Philip Mauro
LAS SETENTA SEMANAS Y
LA GRAN TRIBULACIÓN

Un estudio de las dos últimas visiones de Daniel y del
discurso del Señor Jesucristo en el Monte de los Olivos

Philip Mauro
(1921)


CAPÍTULO 6

LA SEMANA SETENTA

"Y por otra semana confirmará el pacto con muchos; a la mitad de la semana hará cesar el sacrificio y la ofrenda" (Dan. 9:27).

Llegamos ahora al último versículo de la profecía, un versículo que es de incomparable interés e importancia. Trata específicamente de la septuagésima semana de la profecía. La expiración de las 69 semanas nos llevó "hasta Cristo", pero no a su crucifixión, ni a lo que es el gran tema de toda la profecía,"los sufrimientos del Cristo" (1 Ped. 1:11). En particular, debe tenerse presente que las seis cosas de Daniel 9:24 dependían para su cumplimiento de la muerte expiatoria, la resurrección, y la ascensión de Cristo al cielo. Todos estos sucesos fueron "después de las sesenta y dos semanas".

Cuando Moisés y Elías aparecieron con Cristo en gloria en el monte de la transfiguración, "hablaban de su partida, que iba Jesús a cumplir en Jerusalén" (Luc. 9:31). Su "partida" o "salida" de este mundo era la consumación de los propósitos de Dios, el clímax de toda la profecía, el evento supremo de todas las edades. Por consiguiente, llevó a cabo la eterna redención, abrió una fuente para la limpieza del pecado y la impureza, selló el pacto sempiterno, e hizo a un lado para siempre los sacrificios establecidos por la ley.

La primera parte de Daniel 9:27, citada en el encabezamiento de este capítulo, es bastante claro, excepto por las palabras "por otra semana", que serán examinadas más adelante. Creemos que el significado de la cláusula (aparte de esas tres palabras) se discierne fácilmente a la luz de las escrituras del Nuevo Testamento. "Confirmar" el nuevo pacto (Jer. 31:31-34; Heb. 8:6-13, y 10:1-18), es decir, afirmarlo, era el gran propósito para el cual vino al mundo el Hijo de Dios en el cuerpo de carne preparado para Él (Heb. 10:5). Además, fue por medio de su muerte sacrificial por el pecado que hizo a un lado y abolió los sacrificios de la ley, haciéndolos así "cesar". Dios "no se había complacido" en ellos porque "nunca podían quitar el pecado", mientras que "quiso el Señor quebrantarle, poniendo su vida en expiación por el pecado" (Isa. 53:10).

Si consideramos el pronombre "Él" como que se refiere al "Mesías" mencionado en el versículo anterior, entonces hallamos en el Nuevo Testamento un perfecto cumplimiento del pasaje y un cumplimiento, además, establecido de la manera más conspicua. En nuestra opinión, el pronombre debe ser considerado en referencia a Cristo porque (a) toda la profecía trata de Cristo y esto el el clímax de ella; (b) Tito no hizo ningún pacto con los judíos; (c) no hay ni una sola palabra en la Escritura sobre ningún futuro "príncipe" haciendo un pacto con ellos. Otras razones en apoyo de esta conclusión aparecerán más adelante. Pero las precedentes son suficientes.

Hay tres puntos en el pasaje que estamos estudiando ahora, y cada uno de ellos se cumple completamente en los relatos inspirados de la obra del Señor Jesucristo que aparecen en el Nuevo Testamento. Esos tres puntos son: (1) confirmación del pacto con muchos; (2) lo que ocurrió a la mitad de la semana; (3) hacer cesar el sacrificio y la ofrenda. Examinaremos brevemente estos tres puntos en orden.

1. Confirmar el pacto con muchos. Por el momento, ignoramos las palabras "por una semana", que parecen limitar la duración del "pacto" al corto período de siete años. Por el momento, bastará decir que no hay ninguna preposición "por" en el texto y que las palabras "una semana" no se refieren a la duración del pacto, sino al tiempo en que fue confirmado; porque ese pacto fue confirmado por el derramamiento de la sangre de Cristo (Heb. 9:14-20) en "la una semana", la última de las setenta semanas que habían sido "determinadas". Esto se mostrará más adelante.

En cuanto al cumplimiento de esta importante característica de la profecía, tenemos un claro anuncio de labios del propio Señor. Porque, cuando instituyó su cena de recordación, dio la copa a sus discípulos, pronunció estas significativas palabras: "Esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es vertida para remisión de los pecados" (Mat. 26:28). En estas palabras, hallamos cuatro cosas que concuerdan con la profecía: 1. "Quién" habría de confirmar el pacto, Cristo. 2. "El pacto" mismo. 3. Lo que "confirmó" el pacto, la sangre de Cristo. 4. Los que reciben los beneficios del pacto, los "muchos". La identificación está completa, porque las palabras corresponden perfectamente a las de la profecía: "Él confirmará el pacto con muchos". No podría haber un acuerdo más perfecto.

En relación con esto, debe notarse que el rasgo prominente del nuevo pacto es la remisión de los pecados (Jer. 31:34; Heb. 10:1-18). De aquí la importancia de las palabras del Señor: "para la remisión de los pecados". Su misión al venir al mundo era "salvar a su pueblo de sus pecados" (Mat. 1:21). Ese es el rasgo prominente del su evangelio (Luc. 24:47; Hech. 10:43).

Debe observarse, además, que, aunque la promesa del nuevo pacto se hizo a toda la "casa de Israel y la casa de Judá", no todos ellos participaron de sus beneficios. Los que rechazaron a Cristo fueron "desarraigados del pueblo" (Hech. 3:23). Como ramas, fueron "desgajados" (Rom. 11:17). Vemos, entonces, la exactitud de la Escritura en las palabras de la profecía "con muchos" y las palabras del Señor Jesús "derramada por muchos".

Este uso de la palabra "muchos" se encuentra en otros pasajes semejantes. Así, pues, en una profecía similar está escrito: "Justificará mi siervo justo a muchos" (Isa. 53:11). Nuevamente, "Y hará que muchos de los hijos de Israel se conviertan al Señor Dios de ellos" (Luc. 1:16). Esto fue dicho por el mismo mensajero celestial, Gabriel, cuando anunció a Zacarías el nacimiento de su hijo. Y nuevamente, esta vez de labios de Simeón: "Éste está puesto para caída y para levantamiento de muchos en Israel" (Luc. 2:34). Y una vez más, en las palabras del Señor Jesús: "El Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos" (Mat. 20:28). En cada uno de estos pasajes, la palabra "muchos" se aplica a los que por fe reciben los beneficios del nuevo pacto que Cristo aseguró mediante el derramamiento de su sangre en la cruz.

2. A la mitad de la semana. Estas palabras son importantes para ayudar a identificar el cumplimiento de la profecía. Considerando la suprema importancia de la muerte de Cristo, de la cual dependían, no sólo las seis predicciones del versículo 24, sino todos los propósitos de Dios; y considerando también que la profecía da el tiempo en que comenzaría el ministerio del Señor como "el Mesías", deberíamos esperar encontrar en ella una declaración relativa a cuándo terminaría ese ministerio al serle "quitada la vida". Esta información se da en las palabras "a la mitad de la semana", que es la semana setenta. La expiración de las 69 semanas nos llevó "hasta el Mesías". Sólo quedaba "una semana" de las setenta; y a la mitad de esa última semana, fue crucificado.

Aquí tenemos (como ya se ha indicado) un medio valioso para confirmar nuestras conclusiones y poner a prueba su corrección. Porque, como se ha señalado a menudo desde hace mucho tiempo, el evangelio de Juan contiene información por la cual parece que el ministerio de Cristo duró tres años y medio. La verdad es que Eusebio, un escritor cristiano del siglo cuarto, es citado con estas palabras: "Está registrado en la historia que el tiempo total en que nuestro Salvador enseñó e hizo milagros fue de tres años y medio, que es la mitad de una semana. Esto el evangelista representará (es decir, hará saber) a los que leen su evangelio críticamente.

Así, pues, la duración del ministerio de nuestro Señor, como está revelado en el evangelio de Juan (la mitad de una semana), confirma señaladamente la profecía, que menciona 69 semanas hasta el principio del ministerio del Señor, y fija la terminación de él "a la mitad de la semana" siguiente.

3. Hará cesar el sacrificio y la ofrenda. Nadie discutirá que, cuando Cristo sufrió y murió en la cruz, ofreciendo así "un sacrificio
para siempre por los pecados", allí y en ese momento hizo cesar el sacrificio y las ofrendas de la ley como ordenanza divina. Aun cuando estaban en plena vigencia, no eran sino la sombra de aquel sacrificio perfecto y todo suficiente que, como el Cordero ordenó desde antes de la fundación del mundo, habría de ofrecer a su debido tiempo. Por eso, fueron hechos a un lado completamente cuando Cristo, por medio del Espíritu eterno, se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios.

Tampoco puede haber ninguna duda de que la eliminación de esos sacrificios (que nunca podían quitar el pecado) fue algo muy importante a los ojos de Dios, algo tan grande y agradable a Él que garantizó que ocupase un lugar prominente en esta grandiosa profecía mesiánica. Como prueba de este punto importante, dirigimos la atención de nuestros lectores a los capítulos 8, 9 y 10 de Hebreos. En esos capítulos, el Espíritu de Dios pone delante de nosotros, con gran detalle y con solemne énfasis, la eliminación del viejo pacto, junto con todo lo relacionado con él, el "santuario terrenal", el sacerdocio, las "ordenanzas del servicio divino", y en particular aquellos muchos sacrificios (que recordaban los pecados cada año); y pone también delante de nosotros la confirmación del nuevo pacto, con su santuario celestial, su sacerdocio espiritual, sus sacrificios de alabanza y acción de gracias, todos basados en la expiación de Cristo. El gran tema de esta parte de Hebreos, como de la profecía de las setenta semanas, es la la cruz.

El capítulo 10 de Hebreos trata mayormente de los sacrificios que se "ofrecían según la ley", haciendo énfasis en la imperfección y la insuficiencia de ellos para purgar la conciencia de los oferentes y declarando que, por esa razón, Dios no se había complacido en ellos. Fue a causa de esto ("por lo que") el Hijo de Dios dijo: "He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad, como en el rollo del libro está escrito de mí" (v. 7). Esto relaciona el pasaje directamente con la profecía de las setenta semanas, que tiene como tema la venida de Cristo al mundo y el propósito para el cual vino. ¡Cuán llenas de significado, pues, y cuán concluyentes para el propósito de nuestro actual estudio están las palabras que siguen!

"Diciendo primero: Sacrificio y ofrenda y holocaustos y expiaciones por el pecado no quisiste, ni te agradaron (las cuales cosas se ofrecen según la ley), y diciendo luego: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad; quita lo primero, para establecer esto último" (Heb. 10:8, 9).

Éste es el punto culminante de todo el asunto. "¡Él quita" aquellos sacrificios y oblaciones en los que Dios no se complace! ¡Qué perfecto acuerdo con las palabras de la profecía: "Hará cesar el sacrificio y la ofrenda"! Y cuando hallamos, tanto en la profecía (Dan. 9:27) y en Hebreos 10, que el hacer a un lado los sacrificios de la ley está conectado directamente con la confirmación del nuevo pacto, nos vemos obligados a concluir en que el pasaje de Hebreos es el registro inspirado del cumplimiento de esta profecía.

Solicitamos prestar cuidadosa atención al hecho de que, en Hebreos 10:12, se dice expresamente que Cristo quitó los sacrificios de la ley cuando se ofreció a sí mismo como "el único sacrificio por los pecados, para siempre" antes de sentarse a la diestra de Dios. Por consiguiente, esos sacrificios dejaron de existir en la contemplación de Dios desde el momento en que Cristo murió. Desde ese momento, Dios ya no considera los sacrificios de la ley. Por tanto, es imposible que las palabras "hará cesar el sacrificio y la ofrenda" puedan referirse a ningún evento subsiguiente a la crucifixión de Cristo. A esto nos proponemos regresar. Pero, en este punto, simplemente formulamos la pregunta: ¿Dónde buscaremos el cumplimiento de la profecía, si rechazamos lo registrado en Hebreos 10:9?


"POR OTRA SEMANA"


Ahora llegamos a las palabras "por una semana" (Dan. 9:27), que han servido para extraviar a algunos que han tratado de explicar esta profecía.

Manifiestamente, esas palabras son completamente inconsistentes con la posición de que el pacto de que se habla es el nuevo pacto, puesto que es "eterno" (Heb. 13:20). Pero es apenas concebible que cualquier pacto - en particular uno tan importante que ocupe un lugar prominente en esta profecía - fuera confirmado por un plazo tan corto como siete años. Aunque supongamos, como algunos lo hacen (aunque sin ninguna prueba en absoluto que lo apoye), que la profecía se refiere a algún acuerdo que el supuesto "príncipe" del futuro supuestamente haga con "muchos" judíos, permitiéndoles reanudar los largamente abolidos sacrificios de la ley, ¿podemos concebir que tal pacto estuviera limitado al plazo insignificante de siete años?

En vista de la dificultad que presentan las palabras "por otra semana", consultamos a un erudito hebreo, y le preguntamos si había alguna preposición "por" en el texto original, o cualquier cosa que la implicase. Su respuesta fue que no hay ningún "por" en el texto, ni nada que lo implique. Esta información eliminó la dificultad principal, pero todavía dejó sin resolver el significado que se le ha de dar a las palabras "una semana". Sin embargo, esa información adicional fue suministrada por el mismo erudito hebreo (anteriormente un rabino pero ahora un siervo del Señor Jesucristo), que nos dio la traducción inglesa de la versión Septuaginta de Daniel 9:27. Esta versión Septuaginta es una traducción de las Escrituras hebreas al griego, hechas casi trescientos años antes del nacimiento de Cristo. Las aceptamos como versión autorizada porque nuestro Señor y sus apóstoles la citaban con frecuencia.

En particular, solicitamos prestar atención al hecho de que, cuando nuestro Señor, en su profecía en el Monte de los Olivos, citóla última parte de Daniel 9:27, usó las palabras de la versión Septuaginta, a saber, "la abominación desoladora" (Mat. 24:15). Por consiguiente, tenemos una garantía especial al seguir el sentido de la Septuaginta. Damos la traducción inglesa del versículo entero, tal como aparece en la Septuaginta.

"Y una semana establecerá el pacto con muchos; y a la mitad de la semana serán quitados mi sacrificio y las libaciones; y sobre el templo estará la abominación desoladora; y al final del tiempo (la era) se pondrá fin a la desolación".

Con esta redacción, se capta fácilmente el significado de la primera cláusula. Es una manera común de hablar para decir, por ejemplo: "El año 1776 estableció la independencia de las colonias americanas"; "el año 1918 restauró Alsacia y Lorena a Francia", etc., que es una manera figurada de decir que tal o cual evento tuvo lugar en el tiempo especificado. Esta forma de expresión se usa cuando se desea llamar la atención de manera especial al año, u otro período, en el cual ocurrió cierto evento. Así que aquí, habiendo explicado los versículos anteriores 69 del total de 70 semanas, era de lo más apropiado subrayar esa última semana; y especialmente por la razón de que la última semana no sólo habría de cumplir las seis predicciones del versículo 24, sino que sería el punto culminante de todas las edades.

El sentido del pasaje es, pues, éste: Que la semana restante presenciaría la confirmación del pacto (lo cual sólo podía significar el prometido nuevo pacto) con muchos; y que, a la mitad de esa última semana, Cristo haría cesar el sistema entero de sacrificios establecidos por la ley, al ofrecerse a sí mismo en el sacrificio todo suficiente por los pecados.

Esto da a la última de las setenta semanas la importancia que debe tener, y que la profecía como un todo demanda, viendo que todas las predicciones del versículo 24 dependen de los sucesos de esa última semana. Por otra parte, hacer que esta última semana se refiera a un trato insignificante entre el anticristo (o un supuesto príncipe romano) y algunos judíos apóstatas del futuro para la renovación (y eso sólo por espacio de siete años) de esos sacrificios que Dios abolió para siempre desde hace mucho tiempo es meter por la fuerza en este gran pasaje un asunto de ínfima importancia, completamente ajeno al tema de que se trata, y llevar la profecía entera a una conclusión absurdamente floja e impotente.

"MIS SACRIFICIOS Y MIS OFRENDAS"

Al dilucidar más profundamente el sentido del versículo 27, deseamos llamar la atención de manera especial a las palabras de la Septuaginta: "Quitará mi sacrificio y las libaciones". Antes de la muerte de Cristo, los sacrificios de la ley eran los sacrificios de Dios. Pero Él nunca llamaría suyos a los sacrificios que los apóstatas judíos podrían establecer bajo un acuerdo con el anticristo. Esto lo consideramos concluyente.

Después de que estos documentos aparecieron por primera vez, tuvimos acceso al excelente libro del Dr. Win. M. Taylor Daniel el amado, en que la traducción del versículo 27 de más arriba queda confirmada. El Dr. Taylor da la versión del Dr. Cowle de ese versículo como sigue: "Un siete hará efectivo el pacto para muchos. La mitad del siete hará cesar el sacrificio y las ofrendas", etc.

Citamos también los comentarios del Dr. Taylor, que confirman las conclusiones a que ya hemos llegado:

"Es bien sabido, por los que están familiarizados con la cronología, que Cristo nació cuatro años antes del principio de la era que llamamos por su nombre. Por consiguiente, en el año 26 d. C., nuestro Señor tendría en realidad treinta años de edad; y sabemos (Luc. 3:23) que su bautismo, o manifestación pública al pueblo, tuvo lugar cuando "tenía como treinta años de edad al comenzar su ministerio".

"Además, al final de la mitad de siete años, o a la mitad de la héptada, el Mesías, según esta predicción, haría cesar el sacrificio y las ofrendas. Ahora bien, si suponemos que esto se refiere al hecho de que la muerte de Cristo, siendo un sacrificio real y apropiado por el pecado, virtualmente abolió todos los sacrificios y todas las ofrendas que estaban bajo la ley, que era sólo típicos, tenemos aquí una fecha que armoniza con la de la crucifixión. Casi es posible demostrar, por el evangelio de Juan, que el inisterio público de nuestro Salvador duró tres años y medio (véase la obra Harmony of the Gospels, Appendix, de Robinson); y esto queda corroborado por la parábola de la higuera estéril (Luc. 13:69), que parece indicar que los tres años de privilegios especiales para los judíos se habían agotado, y que un cuarto año, o una porción de él, habría de concedérseles. Por consiguiente, aquí tenemos nuevamente una coincidencia de fechas entre la predicción y la historia.

"La exposición que hemos presentado de esta sección de la predicción de Daniel y de la manera en que se cumplió conmueve el corazón hasta de los más indiferentes. Por lo que a mí concierne, me siento asombrado por el sentido de la cercanía de Dios, que me invade cuando leo estos versículos y cuando recuerdo cómo han sido confirmado por los sucesos de los cuales el Calvario fue escenario. Dios está en esta historia de la verdad. Pero no olvidemos que esta historia difiere de la historia ordinaria sólo en que aquí se nos permite leerla en el Libro del propósito y presciencia divinos; mientras que, en otros casos, ese registro está oculto a nuestros ojos. ¡Dios está en toda la historia tan realmente y tanto como estaba en ésta! ¡Cuán solemne, pero también cuán tranquilizador, es este pensamiento!"

En vista de todo esto, preguntamos cómo podría cualquier sobrio expositor de la Escritura hacer a un lado el cumplimiento perfecto y satisfactorio de esta maravillosa profecía, que se ve tan claramente en "los sucesos de los cuales el Calvario fue escenario" y en su lugar proponer un cumplimiento artificial, en un supuesto pacto (del cual la Escritura no dice ni una sola palabra) entre el anticristo y el pueblo judío de los últimos días en relación con el imaginario reavivamiento de los largamente abolidos sacrificios de la ley?

Por consiguiente, concluimos que la interpretación moderna que saca a Cristo y a la cruz del último versículo de la profecía, donde alcanza su punto culminante, y pone en él al anticristo y sus imaginarias acciones, hace violencia a la Escritura y daña al pueblo de Dios.

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