Muchos
expositores capaces
y aptos sostienen que Miguel es uno de los nombres del
Señor Jesucristo, y que por esta razón, esta parte de la
profecía se cumplió en su primera venida. Pero las razones
que se han argüido en apoyo de este punto de vista no nos
parecen suficientes para sustentarlo. Esta profecía hace
varias referencias a grandes seres angélicos, que son
profundamente interesantes. Por tanto, parece que los
destinos nacionales son de alguna manera presididos
y conformados por ángeles poderosos: y que Miguel
está encargado especialmente del cuidado y los intereses
del pueblo de Dios.
Judas
habla
de que "el arcángel Miguel" contendía con el diablo por el
cuerpo de Moisés (Judas 9); y en Apoc. 12:7, Miguel es
visto nuevamente en conflicto con el diablo. Pablo
menciona al arcángel (sin nombrarlo) en el sentido de que
tiene que ver con la resurrección de los santos (1 Tes.
4.16).
En
Daniel
hay tres referencias a Miguel, todas en esta profecía dada
por un ángel que se le apareció a Daniel en la ribera del
Tigris. La primera referencia está en Dan. 10:13, donde el
ángel dice que el príncipe del reino de Persia le había
resistido, pero Miguel, uno de los principales príncipes,
vino en su ayuda. Nuevamente en el mismo capítulo (Dan.
10:20, 21) aparecen las palabras: "Ahora tengo que volver
para pelear contra el príncipe de Persia; y al terminar
con él, el príncipe de Grecia vendrá ... Y ninguno me
ayuda contra ellos, sino Miguel vuestro príncipe".
Por
estas
palabras, parece que el destino político de las grandes
naciones paganas de la tierra está presidido por seres
poderosos, que se rebelan contra la autoridad de Dios,
altos potentados del reino de Satanás. Ninguno de estos
seres angélicos está de parte de Dios "en estas cosas" --
es decir, los asuntos del mundo -- excepto el arcángel Miguel.
Esto concuerda con las palabras del Señor Jesús, que habla
del diablo llamándolo "el príncipe de este mundo" (Juan
14:30, etc.).
Comentando
Daniel
10:20, 21, el Dr. Taylor dice:
"Entonces, reanudando su tema
anterior, el celestial revelador indicó que tenía que
regresar para pelear nuevamente contra el ángel malo de
Persia y que, mientras él salía hacia (o continuaba) aquel
conflicto, el príncipe de Grecia vendría, y comenzaría una
nueva batalla contra él, en que el representante del
pueblo de Dios quedaría con sus propios recursos, con la
sola excepción de la ayuda de Miguel.
"Esta descripción de los
conflictos en el mundo espiritual entre ángeles rivales
prefigura la oposición que encontraron Zorobabel, Esdras,
Nehemías, y sus compatriotas durante los reinados de los
reyes persas Darío Histaspes, Jerjes y Artajerjes, y
también la oposición que encontraron más tarde los
descendientes de los restauradores de Jerusalén de parte
de los representantes sirios del imperio griego. Por lo
tanto, esto prepara el camino para las afirmaciones
literales que siguen (en el capítulo once) y por las
cuales nos enteramos de que, mientras duró el reinado
persa, la enemistad del poder mundial contra el pueblo de
Dios estuvo restringida casi por completo y los monarcas
le eran completamente favorables o por lo menos no estaban
dispuestos a hacerle daño. Pero, con el imperio griego,
especialmente en una de las cuatro divisiones en que
habría de fraccionarse, se seguiría un curso de acción
diferente, y los descendientes de Israel serían reducidos
por ello, durante un tiempo, a los más terribles
extremos".
No
hay ninguna revelación de la parte precisa que Miguel, el
gran príncipe, tomó en los asuntos del pueblo de
Dios en los días críticos a los que se refiere esta parte
de la profecía, es decir, el principio de los tiempos del
Nuevo Testamento, pues Miguel no es mencionado por nombre
ni en los evangelios ni en Hechos. Pero fue un tiempo de
manifiesta actividad angélica, y podemos estar seguros de
que Miguel tuvo parte principal en los sucesos conectados
con la venida de Cristo al mundo. Además, leemos que "el
ángel del Señor" se le apareció a José varias veces; que
"el ángel del Señor" vino a los pastores en la
llanura de Belén, anunciando el nacimiento del Salvador;
que "el ángel del Señor" abrió las puertas de la prisión,
soltando a los apóstoles (Hech. 5:9), y nuevamente sacó a Pedro
de la prisión donde había sido
echado por Herodes Agripa I (Hech. 12:7); que el mismo
"ángel del Señor" hirió a ese rey en su trono cuando, en
una gran ocasión pública, no dio gloria a Dios (Hech.
12.23); y el mismo ángel vino a Pablo en ocasión del gran
naufragio con el mensaje de liberación de parte de Dios
(Hech. 27:23). Si este "ángel del Señor" era Miguel,
entonces tenemos muchos casos en que "estuvo de parte del
pueblo de Dios "en aquel tiempo". Pero especialmente en la
gran crisis de peligro -- el sitio de Jerusalén por los
ejércitos romanos, que fue particular y definidamente
revelado a Daniel -- habría necesidad de la intervención
de aquellos seres celestiales que "exceden en fortaleza" y
no hay ninguna duda de que entonces "estuvo" por la
liberación del pueblo de Daniel, hasta de parte de "los
que se hallaron escritos en el libro".
En
relación
con esto, hay que decir que la expresión "escrito en el
libro" se conocía desde los días de Moisés (Éx. 32:32)
como una descripción figurada de aquéllos a los que el
Señor reconoce como suyos.
La
predicción
de "un tiempo de angustia cual nunca fue desde que hubo
gente hasta entonces" es la última cosa en la cadena de
sucesos nacionales revelados en esta profecía; y en
perfecto acuerdo con ello está el hecho bien conocido de
que la nación judía llegó a su fin con un tiempo de
tribulación, aflicción y sufrimiento de una severidad más
allá de cualquier cosa que se hubiese oído jamás desde que
comenzó el mundo. De este período de tribulación sin
paralelo dice Josefo, en la introducción de su obra
Guerras de los Judíos: -
"Había ocurrido que nuestra
ciudad Jerusalén había alcanzado un grado más alto de
felicidad que cualquier otra ciudad bajo el gobierno
romano, y que, sin embargo, por fin cayó nuevamente en la
más triste de las calamidades. En consecuencia, me parece
que las
desgracias de todos los hombres desde el principio del
mundo, si se comparan con las de los judíos, no son tan
considerables como aquéllas lo fueron".
Los
sufrimientos
de los judíos tenían esta peculiar característica, a
saber, que la mayoría de ellos fueron infligidos sobre
ellos mismos por las facciones en guerra dentro de la
ciudad, con respecto a lo cual dice Josefo en otro lugar:
"Es imposible examinar
detalladamente cada ejemplo de las iniquidades de estos
hombres. Por consiguiente, diré lo que pienso brevemente,
aquí y ahora. Que ninguna otra ciudad sufrió jamás
tales miserias, ni engendró jamás ninguna otra
generación que produjera más maldad que ésta, desde el
principio del mundo" (Wars V, 10:5).
Esta
"gran
tribulación" es asignada comúnmente en nuestros días al
futuro; y este punto de vista fue sostenido por este mismo
autor hasta que estudió la cuestión personalmente. Sin
embargo, nuestras observaciones sobre este punto
pertenecen a la segunda división de nuestro tema, la
profecía del Señor en el monte de los Olivos (Mat. 24),
así que ahora sólo diremos que tan concluyente es para
nosotros la prueba de que la "gran tribulación" de Mateo
24:21 era el entonces cercano sitio de Jerusalén que nos
inclinamos a creer que los maestros competentes que
relegan la tribulación al futuro nunca han examinado ni
sopesado la evidencia.
Farquharson
dice
sobre este punto: