CAPÍTULO 12
LA PROFECÍA DEL
SEÑOR EN EL MONTE DE LOS OLIVOS
Ahora
llegamos a aquel gran discurso del Señor Jesucristo que se
conecta directamente con las profecías registradas en los
cuatro últimos capítulos del libro de Daniel.
Hemos visto que sesenta y nueve semanas de las setenta
mencionadas por Gabriel en su mensaje a Daniel llegaban
"hasta el Mesías", es decir, hasta lo que Edersheim llama
"su primera aparición mesiánica", que ocurrió en su
bautismo, porque fue entonces cuando fue ungido con el
Espíritu Santo, de él dio testimonio una voz desde el cielo
y fue proclamado públicamente (o "manifestado a Israel") por
Juan el Bautista (Juan 1:29-34).
Aquel gran suceso marcó el principio de la semana setenta de
la profecía, la "una semana" que se menciona por separado en
Daniel 9:27, la "plenitud del tiempo" de Gál. 4:4;
(compárese con Mat. 1:15). Esa "semana" era, más allá de
toda comparación, el período más significativo de todo el
curso del tiempo, porque fue la era grande y maravillosa del
ministerio personal del propio Cristo entre los hombres,
"los días de su carne", cuando glorificó a Dios en la tierra
y consumó la obra que Dios le había dado que hiciera. Fue el
breve período de la historia de la tierra del cual habló el
apóstol Pedro cuando contó a una compañía de gentiles "cómo
Dios había ungido a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo y
con poder, y cómo iba haciendo el bien, sanando a todos los
oprimidos del diablo, porque Dios estaba con Él" (Hech.
10:3). Nunca había habido un "tiempo" como ése.
Hacia mediados de aquella "semana", el Señor, después de
haber predicado las buenas nuevas del reino de Dios, después
de haber hecho las obras de Dios y hablado las palabras que
el Padre le había dado que hablase, fue a Jerusalén para
cumplir todo lo que estaba escrito de Él, ofreciéndose como
sacrificio por los pecados de su pueblo. En aquella ocasión,
cuando Jerusalén se llenó de gente para la observancia de la
Pascua, el Señor pronunció su "ayes" sobre los escribas y
fariseos, terminando con estas palabras, que tienen una
importante relación con nuestro tema:
"Así que dais testimonio
contra vosotros mismos, de que sois hijos de aquellos que
mataron a los profetas.
¡Vosotros también llenad
la medida de vuestros padres! ¡Serpientes,
generación de víboras! ¿Cómo escaparéis de la condenación
del infierno? Por tanto, he aquí yo os envío profetas y
sabios y escribas; y de ellos, a unos mataréis y
crucificaréis, y a otros azotaréis en vuestras sinagogas,
y perseguiréis de ciudad en ciudad; para que venga sobre
vosotros toda la sangre justa que se ha derramado sobre
la tierra, desde la sangre de Abel el justo hasta
la sangre de Zacarías hijo de Berequías, a quien matasteis
entre el templo y el altar. De cierto os digo que todo esto vendrá sobre esta
generación" (Mat. 23:31-36).
Estas palabras requieren ser examinadas muy de cerca, a
causa de su relación con la profecía (el discurso del Monte
de los Olivos) que sigue inmediatamnete, y también a causa
de su relación con la profecía de las setenta semanas, que
hemos estado estudiando.
Aquí el Señor habla claramente de una terrible retribución
que habría de sobrevenir a aquella generación; y resume los
varios puntos de la maldad por la cual habrían de ser
castigados. Jesús declara que, al ejecutarlo, estaban a
punto de demostrar que eran hijos de los que mataron a los
profetas, y que ellos también estaban a punto de llenar la
medida de sus padres. La impiedad de aquella "generación de
víboras" tampoco se detendría allí porque, cuando los
mensajeros de Cristo fueran a ellos con el evangelio de amor
y gracia de Dios, ellos los azotarían, los perseguirían, y
les crucificarían. Así, pues, ellos atraerían sobre sí
mismos una retribución de tan terrible severidad que sería
como si hubiesen sido visitados por toda la sangre justa
derramada sobre la tierra. Sumamente claras y sencillas, y
subrayadas por su gran "Amén" (de cierto), son las palabras
del Señor: "De cierto os digo que que todas estas cosas
vendrán sobre esta generación".
Aquí tenemos una clara explicación de las palabras de Dan.
9:24: "Setenta semanas están determinadas sobre tu pueblo y
sobre tu santa ciudad, para terminar la prevaricación"; y
también de las palabras de Dan. 12:10: "Los impíos
procederán impíamente, y ninguno de los impíos comprenderá".
El pueblo de Daniel habría de ser el agente, y su santa
ciudad el lugar, de la consumación de "la prevaricación", y
la semana setenta de la existencia nacional renovada sería
el momento en que la prevaricación terminaría. En estas
palabras de Cristo, y en los versículos 37 al 39 que siguen,
también tenemos una clara afirmación de la parte de la
profecía de las setenta semanas que predecían la destrucción
de Jerusalén. Citas esas conmovedoras palabras: "¡Jerusalén,
Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te
son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como
la gallina junta sus polluelos debajo de sus alas, y no
quisiste! He aquí vuestra cas os es dejada desierta. Porque
os digo que desde ahora no me veréis, hasta que digáis:
Bendito el que viene en el nombre del Señor" (Mat.
23:37-39).
IMPORTANCIA
DE
LA DESTRUCCIÓN
DE
JERUSALÉN
Es muy lamentable que los que, en nuestros días, se entregan
al estudio y la exposición de la profecía no parezcan darse
cuenta de la enorme
importancia de la destrucción de Jerusalén en el
año 70 a. D., destrucción que fue acompañada por la
extinción de la existencia nacional judía y la dispersión
del pueblo judío entre todas las naciones. El no reconocer
la importancia de aquel acontecimiento y la vasta cantidad
de profecías que aquel suceso cumplió ha sido causa de gran
confusión, porque la necesaria consecuencia de pasar por
alto el pasado cumplimiento de sucesos predichos es dejar en
nuestras manos un gran número de profecías para las cuales,
por necesidad, tenemos que imaginar cumplimientos futuros.
Los perjudiciales resultados son dobles; primero, somos
privados del valor de la evidencia y el apoyo de la fe de
aquellos notables cumplimientos de la profecía que tan
claramente nos son presentados en auténticas historias
contemporáneas; y segundo, nuestra visión de las cosas por
venir queda grandemente oscurecida por la transferencia al
futuro de sucesos predichos que, en realidad, ya
ocurrieron, y de los cuales han sido preservados registros
completos para nuestra información.
Obviamente, no podemos entrar provechosamente a estudiar las
profecías no cumplidas sino hasta que hayamos establecido en
nuestras mentes las cosas predichas que ya ocurrieron.
Un caso notable de la dislocación de grandes sucesos
históricos que ocurrieron de acuerdo con, y en cumplimiento
de, la profecía está ante nuestros ojos en el caso de la
aflicción sin paralelo llamada en Mat. 24:21 "la gran
tribulación cual nunca la ha habido desde el principio del
mundo", y que es sin duda la misma de la que se habla en
Jer. 30:7 como "tiempo de angustia" y en Dan. 12:1 como
"tiempo de angustia, cual nunca fue desde que hubo gente
hasta entonces". Por las claras indicaciones que se dan en
las tres profecías que se acaban de mencionar, y por los
detallados registros que se han preservado para nosotros en
la historia contemporánea digna de confianza, debería ser
fácil identificar el período al que se alude con la
destrucción de Jerusalén por Tito. Las predicciones y
advertencias del propio Señor concernientes a ese suceso,
que en ese entonces estaba cercano, fueron de lo más
explícitas. No sólo eso, sino que Él dijo claramente que
"todas estas cosas vendrán sobre esta generación". Además de
todo eso, especificó los mismos pecados por los cuales
aquella generación habría de ser castigada más allá de
cualquier cosa que se hubiese conocido antes, o que se
conociere de allí en adelante, haciendo simplemente
imposible que la "tribulación" y la "retribución" que Él
predijo cayera sobre cualquier generación subsiguiente.
Sin embargo, en vista de todo esto, tenemos hoy día un
esquema de interpretación profética, ampliamente sostenido,
cuya piedra angular misma es la idea de que, cuando por fin
llegara el momento en que Dios recordaría las misericordias
que había prometido a Israel, Él reuniría a los judíos
nuevamente en su antiguo territorio, sólo para derramar
sobre ellos calamidades y aflicciones que excederían por
mucho hasta los horrores que acompañaron la destrucción de
Jerusalén en el año 70 d. C. Estamos convencidos de que este
es un error de tal magnitud como para trastornar el programa
entero de profecías no cumplidas. Por esta razón, nuestro
propósito actual es presentar, con toda la posible plenitud
y todo el posible cuidado, las pruebas disponibles, en la
Escritura y en la historia secular, por las cuales quedará
claramente establecido que la "gran tribulación" de Mateo
24:21 es ahora un asunto del pasado distante.
Primero, pues, dirigimos la atención al hecho de que, según
las palabras de Cristo, dirigidas a los líderes de aquella
generación de judíos (Mat. 23:32-39), el castigo, que en ese
momento estaba a punto de caer sobre la ciudad y el templo,
habría de ser de una naturaleza
exhaustiva. Sus palabras impiden completamente la
idea de otra calamidad
nacional y más severa reservada para una fecha
futura. Nadie (hasta donde sabemos) pone en duda que el
lamento del Señor sobre Jerusalén, registrado en Mat. 23:37
y Luc. 13:34), salió de sus labios en vista de la venidera
devastación a manos de los romanos. Pero, si es así,
entonces claramente las palabras dirigidas a sus propios
discípulos, que siguen inmediatamente (Mat. 24) y que
incluyen la referencia a la "gran tribulación", se refieren
al mismo tema.
Pero, antes de examinar su discurso a los cuatro discípulos
en el Monte de los Olivos, deseamos llamar la atención a
algunos pasajes adicionales de la Escritura que tienden a
demostrar qué tremendo acontecimiento fue la destrucción de
Jerusalén por los romanos en la historia de los tratos de
Dios con los judíos y en la ejecución de sus propósitos para
el mundo entero.
Ya nos hemos referido al lamento de nuestro Señor al salir
de la ciudad, como está registrado por Mateo. Por el
evangelio de Lucas, sabemos que, al acercarse a Jerusalén en
aquella última visita, Jesús estaba tan angustiado en su
corazón por las terribles calamidades que pronto
sobrecogerían a la ciudad amada que lloró sobre ella (Luc.
19:41). Aunque sus propios sufrimientos personales, su
vergüenza y su agonía estaban mucho más cerca, no era por Él
mismo, sino por la ciudad, que su corazón estaba desgarrado
de dolor, y sus ojos se inundaron de lágrimas. Éste es el
registro:
"Y cuando llegó cerca de la
ciudad, al verla, lloró sobre ella, diciendo: ¡Oh, si
también tú conocieses, a lo menos en este tu día, lo que
es para tu paz! Mas ahora está encubierto de tus ojos.
Porque vendrán días sobre ti, cuando tus enemigos te
rodearán con vallado, y te sitiarán (comp. Luc. 21:20), y
por todas partes te estrecharán, y te derribarán a tierra,
y no dejarán en ti piedra sobre piedra, por cuanto no conociste el
tiempo de tu visitación" (Luc. 19:41-44).
He aquí una predicción maravillosamente vívida, exacta y
detallada de lo que estaba a punto de sobrevenir a la ciudad
amada. Pero citamos el pasaje en esta ocasión con el
exclusivo propósito de mostrar qué asunto tan grande, a juicio del Señor,
era la venidera destrucción de Jerusalén -- grande en su
relación histórica con la nación judía, grande en lo
completo de su caída, y grande en los indescriptibles
sufrimientos que habrían de acompañarlo.
Una vez más, cuando nuestro Señor estaba siendo llevado para
ser crucificado y le seguía una gran multitud de hombres y
mujeres que lloraban y se lamentaban por Él, se volvió a
ellos y dijo:
"Hijas de Jerusalén, no
lloréis por mí, sino llorad por vosotras mismas y por
vuestros hijos. Porque he aquí vendrán días en que dirán:
Bienaventuradas las estériles, y los vientres que no
concibieron, y los pechos que no criaron. Entonces
comenzarán a decir a los montes: Caed sobre nosotros; y a
los collados: Cubridnos. Porque, si en el árbol verde
hacen estas cosas, ¿en el seco, qué no se hará?" (Luc.
23:28-31).
Así, pues, percibimos que, aun en aquella hora, los
sufrimientos que sobrevendrían a Jerusalén significaban más
para el Señor Jesús que los suyos propios.
PROFECÍAS DEL ANTIGUO
TESTAMENTO
CONCERNIENTES A JERUSALÉN
Recordemos también que, en el Antiguo
Testamento, hay muchas páginas de profecías concernientes a
la captura y desolación de Jerusalén por Nabucodonosor,
mostrando que, a los ojos de Dios, ese fue un acontecimiento
de mucha importancia. Sin embargo, fue un asunto de poca
magnitud en comparación con la destrucción y la desolación
infligida por los romanos al mando de Tito, ya sea que lo
consideremos desde el punto de vista de los sufrimientos del
pueblo o del número de personas que fueron torturadas y
muertas, o del alcance del cautiverio que siguió, o de la
extinción de la nación, o de la "desolación" de la ciudad, o
de los pecados para los cuales estos juicios fueron los
respectivos castigos. Porque el cautiverio en Babilonia sólo
involucró un número relativamente pequeño de personas; sólo
duró setenta años; y la gente fue trasladada a sólo una
corta distancia de sus hogares. El cautiverio predicho por
Cristo involucraba el completo exterminio del Israel
nacional, la dispersión de los sobrevivientes hasta los
confines de la tierra, y las "desolaciones" del territorio y
la ciudad, que ya han durado casi dos mil años.
Las Lamentaciones de Jeremías (especialmente los capítulos 4
y 5) muestran cuán perturbadoras fueron las desolaciones de
Jerusalénen aquellos días, y cuanto afligieron el corazón de
Dios, de quien está escrito: "En toda angustia de ellos, él
fue angustiado" (Isa. 63:9); y de quien también está
escrito: "No aflige ni entristece voluntariamente a los
hijos de los hombres" (Lam. 3:33). Pero las aflicciones y
desolaciones causadas por los romanos fueron
incomparablemente mayores.
IRA HASTA EL EXTREMO
Pero la enormidad de las calamidades que Cristo predijo
puede entenderse mejor considerando la gravedad del pecado
que las acarreó sobre la ciudad y el pueblo, en comparación
con aquéllas para las cuales Dios usó a Nabucodonosor como
instrumento de su retribución. Cristo acusó a los padres de
haber "matado a los profetas" y apedreado a los mensajeros
que Dios les había enviado. Esto concuerda con el registro
que se halla en 2 Crón. 36:14-17:
"También todos los
principales sacerdotes, y el pueblo, aumentaron la
iniquidad, siguiendo todas las abominaciones de las
naciones, y contaminando la casa de Jehová, la cual él
había santificado en Jerusalén. Y Jehová el Dios de sus
padres envió constantemente palabra a ellos por medio de
sus mensajeros, porque él tenía misericordia de su pueblo
y de su habitación. Mas
ellos hacían escarnio de los mensajeros de Dios, y
menospreciaban sus palabras, burlándose de sus profetas,
hasta que subió la ira de Jehová contra su pueblo, y no
hubo ya remedio. Por lo cual trajo contra ellos al rey de
los caldeos", etc.
Pero ahora (en los días de Cristo), menospreciaron las
palabras que Dios habló por
medio de su Hijo; se burlaron de Él, y finalmente
le traicionaron y le mataron. ¿Quién puede medir la
enormidad de este crimen?
Pero había aun más. Porque no sólo rechazaron a Cristo en
persona, sino que más tarde rechazaron, persiguieron, y
crucificaron a quienes el Señor resucitado les envió
con el ofrecimiento de misericordia en el evangelio. Cristo
incluyó esto en la iniquidad de que los acusó a ellos,
y dijo que por eso ellos
llenarían la medida de sus padres.
El apóstol Pablo fue uno de esos mensajeros que así sufrió a
sus manos. Hablando de esta impiedad de los judíos, dijo
Pablo:
"Los cuales mataron al Señor
Jesús y a sus propios profetas, y a nosotros nos
expulsaron; y no agradan a Dios, y se oponen a todos los
hombres, impidiéndonos hablar a los gentiles para que
éstos se salven; ASÍ COLMAN ELLOS SIEMPRE LA MEDIDA DE SUS
PECADOS, PUES VINO SOBRE ELLOS LA IRA HASTA EL EXTREMO".
(1 Tes. 2:16).
Así, pues, se nos informa claramente, tanto por el mismo
Señor, como por medio de su siervo Pablo, (1) que el pecado
y la iniquidad de aquella generación de judíos fueron mucho
más allá de las malas obras de sus padres; y (2) que la
"ira" que estaba a punto de derramarse sobre ellos habría de
ser "hasta el extremo".
Siendo éstos los hechos, deseamos preguntar, primero, si ha
de haber una futura generación de judíos sobre la cual ha de
caer una tribulación aun mayor, ¿cuál ha de ser la ocasión
de ella? ¿Y cuál será el crimen por el cual esa generación
de israelitas ha de ser castigada? ¿Qué crimen pueden ellos
cometer que sería de alguna manera comparable con el de
traicionar y crucificar a su Mesías?
Segundo, si de verdad un castigo
tan terrible aguarda a "la tan largo
tiempo afligida raza de Israel", ¿cómo es que todas las
profecías que hablan de los futuros tratos de Dios con aquel
pueblo ofrecen, no la ira al extremo, sino misericordia?
Porque no sabemos de ninguna profecía concerniente al
remanente de Israel que dé alguna indicación de tal cosa
como la mayor de todas las aflicciones que esté reservada
para ellos, sino más bien bendición por creer al evangelio
(comp. Rom. 11:23).
Por ejemplo, tenemos en Isaías 51 una profecía que
claramente tiene su cumplimiento en esta era actual del
evangelio, porque allí dice Dios: "Cercana está mi justicia,
ha salido mi salvación", y nuevamente: "Mi salvación será
para siempre, mi justicia no perecerá" (Isa. 51:5, 6); y el
Señor se refiere al "pueblo en cuyo corazón está mi ley",
diciéndoles: "No temáis afrenta de hombre, ni desmayéis por
sus ultrajes" (Isa. 51:7). Luego viene esta promesa:
"Ciertamente volverán los redimidos de Jehová; volverán a
Sión cantando, y gozo perpetuo habrá sobre sus cabezas;
tendrán gozo y alegría, y el dolor y el gemido huirán" (v.
11). Mi opinión es que este versículo tiene su cumplimiento
en los que ahora están siendo salvos por medio del
evangelio; pero lo citamos para demostrar que la era con la
cual se relaciona esta profecía no es la que comenzó con el
regreso desde Babilonia. Por esto, lo que está escrito en
los versos subsiguientes no pueden referirse a la capura de
Jerusalén por Nabucodonosor, sino que tiene que referirse a
Tito.
"Despierta, despierta,
levántate, oh Jerusalén, que bebiste de la mano de Jehová
el cáliz de su ira; porque el cáliz de aturdimiento
bebiste hasta los sedimentos. ... Estas dos cosas te han
acontecido: asolamiento
y quebrantamiento, hambre y espada. ¿Quién se
dolerá de ti? ¿Quién te consolará? Tus hijos desmayaron,
estuvieron tendidos en
las encrucijadas de todos los caminos, como
antílope en la red, llenos de indignación de Jehová, de la
ira del Dios tuyo" (Isa. 51:17-20).
He aquí una descripción marcadamente exacta de lo que tuvo
lugar en la captura de Jerusalén por Tito; y ése debe ser el
suceso al que alude, porque nadie afirmaría que hay otra
"desolación" y otra "destrucción" reservadas para Jerusalén.
Siendo esto así, no puede haber ninguna incertidumbre en
cuanto al significado de lo que sigue:
"Oye, pues, ahora esto,
afligida, ebria, y no de vino: Así dijo Jehová tu Señor, y
tu Dios, el cual aboga por su pueblo: He aquí he quitado
de tu mano el cáliz de aturdimiento,los sedimentos del
cáliz de mi ira; NUNCA MÁS LO BEBERÁS. Y lo pondré en mano
de tus angustiadores" (Isa. 51:21-23).
Por esto, queda claro que Jerusalén y el pueblo de Israel
jamás volverán a sufrir como sufrieron en los días del sitio
por los ejércitos de Tito.
FUTURAS DIFICULTADES
PARA LA HUMANIDAD
No perdemos de vista el hecho predicho por las últimas
palabras de la profecía que acabamos de citar, y por muchas
otras profecías, de que habrá grandes dificultades para el
mundo, aflicción de naciones, guerras, hambrunas,
pestilencias y terremotos; siendo todo ello los "dolores de
parto" finales, de cuyo "principio" habló el Señor en Mateo
24:8. No hay duda de que habrá graves dificultades y
persecuciones en los "últimos días"; y recordamos los "ayes"
predichos por las tres últimas trompetas, el derramamiento
de las copas de la ira, y "la hora de prueba" que ha de
"venir sobre todo el mundo, para probar a los que moran en
la tierra". Pero aquellas futuras aflicciones (que eran una
nueva revelación dada por el Cristo resucitado a su siervo
Juan) no eran aquéllas de las cuales habló a los discípulos
en el Monte de los Olivos. Lo que en ese momento predijo era
aquella "gran tribulación", que superaría todo lo de esa
clase antes o después, que habría de venir sobre aquella
generación de judíos, que la mayor parte de los discípulos
vivirían para ver, y concerniente a la cual ellos
necesitarían las advertencias e
instrucciones que Él les dio y de las
cuales echarían mano con agradecimiento.
Las todavía futuras dificultades de la humanidad son
mencionanadas claramente por el Señor en esta profecía, y se
distinguen claramente de la "gran tribulación"; pues dice lo
que ocurrirá "después de la tribulación de aquellos días", y
luego pasa al tema de su segundo advenimiento, en relación
con el cual dice: "Entonces lamentarán todas las tribus de
la tierra" (Mat. 24:30). La distinción es perfectamente
clara.
No entendemos que haya que hacerse ninguna comparación, ni
que el Señor tuviera el propósito de hacerla, entre las
aflicciones del sitio de Jerusalén y las que todavía han de
venir sobre "todos los que moran en la tierra". Los dos
casos son demasiado diferentes para que se haga cualquier
comparación. El hecho es, y verifica plenamente las palabras
de Cristo, que ninguna ciudad y ningún pueblo han soportado
jamás tan terribles sufrimientos como los que acompañaron el
sitio de Jerusalén por los ejércitos romanos (de lo cual
hablaremos en detalle más adelante); y bien podemos
agradecer su seguridad de que nada de mayor severidad
acaecerá jamás a una ciudad y a un pueblo de aquí en
adelante.
Entraremos en una mayor ulterior de las aflicciones de los
últimos días después de que hayamos examinado la profecía de
nuestro Señor en el Monte de los Olivos. En este punto, sólo
deseamos advertir contra el dar a cualesquiera de nuestros
lectores la impresión de que nos proponemos demostrar que no
hay ningún tiempo de aflicción y ayes para los habitantes de
la tierra al final de la era actual. No estamos poniendo en
duda en absoluto que habrá "tribulación e ira" durante los
días finales de esta dispensación. Nuestro argumento es
meramente que nuestro Señor, en su discurso del Monte de los
Olivos, no estaba advirtiendo a sus discípulos concerniente
a las aflicciones de aquel período distante, sino
concerniente a a las que estaban cercanas, a las puertas.
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