Philip Mauro
LAS SETENTA SEMANAS Y
LA GRAN TRIBULACIÓN

Un estudio de las dos últimas visiones de Daniel y del
discurso del Señor Jesucristo en el Monte de los Olivos

Philip Mauro
(1921)


CAPÍTULO 12

LA PROFECÍA DEL SEÑOR EN EL MONTE DE LOS OLIVOS

Ahora llegamos a aquel gran discurso del Señor Jesucristo que se conecta directamente con las profecías registradas en los cuatro últimos capítulos del libro de Daniel.

Hemos visto que sesenta y nueve semanas de las setenta mencionadas por Gabriel en su mensaje a Daniel llegaban "hasta el Mesías", es decir, hasta lo que Edersheim llama "su primera aparición mesiánica", que ocurrió en su bautismo, porque fue entonces cuando fue ungido con el Espíritu Santo, de él dio testimonio una voz desde el cielo y fue proclamado públicamente (o "manifestado a Israel") por Juan el Bautista (Juan 1:29-34).

Aquel gran suceso marcó el principio de la semana setenta de la profecía, la "una semana" que se menciona por separado en Daniel 9:27, la "plenitud del tiempo" de Gál. 4:4; (compárese con Mat. 1:15). Esa "semana" era, más allá de toda comparación, el período más significativo de todo el curso del tiempo, porque fue la era grande y maravillosa del ministerio personal del propio Cristo entre los hombres, "los días de su carne", cuando glorificó a Dios en la tierra y consumó la obra que Dios le había dado que hiciera. Fue el breve período de la historia de la tierra del cual habló el apóstol Pedro cuando contó a una compañía de gentiles "cómo Dios había ungido a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo y con poder, y cómo iba haciendo el bien, sanando a todos los oprimidos del diablo, porque Dios estaba con Él" (Hech. 10:3). Nunca había habido un "tiempo" como ése.

Hacia mediados de aquella "semana", el Señor, después de haber predicado las buenas nuevas del reino de Dios, después de haber hecho las obras de Dios y hablado las palabras que el Padre le había dado que hablase, fue a Jerusalén para cumplir todo lo que estaba escrito de Él, ofreciéndose como sacrificio por los pecados de su pueblo. En aquella ocasión, cuando Jerusalén se llenó de gente para la observancia de la Pascua, el Señor pronunció su "ayes" sobre los escribas y fariseos, terminando con estas palabras, que tienen una importante relación con nuestro tema:

"Así que dais testimonio contra vosotros mismos, de que sois hijos de aquellos que mataron a los profetas. ¡Vosotros también llenad la medida de vuestros padres! ¡Serpientes, generación de víboras! ¿Cómo escaparéis de la condenación del infierno? Por tanto, he aquí yo os envío profetas y sabios y escribas; y de ellos, a unos mataréis y crucificaréis, y a otros azotaréis en vuestras sinagogas, y perseguiréis de ciudad en ciudad; para que venga sobre vosotros toda la sangre justa que se ha derramado sobre la tierra, desde la sangre de Abel el justo hasta la sangre de Zacarías hijo de Berequías, a quien matasteis entre el templo y el altar. De cierto os digo que todo esto vendrá sobre esta generación" (Mat. 23:31-36).

Estas palabras requieren ser examinadas muy de cerca, a causa de su relación con la profecía (el discurso del Monte de los Olivos) que sigue inmediatamnete, y también a causa de su relación con la profecía de las setenta semanas, que hemos estado estudiando.

Aquí el Señor habla claramente de una terrible retribución que habría de sobrevenir a aquella generación; y resume los varios puntos de la maldad por la cual habrían de ser castigados. Jesús declara que, al ejecutarlo, estaban a punto de demostrar que eran hijos de los que mataron a los profetas, y que ellos también estaban a punto de llenar la medida de sus padres. La impiedad de aquella "generación de víboras" tampoco se detendría allí porque, cuando los mensajeros de Cristo fueran a ellos con el evangelio de amor y gracia de Dios, ellos los azotarían, los perseguirían, y les crucificarían. Así, pues, ellos atraerían sobre sí mismos una retribución de tan terrible severidad que sería como si hubiesen sido visitados por toda la sangre justa derramada sobre la tierra. Sumamente claras y sencillas, y subrayadas por su gran "Amén" (de cierto), son las palabras del Señor: "De cierto os digo que que todas estas cosas vendrán sobre esta generación".

Aquí tenemos una clara explicación de las palabras de Dan. 9:24: "Setenta semanas están determinadas sobre tu pueblo y sobre tu santa ciudad, para terminar la prevaricación"; y también de las palabras de Dan. 12:10: "Los impíos procederán impíamente, y ninguno de los impíos comprenderá".

El pueblo de Daniel habría de ser el agente, y su santa ciudad el lugar, de la consumación de "la prevaricación", y la semana setenta de la existencia nacional renovada sería el momento en que la prevaricación terminaría. En estas palabras de Cristo, y en los versículos 37 al 39 que siguen, también tenemos una clara afirmación de la parte de la profecía de las setenta semanas que predecían la destrucción de Jerusalén. Citas esas conmovedoras palabras: "¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de sus alas, y no quisiste! He aquí vuestra cas os es dejada desierta. Porque os digo que desde ahora no me veréis, hasta que digáis: Bendito el que viene en el nombre del Señor" (Mat. 23:37-39).

IMPORTANCIA DE LA DESTRUCCIÓN
DE JERUSALÉN


Es muy lamentable que los que, en nuestros días, se entregan al estudio y la exposición de la profecía no parezcan darse cuenta de la enorme importancia de la destrucción de Jerusalén en el año 70 a. D., destrucción que fue acompañada por la extinción de la existencia nacional judía y la dispersión del pueblo judío entre todas las naciones. El no reconocer la importancia de aquel acontecimiento y la vasta cantidad de profecías que aquel suceso cumplió ha sido causa de gran confusión, porque la necesaria consecuencia de pasar por alto el pasado cumplimiento de sucesos predichos es dejar en nuestras manos un gran número de profecías para las cuales, por necesidad, tenemos que imaginar cumplimientos futuros. Los perjudiciales resultados son dobles; primero, somos privados del valor de la evidencia y el apoyo de la fe de aquellos notables cumplimientos de la profecía que tan claramente nos son presentados en auténticas historias contemporáneas; y segundo, nuestra visión de las cosas por venir queda grandemente oscurecida por la transferencia al futuro de sucesos predichos que, en realidad,  ya ocurrieron, y de los cuales han sido preservados registros completos para nuestra información.

Obviamente, no podemos entrar provechosamente a estudiar las profecías no cumplidas sino hasta que hayamos establecido en nuestras mentes las cosas predichas que ya ocurrieron.

Un caso notable de la dislocación de grandes sucesos históricos que ocurrieron de acuerdo con, y en cumplimiento de, la profecía está ante nuestros ojos en el caso de la aflicción sin paralelo llamada en Mat. 24:21 "la gran tribulación cual nunca la ha habido desde el principio del mundo", y que es sin duda la misma de la que se habla en Jer. 30:7 como "tiempo de angustia" y en Dan. 12:1 como "tiempo de angustia, cual nunca fue desde que hubo gente hasta entonces". Por las claras indicaciones que se dan en las tres profecías que se acaban de mencionar, y por los detallados registros que se han preservado para nosotros en la historia contemporánea digna de confianza, debería ser fácil identificar el período al que se alude con la destrucción de Jerusalén por Tito. Las predicciones y advertencias del propio Señor concernientes a ese suceso, que en ese entonces estaba cercano, fueron de lo más explícitas. No sólo eso, sino que Él dijo claramente que "todas estas cosas vendrán sobre esta generación". Además de todo eso, especificó los mismos pecados por los cuales aquella generación habría de ser castigada más allá de cualquier cosa que se hubiese conocido antes, o que se conociere de allí en adelante, haciendo simplemente imposible que la "tribulación" y la "retribución" que Él predijo cayera sobre cualquier generación subsiguiente.

Sin embargo, en vista de todo esto, tenemos hoy día un esquema de interpretación profética, ampliamente sostenido, cuya piedra angular misma es la idea de que, cuando por fin llegara el momento en que Dios recordaría las misericordias que había prometido a Israel, Él reuniría a los judíos nuevamente en su antiguo territorio, sólo para derramar sobre ellos calamidades y aflicciones que excederían por mucho hasta los horrores que acompañaron la destrucción de Jerusalén en el año 70 d. C. Estamos convencidos de que este es un error de tal magnitud como para trastornar el programa entero de profecías no cumplidas. Por esta razón, nuestro propósito actual es presentar, con toda la posible plenitud y todo el posible cuidado, las pruebas disponibles, en la Escritura y en la historia secular, por las cuales quedará claramente establecido que la "gran tribulación" de Mateo 24:21 es ahora un asunto del pasado distante.

Primero, pues, dirigimos la atención al hecho de que, según las palabras de Cristo, dirigidas a los líderes de aquella generación de judíos (Mat. 23:32-39), el castigo, que en ese momento estaba a punto de caer sobre la ciudad y el templo, habría de ser de una naturaleza exhaustiva. Sus palabras impiden completamente la idea de otra calamidad nacional y más severa reservada para una fecha futura. Nadie (hasta donde sabemos) pone en duda que el lamento del Señor sobre Jerusalén, registrado en Mat. 23:37 y Luc. 13:34), salió de sus labios en vista de la venidera devastación a manos de los romanos. Pero, si es así, entonces claramente las palabras dirigidas a sus propios discípulos, que siguen inmediatamente (Mat. 24) y que incluyen la referencia a la "gran tribulación", se refieren al mismo tema.

Pero, antes de examinar su discurso a los cuatro discípulos en el Monte de los Olivos, deseamos llamar la atención a algunos pasajes adicionales de la Escritura que tienden a demostrar qué tremendo acontecimiento fue la destrucción de Jerusalén por los romanos en la historia de los tratos de Dios con los judíos y en la ejecución de sus propósitos para el mundo entero.

Ya nos hemos referido al lamento de nuestro Señor al salir de la ciudad, como está registrado por Mateo. Por el evangelio de Lucas, sabemos que, al acercarse a Jerusalén en aquella última visita, Jesús estaba tan angustiado en su corazón por las terribles calamidades que pronto sobrecogerían a la ciudad amada que lloró sobre ella (Luc. 19:41). Aunque sus propios sufrimientos personales, su vergüenza y su agonía estaban mucho más cerca, no era por Él mismo, sino por la ciudad, que su corazón estaba desgarrado de dolor, y sus ojos se inundaron de lágrimas. Éste es el registro:

"Y cuando llegó cerca de la ciudad, al verla, lloró sobre ella, diciendo: ¡Oh, si también tú conocieses, a lo menos en este tu día, lo que es para tu paz! Mas ahora está encubierto de tus ojos. Porque vendrán días sobre ti, cuando tus enemigos te rodearán con vallado, y te sitiarán (comp. Luc. 21:20), y por todas partes te estrecharán, y te derribarán a tierra, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, por cuanto no conociste el tiempo de tu visitación" (Luc. 19:41-44).

He aquí una predicción maravillosamente vívida, exacta y detallada de lo que estaba a punto de sobrevenir a la ciudad amada. Pero citamos el pasaje en esta ocasión con el exclusivo propósito de mostrar qué asunto tan grande, a juicio del Señor, era la venidera destrucción de Jerusalén -- grande en su relación histórica con la nación judía, grande en lo completo de su caída, y grande en los indescriptibles sufrimientos que habrían de acompañarlo.

Una vez más, cuando nuestro Señor estaba siendo llevado para ser crucificado y le seguía una gran multitud de hombres y mujeres que lloraban y se lamentaban por Él, se volvió a ellos y dijo:

"Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, sino llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos. Porque he aquí vendrán días en que dirán: Bienaventuradas las estériles, y los vientres que no concibieron, y los pechos que no criaron. Entonces comenzarán a decir a los montes: Caed sobre nosotros; y a los collados: Cubridnos. Porque, si en el árbol verde hacen estas cosas, ¿en el seco, qué no se hará?" (Luc. 23:28-31).

Así, pues, percibimos que, aun en aquella hora, los sufrimientos que sobrevendrían a Jerusalén significaban más para el Señor Jesús que los suyos propios.

PROFECÍAS DEL ANTIGUO TESTAMENTO

CONCERNIENTES A JERUSALÉN


Recordemos también que, en el Antiguo Testamento, hay muchas páginas de profecías concernientes a la captura y desolación de Jerusalén por Nabucodonosor, mostrando que, a los ojos de Dios, ese fue un acontecimiento de mucha importancia. Sin embargo, fue un asunto de poca magnitud en comparación con la destrucción y la desolación infligida por los romanos al mando de Tito, ya sea que lo consideremos desde el punto de vista de los sufrimientos del pueblo o del número de personas que fueron torturadas y muertas, o del alcance del cautiverio que siguió, o de la extinción de la nación, o de la "desolación" de la ciudad, o de los pecados para los cuales estos juicios fueron los respectivos castigos. Porque el cautiverio en Babilonia sólo involucró un número relativamente pequeño de personas; sólo duró setenta años; y la gente fue trasladada a sólo una corta distancia de sus hogares. El cautiverio predicho por Cristo involucraba el completo exterminio del Israel nacional, la dispersión de los sobrevivientes hasta los confines de la tierra, y las "desolaciones" del territorio y la ciudad, que ya han durado casi dos mil años.

Las Lamentaciones de Jeremías (especialmente los capítulos 4 y 5) muestran cuán perturbadoras fueron las desolaciones de Jerusalénen aquellos días, y cuanto afligieron el corazón de Dios, de quien está escrito: "En toda angustia de ellos, él fue angustiado" (Isa. 63:9); y de quien también está escrito: "No aflige ni entristece voluntariamente a los hijos de los hombres" (Lam. 3:33). Pero las aflicciones y desolaciones causadas por los romanos fueron incomparablemente mayores.

IRA HASTA EL EXTREMO

Pero la enormidad de las calamidades que Cristo predijo puede entenderse mejor considerando la gravedad del pecado que las acarreó sobre la ciudad y el pueblo, en comparación con aquéllas para las cuales Dios usó a Nabucodonosor como instrumento de su retribución. Cristo acusó a los padres de haber "matado a los profetas" y apedreado a los mensajeros que Dios les había enviado. Esto concuerda con el registro que se halla en 2 Crón. 36:14-17:

"También todos los principales sacerdotes, y el pueblo, aumentaron la iniquidad, siguiendo todas las abominaciones de las naciones, y contaminando la casa de Jehová, la cual él había santificado en Jerusalén. Y Jehová el Dios de sus padres envió constantemente palabra a ellos por medio de sus mensajeros, porque él tenía misericordia de su pueblo y de su habitación. Mas ellos hacían escarnio de los mensajeros de Dios, y menospreciaban sus palabras, burlándose de sus profetas, hasta que subió la ira de Jehová contra su pueblo, y no hubo ya remedio. Por lo cual trajo contra ellos al rey de los caldeos", etc.

Pero ahora (en los días de Cristo), menospreciaron las palabras que Dios habló por medio de su Hijo; se burlaron de Él, y finalmente le traicionaron y le mataron. ¿Quién puede medir la enormidad de este crimen? Pero había aun más. Porque no sólo rechazaron a Cristo en persona, sino que más tarde rechazaron, persiguieron, y crucificaron a quienes  el Señor resucitado les envió con el ofrecimiento de misericordia en el evangelio. Cristo incluyó esto en la iniquidad de que los acusó  a ellos, y dijo que por eso ellos llenarían la medida de sus padres.

El apóstol Pablo fue uno de esos mensajeros que así sufrió a sus manos. Hablando de esta impiedad de los judíos, dijo Pablo:

"Los cuales mataron al Señor Jesús y a sus propios profetas, y a nosotros nos expulsaron; y no agradan a Dios, y se oponen a todos los hombres, impidiéndonos hablar a los gentiles para que éstos se salven; ASÍ COLMAN ELLOS SIEMPRE LA MEDIDA DE SUS PECADOS, PUES VINO SOBRE ELLOS LA IRA HASTA EL EXTREMO". (1 Tes. 2:16).

Así, pues, se nos informa claramente, tanto por el mismo Señor, como por medio de su siervo Pablo, (1) que el pecado y la iniquidad de aquella generación de judíos fueron mucho más allá de las malas obras de sus padres; y (2) que la "ira" que estaba a punto de derramarse sobre ellos habría de ser "hasta el extremo".

Siendo éstos los hechos, deseamos preguntar, primero, si ha de haber una futura generación de judíos sobre la cual ha de caer una tribulación aun mayor, ¿cuál ha de ser la ocasión de ella? ¿Y cuál será el crimen por el cual esa generación de israelitas ha de ser castigada? ¿Qué crimen pueden ellos cometer que sería de alguna manera comparable con el de traicionar y crucificar a su Mesías?

Segundo, si de verdad
un castigo tan terrible aguarda a "la tan largo tiempo afligida raza de Israel", ¿cómo es que todas las profecías que hablan de los futuros tratos de Dios con aquel pueblo ofrecen, no la ira al extremo, sino misericordia? Porque no sabemos de ninguna profecía concerniente al remanente de Israel que dé alguna indicación de tal cosa como la mayor de todas las aflicciones que esté reservada para ellos, sino más bien bendición por creer al evangelio (comp. Rom. 11:23).

Por ejemplo, tenemos en Isaías 51 una profecía que claramente tiene su cumplimiento en esta era actual del evangelio, porque allí dice Dios: "Cercana está mi justicia, ha salido mi salvación", y nuevamente: "Mi salvación será para siempre, mi justicia no perecerá" (Isa. 51:5, 6); y el Señor se refiere al "pueblo en cuyo corazón está mi ley", diciéndoles: "No temáis afrenta de hombre, ni desmayéis por sus ultrajes" (Isa. 51:7). Luego viene esta promesa: "Ciertamente volverán los redimidos de Jehová; volverán a Sión cantando, y gozo perpetuo habrá sobre sus cabezas; tendrán gozo y alegría, y el dolor y el gemido huirán" (v. 11). Mi opinión es que este versículo tiene su cumplimiento en los que ahora están siendo salvos por medio del evangelio; pero lo citamos para demostrar que la era con la cual se relaciona esta profecía no es la que comenzó con el regreso desde Babilonia. Por esto, lo que está escrito en los versos subsiguientes no pueden referirse a la capura de Jerusalén por Nabucodonosor, sino que tiene que referirse a Tito.

"Despierta, despierta, levántate, oh Jerusalén, que bebiste de la mano de Jehová el cáliz de su ira; porque el cáliz de aturdimiento bebiste hasta los sedimentos. ... Estas dos cosas te han acontecido: asolamiento y quebrantamiento, hambre y espada. ¿Quién se dolerá de ti? ¿Quién te consolará? Tus hijos desmayaron, estuvieron tendidos en las encrucijadas de todos los caminos, como antílope en la red, llenos de indignación de Jehová, de la ira del Dios tuyo" (Isa. 51:17-20).

He aquí una descripción marcadamente exacta de lo que tuvo lugar en la captura de Jerusalén por Tito; y ése debe ser el suceso al que alude, porque nadie afirmaría que hay otra "desolación" y otra "destrucción" reservadas para Jerusalén. Siendo esto así, no puede haber ninguna incertidumbre en cuanto al significado de lo que sigue:

"Oye, pues, ahora esto, afligida, ebria, y no de vino: Así dijo Jehová tu Señor, y tu Dios, el cual aboga por su pueblo: He aquí he quitado de tu mano el cáliz de aturdimiento,los sedimentos del cáliz de mi ira; NUNCA MÁS LO BEBERÁS. Y lo pondré en mano de tus angustiadores" (Isa. 51:21-23).

Por esto, queda claro que Jerusalén y el pueblo de Israel jamás volverán a sufrir como sufrieron en los días del sitio por los ejércitos de Tito.

FUTURAS DIFICULTADES PARA LA HUMANIDAD

No perdemos de vista el hecho predicho por las últimas palabras de la profecía que acabamos de citar, y por muchas otras profecías, de que habrá grandes dificultades para el mundo, aflicción de naciones, guerras, hambrunas, pestilencias y terremotos; siendo todo ello los "dolores de parto" finales, de cuyo "principio" habló el Señor en Mateo 24:8. No hay duda de que habrá graves dificultades y persecuciones en los "últimos días"; y recordamos los "ayes" predichos por las tres últimas trompetas, el derramamiento de las copas de la ira, y "la hora de prueba" que ha de "venir sobre todo el mundo, para probar a los que moran en la tierra". Pero aquellas futuras aflicciones (que eran una nueva revelación dada por el Cristo resucitado a su siervo Juan) no eran aquéllas de las cuales habló a los discípulos en el Monte de los Olivos. Lo que en ese momento predijo era aquella "gran tribulación", que superaría todo lo de esa clase antes o después, que habría de venir sobre aquella generación de judíos, que la mayor parte de los discípulos vivirían para ver, y concerniente a la cual ellos necesitarían
las advertencias e instrucciones que Él les dio y de las cuales echarían mano con agradecimiento.

Las todavía futuras dificultades de la humanidad son mencionanadas claramente por el Señor en esta profecía, y se distinguen claramente de la "gran tribulación"; pues dice lo que ocurrirá "después de la tribulación de aquellos días", y luego pasa al tema de su segundo advenimiento, en relación con el cual dice: "Entonces lamentarán todas las tribus de la tierra" (Mat. 24:30). La distinción es perfectamente clara.

No entendemos que haya que hacerse ninguna comparación, ni que el Señor tuviera el propósito de hacerla, entre las aflicciones del sitio de Jerusalén y las que todavía han de venir sobre "todos los que moran en la tierra". Los dos casos son demasiado diferentes para que se haga cualquier comparación. El hecho es, y verifica plenamente las palabras de Cristo, que ninguna ciudad y ningún pueblo han soportado jamás tan terribles sufrimientos como los que acompañaron el sitio de Jerusalén por los ejércitos romanos (de lo cual hablaremos en detalle más adelante); y bien podemos agradecer su seguridad de que nada de mayor severidad acaecerá jamás a una ciudad y a un pueblo de aquí en adelante.

Entraremos en una mayor ulterior de las aflicciones de los últimos días después de que hayamos examinado la profecía de nuestro Señor en el Monte de los Olivos. En este punto, sólo deseamos advertir contra el dar a cualesquiera de nuestros lectores la impresión de que nos proponemos demostrar que no hay ningún tiempo de aflicción y ayes para los habitantes de la tierra al final de la era actual. No estamos poniendo en duda en absoluto que habrá "tribulación e ira" durante los días finales de esta dispensación. Nuestro argumento es meramente que nuestro Señor, en su discurso del Monte de los Olivos, no estaba advirtiendo a sus discípulos concerniente a las aflicciones de aquel período distante, sino concerniente a a las que estaban cercanas, a las puertas.

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