Philip Mauro
LAS SETENTA SEMANAS Y
LA GRAN TRIBULACIÓN

Un estudio de las dos últimas visiones de Daniel y del
discurso del Señor Jesucristo en el Monte de los Olivos

Philip Mauro
(1921)


CAPÍTULO 2

"LA ORDEN PARA
RESTAURAR Y EDIFICAR"

"Desde la salida de la orden para restaurar y edificar a Jerusalén hasta el Mesías Príncipe" (Dan. 9:25).

La profecía comienza en el versículo 24. El ángel informa a Daniel que setenta sietes de años estaban "determinados" (o  señalados) sobre su pueblo, y sobre la santa ciudad, para terminar la prevaricación, poner fin al pecado, expiar la iniquidad, traer la justicia perdurable, sellar la visión y la profecía, y ungir al santo de los santos (lugar). Aquí hay seis cosas que debían cumplirse dentro del período claramente determinado de 490 años de la historia judía. Dentro de esas seis cosas nos proponemos mirar más adelante. Pero hay una pregunta importante que debe ser contestada primero. ¿Cuándo comienza el período de 490 años? El siguiente versículo proporciona esta necesaria información. Leemos: "Sabe, pues, y entiende que, desde la salida de la orden para restaurar y edificar Jerusalén hasta el Mesías príncipe, habrá siete semanas, y sesenta y dos semanas". Por esto, sabemos que debía haber un total de 69 semanas (7 semanas más 62 semanas) o 483 años desde el citado punto de partida hasta el Mesías.

Por consiguiente, tenemos que establecer con certeza el suceso desde el cual habrían de comenzar a contarse las setenta semanas; porque es manifiesto que la línea de medida, aunque fue dada directamente desde el cielo, y aunque está registrada para nuestro beneficio en las Sagradas Escrituras, no nos servirá de nada en absoluto a menos que conozcamos con certeza el punto de partida. Es igualmente manifiesto que el punto de partida no puede saberse con certeza a menos que esté revelado en las Escrituras y de manera tal que el lector ordinario pueda "saberlo y entenderlo" más allá de toda duda. Sin embargo, esta cuestión esencial está revelada en la palabra de Dios; y además, la información se da de una manera tan clara y tan sencilla que el transeúnte no necesita equivocarse. A esto llegaremos en un momento. Pero, primero, es  deseable hablar de las varias y conflictivas ideas sobre este punto vital que se hallan en los escritos actuales sobre la profecía. Porque, por extraño que parezca, existen los mayores desacuerdos y las mayores opiniones encontradas en cuanto a la "orden" o "palabra" en particular a la que se refiere el ángel como punto de partida de las 70 semanas. Hay no menos de cuatro diferentes decretos, u órdenes reales, que se han presentado como el punto desde el cual deben contarse las setenta semanas. Algunos expositores capaces y eruditos escogieron uno, y otros, igualmente capaces y eruditos, escogieron otro. Pero la palabra de Dios habla tan claramente en cuanto a esto como lo hace concerniente al lugar donde debía nacer Jesús.

Entonces, ¿por qué esta diferencia de opinión? La explicación es que los que, en años recientes, han vuelto su atención a esta profecía, la han interpretado erróneamente. Han utilizado un método que no puede conducir
sino a una conclusión errónea. El lector debe entender esto (y trataremos de dejarlo bien claro) antes de seguir adelante.

La manera correcta de llegar a la cronología de la profecía es tan simple y obvia que un niño puede entenderla en seguida. Todo lo que necesitamos hacer es establecer, por medio de la Palabra de Dios, los dos sucesos especificados por el ángel: (1) la emisión de la "orden" y (2) la manifestación del "Mesías Príncipe". Habiendo fijado definitivamente estos dos sucesos (lo que las Escrituras nos permiten hacer con certeza), sabemos por la profecía misma que desde el un suceso hasta el otro hay sólo 483 años. Con este método, no necesitamos ningún sistema de cronología.

Pero nuestros expositores han procedido de manera muy diferente. Primero, han elegido uno u otro de los varios sistemas de cronología que han sido compilados por varios cronologistas - como el de Ussher, el de Lloyd, el de Clinton o el de Marshall. Luego, habiendo aceptado la corrección de la cronología seleccionada, han buscado, primero, un decreto de algún rey persa y segundo, algún suceso durante la vida de Cristo que estuviese lo más cerca posible de un espacio de 483 años, de acuerdo con la cronología seleccionada.

Después de la consideración más breve,
quedará claro que, de acuerdo con este método, la interpretación de la profecía es controlada por cualquier cronología que el expositor haya seleccionado; porque tiene que rechazar todas las interpretaciones que no concuerden con su supuesta cronología.

Ahora bien, no sólo es este modo de proceder fundamentalmente erróneo porque trata de ajustar los acontecimientos
de la historia bíblica a un esquema cronológico fabricado por el hombre sino que el hecho es que todo sistema cronológico que cubra el período que nos ocupa, (es decir, desde el comienzo de la monarquía persa hasta Cristo) es mayormente una cuestión de conjetura. Todos esos sistemas, sin ninguna excepción, están basados en el "canon" de Ptolomeo, es decir, una lista de supuestos reyes persas, con la supuesta duración del reinado de cada uno, una lista que fue compilada por Ptolomeo, un astrónomo y escritor pagano del siglo segundo D. C. Pero Ptolomeo ni siquiera pretende haber tenido algún hecho en cuanto a la duración del período persa (es decir, desde Darío y Ciro hasta Alejandro el Grande). Ptolomeo estima o conjetura que este período fue de 205 años. Y esto es lo que ha causado todos los problemas y toda la incertidumbre; porque cada uno de los que han intentado construir una cronología bíblica se ha basado en el estimado de Ptolomeo. En una palabra, pues, no existe ninguna cronología del período desde Ciro hasta Cristo, excepto en la Biblia.

Para demostrar cuán grande es la incertidumbre acerca de la duración del imperio persa, sólo tenemos que mencionar el hecho de que, de acuerdo con las tradiciones judías en los días de Cristo (que ciertamente son tan dignas de confianza como las tradiciones paganas de una fecha posterior), el período de los reyes persas sólo duró 52 años. Aquí hay una diferencia de 153 años, y eso con relación a una cuestión que es esencial para entender esta profecía. Sir Isaac Newton dice que "algunos judíos tomaron a Herodes por el Mesías, y fueron llamados 'herodianos'. Parecen haber basado su opinión en las 70 semanas". Puesto que la asunción al trono por Herodes ocurrió 34 años antes de Cristo, es evidente que la opinión de los herodianos requería un período persa comparativamente corto. Por otra parte, las opiniones de ciertos expositores modernos se basan en una era persa de una duración supuestamente larga.

Para que el lector pueda entender claramente la situación, y su relación con nuestro estudio, deseamos señalar que la cronología de Ussher (cuyas fechas se dan en el encabezado del "margen" de nuestras Biblias) da 536 años desde el año primero de Ciro hasta el año 1 D. C. (cuatro años después del nacimiento de Cristo). Añádanse a esto 26 años hasta la manifestación del Señor a Israel cuando fue bautizado, y tenemos 562 años. Pero, de acuerdo con la palabra de Dios, sólo habrían de transcurrir 483 años desde la orden para restaurar Jerusalén "hasta Cristo". Por lo tanto, si uno comienza por tomar la cronología de Ussher (o cualquiera de las otras) como base para su interpretación, se ve obligado a elegir un punto de partida aproximadamente ochenta años después del rey Ciro, quien (según la Escritura) fue el verdadero restaurador, el hombre a quien Dios levantó especialmente, y del cual dijo: "Edificará mi ciudad". (Volveremos a esto en breve).

Pero no tenemos que elegir entre las tradiciones judías y las tradiciones paganas, ni basar nuestras conclusiones en ninguna de ellas. Porque la palabra de Dios nos muestra claramente cuál fue el principio del período profético; y con esa información en nuestro poder, sabemos con certeza que sólo tanscurrirían 483 años "hasta Cristo". Por consiguiente, tenemos que rechazar cualesquiera y cada uno de los esquemas cronológicos, ya sean de fuentes judías o paganas, y cualesquiera y cada uno de todos los sistemas de interpretación basados en ellos que chocan con los hechos revelados en las Escrituras.

Este importante asunto del carácter defectuoso de todas las cronologías existentes se discute plenamente, y los hechos se presentan claramente, en la Cronología Bíblica de Anstey, publicada en 1913, a la cual debemos referir a aquellos de nuestros lectores que deseen estudiar el tema a fondo. La obra de Anstey invoca nuestra confianza y nuestro respeto porque hace a un lado todas las fuentes paganas y todas las conjeturas, y deriva su información solamente de las Escrituras.

Con respecto a las fechas que aparecen en la tabla de los reyes persas confeccionada por Ptolomeo, dice Anstey: "Descansan en cálculos o conjeturas hechos por Eratóstenes, y en ciertas vagas tradiciones flotantes, según las cuales el término del Imperio Persa fue proyectado como un período de 205 años". Y mediante una gran variedad de pruebas tomadas enteramente de las Escrituras, que el período que Ptolomeo asigna al Imperio Persa es demasiado largo por más o menos 80 años. Se sigue que todos los que adopten la cronología de Ptolomeo, o cualquier sistema basado en él (como lo hacen todos los modernos cronologistas antes de Anstey) inevitablemente se desviarían por mucho. Con la errónea cronología de Ptolomeo, es imposible hacer concordar los verdaderos sucesos bíblicos, dentro de 80 años. Este solo hecho convierte en completamente inútiles muchos de los modernos libros sobre Daniel, por lo que concierne a su cronología, y la cronología es lo principal.

CONCERNIENTE A LOS ECLIPSES

Se ha intentado llamar a la astronomía para que venga en ayuda de la defectuosa cronología de Ptolomeo mediante el uso de referencias incidentales, contenidas en registros históricos fragmentarios, a eclipses del sol o de la luna. Pero tales referencias no son absolutamente de ningún valor para el propósito que nos ocupa, en vista de que es imposible establecer, en cualquier caso dado, cuál de varios eclipses - dentro de, digamos, cincuenta o cien años - era el eclipse al que se aludía. Por ejemplo, una de las más claras de estas referencias históricas es la del "eclipse de Thales", mencionado por Heródoto. La  ocurrencia de este eclipse es ubicada por un astrónomo en 625 A. C.; por otro, hasta en 585 A. C. (una diferencia de 40 años), y por otros, en diferentes fechas en alguna parte de esa diferencia (Anstey, p. 286).

Vemos, pues, primero, que el método adoptado en las actuales exposiciones de la profecía de las setenta semanas es fundamentalmente erróneo; y segundo, que el sistema cronológico en que están basadas está compuesto mayormente de conjeturas, y está ciertamente muy apartado del objetivo con respecto a la duración del Imperio Persa.

Existe una cronología secular exacta y completa desde la conquista de Persia por Alejandro el Grande hasta la actualidad. Es sólo con respecto al período desde Ciro hasta Alejandro que hay incertidumbre.

EL DECRETO DE CIRO EL GRANDE

Ahora procederemos a demostrar que el punto de partida de las setenta semanas es aquel gran decreto,
divinamente inspirado y que hace época, de Ciro el Grande, que aparece registrado en 2 Crónicas 36:22, 23 y también en Esdras 1:1-4. La prueba no es sólo clara, simple y absolutamente concluyente para todos los que creen a la Palabra del Señor, sino que fue dada bajo circunstancias diseñadas para inspirar asombro y admiración por los maravillosos caminos de Dios al hacer que ocurriese lo que Él se ha propuesto y ha prometido llevar a cabo.

Volviendo a Isaías, los capítulos 44 y 45, hallamos allí la promesa de Dios de que Jerusalén sería reconstruida y los cautivos devueltos a sus hogares, y no sólo eso, sino que hallamos que Dios mencionó por nombre al hombre mismo, "Ciro", por medio de quien se cumpliría aquella promesa. La prueba de que el rey Ciro sería el que emitiría la orden (o el mandamiento) para la restauración y reconstrucción de Jerusalén es doblemente convincente e impresionante, y con todo propósito, como la Escritura misma declara, porque fue pronunciada por la boca del Señor doscientos años antes de que Ciro ascendiera al trono.

El pasaje comienza con las palabras: "Cantad loores, oh cielos, porque Jehová lo hizo" (Isa. 44:23). Evidentemente, aquí Dios está llamando la atención a una obra de gran importancia, una obra en que Él se deleita especialmente. Además, habría de ser una obra por medio de la cual las señales de los adivinos (los que consultaban los augures) quedarían deshechas, enloquecerían los agoreros, se volverían atrás los sabios, y su sabiduría se desvanecería (v. 25). A despecho de todo lo que se opusiera a su voluntad, los altos muros y las fuertes puertas de Babilonia, y la sabiduría de los astrólogos, adivinos y caldeos, Dios confirmaría la palabra dada a su siervo, y ejecutaría el consejo de sus mensajeros"; porque fue Él quien "dijo a Jerusalén: "Serás habitada, y a las ciudades de Judá: Reconstruidas serán, y sus ruinas reedificaré; que dice a las profundidades: Secaos, y tus ríos haré secar; que dice de CIRO: Es mi pastor, y cumplirá todo lo que yo quiero, AL DECIR A JERUSALÉN: SERÁS EDIFICADA, Y AL TEMPLO: SERÁS FUNDADO" (vv. 26-28).

Hacemos una pausa en este punto para recordar al lector que, cuando llegó el momento para el cumplimiento de esta profecía de Isaías, el último rey babilonio, Belsasar, estaba divirtiéndose con un millar de sus cortesanos en imaginaria seguridad detrás de los fuertes muros de Babilonia, mientras los ejércitos de Darío y de Ciro sitiaban la ciudad. Entonces apareció parte de una mano de hombre, que trazó en la pared aquellas cuatro palabras que declaraban el destino de Babilonia, aunque los magos, astrólogos, y adivinos quedaron confundidos por ellas, y su sabiduría se tornó en estupidez. Además, la historia secular ha preservado para nosotros el hecho de que los ingenieros del ejército de Ciro excavaron un nuevo canal para el río Éufrates, que fluía a través de la ciudad (cumpliendo así las palabras: "y tus ríos haré secar") y Ciro entró por el lecho seco del río. Así se abrieron las "puertas de dos hojas" de Babilonia al conquistador designado por Dios, y que habría de ser "pastor" y liberador de su pueblo. El siguiente versículo de la profecía habla de esto:

"Así dice Jehová a su ungido, a Ciro, al cual tomé yo por su mano derecha, para sujetar naciones delante de él y desatar lomos de reyes - véase Daniel 5:6, donde se dice de Belsasar, cuando vio la escritura en la pared: "se debilitaron sus lomos" - para abrir delante de él puertas, y las puertas no se cerrarán" (Isa. 45:1).

He aquí el testimonio del propio Dios de que el rey Ciro, y no uno de sus sucesores, habría de dictar la orden por la cual Jerusalén habría de ser reconstruida y sus habitantes repatriados. Nada puede ser más claro que las palabras: "Él (Ciro) cumplirá todo lo que yo quiero, al decir a Jerusalén: Serás edificada, y al templo: Serás fundado". Esta prueba no puede ser desbaratada. La verdad es que nadie que crea que las Escrituras son inspiradas ni siquiera la cuestionará. Teniendo esto como guía, debemos declinar seguir a los que, con una defectuosa cronología pagana como única guía, buscan a tientas algún suceso mucho tiempo después de que Ciro había descendido a la tumba, que pueda considerarse como "la orden para restaurar y edificar Jerusalén".

No es necesaria ninguna otra evidencia. Pero, en este asunto extremadamente importante, le ha complacido a Dios proporcionar una prueba tras otra. Así, en Isaías 45:13, tenemos estas palabra adicionales concernientes a Ciro:

"Yo lo desperté en justicia, y enderezaré todos sus caminos; ÉL EDIFICARÁ MI CIUDAD, Y SOLTARÁ MIS CAUTIVOS".

Nadie que crea en la palabra de Dios, podrá, teniendo la Escritura delante de él, disputar ni por un momento que fue por medio de Ciro que Jerusalén fue reconstruida y sus cautivos repatriados. Aquí hay dos cosas que Dios predijo claramente que serían hechas por Ciro (y esto ocurrió 200 años antes de que ascendiera al trono): Primera, habría de reconstruir la ciudad; y segunda, habría de devolver a sus hogares a los judíos cautivos. Estas son las mismas dos cosas que el ángel le mencionó a Daniel; porque dijo: "desde la orden para restaurar y edificar Jerusalén". Y las Escrituras dejan claro que Ciro se apresuró a cumplir esta palabra de Dios; y además, que Ciro sabía exactamente lo que estaba haciendo, y por qué.

Aquí hay verdad que, con un poco de atención, podemos captar y que, cuando sea  comprendida, despejará todas las incertidumbres y nos llenará de admiración por las maravillas y las perfecciones de la palabra de Dios.

Observe, pues, que, cuando el ángel dijo "la orden para restaurar y edificar", Daniel habría sabido por la profecía de Isaías (con la cual estaba familiarizado, como veremos) que sería Ciro quien dictaría ese decreto. Ahora bien, en ese momento, Ciro era co-gobernante con, y subordinado de, "Darío el medo" (Dan. 9:1). Pero, en menos de dos años, Ciro se convirtió en el único gobernante; y fue en ese mismo primer año de su reinado cuando dictó el decreto de fundaciones que dio nueva vida a la nación judía.

Que Daniel conocía la profecía de Jeremías que menciona la duración del cautiverio se dice expresamente en Daniel 9:2. Pero que también conocía la profecía de Isaías, que predecía que el cautiverio terminaría por el decreto de Ciro, parece ser por referencia al decreto de ese monarca, que aparece citado en parte por Esdras. Éstas son las palabras: "Así ha dicho Ciro rey de Persia: Jehová el Dios de los cielos me ha dado todos los reinos de la tierra, y me ha mandado que le edifique casa en Jerusalén, que está en Judá" (Esdras 1:2).

Es claro que esta "orden" vino a Ciro, no por medio del libro de Jeremías, sino por medio del libro de Isaías; porque es en Isaías donde Dios, hablando a Ciro, que todavía no había nacido, le encargó edificar la ciudad y el templo y liberar a los judíos cautivos. Se verá, pues, que Dios ha asignado a Ciro un lugar notable en su Palabra y en la ejecución de sus planes.

Daniel no se había enterado del fin del cautiverio por revelación directa de Dios, sino "por medio de libros" - evidentemente no sólo por el libro de Jeremías, sino también por el de Isaías. Nosotros también tenemos los mismos "libros" que Daniel tenía; y estos varios "libros" proporcionan toda la luz que se necesita para dejar la cuestión perfectamente clara.

CONCERNIENTE A CIRO

Esta maravillosa profecía de Isaías concerniente a Ciro, y su relación con los propósitos de Dios en general, no ha recibido en absoluto la atención que su importancia merece; y aunque no está dentro del propósito de este libro tratarla exhaustivamente, es apropiado que dirijamos la atención directamente a algunas de sus características notables.

Observamos, pues, que la repatriación de los judíos cautivos y la reconstrucción del templo eran evidentemente una cuestión de gran importancia a los ojos de Dios. Las frecuentes referencias a ella en los mensajes de los profetas son prueba suficiente de esto. Pero he aquí el extraordinario caso de una clara profecía, en palabras sencillas, de lo que Dios se proponía hacer, junto con el nombre del hombre por medio del cual se proponía llevarlo a cabo. El único caso semejante en que se describe una acción y el nombre del hombre que habría de llevarla a cabo, y la descripción se da antes de que naciese, es el del rey Josías (1 Reyes 13:2, cumplido en 2 Reyes 23:15-17).

Cuando el tiempo para el fin del cautiverio (anunciado por otro profeta, Jeremías) estaba a punto de terminar, Dios puso en manos del hombre al que había llamado por nombre doscientos años antes, "todos los reinos de la tierra", para que tuviese el poder necesario para cumplir la palabra de Dios y "hacer todo lo que Dios quería"; y además de todo eso, Dios mismo "despertó el espíritu de Ciro para que hiciera pregonar de palabra y también por escrito por todo su reino" (Esdras 1:1). Y seguidamente, en virtud de ese decreto, más de cuarenta y dos mil judíos, encabezados por Zorobabel, Josué y Nehemías, regresaron de inmediato a Jerusalén (Esdras 2:1-6); y con ellos, más de siete mil siervos y siervas (v. 65). Era un nuevo comienzo para Israel; y Ciro fue el "pastor" de Dios, escogido desde mucho antes, para llevar las ovejas de Dios de vuelta a su propio redil.

El pasaje entero concerniente a Ciro (Isa. 44:23-45:1-14) debe ser leído cuidadosamente. Citamos una parte:

"Yo iré delante de ti, y enderezaré los lugares torcidos; quebrantaré puertas de bronce, y cerrojos de hierro haré pedazos". (Esto se refiere a las defensas de Babilonia). "Y te daré los tesoros escondidos, y los secretos muy guardados" (los tesoros de Babilonia), "para que sepas que yo soy Jehová, el Dios de Israel, que te pongo nombre. Por amor de mi siervo Jacob, y de Israel mi escogido, te llamé por tu nombre; te puse sobrenombre, aunque no me conociste. Yo soy Jehová, y ninguno más hay; no hay Dios fuera de mí. Yo te ceñiré, aunque tú no me conociste, para que se sepa desde el nacimiento del sol, y hasta donde se pone, que no hay más que yo; yo Jehová, y ninguno más que yo".

En este notable pasaje, Dios llama la atención una y otra vez al hecho de que Él había llamado a Ciro por nombre mucho antes de que naciese; sin embargo, este hecho recibe escasa atención, y su significado ha sido perdido de vista por los encargados de exponer la profecía de las setenta semanas. Esto tiene que ocurrir con todos los que rechazan el decreto de Ciro como punto de partida de las setenta semanas.

Además, Dios habla, no acerca de Ciro, sino directamente a él. Por esto, podemos entender cómo es que Ciro dice: "El Dios del cielo me ha dado todos los reinos de la tierra y me ha mandado", etc.

Finalmente, Dios declara que Él había "ceñido" a Ciro para esta obra para que, desde oriente hasta occidente, es decir, en todo el mundo, se supiese que Él es Jehová, y no hay nadie más. Manifiestamente, este propósito de Dios, en sus maravillosos tratos con el rey Ciro, queda virtualmente frustrado cuando, en la interpretación de la profecía de las setenta semanas, el decreto de Ciro es hecho a un lado, y la palabra de algún otro rey es seleccionada como aquélla por medio de la cual Jerusalén fue reconstruida y sus cautivos repatriados.

Que la contemplación de los maravillosos tratos de Dios en el caso de Ciro nos lleve a adorar a Aquél que es perfecto en conocimiento, y que obra todas las cosas según el consejo de su propia voluntad.

Era de esperarse que, por cuanto le complació a Dios dar en su palabra una exacta medida de tiempo desde un suceso dado hasta Cristo, Él también dejara claro, más allá de toda duda, cuál era el suceso desde el cual se habrían de comenzar a contar los años. Y esta expectativa se cumplió plenamente.

Por los hechos sencillos y simples expresados arriba, es evidente que cada expositor que hace a un lado este decreto de Ciro como punto de partida de las 70 semanas, y lo reemplaza con algún otro suceso, o no es consciente del testimonio de Isaías 44 y 45 (y de otros testimonios bíblicos a los cuales nos referiremos en breve) o prefiere las conjeturas de un astrónomo pagano (que no tenía modo de conocer los hechos que ocurrieron más de quinientos años antes de su tiempo) por encima de la evidencia bíblica.

Éste es un caso en que un error en relación con el punto de partida es fatal para entender la profecía como un todo. Si nos equivocamos al comienzo, estaremos equivocados durante todo el camino.

En relación con esto, es interesante ver cómo entendían esto los eruditos judíos en tiempos antiguos. Así, pues, hallamos registrado en la historia de Josefo (1) que Ciro escribió en todos sus dominios que "el Dios Todopoderoso me ha designado rey de toda la tierra habitada" y que "Él ciertamente predijo mi nombre por medio de los profetas, y que yo le edificaría una casa en Jerusalén, que está en el país de Judá". Josefo continúa diciendo que, cuando Ciro hubo leído las palabras del profeta Isaías, "hizo llamar a Babilonia a los judíos más eminentes y les dijo que les permitía regresar a su propio país, y RECONSTRUIR SU CIUDAD JERUSALÉN Y EL TEMPLO DE DIOS". 

Josefo también da una copia de una carta escrita por Ciro a los gobernadores que estaban en Siria, cuya carta comienza como sigue: "El rey Ciro, a Sísines y Satrabúzanes. Saludos.
He dado licencia a todos los judíos que moran en mi país para que, si les place, regresen a su patria, y RECONSTRUYAN LA CIUDAD Y EL TEMPLO DE DIOS EN JERUSALÉN en el mismo lugar donde estaba antes". (Ant. Bk. XI, Ch. 1, sec. 1 & 3).

La prueba de que la reconstrucción de la ciudad fue hecha por orden de Ciro es tan concluyente que Prideaux (uno de los principales comentaristas sobre Daniel) admite francamente que "Jerusalén fue reconstruida en virtud del decreto emitido por Ciro en el año primero de su reinado". Pero este erudito rechaza el decreto de Ciro como punto de partida de las setenta semanas, simplemente porque comparte la idea errónea (para la cual no hay ninguna prueba de ninguna clase) de que 490 años no alcanzan desde ese decreto hasta los días de Cristo. Pero si, como lo admite Prideaux, éste es el hecho, entonces considerar cualquier otro suceso como punto de partida es falsificar la profecía. Hay que escoger entre las claras afirmaciones de la palabra de Dios y las conjeturas de historiadores y astrónomos paganos. Escribimos para beneficio de los que aceptan la palabra de Dios como concluyente.

Es verdad que Esdras, en la primera y breve declaración que hace del decreto de Ciro, no menciona específicamente la construcción de la ciudad. Pero esa omisión no justifica en absoluto que el decreto de Ciro no haga provisión para la reconstrucción de la ciudad, ni mucho menos es razón para hacer a un lado la palabra de Dios hablada por medio de Isaías. De hecho, el decreto de Ciro, bajo el cual estaban los judíos, uno y todos, permitía regresar a Jerusalén, y bajo el cual cuarenta y dos mil regresaron en seguida, necesariamente implicaba el permiso para construir casas para vivir en ellas. La construcción del templo es la cuestión más importante, y por eso se menciona específicamente en la breve referencia de Esdras al decreto de Ciro. Pero, según la profecía de Isaías, la orden para reconstruir la ciudad habría de ir junto con la de reconstruir el templo. Por eso, cuando hemos hallado la orden para reconstruir el templo, hemos hallado la orden para reconstruir la ciudad.

Hay que observar que las palabras de Gabriel requieren la salida de la orden para restaurar y edificar Jerusalén. Esas palabras concuerdan con el decreto de Ciro, que fue promulgado en todos sus dominios, y expresamente son llamadas por Esdras un "mandato" (Esdras 6:14).

Además, que la construcción de Jerusalén procedió realmente bajo el decreto de Ciro se ve por el hecho de que, cuando sólo los fudamentos del templo habían sido echados, los adversarios se quejaban de que los judíos estaban "reconstruyendo la ciudad rebelde y mala, y levantan los muros y reparan los fundamentos" (Esdras 4:12).

Esa afirmación de los adversarios no era un invento; porque está plenamente corroborada por Hageo, quien (profetizando durante ese mismo período del cese de la obra en el templo) dijo que el pueblo habitaba en sus propias casas artesonadas, y que cada uno corría a su propia casa (Hag. 1:4, 7).

Además, al leer el libro de Esdras, se observará que él habla todo el tiempo de Jerusalén como una ciudad existente, y en 9:9 da gracias a Dios de que Él les había dado "un muro en Judá y en Jerusalén".

Algunos expositores han elegido como punto de comienzo de las 70 semanas el decreto mencionado en Esdras 7:11-28. Pero ese no puede ser porque, en primer lugar, suponerlo contradiría la palabra de Dios dicha a Isaías, que dio testimonio de que la "orden" para repatriar a los cautivos, reconstruir la ciudad, y echar los fundamentos del templo sería dada por Ciro; mientras que el decreto mencionado en Esdras 7 fue dado por "Artajerjes" (Darío Histaspes), que fue uno de los sucesores de Ciro.

Al leer cuidadosamente Esdras capítulos 6 y 7, se verá que lo que aquí está registrado concuerda con las Escrituras citadas hasta ahora
y las apoya plenamente, mostrando que la obra entonces en progreso en Jerusalén, y la que los enemigos de los judíos trataban de estorbar, se basaba enteramente en el decreto de Ciro. Porque, cuando esos adversarios se quejaron por carta al rey Darío concerniente a la obra de la reconstrucción del templo (que los judíos habían reanudado bajo el estímulo de las profecías de Hageo y Zacarías), Darío hizo que se buscara entre los archivos en la casa de los rollos (Esdras 6:1), y encontró el decreto de Ciro ordenando la reconstrucción del templo; y con la autoridad de ese decreto de Ciro, su sucesor Darío dictó el decreto mencionado en Esdras 6:6-12.

Debe observarse que, en ese momento, no era una cuestión de la reconstrucción de la ciudad. Eso ya se había hecho, por lo menos hasta un grado suficiente para acomodar a los que habían regresado. Aproximadamente cincuenta mil personas habían regresado en el primer grupo, con esposas e hijos, y otros de manera subsiguiente; y, por supuesto, su primera ocupación fue procurarse viviendas. Ya hemos llamado la atención a la declaración de Esdras 4:12, de que los judíos habían "llegado a Jerusalén, reconstruido la ciudad rebelde y mala, y erigido (marg. terminado) los muros de ella, y echado los fundamentos".

La terminación del templo se menciona en Esdras 6:14, 15, y se dice que se hizo "según el decreto de Ciro y Darío" - siendo el de Darío meramente una reafirmación del decreto de Ciro, que había dado la autorización para la totalidad de la obra de restauración.

El decreto mencionado en Esdras 7:11-28 todavía tardaría en venir algunos años más tarde. No tenía
absolutamente nada que ver con la reconstrucción ni de la ciudad ni del templo. No podría haber sido la "orden" para la construcción de ninguno de ellos, porque ese mandamiento ya había sido dado. Era simplemente una "carta" que el rey le dio a Esdras, porque leemos que "el rey le concedió todo lo que pedía" (Esdras 7:6). Esa "carta" disponía, primero, que todo el pueblo de Israel, los sacerdotes y levitas, los que tuvieran voluntad de hacerlo, podían ir a Jerusalén; segundo, que podían llevar plata y oro para comprar animales para el sacrificio, y todo lo demás que se necesitase para la casa de Dios; y tercero, que no debía imponerse ningún impuesto ni tributo a los sacerdotes, levitas, cantores, porteros, nethinim o ministros de la casa de Dios. Así,pues, lejos de haber en esta "carta" alguna "orden" para la construcción de la ciudad o el templo, su contenido muestra que tanto la ciudad como el templo ya existían.

LA OBRA DE NEHEMÍAS EN EL MURO DEL TEMPLO

Ahora llegamos al más reciente de todos los supuestos "decretos" que han sido elegidos por cualquier expositor como aquél al cual se refirió el ángel Gabriel como "la orden para restaurar y edificar Jerusalén". Esta es la "carta" que el rey entregó a Nehemías, a solicitud suya, como se dice en Nehemías 2:4-8.

Esta carta o permiso escrito entregado a Nehemías por el entonces monarca, o "Artajerjes", siendo el más reciente de todos, es, entre todos, el más alejado de la verdad. Sin embargo, es el favorito de ciertos eruditos expositores de nuestros días, y por la misma razón de que es el más reciente, y por consiguiente, concuerda mejor con las erróneas cronologías que se han derivado del canon de Ptolomeo. Pero, aun así, si este "Artajerjes" fuese, como lo muestra Anstey mediante pruebas satisfactorias, el mismo rey "Darío" mencionado por Esdras, entonces el año vigésimo (Neh. 2:7) de su reinado sería demasiado temprano, por lo menos en cincuenta años, para que concordase con cualquiera de las cronologías antes mencionadas. Por consiguiente, se ha supuesto, además, que el rey de los días de Nehemías era Artajerjes Longímano. Pero el año vigésimo de ese monarca sería aproximadamente 100 años después del retorno de Babilonia en los días de Ciro; de aquí que estaría demasiado a los días de Cristo como para que encajase con cualquiera de las cronologías existentes. Por consiguiente, para forzar un acuerdo en este caso, es necesario hacer de los "setenta sietes" un período más corto que de 490 años. El ingenio de nuestros expositores ha estado bastante a la altura de esto, pues, para hacer frente a esta dificultad, han supuesto que los "sietes" no eran sietes de años, sino períodos anodinos de 360 días cada uno, que no son "años" en absoluto. De este modo, la aceptación de una falsa cronología (en vez de basarse en conclusiones bíblicas solamente) conduce hasta a hombres eruditos y capaces a adoptar una falsa suposición tras otra, y de esa manera desviarse más y más de la verdad.

Pero no necesitamos salirnos del libro de Nehemías para hallar pruebas concluyentes de que la "carta" que el rey entregó a aquel hombre devoto no era "la orden" en virtud de la cual Jerusalén sería reconstruida. La verdad es que sólo tenemos que leer los capítulos 1, 2, y 3 de Nehemías con cuidado ordinario para darnos cuenta de que la ciudad ya había sido reconstruida, con muros y puertas, en el tiempo al que se refieren esos capítulos; que las noticias llevadas a Nehemías, como están registradas en el capítulo 1, eran noticias de los daños que acababan de hacer los enemigos de los judíos a los muros y a las puertas de la ciudad reconstruida; que la carta que el rey entregó a Nehemías era simplemente un permiso para reparar esos daños; y que la obra hecha por Nehemías, como aparece registrado en el capítulo 3, fue la "reparación" del muro, y la "reparación" de las puertas, y la instalación de las puertas, las cerraduras, y las barras de ellas. Para pruebas de estas afirmaciones, sólo es necesario leer los capítulos a los que nos hemos referido.

Las noticias de Jerusalén. En el capítulo 1, Nehemías relata que, mientras atendía a sus acostumbrados deberes en el palacio del rey, ciertos hermanos vinieron de Jerusalén con noticias al efecto de que los de la provincia de Judá, que habían quedado del cautiverio, estaban en gran aflicción y afrenta. Informaron, además, diciendo: "y el muro de Jerusalén derribado, y sus puertas quemadas a fuego" (Neh. 1:1-3).

El efecto de este informe en Nehemías muestra claramente que de lo que estaban hablando era de una calamidad nueva e inesperada. Porque cuenta que, cuando escuchó estas palabras, se sentó, y lloró, e hizo duelo por algunos días, y ayunó y oró delante del Dios de los cielos. El registro deja claro que la causa de su aflicción era, no la condición de los judíos en la provincia, sino las noticias del daño que se había causado a los muros y las puertas de la santa ciudad. Esa no puede haber sido la destrucción causada por Nabucodonosor, porque eso había tenido lugar más de cien años antes. Nehemías había sabido eso toda su vida. Cuando les preguntó "por Jerusalén", s
us hermanos no podrían haberle hablado del daño causado un siglo antes, como si fuese novedad. Eso no habría sido noticia para él, ni podría el oír hablar de ello haberle sumido en profunda aflicción. Dice que no había estado antes triste en la presencia del rey (2:7); pero ahora su tristeza era tan grande que no pudo ocultar de su semblante la evidencia de ella ni siquiera en presencia del rey. Debe haber habido una causa para esto; y nada sino la noticia inesperada de una nueva calamidad en la ciudad amada podría haber explicado esta aguda aflicción. Con los muros dañados y las puertas quemadas a fuego, la ciudad estaba expuesta a sus enemigos, y el mismo templo nuevo estaba en peligro de ser destruido nuevamente.

En este informe, tenemos un indicación de los "tiempos angustiosos" predichos por el ángel Gabriel (Dan. 9:25).

En el capítulo 2, tenemos el relato de la solicitud de Nehemías al rey, y de la "carta" que éste le dio a Nehemías. No hay ningún decreto, ninguna "orden", nada en absoluto acerca de reconstruir la ciudad. ¿Y cómo podría haberlo en vista de la palabra del Señor concerniente a Ciro, diciendo: "Él edificará mi ciudad"? Es verdad que Nehemías solicitó que el rey le enviara a la ciudad de los sepulcros de sus padres, para que pudiera "edificarla". Pero la palabra traducida aquí como "construir" tiene un significado muy amplio, y sería apropiada para describir la reparación del daño causado a los muros y las puertas, que de hecho es lo que significa en este caso. Nehemías sólo procuraba permiso para restaurar las partes que acababan de ser destruidas. Esto se mostrará abajo.

Lo que Nehemías quería decir con su solicitud aparece en los versículos 7 y 8, es decir, cartas a los gobernadores del otro lado del río para que le diesen paso libre (en otras palabras, un pasaporte) y también una carta al guarda del bosque del rey para que le proporcionase "madera para hacer vigas para las puertas del palacio, que pertenecían a la casa, y para el muro de la ciudad, y para la casa en que yo estaré". El rey concedió estas solicitudes. Manifiestamente, esas cartas no constituyen una orden para reconstruir la ciudad.

Finalmente, se ve claramente en el capítulo 3 que la obra que Nehemías llevó a cabo durante su permanencia en Jerusalén era la reparación del muro y las puertas de la ciudad. La palabra "reparó" se usa más de veinte veces en ese capítulo para describir esa obra. Era una obra pequeña (en comparación con la obra de reconstruir la ciudad y el templo) porque fue completada, a pesar de todos los obstáculos) en el corto espacio de 52 días, menos de dos meses (6:15). En los capítulos tres y cuatro de Nehemías, hallamos frecuentes referencias incidentales a las casas que ya existían en Jerusalén y que estaban ocupadas por sus dueños, pero ni una sola palabra sobre ninguna construcción de casas en ese tiempo. Así, pues, leemos en 3:20, 21 acerca de "la casa de Eliasib, el sumo sacerdote". En el versículo 23,leemos que Benjamín y Hasub repararon "frente a su casa", y Azarías, "cerca de su casa". En el versículo 25, se menciona "la torre alta que sale de la casa del rey". En el versículo 28, se dice que los sacerdotes repararon "cada uno en frente de su casa". En el versículo 29, leemos que Sadoc reparó "en frente de su casa".

En 4:7, la naturaleza de la obra 
se muestra con las palabras "los muros de Jerusalén eran reparados, porque ya los portillos comenzaban a ser cerrados". Los versículos 1, 6,15, 17 y 21 del mismo capítulo, y también el 6:1, 15 y el 7:1, muestran que la obra era sólo en el muro. Las palabras del 6:15: "Fue terminado, pues, el muro el veinticinco del mes de Elul, en cincuenta y dos días" registran la terminación de la obra entera.

En el capítulo 7:3, leemos que Nehemías nombró "guardas de los moradores de Jerusalén, cada cual en su turno, y cada uno delante de su casa". Nuevamente, esto muestra que los habitantes de la ciudad tenían casas donde vivir, aunque difícilmente necesitamos ser informados de un asunto tan obvio. A primera vista, el siguiente versículo parece ser inconsistente, aunque, por supuesto, no lo es. Dice: "Porque la ciudad era espaciosa y grande, pero poco pueblo dentro de ella, y no había casas reedificadas". Es claro que el significado es que todavía había espacios grandes dentro de los muros  que no habían sido reconstruidos. Sólo una proporción relativamente pequeña de la población de la ciudad había regresado ("poco pueblo dentro de ella"), y de aquí que la ciudad entera todavía no había sido reconstruida.

Lo que deducimos de este versículo, tomado en relación con las afirmaciones de los capítulos precedentes, tiende a mostrar, todavía más, que la obra encargada a Nehemías no era la construcción de la ciudad. El relato de lo que hizo, que es bastante detallado y minucioso pues menciona tanto los varios obreros y la obra hecha por ellos, no contiene ninguna referencia en absoluto a la ciudad. Claramente, parece que, cuando el muro fue terminado en cincuenta y dos días, la obra había sido terminada (6:15). Parece, además, que todo el pueblo tenía casas en que vivir (7:3). Y finalmente, después de que se había hecho todo lo que Nehemías vino a hacer, todavía quedaba una gran parte de la ciudad por reconstruir (7:4).

Para forzar, pues, el registro del libro de Nehemías y hacerlo concordar con un esquema de interpretación basado en el canon de Ptolomeo, es necesario hacer las siguientes suposiciones, todas las cuales o no están sustentadas en pruebas, o por el contrario: primero, la cronología de Ptolomeo, cuando es "corregida" de acuerdo con las ideas de algunos modernos cronologistas, es correcta; segundo, el "Artajerjes" del que habla Nehemías, es el Longímano; tercero, en todos los siglos anteriores, desde el fin de la cautividad, no había salido ningún decreto para restaurar y edificar Jerusalén; cuarto, las "cartas" entregadas a Nehemías eran el decreto que salió; quinto, la palabra de Dios concerniente a Ciro no se cumplió; sexto, las "setenta semanas" no eran semanas de verdaderos años calendarios, sino períodos de 360 días cada uno. Obviamente, cualquier conclusión que descanse en estas suposiciones y que sería derribada si cualquiera de ellas probase ser errónea, es completamente inútil.

Hemos discutido todo este asunto a fondo de modo que no quedase ninguna pregunta sin respuesta; pero debe tenerse en cuenta que establecer cuándo comenzó la reconstrucción de la ciudad
es de poca importancia. Porque el punto de partida de la profecía no era la reconstrucción de la ciudad, sino la orden para reconstruirla y edificarla. Más allá de toda sombra de duda, esa orden fue dictada por Ciro. La palabra de Dios por medio de Isaías zanja esta cuestión más allá de toda controversia.

Para nuestro propósito, no es necesario investigar cuál de los reyes persas era este "Artajerjes". Pero, como señaló Anstey, es interesante notar que, si este Nehemías es el mismo que el que subió con Zorobabel, y cuyo nombre aparece de tercero en la lista (Esdras 2:2), entonces el rey no podría ser Artajerjes Longímano, como suponen ciertos expositores; porque, en ese caso, Nehemías tendría por lo menos 120 años de edad en el momento en que reparó el muro, y 132 años en el tiempo correspondiente al capítulo 13:6.
NOTAS

1. Este Josefo fue un sacerdote que nació como cuatro años después de la muerte de Cristo. Fue un hombre temeroso de Dios, muy talentoso, y es considerado como un historiador notablemente capaz y digno de confianza. Fue testigo presencial y participante activo en las guerras de los judíos, que culminaron en la destrucción de Jerusalén por Tito. Creemos que los anales de Josefo han sido preservados providencialmente, por los cuales tenemos registros auténticos del cumplimiento de la profecía por un testigo presencial que, cuando escribió, no era cristiano. Tendremos ocasión de citar mayormente de este escritor más adelante.

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