CAPÍTULO
16
COMENTARIOS
FINALES
EDERSHEIM
SOBRE MATEO 24
Encontramos que los comentaristas dignos de confianza
de tiempos anteriores han señalado (tratándolo como un
asunto demasiado evidente para necesitar argumento) que,
cuando Cristo advirtió a sus discípulos acerca de la
tribulación que habría de venir, se refería a las
aflicciones que acompañarían a la entonces próxima
destrucción de Jerusalén. Alfred Edersheim, que fue uno de
los muy capaces comentaristas, ha expuesto así la profecía
del Señor en el Monte de los Olivos. Asignamos un peso y
una autoridad especiales a sus exposiciones, por la razón
de que probablemente no hay nadie en tiempos modernos que
posea un conocimiento tan extenso y exacto como él de las
costumbres, conducta, hábitos de pensamiento, escritos, y
tradiciones de los judíos y de sus líderes en los
días de Cristo. Su obra Vida
y Tiempos de Jesús el Mesías presenta un cuadro
maravillosamente completo, detallado y exacto de Judea y
de sus habitantes -- judíos, prosélitos, sacerdotes,
rabinos, escribas, fariseos, saduceos, herodianos, griegos
y romanos -- al principio de nuestra era. Si fuésemos a
leer sólo media docena de libros, además de la Biblia, la
gran obra de Edersheim debería ser uno de ellos.
Edersheim ve cuatro divisiones en la profecía de Jesús en
el Monte de los Olivos, como está registrada en Mateo 24;
y será instructivo seguir el análisis de Edersheim
de ese capítulo.
1. La primera división comprende los versículos 6-8 de
Mateo 24, que contienen advertencias para los discípulos
de que no debían considerar las aflicciones que les estaba
prediciendo (como guerras, hambrunas, pestilencias y
terremotos) como los juicios que introducirían el
advenimiento de su Señor; en otras palabras, no debían
considerar las guerras, las hambrunas, y los terremotos
como señales de su segunda venida. Aquellas advertencias
han sido necesarias durante toda la época. Porque las
angustias predichas por Cristo, especialmente cuando
ocurrieron en relación con la aparición de algún supuesto
anticristo -- desde Nerón hasta Napoleón y más
recientemente, el Kaiser alemán -- con frecuencia, dice
Edersheim, llevaron a los cristianos a esperar erróneamente el inmediato advenimiento de Cristo.
Es realmente sorprendente que el pueblo del Señor
considerara tan persistentemente como señales de su venida
las mismas cosas que Él les había advertido que no
consideraran como tales.
2. La segunda división de la profecía abarca los
versículos 9-14 de Mateo 24. Contiene advertencias de un
alcance más amplio que el de la primera sección. Aquí se
especifican dos peligros generales: (a) Internos, desde
herejías ('falsos profetas') y decaimiento de la fe; (b)
externos, por las persecuciones. Pero, junto con esos dos
peligros, también se señalan dos hechos consoladores. El
primero es que, a pesar de las feroces persecuciones que
habrían de sufrir de los que estaban en altos puestos de
autoridad, se les daría ayuda divina, y la presencia y el
poder del Espíritu Santo les capacitaría para testificar
delante de reyes, gobernantes y tribunales (#Mar. 13:9).
El segundo hecho consolador, como lo señala Edersheim, es
que, a pesar de las persecuciones de judíos y gentiles,
antes de que venga el fin 'este evangelio del reino' será
predicado en toda la tierra habitada para testimonio a
todas las naciones. Esta, pues, es realmente la única
señal del 'fin' de la era actual.
3. La tercera división de la profecía está contenida en
los versículos 15-28 de Mateo 24. Concerniente a esta
división, dice Edersheim:
"En la
tercera parte de este discurso, el Señor procede a
anunciarles a los discípulos el gran hecho histórico
inmediatamente delante de ellos, y de los peligros que
surgirían de él. En realidad, tenemos aquí su respuesta
a la pregunta de ellos: '¿Cuándo serán estas cosas?'. Y
a esto, Él une la entonces presente aplicación de su
advertencia con respecto a los falsos Cristos (que se da
en los versículos 4, 5). El hecho que él ahora les
anuncia es la destrucción de Jerusalén. Se observará que
la pregunta: ¿Cuándo serán estas cosas?' queda
respondida directamente con las palabras: 'Cuando veáis'
-- (Mat. 24:15; Luc. 21:20).
Dice además Edersheim:
Esto, junto con la tribulación de Israel, sin
paralelo en el terrible pasado de su historia, y sin igual
ni siquiera en su sangriento futuro, estaba a punto de
caer sobre ellos. No sólo eso; tan terrible sería la
persecución que, si la divina misericordia no hubiese
intervenido a favor de los seguidores de Cristo, la raza
judía entera que habitaba el país habría sido barrida de
la faz de la tierra. No se habría salvado ninguna carne.
Apoyamos, y recomendamos de todo corazón, esta sencilla y
satisfactoria explicación de las palabras del Señor: "Y si
aquellos no fuesen acortados, nadie sería salvo" (#Mat.
24:22). Con los registros de Josefo, ya hemos mostrado
cómo fueron acortados aquellos días terribles.
4. La cuarta división de la profecía está contenida en los
versículos 29-31 de Mateo 24. en cuanto a esta porción,
dice Edersheim:
"Los
tiempos de los gentiles, 'el fin del siglo'.y con ello
la nueva alianza de su entonces pueblo penitente,
Israel, 'la señal del Hijo del hombre en el cielo'
percibida por ellos, * * * la venida de Cristo, la
última trompeta, la resurrección de los muertos, -- tal
es, en un bosquejo muy rápido, la delineación que el
Señor traza de su venida y del fin del mundo (la era)".
Esto completa la parte profética del capítulo, y ahora en
los versículos 32, 33 de Mateo 24, el Señor pronuncia una
parábola para impresionar en las mentes de sus discípulos
la importancia y la aplicación de la señal que les había
dado, por la cual podrían saber que la destrucción de
santa ciudad estaba cercana. Citamos además de Edersheim:
"De la higuera, bajo la cual en aquella tarde de primavera
pueden haber descansado, debían aprender una parábola.
Podemos ver a Jesús tomando una de las ramitas, justo
cuando de una de sus suaves puntas brotaba una hoja nueva.
Ciertamente esto significaba que el verano estaba cerca --
no que realmente ya había llegado. La diferencia es
importante, porque parece probar que 'todas estas cosas',
que habrían de indicarles que aquello estaba 'cerca, a las
puertas', y que habrían de cumplirse antes de que pasara
'esta generación', no podría haberse referido a las
últimas señales relacionadas con el advenimiento de
Cristo, sino que debían aplicarse a la anterior predicción
de la destrucción de Jerusalén y de la comunidad judía.
Ésta también es una explicación muy sencilla y
satisfactoria de las palabras: "No pasará esta generación
sin que todo esto acontezca". Si esas palabras son tomadas
como su respuesta a la pregunta: "¿Cuándo serán estas
cosas?" (v. 3), son fáciles de interpretar; pero, si su
aplicación se pospone al futuro lejano, presentan muchas
dificultades. Por ejemplo, posponer así su aplicación
haría que el Señor contradijera su afirmación positiva y
muy enfática de que ninguna señal precedería ni advertiría
de su segundo advenimiento".
Edersheim señala, además, en relación con esto, que el
brotar de las hojas en la higuera no es la señal de la
cosecha, que es el fin de la era, sino del verano, que
precede a la cosecha. Esto es significativo.
EL
PRINCIPIO DE DOLORES
Al describir las guerras y otras conmociones que habrían
de caracterizar a esta era desde el mismo comienzo, el
Señor usó una expresión que requiere una observación
especial. Dijo que todo eso es principio de dolores (#Mat.
24:8). Esta palabra nos presenta la época actual como una
época de dolores y preocupaciones como los que acompañan
al nacimiento. Pero hay un carácter decididamente
esperanzador en ambos dolores, porque resultan en lo que
causa gozo. Esta época actual es el período de los dolores
de parto de la nueva era, que será la de la manifestación
de los hijos de Dios.
La palabra dolores (como de parto) conecta esta parte de
la profecía de nuestro Señor con la de Pablo en Rom. 8:22,
donde ocurre la misma palabra en su forma verbal. "Porque
sabemos", dice el apóstol, "que toda la creación gime a
una, y a una está con dolores de parto hasta ahora". Pero
los versículos que preceden hablan de qué gozosa
manifestación será, a saber, la manifestación de los hijos
de Dios, también llamada adopción, en cuya ocasión la
creación misma también será librada de la esclavitud de la
corrupción para que entre en la gloriosa libertad de los
hijos de Dios.
La palabra dolores (como de parto) se halla nuevamente en
un contexto similar en 1 Tes. 5:3, donde (hablando de la
llegada del día del Señor), dice Pablo: "Porque, cuando
digan: Paz y seguridad, entonces vendrá sobre ellos
destrucción repentina, como los dolores a la mujer
encinta".
Por éstos y otros pasajes de la Escritura, podemos deducir
que los ayes y los dolores de la clase especificada
por el Señor en Mateo 24:6-8 visitarán la tierra con
fuerza intensificada en el tiempo mismo del fin (aunque la
frecuencia de tales ocurrencias durante la era impediría
que sirviesen como señales). Las guerras y otros ayes de
los que el Señor habló eran el principio de los dolores de
parto; y es pertinente recordar que los dolores de parto,
después de los primeros que son intensos, son
intermitentes, hasta que, en el mismo fin, ocurren los más
severos. Así, pues, no hay duda que será al fin de la era
actual, como está claramente predicho en el libro de
Apocalipsis.
También deseamos señalar en relación con esto que las
palabras dolores de parto de la misma manera conecta la
profecía con Jeremías 30:5-7, que ya hemos comentado. En
ese pasaje, el profeta predice el regreso de los judíos
desde Babilonia (Jer. 30:3) y luego habla del tiempo de la
angustia de Jacob, concerniente a lo cual dice: "Inquirid
ahora, y mirad si el varón da a luz; porque he visto que
todo hombre tenía las manos sobre sus lomos, como mujer
que está de parto, etc.".
Si, entonces, toda esta época como un período de dolores
de parto (como podemos asegurar que ocurrirá por los
pasajes arriba), podemos considerar que el tiempo de la
angustia de Jacob durará desde la destrucción de Jerusalén
hasta ahora. Según este punto de vista, las palabras "pero
será salvo de ella" parecen estar en vísperas de cumplirse
ahora.
UN
CONTRASTE ILUMNINADOR
Deseamos llamar la atención a un fuerte y agudo contraste
en el discurso de nuestro Señor en los Olivos el cual, si
le prestamos la debida atención, nos servirá de mucha
ayuda en la interpretación de su profecía, y en la
interpretación de todas las profecías que se relacionan
con el fin de la época actual.
Si examinamos cuidadosamente el discurso entero (como lo
presenta Marcos, por ejemplo), veremos que nuestro Señor
divide el futuro en dos períodos diferentes. El primero de
estos períodos se extendía desde el tiempo entonces
presente hasta la destrucción de Jerusalén; y el segundo,
desde ese acontecimiento hasta su propia segunda venida.
Comenzando por el versículo 15 con las palabras: "Pero
cuando veáis en el lugar santo la abominación desoladora
de que habló el profeta Daniel" hasta el fin del versículo
23 (Mar. 13.14-23), Cristo está hablando a sus discípulos
sobre la invasión de Judea y el sitio de Jerusalén por los
ejércitos romanos. En cuanto a todas aquellas cosas (de
las cuales la completa demolición del magnífico templo era
la más prominente), su propósito manifiesto era darles
información explícita; porque aquellas cosas habrían de
ocurrir en aquella generación.
Por consiguiente, con respecto a aquel período, Él dice:
"Mas vosotros mirad; os lo he dicho todo antes" (Mar.
13:23).
En ese punto, comienza a hablar del segundo período,
diciendo: "Pero en aquellos días, después de aquella
tribulación" (Mar. 13:24). Concerniente a este segundo
período, sin embargo, en vez de impartir información
definida y dar una señal por la cual su pueblo pudiera ser
advertido del fin que se aproximaba, habla solamente en
términos muy generales y deja clara una sola cosa, a
saber, que no se daría ninguna señal precedente por la
cual su pueblo pudiera saber que su advenimiento estaba
cerca. Este rasgo de su venida otra vez -- lo inesperado
de ella -- está expresado en tantas maneras diferentes, y
es aplicado e ilustrado tan enfáticamente (véase Mar.
13:32-37) que nosotros somos controlados absolutamente por
él en la interpretación, no sólo del discurso del Monte de
los Olivos, sino de cada una de las otras profecías
relacionadas con la segunda venida de Cristo. Aquí hay un
gran contraste: Uno de los sucesos de los cuales el Señor
estaba hablando estaba cerca en ese momento; habría de
ocurrir dentro de aquella generación, y sería precedida
inmediatamente de una señal, que sus discípulos no podían
dejar de reconocer. Pero el otro suceso (su propia venida)
sería en un momento desconocido aun para sí mismo, y
además no habría ninguna señal que avisara a su pueblo de
su aproximación, por cuya razón les hizo énfasis en que
debían velar en todo momento (Luc. 21:36 gr.).
Concerniente al primer suceso, dijo: "Pero de aquel día y
de la hora nadie sabe, ni aun los ángeles que están en el
cielo, sino el Padre" (Mar. 13:32).
Sabemos que a menudo se intenta escapar a la fuerza de
este versículo diciendo que es sólo el día y la hora
exactos de la venida del Señor que se han dejado en la
incertidumbre, y que sus palabras no nos prohiben calcular
(como muchos intentan hacerlo) el año de su regreso. Pero
creemos que esto no es tratar con justicia las palabras
del Señor, ni darles su propia fuerza, porque Él quería
declarar enfáticamente que el momento de su venida era una
cuestión de incertidumbre. Además, el mero versículo
siguiente dice: "Velad y orad; porque no sabéis cuándo sea
el tiempo". Así que no es sólo una cuestión del día y la
hora, sino del tiempo en general. Y finalmente, la
enseñanza de los versículos 33-37, con la parábola con la
que el Señor la ilustró, deja claro que la incertidumbre
en cuanto a su regreso habría de extenderse durante el
período entero de su ausencia.
Así como pronunció una parábola para ilustrar y establecer
el significado de su enseñanza concerniente al período
antes de la destrucción de Jerusalén (la parábola de la
higuera), de la misma manera pronunció una parábola para
ilustrar y establecer el significado de su enseñanza
concerniente al período en que ahora estamos, que Él
designa simplemente como "aquellos días, después de
aquella tribulación", pero que, en el relato de Lucas, es
llamado "los tiempos de los gentiles".
El punto principal de la primera parábola es que, así como
el brotar de nuevas hojas de la higuera era una señal
segura de la cercanía del verano, así también la presencia
de los ejércitos romanos en Judea sería una señal segura
de la cercanía de la destrucción de Jerusalén.
La segunda parábola habla con igual claridad. Es con estas
palabras: "(Porque el Hijo del hombre) es como el hombre
que, yéndose lejos, dejó su casa, y dio autoridad a sus
siervos, y a cada uno su obra, y al portero mandó que
velase". El Señor mismo ha aplicado esta parábola,
diciendo: "Velad, pues, PORQUE NO SABÉIS CUÁNDO VENDRÁ EL
SEÑOR DE LA CASA; si al anochecer, o a la medianoche; o al
canto del gallo, o a la mañana; para que cuando venga de
repente, no os halle durmiendo. Y lo que a vosotros digo,
a todos lo digo: Velad".
Así que esta parábola enseña exactamente lo opuesto de la
otra. De acuerdo con la costumbre de aquel tiempo, la noche se dividía en cuatro vigilias. Así que el Señor habla de su
ausencia como si fuese una noche, en cualquiera de las
cuatro vigilias en que podría regresar. Así que la
pregunta del tiempo de su regreso se dejó en la
incertidumbre a propósito desde el principio, puesto que,
después de la destrucción de Jerusalén, la única manera en
que su pueblo podía asegurarse de no ser tomado por
sorpresa era que velase. El Señor vendría de repente, y
por eso, había siempre la posibilidad de que su puebla
fuera hallado durmiendo.
Así, pues, el relato de Marcos presenta la enseñanza del
Señor sobre este tema de manera positiva, mostrando la
posibilidad de que Él viniese en cualquier vigilia de la
noche. En el relato de Mateo (y también en Luc. 17:24-30),
se dice lo opuesto, a saber, que la venida del Señor no
sería precedida por ninguna señal en absoluto. Sería como
en los días antes del diluvio, cuando los incidentes
ordinarios de la vida continuaran hasta el día en que Noé
entró en el arca (#Mat. 24:37, 38); y también como ocurrió
en los días de Lot, cuando la destrucción de Sodoma vino
repentina e inesperadamente, sin ningún aviso, sino que el
mismo día en que Lot salió de Sodoma, llovió del cielo
fuego y azufre, y destruyó a todos. Así será el día que el
Hijo del hombre sea revelado (Luc. 17:28-30). Las palabras
no podrían se más claras.
Por estas palabras del Señor Jesucristo, podemos ver que
es imposible, y siempre ha sido, calcular, por medio de
cualesquiera cifras de la Biblia, el año, o siquiera el
año aproximado, del regreso del Señor. Porque si eso era
desconocido aun para Cristo mismo cuando pronunció
aquellas palabras, entonces ciertamente no había ninguna
información en la Escritura por medio de la cual hacer el
cálculo.
Además, podemos ver cuán contraria a la enseñanza de
Cristo es la idea, aceptada por tantos en la actualidad,
de que Él será revelado al final de una supuesta gran
tribulación de duración determinada (siete años, según
algunos, o tres años y medio, según otros). Los que ubican
la revelación del Señor Jesucristo al final de la gran
tribulación de la enseñanza actual, claramente contradicen
la enseñanza del propio Jesucristo al convertir la
supuesta tribulación en una señal segura de que su venida
está cerca.
H. Grattan Guinness, hablando de las señales de la segunda
venida del Señor en su obra Luz
para los Últimos Días, dice:
"Si las señales que algunos imaginan precedieran el
advenimiento, sería completamente imposible que existiese
el estado de la sociedad predicho en estos pasajes. Si
fuesen a ocurrir sucesos monstruosos, nunca antes oídos,
sobrenaturales, portentosos, ¿no serían telegrafiados el
mismo día por todo el austado mundo y producirían tal
sentido de alarma y expectativa que se detendría todo el
comprar, el vender, el plantar, el construir, casarse y
darse en casamiento, y la 'paz y la seguridad' estarían
lejos de los labios y los pensamientos de todos? * * * No,
no hubo nada especial que alarmara a los antediluvianos
antes del día en que Noé entró al arca; nada especial que
alarmara a los hombres de Sodoma antes de que cayera el
fuego del cielo; y como fue en aquellos días, así será en
éstos. Todo ocurriendo justo como de costumbre, ninguna
señal estupenda que atraiga la atención del mundo".
SEÑALES
EN EL SOL, LA LUNA Y LAS ESTRELLAS
Resta por considerar un pasaje que indudablemente es
difícil. Nos referimos al pronunciamiento del Señor acerca
de señales en el sol, la luna y las estrellas que son como
sigue, según Marcos:
"Pero en
aquellos días, después de aquella tribulación, el sol se
oscurecerá, y la luna no dará su resplandor, y las
estrellas caerán del cielo, y las potencias que están en
los cielos serán conmovidas. Entonces verán al Hijo del
hombre, que vendrá en las nubes con gran poder y
gloria".
Este pasaje podría interpretarse en el sentido de que las
señales en el sol, la luna y las estrellas físicas eran
los precursores inmediatos de la revelación del Hijo del
hombre; pero la enseñanza de Cristo que acabamos de
considerar impide esa interpetación; y hasta ese punto nos
ayuda en nuestra búsqueda del verdadero significado.
Examinando de cerca el pasaje, veremos que es muy
indefinido. Todo lo que nos dice es que, en aquellos días
después de aquella tribulación, occurirían conmociones en
el sol, la luna y las estrellas; pero no hay nada que
indique en qué parte de aquellos días (que ahora han
durado más de mil ochocientos años) tendrían lugar
las conmociones descritas. Entonces - lo que puede
significar cualquier período indefinido en el futuro --
Cristo mismo sería visto viniendo en las nubes.
Puesto que lo que hemos aprendido en la última parte del
capítulo nos impide considerar los desórdenes predichos
aquí como señales premonitorias de la venida del Cordero,
surge la pregunta: ¿Con qué propósito entonces las
mencionó? Y esto da lugar a otra pregunta, a saber:
¿Debemos considerar estas palabras literalmente, como lo
hacen los Adventistas y algunos otros grupos? ¿O deben
considerarse como figuradas, y como que se refieren a los
cielos políticos (es decir, la esfera de los gobiernos)
como lo entienden algunos de los capaces expositores,
siendo uno de los más prominentes Sir Isaac Newton? En la
actualidad, no sabemos de nada por medio de lo cual esta
pregunta pueda ser contestada tan definitivamente que
elimine todas las dudas; pero ofreceremos algunas
sugerencias adicionales que quizás puedan contribuir hacia
su solución.
En primer lugar, viendo que estamos impedidos, por la
clara enseñanza del Señor, de tomar estas conmociones como
señales físicas, visibles a los ojos, que preceden y
anuncian su venida, o como poseyendo alguna relación
especial con ese acontecimiento, parecería casi imperativo
que atribuyamos un significado figurado a las palabras.
Porque no es concebible que, al hablar de esta larga
época, que habría de estar tan llena de acontecimientos
importantes, Cristo eligiera para mencionar nada menos que
unos pocos fenómenos aislados de la naturaleza en los
cielos físicos. Esta consideración prácticamente nos
obliga a hallar un significado para las palabras, que las
haría descriptivas de alguna característica de la época, o
por lo menos la última parte de ella.
Cuando nos volvemos al relato de Lucas, hallamos una
fuerte confirmación de este punto de vista. Esta
confirmación aparece en dos particulares, primero en la
manera en que se introduce la referencia al sol, la luna,
y las estrellas; y segundo, en el hecho de que está
enlazado con ciertas características generales de la
época, como las que esperaríamos hallar en un
pronunciamiento breve de esta clase. Porque Lucas las da
de este modo (ponemos las partes salientes en cursiva):
"Porque habrá gran calamidad en la tierra, e ira sobre
este pueblo. Y caerán a filo de espada, y serán llevados
cautivos a todas las naciones; y Jerusalén será hollada
por los gentiles, hasta que los tiempos de los gentiles se
cumplan. Entonces habrá
señales en el sol, la luna y las estrellas, y en la
tierra angustia de las gentes, confundidas a causa del
bramido del mar y de las olas; desfalleciendo los
hombres por el temor y la expectación de las cosas que
sobrevendrán en la tierra; porque las potencias de los
cielos serán conmovidas" (Luc. 21:23-26).
Según este relato, el Señor no interrumpe sus predicciones
abruptamente en la captura y la destrucción de Jerusalén,
sino que sigue a los judíos en su dispersión a todas las
naciones, y también predice que Jerusalén sería hollada
por los gentiles hasta que los tiempos de los gentiles se
cumpliesen. Así, pues, somos transportados hasta un
período que sigue después de la tribulación de aquellos
días, y se nos informa que ese período es designado
divinamente los tiempos de los gentiles. { } Y ahora sigue
inmediatamente (en el relato de Lucas) el pasaje que
estamos examinando. "Y habrá señales en el sol, la luna y
las estrellas". Pero aquí tenemos también la afirmación
adicional: "Y en la tierra angustia de las gentes,
confundidas a causa del bramido del mar y de las olas;
desfalleciendo los hombres", etc. Por estas palabras, es
claro que el Señor está dando (lo cual, como hemos
señalado, es lo que deberíamos esperar) algunas
características muy amplias y generales de nuestra época,
con la mirada puesta especialmente en la parte final de
ello. Además, al hablar del estado confuso de las
naciones, Él usa una expresión figurada familiar, a saber,
el bramido del mar y de las olas. Esta figura representa
la turbulencia de los pueblos de la tierra (véase #Apoc.
17:15, Isa. 8:7), tal como el sol, la luna y las estrellas
representan señorío, gobiernos, y autoridades. Así, pues,
encontramos una buena razón para llegar a la conclusión de
que el Señor aquí está hablando figurativamente de
acontecimientos desusados en el firmamento político, o
sea, en la esfera de los gobiernos, o lo que Pablo llama
los poderes superiores (#Rom. 13:1).
En Isaías 13:7-10, tenemos un ejemplo del uso de esta
figura. Ocurre en relación con una descripción del día del
Señor. Citamos el versículo 10: "Por lo cual las estrellas
de los cielos y sus luceros no darán su luz; y el sol se
oscurecerá al nacer, y la luna no dará su resplandor".
Considerando estas palabras en relación con Génesis
1:16-18, y con el sueño de José sobre el sol, la luna y
las estrellas (que ni su padre y ni sus hermanos
necesitaron que nadie se los interpretase) (#Gén. 37:9,
10), y también en relación con Eze. 32:7, Joel 2.31, 3:15,
Apoc. 12:1), obtenemos la idea de que el sol representa la
autoridad en la tierra en el sentido más amplio; la luna,
la autoridad menor, y las estrellas, las personas
prominentes en la esfera del gobierno.
Una razón adicional en apoyo de la idea de que el Señor
usó el sol, la luna y las estrellas como símbolos en este
pasaje se encuentra en el hecho de que, en toda la
Escritura, la predicción de cambios políticos de esta
época se dan en forma velada, es decir, en figuras y
símbolos. Así, pues, en Daniel, los sucesivos poderes
están indicados primero como partes de una enorme imagen
metálica, y luego como grandes bestias, una después de la
otra. En Apocalipsis, reaparece la última de estas
bestias, en su etapa de desarrollo de los diez cuernos (es
decir, la última), que es el estado en que estará cuando
sea destruida por la venida de Cristo. Los poderes
individuales están representados por cuernos, y los
notables personajes en los cielos políticos por estrellas.
Que el sol, la luna y las estrellas están usados en forma
figurada en Apocalipsis queda probado por las palabras:
"Apareció en el cielo una gran señal: una mujer vestida
del sol, con la luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza
una corona de doce estrellas" (#Apoc. 12:1). Por esto,
podemos sin peligro inferir que el sol representa la
suprema autoridad gubernamental en la tierra; la luna el
dominio menor, y las estrellas los gobernantes notables o
potentados.
Volviendo ahora a Apoc.6:12, leemos: "Y el sol se puso
negro como tela de cilicio, y la luna se volvió toda como
sangre; y las estrellas del cielo cayeron sobre la
tierra", palabras que son adecuadas para representar,
simbólicamente, la completa destrucción de la autoridad
gubernamental, cuyo carácter sangriento toma su lugar por
un tiempo, y la caída de todos los gobernantes y
magistrados.
Las razones para hablar así, en lenguaje velado, acerca de
cambios políticos en el mundo en esta dispensación, no son
difíciles de discernir; porque esta es una época en que
los miembros del pueblo de Dios son extranjeros y
peregrinos en la tierra, no teniendo ninguna afiliación
con los poderes establecidos, sino que se les ha enseñado
estarles sujetos. De aquí que, por supuesto, nuestro
Señor mismo usaría la misma forma de expresión al predecir
los sucesos políticos de estos tiempos de los gentiles.
Por consiguiente, puede considerarse razonablemente que,
cuando el Señor habló del sol, la luna y las estrellas en
términos notablemente similares a los que se encuentran en
Apocalipsis, quería decir que el oscurecimiento del sol
(es decir, la decadencia de la suprema autoridad en el
mundo), comenzaría inmediatamente después de la
destrucción de Jerusalén; y poniendo juntos los dos
pasajes, llegaríamos a la conclusión de que el
oscurecimiento figurado del sol sería más y más
pronunciado hasta que, en el punto culminante de la
dispensación, se convertiría en total oscuridad, mientras
que, al mismo tiempo, los gobernantes caerían todos
juntos, como la higuera deja caer sus higos cuando es
sacudida por un gran viento.
Para algunos, una tal interpretación de las palabras del
Señor parece casi una necesidad cuando consideramos su
expresa declaración de que las señales físicas no serían
dadas en esta época con respecto al solo y único
acontecimiento que su pueblo debía esperar y por el cual
debía velar.
Un debilitamiento gradual de la autoridad en la tierra a
manos de aquellos a los que se le ha confiado, como lo
hemos indicado arriba, ha sido característico de esta
época; y es un rasgo tan pronunciado de nuestros propios
días que la decadencia de la autoridad, así como el
espíritu de ilegalidad son temas en los cuales los hombres
de la vida pública a menudo se espacian en la actualidad,
y con palabras que traicionan las más graves aprensiones
en cuanto al resultado. En las palabras "la luna no dará
su luz", podemos ver el debilitamiento de la autoridad en
una esfera más estrecha, como los gobiernos nacionales,
todos los cuales están cambiando de monarquías a
democracias. Y en las palabras "las estrellas caerán del
cielo", podemos ver la caída de notables personajes, como
el Kaiser alemán, la familia imperial de Austria (los
Hapsburgos), los Romanoff -- que gobernaron a Rusia
durante siglos -- los reyes de Grecia y Bulgaria, y los
personajes de menor importancia en la esfera política
(véase #Apoc. 9:1).
Estos sucesos no son lo bastante específicos para servir
como señales de la venida del Señor, ni tienen ninguna
relación de tiempo con ese suceso. Pero sí sirven
admirablemente para el adelantamiento del único propósito
práctico que el Señor tenía en mente al hablar en esta
parte de su discurso y que ha dejado bien claro, a saber,
que su pueblo debe mantenerse en un estado de expectativa
de su regreso. Así que, sin darles ninguna señal de su
venida, ni hacer ninguna declaración específica, pudo
decir. "Cuando estas cosas comiencen a suceder, erguíos y
levantad vuestra cabeza, porque vuestra redención está
cerca" (#Luc. 21:28).
Un punto adicional es de notar: En relación con la
referencia al sol, la luna y las estrellas, dice Lucas
"porque las potencias de los cielos serán conmovidas". Y
las mismas palabras ocurren, en la misma relación, tanto
en Mateo como Marcos. Estas palabras explican lo que el
Señor dijo sobre el sol, la luna y las estrellas, y
muestran que no se refería a conmociones físicas. No hay
autoridad (de esta clase) sino de parte de Dios (Rom.
13:1). Pedro usa la misma palabra cuando, hablando de que
Cristo ascendió a los cielos, dijo: "A él están sujetos
ángeles, autoridades y potestades" (#IPed. 3:22). En el
curso de estos estudios, hemos visto que hay una
misteriosa conexión entre los varios poderes que gobiernan
en el mundo y ciertos poderosos seres angélicos. Pero
todos estos poderes se han sujetado a Cristo, cuya
prerrogativa es zarandearlos según le plazca. Y
ciertamente ha habido un gran zarandeo de estas potencias
en nuestros días, {2}, recordádonos lo que está escrito en
otro lugar: "Pero ahora ha prometido, diciendo: 'Aún una
vez, y conmoveré no solamente la tierra, sino también el
cielo'" (Heb. 12:26). Esto concuerda muy de cerca con las
palabras que se hallan en el relato de Mateo: "Y las
potencias de los cielos serán conmovidas" (#Mat. 24:29).
No debe pasarse por alto que, en el relato de Mateo,
tenemos la palabra "inmediatamente", porque dice:
"Inmediatamente después de la tribulación de aquellos
días, el sol se oscurecerá", etc. (#Mat. 24:29); y sin
duda, esta palabra es la que ha llevado a muchos
expositores a suponer que la gran tribulación habría de
ocurrir al mero fin de la edad presente, seguida
inmediatamente por señales en los cielos físicos y por la
venida visible de Cristo. Pero, cualquiera que sea la
fuerza de la palabra que nuestros traductores han
traducido como "inmediatamente", no puede permitirse que
desplace a la tribulación predicha por Cristo como que
vendría (y que vino) en aquella generación, y que sea
trasladada al final de la edad. Tampoco puede permitirse
que la tribulación y las conmociones en los cielos sean
una señal de la segunda venida en contradicción con su
clara enseñanza en cuanto a ese suceso. Más bien, debemos
asumir, en armonía con todo lo que Cristo ha dicho sobre
ese tema, que el cumplimiento de esta parte particular de
la profecía comenzó con la destrucción de Jerusalén, y ha
de verse en todos los tratos de Dios en juicio con las
potencias supeiores (#Rom. 13:1), desde ese momento en
adelante.
La palabra "inmediatamente" usada por Mateo (no se
encuentra en la parte correspondiente de Marcos ni Lucas)
significa meramente que la destrucción de Jerusalén sería
seguida inmediatamente por un período (de duración
inmensurable) que se caracterizaría por conmociones de la
clase descrita. Como hemos visto, tales alteraciones han
sido unas de las principales características de la edad, y
son una marca especial de nuestro propio tiempo.
Por último, al poner fin a estos estudios, deseamos decir
nuevamente que no ponemos en duda en lo más mínimo que
habrá mucha tribulación en la humanidad, y muchas
aflicciones y muchos ayes, en el tiempo final de esta edad
presente, para ser seguidos por el derramamiento de las
copas llenas de la ira de Dios (#Apoc. 15:1). Todo lo que
afirmamos es que, sin importar la naturaleza y la
severidad de las aflicciones que han de venir, aquella
tribulación en particular de la que el Señor hablaba como
la gran tribulación, y como días de retribución (#Mat.
24;21; Luc. 21:22) fue
la ejecución del juicio divino sobre el pueblo de Daniel
y la santa ciudad, para lo cual Dios usó a los ejércitos
romanos a las órdenes de Tito en 70 d. C.
1. Se considera comúnmente
que los tiempos de los gentiles comienzan cuando
Nabucodonosor se llevó cautivos a los judíos. Pero no hay
nada en la Escritura que apoye esta idea, hast donde
sabemos. Si los tiempos de los gentiles fueran el
cautiverio en Babilonia, entonces habrían terminado cuando
ese cautiverio terminó. Pero Dios no se alejó entonces de
los judíos para acercarse a los gentiles, porque les
envió a sus profetas Hageo, Zacarías, yMlaquías. El
ministerio de Juan el Bautista era para Israel; el Señor
mismo fue enviado a las ovejas perdidas de la casa de
Israel, y se les encargó a los apóstoles que predicasen el
evangelio a los judíos primero, lo cual hicieron
fielmente. Pero, desde la destrucción de Jerusalén hasta
la actualidad, la obra de la palabra y el Espíritu de Dios
ha estado entre los gentiles. En vista de todo esto, nos
inclinamos a pensar que, aunque hubo un breve período
cuando la predicación del evangelio a los gentiles
traslapó la predicación de Pedro y otros apóstoles a los
judíos, puede decirse que los tiempos de los gentiles
comenzaron plenamente con la destrucción de Jerusalén. Por
supuesto, es una cuestión de comparativamente poca
importancia cuándo comenzaron los tiempos de los gentiles,
puesto que todos están de acuerdo en que han continuado en
la edad actual, y que se extenderán hasta la segunda
venida de Cristo.
2. Y ahora (en abril de 1944) está en progreso un zarandeo mucho mayor que aquél al que se
hace referencia arriba.
APÉNDICE
En el curso de mi revisión de este libro para imprimir una
nueva edición (justo veinte años después de la primera
edición), he encontrado menos necesidad de la esperada de
hacer correcciones y adiciones. Porque las condiciones
políticas e industriales que entonces existían en el mundo
que entonces existían en el mundo justificaban la creencia
de que el zarandeo final de los cielos, la tierra, el mar,
la tierra seca, y todas las naciones, predicho por el
profeta Hageo (#Hageo 2.6, 7) y citado en esencia en
Hebreo 12:26, 27, estaba en marcha aun entonces. Pero
ahora, cuando estas líneas se están escribiendo, el mundo
entero está en medio de una convulsión tan violenta y tan
amplia que parece completamente imposible que haya una
mayor.
Sea lo que sea (sobre lo cual no hago ninguna predicción),
hay ciertamente un rasgo conspicuo de este derramamiento
de los juicios divinos que entra en el ámbito del
propósito de este libro, y bien vale la pena una discusión
adicional. Teng en mente las aflicciones, las crueldades y
persecuciones, sin precedentes en cuanto a violencia y
alcance, que ahora están siendo visitadas sobre aquel
pueblo disperso, los dolorosamente afligidos
sobrevivientes de la raza judía, para el cual las
persecuciones en sí mismas constituyen una tribulación sin
parangón en toda la historia anterior.
Sin embargo, es imposible que la aflicción actual de los
judíos sea considerada como la gran tribulación del
esquema futurista de interpretación de la profecía.
Porque, de acuerdo con las suposiciones básicas de ese
sistema, la gran tribulación no ocurrirá (y ciertamente no
puede ocurrir) sino hasta que los judíos sobrevivientes
hayan sido reconstituidos como nación, obtenido posesión
de Palestina, y reconstruido el templo de Jerusalén,
re-establecido los sacrificios y las ordenanzas mosaicos,
hecho un pacto con el anticristo por un período
absurdamente breve de una semana, y hasta que el pacto
haya sido violado a la mitad de la semana. Porque el
sistema futurista requiere que todos estos grandes sucesos
tengan lugar en la semana (siete años) que precede
inmediatamente a la segunda venida de Cristo.
Sin embargo, por otra parte, y directamente en contrario,
la aflicción sin paralelo de las naciones, ahora en
progreso, y especialmente las sangrientas persecuciones
contra los ampliamente
dispersos sobrevivientes
de la raza judía, que ahora han alcanzado un grado de
intensidad (en las demoníacas crueldades inventadas por
Adolfo Hitler) no tienen igual hasta ahora en los anales
de la humanidad, concuerdan perfectamente con la
interpretación de la profecía, a la cual interpretación se
ha adherido la mayor de todos los comentaristas
evangélicos desde los días de la Reforma Protestante hasta
fecha reciente; y que es defendida en este libro. Por las
actuales fuentes noticiosas (Octubre de 1943), nos
enteramos de que la población judía estimada de Europa
hace diez años era de 8,300,000; y que esa cifra ha sido
reducida en 5,000,000. De manera que, en toda la Europa
continental ocupada por el Eje, sólo 3,000,000 continúan
vivos. Ciertamente aquí tenemos un desgarrador artículo de
tribulación inconmensurablemente grande. ¿Puede suponerse
que una tribibulación de una severidad aun mayor todavía
está reservada para esa raza angustiosamente afligida y
que la boca del compasivo Salvador lo ha declarado?
Imposible.
En vista de estas cosas, recibí con agrado la oportunidad
que ahora se me ha presentado de llamar la atención a
ciertos rasgos del gran tema que estamos estudiando (la
gran tribulación de la profecía de los Olivos), que dará
apoyo adicional al punto de vista de ese tema presentado
en este libro.
Es manifiesto que, para arribar a un estimado bastante
correcto de la magnitud de aquella gran tribulación (que
debía ser cual nunca fue desde el principio del mundo * *
* * * ni la habrá), se le debe dar el debido peso a las
palabras: "Y serán llevados cautivos a todas las naciones;
y Jerusalén será hollada por los gentiles, hasta que los
tiempos de los gentiles se cumplan". Es igualmente
manifiesto que esta parte del versículo 24 de Lucas 21
trata de los mismos temas (Jerusalén y el pueblo judío)
como la cláusula precedente del versículo. Además, ahora
es evidente que el período de pruebas y sufrimientos, que
los sobrevivientes de la destrucción de Jerusalén habrían
de soportar durante su prolongada dispersión de siglos en
todas las naciones de la tierra, constituye con mucho la
mayor parte de la tribulación predicha, que habría de ser
sin paralelo en la historia del mundo. Esto se ve más
claramente cuando la historia de los judíos de la
dispersión es considerada a la luz de la profecía de
Moisés en sus últimas palabras a aquella nación de la cual
fue fundador y padre que la alimentaba. Esas palabras
están registradas en los capítulos finales de
Deuteronomio. En ese mensaje final, Moisés advirtió
fielmente a su pueblo amado, y con las palabras más
claras, de las consecuencias de apartarse de los
mandamientos del Señor. Un largo capítulo (Deut. 28) es
dedicado a los detalles de este tema vital. Anteriormente,
les había recordado las grandes características, que
distinguía de manera notable los principios de su historia
de los de otras naciones. Esas diferencias son ciertamente
notables (véase #Deut. 4:7-12). Pero no los comentaremos
ahora. Es suficiente para nuestro propósito actual
referirnos al versículo 34, donde se da a entender
implícitamente (en la forma de una pregunta retórica) que
nunca, en ningún caso salvo el de Israel, había Dios
intentado ir y tomar para sí una nación de en medio de
otra nación. Lo que, sin embargo, es comparable a esto, y
es pronosticado por ello, es que Dios está ahora visitando
a todas las naciones del mundo para tomar de ellos un
pueblo para su nombre (#Hech. 15:14).
Así, pues, tomando el capítulo 4 de Deuteronomio con la
profecía de los Olivos de nuestro Señor, tenemos su
palabra para ello de que, como Dios visitó a Egipto (la
mayor de las naciones de aquella época), así también, en
esta era de cumplimiento de todos los tipos y todas las
sombras de la ley, Él visitaría a TODAS las naciones para
tomar de ellas una generación escogida, un real
sacerdocio, una nación santa, un pueblo peculiar (#1 Ped.
2: 9). Así, pues, se nos hace saber que, así como
Israel fue singular como nación en su comienzo, en que fue
tomada en su totalidad -- hombres, mujeres y niños, con
todas sus posesiones y muchos despojos -- del medio de
otra nación, en la cual habían sido cautivos, así también
su fin habría de er singular, en que sus sobrevivientes
serían llevados cautivos a todas las naciones. Además, su
santa ciudad habría de ser entregada en manos de sus
enemigos mientras durasen los tiempos de los gentiles.
Uno de los hechos más notables relacionados con el fin de
la historia de Israel como nación terrenal, y la
prolongada condición de su ciudad y su pueblo
sobreviviente, al contemplarlos en la actualidad --
preservando su identidad racial a pesar del tratamiento
más cruel y despreciativo al cual un pueblo fue sometido
jamás -- fue predicho por el gran fundador de su nación,
en lo que casi fueron sus últimas palabras al pueblo que
él tanto amaba. Citamos:
"Y Jehová
te esparcirá por todos los pueblos, desde un extremo de
la tierra hasta el otro extremo; y allí servirás a
dioses ajenos que no conociste tú ni tus padres, al leño
y a la piedra. Y ni aun entre estas naciones
descansarás, ni la planta de tu pie tendrá reposo; pues
allí te dará Jehová corazón temeroso, y desfallecimiento
de ojos, y tristeza de alma, y tendrás tu vida como algo
que pende delante de tí, y estarás temeroso de noche y
de día, y no tendrás seguridad de tu vida. Por la mañana
dirás: ¡Quién diera que fuese la tarde! Y a la tarde
dirás: ¡Quién diera que fuese la mañana! Por el miedo de
tu corazón con que estarás amedrentado, y por lo que
verán tus ojos" (Deut. 28:64-67).
Así termina la historia del Israel natural como fue vista
y predicha por su fundador. Es ciertamente un cuadro
oscuro. Pero hay, sin embargo, un lado más brillante, del
cual podemos tener un vistazo satisfactorio en la profecía
de nuestro Señor en el Monte de los Olivos. Porque, cuando
él contempló la ciudad, lloró sobre ella, previendo la
condenación que se le aproximaba (#Luc. 19:41-44),
pronunció una palabra de gracia y promesa, donde hay una
seguridad misericordia y salvación que habría de seguir a
ese pueblo, y estaría accesible a ellos en todos sus
peregrinajes durante todo este prolongado día de
salvación. Porque Dios no ha echado al su pueblo que él
conoció. Y esto se verá en el hecho de que, aunque decretó
que serían llevados cautivos a todas las naciones, también
decretó que este evangelio del reino será predicado a todo
el mundo como testimonio a todas las naciones, antes de
que venga el fin.
Por consiguiente, en cualesquiera nación en que estuviesen
durante los tiempos de los gentiles, están al alcance del
sonido salvador del evangelio de Dios, que es poder de
Dios para salvación a todo aquel que cree, al judío
primeramente (#Rom. 1:16). Además, por medio de la
graciosa providencia de Dios ahora hay en todos los
principales países del mundo agencias especiales para la
evangelización de las gentes de ascendencia judía.
¿Qué, pues, diremos de todas estas cosas? Seamos celosos
para asumir los negocios inconclusos del gran apóstol a
los gentiles, predicando el reino de Dios (#Hech. 28:31)
con esfuerzos especiales para alcanzar a las ovejas
perdidas de la casa de Israel, con el fin de que ellos,
las ramas naturales, puedan ser injertadas en su propio
olivo. Porque Dios puede injertarlos otra vez, y lo hará
si no persisten en incredulidad. Porque ASÍ -- y no de
ninguna otra manera -- TODO ISRAEL SERÁ SALVO.
Arriba