CAPÍTULO 11
"LOS ENTENDIDOS
COMPRENDERÁN"
¿TIENEN ESTAS PROFECÍAS
UNA APLICACIÓN FUTURA?
Hemos reservado los versículos 9 y 10 hasta ahora para que
podamos discutir juntas todas las medidas de tiempo. Así,
pues, hemos llegado finalmente a la respuesta que recibió la
pregunta de Daniel (Dan. 12:8). "¿Cuál será el fin de estas
cosas?" Pero no le tocaba a Daniel conocer esto, porque la
respuesta fue: "Anda, Daniel, pues estas palabras están
cerradas y selladas hasta el tiempo del fin. Muchos serán
limpios, y emblanquecidos y purificados; los impíos
procederán impíamente, y ninguno de los impíos entenderá,
pero los entendidos
comprenderán".
He aquí uno de esos casos de los que habla Pedro, en que el
profeta escudriñó e inquirió diligentemente lo que el
Espíritu de Cristo quería decir, y en que al profeta no le
fue dado conocer las cosas que fueron testificadas con
anterioridad. Porque, mientras que a Daniel se le hizo
entender gran parte de lo que habría de ocurrir durante el
segundo período de la historia judía, había cuestiones
relacionadas con la etapa final de ella que debían ser
selladas hasta que se cumpliera el tiempo del fin, cuando
Cristo mismo las revelaría y eso no a todos, sino solamente
a los "entendidos".
En este examen del pasaje, podemos ver claramente un
maravilloso cumplimiento de él en las cosas que
tuvieronlugar en los días de Cristo, como está registrado en
los evangelios. Porque estas narraciones inspiradas
presentan vívidamente el contraste entre lo que nuestro
Señor llamó repetidamente una generación "malvada", y los
pocos que le siguieron y fueron hechos "entendidos" por
medio de su doctrina. Este contraste aparece claramente en
estas bien conocidas palabras registradas por Mateo: "Te
alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque
escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y
las revelaste a los niños" (Mat. 11:25). Aquí los "niños"
son los que eran verdaderamente "entendidos", y de ellos
está registrado que, después de la resurrección de Jesús, "les abrió el entendimiento,
para que comprendiesen las Escrituras" (Luc. 24:45). Además,
fue a ellos a quienes dio aquellas revelaciones especiales
concernientes a la entonces cercana destrucción de
Jerusalén, lo cual forma la segunda parte de nuestro
presente estudio, y arroja luz sobre las profecías del libro
de Daniel.
Por consiguiente, aquí tenemos un registro conspicuo e
inspirado de una época particular, los días de Cristo,
cuando les fue dado a los espiritualmente "entendidos"
"entender" estas mismas cosas con respecto a las cuales
Daniel preguntó con tanta ansiedad; y esto también era "el
tiempo del fin" de esa misma porción de la historia judía
con la cual se relaciona la profecía. Y no sólo eso, sino
que, en ese mismo tiempo, hubo otra compañía llamada
expresamente "mala" por
Cristo mismo (Mat. 12:45 y etc.), una generación que
continuó "haciendo lo malo", hasta el punto de apoderarse de
su propio Mesías y ejecutarlo con "manos impías". ¿Cómo
podría haber un cumplimiento más notable de las palabras:
"los impíos procederán impíamente, y ninguno de los impíos
entenderá"? Esas palabras seguramente apuntan a algo muy
definido, y muy importante. Es verdad que en una profecía
como ésta el Espíritu de Dios no malgastaría palabras
prediciendo algo lógico, como que los impíos en general
harán obras malas en general. No, lo que se contemplaba era
algún acto particular y
monumental de maldad y además, un acto que sería
perpetrado por una generación de personas que se
caracterizarían especialmente por una falta de comprensión de lo que
estaba ocurriendo en sus días. De hecho, era la
misma acción de impiedad que está predicha en Daniel 9:24
como poner fin al pecado.
El cumplimiento de esta parte de la profecía requiere
justamente una acción como la que describe Pablo cuando dice
de los judíos y sus líderes: "No conociendo a Jesús, ni las palabras de los
profetas que se leen todos los días de reposo, las cumplieron al condenarle"
(Hech. 13:27).
El ingenio de los expositores se ha visto exigido
grandemente en sus esfuerzos por aplicar estas palabras a
los días finales de nuestro propio tiempo. Somos muy
conscientes de la natural propensión de la mente a echar
mano de pasajes como éste y de buscar un cumplimiento en los
últimos días de esta presente dispensación; sin embargo,
parece extraño que el simple cumplimiento, al cual estamos
llamando la atención aquí, sea pasado por alto tan a menudo.
Todo expositor de tiempos recientes, que tiene qu defender
un esquema de interpretación de las profecías de Daniel,
inevitable y amablemente cita las palabras "los entendidos
comprenderán" como si constituyeran una prueba convincente
de lo correcto de su propio esquema. Porque considera las
palabras "el tiempo del fin" en el sentido del fin de
nuestra propia dispensación (como si ella fuera la única
época que tuviese un "fin") y luego, además, da por sentado
que él es uno de los "entendidos" a los cuales se les he
dado especialmente que "comprendan" estas cosas
anteriormente ocultas. Pero estamos persuadidos de que mucho
de lo que actualmente pasa por "comprensión" de estas cosas
no es sino una errónea interpretación, después de todo; y
que algunos de los que se consideran "entendidos" con
respecto a ello son lo contrario en gran medida.
Muchos purificados y
emblanquecidos. También deseamos llamar la atención
directamente a las importantes palabras: "Muchos serán
limpios, y emblanquecidos y purificados", que están en
aposición a las palabras "pero los impíos procederán
impíamente". Es fácil identificar a los que, en los últimos
días de la vida nacional judía, fueron "purificados y
emblanquecidos" por la sangre de Cristo, y también a los que
fueron "purificados" severamente por la fe que profesaban. Y
nuevamente decimos que tales palabras, en una profecía como
ésta, requieren un cumplimiento especial y definido, porque
quedan virtualmente privadas de todo significado si se
interpretan de manera tal que se apliquen a cualquier
período y a todos ellos. El cumplimiento que estas palabras
requieren se encuentra en los primeros capítulos de los
Hechos de los Apóstoles. Allí leemos acerca de "millares"
que fueron salvos, acerca de "muchos" de los sacerdotes que
se hicieron obedientes a la fe, acerca de "multitudes, tanto
de hombres como de mujeres", que se volvieron al Señor.
Éstos fueron purificados y emblanquecidos; y luego fueron
probados "como con fuego"; pero a éstos (porque eran los
"entendidos") les fue dado que "comprendiesen" las cosas que
habrían de sobrevenir a su ciudad y su santuario en "el
fin".
Pero, en contraste con esto, la historia ha preservado la
más impresionante evidencia del hecho de que ninguno de los impíos
(los que rechazaron a Cristo y a su evangelio, y mataron a
los mensajeros que Él les envió) entendió lo que vendría.
Por el contrario, hasta el mismo día de la captura del
templo por los romanos, fueron engañados por falsos
profetas, y buscaban fatuamente una intervención milagrosa
que les ayudase. En cuanto a esto, tenemos el testimonio de
un testigo sumamente competente e imparcial, Josefo, que
dice:
"Un falso profeta fue la
ocasión para la destrucción de aquella gente. Éste (el
profeta) había proclamado públicamente en la ciudad ese mismo día que
Dios les había mandado subirse al templo, y que recibirían
señales milagrosas de su liberación. Ahora bien, había un
gran número de falsos profetas que habían sido sobornados
por los tiranos para que anunciaran al pueblo que debían
esperar una liberación de parte de Dios" (Wars V, 11, 2, y VI.
5, 2).
Pero "los entendidos", los que estaban iluminados por la
palabra de Cristo y por el Espíritu de Dios sí entendieron
la profecía y sí buscaron su seguridad, de lo cual nos
proponemos hablar en detalle cuando lleguemos a la profecía
de nuestro Señor en el Monte de los Olivos.
Así, pues, se verá que, en nuestra búsqueda del cumplimiento
de todos los detalles de la profecía, no sólo nos limitan
los términos de ella a la época de la historia judía
anterior a la captura de Jerusalén por los romanos y la
dispersión del pueblo santo, sino que podemos, con la ayuda
de la Escritura misma y los registros auténticos
contemporáneos, hallar un cumplimiento completo y digno de
cada uno de esos detalles en los estupendos sucesos de
aquella época.
La última palabra de la profecía, y del libro, es una
palabra de consuelo personal para Daniel: "Y tú irás hasta
el fin, y reposarás, y te levantarás para recibir tu heredad
al fin de los días".
Para un israelita, la "heredad" significaría su porción o
herencia. Así que a Daniel se le da la certeza de que
todas estas calamidades no limitarían su "reposo" ni su
herencia. Así, pues, fue sustentado para que escuchara y
registrara esas maravillas, con el consuelo con el cual fue
consolado por Dios.
Esto cierra el "libro del profeta Daniel", pero el tema
concerniente al cual él profetizó, o más bien, concerniente
al cual se le dio una revelación desde el cielo -- la
destrucción y las desolaciones de Jerusalén bajo el juicio
de Dios -- fue recogido por el Señor Jesucristo, y se
convirtió en el tema de su propia última profecía. Por
consiguiente, podemos correctamente considerar la profecía
de Daniel como introducción al discurso de Jesús en el Monte
de los Olivos, y a éste último como cumplimiento de la
profecía de Daniel.
¿TIENEN
ESTAS
PROFECÍAS UNA APLICACIÓN FUTURA?
En las páginas anteriores, hemos tratado de ofrecer la
verdadera interpretación de los cuatro últimos capítulos de
Daniel. Al hacerlo, hemos procurado demostrar que "los
últimos días", en los cuales la última de esas profecías
habría de cumplirse expresamente, fue aquel período final de
la historia judía que se extendió desde el regreso de
Babilonia en los días de Ciro hasta la destrucción de
Jerusalén por Tito; y también demostrar que "el tiempo del
fin" de que habla Daniel 12:4 era la última etapa de aquel
período, incluyendo los días de Cristo, y el tiempo de la
predicación del evangelio que siguió.
Pero el tema no debe dejarse sin alguna referencia a la
cuestión de si estas profecías tienen alguna aplicación en
absoluto a la dispensación actual. Estamos profundamente
convencidos de que no hay nada en absoluto que justifique
separar las últimas partes de estas profecías y llevar las
porciones desprendidas a través de los siglos subsiguientes
y hasta el fin de esta dispensación evangélica. Hasta donde
podemos descubrir, no hay nada en la Escritura que apoye
este caprichoso sistema de interpretación. Pero, ¿no hay,
sin embargo, alguna posibilidad de que las profecías, o por
lo menos parte de ellas, puedan tener un cumplimiento
secundario y final en los últimos días de nuestra era?
Esta pregunta no puede ser desestimada como indigna de una
seria consideración, en vista de que muchos de los más
capaces expositores han elaborado sistemas de interpretación
en los cuales se considera que las medidas de tiempo de
Daniel, en la escala de día por año, miden desde varias
épocas en el pasado hasta varios sucesos críticos en esta
dispensación. Esas medidas de tiempo se han usado
especialmente para ubicar la segunda venida de Cristo y
otros sucesos que pertenecen al tiempo del fin de esta era
actual. Algunas veces, los períodos son medidos en la escala
de un año lunar, algunas veces en la escala de un año solar,
algunas veces en la escala de un año calendario (contando
360 días como un año). H. Grattam Guinness, en sus bien
conocidos libros The
Approaching End of the Age, y Light for the Last Days,
usa todas las tres escalas y parece obtener notables
resultados cualquiera que sea la escala que emplea. Así,
parece que, en muchos casos, estas cifras parecen dar las
medidas de tiempo entre sucesos históricos antiguos y
sucesos correspondientes en nuestra propia época. Todo esto
sugiere la posibilidad de que las cifras dadas en el
capítulo 12 de Daniel, cuando se consideran como años en
lugar de días, pueden medir con precisión desde algún punto
de partida elegido, digamos la caída (o el surgimiento) del
papado como poder temporal, o del islamismo, o hasta la
Revolución Francesa, o hasta el estallido de la Guerra
Mundial, o hasta la toma de Jerusalén de manos de los
turcos. Tales estudios no carecen de interés y valor; pero,
en nuestra opinión, no nos proporcionan una base para
predecir la fecha de ninguno de los sucesos futuros; y
declaramos de lo más enfáticamente que, en nuestro juicio, ninguna de estas cifras ni
ninguna otra se han dado como un medio por el cual pueda
calcularse la fecha de la segunda venida del Señor
Jesucristo. A este juicio somos llevados por las
propias medidas de Él en su profecía del Monte de los
Olivos, que ahora estamos a punto de examinar. Por estas
aseveraciones, se verá claramente que, aunque, por una
parte, el Señor advirtió a sus discípulos muy explícitamente
en relación con los juicios de exterminio que caerían sobre
el pueblo, la ciudad y el templo
en aquella generación, y aunque Él les dio una
señal inconfundible por la cual podrían ser advertidos de la
cercanía de aquello con tiempo para que escapasen, por otra
parte, se tomó mucho trabajo para hacer énfasis en que su
propia venida por segunda vez sería en un momento
inesperado, y en absoluto sin
ninguna señal premonitoria.
Además, es obvio que,para medir largos períodos de tiempo
desde un punto de partida en los días del Antiguo
Testamento, es necesario tener una cronología correcta; y la práctica de
todos los que han hecho cálculos de la clase a la que
aludimos ha sido asumir uno u otro de los sistemas
cronológicos existentes basados en el canon de Ptolomeo, que
Anstey ha demostrado que es erróneo, o por lo menos no
confiable. Y en relación con esto, diremos que nuestra
confianza en todos los cálculos de la clase a que aludimos
está sacudida en gran medida por el hecho de que cada
esquema de interpretación produce resultados igualmente
notables ya sea que se elija un sistema de cronología u
otro, y ya sea que el "año" se considere como de 365, o 360,
o 354 días (siendo este último la duración de un año lunar).
Ahora bien, por cuanto es manifiestamente imposible que
todas las diferentes cronologías basadas en el canon de
Ptolomeo sean igualmente correctas, o que sea indiferente
que el año, que es la unidad de tiempo en todos estos
cálculos, sea de una duración u otra, no podemos hallar en
tales sistemas de interpretación ninguna base lo bastante
sólida para sustentar conclusiones establecidas. Por
consiguiente, en cuanto al tiempo de cualquiera de las
profecías que todavía están por cumplirse, no tenemos ningún
medio de fijar, y ni siquiera aproximarnos a, el año
en que ocurrirán, y esta aseveración se aplica de manera
especial a la segunda venida del Señor Jesucristo.
Y finalmente, después de meditarlo mucho, y con el deseo
(que debe ser común a todos) de que pudiéramos tener una
línea de medición divinamente inspirada y un punto de
partida por el cual fuuros sucesos pudieran ser ubicados con
precisión en el mapa de los años, diremos que no logramos
ver suficiente justificación para suponer que los "días"
mencionados en estas profecías son realmente "años". No nos
tomaremos el tiempo para examinar las razones que por lo
general se dan en apoyo de esa suposición, siendo suficiente
decir que no sabemos de ninguna prueba de que la palabra
"día", en ninguna medida de tiempo dada en la Biblia,
signifique "año"; ni podemos concebir ninguna razón de por
qué, si se quisiera significar un año, se usara la palabra
"día" en su lugar.
El caso de las "setenta semanas" de Daniel 9:24 no es un
caso de hacer que la palabra "día" represente un año; porque
la palabra significa una héptada o un siete, que podría ser
de días o de años, y que en este caso el suceso demuestra
que son años.
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