Philip Mauro
LAS SETENTA SEMANAS Y
LA GRAN TRIBULACIÓN

Un estudio de las dos últimas visiones de Daniel y del
discurso del Señor Jesucristo en el Monte de los Olivos

Philip Mauro
(1921)


CAPÍTULO 3

DETALLES DE LAS SETENTA
SEMANAS

Habiéndonos asegurado del verdadero punto de partida, ahora podemos proceder con confianza a un examen de los detalles de la profecía. Pero, a medida que seguimos adelante, será necesario someter a prueba cada una de las conclusiones por medio de las Escrituras, y tener cuidado de no aceptar nada que no esté sustentado por amplias pruebas.

La parte profética del mensaje del ángel comienza en el versículo 24, que en nuestra versión de la Biblia dice así:

"Setenta semanas están determinadas sobre tu pueblo y sobre tu santa ciudad, para terminar la prevaricación, y poner fin al pecado, y expiar la iniquidad, para traer la justicia perdurable, y sellar la visión y la profecía, y ungir al santo de los santos".

He aquí seis cosas diferentes que habrían de ocurrir dentro de un período claramente definido de setenta sietes de años (490 años). Estas seis cosas específicas están estrechamente relacionadas las unas con las otras, porque todas están conectadas por la conjunción "y".

Este versículo, que es en sí mismo una profecía completa, no da información con respecto al punto de partida de los 490 años ni los medios por los cuales los sucesos predichos habrían de llevarse a cabo. Sin embargo, esa información se da en los versículos que siguen. Por ellos, nos enteramos de que el período profético habría de comenzar a contarse "desde la salida de la orden para restaurar y edificar a Jerusalén"; también, que habrían de transcurrir sesenta y nueve semanas (siete más sesenta y dos) "hasta el Mesías Príncipe", y además, que, "después de las sesenta y dos semanas, se quitará la vida al Mesías". Era por la muerte del Mesías que las seis predicciones del versículo 24 habrían de cumplirse. Hay que tomar nota cuidadosamente de esto.

Así, pues, tenemos ante nosotros una profecía de trascendental interés, un período de tiempo predicho desde el recomienzo de la nación judía y la reconstrucción de la santa ciudad, hasta el evento culminante de toda la historia y de todas las edades en el tiempo, la crucifixión del divino Redentor. Estas son cosas en la cuales los ángeles desean mirar (1 Ped. 1:12); y ciertamente, nuestros corazones deberían movernos a inquirir en ellas, no con un espíritu de curiosidad carnal, ni con ningún propósito de sustentar un esquema favorito de interpretación profética, sino con el deseo reverente de enterarnos de todo lo que a Dios le ha complacido revelar tocante a este asunto que es de la mayor importancia  y es de lo más sagrado.

Los versículos 25-27 también predicen los abrumadores y exterminadores juicios - las "desolaciones" que habrían de caer sobre el pueblo y la ciudad, y que habrían de durar durante toda esta dispensación.

Las primeras palabras del versículo 25: "Sabe, pues", muestran que lo que sigue explica la profecía contenida en el versículo 24. De esto también debe tomarse nota cuidadosa.

Para entender correctamente la profecía, es esencial tener presente que las seis cosas del versículo 24 debían cumplirse (y ahora se han cumplido) por la muerte de Cristo y por lo que siguió inmediatamente después, a saber, su resurrección de los muertos y su ascensión al cielo. Teniendo en mente ese simple hecho, será fácil "entender" todos los puntos principales de la profecía.

Éstos son los seis puntos predichos:

1. Terminar la prevaricación. Por mucho tiempo, la "transgresión" de Israel había sido la carga de los mensajes de los profetas de Dios. Fue por la "transgresión" de Israel por lo que los israelitas habían sido enviados al cautiverio, y por lo que su tierra y su ciudad habían quedado "desoladas" por setenta años.

Daniel mismo había confesado esto, diciendo: "Todo Israel traspasó tu ley apartándose para no obedecer tu voz; por lo cual ha caído sobre nosotros la maldición" (ver. 11). Pero el ángel le reveló la angustiosa noticia de que la plena medida de la "transgresión" de Israel todavía no se había completado; que los hijos todavía tenían que llenar la iniquidad de sus padres; y que, como consecuencia, Dios traería sobre ellos una "desolación" mucho mayor que la que había traído Nabucodonosor. Porque "terminar la prevaricación" no podía significar nada menos ni otra cosa que la traición y la crucifixión de su prometido y esperado Mesías.

En este punto, deseamos llamar la atención de manera particular a las palabras que el Señor Jesús dirigió a los líderes del pueblo poco antes de ser traicionado, pues hay en ellas una notable similitud con las palabras de la profecía de Gabriel. Dijo Jesús: "Vosotros también llenad la medida de vuestros padres ... para que venga sobre vosotros toda la sangre justa que se ha derramado sobre la tierra" (Mat. 23:32, 35). En estas palabras de Cristo, encontramos, primero, una declaración de que la hora había llegado para que ellos "terminaran la prevaricación"; y segundo, una fuerte indicación de que las predichas "desolaciones" habrían de venir, como juicio, sobre quella generación, como se ve por las palabras "para que venga sobre vosotros".

Las palabras finales de nuestro Señor en esa ocasión tienen gran significación cuando se las considera a la luz de esta profecía. Dijo: "De cierto os digo que todo esto vendrá sobre esta generación"; y luego, a medida que la terrible suerte de la ciudad amada apretaba su corazón, prorrumpió en el lamento: "¡Jerusalén, Jerusalén!", terminando con las significativas palabras: "He aquí, vuestra casa os es dejada desierta".

La naturaleza terrible y sin paralelo de los juicios que fueron derramados sobre Jerusalén en el momento de su destrucción en 70 D. C. se ha perdido de vista en nuestros días. Pero si quisiéramos enterarnos de cuán gran suceso fue a los ojos de Dios, sólo tenemos que considerar la angustia de alma de nuestro Señor cuando pensó en ello. Aun en camino a la cruz, significaba más para él que los propios sufrimientos que se acercaban (Luc. 21:28-30).

El apóstol Pablo también habla en términos similares de las transgresiones de aquella generación de judíos, que no sólo crucificaron al Señor Jesús y luego rechazaron el evangelio que se les predicó en el nombre de Él, sino que prohibieron que se les predicara a los gentiles. Porque el apóstol dijo que ellos "así colman siempre la medida de sus pecados, pues vino sobre ellos la ira hasta el extremo" (1 Tes. 2:15, 16). Porque ciertamente estaban a punto de experimentar la ira de Dios "al extremo" en la cercana destrucción de Jerusalén, y en la dispersión del pueblo entre las naciones del mundo, para que sufriesen extremas miserias en las manos de ellos. Estos textos son de mucha importancia en relación con nuestro estudio actual, y tendremos ocasión de referirnos a ellos nuevamente.

No es difícil discernir por qué la lista de las seis grandes cosas comprendidas en esta profecía estaba encabezada por la terminación de la prevaricación; porque el mismo acto que constituía el pecado culminante de Israel, también servía para quitar de en medio el pecado (Heb. 9:26) y obtener eterna redención (Heb. 9:12). Porque ciertamente le tomaron, y con manos impías le crucificaron y le mataron; pero fue "por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios" (Hech. 2:23). Los poderes y las autoridades de Judea y Roma, con los gentiles y el pueblo de Israel, ciertamente se reunieron contra Él; pero fue para hacer lo que la propia mano y el consejo de Dios habían antes determinado que sucediera (Hechos 4:26-28).
En todo lo que se nos ha dado a conocer, no hay nada más maravilloso que el hecho de que el pueblo y sus gobernantes, porque no le conocían, ni conocían las palabras de sus propios profetas, que eran leídas cada sábado, las cumpliesen al condenarle (Hech. 13:27). Por consiguiente, entre las muchas profecías que entonces se "cumplieron", hay una promesa de lo que forma el tema de nuestro estudio actual.

2. Poner fin al pecado. Sobre este punto no necesitamos explayarnos mucho porque ya hemos llamado la atención a las maravillosas obras de la sabiduría de Dios al hacer que el extremo pecado del hombre sirviese para ejecutar eterna redención, y de ese modo, proporcionar un remedio completo para el pecado. Porque la crucifixión de Cristo, aunque fue verdaderamente una obra de diabólica maldad de parte del hombre, fue por su propia parte la ofrenda de sí mismo sin mancha para Dios como sacrificio por los pecados (Heb. 9:14). Fue así como Él "ofreció para siempre un solo sacrificio por los pecados" (Heb. 10:12).

Entendemos que el sentido en que la muerte de Cristo "puso fin al pecado" era que, por ello, hizo una perfecta expiación por los pecados, como está escrito en Hebreos 1:3, "habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo" y en muchos pasajes semejantes. Debe notarse, sin embargo, que la palabra hebrea  correspondiente a "pecados" en este pasaje significa, no sólo el pecado mismo, sino también, y por lo tanto, el sacrificio.  De aquí que algunos piensen que lo que el ángel predijo aquí era poner fin a la ofrenda por el pecado requerida por la ley. Ese era, ciertamente, un resultado incidental, y se menciona expresamente en el versículo 27. Pero la palabra usada en ese versículo no es la que se encuentra en el versículo 24, que significa pecado u ofrenda por el pecado. Es  una palabra diferente, que significa sacrificio. Concluimos, por tanto, que las palabras "poner fin al pecado" deberían ser tomadas en su sentido más obvio.

3. Expiar la iniquidad. La palabra que aquí se ha traducido como "reconciliación" se traduce por lo general "expiación" - pero, según la concordancia de Strong, expresa también la idea de aplacar o reconciliar. Por consiguiente, vamos a suponer que nuestros traductores tenían buenas razones para usar la palabra "reconciliación". Sin embargo, si se considera que "expiación" es la mejor traducción, la conclusión no se vería afectada, pues, tanto "la expiación" como "la reconciliación" fueron efectuadas mediante la muerte de Cristo en la cruz.

La necesidad de la reconciliación surge del hecho de que el hombre es, por naturaleza, no sólo pecador, sino también enemigo de Dios (Rom. 5:8,10). Además, es porque es pecador que también es enemigo. Como pecador, necesita ser justificado; y como enemigo, necesita ser reconciliado. La muerte de Cristo como sacrificio expiatorio cumple ambas en el caso de todos los que creen en Él. En Romanos 5:8-10, estas dos cosas, diferentes pero estrechamente relacionadas entre sí, están claramente establecidas. Porque allí leemos, primero, que, "siendo aun pecadores, Cristo murió por nosotros", y segundo, que, "siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo".

La reconciliación tiene que ver directamente con el reino de Dios en que significa traer de vuelta a los que eran rebeldes y enemigos para que se conviertan en súbditos voluntarios y leales de Dios. En relación con esto, debe prestarse atención al gran pasaje de Colosenses 1:12-22, el cual muestra que, como resultado de la muerte de Cristo, los que tienen "redención por su sangre, el perdón de pecados" (v. 14), son también trasladados al reino de su amado Hijo (v. 13), "haciendo la paz mediante la sangre de su cruz, para por medio de él reconciliar consigo todas las cosas"; y el apóstol añade: "Y a vosotros también, que erais en otro tiempo extraños y enemigos en vuestra mente, ahora os ha reconciliado en su cuerpo de carne, por medio de la muerte" (vv. 20-22).

Por consiguiente, es  cierto que, cuando Cristo Jesús murió y resucitó, se llevaron a cabo plena y finalmente la expiación por el pecado y la reconciliación para los enemigos de Dios como un hecho histórico. Es importante, y de hecho esencial, para entender correctamente esta profecía, tener presente que la expiación y la reconciliación habrían de efectuarse, y se efectuaron, dentro del plazo de setenta semanas desde la salida del decreto del rey Ciro.

Se ve, pues, que la profecía tiene que ver con el grande y eterno propósito de Dios de establecer a su reino - y traer a él pecadores perdonados y reconciliados como súbditos voluntarios y leales de Cristo, el Rey. Y cuando el tiempo se acercó, el reino fue proclamado por el Señor y por su precursor diciendo que "se ha acercado". Cuando se consideran en relación con la profecía de Gabriel,
las palabras del propio Señor son muy significativas. Dijo: "El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado" (Mar. 1:15). El tiempo del cual hablaba era el declarado en esta gran profecía; que es la única profecía que da el tiempo de su venida. De aquí que sus palabras fueran realmente el anuncio de su muerte, resurrección, y entronización cercanas en el cielo como el Rey celestial del reino celestial de Dios.

4. Para traer la justicia perdurable. La justicia es el rasgo más prominente del reino de Dios. Para demostrar esto, sólo tenemos que citar aquellos pasajes familiares: "Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia" (Mat. 6:33); "el reino de Dios es justicia y paz, y gozo en el Espíritu Santo" (Rom. 14:17). Una característica de la justicia de Dios, que él "traería" por medio del sacrificio de Cristo (Rom. 3:21-26), es que dura para siempre; y esto es lo que enfatiza la profecía. Había que hacer una obra, y ahora ha sido hecha, que traería la justicia perdurable - perdurable porque está basada en la cruz, como lo predijo también Isaías: "Mi justicia permanecerá perpetuamente" (Isa. 51:8)). Ahora Jesucristo nos ha sido hecho por Dios sabiduría (1 Cor. 1:30); y esto es en cumplimiento de otra gran promesa: "He aquí que vienen días, dice Jehová, en que levantaré a David renuevo justo, y reinará como Rey, el cual será dichoso, y hará juicio y justicia en la tierra. En sus días será salvo Judá, e Israel habitará confiado; y este será su nombre con el cual le llamarán: JEHOVÁ, JUSTICIA NUESTRA" (Jer. 23:5, 6).

5. Sellar la visión y la profecía. Entendemos esto como el sellamiento de la palabra de la profecía de Dios para los israelitas, como parte del castigo que ellos atrajeron sobre sí mismos. La palabra "sellar" algunas veces significa, en un sentido secundario, asegurar, puesto que lo que está herméticamente sellado está seguro, para evitar que sea manipulado. De aquí que algunos hayan entendido esto meramente en el sentido de que la visión y la profecía habrían de cumplirse. Pero no sabemos que la palabra "sellado" se use en ese sentido en las Escrituras. Porque, cuando se quiere significar el cumplimiento de la profecía, se usa la palabra "cumplir". Creemos que la palabra debe entenderse aquí en su sentido primario, porque fue claramente predicho, como rasgo prominente del castigo de Israel, que tanto la visión como el profeta - es decir, tanto los ojos como los oídos - serían cerrados, de modo que viendo no verían, y oyendo no oirían (Isa. 6:10).

Además, este mismo sellamiento de la visión y la profecía como parte del castigo de Israel fue predicho por Isaías en aquel gran pasaje donde habla de Cristo como la piedra angular (Isa. 28:16). Seguidamente, hay una predicción de "ayes" para la ciudad donde David vivió (29:1). Así que aquí tenemos una profecía paralela a la de Gabriel. Esta última hablaba de que el "cortamiento" del Mesías sería seguido por la destrucción de Jerusalén; e Isaías también hablaba de Cristo como la piedra angular de Dios, puesta en Sión (la resurrección) y luego del derrumbe de la Sión terrenal. En cuanto a este derrumbe, Dios habla muy claramente por medio de Isaías, diciendo: "Porque acamparé contra ti alrededor, y te sitiaré con campamentos, y levantaré contra ti baluartes. Entonces serás humillada" (Isa. 29:3-4). Luego el profeta habla de una tormenta y una tempestad y un fuego devorador 
venideros, y también de la multitud de naciones que habrían de luchar contra la ciudad (vv. 6-9). Y luego vienen estas significativas palabras: "Porque Jehová derramó sobre vosotros espíritu de sueño, y cerró los ojos de vuestros profetas, y puso velo sobre las cabezas de vuestros videntes. Y os será toda visión como palabras de libro sellado (vv. 10, 11). Esto corresponde manifiestamente a las palabras de Gabriel sobre "sellar la visión y el profeta". Además, la palabra "sellado" en Isaías 29:11 es la misma que la de Daniel 9:24. Estas palabras de Isaías también hacen una descripción notablemente precisa de la ceguera espiritual del pueblo y sus gobernantes en los días de Cristo, los que, aunque leían a los profetas cada día de sábado, puesto que no conocían sus voces, las cumplieron al condenar a Jesús (Hechos 13:27).

El cumplimiento de Isaías también cabe aquí. Porque el Señor mismo declaró que, en sus días, se cumplió la palabra: "Anda y dí a este publo: Oíd bien, y no entendáis; ved por cierto, mas no comprendáis. Engruesa el corazón de este pueblo, y agrava sus oídos, y ciega sus ojos, para que no vea, ni oiga con sus oídos, ni su corazón entienda, ni se convierta, y haya para él sanidad" (Isa. 6:9, 10; Mat. 13:14, 15). Juan también cita esta profecía y la aplica a los judíos de su tiempo (Juan 12:39-41); y Pablo hace lo mismo (Hechos 28:25-27).

De aquí que debamos notar con profundo interés la pregunta que esta sentencia de juicio impulsó a Isaías a hacer, y la respuesta que recibió. Evidentemente, el profeta entendió que el juicio pronunciado en las palabras citadas arriba habría de ser de terrible severidad, porque en seguida inquirió ansiosamente "cuánto" habría de durar el período de ceguera judicial. La respuesta fue: "Hasta que las ciudades estén asoladas y sin morador, y no haya hombre en las casas, y la tierra esté hecha un desierto; hasta que Jehová haya echado lejos a los hombres, y multiplicado los lugares abandonados en medio de la tierra" (Isa. 6:11, 12).

Aquí tenemos una clara predicción de lo que Cristo mismo profetizó tocante a la desolación de Judea y la dispersión de los judíos entre las naciones (Luc. 21:24).

6. Ungir al santo de los santos. Cuando estos documentos se escribieron por primera vez y se publicaron en forma de entregas, éramos de la opinión de que esta predicción tuvo su cumplimiento en la entrada del Señor Jesucristo en el santuario celestial (Heb. 9:23, 24). Pero, después, cayó en nuestras manos una copia de la obra del Dr. Pusey sobre Daniel el profeta, y quedamos muy impresionados por la exposición que de este pasaje hizo aquel gran erudito hebreo, que tan hábilmente defendió el libro de Daniel de los ataques de los destructivos críticos. Señaló que la palabra ungir había aquirido un significado espiritual establecido, y citaba las palabras de Isaías 61:1, 2, que nuestro Señor se aplicó a sí mismo como aquél a quien Dios había "ungido". También, el Dr. Pusey señaló que, por cuanto la misma palabra se usa en el siguiente versículo de Daniel "hasta el Ungido, el Príncipe", debe suponerse que las palabras que están unidas tan estrechamente deben usarse con el mismo significado. Esto da la idea del "ungimiento de un lugar santísimo" por el derramamiento del Espíritu Santo sobre él. El Dr. Pusey cita mucha evidencia en apoyo de esta idea; pero, sin entrar a discutir la cuestión a fondo, diremos simplemente que fuimos llevados a la conclusión de que la venida del Espíritu Santo sobre los discípulos de Cristo el día de Pentecostés y por consiguiente ungiendo (véase 2 Cor. 1:21) un templo espiritual como "el templo del Dios viviente" (2 Cor. 6:16), proporciona el cumplimiento de este detalle de la profecía, un cumplimiento que no sólo concuerda con los otros cinco ítems, sino que lleva la serie entera a un digno clímax.

De acuerdo con las palabras de Dios transmitidas por Gabriel, estos cinco sucesos predichos, que ahora hemos considerado en detalle, debían cumplirse dentro del plazo "determinado" (o limitado o "marcado") de setenta sietes de años; y hemos mostrado - en realidad, es TAN claro que apenas queda abierto a disputa - que todos los seis ítems se cumplieron completamente en la primera venida de Cristo, y en la "semana" de su crucifixión. Porque, cuando nuestro Señor ascendió al cielo y el Espíritu Santo descendió. no quedaba ni uno solo de los seis ítems de Daniel 9:24 que no se hubiese cumplido plenamente.

Además, al pasar la mirada rápidamente por los versículos 25 y 26, vemos que la venida de Cristo y su "cortamiento" son anunciados como el medio por el cual se cumpliría la profecía; y que se ha añadido la predicción de la destrucción de Jerusalén por Tito, el "príncipe" romano, y las "desolaciones" de Jerusalén y las guerras que habrían de continuar durante toda esta época "hasta el fin".

En este punto, no hablamos del versículo 27. Esa parte de la profecía requerirá un examen extremadamente cuidadoso que nos proponemos dedicarle más adelante.

Los sucesos proféticos se describen a menudo en lenguaje velado y términos altamente figurados, de manera que es sumamente difícil identificar el cumplimiento de ellos. Pero, en este caso, parece que tenemos el caso excepcional de una profecía cuyos términos son claros y las marcas que la identifican son numerosas. Si fuese posible fijar con certeza una sola de las seis predicciones de Daniel 9:24, sería suficiente para ubicar la serie entera. Pero las indicaciones que se nos han dado nos permiten identificar con certeza cinco de las seis, y la otra con un alto grado de probabilidad. No tenemos ninguna duda, pues, de que la profecía entera del versículo 24 se cumplió en la muerte, la resurrección, y la ascensión del Señor Jesucristo y en la venida del Santo desde el cielo. Y la certeza del cumplimiento del versículo 24 24 conlleva la ubicación de la semana setenta, a la cual se hace referencia específicamente en el versículo 27. Esto se demostrará más adelante.

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