Habiéndonos asegurado del
verdadero punto de partida, ahora podemos proceder con
confianza a un examen de los detalles de la profecía. Pero, a
medida que seguimos adelante, será necesario someter a prueba
cada una de las conclusiones por medio de las Escrituras, y
tener cuidado de no aceptar nada que no esté sustentado por
amplias pruebas.
La parte profética del mensaje del ángel comienza en el
versículo 24, que en nuestra versión de la Biblia dice así:
"Setenta semanas están
determinadas sobre tu pueblo y sobre tu santa ciudad, para
terminar la prevaricación, y poner fin al pecado, y expiar
la iniquidad, para traer la justicia perdurable, y sellar la
visión y la profecía, y ungir al santo de los santos".
He aquí seis cosas diferentes que habrían de ocurrir dentro de
un período claramente definido de setenta sietes de años (490
años). Estas seis cosas específicas están estrechamente
relacionadas las unas con las otras, porque todas están
conectadas por la conjunción "y".
Este versículo, que es en sí mismo una profecía completa, no
da información con respecto al punto de partida de los 490
años ni los medios por los cuales los sucesos predichos
habrían de llevarse a cabo. Sin embargo, esa información se da
en los versículos que siguen. Por ellos, nos enteramos de que
el período profético habría de comenzar a contarse "desde la
salida de la orden para restaurar y edificar a Jerusalén";
también, que habrían de transcurrir sesenta y nueve semanas
(siete más sesenta y dos) "hasta el Mesías Príncipe", y
además, que, "después de las sesenta y dos semanas, se quitará
la vida al Mesías". Era por
la muerte del Mesías que las seis predicciones del versículo
24 habrían de cumplirse. Hay que tomar nota
cuidadosamente de esto.
Así, pues, tenemos ante nosotros una profecía de trascendental
interés, un período de tiempo predicho desde el recomienzo de
la nación judía y la reconstrucción de la santa ciudad, hasta
el evento culminante de toda la historia y de todas las edades
en el tiempo, la
crucifixión del divino Redentor. Estas son cosas en
la cuales los ángeles desean mirar (1 Ped. 1:12); y
ciertamente, nuestros corazones deberían movernos a inquirir
en ellas, no con un espíritu de curiosidad carnal, ni con
ningún propósito de sustentar un esquema favorito de
interpretación profética, sino con el deseo reverente de
enterarnos de todo lo que a Dios le ha complacido revelar
tocante a este asunto que es de la mayor importancia y
es de lo más sagrado.
Los versículos 25-27 también predicen los abrumadores y
exterminadores juicios - las "desolaciones" que habrían de
caer sobre el pueblo y la ciudad, y que habrían de durar
durante toda esta dispensación.
Las primeras palabras del versículo 25: "Sabe, pues", muestran
que lo que sigue explica la
profecía contenida en el versículo 24. De esto
también debe tomarse nota cuidadosa.
Para entender correctamente la profecía, es esencial tener
presente que las seis cosas del versículo 24 debían cumplirse
(y ahora se han cumplido) por
la muerte de Cristo y por lo que siguió
inmediatamente después, a saber, su resurrección de los muertos y su ascensión al
cielo. Teniendo en mente ese simple hecho, será fácil
"entender" todos los puntos principales de la profecía.
Éstos son los seis puntos predichos:
1. Terminar la prevaricación.
Por mucho tiempo, la "transgresión" de Israel había sido la
carga de los mensajes de los profetas de Dios. Fue por la
"transgresión" de Israel por lo que los israelitas habían sido
enviados al cautiverio, y por lo que su tierra y su ciudad
habían quedado "desoladas" por setenta años.
Daniel mismo había confesado esto, diciendo: "Todo Israel traspasó tu ley
apartándose para no obedecer tu voz; por lo cual ha caído
sobre nosotros la maldición" (ver. 11). Pero el ángel le
reveló la angustiosa noticia de que la plena medida de la
"transgresión" de Israel todavía
no se había completado; que los hijos todavía tenían
que llenar la
iniquidad de sus padres; y que, como consecuencia, Dios
traería sobre ellos una "desolación" mucho mayor que la que había traído
Nabucodonosor. Porque "terminar la prevaricación" no podía
significar nada menos ni otra cosa que la traición y la
crucifixión de su prometido y esperado Mesías.
En este punto, deseamos llamar la atención de manera
particular a las palabras que el Señor Jesús dirigió a los
líderes del pueblo poco antes de ser traicionado, pues hay en
ellas una notable similitud con las palabras de la profecía de
Gabriel. Dijo Jesús: "Vosotros
también
llenad la medida de vuestros padres ... para que
venga sobre vosotros toda la sangre justa que se ha derramado
sobre la tierra" (Mat. 23:32, 35). En estas palabras de
Cristo, encontramos, primero,
una declaración de que la hora había llegado para que ellos
"terminaran la prevaricación"; y segundo, una fuerte indicación de que las
predichas "desolaciones" habrían de venir, como juicio, sobre
quella generación, como se ve por las palabras "para que venga
sobre vosotros".
Las palabras finales de nuestro Señor en esa ocasión tienen
gran significación cuando se las considera a la luz de esta
profecía. Dijo: "De cierto os digo que todo esto vendrá sobre esta generación"; y
luego, a medida que la terrible suerte de la ciudad amada
apretaba su corazón, prorrumpió en el lamento: "¡Jerusalén,
Jerusalén!", terminando con las significativas palabras: "He
aquí, vuestra casa os es dejada desierta".
La naturaleza terrible y sin paralelo de los juicios que
fueron derramados sobre Jerusalén en el momento de su
destrucción en 70 D. C. se ha perdido de vista en nuestros
días. Pero si quisiéramos enterarnos de cuán gran suceso fue a
los ojos de Dios, sólo tenemos que considerar la angustia de
alma de nuestro Señor cuando pensó en ello. Aun en camino a la
cruz, significaba más para él que los propios sufrimientos que
se acercaban (Luc. 21:28-30).
El apóstol Pablo también habla en términos similares de las
transgresiones de aquella generación de judíos, que no sólo
crucificaron al Señor Jesús y luego rechazaron el evangelio
que se les predicó en el nombre de Él, sino que prohibieron
que se les predicara a los gentiles. Porque el apóstol dijo
que ellos "así colman
siempre la medida de sus pecados, pues vino sobre ellos la ira hasta el extremo"
(1 Tes. 2:15, 16). Porque ciertamente estaban a punto de
experimentar la ira de Dios "al extremo" en la cercana
destrucción de Jerusalén, y en la dispersión del pueblo entre
las naciones del mundo, para que sufriesen extremas miserias
en las manos de ellos. Estos textos son de mucha importancia
en relación con nuestro estudio actual, y tendremos ocasión de
referirnos a ellos nuevamente.
No es difícil discernir por qué la lista de las seis grandes
cosas comprendidas en esta profecía estaba encabezada por la
terminación de la
prevaricación; porque el mismo acto que constituía el pecado
culminante de Israel, también servía para quitar de en medio
el pecado (Heb. 9:26) y obtener eterna redención (Heb. 9:12).
Porque ciertamente le tomaron, y con manos impías le
crucificaron y le mataron; pero fue "por el determinado
consejo y anticipado conocimiento de Dios" (Hech. 2:23). Los
poderes y las autoridades de Judea y Roma, con los gentiles y
el pueblo de Israel, ciertamente se reunieron contra Él; pero
fue para hacer lo que la propia mano y el consejo de Dios
habían antes determinado que sucediera (Hechos 4:26-28). En
todo lo que se nos ha dado a conocer, no hay nada
más maravilloso que el hecho de que el pueblo y sus
gobernantes, porque no le conocían, ni conocían las palabras
de sus propios profetas, que eran leídas cada sábado, las cumpliesen al condenarle
(Hech. 13:27). Por consiguiente, entre las muchas profecías
que entonces se "cumplieron", hay una promesa de lo que forma
el tema de nuestro estudio actual.
2. Poner fin al pecado.
Sobre este punto no necesitamos explayarnos mucho porque ya
hemos llamado la atención a las maravillosas obras de la
sabiduría de Dios al hacer que el extremo pecado del hombre sirviese para
ejecutar eterna redención, y de ese modo, proporcionar un remedio completo para el
pecado. Porque la crucifixión de Cristo, aunque fue
verdaderamente una obra de diabólica maldad de parte del
hombre, fue por su propia parte la ofrenda de sí mismo sin
mancha para Dios como sacrificio por los pecados (Heb. 9:14). Fue
así como Él "ofreció para siempre un solo sacrificio por los
pecados" (Heb. 10:12).
Entendemos que el sentido en que la muerte de Cristo "puso fin
al pecado" era que, por ello, hizo una perfecta expiación por
los pecados, como está escrito en Hebreos 1:3, "habiendo
efectuado la purificación
de nuestros pecados por medio de sí mismo" y en
muchos pasajes semejantes. Debe notarse, sin embargo, que la
palabra hebrea correspondiente a "pecados" en este
pasaje significa, no sólo el pecado mismo, sino también, y por
lo tanto, el sacrificio. De aquí que algunos piensen que
lo que el ángel predijo aquí era poner fin a la ofrenda por el pecado
requerida por la ley. Ese era, ciertamente, un resultado
incidental, y se menciona expresamente en el versículo 27.
Pero la palabra usada en ese versículo no es la que se
encuentra en el versículo 24, que significa pecado u ofrenda por el pecado.
Es una palabra diferente, que significa sacrificio. Concluimos,
por tanto, que las palabras "poner fin al pecado" deberían ser
tomadas en su sentido más obvio.
3. Expiar la iniquidad.
La palabra que aquí se ha traducido como "reconciliación" se
traduce por lo general "expiación" - pero, según la
concordancia de Strong, expresa también la idea de aplacar o
reconciliar. Por consiguiente, vamos a suponer que nuestros
traductores tenían buenas razones para usar la palabra
"reconciliación". Sin embargo, si se considera que "expiación"
es la mejor traducción, la conclusión no se vería afectada,
pues, tanto "la expiación" como "la reconciliación" fueron
efectuadas mediante la muerte de Cristo en la cruz.
La necesidad de la reconciliación surge del hecho de que el
hombre es, por naturaleza, no sólo pecador, sino también enemigo de Dios (Rom.
5:8,10). Además, es porque es pecador que también es enemigo. Como pecador,
necesita ser justificado; y como enemigo, necesita ser
reconciliado. La muerte de Cristo como sacrificio expiatorio
cumple ambas en el caso de todos los que creen en Él. En
Romanos 5:8-10, estas dos cosas, diferentes pero estrechamente
relacionadas entre sí, están claramente establecidas. Porque
allí leemos, primero, que, "siendo aun pecadores, Cristo murió
por nosotros", y segundo, que, "siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios
por la muerte de su Hijo".
La reconciliación tiene que ver directamente con el reino de
Dios en que significa traer de vuelta a los que eran rebeldes
y enemigos para que se conviertan en súbditos voluntarios y
leales de Dios. En relación con esto, debe prestarse atención
al gran pasaje de Colosenses 1:12-22, el cual muestra que,
como resultado de la muerte de Cristo, los que tienen
"redención por su sangre, el
perdón de pecados" (v. 14), son también trasladados al reino de su amado
Hijo (v. 13), "haciendo
la paz mediante la sangre de su cruz, para por medio
de él reconciliar consigo
todas las cosas"; y el apóstol añade: "Y a vosotros
también, que erais en otro tiempo extraños
y enemigos en vuestra mente, ahora os ha reconciliado en su cuerpo
de carne, por medio de la muerte" (vv. 20-22).
Por consiguiente, es cierto que, cuando Cristo Jesús
murió y resucitó, se llevaron a cabo plena y finalmente la expiación por el pecado
y la reconciliación para
los enemigos de Dios como un hecho histórico. Es
importante, y de hecho esencial, para entender correctamente
esta profecía, tener presente que la expiación y la
reconciliación habrían de efectuarse, y se efectuaron, dentro del plazo de setenta
semanas desde la salida del decreto del rey Ciro.
Se ve, pues, que la profecía tiene que ver con el grande y
eterno propósito de Dios de establecer a su reino - y traer a
él pecadores perdonados y reconciliados como súbditos
voluntarios y leales de Cristo, el Rey. Y cuando el tiempo se
acercó, el reino fue proclamado por el Señor y por su
precursor diciendo que "se ha acercado". Cuando se consideran
en relación con la profecía de Gabriel, las
palabras del propio Señor son muy significativas.
Dijo: "El tiempo se
ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado" (Mar. 1:15).
El tiempo del cual
hablaba era el declarado en esta gran profecía; que es la única profecía que da el
tiempo de su venida. De aquí que sus palabras fueran realmente
el anuncio de su muerte, resurrección, y entronización cercanas
en el cielo como el Rey celestial del reino celestial
de Dios.
4. Para traer la justicia
perdurable. La justicia es el rasgo más prominente
del reino de Dios. Para demostrar esto, sólo tenemos que citar
aquellos pasajes familiares: "Buscad primeramente el reino de
Dios y su justicia" (Mat. 6:33); "el reino de Dios es justicia
y paz, y gozo en el Espíritu Santo" (Rom. 14:17). Una
característica de la justicia de Dios, que él "traería" por
medio del sacrificio de Cristo (Rom. 3:21-26), es que dura
para siempre; y esto es lo que enfatiza la profecía. Había que
hacer una obra, y ahora ha sido hecha, que traería la justicia perdurable -
perdurable porque está basada en la cruz, como lo predijo
también Isaías: "Mi justicia permanecerá perpetuamente" (Isa.
51:8)). Ahora Jesucristo nos ha sido hecho por Dios sabiduría
(1 Cor. 1:30); y esto es en cumplimiento de otra gran promesa:
"He aquí que vienen días, dice Jehová, en que levantaré a
David renuevo justo, y reinará como Rey, el cual será dichoso,
y hará juicio y justicia en la tierra. En sus días será salvo
Judá, e Israel habitará confiado; y este será su nombre con el
cual le llamarán: JEHOVÁ, JUSTICIA NUESTRA" (Jer. 23:5, 6).
5. Sellar la visión y la
profecía. Entendemos esto como el sellamiento de la
palabra de la profecía de Dios para los israelitas, como parte
del castigo que ellos atrajeron sobre sí mismos. La palabra
"sellar" algunas veces significa, en un sentido secundario,
asegurar, puesto que lo que está herméticamente sellado está
seguro, para evitar que sea manipulado. De aquí que algunos
hayan entendido esto meramente en el sentido de que la visión
y la profecía habrían de cumplirse. Pero no sabemos que la
palabra "sellado" se use en ese sentido en las Escrituras.
Porque, cuando se quiere significar el cumplimiento de la
profecía, se usa la palabra "cumplir". Creemos que la palabra
debe entenderse aquí en su sentido primario, porque fue
claramente predicho, como rasgo prominente del castigo de
Israel, que tanto la visión
como el profeta - es
decir, tanto los ojos
como los oídos - serían cerrados,
de modo que viendo
no verían, y oyendo
no oirían (Isa. 6:10).
Además, este mismo sellamiento de la visión y la profecía como
parte del castigo de Israel fue predicho por Isaías en aquel
gran pasaje donde habla de Cristo como la piedra angular (Isa.
28:16). Seguidamente, hay una predicción de "ayes" para la
ciudad donde David vivió (29:1). Así que aquí tenemos una
profecía paralela a la de Gabriel. Esta última hablaba de que
el "cortamiento" del Mesías sería seguido por la destrucción
de Jerusalén; e Isaías también hablaba de Cristo como la
piedra angular de Dios, puesta en Sión (la resurrección) y
luego del derrumbe de la Sión terrenal. En cuanto a este
derrumbe, Dios habla muy claramente por medio de Isaías,
diciendo: "Porque acamparé contra ti alrededor, y te sitiaré
con campamentos, y levantaré contra ti baluartes. Entonces
serás humillada" (Isa. 29:3-4). Luego el profeta habla de una
tormenta y una tempestad y un fuego devorador venideros, y también de
la multitud de naciones que habrían de luchar contra la ciudad
(vv. 6-9). Y luego vienen estas significativas palabras:
"Porque Jehová derramó sobre vosotros espíritu de sueño, y cerró los ojos de vuestros
profetas, y puso velo sobre las cabezas de vuestros
videntes. Y os será toda visión como palabras de libro
sellado (vv. 10, 11). Esto corresponde
manifiestamente a las palabras de Gabriel sobre "sellar la
visión y el profeta". Además, la palabra "sellado" en Isaías
29:11 es la misma que la de Daniel 9:24. Estas palabras de
Isaías también hacen una descripción notablemente precisa de
la ceguera espiritual del pueblo y sus gobernantes en los días
de Cristo, los que, aunque leían a los profetas cada día de
sábado, puesto que no
conocían sus voces, las cumplieron al condenar a
Jesús (Hechos 13:27).
El cumplimiento de Isaías también cabe aquí. Porque el Señor
mismo declaró que, en sus días, se cumplió la palabra: "Anda y
dí a este publo: Oíd bien, y no entendáis; ved por cierto, mas
no comprendáis. Engruesa el corazón de este pueblo, y agrava
sus oídos, y ciega sus ojos, para que no vea, ni oiga con sus
oídos, ni su corazón entienda, ni se convierta, y haya para él
sanidad" (Isa. 6:9, 10; Mat. 13:14, 15). Juan también cita
esta profecía y la aplica a los judíos de su tiempo (Juan
12:39-41); y Pablo hace lo mismo (Hechos 28:25-27).
De aquí que debamos notar con profundo interés la pregunta que
esta sentencia de juicio impulsó a Isaías a hacer, y la
respuesta que recibió. Evidentemente, el profeta entendió que
el juicio pronunciado en las palabras citadas arriba habría de
ser de terrible severidad, porque en seguida inquirió
ansiosamente "cuánto" habría de durar el período de ceguera
judicial. La respuesta fue: "Hasta que las ciudades estén asoladas y
sin morador, y no haya hombre en las casas, y la tierra esté hecha un desierto;
hasta que Jehová haya echado
lejos a los hombres, y multiplicado los lugares abandonados en medio de
la tierra" (Isa. 6:11, 12).
Aquí tenemos una clara predicción de lo que Cristo mismo
profetizó tocante a la desolación de Judea y la dispersión de
los judíos entre las naciones (Luc. 21:24).
6. Ungir al santo de los
santos. Cuando estos documentos se escribieron por
primera vez y se publicaron en forma de entregas, éramos de la
opinión de que esta predicción tuvo su cumplimiento en la
entrada del Señor Jesucristo en el santuario celestial (Heb.
9:23, 24). Pero, después, cayó en nuestras manos una copia de
la obra del Dr. Pusey sobre Daniel
el profeta, y quedamos muy impresionados por la
exposición que de este pasaje hizo aquel gran erudito hebreo,
que tan hábilmente defendió el libro de Daniel de los ataques
de los destructivos críticos. Señaló que la palabra ungir había aquirido un
significado espiritual
establecido, y citaba las palabras de Isaías 61:1, 2, que
nuestro Señor se aplicó a sí mismo como aquél a quien Dios
había "ungido". También, el Dr. Pusey señaló que, por cuanto
la misma palabra se usa en el siguiente versículo de Daniel
"hasta el Ungido, el
Príncipe", debe suponerse que las palabras que están unidas
tan estrechamente deben usarse con el mismo significado. Esto
da la idea del "ungimiento de un lugar santísimo" por el
derramamiento del Espíritu Santo sobre él. El Dr. Pusey cita
mucha evidencia en apoyo de esta idea; pero, sin entrar a
discutir la cuestión a fondo, diremos simplemente que fuimos
llevados a la conclusión de que la venida del Espíritu Santo sobre los discípulos
de Cristo el día de Pentecostés y por consiguiente ungiendo (véase 2 Cor.
1:21) un templo espiritual como "el templo del Dios viviente" (2 Cor. 6:16),
proporciona el cumplimiento de este detalle de la profecía, un
cumplimiento que no sólo concuerda con los otros cinco ítems,
sino que lleva la serie entera a un digno clímax.
De acuerdo con las palabras de Dios transmitidas por
Gabriel, estos cinco sucesos predichos, que ahora
hemos considerado en detalle, debían cumplirse dentro del
plazo "determinado" (o limitado o "marcado") de setenta sietes
de años; y hemos mostrado - en realidad, es TAN claro que
apenas queda abierto a disputa - que todos los seis ítems se
cumplieron completamente en la primera venida de Cristo, y en
la "semana" de su crucifixión. Porque, cuando nuestro Señor
ascendió al cielo y el Espíritu Santo descendió. no quedaba ni
uno solo de los seis ítems de Daniel 9:24 que no se hubiese cumplido plenamente.
Además, al pasar la mirada rápidamente por los versículos 25 y
26, vemos que la venida de Cristo y su "cortamiento" son
anunciados como el medio
por el cual se cumpliría la profecía; y que se ha
añadido la predicción de la destrucción de Jerusalén por Tito,
el "príncipe" romano, y las "desolaciones" de Jerusalén y las
guerras que habrían de continuar durante toda esta época
"hasta el fin".
En este punto, no hablamos del versículo 27. Esa parte de la
profecía requerirá un examen extremadamente cuidadoso que nos
proponemos dedicarle más adelante.
Los sucesos proféticos se describen a menudo en lenguaje
velado y términos altamente figurados, de manera que es
sumamente difícil identificar el cumplimiento de ellos. Pero,
en este caso, parece que tenemos el caso excepcional de una
profecía cuyos términos son claros y las marcas que la
identifican son numerosas. Si fuese posible fijar con certeza
una sola de las seis predicciones de Daniel 9:24, sería
suficiente para ubicar la serie entera. Pero las indicaciones
que se nos han dado nos permiten identificar con certeza cinco
de las seis, y la otra con un alto grado de probabilidad. No
tenemos ninguna duda, pues, de que la profecía entera del
versículo 24 se cumplió en la muerte, la resurrección, y la
ascensión del Señor Jesucristo y en la venida del Santo desde
el cielo. Y la certeza del cumplimiento del versículo 24 24
conlleva la ubicación de la semana setenta, a la cual se hace
referencia específicamente en el versículo 27. Esto se
demostrará más adelante.