"Desde la salida de la
orden para restaurar y edificar a Jerusalén hasta el Mesías
Príncipe" (Dan. 9:25).
La profecía comienza en el versículo 24. El ángel informa a
Daniel que setenta sietes de años estaban "determinados"
(o señalados) sobre su pueblo, y sobre la santa ciudad,
para terminar la prevaricación, poner fin al pecado, expiar la
iniquidad, traer la justicia perdurable, sellar la visión y la
profecía, y ungir al santo de los santos (lugar). Aquí hay
seis cosas que debían cumplirse dentro del período claramente
determinado de 490 años de la historia judía. Dentro de esas
seis cosas nos proponemos mirar más adelante. Pero hay una
pregunta importante que debe ser contestada primero. ¿Cuándo comienza el período de
490 años? El siguiente versículo proporciona esta
necesaria información. Leemos: "Sabe, pues, y entiende que, desde la salida de la orden para
restaurar y edificar Jerusalén hasta el Mesías
príncipe, habrá siete semanas, y sesenta y dos semanas". Por
esto, sabemos que debía haber un total de 69 semanas (7
semanas más 62 semanas) o 483 años desde el citado punto de
partida hasta el Mesías.
Por consiguiente, tenemos que establecer con certeza el suceso
desde el cual habrían de comenzar a contarse las setenta
semanas; porque es manifiesto que la línea de medida, aunque
fue dada directamente desde el cielo, y aunque está registrada
para nuestro beneficio en las Sagradas Escrituras, no nos
servirá de nada en absoluto a menos que conozcamos con certeza el
punto de partida. Es igualmente manifiesto que el punto de
partida no puede saberse con certeza a menos que esté revelado
en las Escrituras y de manera tal que el lector ordinario
pueda "saberlo y entenderlo" más allá de toda duda. Sin
embargo, esta cuestión esencial está revelada en la palabra de Dios; y
además, la información se da de una manera tan clara y tan
sencilla que el transeúnte no necesita equivocarse. A esto
llegaremos en un momento. Pero, primero, es deseable
hablar de las varias y conflictivas ideas sobre este punto
vital que se hallan en los escritos actuales sobre la
profecía. Porque, por extraño que parezca, existen los mayores
desacuerdos y las mayores opiniones encontradas en cuanto a la
"orden" o "palabra" en particular a la que se refiere el ángel
como punto de partida de las 70 semanas. Hay no menos de
cuatro diferentes decretos, u órdenes reales, que se han
presentado como el punto desde el cual deben contarse las
setenta semanas. Algunos expositores capaces y eruditos
escogieron uno, y otros, igualmente capaces y eruditos,
escogieron otro. Pero la palabra de Dios habla tan claramente
en cuanto a esto como lo hace concerniente al lugar donde
debía nacer Jesús.
Entonces, ¿por qué esta diferencia de opinión? La explicación
es que los que, en años recientes, han vuelto su atención a
esta profecía, la han interpretado erróneamente. Han utilizado un método que no puede conducir sino
a una conclusión errónea.
El lector debe entender esto (y trataremos de dejarlo bien
claro) antes de seguir adelante.
La manera correcta
de llegar a la cronología de la profecía es tan simple y obvia
que un niño puede entenderla en seguida. Todo lo que
necesitamos hacer es establecer, por medio de la Palabra de
Dios, los dos sucesos especificados por el ángel: (1) la
emisión de la "orden" y (2) la manifestación del "Mesías
Príncipe". Habiendo fijado definitivamente estos dos sucesos
(lo que las Escrituras nos permiten hacer con certeza),
sabemos por la profecía
misma que desde el un suceso hasta el otro hay sólo
483 años. Con este método, no necesitamos ningún sistema de
cronología.
Pero nuestros expositores han procedido de manera muy
diferente. Primero, han elegido uno u otro de los varios
sistemas de cronología que han sido compilados por varios
cronologistas - como el de Ussher, el de Lloyd, el de Clinton
o el de Marshall. Luego, habiendo aceptado la corrección de la
cronología seleccionada, han buscado, primero, un decreto de
algún rey persa y segundo, algún suceso durante la vida de
Cristo que estuviese lo más cerca posible de un espacio de 483
años, de acuerdo con la
cronología seleccionada.
Después de la consideración más breve, quedará claro que, de acuerdo con
este método, la interpretación de la profecía es controlada
por cualquier cronología que el expositor haya seleccionado;
porque tiene que rechazar todas las interpretaciones que no
concuerden con su supuesta cronología.
Ahora bien, no sólo es este modo de proceder fundamentalmente
erróneo porque trata de ajustar los acontecimientos de la historia bíblica a un
esquema cronológico fabricado por el hombre sino que el hecho
es que todo sistema
cronológico que cubra el período que nos ocupa, (es decir,
desde el comienzo de la monarquía persa hasta Cristo) es mayormente una cuestión de
conjetura. Todos esos sistemas, sin ninguna
excepción, están basados en el "canon" de Ptolomeo, es decir,
una lista de supuestos reyes persas, con la supuesta duración
del reinado de cada uno, una lista que fue compilada por
Ptolomeo, un astrónomo y escritor pagano del siglo segundo D.
C. Pero Ptolomeo ni siquiera pretende haber tenido algún hecho en cuanto a la
duración del período persa (es decir, desde Darío y Ciro hasta
Alejandro el Grande). Ptolomeo estima o conjetura que este período fue de
205 años. Y esto es lo que ha causado todos los problemas y
toda la incertidumbre; porque cada uno de los que han
intentado construir una cronología bíblica se ha basado en el
estimado de Ptolomeo. En una palabra, pues, no existe ninguna cronología del
período desde Ciro hasta Cristo, excepto en la Biblia.
Para demostrar cuán grande es la incertidumbre acerca de la
duración del imperio persa, sólo tenemos que mencionar el
hecho de que, de acuerdo con las tradiciones judías en los
días de Cristo (que ciertamente son tan dignas de confianza
como las tradiciones paganas de una fecha posterior), el
período de los reyes persas sólo duró 52 años. Aquí hay una
diferencia de 153 años, y eso con relación a una cuestión que
es esencial para entender esta profecía. Sir Isaac Newton dice que
"algunos judíos tomaron a Herodes por el Mesías, y fueron
llamados 'herodianos'. Parecen haber basado su opinión en las
70 semanas". Puesto que la asunción al trono por Herodes
ocurrió 34 años antes de Cristo, es evidente que la opinión de
los herodianos requería un período persa comparativamente
corto. Por otra parte, las opiniones de ciertos expositores
modernos se basan en una era persa de una duración
supuestamente larga.
Para que el lector pueda entender claramente la situación, y
su relación con nuestro estudio, deseamos señalar que la
cronología de Ussher (cuyas fechas se dan en el encabezado del
"margen" de nuestras Biblias) da 536 años desde el año primero
de Ciro hasta el año 1 D. C. (cuatro años después del
nacimiento de Cristo). Añádanse a esto 26 años hasta la
manifestación del Señor a Israel cuando fue bautizado, y
tenemos 562 años.
Pero, de acuerdo con la palabra de Dios, sólo habrían de
transcurrir 483 años
desde la orden para restaurar Jerusalén "hasta Cristo". Por lo
tanto, si uno comienza por tomar la cronología de Ussher (o
cualquiera de las otras) como base para su interpretación, se
ve obligado a elegir
un punto de partida aproximadamente ochenta años después del rey Ciro, quien
(según la Escritura) fue el verdadero restaurador, el hombre a
quien Dios levantó especialmente, y del cual dijo: "Edificará
mi ciudad". (Volveremos a esto en breve).
Pero no tenemos que elegir entre las tradiciones judías y las
tradiciones paganas, ni basar nuestras conclusiones en ninguna
de ellas. Porque la palabra de Dios nos muestra claramente
cuál fue el principio del período profético; y con esa
información en nuestro poder, sabemos con certeza que sólo
tanscurrirían 483 años "hasta Cristo". Por consiguiente,
tenemos que rechazar cualesquiera y cada uno de los esquemas
cronológicos, ya sean de fuentes judías o paganas, y
cualesquiera y cada uno de todos los sistemas de
interpretación basados en ellos que chocan con los hechos
revelados en las Escrituras.
Este importante asunto del carácter defectuoso de todas las
cronologías existentes se discute plenamente, y los hechos se
presentan claramente, en la Cronología
Bíblica de Anstey, publicada en 1913, a la cual
debemos referir a aquellos de nuestros lectores que deseen
estudiar el tema a fondo. La obra de Anstey invoca nuestra
confianza y nuestro respeto porque hace a un lado todas las
fuentes paganas y todas las conjeturas, y deriva su
información solamente de
las Escrituras.
Con respecto a las fechas que aparecen en la tabla de los
reyes persas confeccionada por Ptolomeo, dice Anstey:
"Descansan en cálculos o conjeturas hechos por Eratóstenes, y
en ciertas vagas tradiciones flotantes, según las cuales el
término del Imperio Persa fue proyectado como un período de
205 años". Y mediante una gran variedad de pruebas tomadas enteramente de las Escrituras,
que el período que Ptolomeo asigna al Imperio Persa es demasiado largo por más o menos
80 años. Se sigue que todos los que adopten la
cronología de Ptolomeo, o cualquier sistema basado en él (como
lo hacen todos los modernos cronologistas antes de Anstey)
inevitablemente se desviarían por mucho. Con la errónea cronología de
Ptolomeo, es imposible hacer concordar los verdaderos
sucesos bíblicos, dentro de 80 años. Este solo hecho
convierte en completamente inútiles muchos de los modernos
libros sobre Daniel, por lo que concierne a su cronología, y
la cronología es lo principal.
CONCERNIENTE A LOS ECLIPSES
Se ha intentado llamar a la astronomía para que venga en ayuda
de la defectuosa cronología de Ptolomeo mediante el uso de
referencias incidentales, contenidas en registros históricos
fragmentarios, a eclipses del sol o de la luna. Pero tales
referencias no son absolutamente de ningún valor para el
propósito que nos ocupa, en vista de que es imposible
establecer, en cualquier caso dado, cuál de varios eclipses -
dentro de, digamos, cincuenta
o cien años - era el eclipse al que se aludía. Por
ejemplo, una de las más claras de estas referencias históricas
es la del "eclipse de Thales", mencionado por Heródoto.
La ocurrencia de este eclipse es ubicada por un
astrónomo en 625 A. C.; por otro, hasta en 585 A. C. (una
diferencia de 40 años), y por otros, en diferentes fechas en
alguna parte de esa diferencia (Anstey, p. 286).
Vemos, pues, primero,
que el método adoptado en las actuales exposiciones de la
profecía de las setenta semanas es fundamentalmente erróneo; y
segundo, que el
sistema cronológico en que están basadas está compuesto
mayormente de conjeturas, y está ciertamente muy apartado del
objetivo con respecto a la duración del Imperio Persa.
Existe una cronología secular exacta y completa desde la
conquista de Persia por Alejandro el Grande hasta la
actualidad. Es sólo con respecto al período desde Ciro hasta
Alejandro que hay incertidumbre.
EL DECRETO DE CIRO EL GRANDE
Ahora procederemos a demostrar que el punto de partida de las
setenta semanas es aquel gran decreto, divinamente inspirado y que hace época, de Ciro el
Grande, que aparece registrado en 2 Crónicas 36:22, 23 y
también en Esdras 1:1-4. La prueba no es sólo clara, simple y
absolutamente concluyente para todos los que creen a la
Palabra del Señor, sino que fue dada bajo circunstancias
diseñadas para inspirar asombro y admiración por los
maravillosos caminos de Dios al hacer que ocurriese lo que Él
se ha propuesto y ha prometido llevar a cabo.
Volviendo a Isaías, los capítulos 44 y 45, hallamos allí la
promesa de Dios de que Jerusalén sería reconstruida y los
cautivos devueltos a
sus hogares, y no sólo eso, sino que hallamos que Dios
mencionó por nombre
al hombre mismo, "Ciro", por medio de quien se cumpliría
aquella promesa. La prueba de que el rey Ciro sería el que
emitiría la orden (o el mandamiento) para la restauración y
reconstrucción de Jerusalén es doblemente convincente e
impresionante, y con todo
propósito, como la Escritura misma declara, porque
fue pronunciada por la boca
del Señor doscientos años antes de que Ciro ascendiera al
trono.
El pasaje comienza con las palabras: "Cantad loores, oh
cielos, porque Jehová lo hizo" (Isa. 44:23). Evidentemente,
aquí Dios está llamando la atención a una obra de gran
importancia, una obra en que Él se deleita especialmente.
Además, habría de ser una obra por medio de la cual las
señales de los adivinos (los que consultaban los augures)
quedarían deshechas, enloquecerían los agoreros, se volverían
atrás los sabios, y su sabiduría se desvanecería (v. 25). A
despecho de todo lo que se opusiera a su voluntad, los altos
muros y las fuertes puertas de Babilonia, y la sabiduría de
los astrólogos, adivinos y caldeos, Dios confirmaría la
palabra dada a su siervo, y ejecutaría el consejo de sus
mensajeros"; porque fue Él quien "dijo a Jerusalén: "Serás habitada, y a las
ciudades de Judá: Reconstruidas serán, y sus ruinas
reedificaré; que dice a las profundidades: Secaos, y tus ríos haré secar; que
dice de CIRO: Es mi pastor, y cumplirá todo lo que yo quiero,
AL DECIR A JERUSALÉN: SERÁS EDIFICADA, Y AL TEMPLO: SERÁS
FUNDADO" (vv. 26-28).
Hacemos una pausa en este punto para recordar al lector que,
cuando llegó el momento para el cumplimiento de esta profecía
de Isaías, el último rey babilonio, Belsasar, estaba
divirtiéndose con un millar de sus cortesanos en imaginaria
seguridad detrás de los fuertes muros de Babilonia, mientras
los ejércitos de Darío y de Ciro sitiaban la ciudad. Entonces
apareció parte de una mano de hombre, que trazó en la pared
aquellas cuatro palabras que declaraban el destino de
Babilonia, aunque los magos, astrólogos, y adivinos quedaron
confundidos por ellas, y su sabiduría se tornó en estupidez.
Además, la historia secular ha preservado para nosotros el
hecho de que los ingenieros del ejército de Ciro excavaron un
nuevo canal para el río Éufrates, que fluía a través de la
ciudad (cumpliendo así las palabras: "y tus ríos haré secar")
y Ciro entró por el lecho seco del río. Así se abrieron las
"puertas de dos hojas" de Babilonia al conquistador designado
por Dios, y que habría de ser "pastor" y liberador de su
pueblo. El siguiente versículo de la profecía habla de esto:
"Así dice Jehová a su ungido, a Ciro, al cual tomé yo
por su mano derecha, para sujetar naciones delante de él y
desatar lomos de reyes - véase Daniel 5:6, donde se dice de
Belsasar, cuando vio la escritura en la pared: "se debilitaron sus lomos"
- para abrir delante de él puertas, y las puertas no se
cerrarán" (Isa. 45:1).
He aquí el testimonio del propio Dios de que el rey Ciro, y no
uno de sus sucesores, habría de dictar la orden por la cual
Jerusalén habría de ser reconstruida
y sus habitantes repatriados.
Nada puede ser más claro que las palabras: "Él (Ciro) cumplirá
todo lo que yo quiero, al
decir a Jerusalén: Serás edificada, y al templo: Serás
fundado". Esta prueba no puede ser desbaratada. La
verdad es que nadie que crea que las Escrituras son inspiradas
ni siquiera la cuestionará. Teniendo esto como guía, debemos
declinar seguir a los que, con una defectuosa cronología
pagana como única guía, buscan a tientas algún suceso mucho tiempo después de que Ciro
había descendido a la tumba, que pueda considerarse
como "la orden para restaurar y edificar Jerusalén".
No es necesaria ninguna otra evidencia. Pero, en este asunto
extremadamente importante, le ha complacido a Dios
proporcionar una prueba tras otra. Así, en Isaías 45:13,
tenemos estas palabra adicionales concernientes a Ciro:
"Yo lo desperté en justicia, y enderezaré todos sus
caminos; ÉL EDIFICARÁ MI CIUDAD, Y SOLTARÁ MIS CAUTIVOS".
Nadie que crea en la palabra de Dios, podrá, teniendo la
Escritura delante de él, disputar ni por un momento que fue por medio de Ciro que
Jerusalén fue reconstruida y sus cautivos repatriados. Aquí
hay dos cosas que Dios predijo claramente que serían hechas
por Ciro (y esto ocurrió 200 años antes de que ascendiera al
trono): Primera,
habría de reconstruir
la ciudad; y segunda, habría de devolver a sus hogares a los
judíos cautivos. Estas son las mismas dos cosas que el ángel
le mencionó a Daniel; porque dijo: "desde la orden para restaurar y edificar Jerusalén". Y
las Escrituras dejan claro que Ciro se apresuró a cumplir esta palabra de Dios;
y además, que Ciro sabía exactamente
lo que estaba haciendo, y por qué.
Aquí hay verdad que, con un poco de atención, podemos captar y
que, cuando sea comprendida, despejará todas las
incertidumbres y nos llenará de admiración por las maravillas
y las perfecciones de la palabra de Dios.
Observe, pues, que, cuando el ángel dijo "la orden para
restaurar y edificar", Daniel habría sabido por la profecía de Isaías
(con la cual estaba familiarizado, como veremos) que sería
Ciro quien dictaría ese decreto. Ahora bien, en ese momento,
Ciro era co-gobernante con, y subordinado de, "Darío el medo"
(Dan. 9:1). Pero, en menos de dos años, Ciro se convirtió en
el único gobernante; y fue en ese mismo primer año de su reinado cuando
dictó el decreto de fundaciones que dio nueva vida a la nación
judía.
Que Daniel conocía la profecía de Jeremías que menciona la duración del cautiverio
se dice expresamente en Daniel 9:2. Pero que también conocía la profecía de
Isaías, que predecía que el cautiverio terminaría por el decreto de Ciro,
parece ser por referencia al decreto de ese monarca, que
aparece citado en parte por Esdras. Éstas son las palabras:
"Así ha dicho Ciro rey de Persia: Jehová el Dios de los cielos
me ha dado todos los reinos de la tierra, y me ha mandado que le edifique
casa en Jerusalén, que está en Judá" (Esdras 1:2).
Es claro que esta "orden" vino a Ciro, no por medio del libro
de Jeremías, sino por medio del libro de Isaías; porque es en
Isaías donde Dios, hablando
a Ciro, que todavía no había nacido, le encargó
edificar la ciudad y el templo y liberar a los judíos
cautivos. Se verá, pues, que Dios ha asignado a Ciro un lugar
notable en su Palabra y en la ejecución de sus planes.
Daniel no se había enterado del fin del cautiverio por
revelación directa de Dios, sino "por medio de libros" -
evidentemente no sólo por el libro de Jeremías, sino también
por el de Isaías. Nosotros
también tenemos los mismos "libros" que Daniel tenía;
y estos varios "libros" proporcionan toda la luz que se
necesita para dejar la cuestión perfectamente clara.
CONCERNIENTE A CIRO
Esta maravillosa profecía de Isaías concerniente a Ciro, y su
relación con los propósitos de Dios en general, no ha recibido
en absoluto la atención que su importancia merece; y aunque no
está dentro del propósito de este libro tratarla
exhaustivamente, es apropiado que dirijamos la atención
directamente a algunas de sus características notables.
Observamos, pues, que la repatriación de los judíos cautivos y
la reconstrucción del templo eran evidentemente una cuestión
de gran importancia a los ojos de Dios. Las frecuentes
referencias a ella en los mensajes de los profetas son prueba
suficiente de esto. Pero he aquí el extraordinario caso de una
clara profecía, en palabras sencillas, de lo que Dios se
proponía hacer, junto con
el nombre del hombre por medio del cual se proponía llevarlo
a cabo. El único caso semejante en que se describe
una acción y el nombre del hombre que habría de llevarla a
cabo, y la descripción se da antes de que naciese, es el del
rey Josías (1 Reyes 13:2, cumplido en 2 Reyes 23:15-17).
Cuando el tiempo para el fin del cautiverio (anunciado por
otro profeta, Jeremías) estaba a punto de terminar, Dios puso
en manos del hombre al que había llamado por nombre doscientos años antes,
"todos los reinos de la tierra", para que tuviese el poder
necesario para cumplir la palabra de Dios y "hacer todo lo que
Dios quería"; y además de todo eso, Dios mismo "despertó el espíritu de Ciro
para que hiciera pregonar de palabra y también por escrito por
todo su reino" (Esdras 1:1). Y seguidamente, en virtud de ese
decreto, más de cuarenta y
dos mil judíos, encabezados por Zorobabel, Josué y
Nehemías, regresaron de inmediato a Jerusalén (Esdras 2:1-6);
y con ellos, más de siete mil siervos y siervas (v. 65). Era
un nuevo comienzo para Israel; y Ciro fue el "pastor" de Dios,
escogido desde mucho antes, para llevar las ovejas de Dios de
vuelta a su propio redil.
El pasaje entero concerniente a Ciro (Isa. 44:23-45:1-14) debe
ser leído cuidadosamente. Citamos una parte:
"Yo iré delante de ti, y enderezaré los lugares
torcidos; quebrantaré puertas de bronce, y cerrojos de
hierro haré pedazos". (Esto se refiere a las defensas de
Babilonia). "Y te daré los tesoros escondidos, y los
secretos muy guardados" (los tesoros de Babilonia), "para
que sepas que yo soy Jehová, el Dios de Israel, que te pongo nombre.
Por amor de mi siervo Jacob, y de Israel mi escogido, te llamé por tu nombre;
te puse sobrenombre,
aunque no me conociste. Yo soy Jehová, y ninguno más hay; no
hay Dios fuera de mí. Yo
te ceñiré, aunque tú no me conociste, para que se
sepa desde el nacimiento del sol, y hasta donde se pone, que
no hay más que yo; yo Jehová, y ninguno más que yo".
En este notable pasaje, Dios llama la atención una y otra vez
al hecho de que Él había llamado a Ciro por nombre mucho antes
de que naciese; sin embargo, este hecho recibe escasa
atención, y su significado ha sido perdido de vista por los
encargados de exponer la profecía de las setenta semanas. Esto
tiene que ocurrir con todos los que rechazan el decreto de
Ciro como punto de partida de las setenta semanas.
Además, Dios habla, no acerca
de Ciro, sino directamente a
él. Por esto, podemos entender cómo es que Ciro dice: "El Dios
del cielo me ha dado todos los reinos de la tierra y me ha mandado", etc.
Finalmente, Dios declara que Él había "ceñido" a Ciro para
esta obra para que, desde oriente hasta occidente, es decir,
en todo el mundo, se
supiese que Él es Jehová, y no hay nadie más.
Manifiestamente, este propósito de Dios, en sus maravillosos
tratos con el rey Ciro, queda virtualmente frustrado cuando,
en la interpretación de la profecía de las setenta semanas, el
decreto de Ciro es hecho a un lado, y la palabra de algún otro
rey es seleccionada como aquélla por medio de la cual
Jerusalén fue reconstruida y sus cautivos repatriados.
Que la contemplación de los maravillosos tratos de Dios en el
caso de Ciro nos lleve a adorar a Aquél que es perfecto en
conocimiento, y que obra todas
las cosas según el consejo de su propia voluntad.
Era de esperarse que, por cuanto le complació a Dios dar en su
palabra una exacta medida de tiempo desde un suceso dado hasta
Cristo, Él también dejara claro, más allá de toda duda, cuál
era el suceso desde el cual se habrían de comenzar a contar
los años. Y esta expectativa se cumplió plenamente.
Por los hechos sencillos y simples expresados arriba, es
evidente que cada expositor que hace a un lado este decreto de
Ciro como punto de partida de las 70 semanas, y lo reemplaza
con algún otro suceso, o no es consciente del testimonio de
Isaías 44 y 45 (y de otros testimonios bíblicos a los cuales
nos referiremos en breve) o prefiere las conjeturas de un
astrónomo pagano (que no tenía modo de conocer los hechos que
ocurrieron más de quinientos años antes de su tiempo) por
encima de la evidencia bíblica.
Éste es un caso en que un error en relación con el punto de
partida es fatal para entender la profecía como un todo. Si
nos equivocamos al comienzo, estaremos equivocados durante
todo el camino.
En relación con esto, es interesante ver cómo entendían esto
los eruditos judíos en tiempos antiguos. Así, pues, hallamos
registrado en la historia de Josefo (1) que Ciro escribió en
todos sus dominios que "el Dios
Todopoderoso me ha designado rey de toda la tierra
habitada" y que "Él ciertamente predijo mi nombre por medio de los profetas,
y que yo le edificaría una casa en Jerusalén, que está en el
país de Judá". Josefo continúa diciendo que, cuando Ciro hubo
leído las palabras del profeta Isaías, "hizo llamar a
Babilonia a los judíos más eminentes y les dijo que les
permitía regresar a su propio país, y RECONSTRUIR SU CIUDAD
JERUSALÉN Y EL TEMPLO DE DIOS".
Josefo también da una copia de una carta escrita por Ciro a
los gobernadores que estaban en Siria, cuya carta comienza
como sigue: "El rey Ciro, a Sísines y Satrabúzanes. Saludos.
He dado licencia a todos los judíos que moran en mi país para
que, si les place, regresen a su patria, y RECONSTRUYAN LA
CIUDAD Y EL TEMPLO DE DIOS EN JERUSALÉN en el mismo lugar
donde estaba antes". (Ant. Bk. XI, Ch. 1, sec. 1 & 3).
La prueba de que la reconstrucción de la ciudad fue hecha por
orden de Ciro es tan concluyente que Prideaux (uno de los
principales comentaristas sobre Daniel) admite francamente que
"Jerusalén fue reconstruida en virtud del decreto emitido por
Ciro en el año primero de su reinado". Pero este erudito
rechaza el decreto de Ciro como punto de partida de las
setenta semanas, simplemente porque comparte la idea errónea
(para la cual no hay ninguna
prueba de ninguna clase)
de que 490 años no alcanzan desde ese decreto hasta los días
de Cristo. Pero si, como lo admite Prideaux, éste es el hecho,
entonces considerar cualquier otro suceso como punto de
partida es falsificar la profecía. Hay que escoger entre las
claras afirmaciones de la palabra de Dios y las conjeturas de
historiadores y astrónomos paganos. Escribimos para beneficio
de los que aceptan la palabra de Dios como concluyente.
Es verdad que Esdras, en la primera y breve declaración que
hace del decreto de Ciro, no menciona específicamente la
construcción de la ciudad.
Pero esa omisión no justifica en absoluto que el decreto de
Ciro no haga provisión para la reconstrucción de la ciudad, ni
mucho menos es razón para hacer a un lado la palabra de Dios
hablada por medio de Isaías. De hecho, el decreto de Ciro,
bajo el cual estaban los judíos, uno y todos, permitía
regresar a Jerusalén, y bajo el cual cuarenta y dos mil
regresaron en seguida, necesariamente
implicaba el permiso para construir casas para vivir
en ellas. La construcción del templo es la cuestión más
importante, y por eso se menciona específicamente en la breve
referencia de Esdras al decreto de Ciro. Pero, según la
profecía de Isaías, la orden para reconstruir la ciudad habría
de ir junto con la de reconstruir el templo. Por eso, cuando
hemos hallado la orden para reconstruir el templo, hemos
hallado la orden para reconstruir la ciudad.
Hay que observar que las palabras de Gabriel requieren la salida de la orden para
restaurar y edificar Jerusalén. Esas palabras concuerdan con
el decreto de Ciro, que fue promulgado
en todos sus dominios, y expresamente son llamadas
por Esdras un "mandato" (Esdras 6:14).
Además, que la construcción de Jerusalén procedió realmente bajo el decreto
de Ciro se ve por el hecho de que, cuando sólo los fudamentos del templo habían sido
echados, los adversarios se quejaban de que los
judíos estaban "reconstruyendo la ciudad rebelde y mala, y
levantan los muros y reparan los fundamentos" (Esdras 4:12).
Esa afirmación de los adversarios no era un invento; porque
está plenamente corroborada por Hageo, quien (profetizando
durante ese mismo período del cese de la obra en el templo)
dijo que el pueblo habitaba en sus propias casas artesonadas,
y que cada uno corría a su propia casa (Hag. 1:4, 7).
Además, al leer el libro de Esdras, se observará que él habla
todo el tiempo de Jerusalén como una ciudad existente, y en
9:9 da gracias a Dios de que Él les había dado "un muro en
Judá y en Jerusalén".
Algunos expositores han elegido como punto de comienzo de las
70 semanas el decreto mencionado en Esdras 7:11-28. Pero ese
no puede ser porque, en primer lugar, suponerlo contradiría la
palabra de Dios dicha a Isaías, que dio testimonio de que la
"orden" para repatriar a los cautivos, reconstruir la ciudad,
y echar los fundamentos del templo sería dada por Ciro;
mientras que el decreto mencionado en Esdras 7 fue dado por
"Artajerjes" (Darío Histaspes), que fue uno de los sucesores
de Ciro.
Al leer cuidadosamente Esdras capítulos 6 y 7, se verá que lo
que aquí está registrado concuerda con las Escrituras citadas
hasta ahora y las
apoya plenamente, mostrando
que
la obra entonces en progreso en Jerusalén, y la que los
enemigos de los judíos trataban de estorbar, se basaba enteramente en el
decreto de Ciro. Porque, cuando esos adversarios se
quejaron por carta al rey Darío concerniente a la obra de la
reconstrucción del templo (que los judíos habían reanudado
bajo el estímulo de las profecías de Hageo y Zacarías), Darío
hizo que se buscara entre los archivos en la casa de los
rollos (Esdras 6:1), y encontró el decreto de Ciro ordenando
la reconstrucción del templo; y con la autoridad de ese decreto de Ciro, su
sucesor Darío dictó el decreto mencionado en Esdras 6:6-12.
Debe observarse que, en ese momento, no era una cuestión de la reconstrucción de la
ciudad. Eso ya se había hecho, por lo menos hasta un
grado suficiente para acomodar a los que habían regresado.
Aproximadamente cincuenta mil personas habían regresado en el
primer grupo, con esposas e hijos, y otros de manera
subsiguiente; y, por supuesto, su primera ocupación fue
procurarse viviendas. Ya hemos llamado la atención a la
declaración de Esdras 4:12, de que los judíos habían "llegado
a Jerusalén, reconstruido
la ciudad rebelde y mala, y erigido (marg. terminado) los muros de
ella, y echado los fundamentos".
La terminación del templo
se menciona en Esdras 6:14, 15, y se dice que se hizo "según
el decreto de Ciro y Darío" - siendo el de Darío meramente una
reafirmación del decreto de Ciro, que había dado la
autorización para la
totalidad de la obra de restauración.
El decreto mencionado en Esdras 7:11-28 todavía tardaría en
venir algunos años más tarde. No tenía absolutamente nada que ver con la reconstrucción ni de la
ciudad ni del templo. No podría haber sido la "orden" para la
construcción de ninguno de ellos, porque ese mandamiento ya
había sido dado. Era simplemente una "carta" que el rey le dio
a Esdras, porque leemos que "el rey le concedió todo lo que
pedía" (Esdras 7:6). Esa "carta" disponía, primero, que todo el
pueblo de Israel, los sacerdotes y levitas, los que tuvieran
voluntad de hacerlo, podían ir a Jerusalén; segundo, que podían
llevar plata y oro para comprar animales para el sacrificio, y
todo lo demás que se necesitase para la casa de Dios; y tercero, que no debía
imponerse ningún impuesto ni tributo a los sacerdotes,
levitas, cantores, porteros, nethinim o ministros de la casa
de Dios. Así,pues, lejos de haber en esta "carta" alguna
"orden" para la construcción de la ciudad o el templo, su
contenido muestra que tanto la ciudad como el templo ya existían.
LA OBRA DE NEHEMÍAS EN EL MURO DEL
TEMPLO
Ahora llegamos al más reciente de todos los supuestos
"decretos" que han sido elegidos por cualquier expositor como
aquél al cual se refirió el ángel Gabriel como "la orden para
restaurar y edificar Jerusalén". Esta es la "carta" que el rey
entregó a Nehemías, a solicitud suya, como se dice en Nehemías
2:4-8.
Esta carta o permiso escrito entregado a Nehemías por el
entonces monarca, o "Artajerjes", siendo el más reciente de
todos, es, entre todos, el
más alejado de la verdad. Sin embargo, es el favorito
de ciertos eruditos expositores de nuestros días, y por la
misma razón de que es el más reciente, y por consiguiente,
concuerda mejor con las erróneas cronologías que se han
derivado del canon de Ptolomeo. Pero, aun así, si este
"Artajerjes" fuese, como lo muestra Anstey mediante pruebas
satisfactorias, el mismo rey "Darío" mencionado por Esdras,
entonces el año vigésimo (Neh. 2:7) de su reinado sería demasiado temprano, por lo menos
en cincuenta años, para que concordase con cualquiera
de las cronologías antes mencionadas. Por consiguiente, se ha
supuesto, además, que el rey de los días de Nehemías era Artajerjes Longímano.
Pero el año vigésimo de ese monarca sería aproximadamente 100 años después del retorno de
Babilonia en los días de Ciro; de aquí que estaría
demasiado a los días de Cristo como para que encajase con
cualquiera de las cronologías existentes. Por consiguiente,
para forzar un acuerdo en este caso, es necesario hacer de los
"setenta sietes" un período más corto que de 490 años. El
ingenio de nuestros expositores ha estado bastante a la altura
de esto, pues, para hacer frente a esta dificultad, han
supuesto que los "sietes" no eran sietes de años, sino períodos
anodinos de 360 días cada uno, que no son "años" en absoluto.
De este modo, la aceptación de una falsa cronología (en vez de
basarse en conclusiones bíblicas solamente) conduce hasta a
hombres eruditos y capaces a adoptar una falsa suposición tras
otra, y de esa manera desviarse más y más de la verdad.
Pero no necesitamos salirnos del libro de Nehemías para hallar
pruebas concluyentes de que la "carta" que el rey entregó a
aquel hombre devoto no era "la
orden" en virtud de la cual Jerusalén sería reconstruida. La
verdad es que sólo tenemos que leer los capítulos 1, 2, y 3 de
Nehemías con cuidado ordinario para darnos cuenta de que la
ciudad ya había sido
reconstruida, con muros y puertas, en el tiempo al
que se refieren esos capítulos; que las noticias llevadas a
Nehemías, como están registradas en el capítulo 1, eran
noticias de los daños que
acababan de hacer los enemigos de los judíos a los
muros y a las puertas de la ciudad reconstruida; que la carta
que el rey entregó a Nehemías era simplemente un permiso para
reparar esos daños;
y que la obra hecha por Nehemías, como aparece registrado en
el capítulo 3, fue la "reparación" del muro, y la "reparación"
de las puertas, y la instalación de las puertas, las
cerraduras, y las barras de ellas. Para pruebas de estas
afirmaciones, sólo es necesario leer los capítulos a los que
nos hemos referido.
Las noticias de Jerusalén.
En el capítulo 1, Nehemías relata que, mientras atendía a sus
acostumbrados deberes en el palacio del rey, ciertos hermanos
vinieron de Jerusalén con noticias al efecto de que los de la
provincia de Judá, que habían quedado del cautiverio, estaban
en gran aflicción y afrenta. Informaron, además, diciendo: "y
el muro de Jerusalén derribado, y sus puertas quemadas a
fuego" (Neh. 1:1-3).
El efecto de este informe en Nehemías muestra claramente que
de lo que estaban hablando era de una calamidad nueva e
inesperada. Porque cuenta que, cuando escuchó estas palabras,
se sentó, y lloró, e hizo duelo por algunos días, y ayunó y
oró delante del Dios de los cielos. El registro deja claro que
la causa de su aflicción era, no la condición de los judíos en
la provincia, sino las noticias del daño que se había causado
a los muros y las puertas de la santa ciudad. Esa no puede
haber sido la destrucción causada por Nabucodonosor, porque
eso había tenido lugar más de cien años antes. Nehemías había
sabido eso toda su vida. Cuando les preguntó "por Jerusalén",
sus hermanos no podrían haberle hablado del
daño causado un siglo antes, como si fuese novedad. Eso no habría sido noticia para
él, ni podría el oír hablar de ello haberle sumido en profunda
aflicción. Dice que
no había estado antes triste en la presencia del rey (2:7);
pero ahora su tristeza era tan grande que no pudo ocultar de
su semblante la evidencia de ella ni siquiera en presencia del
rey. Debe haber habido una causa para esto; y nada sino la
noticia inesperada de una nueva
calamidad en la ciudad amada podría haber explicado esta aguda
aflicción. Con los muros dañados y las puertas quemadas a
fuego, la ciudad estaba expuesta a sus enemigos, y el mismo
templo nuevo estaba en peligro de ser destruido nuevamente.
En este informe, tenemos un indicación de los "tiempos
angustiosos" predichos por el ángel Gabriel (Dan. 9:25).
En el capítulo 2, tenemos el relato de la solicitud de
Nehemías al rey, y de la "carta" que éste le dio a Nehemías.
No hay ningún decreto, ninguna "orden", nada en absoluto
acerca de reconstruir la ciudad. ¿Y cómo podría haberlo en
vista de la palabra del Señor concerniente a Ciro, diciendo: "Él edificará mi ciudad"?
Es verdad que Nehemías solicitó que el rey le enviara a la
ciudad de los sepulcros de sus padres, para que pudiera
"edificarla". Pero la palabra traducida aquí como "construir"
tiene un significado muy amplio, y sería apropiada para
describir la reparación
del daño causado a los muros y las puertas, que de hecho es lo
que significa en este caso. Nehemías sólo procuraba permiso
para restaurar las partes que acababan de ser destruidas. Esto
se mostrará abajo.
Lo que Nehemías quería decir con su solicitud aparece en los
versículos 7 y 8, es decir, cartas a los gobernadores del otro
lado del río para que le diesen paso libre (en otras palabras,
un pasaporte) y
también una carta al guarda del bosque del rey para que le
proporcionase "madera para hacer vigas para las puertas del palacio,
que pertenecían a la casa, y para el muro de la ciudad, y para la casa en que
yo estaré". El rey concedió estas solicitudes.
Manifiestamente, esas cartas no constituyen una orden para
reconstruir la ciudad.
Finalmente, se ve claramente en el capítulo 3 que la obra que
Nehemías llevó a cabo durante su permanencia en Jerusalén era
la reparación del muro y las puertas de la ciudad. La
palabra "reparó" se usa más de veinte veces en ese capítulo
para describir esa obra. Era una obra pequeña (en comparación con la obra de
reconstruir la ciudad y el templo) porque fue completada, a
pesar de todos los obstáculos) en el corto espacio de 52 días, menos de dos meses
(6:15). En los capítulos tres y cuatro de Nehemías, hallamos
frecuentes referencias incidentales a las casas que ya existían en
Jerusalén y que estaban ocupadas por sus dueños, pero
ni una sola palabra sobre ninguna construcción de casas en ese tiempo. Así,
pues, leemos en 3:20, 21 acerca de "la casa de Eliasib, el
sumo sacerdote". En el versículo 23,leemos que Benjamín y
Hasub repararon "frente a su casa", y Azarías, "cerca de su
casa". En el versículo 25, se menciona "la torre alta que sale
de la casa del rey". En el versículo 28, se dice que los
sacerdotes repararon "cada uno en frente de su casa". En el
versículo 29, leemos que Sadoc reparó "en frente de su casa".
En 4:7, la naturaleza de la obra se muestra con las palabras "los muros de Jerusalén eran reparados, porque ya los portillos comenzaban
a ser cerrados". Los versículos 1, 6,15, 17 y 21 del mismo
capítulo, y también el 6:1, 15 y el 7:1, muestran que la obra
era sólo en el muro. Las palabras del 6:15: "Fue terminado,
pues, el muro el veinticinco del mes de Elul, en cincuenta y
dos días" registran la terminación de la obra entera.
En el capítulo 7:3, leemos que Nehemías nombró "guardas de los
moradores de Jerusalén, cada cual en su turno, y cada uno delante de su casa".
Nuevamente,
esto muestra que los habitantes de la ciudad tenían casas
donde vivir, aunque difícilmente necesitamos ser informados de
un asunto tan obvio. A primera vista, el siguiente versículo
parece ser inconsistente, aunque, por supuesto, no lo es.
Dice: "Porque la ciudad era espaciosa y grande, pero poco
pueblo dentro de ella, y no había casas reedificadas". Es
claro que el significado es que todavía había espacios grandes
dentro de los muros que no habían sido reconstruidos.
Sólo una proporción relativamente pequeña de la población de
la ciudad había regresado ("poco pueblo dentro de ella"), y de
aquí que la ciudad entera todavía no había sido reconstruida.
Lo que deducimos de este versículo, tomado en relación con las
afirmaciones de los capítulos precedentes, tiende a mostrar,
todavía más, que la obra encargada a Nehemías no era la
construcción de la ciudad. El relato de lo que hizo, que es
bastante detallado y minucioso pues menciona tanto los varios
obreros y la obra hecha por ellos, no contiene ninguna
referencia en absoluto a la ciudad. Claramente, parece que,
cuando el muro fue
terminado en cincuenta y dos días, la obra había sido
terminada (6:15). Parece, además, que todo el pueblo tenía
casas en que vivir (7:3). Y finalmente, después de que se
había hecho todo lo que Nehemías vino a hacer, todavía quedaba
una gran parte de la ciudad por reconstruir (7:4).
Para forzar, pues, el registro del libro de Nehemías y hacerlo
concordar con un esquema de interpretación basado en el canon
de Ptolomeo, es necesario hacer las siguientes suposiciones,
todas las cuales o no están sustentadas en pruebas, o por el
contrario: primero,
la cronología de Ptolomeo, cuando es "corregida" de acuerdo
con las ideas de algunos modernos cronologistas, es correcta;
segundo, el
"Artajerjes" del que habla Nehemías, es el Longímano; tercero, en todos los
siglos anteriores, desde el fin de la cautividad, no había
salido ningún decreto para restaurar y edificar Jerusalén; cuarto, las "cartas"
entregadas a Nehemías eran el decreto que salió; quinto, la palabra de
Dios concerniente a Ciro no se cumplió; sexto, las "setenta
semanas" no eran semanas de verdaderos años calendarios, sino
períodos de 360 días cada uno. Obviamente, cualquier
conclusión que descanse en estas suposiciones y que sería
derribada si cualquiera de ellas probase ser errónea, es
completamente inútil.
Hemos discutido todo este asunto a fondo de modo que no
quedase ninguna pregunta sin respuesta; pero debe tenerse en
cuenta que establecer cuándo comenzó la reconstrucción de la
ciudad es de poca
importancia. Porque el
punto de partida de la profecía no era la reconstrucción de la
ciudad, sino la orden
para reconstruirla y edificarla. Más allá de toda sombra de
duda, esa orden fue
dictada por Ciro. La palabra de Dios por medio de Isaías zanja
esta cuestión más allá de toda controversia.
Para nuestro propósito, no es necesario investigar cuál de los
reyes persas era este "Artajerjes". Pero, como señaló Anstey,
es interesante notar que, si este Nehemías es el mismo que el
que subió con Zorobabel, y cuyo nombre aparece de tercero en
la lista (Esdras 2:2), entonces el rey no podría ser
Artajerjes Longímano, como suponen ciertos expositores;
porque, en ese caso, Nehemías tendría por lo menos 120 años de
edad en el momento en que reparó el muro, y 132 años en el
tiempo correspondiente al capítulo 13:6.
NOTAS
1. Este Josefo fue un sacerdote que nació como cuatro años
después de la muerte de Cristo. Fue un hombre temeroso de
Dios, muy talentoso, y es considerado como un historiador
notablemente capaz y digno de confianza. Fue testigo
presencial y participante activo en las guerras de los judíos,
que culminaron en la destrucción de Jerusalén por Tito.
Creemos que los anales de Josefo han sido preservados
providencialmente, por los cuales tenemos registros auténticos
del cumplimiento de la profecía por un testigo presencial que,
cuando escribió, no era cristiano. Tendremos ocasión de citar
mayormente de este escritor más adelante.