Philip Mauro
LAS SETENTA SEMANAS Y
LA GRAN TRIBULACIÓN

Un estudio de las dos últimas visiones de Daniel y del
discurso del Señor Jesucristo en el Monte de los Olivos

Philip Mauro
(1921)

CAPÍTULO 4

"HASTA EL MESÍAS PRÍNCIPE"

"Desde la salida de la orden para restaurar y edificar a Jerusalén hasta el Mesías Príncipe, habrá siete semanas, y sesenta y dos semanas" (Dan. 9:25).

Hemos visto que la primera parte de este pasaje proporciona el punto de partida de las setenta semanas. El pasaje también da la medida del tiempo (7 semanas y 62 semanas, o 69 semanas en total) desde ese punto de partida "hasta el Mesías". Dejaremos para un capítulo posterior la pregunta de por qué la medida total del tiempo que se menciona aquí se divide en dos partes. La pregunta que es de importancia inmediata para que nosotros la resolvamos es: ¿Cuál es la ocasión precisa o el suceso preciso en la vida terrenal del Señor Jesucristo al cual nos lleva este espacio de 483 años, contando desde el decreto de Ciro? Ahora trataremos de responder a esta pregunta.

Suponiendo, como suponemos, que Dios tenía el propósito de que esta profecía se entendiera (pues el versículo 25 dice: "Sabe, pues, y entiende", y nuestro Señor dijo: "El que lea, entienda"), esperamos confiadamente hallar,
claramente revelados en las Escrituras, tanto el punto en que comienza como el punto en que termina. Ya hemos descubierto que esto es así con respecto al punto de partida, y ahora descubriremos que las Escrituras también indican claramente el suceso hasta el cual alcanzan los 483 años, y al cual se refirió el ángel con las palabras "hasta el Mesías Príncipe".

Si hubiésemos seguido la costumbre usual de comenzar nuestro estudio con una cronología elegid de entre las varias que hay disponibles, nos veríamos obligados, por lo tanto, como lo han sido otros, a seleccionar el suceso más cercano a los 483 años en la escala de años que hayamos adoptado. Además, nos veríamos obligados a manipular los materiales hasta donde fuese necesario (bien estirando el cordel de medida o encogiéndolo, dependiendo de si es demasiado largo o demasiado corto), y luego presentando los mejores argumentos que pudiésemos encontrar para arribar a conclusiones. Pero, no estando limitados por un esquema cronológico, estamos enteramente libres para inquirir de los oráculos de Dios en cuanto al significado de las palabras "hasta el Mesías Príncipe" y en cuanto a la ocasión o al suceso a que se refieren esas palabras específicamente. Si, por medio de las Escrituras, podemos identificar ese suceso (lo cual nosotros creemos que puede hacerse claramente), entonces sabremos, por medio de la profecía misma, que son precisamente 69 semanas (483 años) desde la salida del decreto de Ciro y que sólo queda una de las setenta semanas; y sabremos, además, que el cumplimiento de las seis predicciones del versículo 24 debe hallarse dentro de la semana restante.

Por supuesto, tenemos que examinar las palabras mismas para que nos guíen a la información que estamos buscando: y esas palabras es todo lo que necesitamos. Estamos acostumbrados a considerar el término "el Mesías" como meramente un nombre o título, pero en realidad es una palabra hebrea descriptiva que significa "el ungido". En griego, la palabra Christos tiene el mismo significado. Por consiguiente, sólo tenemos que preguntar: ¿Cuándo fue presentado Jesús de Nazaret a Israel como el Ungido? En cuanto a esto, no nos queda ninguna duda en absoluto, porque fue un suceso de la mayor importancia en la vida de Jesucristo nuestro Señor, así como en las relaciones de Dios con Israel, en la historia de Israel, y en la historia del mundo, un suceso que ocupa un lugar prominente en todos los cuatro evangelios. Fue en su bautismo en el Jordán que nuestro Señor fue "ungido" para su minsterio; porque fue en ese momento cuando el Espíritu Santo descendió sobre él en forma corporal como paloma. El apóstol Pedro da testimonio de que "Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo y con poder" (Hech. 10:38). Esto es claro y explícito hasta el punto de que, cuando los años de la historia de Israel habían transcurrido hasta aquel día maravilloso en que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se manifestaron simultáneamente a los sentidos de los hombres, condujeron "hasta el Mesías". En toda la historia no hay ningún día como ese. El suceso está marcado de manera que se distinga de lo más conspicuamente. El testimonio del propio Señor con respecto a este asunto es aun más definitivo e impresionante. Porque, después de su regreso a Galilea en el poder del Espíritu, vino a Nazaret, donde se había criado y, entrando a la sinagoga un día de sábado, leyó del profeta Isaías estas notables palabras: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha UNGIDO para predicar las buenas nuevas a los pobres"; -- y después de que hubo cerrado el libro, dijo: "Hoy se ha cumplido esta Escritura en vuestros oídos" (Luc. 4:16-21). Así, pues, el Señor declaró que Él mismo era, en ese momento, el "ungido", esto es, "el Mesías".

El testimonio de Dios el Padre tiene el mismo propósito. Porque la voz que habló desde el cielo dio testimonio de Él diciendo: "Éste es mi hijo amado". Esto declara que Él es aquél de quien profetizó David en el Salmo 2 (v. 7). Pero ese mismo Salmo le establece como el "ungido" de Dios (v. 2).

Pero tenemos un testigo especial en Juan el Bautista, que era un hombre enviado por Dios para dar testimonio de Cristo y para manifestarlo a Israel; porque Dios mismo declaró que ésta era su misión, diciendo "he venido yo bautizando con agua" (Juan 1:6, 7, 31). Por lo tanto, cuando el Señor Jesús hubo sido "ungido" con el Espíritu Santo y "manifestado a Israel" por el testimonio de Juan el Bautista, entonces se cumplieron plenamente las palabras de la profecía "hasta el Ungido". Desde aquel suceso grande y maravilloso hasta el día de su muerte, Él estuvo constantemente delante del pueblo en su carácter mesiánico, cumpliendo su misión mesiánica, yendo y viniendo, haciendo el bien, sanando a todos los oprimidos por el diablo, predicando las buenas nuevas del reino de Dios, manifestando el nombre del Padre, hablando las palabras que su Padre le había dicho que hablara, y haciendo las obras que su Padre le había dicho que hiciera. De hecho, aun antes de que se anunciara en la sinagoga de Nazaret como "el ungido" de Dios, había dicho claramente a la mujer samaritana (después de que ella había hablado del "Mesías, llamado el Cristo"): "Yo soy, el que habla contigo" (Juan 4:25, 26). Además, a los samaritanos que salieron a verle a causa del informe de la mujer, Jesús se reveló tan plenamente que ellos se sintieron constreñidos a confesarle, diciendo: "Nosotros mismos hemos oído, y sabemos que verdaderamente éste es el Salvador de mundo, el Cristo" (v. 42).

Además, la naturaleza, así como el efecto, del testimonio público de Juan el Bautista en cuanto al Señor Jesús, quedan claramente revelados por las palabras de los que, al oir su testimonio, siguieron a Jesús. Dice el registro: "Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oido a Juan y habían seguido a Jesús. Éste halló primero a su hermano Simón, y le dijo: Hemos hallado al Mesías (que traducido es el Cristo" (Juan 1:40, 41).

En estos pasajes,el Espíritu Santo ha causado que el hecho importante de que Jesús era el Ungido fuese expresado tanto en hebreo como en griego, para que la importancia de ese hecho no se perdiese. Que "este Jesús es el Cristo" es el gran punto del testimonio apostólico (Hechos 17:3); y es la sustancia de "nuestra fe", porque "todo el que crea que Jesús es el Cristo es nacido de Dios" (1 Juan 5:1, 4, 5). Es asimismo la roca fundamental sobre la cual Él edifica su iglesia (Mat. 16:18; 1 Cor. 3:11).

Hemos citado los pasajes anteriores para dejar claro, más allá de toda duda, que, desde el bautismo del Señor y su manifestación a Israel, él fue, en el sentido más pleno, "el Mesías" o el "Ungido" de Dios. De este hecho dan clarísimo testimonio los registros inspirados, como hemos visto. Manifiestamente, no hay ningún suceso anterior en la vida terrenal de nuestro Señor que pudiera en manera alguna ajustarse a las palabras de Gabriel. Y es igualmente claro que ningún suceso subsiguiente podría considerarse como cumplimiento de aquellas palabras; porque no hay ninguna ocasión subsiguiente en que el Señor fuese "el Ungido" que cuando el Espíritu Santo descendió sobre él cuando fue bautizado. Así, pues, las Escrituras nos llevan absolutamente al bautismo del Señor como el punto terminal de los 483 años; porque fue en ese momento cuando "Dios le ungió con el Espíritu Santo y con poder".

Otro hecho que tiene gran importancia en relación con esta parte de nuestro estudio es la gran particularidad con la que se da la fecha del comienzo del ministerio de Juan en el evangelio de Lucas (3:1-3). Allí leemos que la predicación de Juan el Bautista comenzó en el año decimoquinto de Tiberio César, siendo Poncio Pilatos gobernador de Judea, Herodes (Antipas) tetrarca de Galilea, su hermano Felipe tetrarca de Iturea, Lisanias tetrarca de Abilinia, y siendo Anás y Caifás sumos sacerdotes. Así, pues, la nueva era, que era la del Mesías-Dios manifestado en carne, queda marcada con extraordinaria precisión. Y esto es mucho más notable porque es el único suceso cuya fecha está registrada de esta manera en el Nuevo Testamento.

Esto es muy significativo porque, así como la fecha del decreto de Ciro, que marcaba el comienzo de las setenta semanas, es presentado con gran precisión, de la misma manera la predicación de Juan, que marcó la terminación de los 483 años, es presentada con extraordinaria minuciosidad. Es una inferencia razonable que Dios ha dado prominencia a estas fechas en su Palabra porque ellas marcan el principio y el fin de este período profético.

Es también digno de notación especial el hecho de que las fechas de estos dos sucesos se dan con referencia a los reinados de gobernantes gentiles. Del uno se dice que ocurrió "en el año primero de Ciro, rey de Persia", y del otro, que ocurrió "en el año decimoquinto del reinado de Tiberio César". Esta es una indicación de que las cosas que habrían de consumarse dentro del plazo de las 70 semanas no eran asuntos que concernían a los judíos solamente, sino que eran de interés mundial, y tenían que ver con el bienestrar de toda la humanidad. Por consiguiente, los tratos de Dios habían sido asuntos de la historia judía. Pero ahora, comenzando con la voz de uno que clamaba en el desierto: "Preparad el camino del Señor", comenzaba una nueva era, una en que los tratos de Dios serían asuntos de la historia mundial. Por consiguiente, es apropiado que encontremos, en este punto en la palabra de Dios (Luc. 3:1-3), un cambio de los plazos de la cronología judía a los plazos de la cronología gentil. 

Los profetas habían predicho el ministerio de Juan el Bautista en palabras que muestran que su aparición marcaría el comienzo de una era nueva y maravillosa, la preparación para la venida de Cristo y su evangelio (Isa. 40:3-11; Mal. 3:1; 4:5, 6). Además, de la misma manera que los profetas habían apuntado al ministerio de Juan como el comienzo de esta nueva era, así también los apóstoles apuntaban de vuelta a ella. Así, pues, cuando alguien fue escogido para ocupar el lugar de Judas, se requería que la elección se limitara a los que habían estado con los apóstoles todo el tiempo que el Señor Jesús había salido y entrado de entre ellos "comenzando desde el bautismo de Juan" (Hech. 1:21, 22). Nuevamente, cuando Pedro predicó a los gentiles en la casa de Cornelio, hablándoles de "la palabra que Dios envió a los hijos de Israel, predicándoles paz por Cristo Jesús", dijo que la predicación de este mensaje (o "palabra"), que "se publicó por toda Judea", había comenzado "desde Galilea después del bautismo que predicó Juan" (Hech. 10:36, 37). Y de la misma manera, Pablo, al proclamar el cumplimiento de la gran promesa de Dios
a Israel de un "Salvador", se refirió a la predicación de Juan como el comienzo de la era de este cumplimiento (Hech. 13:24).

Por lo tanto, es claro, a la luz de este pasaje, que los 483 años "hasta el Mesías" terminaron en el bautismo del Señor, cuando comenzó su ministerio como "el Mesías". Además, la profecía misma proporciona un medio para que podamos verificar nuestras conclusiones hasta ahora y someter a prueba su corrección. A esto nos referiremos más adelante. Los términos de la profecía dejan claro que la expiración de la semana sesenta y nueve traería consigo el cumplimiento de la mayor de todas las promesas, la manifestación de Cristo a Israel; y ahora hemos demostrado que los registros del Nuevo Testamento marcan la era de su manifestación con la mayor precisión.

Así, pues, tenemos la venida de Cristo claramente anunciada, y el tiempo de su manifestación a Israel definidamente
fijado por la medida de los años transcurridos desde su decreto para restaurar y edificar a Jerusalén. Pero, ¿para qué propósito habría de venir? ¿Y qué llevaría a cabo para la liberación y el bienestar de su pueblo Israel? Por supuesto, los judíos esperarían una era de triunfo sobre todos sus enemigos; una era de gran prosperidad y gloria nacionales, y de supremacía sobre todas las naciones del mundo. A la luz de sus expectativas, la profecía parecía de lo más extraña. Sería completamente irreconciliable con sus esperanzas con respecto a lo que su prometido Mesías haría por ellos. Porque lo único que se decía de Él era que sería "cortado y no tendría nada"; y aunque había alguna esperanza en la promesa de que "confirmaría el pacto con muchos", pero también había la espantosa predicción de un príncipe cuyo pueblo destruiría la ciudad reconstruida y el santuario reconstruido, y las profecías adicionales de que el país sería devastado como por inundación, y de que hasta el fin habría guerras y desolaciones. Sería difícil imaginar una profecía más deprimente o una más en conflicto con las esperanzas mesiánicas de los judíos.

Pero nuestra preocupación inmediata no es con la naturaleza del mensaje sino con el tiempo de los varios acontecimientos predichos en ella. Lo principal que se decía del Mesías era que sería "cortado y se quedaría sin nada" (Dan. 9:25, 26), y que esto habría de ocurrir "después de sesenta y dos semanas". Por eso, tenemos nuestra atención enfocada  en que se quitaría la vida al Cristo. Ese suceso trascendente, la cruz, constituye la característica central de la profecía. Y esta característica se vuelve mucho más grandiosamente prominente cuando observamos dos hechos: (1) que el "cortamiento" del Mesías sería el medio por el cual se cumplirían las seis cosas predichas en el versículo 24; (2) que sería por medio del cortamiento del Mesías que el pacto con muchos (v. 27) sería confirmado y cesarían el sacrificio y la ofrenda (como se mostrará más tarde); y (3) que fue a causa del "cortamiento" del Mesías que los juicios devastadores predichos en la profecía habrían de caer sobre la ciudad, el templo y el pueblo.

Así, pues, se ve que la profecía es de una maravillosa unidad, y que todos sus detalles se centran alrededor de la cruz.

Ahora bien, en cuanto al tiempo de este trascendental evento, se dice expresamente que habría de ser "después de las sesenta y dos semanas". Esa parte del período determinado habría de llevarnos sólo "hasta el Mesías". Ninguno de los eventos predichos habría de ocurrir dentro de las sesenta y nueve semanas. La expiración de ellas dejaría sólo "una semana" (v. 27) de las setenta señaladas. De aquí que, dentro de esa sola semana restante, el Mesías sería cortado, si las predicciones del versículo 24 habrían de cumplirse dentro de 490 años, contando desde el comienzo del período profético. Porque, en vista de ciertas interpretaciones que se han adelantado en años recientes, debe observarse cuidadosamente que todavía no hemos llegado al cumplimiento de ninguna de las seis cosas predichas en Daniel 9:24. La expiración de los 483 años sólo nos ha llevado "hasta" Aquél en quien habrían de cumplirse esas seis cosas, que abarcan el propósito entero de Dios en la redención. Han pasado sesenta y nueve de las setenta semanas determinadas. Sólo queda una semana. Por consiguiente, se sigue, por necesidad, que las predicciones del versículo 24 deben cumplirse en esa semana. Dentro de los siguientes siete años,
debe terminar la prevaricación de Israel, la iniquidad debe ser expiada, y la justicia perdurable debe ser traída, porque, de lo contrario, la profecía fallaría por completo.

Pero esto es lo que podría haberse entendido del versículo 24 solamente. Las palabras "setenta semanas están determinadas" son suficientes para informarnos que la semana setenta era aquélla en que ocurriría el cumplimiento de los sucesos predichos; porque si estos sucesos, o por lo menos algunos de ellos, no cayeran en esa última semana, entonces el período profético no habría sido anunciado como una de las setenta semanas, sino como una de un número menor. En realidad, la manera misma en que la profecía se nos da - siendo la última semana distinguida del resto para mencionarla de modo especial y separado - indica la excepcional importancia de esa semana. Y esto se ve fácilmente porque, si miramos atentamente los términos de la profecía, nos damos cuenta de que el ministerio personal de nuestro Señor cae enteramente dentro de la semana setenta. Pedimos a nuestros lectores que retengan este hecho firmemente. La profecía dice claramente que habría 69 semanas "hasta el Ungido". Entonces, para dejar esto claro más allá de toda duda, dice: "Y después de las sesenta y dos semanas, se quitará la vida al Mesías". Esto coloca definitivamente su ministerio entero dentro de la semana consecutiva número setenta desde el decreto de Ciro. Esto es de la mayor importancia para entender la profecía.

En relación con esto, y a manera de anticipación de lo que nos proponemos considerar más plenamente de aquí en adelante, llamamos la atención brevemente a varios puntos que tienen que ver directamente con esta parte de nuestro estudio:

(1) Por lo que está registrado en el evangelio de Juan (y esto ha sido señalado desde los primeros días de nuestra era), es claro que el ministerio de nuestro Señor duró aproximadamente, si no exactamente, tres años y medio. De aquí que, desde su ungimiento hasta su muerte, transcurriría "la mitad de una semana" y su crucifixión ocurriría "a la mitad de la semana (setenta)".

(2) Echando un vistazo momentáneo a Daniel 9:27, notamos las palabras "y a la mitad de la semana hará cesar el sacrificio y la ofrenda". Si, como esperamos demostrar de aquí en adelante con amplias pruebas, el pronombre "el" de este versículo es Cristo, y las palabras citadas se refieren a que Él haría cesar los sacrificios de la ley al ofrecerse a sí mismo como sacrificio por el pecado de una vez y para siempre, entonces tenemos un perfecto acuerdo, en la obra consumada de Cristo, con todos los términos de la profecía, y particularmente con respecto a la duración del tiempo asignado al ministerio terrenal de Cristo tanto por la profecía como por el evangelio, de acuerdo con Juan.

Debemos tener mucho cuidado en esta parte de nuestro estudio, porque tiene que ver con cuestiones en relación con las cuales ha habido gran incertidumbre y amplias diferencias de opinión. Sin embargo, las dificultades han sido en su mayoría importadas al tema. Se deben en gran medida al método erróneo que se ha seguido (esto lo hemos mostrado en el capítulo anterior), y a la selección de un punto de partida erróneo. Porque, manifiestamente, las consecuencias de un error al principio aparecerán durante todo el camino de allí en adelante. Por otra parte, será fácil mantenerse libres de error y confusión si tenemos presentes estos hechos sencillos: (1) Que, hasta el bautismo de Cristo, habían transcurrido 69 semanas; (2) que el principio de su ministerio fue también el principio de la semana setenta; (3) que la totalidad de su misión cayó dentro de esa última semana; y (4), que en esa semana debemos necesariamente buscar el cumplimiento de las seis predicciones de Daniel 9:24.

Hasta ahora no nos hemos referido a la última parte de Daniel 9:25. Ella nos dice meramente que se volverían a edificar la plaza y el muro "en tiempos angustiosos". El período de "siete semanas" mencionado en el versículo era sin duda la medida de aquellos tiempos angustiosos. Esto servirá para explicar por qué el período entero de 70 semanas se dividió en tres partes - siete semanas, sesenta y dos semanas, y una semana. En la primera porción (7 semanas), tuvo lugar la reconstrucción de la ciudad y el templo, y los últimos mensajes de Dios para Israel fueron entregados por Hageo, Zacarías, y Malaquías. Luego sigue un largo trecho de 62 semanas, que transcurrió sin incidentes, por lo que concierne a esta profecía. Sin embargo, el capítulo 11 (como mostraremos más adelante) predice los principales sucesos de este período, lo cual nos trae "hasta el Mesías", y luego viene la última y más trascendental "semana", que apropiadamente se sostiene por sí sola, porque en ella ocurrieron los acontecimientos más estupendos de todos los tiempos.


EL PRÍNCIPE


El hecho de que el ángel Gabiel, al hablar del Mesías, le diera el título de "Príncipe" (Dan. 9:25) sugiere una investigación que, cuando se lleva a cabo, se encuentra que rinde resultados fructíferos.

Dos de las grandes visiones que Daniel registra proporcionan un bosquejo de la historia del gobierno humano, desde el momento de la visión hasta el fin mismo del gobierno mundial en manos de los hombres; y en ambas visiones se muestra que el último de los gobiernos mundiales será seguido, y el sistema entero de gobierno humano será desplazado, por el reino de Dios. La visión del capítulo 2 muestra este reino como una roca que se desprende de la montaña, sin participación humana, (siendo ésta una característica especial de la visión) que golpea la gran imagen (que representa el gobierno humano en su totalidad) en sus pies, demoliendo la imagen entera, y finalmente se convierte en una montaña que llena toda la tierra. Al exponer la visión, Daniel dice que esta roca representaba "un reino" que "el Dios del cielo" establecería y que "permanecería para siempre" (Dan. 2:44). Claramente, el Señor Jesús tenía en mente este pasaje cuando, al advertir a los escribas y fariseos que el reino de Dios les sería quitado (porque la promesa del reino, junto con todas las otras promesas, les había sido dada a los judíos), habló de "la piedra que desecharon los edificadores", y declaró que quienquiera que cayera sobre ella (entonces, a su primera venida) sería quebrantado; pero que sobre quienquiera que cayera esa piedra (a su segunda venida con poder) sería reducido a polvo (Mat. 21:42-44).

La visión compañera (Dan. 7) revela detalles adicionales concernientes a este reino de Dios. Particularmente, muestra que sería conferido en el cielo a Aquél semejante al Hijo del hombre a quien se le daría "dominio, gloria, y un reino, para que todos los pueblos, y naciones y lenguas le sirvan. Y su dominio es dominio eterno, y su reino es un reino que no será destruido" (Dan. 7: 13, 14).

En vista de estas dos visiones precedentes que hablan tan definidamente de un reino, podría esperarse que, al anunciar en la visión del capítulo 9 la venida del Ungido que, por supuesto, es Aquél que había de recibir el reino, el ángel se refiriese a Él como al "Mesías Rey". Y ciertamente, si la venida para la cual las setenta semanas eran el plazo determinado hubiese sido con el propósito de establecer un reino que desplazaría inmediatamente el gobierno terrenal del hombre, entonces el título de "Rey" sería el apropiado para ser usado. Pero, en vista del verdadero propósito para el cual Cristo habría de venir en ese dintel y de la obra que habría de llevar a cabo, el título de "Príncipe" es maravillosamente oportuno. Y no sólo es esto así, sino que este título sirve como conexión con ciertos pasajes del Nuevo Testamento, a los que nos referimos más abajo, en los cuales se presenta su obra de una manera abarcante.

Porque el título "Príncipe" se lo da al Señor Jesucristo el Espíritu Santo cuatro veces, mientras que Él no es proclamado como Rey ni una sola vez por la autoridad del cielo en su primera venida. (Fue llamado rey por los magos gentiles, por Nataniel la primera vez que se encontró con Él, por la multitud emocionada cuando entró en Jerusalén, cuando sus esperanzas nacionalistas habían sido elevadas al máximo por el milagro de la resurrección de Lázaro, y por Pilato en son de burla. No fue llamado así por Juan el Bautista, ni por Él mismo, ni por sus inmediatos discípulos y apóstoles. Éstos últimos le llamaban "Maestro" y "Señor").

Los cuatro pasajes del Nuevo Testamento a los que nos referimos son éstos:

1. Hechos 3:15 - "Y matásteis al Príncipe de la vida, al cual Dios ha resucitado de los muertos".

2. Hechos 5.31 - "A éste, Dios ha exaltado con su diestra por Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y perdón de pecados".

3. Hebreos 2:10 - "Porque convenía a aquel por cuya causa son todas las cosas, y por quien todas las cosas subsisten, que habiendo de llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionase por aflicciones al autor (príncipe) de la salvación de ellos".

4. Hebreos 12:2 - "Puestos los ojos en Jesús, el autor (príncipe) y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios".

Considerados juntos, estos cuatro pasajes presentan una visión maravillosa de la obra del Ungido a su primera venida. Para comenzar, debe observarse que, en cada pasaje, su sufrimiento se presenta de modo prominente. Pedro les dice a los judíos en Jerusalén: "Negásteis al Santo y al Justo, y pedísteis que se os diese un homicida, y matásteis al Príncipe de la vida". Nuevamente, en Hechos 5:30, 31 dice: "El Dios de nuestros padres levantó a Jesús, a quien vosotros matásteis colgándole en un madero. A éste, Dios ha exaltado con su diestra por Príncipe y Salvador". En el tercer pasaje, leemos que convino a Dios traer muchos hijos para gloria, para perfeccionar al Príncipe de su salvación por medio del sufrimiento. Y finalmente, leemos que, como Príncipe de la fe, Aquél a quien debemos mirar confiadamente mientras corremos la carrera que nos es propuesta, sufrió la cruz, menospreciando el oprobio. No es necesario que señalemos cuánerfecto es el acuerdo en todo esto con lo único predicho acerca del Mesías Príncipe en Daniel 9:25, 26, a saber, que sería cortado y no tendría nada. Todos estos pasajes, pues, concuerdan en su testimonio de que este "Príncipe" Ungido habría de sufrir y morir como cumplimiento de su misión.

Nuevamente, considerando juntos estos pasajes, vemos en ellos el cuádruple propósito de Dios al enviar a su Hijo en semejanza de hombre y ungirle con el Espíritu Santo y con poder. Fue (1) para que pudiera ser el Príncipe de la vida, para cumplir así la más profunda necesidad de su pueblo que perecía, pues vino "para que tuvieran vida"; (2) para que también pudiera ser Príncipe y Salvador con el poder para dar arrepentimiento y perdón de pecados; (3) para que también pudiera ser Príncipe o Líder de la salvación de los muchos hijos de Dios, para llevar a todos ellos de vuelta sanos y salvos a casa y a la gloria; y (4) para que también pudiese ser el Líder y Consumador de aquella fe por la cual el pueblo de Dios ha de correr (y sin la cual nadie puede correr) con paciencia la carrera puesta delante de él. Este cuádruple objeto del propósito de la misión de Cristo en su primer advenimiento parece presentar un escenario abarcante de su obra.

En estos pasajes, pues, le vemos a Él como el Príncipe de la vida, exaltado por la mano derecha de Dios como Príncipe y Salvador, que concede arrepentimiento y perdón y da el Espíritu Santo "a los que le obedecen" (porque acepta sólo obediencia voluntaria); como Príncipe de la salvación completa y final de los "muchos hijos" de Dios a quienes por la muerte ha librado de aquél que tiene el poder de la muerte, a saber, el diablo (vv. 14, 15); y por último, como Príncipe y Consumador de una fe que triunfa a través de todas las dificultades y nos sostiene hasta el fin de la carrera.

Para resumir: El primer pasaje tiene que ver con el nacimiento de los hijos del reino; el segundo, con el perdón y la justificación; el tercero, con su protección y seguridad mientras están en el viaje hacia la gloria; y el cuarto, con el perfeccionamiento de su fe al soportar todas las pruebas del camino. Considerados juntos, nos dan el carácter de ese reino que hemos recibido por medio de la gracia, y que se describe en Hebreos 12:28 como "reino inconmovible".

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