Philip Mauro
LAS SETENTA SEMANAS Y
LA GRAN TRIBULACIÓN

Un estudio de las dos últimas visiones de Daniel y del
discurso del Señor Jesucristo en el Monte de los Olivos

Philip Mauro
(1921)



CAPÍTULO 1

PRINCIPIOS QUE DEBEN GOBERNAR LA
INTERPRETACIÓN DE LAS PROFECÍAS

Nuestro propósito en la presente serie de documentos es exponer delante de nuestros lectores algunos resultados de estudios recientes de la profecía de las setenta semanas (Daniel 9) y del discurso del Señor en el monte de los Olivos (Mateo 24, Marcos 13, Lucas 21), en el cual aplicó y amplió parte de esa profecía.

Los escritos y los sermones acerca de las profecías siempre despiertan interés porque apelan al elemento de curiosidad que es prominente en la naturaleza humana. Pero tales escritos y sermones son útiles sólo en la medida en que interpretan correctamente la Escritura. En el caso de las profecías incumplidas, esto es a menudo causa de problemas; mientras que, por otra parte, los que escriben sobre temas proféticos se sienten constantemente tentados a conjeturar y espcular y hasta a dejar volar la imaginación. Mucho de lo que se presenta como interpretación de las profecías carece completamente de pruebas, pero no podría ser refutado excepto en casos en que se han fijado fechas para la venida de Cristo, por el evento propiamente dicho.

Otro hecho que nos ha impresionado en relación con esto es que, durante muchos años, no ha habido ningún progreso en la interpretación de profecías incumplidas. Durante "conferencias proféticas" y en libros y revistas, se repiten
en la actualidad, con pocas variantes, las mismas cosas que se decían hace dos décadas. Parecería que, últimamente y por alguna razón, el Señor no ha estado proyectando nueva luz sobre esta parte de su preciosa Palabra. Nuestras propias ideas sobre la cuestión son que los escritores sobre profecías han ido tan lejos en adelantar, y el pueblo de Dios ha ido tan lejos en aceptar, tanto meras conjeturas, teorías no probadas, o en el mejor de los casos, meras probabilidades, como interpretaciones de las Escrituras proféticas, que hemos tenido que renunciar a nuestras ideas especulativas, y desandar algunos de nuestros pasos (que se han apartado de la verdad) antes de que pueda haber cualquier verdadero progreso en la interpretación de esta parte de la palabra de Dios.

Teniendo en mente estas cosas, nos proponemos, al entrar en la presente línea de estudios, ser gobernados por ciertos principios que creemos deberían controlar en todo momento a todos los que asumen la responsabilidad de exponer la palabra de Dios a los otros santos.

El primero de estos principios de control es no aceptar ni presentar como interpretaciones establecidas nada que descanse en conjeturas o meras probabilidades, sino sólo lo que está bien sustentado por pruebas directas de la Escritura, o por una deducción razonable de ella. Sostenemos que es mucho mejor no tener en absoluto ninguna interpretación de un pasaje difícil que aceptar una que pueda resultar errónea. Porque no es fácil abandonar una idea una vez que nos hemos entregado a ella.

En realidad, lo que principalmente estorba la aceptación de nueva luz y nueva verdad de las Escrituras es la fuerte (en algunos casos casi irresistible) renuencia de la mente humana a renunciar a opiniones, o siquiera examinar la base de ellas, que posiblemente fueron aceptadas originalmente por autoridad solamente y sin ninguna investigación del fundamento que pueda hallarse para ellas en la palabra de Dios.

Otro principio guiador es que la prueba aducida en apoyo de cualquier interpretación debe ser tomada de la Escritura misma. Estamos convencidos de que, cualquier información que sea esencial para la interpretación de cualquier y cada pasaje de la Escritura debe hallarse en alguna parte de la Biblia misma. De no ser así, las Sagradas Escrituras no podrían hacer perfecto al hombre de Dios, es decir, completo, enteramente preparado para toda buena obra (2 Tim. 3:16, 17). Por supuesto, tenemos que apelar a la historia para demostrar el cumplimiento de la profecía, porque no puede ser demostrado de ninguna otra manera. Pero la interpretación de la Escritura es otra cuestión.

Además, cada vez que ofrezcamos una afirmación u opinión para que el lector la acepte, nos sentimos obligados a entregar, junto con ella, las pruebas por las cuales consideramos que debe ser establecida. Esto debe exigírsele a todo escritor. Pero, muy desafortunadamente, ahora hay en circulación muchos libros que tratan de temas bíblicos, cuyos autores se consideran tan grandes "autoridades" que habitualmente hacen afirmaciones sumamente radicales sin citar en absoluto ninguna prueba en apoyo de ellas. Sinceramente advertimos a nuestros lectores que tengan cuidado con los tales. No es de acuerdo con la mente de Dios que su pueblo descanse en ninguna "autoridad" humana en absoluto. Su propia Palabra es la única autoridad.

Estos documentos se han preparado para beneficio del "común del pueblo". Lo que nos proponemos, por la gracia de Dios, es hacer cada afirmación y cada conclusión tan sencilla, y apoyarla con tan claras pruebas de la Escritura solamente, que el lector ordinario pueda ver por sí mismo el significado del pasaje y también comprender perfectamente la evidencia bíblica por medio de la cual queda establecida. De este modo, el lector quedará enteramente independiente de toda "autoridad" humana.

Éste es un punto extremadamente importante. Porque, como están las cosas, sería difícil o imposible encontrar a nadie cuya interpretación de la profecía de las setenta semanas no descanse, en cuanto a alguno o algunos rasgos esenciales de ella, en mera autoridad humana. En nuestro propio caso, cuando iniciamos estos estudios (aproximadamente en mayo de 1921), nuestra opinión (especialmente con respecto a la cronología del período profético) no tenía mejor base que la de que ésas eran las opiniones de ciertos escritores eminentes de temas bíblicos; y esto era no era nada satisfactorio porque sabíamos que había otros estudiantes de la Biblia igualmente eminentes que tenían una opinión enteramente diferente. Pero ahora no tenemos ninguna incertidumbre. Tenemos terreno sólido bajo nuestros pies, pues cada conclusión reposa en la firme roca del testimonio del propio Dios. Así es como debe ser.

En particular, deseamos imprimir en nuestros lectores la certeza de que las pruebas proporcionadas por las Escrituras para que comprendamos esta grande y maravillosa profecía no son difíciles de entender ni de aplicar. Por el contrario, son bastante sencillas. Con un momento de reflexión, se verá que no podría ser de otra manera. Porque las Escrituras se escribieron, no para los eruditos, sino para los simples. Hablando de esta misma profecía, dijo nuestro Señor: "El que lee, entienda". (Mat. 24:15). Y no debe sorprendernos descubrir que todos los materiales necesarios para que entendamos el asunto están contenidos en la Biblia misma.

Cronología bíblica. Antes de la publicación de la gran obra de Martin Anstey en 1913, todos los sistemas existentes de cronología bíblica dependían, para el período de tiempo abarcado por las setenta semanas, de fuentes de información fuera de la Biblia y que, además, no sólo no están sustentados por pruebas, sino que están en conflicto con las Escrituras. El sistema de Anstey tiene el mérito singular de estar basado en la Biblia solamente. Por consiguiente, puede ser verificado por todos los lectores de la Biblia. Pero, para la profecía de las setenta semanas, no hay ninguna necesidad de recurrir a ningún sistema de cronología, viendo que la profecía contiene su propia cronología. En realidad, las dificultades y la confusión que han surgido en relación con esta profecía se deben en gran medida al intento de hacerla ajustarse a una cronología incorrecta. (1)

UNA PROFECÍA DE INTERÉS TRASCENDENTE

Los textos que ahora estamos a punto de estudiar son unos de los más maravillosas y más trascendentamente importantes de la palabra de Dios. Lo que es de supremo interés en ellos es la medida del tiempo, revelada divinamente, comenzando desde el regreso de los israelitas de Babilonia - un suceso sólo segundo en importancia después del éxodo desde Egipto - hasta el suceso culminante de toda la profecía y toda la historia, "hasta el Mesías" y hasta que fue "cortado y no tuvo nada".

La naturaleza misma de las cosas aquí reveladas es una garantía de que, en la Escritura misma, hallaremos todo lo que se necesita para una correcta y clara interpretación de ella; y además, que toda la cuestión cae dentro de la comprensión de los santos ordinarios. Todo lo que pedimos a nuestros lectores es su atención con oración a los textos a los que nos referiremos. Con esta sola condición, podemos prometerles confiadamente que podrán entender todos los asuntos que se presenten, y ver ellos mismos si están sustentados por la palabra de Dios o no.

Finalmente, deseamos decir que las conclusiones a las que hemos llegado no involucran nada (a menos que sea con respecto a algunos detalles de menor importancia) que no haya sido señalado por expositores competentes en el pasado. Sin embargo, no nos dimos cuenta de esto (en algunos detalles importantes) sino hasta que nuestros estudios habían sido completados, pues, mientras la obra estaba en progreso, no consultamos ninguna autoridad humana excepto la Cronología Bíblica de Anstey, mencionada antes.

Si alguno de nuestros lectores estuviese en desacuerdo con cualquiera de los temas discutidos aquí, deseamos pedirle sólo que examine pacientemente las pruebas presentadas, junto con la clase de amable tolerancia que es de esperarse en tales casos entre los que están, con igual sinceridad, buscando conocer la mente de Dios.

"DANIEL EL PROFETA" (Mat. 24:15)

El libro de Daniel difiere
de todos los demás en marcados detalles. En él abunda el elemento milagroso y, a causa de esto, ha sido, en años recientes, objeto de venenosos ataques por parte de los enemigos de la verdad. Además, los mensajes que se encuentran en él no tienen, como otras profecías, la naturaleza de exhortaciones y amonestaciones para el pueblo de aquel tiempo; porque Daniel (a diferencia de otros profetas) no era el mensajero de Dios para el pueblo de los propios días de Daniel. Por el contrario, su naturaleza es de revelaciones divinas, dadas a Daniel, bien en forma de visiones o en forma de mensajes directos desde el cielo. No parece que hubiesen sido comunicados al pueblo de aquellos días. Así, pues, se considera que el libro no es para el pueblo del tiempo de Daniel, sino para el de un período posterior o unos períodos posteriores. Aquí hay una diferencia muy marcada entre las profecías de Daniel y todas las demás.

Además, el libro de Daniel tiene que ver de manera especial con Cristo, y a esta característica deseamos llamar la atención de manera particular. Cristo mismo se ve claramente en él, una vez en la tierra en medio del horno ardiente, liberando a los que confiaran en Dios (3:25); y una vez en el cielo, recibiendo un reino sempiterno (7:13, 14). Y más allá de todo lo demás en interés e importancia está el hecho de que a Daniel le fue dada la exacta medida del tiempo desde un suceso claramente marcado en sus propios días - un suceso por el cual había orado fervientemente - hasta la venida de Cristo, y el hecho de que sería "cortado". Además, en relación con esto, Dios reveló a Daniel las cosas maravillosas que habrían de llevarse a cabo por medio de la crucifixión de Cristo, así como los juicios abrumadores - las "desolaciones" - que superaban cualquier cosa que hubiese ocurrido hasta ese momento - que habrían de caer sobre la ciudad, el santuario y el pueblo, a consecuencia del rechazo de ellos y la crucifixión de Cristo.

Con respecto a estas características notables e inmensamente importantes, el libro de Daniel se yergue en una clase aparte por derecho propio.

Además, este libro contiene, no sólo predicciones que habrían de cumplirse en la primera venida de Cristo, sino también predicciones relativas al fin de la época actual. Porque, en la visión de la gran imagen de oro, plata, bronce, hierro y arcilla, registrada en el capítulo 2, tenemos un bosquejo de la historia humana desde el tiempo del propio Daniel hasta la segunda venida de Cristo con poder y gloria; y el alcance de la profecía es tal que abarca los principales cambios políticos del mundo entero.

Es, sin duda, a causa del singular carácter y la singular importancia de este libro por lo que ha sido atacado tan ferozmente en tiempos recientes, y que se hayan hecho todos los intentos para despertar dudas en cuanto a su autenticidad. Se han hecho grandes esfuerzos para convencer a la gente en general de que no fue escrito por Daniel o en sus días. Esos intentos han fracasado conspicuamente, pero los esfuerzos del adversario para desacreditar este libro pueden verse todavía en las burdas interpretaciones y los cálculos erróneos que se han hecho, y las fantásticas opiniones que se han expresado en la actualidad, ahora que se ha convertido en una cuestión importante "entender" estas profecías.

Una indicación de los esfuerzos que se harían para oscurecer la profecía de Daniel se hallan en las palabras de Cristo cuando, al referirse directamente a esa profecía, dijo: "El que lea, entienda" (Mat. 24:15). Pero esas palabras también pueden entenderse como un estímulo para procurar una interpretación correcta de esa maravillosa serie de profecías.

El principal interés de nuestro estudio se centra en la revelación hecha a Daniel en el primer año del imperio medo-persa y que está en el capítulo noveno; y es a esta profecía de profecías que deseamos dirigir la atención en este momento. Se conoce generalmente como la profecía de las setenta semanas (Dan. 9:24-27).

Primero, debe tomarse nota cuidadosa del marco de esta profecía. Por Jeremías 25:11 y 29:10, Daniel sabía que el período que Dios había establecido para las "desolaciones de Jerusalén" era sólo de setenta años (Dan. 9:2). Ese período estaba a punto de expirar en ese entonces; porque el decreto por el cual terminó el cautiverio y se les permitió
(y hasta se les exhortó) a los judíos a regresar a su tierra y a su ciudad, fue emitido por Ciro dentro de los dos años (Esdras 1:1). Que este era el cumplimiento de la profecía de Jeremías se sabe de cierto porque está registrado en Esdras 1:1 que Jehová despertó el espíritu de Ciro para que emitiera ese decreto con el expreso propósito "de que se cumpliera la palabra de Jehová por boca de Jeremías". Esto es en extremo maravilloso e impresionante.

El efecto en Daniel cuando recibió esta revelación fue que e puso de rodillas en confesión y oración. Su oración debe ser examinada cuidadosamente. Se verá que tiene que ver enteramente con la ciudad, el santuario, y el pueblo de Dios, con referencia especial a las "desolaciones" de la ciudad. Se verá también que estos mismos temas son los que ocupan la profecía que el ángel Gabriel entregó a Daniel en respuesta a su oración. Llamamos la atención a esto de manera especial, y también a los siguientes puntos de interés:

1. La respuesta de Dios a la oración de Daniel fue en forma de una revelación traída por el ángel Gabriel, que dijo, como el primer punto de la información, que los setenta años de cautiverio serían seguidos por un período de setenta sietes (de años). La palabra traducida aquí como "semanas" significa literalmente "sietes"; así, pues, no hay ninguna duda de que el período designado en esta profecía es de setenta sietes de años - 490 años.

2. El decreto que pondría fin al cautiverio liberando a los judíos, concediéndoles la libertad para que regresaran a su propia tierra y reconstruyeran la ciudad y el santuario, sería también el punto de partida del período "determinado" de setenta sietes de años. Esto se ve claramente en la profecía misma en relación con Esdras 1:1 y otros textos a los que se aludirá de aquí en adelante. Y es importante - de hecho, es necesario para evitar confusiones - que captemos este hecho y lo tengamos presente. Así que repetimos que el decreto memorable de Ciro en el primer año de su reinado (como el único rey), en virtud del cual se reconstruyeron la ciudad y el templo a las órdenes de Zorobabel y Josué, fue tanto para la terminación del cautiverio de 70 años como el punto de partida del período profético de setenta sietes, que habían sido "determinados", o medidos, en los concilios del cielo, sobre el pueblo y la santa ciudad. Donde
un período habría de terminar, el otro (sólo siete veces más largo) habría de comenzar. Nuevamente pedimos que este punto se observe cuidadosamente. En nuestro próximo capítulo se darán pruebas completas de su corrección.

3. En su oración, Daniel había confesado los pecados de su pueblo, por los cuales Dios había traído sobre ellos las "desolaciones" de su ciudad y su santuario. Pero, sin duda para su intenso dolor, el ángel Gabriel le reveló que un pecado mucho más terrible, la culminación misma de los pecados del pueblo, habría de ser cometido por ellos. Esto habría de ocurrir dentro del período "determinado" por la profecía; además, a consecuencia de ello, un juicio mucho más severo habría de caer sobre ellos, incluyendo la completa destrucción de la ciudad y el santuario, el completo "barrido" de la nación como "por inundación", y las "desolaciones", todo lo cual habría de durar largo tiempo. No es de asombrarse que hallemos a Daniel, en el tercer año de Ciro, todavía afligido y ayunando por tres semanas completas, y lamentando que su atractivo se convirtiera en corrupción (10:2, 3, 8).

Daniel había dicho en oración: "Todo Israel traspasó tu ley" (v. 11). Una evidente respuesta a esto se ve en las palabras de Gabriel: "Setenta semanas han sido determinadas sobre tu pueblo para terminar la prevaricación". Con esto podemos comparar las palabras de Cristo, que dirigió a los líderes de Israel, justo antes del Sermón del Monte: "Vosotros también llenad la medida de vuestros padres" (Mat. 23.32). Ellos lo hicieron así al rechazarle y crucificarle.

4. El rasgo más importante de la revelación entregada por Gabriel a Daniel fue la medida precisa del tiempo (69 sietes, o 483 años) "hasta el Mesías PRÍNCIPE"; y el tiempo en que el Mesías habría de ser "cortado y no tendría nada". Esta es la maravilla de las maravillas, la profecía de las profecías.

5. El ángel Gabriel, que hizo estas maravillosas predicciones a Daniel, es el mismo que anunció la cercanía del cumplimiento de ellas a Zacarías y a María (Luc. 1:11-19; 26).

6. La expresión usada por Gabriel cuando le habló a Daniel: "eres muy amado", es el equivalente exacto de la palabra dirigida por el mismo mensajero a María - "eres muy favorecida" (Cronología Bíblica de Anstey, p. 276). Anstey dice de esta expresión: "Se usa tres veces dirigida a Daniel, y nunca a nadie más, excepto a María; y Gabriel es el único ángel utilizado para hacer saber a los hombres la revelación del misterio de la redención".
7. La revelación abarca dos temas principales: (a) la venida y el "cortamiento" del Mesías; (b) la destrucción y la "desolación" de la ciudad y el santuario. Es un hecho muy familiar para todos los lectores de la Biblia, que Cristo Jesús recordó esta profecía a sus discípulos en la víspera de que fuese "cortado", y les anunció definidamente en esa ocasión la cercana destrucción y la "desolación" de Jerusalén y el templo (Mat. 24:1-22; Luc. 21:20-24).

En estos siete puntos, tenemos los principales elementos para una correcta interpretación de la profecía.

NOTAS

1. Desafortunadamente, la Chronología de Anstey está agotada. Pero este autor ha publicado un libro, The Wonders of Bible Chronology, (Reiner Publications, $1.50), que proporciona las importantes características del sistema de Anstey.

Arriba

Sección de Libros 2 

Contenido | 1 | 2 | 3 | 4 | 5 | 6 | 7 | 8