo expiación por el pecado, trajo la justicia sempiterna, confirmó el nuevo pacto, quitó los sacrificios de la ley, etc. -- es el verdadero Mesías. Porque ahora que las "setenta semanas determinadas", dentro de las cuales el Mesías habría de venir y se le quitaría la vida, pasaron hace mucho tiempo, es absolutamente imposible que pueda venir alguien y cumplir la profecía. Por esto, el elemento tiempo es de vital importancia.

Pero este uso de la profecía queda completamente frustrado por la idea actual de que  el metro de Dios es elástico, y que  tenía el propósito - no de medir setenta semanas de años, como lo han entendido todas las personas de mente sencilla - sino de ser estirado hasta una longitud de miles de años, y que las cosas predichas en los versículos 24 y 27 no se han cumplido todavía. Por cuanto el evidente propósito de la profecía era limitar el "tiempo" - dentro del cual habrían de cumplirse aquellas cosas vitales de las cuales depende la salvación del hombre - se sigue que posponer la septuagésima semana para un futuro distante hace naufragar la profecía entera.

La alteración del metro de Dios del cual estamos hablando ha sido afectada por el extraño recurso de insertar muchos siglos de tiempo (más de mil novecientos años hasta ahora) entre la semana sesenta y nueve y la semana setenta. Y el resultado es que, en vez de un plazo definido y "determinado" de 490 años, tenemos uno que ya tiene más de 2400 años, y aumenta todos los días.

Nada puede ser más evidente que la utilidad de una línea de medición depende, primero, de su exactitud, y segundo, del conocimiento que el usuario tenga de su longitud. Por esta razón, manipular y alterar las dimensiones de un patrón de tiempo o espacio, o cambiar la ubicación de cualquiera de sus marcas, es destruir su utilidad. En el caso de la cinta métrica de Daniel 9:24-27, hay dos marcas intermedias. Una está al final de las siete héptadas, que indica la terminación de las calles y el muro de la ciudad, y también aparentemente el fin de la profecía del Antiguo Testamento en los días de Malaquías; la otra marca está en el extremo de la héptada sesenta y nueve, que llegaba "hasta el Mesías príncipe". Esta subdivisión del período entero de setenta semanas tiene el efecto (evidentemente a propósito) de separar de manera especial la última semana; y la razón obvia para esto es concentrar la atención en ese particular período de tiempo dentro de cuyos breves límites habrían de ocurrir los sucesos más estupendos de todos los tiempos, a saber, la crucifixión y la resurrección del Divino Redentor, y la venida del Espíritu Santo. Así, pues, el punto culminante de la profecía cae dentro de la última semana; y se sigue que sacar esa semana de su propio lugar es hacer estragos en la Escritura. Y esto no queda razonablemente abierto a discusión por cualquiera que crea que Jesús de Nazaret es el Mesías prometido; porque es cierto que, si el Mesías vino efectivamente al final de las 69 semanas, como está predicho en el versículo 25, entonces le fue quitada dentro de la siguiente semana de años consecutiva, y que en esa semana consecutiva (la septuagésima del tiempo real histórico), Él cumplió todas las predicciones de los versículos 24 y 27.

Pero, no sólo ha sido alterada la cinta métrica de Dios, como ya se ha dicho, sino que ha sido cambiada de una cinta de una longitud determinada a una de longitud indeterminada. (Parecería realmente que la palabra "determinada" hubiese sido insertada en el mensaje del ángel como una alerta y una advertencia contra esta misma mutilación). Porque, de acuerdo con la idea que estamos discutiendo, el número de años que se insertarían entre la semana 69 y la semana 70 todavía es una cantidad desconocida. La última semana, cuando se la separa así de sus 69 compañeras, no pertenece en absoluto a ninguna serie conocida. En nuestra opinión, esto no sólo destruye la utilidad de la profecía, sino que la convierte en un absurdo. Porque una medida de tiempo o espacio, aun cuando se la manipule, todavía es una medida de cantidad fija, si bien engañosa, por lo inexacta. Pero una medida que no tiene en absoluto ningún límite, una medida que continúa alargando sus dimensiones, que desde una longitud original de 490 años ya se ha estirado hasta 2400 años, y todavía continúa alargándose, no es en absoluto ninguna línea de medición. Es un absurdo.

Finalmente, está claro, más allá de toda disputa, que la exposición que estamos discutiendo desprende
enteramente los sucesos predichos en los versículos 24 y 27 de las setenta semanas proféticas, de las cuales estos versículos constituyen la misma alma y esencia, y deja que ocurran donde sea. En realidad, esta exposición separa las predicciones del versículo 27 enteramente de Cristo y las transfiere a algún futuro anticristo, aunque de esa característica del caso no necesitamos hablar en este momento. Se sigue que, así como los judíos, habiendo cerrado los ojos a la venida del Mesías príncipe en el tiempo predicho, y al pleno cumplimiento de ésta y otras profecías en su día (Hech. 13:27) al serle quitada la vida, están buscando vagamente un cumplimiento de sus expectativas en algún tiempo indefinido del futuro, así también los expositores a que aludimos, habiendo cerrado sus ojos al pleno cumplimiento de los versículos 24 y 27 en la actual septuagésima semana desde su punto de partida, buscan vagamente y en vano algún otro cumplimiento, en un tiempo futuro indefinido, en las imaginarias actividades de algún anticristo, que ellos dicen (pero sin una sola palabra de apoyo de la Escritura) hará un trato con "muchos" judíos acerca de renovar los sacrificios del templo, y violarán ese supuesto acuerdo después de tres años y medio. La única diferencia es que, mientras que los judíos han echado la profecía por la borda completamente, los expositores aludidos están tratando de mostrar respeto por ella y de hacerla concordar con su interpretación, mediante el recurso de trasladar la última semana de las setenta a los siglos de nuestra era, con el propósito de hallar un lugar para ella en el mapa del tiempo cuando su imaginario cumplimiento tenga lugar - si es que alguna vez lo hace.

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