CAPÍTULO 6
LA SEMANA SETENTA
"Y por otra semana
confirmará el pacto con muchos; a la mitad de la semana hará
cesar el sacrificio y la ofrenda" (Dan. 9:27).
Llegamos ahora al último versículo de la profecía, un
versículo que es de incomparable interés e importancia. Trata
específicamente de la septuagésima semana de la profecía. La
expiración de las 69 semanas nos llevó "hasta Cristo", pero no
a su crucifixión, ni a lo que es el gran tema de toda la
profecía,"los sufrimientos
del Cristo" (1 Ped. 1:11). En particular, debe
tenerse presente que las seis cosas de Daniel 9:24 dependían
para su cumplimiento de la muerte expiatoria, la resurrección,
y la ascensión de Cristo al cielo. Todos estos sucesos fueron
"después de las sesenta y dos semanas".
Cuando Moisés y Elías aparecieron con Cristo en gloria en el
monte de la transfiguración, "hablaban de su partida, que iba Jesús a
cumplir en Jerusalén" (Luc. 9:31). Su "partida" o "salida" de
este mundo era la consumación de los propósitos de Dios, el
clímax de toda la profecía, el evento supremo de todas las
edades. Por consiguiente, llevó a cabo la eterna redención,
abrió una fuente para la limpieza del pecado y la impureza,
selló el pacto sempiterno, e hizo a un lado para siempre los
sacrificios establecidos por la ley.
La primera parte de Daniel 9:27, citada en el encabezamiento
de este capítulo, es bastante claro, excepto por las palabras
"por otra semana", que serán examinadas más adelante. Creemos
que el significado de la cláusula (aparte de esas tres
palabras) se discierne fácilmente a la luz de las escrituras
del Nuevo Testamento. "Confirmar" el nuevo pacto (Jer.
31:31-34; Heb. 8:6-13, y 10:1-18), es decir, afirmarlo, era el gran
propósito para el cual vino al mundo el Hijo de Dios en el
cuerpo de carne preparado para Él (Heb. 10:5). Además, fue por
medio de su muerte sacrificial por el pecado que hizo a un
lado y abolió los sacrificios de la ley, haciéndolos así
"cesar". Dios "no se había complacido" en ellos porque "nunca
podían quitar el pecado", mientras que "quiso el Señor
quebrantarle, poniendo su vida en expiación por el pecado"
(Isa. 53:10).
Si consideramos el pronombre "Él" como que se refiere al
"Mesías" mencionado en el versículo anterior, entonces
hallamos en el Nuevo Testamento un perfecto cumplimiento del
pasaje y un cumplimiento, además, establecido de la manera más
conspicua. En nuestra opinión, el pronombre debe ser
considerado en referencia a Cristo porque (a) toda la profecía
trata de Cristo y esto el el clímax de ella; (b) Tito no hizo
ningún pacto con los judíos; (c) no hay ni una sola palabra en
la Escritura sobre ningún futuro "príncipe" haciendo un pacto
con ellos. Otras razones en apoyo de esta conclusión
aparecerán más adelante. Pero las precedentes son suficientes.
Hay tres puntos en el pasaje que estamos estudiando ahora, y
cada uno de ellos se cumple completamente en los relatos
inspirados de la obra del Señor Jesucristo que aparecen en el
Nuevo Testamento. Esos tres puntos son: (1) confirmación del
pacto con muchos; (2) lo que ocurrió a la mitad de la semana;
(3) hacer cesar el sacrificio y la ofrenda. Examinaremos
brevemente estos tres puntos en orden.
1. Confirmar el pacto con
muchos. Por el momento, ignoramos las palabras "por
una semana", que parecen limitar la duración del "pacto" al
corto período de siete años. Por el momento, bastará decir que
no hay ninguna preposición "por" en el texto y que las
palabras "una semana" no se refieren a la duración del pacto,
sino al tiempo en que fue
confirmado; porque ese pacto fue confirmado por el
derramamiento de la sangre de Cristo (Heb. 9:14-20) en "la una
semana", la última de las setenta semanas que habían sido
"determinadas". Esto se mostrará más adelante.
En cuanto al cumplimiento de esta importante característica de
la profecía, tenemos un claro anuncio de labios del propio
Señor. Porque, cuando instituyó su cena de recordación, dio la
copa a sus discípulos, pronunció estas significativas
palabras: "Esto es mi sangre
del nuevo pacto, que
por muchos es
vertida para remisión de los pecados" (Mat. 26:28). En estas
palabras, hallamos cuatro cosas que concuerdan con la
profecía: 1. "Quién" habría de confirmar el pacto, Cristo. 2.
"El pacto" mismo. 3. Lo que "confirmó" el pacto, la sangre de Cristo. 4.
Los que reciben los beneficios del pacto, los "muchos". La
identificación está completa, porque las palabras corresponden
perfectamente a las de la profecía: "Él confirmará
el pacto con muchos".
No podría haber un acuerdo más perfecto.
En relación con esto, debe notarse que el rasgo prominente del
nuevo pacto es la remisión
de los pecados (Jer. 31:34; Heb. 10:1-18). De aquí la
importancia de las palabras del Señor: "para la remisión de
los pecados". Su misión al venir al mundo era "salvar a su
pueblo de sus pecados" (Mat. 1:21). Ese es el rasgo prominente
del su evangelio (Luc. 24:47; Hech. 10:43).
Debe observarse, además, que, aunque la promesa del nuevo
pacto se hizo a toda la "casa de Israel y la casa de Judá", no todos ellos
participaron de sus beneficios. Los que rechazaron a Cristo
fueron "desarraigados del
pueblo" (Hech. 3:23). Como ramas, fueron "desgajados"
(Rom. 11:17). Vemos, entonces, la exactitud de la Escritura en
las palabras de la profecía "con muchos" y las palabras del Señor Jesús
"derramada por muchos".
Este uso de la palabra "muchos" se encuentra en otros pasajes
semejantes. Así, pues, en una profecía similar está escrito:
"Justificará mi siervo justo a muchos" (Isa. 53:11).
Nuevamente, "Y hará que muchos de los hijos de Israel se
conviertan al Señor Dios de ellos" (Luc. 1:16). Esto fue dicho
por el mismo mensajero celestial, Gabriel, cuando anunció a
Zacarías el nacimiento de su hijo. Y nuevamente, esta vez de
labios de Simeón: "Éste está puesto para caída y para
levantamiento de muchos en Israel" (Luc. 2:34). Y una vez más,
en las palabras del Señor Jesús: "El Hijo del hombre no vino
para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en
rescate por muchos"
(Mat. 20:28). En cada uno de estos pasajes, la palabra
"muchos" se aplica a los que por fe reciben los beneficios del
nuevo pacto que Cristo aseguró
mediante el derramamiento de su sangre en la cruz.
2. A la mitad de la semana.
Estas palabras son importantes para ayudar a identificar el
cumplimiento de la profecía. Considerando la suprema
importancia de la muerte de Cristo, de la cual dependían, no
sólo las seis predicciones del versículo 24, sino todos los propósitos de Dios; y
considerando también que la profecía da el tiempo en que comenzaría el ministerio
del Señor como "el Mesías", deberíamos esperar encontrar en
ella una declaración relativa a cuándo terminaría ese ministerio
al serle "quitada la vida". Esta información se da en las
palabras "a la mitad de la semana", que es la semana setenta.
La expiración de las 69 semanas nos llevó "hasta el Mesías".
Sólo quedaba "una semana" de las setenta; y a la mitad de esa última semana,
fue crucificado.
Aquí tenemos (como ya se ha indicado) un medio valioso para
confirmar nuestras conclusiones y poner a prueba su
corrección. Porque, como se ha señalado a menudo desde hace
mucho tiempo, el evangelio de Juan contiene información por la
cual parece que el ministerio de Cristo duró tres años y
medio. La verdad es que Eusebio, un escritor cristiano del
siglo cuarto, es citado con estas palabras: "Está registrado
en la historia que el tiempo total en que nuestro Salvador
enseñó e hizo milagros fue de tres años y medio, que es la mitad de una semana. Esto
el evangelista representará (es decir, hará saber) a los que
leen su evangelio críticamente.
Así, pues, la duración del ministerio de nuestro Señor, como
está revelado en el evangelio de Juan (la mitad de una
semana), confirma señaladamente la profecía, que menciona 69
semanas hasta el principio del ministerio del Señor, y fija la
terminación de él "a la mitad de la semana" siguiente.
3. Hará cesar el sacrificio
y la ofrenda. Nadie discutirá que, cuando Cristo
sufrió y murió en la cruz, ofreciendo así "un sacrificio para
siempre por los pecados", allí y en ese momento
hizo cesar el sacrificio y las ofrendas de la ley como
ordenanza divina. Aun cuando estaban en plena vigencia, no
eran sino la sombra de aquel sacrificio perfecto y todo
suficiente que, como el Cordero ordenó desde antes de la
fundación del mundo, habría de ofrecer a su debido tiempo. Por
eso, fueron hechos a un
lado completamente cuando Cristo, por medio del
Espíritu eterno, se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios.
Tampoco puede haber ninguna duda de que la eliminación de esos
sacrificios (que nunca podían quitar el pecado) fue algo muy importante a los ojos
de Dios, algo tan grande y agradable a Él que
garantizó que ocupase un lugar prominente en esta grandiosa
profecía mesiánica. Como prueba de este punto importante,
dirigimos la atención de nuestros lectores a los capítulos 8,
9 y 10 de Hebreos. En esos capítulos, el Espíritu de Dios pone
delante de nosotros, con gran detalle y con solemne énfasis, la eliminación del viejo pacto,
junto con todo lo relacionado con él, el "santuario terrenal",
el sacerdocio, las "ordenanzas del servicio divino", y en
particular aquellos muchos
sacrificios (que recordaban los pecados cada año); y
pone también delante de nosotros la confirmación del nuevo pacto, con su
santuario celestial, su sacerdocio espiritual, sus sacrificios
de alabanza y acción de gracias, todos basados en la expiación
de Cristo. El gran tema de esta parte de Hebreos, como de la
profecía de las setenta semanas, es la la cruz.
El capítulo 10 de Hebreos trata mayormente de los sacrificios
que se "ofrecían según la ley", haciendo énfasis en la
imperfección y la insuficiencia de ellos para purgar la
conciencia de los oferentes y declarando que, por esa razón,
Dios no se había complacido
en ellos. Fue a causa de esto ("por lo que") el Hijo
de Dios dijo: "He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu
voluntad, como en el rollo del libro está escrito de mí" (v.
7). Esto relaciona el pasaje directamente con la profecía de
las setenta semanas, que tiene como tema la venida de Cristo
al mundo y el propósito
para el cual vino. ¡Cuán llenas de significado, pues,
y cuán concluyentes para el propósito de nuestro actual
estudio están las palabras que siguen!
"Diciendo primero: Sacrificio y ofrenda y holocaustos y
expiaciones por el pecado no quisiste, ni te agradaron (las cuales cosas se ofrecen
según la ley), y diciendo luego: He aquí que vengo,
oh Dios, para hacer tu voluntad; quita lo primero, para establecer esto
último" (Heb. 10:8, 9).
Éste es el punto culminante de todo el asunto. "¡Él quita" aquellos
sacrificios y oblaciones en los que Dios no se complace! ¡Qué
perfecto acuerdo con las palabras de la profecía: "Hará cesar
el sacrificio y la ofrenda"! Y cuando hallamos, tanto en la
profecía (Dan. 9:27) y en Hebreos 10, que el hacer a un lado
los sacrificios de la ley está conectado directamente con la confirmación del nuevo pacto,
nos vemos obligados a concluir en que el pasaje de Hebreos es
el registro inspirado del cumplimiento de esta profecía.
Solicitamos prestar cuidadosa atención al hecho de que, en
Hebreos 10:12, se dice expresamente que Cristo quitó los sacrificios de la ley
cuando se ofreció a sí mismo como "el único sacrificio por
los pecados, para siempre" antes de sentarse a la
diestra de Dios. Por consiguiente, esos sacrificios dejaron de
existir en la contemplación de Dios desde el momento en que
Cristo murió. Desde ese momento, Dios ya no considera los
sacrificios de la ley. Por tanto, es imposible que las palabras "hará cesar el
sacrificio y la ofrenda" puedan referirse a ningún evento subsiguiente a la
crucifixión de Cristo. A esto nos proponemos
regresar. Pero, en este punto, simplemente formulamos la
pregunta: ¿Dónde buscaremos el cumplimiento de la profecía, si
rechazamos lo registrado en Hebreos 10:9?
"POR OTRA SEMANA"
Ahora llegamos a las palabras "por una semana" (Dan. 9:27),
que han servido para extraviar a algunos que han tratado de
explicar esta profecía.
Manifiestamente, esas palabras son completamente
inconsistentes con la posición de que el pacto de que se habla
es el nuevo pacto, puesto que es "eterno" (Heb. 13:20). Pero
es apenas concebible que cualquier
pacto - en particular uno tan importante que ocupe un lugar
prominente en esta profecía - fuera confirmado por un plazo
tan corto como siete años. Aunque supongamos, como algunos lo
hacen (aunque sin ninguna prueba en absoluto que lo apoye),
que la profecía se refiere a algún acuerdo que el supuesto
"príncipe" del futuro supuestamente haga con "muchos" judíos,
permitiéndoles reanudar los largamente abolidos sacrificios de
la ley, ¿podemos concebir que tal pacto estuviera limitado al
plazo insignificante de siete años?
En vista de la dificultad que presentan las palabras "por otra
semana", consultamos a un erudito hebreo, y le preguntamos si
había alguna preposición "por" en el texto original, o
cualquier cosa que la implicase. Su respuesta fue que no hay ningún "por" en el texto,
ni nada que lo implique. Esta información eliminó la
dificultad principal, pero todavía dejó sin resolver el
significado que se le ha de dar a las palabras "una semana".
Sin embargo, esa información adicional fue suministrada por el
mismo erudito hebreo (anteriormente un rabino pero ahora un
siervo del Señor Jesucristo), que nos dio la traducción
inglesa de la versión Septuaginta de Daniel 9:27. Esta versión
Septuaginta es una traducción de las Escrituras hebreas al
griego, hechas casi trescientos años antes del nacimiento de
Cristo. Las aceptamos como versión autorizada porque nuestro
Señor y sus apóstoles la citaban con frecuencia.
En particular, solicitamos prestar atención al hecho de que,
cuando nuestro Señor, en su profecía en el Monte de los
Olivos, citóla última parte de Daniel 9:27, usó las palabras
de la versión Septuaginta, a saber, "la abominación
desoladora" (Mat. 24:15). Por consiguiente, tenemos una
garantía especial al seguir el sentido de la Septuaginta.
Damos la traducción inglesa del versículo entero, tal como
aparece en la Septuaginta.
"Y una semana establecerá el
pacto con muchos; y a la mitad de la semana serán quitados
mi sacrificio y las libaciones; y sobre el templo estará la
abominación desoladora; y al final del tiempo (la era) se
pondrá fin a la desolación".
Con esta redacción, se capta fácilmente el significado de la
primera cláusula. Es una manera común de hablar para decir,
por ejemplo: "El año 1776 estableció la independencia de las
colonias americanas"; "el año 1918 restauró Alsacia y Lorena a
Francia", etc., que es una manera figurada de decir que tal o
cual evento tuvo lugar en el tiempo especificado. Esta forma
de expresión se usa cuando se desea llamar la atención de
manera especial al año, u otro período, en el cual ocurrió
cierto evento. Así que aquí, habiendo explicado los versículos
anteriores 69 del total de 70 semanas, era de lo más apropiado
subrayar esa última semana;
y especialmente por la razón de que la última semana no sólo
habría de cumplir las seis predicciones del versículo 24, sino
que sería el punto culminante de todas las edades.
El sentido del pasaje es, pues, éste: Que la semana restante
presenciaría la confirmación del pacto (lo cual sólo podía
significar el prometido nuevo pacto) con muchos; y que, a la
mitad de esa última semana, Cristo haría cesar el sistema
entero de sacrificios establecidos por la ley, al ofrecerse a
sí mismo en el sacrificio todo suficiente por los pecados.
Esto da a la última de las setenta semanas la importancia que
debe tener, y que la profecía como un todo demanda, viendo que
todas las predicciones del versículo 24 dependen de los
sucesos de esa última semana. Por otra parte, hacer que esta
última semana se refiera a un trato insignificante entre el
anticristo (o un supuesto príncipe romano) y algunos judíos
apóstatas del futuro para la renovación (y eso sólo por
espacio de siete años) de esos sacrificios que Dios abolió para siempre desde
hace mucho tiempo es meter por la fuerza en este gran
pasaje un asunto de ínfima importancia, completamente ajeno al tema de
que se trata, y llevar la profecía entera a una
conclusión absurdamente floja e impotente.
"MIS SACRIFICIOS Y MIS OFRENDAS"
Al dilucidar más profundamente el sentido del versículo 27,
deseamos llamar la atención de manera especial a las palabras
de la Septuaginta: "Quitará mi sacrificio y las libaciones".
Antes de la muerte de Cristo, los sacrificios de la ley eran
los sacrificios de Dios. Pero Él nunca llamaría suyos a los
sacrificios que los apóstatas judíos podrían establecer bajo
un acuerdo con el anticristo. Esto lo consideramos
concluyente.
Después de que estos documentos aparecieron por primera vez,
tuvimos acceso al excelente libro del Dr. Win. M. Taylor Daniel el amado, en que
la traducción del versículo 27 de más arriba queda confirmada.
El Dr. Taylor da la versión del Dr. Cowle de ese versículo
como sigue: "Un siete hará
efectivo el pacto para muchos. La mitad del siete
hará cesar el sacrificio y las ofrendas", etc.
Citamos también los comentarios del Dr. Taylor, que confirman
las conclusiones a que ya hemos llegado:
"Es bien sabido, por los que están familiarizados con la
cronología, que Cristo nació cuatro años antes del principio
de la era que llamamos por su nombre. Por consiguiente, en el
año 26 d. C., nuestro Señor tendría en realidad treinta años
de edad; y sabemos (Luc. 3:23) que su bautismo, o
manifestación pública al pueblo, tuvo lugar cuando "tenía como
treinta años de edad al comenzar su ministerio".
"Además, al final de la mitad de siete años, o a la mitad de
la héptada, el Mesías, según esta predicción, haría cesar el sacrificio y las
ofrendas. Ahora bien, si suponemos que esto se
refiere al hecho de que la muerte de Cristo, siendo un
sacrificio real y apropiado por el pecado, virtualmente abolió
todos los sacrificios y todas las ofrendas que estaban bajo la
ley, que era sólo típicos, tenemos aquí una fecha que armoniza
con la de la crucifixión. Casi es posible demostrar, por el
evangelio de Juan, que el inisterio público de nuestro
Salvador duró tres años y medio (véase la obra Harmony of the Gospels, Appendix,
de Robinson); y esto queda corroborado por la parábola de la
higuera estéril (Luc. 13:69), que parece indicar que los tres
años de privilegios especiales para los judíos se habían
agotado, y que un cuarto año, o una porción de él, habría de
concedérseles. Por consiguiente, aquí tenemos nuevamente una
coincidencia de fechas entre la predicción y la historia.
"La exposición que hemos presentado de esta sección de la
predicción de Daniel y de la manera en que se cumplió conmueve
el corazón hasta de los más indiferentes. Por lo que a mí
concierne, me siento asombrado por el sentido de la cercanía
de Dios, que me invade cuando leo estos versículos y cuando
recuerdo cómo han sido confirmado por los sucesos de los cuales el
Calvario fue escenario. Dios está en esta historia de
la verdad. Pero no olvidemos que esta historia difiere de la
historia ordinaria sólo en que aquí se nos permite leerla en
el Libro del propósito y presciencia divinos; mientras que, en
otros casos, ese registro está oculto a nuestros ojos. ¡Dios
está en toda la historia tan realmente y tanto como estaba en
ésta! ¡Cuán solemne, pero también cuán tranquilizador, es este
pensamiento!"
En vista de todo esto, preguntamos cómo podría cualquier
sobrio expositor de la Escritura hacer a un lado el
cumplimiento perfecto y satisfactorio de esta maravillosa
profecía, que se ve tan claramente en "los sucesos de los
cuales el Calvario fue escenario" y en su lugar proponer un
cumplimiento artificial,
en un supuesto pacto
(del cual la Escritura no dice ni una sola palabra) entre el
anticristo y el pueblo judío de los últimos días en relación
con el imaginario
reavivamiento de los largamente abolidos sacrificios de la
ley?
Por consiguiente, concluimos que la interpretación moderna que
saca a Cristo y a la cruz del último versículo de la profecía,
donde alcanza su punto culminante, y pone en él al anticristo
y sus imaginarias acciones, hace violencia a la Escritura y
daña al pueblo de Dios.
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