Philip Mauro
LAS SETENTA SEMANAS Y
LA GRAN TRIBULACIÓN

Un estudio de las dos últimas visiones de Daniel y del
discurso del Señor Jesucristo en el Monte de los Olivos

Philip Mauro
(1921)


CAPÍTULO 5

"SE QUITARÁ LA VIDA" AL MESÍAS. LA "HORA"

"Y después de las sesenta y dos semanas, se quitará la vida al Mesías y no tendrá nada (margen)" (Dan. 9:26).

La primera claúsula del versículo 26 enfoca nuestra atención sobre el más grande de todos los acontecimientos. Nos dice definidamente que a Cristo "se le quitaría la vida". No tendría pueblo, ni trono, ni ningún lugar, ni siquiera en la tierra. Pero, para los israelitas, las palabras "cortado y no tendría nada" transmitirían el significado de morir sin dejar posteridad, sin una "generación", sin nadie que perpetuase su nombre. Consideraban esto como la mayor de todas las calamidades; y había una provisión especial en la ley por la cual, en caso de que un hombre muriese sin dejar descendencia, su hermano o un pariente cercano "suscitaría nombre al muerto" (Deut. 25:5, 6; Rut 4:10). ¡Pero he aquí la asombrosa afirmación de que al Mesías largo tiempo prometido y ardientemente esperado "se le quitaría la vida" completamente!

Hay en estas  palabras una notable concordancia con la profecía de Isaías, que contiene lo siguiente: "Su generación, ¿quién la contará? Porque fue cortado de la tierra de los vivientes" (Isa. 53:8). Aparentemente, no podría haber ninguna "generación" para alguien que fuese "cortado". Y sin embargo, contra aquella maravillosa profecía había la promesa aparentemente contradictoria: "verá linaje" (v. 10).

Considerando ahora la declaración: "Y después de las sesenta y dos semanas se quitará la vida al Mesías", se ve la unidad de la profecía en esto, que las palabras "después de sesenta y dos semanas" nos llevan a la última de las "setenta semanas", es decir, al período al que se hace referencia en el versículo 24; y las palabras "se quitará la vida al Mesías" declaran el medio por el cual se cumplirían las seis predicciones. Cada una de las partes de esta profecía está, pues, unida firmemente a cada una de las otras partes. Todo ello tiene que ver con la venida de Cristo y con lo que habría de sufrir a manos de su pueblo; e incluye también una predicción de los juicios que habrían de caer sobre ellos por haberle matado.

Por consiguiente, deseamos fijar la atención del lector por un momento sobre este período especial de tiempo -- estos tres años y medio -- desde el ungimiento del Señor en su bautismo hasta su crucifixión. A ese período se hace referencia con frecuencia en los evangelios como el "tiempo" o "este tiempo", queriendo decir el tiempo del Mesías. Así, pues, cuando nuestro Señor dijo: "El tiempo ha llegado" (Mar. 1:15), sin duda se refería el tiempo revelado a Daniel, al tiempo cuando Cristo se manifestaría a Israel. Nuevamente, en Lucas 12:56, cuando pregunta: "¿Cómo no distinguís este tiempo?", y en Lucas 19:44, cuando dijo: "Por cuanto no conociste el tiempo de tu visitación", podemos concluir correctamente que tenía en mente el mismo "tiempo establecido" que había sido marcado definidamente en los inmutables designios de Dios y que Él había comunicado a Daniel, el hombre muy amado. El último pasaje mencionado (Luc. 19:41-44) está relacionado muy estrechamente con la profecía de las setenta semanas, porque es, en sí misma, una profecía de Cristo acerca de la misma destrucción de Jerusalén que está predicha en la profecía de las setenta semanas.

Ciertamente no hubo ningún "tiempo" como ése, cuando el bienaventurado Hijo de Dios, en una humilde forma humana, iba haciendo el bien y sanando a todos los oprimidos por el diablo. Muchos profetas y reyes habían deseado ver esas cosas, y los ángeles desean verlas. Por consiguiente, deberíamos estar sumamente impresionados por el hecho de que, cientos de años antes, Dios había predicho ese "tiempo", había dado la medida de él, y había declarado cómo terminaría.

Pero, más que esto, el Señor hizo también frecuentes referencias a una "hora" en particular, llamándola "mi hora". Ese "tiempo" era el de su ministerio personal en Israel, de acuerdo con su profecía; y la "hora" era el momento en que sería "cortado", según la misma profecía.

Deseamos traer a la memoria algunos de esos pasajes, que deberían despertar siempre el amor y la alabanza en los corazones de aquéllos por amor de los cuales soportó las agonías de aquella "hora" terrible y misteriosa. Así, pues, cuando ciertos griegos quisieron verle, habiéndose despertado su interés por la gran conmoción causada por la resurrección de Lázaro, y cuando la muchedumbre se agolpaba para verle a Él y a Lázaro (Juan 12:9), Jesús se refirió a la "hora" que se aproximaba cuando Él, siendo levantado de la tierra, atraería a sí mismo a "todos", tanto griegos como judíos y dijo: "La hora ha llegado para que el Hijo del hombre sea glorificado"; y nuevamente: "Ahora está turbada mi alma; ¿y qué diré? ¿Padre, sálvame de esta hora? Mas para esto he llegado a esta hora" (Juan 12:20-27). También en Juan 17:1, leemos sus palabras: "Padre, la hora ha llegado". Y poco después esa misma noche, oró en el jardín, pidiendo "que si fuese posible, pasase de él aquella hora" (Mar. 14:35). Es claro que, en estos pasajes, hablaba de la hora en que haría un sacrificio por el pecado en la cruz - la hora en en que el Mesías sería "cortado y no tendría nada".

EL JUICIO. "EL PRÍNCIPE QUE VENDRÁ"

El versículo que ahora estamos considerando (Dan. 9:26) predice, no sólo el pecado más grave de Israel al asesinar a su Mesías, sino también el juicio grande y terrible que habría de seguir a la perpetración de aquella acción inenarrable. Hay una conexión directa, lógica, entre los dos sucesos, que explica el hecho de que el orden cronológico no se siga estrictamente.

Hay diferencias de opinión entre los eruditos competentes en cuanto a la correcta traducción de la última parte del versículo 26. En el texto de la American Version dice:

"Y el pueblo del príncipe que ha de venir destruirá la ciudad y el santuario; y el fin será con inundación, y hasta el fin de la guerra durarán las devastaciones".

La Revised Version aclara el significado de la última cláusula. Dice: "y hasta el fin habrá guerra, y durarán las devastaciones".

Sin embargo, a pesar de las diferencias de traducción, no es difícil captar el significado del pasaje. En realidad, hasta donde sabemos, todos los expositores concuerdan en que predice el juicio de exterminio por parte de Dios, que a su debido tiempo fue ejecutado por los ejércitos romanos a las órdenes de Tito, por quien la ciudad fue devastada "como por inundación" (una figura usada a menudo para referirse a un ejército invasor), y la ciudad y el país fueron entregados a la época -- largas "devastaciones" que habían sido "determinadas" en los consejos de Dios. Sin duda, el Señor tenía en mente estos dos pasajes cuando, hablando de los entonces cercanos sitio y destrucción de Jerusalén por los romanos,  dijo: "Porque estos son días de retribución, para que se cumplan todas las cosas que están escritas" (Luc. 21:22). Las "cosas que están escritas" eran las cosas predichas en este versículo de la profecía (Dan. 9:26), que se "cumplieron" en ese tiempo. Las palabras del Señor registradas en Mateo 23:32-36 y Lucas 19:43, 44 también se refieren a las calamidades predichas en Daniel 9:26, como se verá claramente al examinar esos pasajes.

El siguiente es, pues, el significado que derivamos del texto de la A. V. y la R. V.: Que el pueblo de un "príncipe" (es decir, un líder o comandante), que vendría con armas contra Judea y Jerusalén, destruiría completamente la ciudad y el templo; que esta destrucción sería como si una inundación hubiese barrido con todo; que hasta el fin habría guerra; y que las "devastaciones" del país y la ciudad estaban definidamente "determinadas".

Así, pues, la profecía entera de las setenta semanas abarca la reconstrucción de la ciudad y el templo, y la destrucción final de ambos. Incluye el período de tiempo desde la restauración del pueblo a su país y su ciudad en al año primero de Ciro, hasta su dispersión por los romanos entre las naciones del mundo.

En relación con esto, deseamos nuevamente llamar la atención del lector a la notable concordancia entre esta parte de la profecía y la palabra de Dios para Isaías (Cap. 6:9-13).


¿QUIÉN ES "EL PRÍNCIPE QUE HA DE VENIR"?


En este punto, somos confrontados por una pregunta que afecta muy seriamente la interpretación de la profecía. Considerando las palabras de acuerdo con su significado evidente y obvio (lo cual debe hacerse siempre, excepto cuando hay una razón obligante en contrario), parece bastante claro que "el príncipe", cuyo pueblo destruiría la ciudad y el santuario, era Tito, el hijo del entonces emperador, Vespasiano, siendo él (Tito) el "príncipe" o "caudillo" que estaba al mando de aquellos ejércitos en ese momento. En realidad, nos atrevemos a decir que las palabras de la profecía, que son las palabras de Dios enviadas a Daniel directamente desde el cielo, no admiten razonablemente ninguna otra interpretación. Ni había, hasta donde sabemos, ningún otro significado atribuido jamás a ellas sino hasta años recientes, y luego sólo por parte de los que pertenecen a una "escuela" particular de interpretación. Según la "escuela" a la que nos referimos, las palabras "el príncipe que vendrá" no significan el príncipe que vino, y cuyos ejércitos cumplieron esta profecía al destruir la ciudad y el templo, sino que significan algún otro "príncipe", que de hecho no ha venido todavía, y que (por supuesto) podría no tener nada  que ver
en absoluto con el tema del pasaje, a saber, la destrucción de la ciudad y el templo.
Según el punto de vista que ahora estamos considerando, el pasaje se interpreta en el sentido de que hay un "príncipe" que "vendría" en algún tiempo desconocido pero todavía futuro, cuyo príncipe será de la misma nacionalidad que el pueblo (los ejércitos romanos) que destruiría la ciudad y el templo. Se supone, además, y se enseña con mucha confianza, que este "príncipe que vendría" se aliaría con el anticristo, si no es él el mismo anticristo. Ésta es una idea muy radical, que cambia el significado entero de esta profecía básica y afecta la interpretación de toda la profecía. La idea traslada los principales incidentes de la profecía de las setenta semanas de Cristo al anticristo, y del pasado distante al futuro incierto, separándolos así de toda conexión con el período de setenta semanas al cual Dios los asigna. Hasta donde alcanza nuestra experiencia, esta manera de tratar con la Escritura  no tiene paralelo ni precedente en el campo de la exégesis. ¿Es una interpretación correcto y sobria de la Escritura, o es hacer travesuras con la profecía?

Porque, con todo el debido y apropiado respeto por los que sustentan este punto de vista, vamos a decir que este método hace la mayor violencia posible a palabras que no son en absoluto oscuras ni de significado incierto. No hay ninguna razón concebible para que ningún príncipe (es decir, comandante) sea mencionado en este pasaje, excepto aquél cuyos ejércitos habrían de llevar a cabo la destrucción de la ciudad y el templo, siendo éste el tema del pasaje. Las palabras son apropiadas para transmitir un significado, y uno solamente. Es simplemente inconcebible que el agente destructor fuera identificado por referencia a algún príncipe que no entraría en escena durante millares de años, o que los romanos del siglo primero pudieran llamarse su "pueblo". Además, nadie que entendiese siquiera ligeramente el uso del lenguaje emplearía las palabras del texto para transmitir la información de que el pueblo, por medio del cual sería destruida la ciudad, sería de la misma nacionalidad que algún "príncipe" que habría de "venir" (sin decir de dónde, o hacia dónde, o para qué) en algún tiempo remoto y no especificado. Y finalmente, aunque se pudiese suponer que un tal sujeto completamente desconocido como príncipe, que habría de venir muchos siglos después del acontecimiento profetizado, fuera sacado a colación en un pasaje así, entonces se le habría hecho decir -- no "el pueblo del príncipe que vendrá destruirá la ciudad" sino -- vendrá un príncipe del pueblo que destruyó la ciudad.

Además, sabemos que los ejércitos del príncipe Tito efectivamente destruyeron la ciudad y el templo, y que hasta el día de hoy el cndelabro de siete brazos, que fue llevado en su procesión triunfal, está esculpido en el arco que fue erigido en su honor en Roma. Pero no sabemos nada de ningún príncipe romano que haya de "venir" (¿venir adónde? en el futuro. El término romano no pertenece a nada ahora excepto al papado.

Y además de todo esto, si cualquier "príncipe" "viniera" de aquí en adelante (no importa de dónde o hacia dónde), no podría decirse propiamente que el pueblo que destruyó Jerusalén en el año 70 d. C. era su pueblo. Las palabras claras y sencillas de la profecía son: "el pueblo del príncipe que ha de venir". Esas palabras sólo pueden significar el hombre que era el príncipe o el líder del pueblo cuando destruyó la ciudad y el templo. Aquellas regiones romanas y aquellos auxiliares eran el pueblo del príncipe Tito. Pero en ningún sentido son el pueblo de algún príncipe que pueda surgir varios millares de años más tarde. Los ejércitos franceses que invadieron a Rusia eran el pueblo de Napoleón, su comandante; pero en ningún sentido apropiado eran el pueblo del general Foch. Todos ellos estaban muertos mucho antes de que él naciera.

Esta profecía no tiene nada que ver en absoluto con ningún futuro príncipe romano; ni hay, hasta donde sabemos, ninguna base para decir que un príncipe romano surgirá para jugar un papel en el tiempo del fin de esta era. Durante los siglos que han transcurrido hasta ahora, han ocurrido tales cambios que ningún potentado de los tiempos del fin que se aproximan podría describirse como el príncipe del pueblo por medio del cual Jerusalén fue destruida.

Así, pues, la profecía de las setenta semanas es manifiestamente un relato, dado de antemano, del segundo período de la existencia nacional del pueblo judío. Los judíos habrían de permanecer como nación sólo lo bastante como para cumplir las Escrituras, y para cumplir el supremo propósito de Dios de traer al Mesías y ejecutarlo. El tiempo asignado para esto fue de 490 años. Habiendo cumplido esto, Dios no tenía ningún uso adicional para Israel. De allí en adelante, las relaciones de Dios serían con otro pueblo, aquella "nación santa" (1 Ped. 2:9), compuesta de todos los que creen al evangelio, y los que "reciben" a Aquél que fue rechazado por "los suyos" (Juan 1:11-13).

Sin embargo, el juicio predicho no siguió inmediatamente, porque,
en su agonía, Cristo oró por sus propios asesinos: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Luc. 23:34). En respuesta a esa oración, el período completo de prueba de cuarenta años (30 d. C. a 70 d. C.) fue añadido a su existencia como nación, durante el cual período se les predicó el arrepentimiento y el perdón de pecados en el Nombre del crucificado y resucitado, y millares de judíos se salvaron.

La perfecta exactitud de las Escrituras se ve en esto, que, aunque se dice claramente que las seis cosas de Daniel 9:24 habrían de cumplirse dentro del período determinado de setenta semanas, y aunque la destrucción de la reconstruida ciudad y el reconstruido templo también se predijo, ese suceso no está entre las cosas que habrían de ocurrir dentro de las setenta semanas.

E n relación con esto, es importante observar que, aunque los sucesos predichos en el versículo 24 debían ocurrir dentro del período medido de setenta semanas, y los sucesos del versículo 27 debían ocurrir a la mitad de la última semana de las setenta, el tiempo de los juicios predichos no está especificado. Así, pues, la profecía dejaba lugar para el ejercicio de la misericordia aun para aquella generación malvada.

Arriba

Sección de Libros 2

Contenido | 1 | 2 | 3 | 4 | 5 | 6 | 7 | 8
9 | 10 | 11 | 12 | 13 | 14 | 15
| 16

Index 1