DÍAS DE RETRIBUCIÓN
Una exposición del libro
de Apocalipsis
Título de la obra en inglés:
Days of Vengeance
Por David Chilton
Tomado de Freebooks
Parte Cuatro
8
LITURGIA E HISTORIA
Se abre
el libro (8:1-5)
1 Cuando abrió el séptimo sello, se hizo silencio en
el cielo como por media hora.
2 Y vi a los siete ángeles que estaban en pie ante
Dios; y se les dieron siete trompetas.
3 Otro ángel vino entonces y se paró ante el
altar, con un incensario de oro; y se le dio mucho incienso para
añadirlo a las oraciones de todos los santos, sobre el altar de
oro que estaba delante del trono.
4 Y de la mano del ángel subió a la presencia de
Dios el humo del incienso con las oraciones de los santos.
5 Y el ángel tomó el incensario, y lo llenó del
fuego del altar, y lo arrojó a la tierra; y hubo truenos, y
voces, y relámpagos, y un terremoto.
1-2 Finalmente, se rompe el séptimo sello,
abriéndose para revelar las siete trompetas que anunciaban la
condenación de Jerusalén, la una vez santa ciudad que se ha
paganizado y que, como su predecesor Jericó, caerá como
resultado del sonido de las siete trompetas (comp. Josué 6:4-5).
Pero primero, en esta grandiosa liturgia celestial que comprende
el libro de Apocalipsis, hay silencio en el cielo como por media
hora. Milton Terry comenta: "Quizás la idea de este silencio
haya sido sugerida por el cese de los cantores y las trompetas
cuando el rey Ezequías y los que con él estaban se inclinaban en
reverente adoración (2 Crón. 29:28-29), y la media hora
haya hecho alguna referencia al ofrecimiento de incienso
descrito en los versículos 3 y 4, pues ése habría sido más o
menos el tiempo necesario para que un sacerdote entrara en el
templo, ofreciera incienso, y regresara (comp. Lev. 16:13-14;
Luc. 1:10, 21)". 1
La descripción de Alfred Edersheim de esta ceremonia en el
templo nos ayuda a entender el escenario aquí: "Lentamente, el
sacerdote que ofrecía incienso, así como sus ayudantes,
ascendían los escalones hacia el Lugar Santo, precedidos por los
dos sacerdotes que antes habían arreglado el altar y el
candelabro, y que ahora quitaban los vasos que habían dejado
atrás, y, adorando, se retiraban. Luego, uno de los ayudantes
reverentemente extendía las brasas sobre el altar de oro; el
otro preparaba el incienso; y entonces el principal sacerdote
oficiante quedaba solo dentro del Lugar Santo, esperando la
señal del que presidía para quemar el incienso. Probablemente
era mientras permanecía así expectante que el ángel Gabriel se
le apareció a Zacarías [Luc. 1:8-11]. Al dar el que presidía la
orden, que indicaba que 'el momento del incienso había llegado',
'la multitud entera del pueblo que estaba fuera' se retiraba del
atrio interior, y caía postrada delante del Señor, extendiendo
sus manos 2 en silenciosa oración".
"Es éste solemnísimo momento, cuando, a
través de los vastos edificios del templo, un profundo silencio
reposaba sobre la multitud que adoraba, mientras dentro del
santuario mismo el sacerdote ponía el incienso sobre el altar de
oro, y la nube de incienso [5:8] se elevaba delante del Señor,
lo que sirve como imagen de las cosas celestiales en esta
descripción." 3
Después de este silencio lleno de santo
temor, se les dan siete trompetas a los siete ángeles que están
de pie delante de Dios 4 (la liturgia del templo usaba siete trompetas: 1
Crón. 15:24; Neh. 12:41). Juan parece suponer que reconoceremos
a estos siete ángeles; y ciertamente deberíamos, porque ya los
hemos conocido. Las cartas de Apocalipsis 2-3 fueron escritas a
"los siete ángeles" de las iglesias, y son ellos los que están
representados aquí (admitiendo, por supuesto, que estas figuras
no sean necesariamente "idénticas" a los ángeles de las
iglesias). Es claro que la idea es que se relacionen entre sí,
como podemos ver cuando damos un paso atrás y nos alejamos del
texto (y de nuestras ideas preconcebidas) y permitimos que el
cuadro entero se presente ante nuestros ojos. Cuando hacemos
esto, vemos que el Apocalipsis está estructurado en sietes, y en
modelos recurrentes de siete. Uno de estos modelos recurrentes
es el de siete ángeles (capítulos 1-3, 8-11, 14, 15-16). Del
mismo modo que el culto terrenal sigue el modelo del culto
celestial (Heb. 8:5, 9:23-24), así también ocurre con el
gobierno de la iglesia (Mat. 16:19; 18:18; Juan 20:23); además,
según las Escrituras, hay numerosas correspondencias entre las
actividades humanas y las activdades angélicas (comp. 2:17). Los
ángeles están presentes en los servicios de culto de la iglesia
(1 Cor. 11:10; Efe. 3:10) - o, más exactamente, nos reunimos en
el día del Señor alrededor del trono de Dios, en la corte
celestial.
Por eso, se nos muestra en el libro de
Apocalipsis que el gobierno de la iglesia terrenal corresponde
al gobierno celestial, angélico, de la misma manera en que
nuestro culto oficial corresponde al que los ángeles llevan a
cabo alrededor del trono celestial. Además, los juicios que caen
sobre la tierra son traídos por las acciones de los siete
ángeles (nuevamente, no podemos divorciar los ángeles humanos de
sus contrapartes celestiales). A los oficiales de la iglesia se
les encarga y se les da poder para hacer que fructifiquen las
bendiciones y las maldiciones de Dios en la tierra. Los
oficiales de la iglesia son los administradores divinamente
nombrados de la historia mundial. Las implicaciones de este
hecho, como veremos, son de fundamental importancia,
literalmente capaces de hacer temblar la tierra.
3-5 Juan ve a otro ángel de pie al lado del
altar de incienso, sosteniendo un incensario de oro. Una gran
cantidad de incienso, que simboliza las oraciones de todos los
santos (comp. comentarios sobre 5:8) se le da al ángel para que
lo añada a las oraciones del pueblo de Dios, garantizando que
las oraciones serán recibidas como una ofrenda de olor grato al
Señor. Luego el humo del incienso, con las oraciones de los
santos, asciende delante de Dios de la mano del ángel, como
ofrece el ministro las peticiones de su congregación.
Lo que ocurre después es asombroso: El
ángel llena el incensario con brasas del altar de incienso y
arroja el fuego a la tierra en juicio; y esto es seguido por
truenos y voces y relámpagos y un terremoto. Por supuesto, estos
fenómenos deberían resultarnos familiares como los
acompañamientos de la Nube de Gloria: "Aconteció que al tercer
día, cuando vino la mañana, vinieron truenos y relámpagos, y
espesa nube sobre el monte y sonido de bocina muy fuerte....
Todo el monte Sinaí humeaba, porque Jehová había descendido
sobre él en fuego; y el humo subía como el humo de un horno, y
todo el monte se estremecía en gran manera" (Éx. 19:16, 18).
La ironía de este pasaje es obvia cuando
tenemos presente que es una profecía contra el Israel apóstata.
En la adoración del Antiguo Testamento, el fuego sobre el altar
del holocausto se originaba en el cielo, descendiendo sobre el
altar cuando el Tabernáculo y el Templo estaban preparados (Lev.
9:24; 2 Crón. 7:1). Este fuego, encendido por Dios, era
mantenido encendido por los sacerdotes, y llevado de un lugar a
otro para que pudiera ser usado para encender otros fuegos
sagrados (Lev. 16:12-13; comp. Núm. 16:46-50; Gén. 22:6). Ahora,
cuando al pueblo de Dios se le ordenaba destruir una ciudad
apóstata, Moisés ordenaba además: "Y juntarás todo su botín en
medio de la plaza, y consumirás con fuego la ciudad y todo su
botín, todo ello, como holocausto a Jehová tu Dios"
(Deut. 13:16; Jud. 20:40; comp. Gén. 19:28). La única manera
aceptable de quemar una ciudad como holocausto total era con el
fuego de Dios - fuego del altar. 5 Así, cuando una
ciudad había de ser destruida, el sacerdote tomaba fuego del
altar de Dios y lo usaba para encender todo el montón de botín
que servía como leña, ofreciendo así la ciudad entera como
sacrificio. Es esta práctica de poner a una ciudad "bajo
interdicción", de modo que nada sobreviviera a la conflagración
(Deut. 13:12-18), la que el libro de Apocalipsis usa para
describir el juicio de Dios contra Jerusalén. 6
Dios hace llover sus juicios sobre la
tierra en respuesta específica a la adoración litúrgica de su
pueblo. Como parte del servicio de adoración formal y oficial en
el cielo, el ángel del altar ofrece las oraciones del pueblo
corporativo de Dios; y Dios responde a las peticiones, actuando
en la historia a favor de los santos. La íntima conexión entre
la liturgia y la historia es un hecho inescapable, un hecho que
no podemos darnos el lujo de ignorar. No queremos sugerir que el
mundo está en peligro de caer en un "no ser" cuando la adoración
de la iglesia es defectuosa. En realidad, Dios usará las fuerzas
históricas (hasta las paganas) para castigar a la iglesia cuando
ella deja de estar a la altura de su alto llamado como reino de
sacerdotes. El punto aquí es que la adoración oficial de la
comunidad del pacto es cósmicamente significativa. Cuando la
asamblea que adora invoca al Señor del pacto, el mundo
experimenta sus juicios. La historia es administrada y dirigida
desde el altar del incienso, que ha recibido las oraciones de la
iglesia. 7
En mi angustia invoqué a Jehová
y clamé a mi Dios. Él oyó mi voz desde su templo, y mi clamor
llegó delante de él, a sus oídos. La tierra fue conmovida y
tembló; se conmovieron los cimientos de los montes, y se
estremecieron, porque se indignó él. Humo subió de su nariz, y
de su boca fuego consumidor; carbones fueron por él
encendidos. Inclinó los cielos, y descendió; y había densas
tinieblas debajo de sus pies. Cabalgó sobre un querubín, y
voló; voló sobre las alas del viento. Puso tinieblas por su
escondedero, por cortina suya alrededor de sí; oscuridad ded
aguas, nubes de los cielos. Por el resplandor de su presencia,
sus nubes pasaron; granizo y carbones ardientes. Tronó en los
cielos Jehová, y el Altísimo dio su voz; granizo y carbones de
fuego. Envió sus saetas, y los dispersó; lanzó relámpagos, y
los destruyó. Entonces aparecieron los abismos de las aguas, y
quedaron al descubierto los cimientos del mundo, a tu
reprensión, oh Jehová, por el soplo del aliento de tu nariz.
(Sal. 18:6-15).
En este pasaje aparecen varias áreas de la
importancia simbólica de las trompetas. Primero, las trompetas
se usan en la liturgia del Antiguo Testamento para procesiones
ceremoniales, particularmente como escolta para el arca del
pacto; el ejemplo obvio, principal, de esto es la marcha
alrededor de Jericó antes de que cayera (Josué 6; comp. 1 Crón.
15:24; Neh. 12:41). Como dice G. B. Caird: "Juan debe haber
tenido en mente este relato cuando escribió; porque nos dice que
el arca apareció con el sonido de la séptima trompeta (11:19), y
también que una de las consecuencias del toque de la trompeta
fue la caída de un décimo del muro de la gran ciudad (11:13)". 8
Segundo, se hicieron sonar las trompetas para proclamar el
gobierno del nuevo rey (1 Reyes 1:34, 39; comp. Sal. 47:5: "La
séptima trompeta de Juan es la señal para que el coro celestial
cante su himno de la coronación, alabando a Dios porque Él ha
asumido la soberanía y ha comenzado a reinar (11:15)". 9
Tercero, el sonido de la trompeta era una
alarma, que advertía a Israel del juicio que se acercaba, e
instaba al arrepentimiento nacional (Isa. 58:1; Jer. 4:5-8; 6:1,
17; Eze. 33:1-6; Joel 2:1, 15). "Juan también creía que el
propósito del sionido de las trompetas y los desastres que
anunciaban era llamar a los hombres al arrepentimiento, aunque
ese propósito no se cumpliera. El resto de la humanidad que
sobrevivía a estas plagas todavía no podía renunciar a los
dioses de su propia hechura (9:20; comp. Amós 4:6-11)". 10
Cuarto, a Moisés se le instruyó para que
usara dos trompetas de plata tanto "para convocar a la
congregación" para el culto como "para hacer mover los
campamentos" en combate contra el enemigo (Núm. 10:1-9). Es
significativo que estos dos propósitos, la guerra y el culto, se
mencionan casi simultáneamente. Gordon Wenham observa que "lo
mismo que la disposición del campamento con el tabernáculo en
medio, y el ordenamiento de las tribus en formación de combate,
las trompetas de plata declaran que Israel es el ejército del
Rey de Reyes que se prepara para una guerra santa de conquista".
11 Por
supuesto, la ironía en Apocalipsis es que ahora Dios está
ordenando que las trompetas de la guerra santa suenen contra el
mismo Israel.
Quinto, las trompetas también se hacían
sonar durante las fiestas y en el primer día de cada mes (Núm.
10:10), con énfasis especial en Tisri 1, el día de Año Nuevo
civil (en el año eclesiástico, el primer día del mes séptimo);
este Día de las Trompetas era el reconocimiento litúrgico
especial del Día del Señor (Lev. 23:24-25; Núm. 29:1-6). Por
supuesto, el antecedente más básico de todo esto es la Nube de
Gloria, que está acompañada por sonidos de trompeta angélicos
anunciando la soberanía y el juicio del Señor (Éx. 19:16); la
liturgia terrenal del pueblo de Dios era una recapitulación de
la liturgia celestial, otra indicación de que el pueblo de Dios
redimido había sido restaurado a su imagen. (Esta fue la razón
del método que usó el ejército de Gedeón para poner en fuga a
los madianitas, en Jueces (7:15-22): Rodeando al enemigo con
luces, un griterío, y el sonido de trompetas, los israelitas
eran un reflejo terrenal del ejército celestial de Dios en la
Nube, que venía sobre los enemigos de Dios en venganza). El
simbolismo bíblico habría resultado muy familiar a los lectores
de Juan del siglo primero, y "en cualquier caso, Juan mismo les
ha dicho con bastante claridad que las trompetas eran una
escolta para el arca, una proclamación de la divina soberanía, y
un llamado al arrepentimiento general; y, poniéndolas en las
manos de Ángeles de la Presencia, él ha indicado la estrecha
asociación de ellos con la adoración". 12
Como
observa
J. Massyngberde Ford, 13 hay cuatro notables "reversiones" en el texto:
1. Desde el trono y el altar, "el propiciatorio",
viene la ira;
2. Incienso, el "olor grato a Jehová" (Lev. 1:13),
se convierte en un agente de muerte (comp. 2 Cor. 2:14-16);
3. Las trompetas, que llamaban a Israel al culto,
ahora se convierten en heraldos de su destrucción;
4. La misma liturgia celestial, designada para la
santificación de Israel, se convierte en el medio para su
derrota y su disolución.
La primera
trompeta (8:6-7)
6 Y los siete ángeles que tenían
las siete trompetas se dispusieron a tocarlas.
7 El primer ángel tocó la
trompeta, y hubo granizo y fuego mezclados con sangre, que
fueron lanzados sobre la tierra; y la tercera parte de los
árboles se quemó, y se quemó toda la hierba verde.
6-7 Los juicios
desencadenados por el sonido de estas trompetas no sólo nos
recuerdan la caída de Jericó, sino también las plagas que
cayeron sobre Egipto antes del Éxodo. Juntos, se representan
como destruyendo la tercera parte de la tierra. Obviamente,
puesto que el juicio no es ni total ni final, no puede ser el
fin del mundo físico. Sin embargo, la devastación es tremenda,
y efectivamente resulta en el fin de la nación judía, el
sujeto de estas terribles profecías. Israel se ha convertido
en una nación de egipcios y cananeos; peor aún, una tierra de
apóstatas del pacto. Todas las maldiciones de la Ley están a
punto de ser derramadas sobre los que una vez fueron el pueblo
de Dios (Mat. 23:35-36), Las primeras cuatro trompetas se
refieren aparentemente a la serie de desastres que devastaron
a Israel en los últimos días, y principalmente a los sucesos
que condujeron al rompimiento de las hostilidades.
Del mismo modo que los juicios de los sellos son contados en
grupos de cuatro, los juicios de las trompetas se cuentan en
grupos de tres. Suena la primera trompeta, y una maldición triple
(granizo, fuego, sangre) es lanzada, y afecta la tercera parte
de la tierra; tres objetos en particular son
seleccionados. Juan ve granizo y fuego, mezclados con sangre,
que fueron lanzados sobre la tierra. La sangre de los testigos
asesinados se mezcla con fuego del altar, trayendo ira sobre los
perseguidores. El resultado de esta maldición, que tiene alguna
similitud con la séptima plaga en Egipto (Éx. 9:22-26), es que
se quema la tercera parte de la tierra y un tercio de los
árboles, así como toda la hierba verde (es decir, toda la hierba
de la tercera parte de la tierra; comp. 9:4). Si los árboles y
la hierba representan al remanente elegido (como lo parece en
7:3 y 9:4), esto indica que no están exentos del sufrimiento
físico y la muerte al descnder la ira de Dios sobre los
malvados. Sin embargo, (1) la Iglesia no puede ser destruída por
completo en ningún juicio (Mat. 16:18), y (2) a diferencia de
los impíos, el destino final de los cristianos no es la ira,
sino la vida y la salvación (Rom. 2:7-9; 1 Tes. 5:9).
A los paganos que se mofaban diciendo que
Dios no había rescatado a los cristianos de sus enemigos, San
Agustín les replicó: "La familia entera de Dios, ciertamente,
tiene, por lo tanto, un consuelo propio - un consuelo que no
puede engañar, y que tiene en él una más segura esperanza que la
que pueden ofrecer los tambaleantes y falibles asuntos de la
vida. Ellos no rehusarán la disciplina de esta vida temporal, en
la cual son instruídos para la vida eterna; ni lamentarán su
experiencia de ella, a causa de las buenas cosas de la vida que
ellos usan como peregrinos que no son detenidos por ellas, y sus
males ni las prueban ni las desaprueban".
"En cuanto a los que insultan a causa de
ellas en sus pruebas, y cuando les ocurren males, dicen: '¿Dónde
está vuestro Dios?' [Sal. 42:10], podemos preguntarles dónde
están los dioses de ellos cuando sufren las mismas calamidades,
para evitar las cuales ellos adoran a sus dioses, o sostienen
que estos dioses deberían ser adorados; porque a la familia de
Cristo se le ha proporcionado su respuesta: Nuestro Dios está
presente en todas partes, absolutamente en todas partes; ni está
confinado a ningún lugar. Puede estar presente sin ser
percibido, y estar ausente sin moverse; cuando nos expone a
adversidades, es para probar nuestras perfecciones o corregir
nuestras imperfecciones; y a cambio de que nosotros soportemos
pacientemente los sufrimientos del tiempo, nos reserva una
recompensa eterna. Pero, ¿quiénes sois vosotros, para que
tengamos que dignarnos siquiera hablar con vosotros acerca de
vuestros propios dioses, mucho menos sobre nuestro Dios, que es
'temible sobre todos los dioses. Porque todos los dioses de las
naciones son ídolos; pero el Señor hizo los cielos' [Sal.
96:4-5]?". 14
Por otra parte, los impíos tienen ante sí
sólo ira y angustia, tribulación, y aflicción (Rom. 2:8-9).
Literalmente, la vegetación de Judea, y especialmente la de
Jerusalén, sería destruída, según los métodos de guerra romanos
de tierra arrasada: "Tanto el campo como la ciudad daban
lástima, pues donde una vez había habido bosques y parques,
ahora había un completo desierto desnudo de árboles; y ningún
extranjero que hubiese visto la antigua Judea y los gloriosos
suburbios de su capital, y que ahora contemplase aquella
completa desolación, podría contener las lágrimas ni suprimir un
gemido al ver un cambio tan terrible. La guerra había borrado
todo rastro de belleza, y nadie que hubiese conocido la ciudad
en el pasado y llegara de repente podría haber reconocido el
lugar, pues, aunque ya había llegado allí, todavía estaría
buscando la ciudad". 15 Y, sin embargo, esto era sólo el
principio; faltaban muchas más penas - y mucho peores (comp.
16:21).
La segunda
trompeta (8:8-9)
8 El segundo ángel tocó la trompeta, y como una gran
montaña ardiendo en fuego fue precipitada en el mar; y la
tercera parte del mar se convirtió en sangre.
9 Y murió la tercera parte de los seres vivientes
que estaban en el mar, y la terera parte de las naves fue
destruída.
8-9 En el sonido de la trompeta del segundo
ángel, vemos un paralelo de la primera plaga en Egipto, en la
cual el Nilo se convirtió en sangre y murieron los peces (Éx.
7:17-21). La causa de esta calamidad fue que la gran montaña
ardiendo en fuego fue lanzada al mar. El significado de esto se
hace claro cuando recordamos que la nación de Israel era el
"Santo Monte" de Dios, el "monte de su heredad" (Éx. 15:17).
Como el pueblo redimido de Dios, habían sido traídos de vuelta a
Edén, y el uso repetido de imágenes de montañas a través de su
historia (incluyendo el hecho de que el monte de Sion era el
símbolo aceptado de la nación) demuestra esto vívidamente. Pero
ahora, como apóstatas, Israel se había convertido en "montaña
destructora", contra la cual se había vuelto la ira de Dios.
Ahora Dios está hablando de Jerusalén en el mismo
lenguaje que una vez usó para hablar de Babilonia, un
hecho que será céntrico a las imágenes de este libro:
He aquí, yo estoy contra tí, oh monte
destruidor, dice Jehová, que destruiste toda la tierra; y
extenderé mi mano contra tí, y te haré rodar de las peñas, y
te reduciré a monte quemado.... Subió el mar sobre Babilonia;
de la multitud de sus olas será cubierta. (Jer. 51:25, 42).
Conéctese esto con el hecho de que Jesús,
en medio de una larga serie de discursos y parábolas sobre la
destrucción de Jerusalén (Mat. 20-25), maldijo una higuera
estéril, como símbolo de juicio sobre Israel. Luego les dijo a
sus discípulos: "De cierto os digo que si tuviéreis fe, y no
dudáreis, no sólo haréis esto de la higuera, sino que si a este
monte dijéreis: Quítate y échate en el mar, será hecho. Y todo
lo que pidiéreis en oración, creyendo, lo recibiréis" (Mat.
21:212-22). ¿Estaba Jesús siendo impertinente? ¿Esperaba
realmente que los discípulos anduvieran por allí orando para
mover montañas literales? Por supuesto que no. Más importante,
Jesús no estaba cambiando el tema. Todavía estaba enseñándoles
una lección sobre la caída de Israel. ¿Cuál era la lección?
Jesús estaba instruyendo a sus discípulos para que ofrecieran
oraciones imprecatorias, suplicando que Dios dcstruyera a
Israel, que secara la higuera, que lanzara al mar la montaña
apóstata. 16
Y eso es exactamente lo que sucedió. La iglesia perseguida, bajo
opresión de los judíos apóstatas, comenzó a orar pidiendo la
venganza de Dios sobre Israel (6:9-11), rogando que la montaña
de Israel fuera "tomada y echada en el mar". Sus ofrendas fueron
recibidas en el altar celestial de Dios, y en repuesta Dios dio
instrucciones a sus ángeles para que lanzaran sus juicios contra
la tierra (8:3-5). Israel fue destruído. Deberíamos notar que
Juan está escribiendo esto antes de la destrucción, para
instrucción y estímulo de los santos, para que continuasen
orando en fe. Como les había dicho al comienzo, "Bienaventurado
el que lee, y los que oyen las palabras de esta profecía, y
guardan las cosas en ella escritas, porque el tiempo está cerca"
(1:3).
La tercera
trompeta (8:10-11)
10 El tercer ángel tocó la
trompeta, y cayó del cielo una gran estrella. ardiendo como
una antorcha, y cayó sobre la tercera parte de los ríos, y
sobre las fuentes de las aguas.
11 Y el nombre de la
estrella es Ajenjo. Y la tercera parte de las aguas se
convirtió en ajenjo; y muchos hombres murieron a causa de esas
aguas, porque se hicieron amargas.
10 Como el símbolo
precedente, la visión de la tercera trompeta combina las
imágenes bíblicas de la caída tanto de Egipto como de
Babilonia. El efecto de esta plaga - las aguas que se vuelven
amargas - es similar a la primera plaga en Egipto, en la cual
el agua se volvió amarga a causa de la multitud de peces
muertos y en descomposición (Éx. 7:21). La amargura de las
aguas es causada por una gran estrella que cae del cielo,
ardiendo como una antorcha. Esto es paralelo a la profecía de
Isaías tocante a la caída de Babilonia, de la cual se habla en
términos de la caída original en el paraíso:
¡Cómo caíste del
cielo, oh Lucero, hijo de la mañana! Cortado fuiste por
tierra, tú que debilitabas a las naciones. Tú que decías en
tu corazón: Subiré al cielo; en lo alto, junto a las
estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del
testimonio me sentaré, a los lados del norte; sobre las
alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo.
Mas tú derribado eres hasta el Seol, a los lados del abismo.
(Isa. 14:12-15).
El nombre de esta
estrella caída es Ajenjo, un término usado en la Ley y los
Profetas para advertir a Israel de su destrucción como castigo
por su apostasía (Deut. 29:18; Jer. 9:15; 23:15; Lam. 3:15,
19; Amós 5:7). Nuevamente, combinando estas alusiones del
Antiguo Testamento, Juan llama la atención sobre este punto:
Israel es apóstata, y se ha convertido en Egipto; Jerusalén se
ha convertido en Babilonia; y los quebrantadores del pacto
serán destruídos, tan seguramente como fueron destruídos
Egipto y Babilonia.
La cuarta
trompeta (8:12-13)
12 El cuarto ángel tocó la
trompeta, y fue herida la tercera parte del sol, y la tercera
parte de la luna, y la tercera parte de las estrellas, para
que se oscureciese la tercera parte de ellos, y no hubiese luz
en la tercera parte del día, y asimismo de la noche.
13 Y miré, y oí a un ángel
volar por en medio del cielo, diciendo a gran voz: ¡Ay, ay,
ay, de los que moran en la tierra, a causa de los otros toques
de trompeta que están para sonar los tres ángeles!
12 Como la novena
plaga en Egipto de "densas tinieblas" (Éx. 10:21-23), la
maldición traída por el cuarto ángel golpea a los portadores
de luz, el sol, la luna, las estrellas, de modo que un tercio
de ellas pudieron quedar oscurecidas. La imagen aquí fue usada
por los profetas por largo tiempo para ilustrar la caída de
naciones y gobernantes nacionales (comp. Isa. 13:9-11, 19;
24:19-23; 34:4-5; Eze. 32:7-8, 11-12; Joel 2:10, 28-32; Hech.
2:16-21). En cumplimiento de esto, observa Farrar, "un
gobernante tras otro, y jefe tras jefe del Imperio Romano y de
la nación judía fue asesinado y arruinado. Gayo, Claudio,
Nerón, Galba, Otón, Vitelio, todos murieron asesinados o se
suicidaron; Herodes el Grande, Herodes Antipas, Herodes
Agripa, y la mayoría de los príncipes herodianos, junto con no
pocos de los principales sumos sacerdotes de Jerusalén,
perecieron en desgracia, o en el exilio, o en forma violenta.
Todos éstos fueron soles apagados y estrellas oscurecidas".
13 El águila-querubín voladora (4:7) controla la sección de
las trompetas en Apocalipsis (comp. Oseas 8:1), y es apropiado
que Juan vea un águila volar por en medio del cielo,
advirtiendo de la ira venidera. El águila, como muchos otros
símbolos del pacto, tiene una doble naturaleza. Por una parte,
significa la salvación que Dios proporcionó para Israel:
Porque la
porción de Jehová es su pueblo; Jacob la heredad que le
tocó. Le halló en tierra de desierto, y en yermo de horrible
soledad. Lo trajo alrededor, lo instruyó.lo guardó como a la
niña de su ojo. Como el águila que excita su nidada,
revolotea sobre sus pollos, extiende sus alas, los toma, los
lleva sobre sus plumas. (Deut. 32:9-11; comp. Éx. 19:4).
Pero el águila es
también una temible ave de presa, asociada con sangre y muerte
y carne en descomposición:
Sus polluelos chupan la sangre,
y donde hubiere cadáveres, allí está ella. (Job. 39:30).
A menudo, las
advertencias proféticas de la destrucción de Israel están
expresadas en téminos de águilas que descienden sobre la
carroña (Deut. 28:49; Jer. 4:13; Lam. 4:19; Oseas 8:1; Hab.
1:8; Mat. 24:28). En realidad, un aspecto básico de la
maldición del pacto es el de ser devorados por las aves del
cielo (Gén. 15:9-12; Deut. 28:26, 49; Prov. 30:17; Jer.
7:33-34; 16:3-4; 19:7; 34:18-20; Eze. 39:17-20; Apoc.
19:17-18). El águila-querubín reaparecerá en esta sección de
Apocalipsis como una imagen de salvación (12:14), y al final
será reemplazada por (o vista nuevamente como) un ángel que
vuela por en medio del cielo proclamando el evangelio a los
que moran en la tierra (14:6), pues su misión es en definitiva
redentora en su alcance. Pero la salvación del mundo vendrá
por medio de la caída de Israel (Rom. 11:11-15, 25). Así que
el águila comienza su mensaje con ira, proclamando tres ayes
que han de venir sobre los que moran en la tierra.
Como las plagas originales en Egipto, las maldiciones se
vuelven más intensas y más precisas en su aplicación. Juan
está construyendo para llegar a un crescendo, usando los tres
ayes del águila (que corresponden a la quinta, sexta, y
séptima trompetas; comp. 9:12; 11:14-15) para dramatizar los
crecientes desastres que caen sobre la tierra de Israel.
Después de muchas demoras y mucha paciencia de parte del
celoso y santo Señor de los ejércitos, las terribles sanciones
de la Ley se desatan finalmente contra los quebrantadores del
pacto, para que Cristo Jesús pueda heredar los reinos del
mundo y traerlos a su templo (11:15-19; 21:22-27).
Notas:
1. Milton S. Terry, Biblical Apocalyptics: A Study of the
Most Notable Revelations of God and of Christ in the Canonical
Scriptures (New York: Eaton and Mains, 1898), pp. 343s.
Véase también de Alfred Edersheim, The Temple: Its Ministry
and Services as They Were at the Time of Jesus Christ (Grand
Rapids: William B. Eerdmans, 1980), pp. 167s.
2. Edersheim observa aquí que "la práctica de
enlazar las manos juntas en oración data del siglo quinto de
nuestra era, y es de puro origen sajón".
3. Alfred Edersheim, The Temple, p. 167.
4. Tobit 12:15 habla de "los siete ángeles
santos, que presentan las oraciones de los santos, y entran y
salen delante de la gloria del Santo".
5. Ofrecer un sacrificio con "fuego extraño" (es
decir, fuego fabricado, no del altar) era castigado con la
muerte: Lev. 10:1-4.
6. Para un estudio más profundo de la totalidad
de este tema, véase de James B. Jordan, Sabbath-Breaking and
the Death Penalty: A Theological Investigation (Tyler, TX:
Geneva Ministries, 1986), esp. caps. 3-5.
7. El uso simbólico del incienso es, por lo
tanto, apropiado (pero, por supuesto, no obligatorio) en la
liturgia del Nuevo Pacto.
8. G. B. Caird, The Revelation of St. John
the Divine (New York: Harper & Row, Publishers, 1966),
p. 108.
9. Ibid.
10. Ibid., p. 109.
11. Gordon J. Wenham, Numbers: An
Introduction and Commentary (Downers Grove, IL:
Inter-Varsity Press, 1981), p. 102.
12. Caird, p. 111.
13. J. Massyngberde Ford, Revelation:
Introduction, Translation, and Commentary (Garden City,
NY: Doubleday & Co., 1975), pp. 135s.
14. St. Augustine, The City of God, i.29
(Marcus Dods, trad., New York: The Modern Library, 1950, pp.
34f.).
15. Josephus, The Jewish War, vi.i.1.
16. Según William Telford, este monte
era una expresión normal en el pueblo judío para referirse al
Monte del Templo, "la montaña por excelencia"; véase The
Barren Temple and the Withered Tree (Department of
Biblical Studies, University of Sheffield, 1980), p. 119.
17. F. W. Farrar, The Early Days of
Christianity (Chicago: Bedford, Clarke and Co.,
publishers, 1882), p. 519.