CAPÍTULO 5
"SE QUITARÁ LA VIDA" AL
MESÍAS. LA "HORA"
"Y después de las
sesenta y dos semanas, se quitará la vida al Mesías y no
tendrá nada (margen)" (Dan. 9:26).
La primera claúsula del versículo 26 enfoca nuestra
atención sobre el más grande de todos los acontecimientos.
Nos dice definidamente que a Cristo "se le quitaría la
vida". No tendría pueblo, ni trono, ni ningún lugar, ni
siquiera en la tierra. Pero, para los israelitas, las
palabras "cortado y no tendría nada" transmitirían el
significado de morir
sin dejar posteridad, sin una "generación", sin nadie que
perpetuase su nombre. Consideraban esto como la mayor de
todas las calamidades; y había una provisión especial en la
ley por la cual, en caso de que un hombre muriese sin dejar
descendencia, su hermano o un pariente cercano "suscitaría
nombre al muerto" (Deut. 25:5, 6; Rut 4:10). ¡Pero he aquí
la asombrosa afirmación de que al Mesías largo tiempo
prometido y ardientemente esperado "se le quitaría la vida"
completamente!
Hay en estas palabras una notable concordancia con la
profecía de Isaías, que contiene lo siguiente: "Su generación, ¿quién
la contará? Porque fue cortado
de la tierra de los vivientes" (Isa. 53:8). Aparentemente,
no podría haber ninguna "generación" para alguien que fuese
"cortado". Y sin embargo, contra aquella maravillosa
profecía había la promesa aparentemente contradictoria: "verá linaje" (v. 10).
Considerando ahora la declaración: "Y después de las sesenta
y dos semanas se quitará la vida al Mesías", se ve la unidad
de la profecía en esto, que las palabras "después de sesenta
y dos semanas" nos llevan a la última de las "setenta
semanas", es decir, al período al que se hace referencia en
el versículo 24; y las palabras "se quitará la vida al
Mesías" declaran el medio por el cual se cumplirían las seis
predicciones. Cada una de las partes de esta profecía está,
pues, unida firmemente a cada una de las otras partes. Todo
ello tiene que ver con la
venida de Cristo y con lo que habría de sufrir a manos de
su pueblo; e incluye también una predicción de los
juicios que habrían de caer sobre ellos por haberle matado.
Por consiguiente, deseamos fijar la atención del lector por
un momento sobre este período especial de tiempo -- estos
tres años y medio -- desde el ungimiento del Señor en su
bautismo hasta su crucifixión. A ese período se hace
referencia con frecuencia en los evangelios como el "tiempo"
o "este tiempo", queriendo decir el tiempo del Mesías. Así,
pues, cuando nuestro Señor dijo: "El tiempo ha llegado"
(Mar. 1:15), sin duda se refería el tiempo revelado a
Daniel, al tiempo cuando Cristo se manifestaría a Israel.
Nuevamente, en Lucas 12:56, cuando pregunta: "¿Cómo no
distinguís este tiempo?",
y en Lucas 19:44, cuando dijo: "Por cuanto no conociste el tiempo de tu
visitación", podemos concluir correctamente que tenía en
mente el mismo "tiempo establecido" que había sido marcado
definidamente en los inmutables designios de Dios y que Él
había comunicado a Daniel, el hombre muy amado. El último
pasaje mencionado (Luc. 19:41-44) está relacionado muy
estrechamente con la profecía de las setenta semanas, porque
es, en sí misma, una profecía de Cristo acerca de la misma destrucción de
Jerusalén que está predicha en la profecía de las
setenta semanas.
Ciertamente no hubo ningún "tiempo" como ése, cuando el
bienaventurado Hijo de Dios, en una humilde forma humana,
iba haciendo el bien y sanando a todos los oprimidos por el
diablo. Muchos profetas y reyes habían deseado ver esas
cosas, y los ángeles desean verlas. Por consiguiente,
deberíamos estar sumamente impresionados por el hecho de
que, cientos de años antes, Dios había predicho ese
"tiempo", había dado la medida de él, y había declarado cómo
terminaría.
Pero, más que esto, el Señor hizo también frecuentes
referencias a una "hora" en particular, llamándola "mi
hora". Ese "tiempo" era el de su ministerio personal en
Israel, de acuerdo con su profecía; y la "hora" era el
momento en que sería "cortado", según la misma profecía.
Deseamos traer a la memoria algunos de esos pasajes, que
deberían despertar siempre el amor y la alabanza en los
corazones de aquéllos por amor de los cuales soportó las
agonías de aquella "hora" terrible y misteriosa. Así, pues,
cuando ciertos griegos quisieron verle, habiéndose
despertado su interés por la gran conmoción causada por la
resurrección de Lázaro, y cuando la muchedumbre se agolpaba
para verle a Él y a Lázaro (Juan 12:9), Jesús se refirió a
la "hora" que se aproximaba cuando Él, siendo levantado de
la tierra, atraería a sí mismo a "todos", tanto griegos como
judíos y dijo: "La hora
ha llegado para que el Hijo del hombre sea glorificado"; y
nuevamente: "Ahora está turbada mi alma; ¿y qué diré?
¿Padre, sálvame de esta
hora? Mas para esto he llegado a esta hora" (Juan 12:20-27).
También en Juan 17:1, leemos sus palabras: "Padre, la hora ha llegado". Y
poco después esa misma noche, oró en el jardín, pidiendo
"que si fuese posible, pasase de él aquella hora" (Mar.
14:35). Es claro que, en estos pasajes, hablaba de la hora en que haría un
sacrificio por el pecado en la cruz - la hora en en que el
Mesías sería "cortado y no tendría nada".
EL JUICIO. "EL PRÍNCIPE
QUE VENDRÁ"
El versículo que ahora estamos considerando (Dan. 9:26)
predice, no sólo el pecado más grave de Israel al asesinar a
su Mesías, sino también el juicio grande y terrible que
habría de seguir a la perpetración de aquella acción
inenarrable. Hay una conexión directa, lógica, entre los dos
sucesos, que explica el hecho de que el orden cronológico no se siga
estrictamente.
Hay diferencias de opinión entre los eruditos competentes en
cuanto a la correcta traducción de la última parte del
versículo 26. En el texto de la American Version dice:
"Y el pueblo del príncipe
que ha de venir destruirá la ciudad y el santuario; y el
fin será con inundación, y hasta el fin de la guerra
durarán las devastaciones".
La Revised Version
aclara el significado de la última cláusula. Dice: "y hasta
el fin habrá guerra, y durarán las devastaciones".
Sin embargo, a pesar de las diferencias de traducción, no es
difícil captar el significado del pasaje. En realidad, hasta
donde sabemos, todos los expositores concuerdan en que
predice el juicio de exterminio por parte de Dios, que a su
debido tiempo fue ejecutado por los ejércitos romanos a las
órdenes de Tito, por quien la ciudad fue devastada "como por
inundación" (una figura usada a menudo para referirse a un
ejército invasor), y la ciudad y el país fueron entregados a
la época -- largas "devastaciones" que habían sido
"determinadas" en los consejos de Dios. Sin duda, el Señor
tenía en mente estos dos pasajes cuando, hablando de los
entonces cercanos sitio y destrucción de Jerusalén por los
romanos, dijo: "Porque estos son días de retribución,
para que se cumplan todas
las cosas que están escritas" (Luc. 21:22). Las
"cosas que están escritas" eran las cosas predichas en este
versículo de la profecía (Dan. 9:26), que se "cumplieron" en
ese tiempo. Las palabras del Señor registradas en Mateo
23:32-36 y Lucas 19:43, 44 también se refieren a las
calamidades predichas en Daniel 9:26, como se verá
claramente al examinar esos pasajes.
El siguiente es, pues, el significado que derivamos del
texto de la A. V. y la R. V.: Que el pueblo de un "príncipe"
(es decir, un líder o comandante), que vendría con armas
contra Judea y Jerusalén, destruiría completamente la ciudad
y el templo; que esta destrucción sería como si una
inundación hubiese barrido con todo; que hasta el fin habría
guerra; y que las "devastaciones" del país y la ciudad
estaban definidamente "determinadas".
Así, pues, la profecía entera de las setenta semanas abarca
la reconstrucción
de la ciudad y el templo, y la destrucción final de ambos. Incluye el
período de tiempo desde la restauración del pueblo a su país
y su ciudad en al año primero de Ciro, hasta su dispersión
por los romanos entre las naciones del mundo.
En relación con esto, deseamos nuevamente llamar la atención
del lector a la notable concordancia entre esta parte de la
profecía y la palabra de Dios para Isaías (Cap. 6:9-13).
¿QUIÉN ES "EL PRÍNCIPE QUE HA DE VENIR"?
En este punto, somos confrontados por una pregunta que
afecta muy seriamente la interpretación de la profecía.
Considerando las palabras de acuerdo con su significado
evidente y obvio (lo cual debe hacerse siempre, excepto
cuando hay una razón obligante en contrario), parece
bastante claro que "el príncipe", cuyo pueblo destruiría la
ciudad y el santuario, era Tito, el hijo del entonces
emperador, Vespasiano, siendo él (Tito) el "príncipe" o
"caudillo" que estaba al mando de aquellos ejércitos en ese
momento. En realidad, nos atrevemos a decir que las palabras
de la profecía, que son las
palabras de Dios enviadas a Daniel directamente desde el
cielo, no admiten razonablemente ninguna otra
interpretación. Ni había, hasta donde sabemos, ningún otro
significado atribuido jamás a ellas sino hasta años
recientes, y luego sólo por parte de los que pertenecen a
una "escuela" particular de interpretación. Según la
"escuela" a la que nos referimos, las palabras "el príncipe
que vendrá" no significan el príncipe que sí vino, y cuyos
ejércitos cumplieron esta profecía al destruir la ciudad y
el templo, sino que significan algún otro
"príncipe", que de hecho no ha venido todavía, y que (por
supuesto) podría no tener nada que ver en
absoluto con el tema del pasaje, a saber, la
destrucción de la ciudad y el templo.
Según el punto de vista que ahora estamos considerando, el
pasaje se interpreta en el sentido de que hay un "príncipe"
que "vendría" en algún tiempo desconocido pero todavía
futuro, cuyo príncipe será de la misma nacionalidad que el pueblo
(los ejércitos romanos) que destruiría la ciudad y el
templo. Se supone, además, y se enseña con mucha confianza,
que este "príncipe que vendría" se aliaría con el
anticristo, si no es él el mismo anticristo. Ésta es una
idea muy radical, que cambia el significado entero de esta
profecía básica y afecta la interpretación de toda la
profecía. La idea traslada los principales incidentes de la
profecía de las setenta semanas de Cristo al anticristo, y
del pasado distante al futuro incierto, separándolos así de
toda conexión con el período de setenta semanas al cual Dios
los asigna. Hasta donde alcanza nuestra experiencia, esta
manera de tratar con la Escritura no tiene paralelo ni
precedente en el campo de la exégesis. ¿Es una
interpretación correcto y sobria de la Escritura, o es hacer
travesuras con la profecía?
Porque, con todo el debido y apropiado respeto por los que
sustentan este punto de vista, vamos a decir que este método
hace la mayor violencia posible a palabras que no son en
absoluto oscuras ni de significado incierto. No hay ninguna
razón concebible para que ningún príncipe (es decir,
comandante) sea mencionado en este pasaje, excepto aquél
cuyos ejércitos habrían de llevar a cabo la destrucción de
la ciudad y el templo, siendo éste el tema del pasaje. Las
palabras son apropiadas para transmitir un significado, y uno solamente. Es
simplemente inconcebible que el agente destructor fuera
identificado por referencia a algún príncipe que no entraría
en escena durante millares de años, o que los romanos del
siglo primero pudieran llamarse su "pueblo". Además, nadie
que entendiese siquiera ligeramente el uso del lenguaje
emplearía las palabras del texto para transmitir la
información de que el pueblo, por medio del cual sería
destruida la ciudad, sería de la misma nacionalidad que
algún "príncipe" que habría de "venir" (sin decir de dónde,
o hacia dónde, o para qué) en algún tiempo remoto y no
especificado. Y finalmente, aunque se pudiese suponer que un
tal sujeto completamente desconocido como príncipe, que
habría de venir muchos siglos después del acontecimiento
profetizado, fuera sacado a colación en un pasaje así,
entonces se le habría hecho decir -- no "el pueblo del príncipe
que vendrá destruirá la ciudad" sino -- vendrá un príncipe del pueblo
que destruyó la ciudad.
Además, sabemos que los
ejércitos del príncipe Tito efectivamente
destruyeron la ciudad y el templo, y que hasta el día de hoy
el cndelabro de siete brazos, que fue llevado en su
procesión triunfal, está esculpido en el arco que fue
erigido en su honor en Roma. Pero no sabemos nada de ningún
príncipe romano que haya de "venir" (¿venir adónde? en el
futuro. El término romano no pertenece a nada ahora excepto
al papado.
Y además de todo esto, si cualquier "príncipe" "viniera" de
aquí en adelante (no importa de dónde o hacia dónde), no
podría decirse propiamente que el pueblo que destruyó
Jerusalén en el año 70 d. C. era su pueblo. Las palabras claras y sencillas
de la profecía son: "el pueblo del príncipe que ha de venir". Esas palabras sólo
pueden significar el hombre que era el príncipe o el líder
del pueblo cuando
destruyó la ciudad y el templo. Aquellas regiones
romanas y aquellos auxiliares eran el pueblo del príncipe Tito. Pero en ningún sentido
son el pueblo de algún príncipe que pueda surgir varios
millares de años más tarde. Los ejércitos franceses que
invadieron a Rusia eran el pueblo de Napoleón, su
comandante; pero en ningún sentido apropiado eran el pueblo
del general Foch. Todos ellos estaban muertos mucho antes de
que él naciera.
Esta profecía no tiene nada
que ver en absoluto con ningún futuro príncipe
romano; ni hay, hasta donde sabemos, ninguna base para decir
que un príncipe romano surgirá para jugar un papel en el
tiempo del fin de esta era. Durante los siglos que han
transcurrido hasta ahora, han ocurrido tales cambios que
ningún potentado de los tiempos del fin que se aproximan
podría describirse como el príncipe del pueblo por medio del
cual Jerusalén fue destruida.
Así, pues, la profecía de las setenta semanas es
manifiestamente un relato, dado de antemano, del segundo
período de la existencia nacional del pueblo judío. Los
judíos habrían de permanecer como nación sólo lo bastante como para
cumplir las Escrituras,
y para cumplir el supremo
propósito de Dios de traer al Mesías y ejecutarlo. El tiempo
asignado para esto fue de 490 años. Habiendo cumplido esto,
Dios no tenía ningún uso adicional para Israel. De allí en
adelante, las relaciones de Dios serían con otro pueblo,
aquella "nación santa" (1 Ped. 2:9), compuesta de todos los
que creen al evangelio, y los que "reciben" a Aquél que fue
rechazado por "los suyos" (Juan 1:11-13).
Sin embargo, el juicio predicho no siguió inmediatamente,
porque, en su agonía, Cristo oró por
sus propios asesinos: "Padre, perdónalos, porque no saben lo
que hacen" (Luc. 23:34). En respuesta a esa oración, el
período completo de prueba de cuarenta años (30 d. C. a 70 d. C.) fue
añadido a su existencia como nación, durante el cual período
se les predicó el arrepentimiento y el perdón de pecados en
el Nombre del crucificado y resucitado, y millares de judíos
se salvaron.
La perfecta exactitud de las Escrituras se ve en esto, que,
aunque se dice claramente que las seis cosas de Daniel 9:24
habrían de cumplirse dentro del período determinado de
setenta semanas, y aunque la destrucción de la reconstruida
ciudad y el reconstruido templo también se predijo, ese
suceso no está entre las
cosas que habrían de ocurrir dentro de las setenta semanas.
E n relación con esto, es importante observar que, aunque
los sucesos predichos en el versículo 24 debían ocurrir
dentro del período medido de setenta semanas, y los sucesos
del versículo 27 debían ocurrir a la mitad de la última
semana de las setenta, el tiempo de los juicios predichos no está especificado.
Así, pues, la profecía dejaba lugar para el ejercicio de la
misericordia aun para aquella generación malvada.
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