DÍAS DE RETRIBUCIÓN
Una exposición del libro de Apocalipsis

Título de la obra en inglés:
Days of Vengeance
Por David Chilton

Tomado de Freebooks


Parte Cuatro

14

EL REY SOBRE EL MONTE DE SIÓN

Juan acaba de revelarnos la malvada tríada de enemigos que enfrentan a la Iglesia primitiva: el dragón, la bestia que sube del mar, y la bestia que sube de la tierra. Juan ha dado a entender claramente que estos enemigos son implacables, que el conflicto con ellos requerirá fidelidad hasta la muerte. Naturalmente, surge de nuevo la pregunta: ¿Sobrevivirá la Iglesia a un ataque tan encarnizado? En esta sección final de la cuarta división principal de su profecía, por lo tanto, Juan nuevamente discute estos temores de su auditorio. La acción del libro se detiene mientras el apóstol consuela y da razones para tener confianza en la victoria venidera de la Iglesia sobre todos sus oponentes. "La revelación de los tres grandes enemigos, el dragón, la bestia que sube del mar, y la bestia que sube de la tierra, es seguida inmediatamente por una séptuple revelación de victoria y juicio en los cielos. El propósito de estas visiones y voces desde el cielo es obviamente para mostrar que los poderes de los cielos son más poderosos que los de la serpiente infernal y sus asociados. La trinidad de fuerzas hostiles, armadas con muchas maravillas engañosas, parecería invencible desde un punto de vista humano. Pero Juan, como el joven siervo de Eliseo cuando fue confrontado con los caballos y los carruajes y la inmensa hueste del rey de Siria, es amonestado aquí en el sentido de que los que están con la Iglesia perseguida son más numerosos y más poderosos que los que hacen guerra contra ella (comp. 2 Reyes 6:15-17)". 1

El cordero con su hermoso ejército (14:1-5)

1 Después miré, y he aquí el Cordero estaba en pie sobre el monte de Sión, y con él ciento cuarenta y cuatro mil, que tenían el nombre de él y el de su Padre escrito en la frente.
2 Y oí una voz del cielo como estruendo de muchas aguas, y como sonido de un gran trueno; y la voz que oí era como de arpistas que tocaban sus arpas.
3 Y cantaban un cántico nuevo delante del trono, y delante de los cuatro seres vivientes, y de los ancianos; y nadie podía aprender el cántico sino aquellos ciento cuarenta y cuatro mil que fueron redimidos de entre los de la tierra.
4 Estos son los que no se contaminaron con mujeres, pues son vírgenes. Estos son los que siguen al Cordero por dondequiera que va. Estos fueron redimidos de entre los hombres como primicias para Dios y para el Cordero;
5 y en sus bocas no fue hallada mentira, pues son sin mancha delante del trono de Dios.
1 Estamos de vuelta nuevamente en el Salmo 2: Juan nos ha mostrado a los paganos furiosos contra el Señor y contra su Cristo, rebelándose contra la autoridad de la Deidad; y ahora el Señor dice: "Pero en lo que a mí concierne, yo he instalado mi reino sobre el monte de Sión, mi santo monte", garantizando que las naciones se someterán a su abarcante gobierno. En oposición a las bestias que suben del mar y de la tierra, el Cordero está de pie (comp. 5:6) sobre el monte de Sión, ya entronado como Rey de reyes, el gobernador de todas las naciones. La imagen de una montaña en la Biblia es claramente una referencia al Santo Monte original, la ubicación del Jardín de Edén (Eze. 28:13-14). Las promesas proféticas de la restauración del monte a la tierra (Isa. 2:2-4; Dan. 2:32-35, 44-45; Miq. 4:1-4), así como las numerosas actividades redentoras en las montañas (Gén. 22:2; Éx. 19:16-19; 2 Crón. 3:1; Mat. 28:16-20), significaron el cumplimiento y la consumación del paraíso por medio de la expiación del Mesías, cuando el reino de Dios llenaría la tierra (Isa. 11:9). 2 El Cordero de pie sobre el monte es un símbolo de la victoria de Cristo sobre todos sus enemigos, con su pueblo restaurado al Edén y a la comunidad con Dios. El hecho de que el monte es Sión (mencionado siete veces en el Nuevo Testamento: Mat. 21:5; Juan 12:15; Rom. 9:33; 11:26; Heb. 12:22; 1 Ped. 2:6) sirve para resaltar esta victoria, porque Sión es el especial "santo monte" de Jerusalén, el símbolo de la presencia de Dios con su pueblo y su reinado victorioso sobre la tierra, cuando todos los reinos sean reunidos para servirle a Él en el Nuevo Pacto (comp. Sal. 9:1-20; 14:7; 20:1-2; 48:1-14; 69:35; 87:1-3; 99:1-9; 102:13-22; Isa. 24:21-23; 51-52; 59:16-20; Jer. 31:10-37; Zac. 9:9-17). 3

2-3 Con sus ojos sobre el Cordero y su ejército, Juan oye una voz desde el cielo, el conocido recordatorio de la presencia de Dios en la Nube de Gloria: como el sonido de muchas aguas y como el sonido del trueno, y ... como el sonido de arpistas que tocan sus arpas, la orquesta celestial que toca en acompañamiento al cántico de victoria del ejército de los santos, que cantan un nuevo cántico delante del trono y delante de los cuatro seres vivientes y de los ancianos. Como hemos visto en 5:9, el cántico nuevo es la nueva liturgia requerida e introducida por la nueva era en la historia de la redención. Y esta liturgia, la jubilosa respuesta de los redimidos, pertenece a la Iglesia solamente (comp. 2:17): Ninguno podría aprender el cántico, excepto los ciento cuarenta y cuatro mil que han sido redimidos de la tierra, redimidos como esclavos de la tiranía de la bestia que sube de la tierra.

4-5 Juan da descripciones adicionales de los redimidos: Éstos son los que no se han contaminado con mujeres, pues son vírgenes. En esta afirmación hay envueltas varias hebras de imágenes bíblicas. Debemos descartar la idea de que Juan está hablando de celibato literal porque les llama "vírgenes", como señaló Barrington: "'Vírgenes' es aquí obviamente un símbolo violento de pureza, de la misma manera que 'eunucos' en Mateo [19:12] es un símbolo violento de celibato; ninguno de los dos debe ser tomado literalmente. No son hombres que no han tenido relaciones sexuales con mujeres, sino hombres que no se han contaminado con mujeres, que es una idea bien diferente, y ciertamente no tiene el propósito de describir el matrimonio". 4 La palabra virgen se usa frecuentemente en el Antiguo Testamento para referirse a Sión, el pueblo de Dios (2 Reyes 19:21; Isa. 23:12; 37:22; Jer. 14:17; 18:13; 31:4, 21; Lam. 1:15; 2:13). Más particularmente, la castidad aquí es una referencia simbólica al requisito de abstinencia sexual de los sacerdotes-soldados durante la guerra santa (comp. Éx. 19:15; Lev. 1:16; Deut. 20:7; 23:10-11; 1 Sam. 21:4-5; 2 Sam. 11:8-11). Además, el contexto condena la "fornicación" cometida por las naciones, en relación con la adoración a la bestia (v. 8-10). A través de la Biblia, la fornicación y la prostitución son poderosas metáforas para representar la apostasía y la idolatría (comp. Isa. 1:21; Jer. 2:20-3:11; Eze. 16:15-43; Apoc. 2:14, 20-22), mientras que la fidelidad religiosa es llamada castidad (2 Cor. 11:2). El ejército del Cordero, reunido alrededor de Él sobre el monte Sión, es casto, fiel a Él, y resueltamente consagrado a la Guerra Santa.

Juan nos dice, además, que estos soldados son los que siguen al Cordero dondequiera que va, siendo el término seguir una metáfora típica de la obediencia de un discípulo (Mat. 9:9; 10:38; 16:24; Mar. 9:38; 10:21, 28; Luc. 9:23; Juan 8:12; 10:4-5, 27; 21:22). Sin embargo, una afirmación precisa sobre los que comprenden este grupo se da en la siguiente frase: Éstos han sido redimidos de entre los hombres como las primicias para Dios y el Cordero. La expresión primicias se refiere esencialmente a un sacrificio, la ofrenda de la primera cosecha de la tierra para el Señor, reclamada por Él como su exclusiva propiedad (Éx. 22:29; 23:16, 19; Lev. 23:9-21; Deut. 18:4-5; Neh. 10:35-37; Prov. 3:9-10); estos cristianos se han ofrecido a sí mismos para el servicio de Dios por amor a Cristo. Más que esto, sin embargo, el Nuevo Testamento usa la expresión primicias para describir la Iglesia de los últimos días, la Iglesia de la "primera generación" (Rom. 16:5; 1 Cor. 16:15), especialmente el remanente fiel de las doce tribus de Israel (Sant. 1:1, 18): "Los confesores y los mártires de la Iglesia apostólica, que vencieron por razón de su testimonio y la sangre del Cordero, son pues declarados como las primicias, una selección escogida de la innumerable compañía de los santos. El propósito de este Apocalipsis era animar especialmente a estos espíritus vírgenes". 5

Las características de este grupo son marcadamente similares a las de Israel cuando por primera vez se convirtió en la esposa de Dios.

Me he acordado de tí, de la fidelidad de tu juventud, del amor de tu desposorio, cuando andabas en pos de mí en el desierto, en tierra no sembrada. Santo era Israel a Jehová, primicias de sus nuevos frutos... (Jer. 2:2-3; comp. v. 32).
Finalmente, dice Juan, ninguna mentira fue hallada en sus bocas, porque son sin mancha. Es el dragón el que es el engañador, el calumniador, el padre de la mentira (Juan 8:44; Apoc. 12:9); el pueblo de Dios se caracteriza por hablar verdad (Efe. 4:24-27). Como declaró Pablo en relación con los paganos, la mentira básica es la iolatría: "Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles.... Cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén" (Rom. 1:22-25). Básicamente, la mentira es profecía falsa (comp. Jer. 23), rendirle honor y gloria a la criatura en lugar de al Creador. Hemos visto que el conflicto entre la profecía verdadera y la falsa, entre los profetas-siervos que testifican y el falso profeta, es central al tema del Libro de Apocalipsis. En oposición a sus enemigos, la Iglesia lleva y proclama la verdad. Como habían predicho los profetas, Dios levantó a un fiel remanente durante el tiempo de ira y tribulación en Jerusalén:
Y dejaré en medio de tí un pueblo humilde y pobre, el cual confiará en el nombre de Jehová. El remanente de Israel no hará injusticia ni dirá mentira, ni en boca de ellos se hallará lengua engañosa... (Sof. 3:12-13).
A menudo, los comentaristas se han sentido molestos por la cuestión de si esta descripción representa la Iglesia como se ve en la tierra, o la Iglesia como se ve reposando en el cielo. Debería ser obvio que ambos aspectos de la Iglesia son visibles aquí - especialmente puesto que, como hemos visto, la Iglesia en la tierra está "en el cielo" (12:12; 13:6). La famosa afirmación de Hebreos 12:22-23 proporciona evidencia obligatoria: "Os habéis acercado al monte de Sión, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, a la compañía de muchos millares de ángeles, a la congregación de los primogénitos que están inscritos en los cielos..." Milton Terry observa correctamente: "El cielo de nuestro apocalipsista es la esfera visional de la gloria y el triunfo de la Iglesia, y no se reconoce ninguna distinción marcada entre los santos que están en la tierra y los que están en el cielo. Se les concibe como una gran compañía, y la muerte no representa nada para ellos... Por esto, el pasaje entero sirve para ilustrar cómo los santos 'que moran en lugares celestiales en Cristo Jesús' son todos uno en espíritu y triunfo, sin importar qué localidad física ocupen". 6 Para Juan, Sión "no está ni en Jerusalén ni encima de las nubes; es la asamblea entera de los santos, vivos y muertos". 7

A decir verdad, Stuart Russell sostenía que Hebreos 12:22-23 estaba basado en este pasaje de Apocalipsis: "Los puntos de similitud son tan marcados y tan numerosos que no es posible que sean accidentales. El escenario es el mismo - el monte Sión; los personajes dramáticos son los mismos - 'la asamblea general y la iglesia de los primogénitos, que están escritos en los cielos', corresponden a los ciento cuarenta y cuatro mil que tienen el sello de Dios. En la epístola son llamados 'la iglesia de los primogénitos'; la visión explica el título - son 'las primicias para Dios y el Cordero'; los primeros conversos a la fe de Cristo en la tierra de Judea. En la epístola son designados como 'los espíritus de los justos hechos perfectos'; en la visión son 'vírgenes no contaminadas, en cuyas bocas no fue hallada mentira, pues son sin mancha delante del trono de Dios'. Tanto en la visión como en la epístola, encontramos la 'innumerable compañía de ángeles' y 'el Cordero' por medio del cual se efectuó la redención. Resumiendo, está más allá de toda duda razonable que, puesto que no puede suponerse que el autor del Apocalipsis haya sacado su descripción de la epístola, el escritor de la epístola debe haber derivado sus ideas e imágenes del Apocalipsis".
8

Así, mientras la aplicación específica de los 144.000 es para la iglesia de la primera generación, en principio son vistos como la Iglesia en su totalidad (lo cual, en el tiempo en que Juan escribía, era precisamente). Esto queda confirmado por una comparación de los paralelos entre este pasaje y la descripción de los redimidos en 5:6-11:

 
14:1-5
5:6-11
1 Después miré, y he aquí el Cordero estaba de pie.... 6 Y vi... que estaba en pie... un Cordero...
3 ... delante del trono, y delante de los cuatro seres vivientes, y de los ancianos. 6 en medio del trono y de los cuatro seres vivientes, y de los ancianos.
2 la voz... era como de arpistas que tocaban sus arpas. 8 los veinticuatro ancianos... todos tenían arpas.
3 Y cantaban un cántico nuevo... 9 Y cantaban un nuevo cántico.
4 Estos fueron redimidos de entre los hombres como primicias para Dios y para el Cordero. 9 [El Cordero] nos ha redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación.

El evangelio y las copas envenenadas (14:6-13)

6 Vi volar por en medio del cielo a otro ángel, que tenía el evangelio eterno para predicarlo a los moradores de la tierra, a toda nación, tribu, lengua, y pueblo,
7 diciendo a gran voz: Temed a Dios, y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado; y adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas.
8 Otro ángel le siguió diciendo: Ha caído, ha caído Babilonia, la gran ciudad, porque ha hecho beber a todas las naciones del vino del furor de su fornicación.
9 Y el tercer ángel los siguió diciendo a gran voz: Si alguno adora a la bestia y a su imagen, y recibe la marca en su frente o en su mano,
10 él también beberá dle vino de la ira de Dios, que ha sido vaciado puro en el cáliz de su ira; y será atormentado con fuego y azufre delante de los santos ángeles y del Cordero;
11 y el humo de su tormento sube por los siglos de los siglos. Y no tienen reposo ni de día ni de noche los que adoran a la bestia y a su imagen, ni nadie que reciba la marca de su nombre.
12 Aquí está la paciencia de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús.
13 Oí una voz que desde el cielo me decía: Escribe: Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen.
6-7 El resto de este capítulo está dividido en siete secciones - una visión del Cristo glorificado, flanqueado a cada lado por tres ángeles. Juan está a punto de hacer la transición entre las trompetas-visiones (proclamaciones de juicio) y los cálices-visiones (aplicaciones de juicio). Prediciendo este cambio, los primeros tres ángeles hacen proclamaciones especiales en relación con la victoria del Cordero, y los últimos tres ángeles llevan a cabo acciones para ayudarle a implementar su conquista. Como podríamos esperar, estas proclamaciones y acciones angélicas son paralelas a los deberes de la Iglesia, particularmente de sus dirigentes y gobernadores.

Primero, Juan ve otro ángel volar por en medio del cielo, la esfera en la cual el ángel exclama sus ayes sobre la tierra (8:13). Pero este ángel predica paz: El juicio venidero no es un fin en sí mismo, sino parte de la proclamación del evangelio eterno. Contrario a las especulaciones de varios expositores, no hay razón para suponer que esto es algo diferente del evangelio del cual el Nuevo Testamento habla constantemente. Es el mensaje de la venida del reino, como lo habían anunciado Juan y Jesús desde el principio: "En aquellos días vino Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea, y diciendo: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado" (Mat. 3:1-2); "Después de que Juan fue encarcelado, Jesús vino a Galilea predicando el evangelio del reino de Dios, y diciendo: El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio" (Mar. 1:14-15). Y este es el evangelio predicado por el ángel, siendo cada uno de los elementos en él un aspecto del mensaje del Nuevo Testamento: Temed a Dios (Lucas 1:50; 12:5; Hechos 10:35), y dadle gloria (Mat. 5:16; 9:8; 15:31), porque la hora de su juicio es venida (Juan 12:23, 31-32; 16:8-11); y adorad a aquél que hizo el cielo y la tierra y el mar (el mundo, Gén. 1) y las fuentes de las aguas (el paraíso, Gén. 2). Todo esto es marcadamente similar a lo que está registrado del evangelio apostólico (comp. Hechos 14:15; 17:24-31).

El ángel predica este evangelio a los que se sientan en la tierra. La expresión usual para los apóstatas israelitas es los que moran en la tierra (3:10; 13:8, 12, 14; 17:2, 8). Esta vez, la atención se enfoca en el mensaje a las autoridades de Israel, las que están sentadas o entronizadas en la tierra (el verbo es el mismo que se usó en el v. 14, del Hijo del Hombre entronizado en la Nube). El mensaje del evangelio ordenaba a los gobernantes de Palestina someterse al señorío de Cristo, para honrarle, más bien que a César, como Dios. Pero los gobernantes y las autoridades le rechazaron, diciendo: "No queremos que éste reine sobre nosotros" (Lucas 19:14).

El Señor mismo proclamó la gloria y el juicio de Dios a las autoridades de Israel (Mat. 26:64), y adivirtió a sus discípulos que ellos predicarían un evangelio que resultaría impopular a los dirigentes: "Guardaos de los hombres, porque os entregarán a los concilios, y en sus sinagogas os azotarán; y aun ante gobernadores y reyes seréis llevados por causa de mí, para testimonio a ellos y a los gentiles" (Mat. 10:17-18). Además, "será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin" (Mat. 24:14). Y este era el orden del evangelio - primero a los judíos, y luego a los gentiles (Hechos 3:26; 11:18; 13:46-48; 28:23-29; Rom. 1:16; 2:9): El ángel predica a los dirigentes de Palestina, y luego a toda nación y tribu y lengua y pueblo. Antes de que viniera el fin en el año 70 d. C., nos dice Pablo, el evangelio fue realmente predicado a todo el mundo (Rom. 1:8; 10:18; Col. 1:5-6; 23). A pesar de los intentos del dragón y sus dos bestias por estorbar el progreso del evangelio, la misión de los apóstoles, los evangelistas, los mártires, y los confesores de la iglesia primitiva tuvo éxito. El mundo fue evangelizado. 9

8 Otro ángel, el segundo, sigue, presentando otro aspecto de la proclamación de la iglesia primitiva: ¡Ha caído, ha caído Babilonia la grande! Esta es la primera vez que se menciona a "Babilonia" en Apocalipsis, una referencia proléptica anticipando la exposición plena que habría de venir en capítulos posteriores (similar a la primera referencia a la bestia en 11:7). Sin embargo, es ciertamente posible que los lectores de Juan entendieran en seguida lo que él quería decir. En su primera epístola, que se supone fue escrita antes del Apocalipsis, Pedro describió a la iglesia local de la cual escribía como "la que está en Babilonia" (1 Ped. 5:13). Muchos han supuesto que esta es Roma, donde Pedro fue martirizado más tarde (según la tradición); pero es mucho más probable que el apóstol estuviera en Jerusalén cuando escribió estas palabras. Basándonos en informaciones del mismo Nuevo Testamento, nuestra natural suposición sería que "Babilonia" era Jerusalén, puesto que fue allí donde el apóstol vivió y ejerció su ministerio (Hechos 8:1; 12:3; Gál. 1:18; 2:1-9; comp. 1 Ped. 4:17). Además, la primera epístola de Pedro también envía saludos de Marcos y Silas [Silvano] (1 Ped. 5:12-13), los cuales vivían en Jerusalén (Hechos 12:12; 15:22-40). 10

En todo caso, el primer énfasis de la profecía ha sido dirigido contra Jerusalén; ha tratado con Roma sólo hasta donde Roma se relacionaba con Israel. Juan no nos da ninguna indicación de que el tema ha sido cambiado. Como veremos en los capítulos 17 y 18, la evidencia de que la Babilonia profética era Jerusalén es nada menos que abrumadora. El término denomina a la ciudad apóstata, del mismo modo que "Sodoma" y "Egipto" se usaron en 11:8 para describir a "la gran ciudad...donde el Señor fue crucificado" (nótese también que la misma expresión la gran ciudad se usa en 16:19 para describir a "Babilonia"). La razón de que Juan aplique la palabra a Jerusalén es que Jerusalén se ha convertido en Babilonia, una copia de la orgullosa, idólatra, y perseguidora opresora del pueblo de Dios. Terry observa correctamente que "así como Jesús dijo en Mateo 24:14 que el fin de esta ciudad y la era pre-mesiánica seguiría a la predicación del evangelio entre las naciones, así también en este Apocalipsis la proclamación de la caída de Babilonia la grande sigue inmediatamente después de la proclamación del evangelio eterno". 11

Esta gran ciudad-ramera (17:1) ha hecho beber a todas las naciones del vino del calor de su fornicación (un irónico contraste con el legítimo y bendito "vino del amor" celebrado por Salomón, Cant. 1:2-4; 4:10; 5:1; 7:2, 9). La palabra generalmente traducida como ira básicamente significa calor. En el versísulo 10, la idea es definidamente de ira, pero aquí Juan está simplemente usando al familiar cuadro bíblico del Israel apóstata como ramera, que inflama las pasiones de los hombres con el calor de la lascivia. Israel ha abusado de su privilegiada posición como la divinamente ordenada "guía de ciegos" y "luz a los que están en tinieblas" (Rom. 2:19). Las naciones esperaban recibir de ella enseñanza, pero terminaron blasfemando el nombre de Dios a causa de su impiedad (Rom. 2:24). Dios quería que ella fuera la señora Sabiduría, y que llamara a todos los hombres a que comieran de su alimento, bebieran de su vino, y vivieran en el camino de la inteligencia (Prov. 9:1-6). En vez de eso, se había convertido en la señora Desatino, que usaba mercadería robada para tentar a los hombres a caer en las profundidades del infierno (Prov. 9:13-18). Como la bestia que subía de la tierra (el falso profeta que habla como dragón), la principal ocupación de Babilonia es seducir a otros para que caigan en fornicación, la adoración de dioses falsos.

9-11 Y otro ángel, el tercero, les siguió, con un mensaje apropiado de muerte para cualquiera que adore a la bestia y a su imagen, o recibe una marca en su frente o en su mano (véase más arriba, sobre 13:15-18). La gran ofensa de la bestia que sube de la tierra - la dirigencia religiosa del Israel apóstata - fue fomentar y hacer cumplir la adoración de la bestia (13:11-17). Así, Juan nos está dando un indicio de la identidad de la gran ciudad repitiendo sus palabras sobre la bestia que subía de la tierra inmediatamente después de su primera afirmación sobre "Babilonia". También recuerda a los cristianos, especialmente a los "ángeles", los dirigentes de la Iglesia, de su deber de proclamar el consejo entero de Dios. Debían predicar el inflexible mensaje del exclusivo y abarcante señorío de Jesucristo contra todos los pretendientes al trono. Debían hablar proféticamente a su generación, condenando severamente la adoración de la bestia, advirtiéndoles que los que bebieran de la herética copa del culto al estado de Babilonia también beberían del vino de la ira de Dios, que está vaciado puro - literalmente, sin mezcla alguna (o como lo traduce deliciosamente un comentarista, bien mezclado 12) - en el cáliz de su ira. La amonestación es clara: No se puede beber de una copa sin beber de la otra.

Moses Stuart explica las imágenes: "A menudo se dice que Dios da la copa de inflamación o indignación a las naciones a las cuales está a punto de destruir (por ej., Isa. 51:17; Lam. 4:21; Jer. 25:15-16; 49:12; 51:7; Eze. 23:31-34; Job 21:20; Sal. 75:8). Las personas intoxicadas no pueden destruir, ni siquiera resistir, a los que los atacan; así que representarlos como intoxicados a manera de castigo es representarlos como dedicados a una destrucción irremediable. O podemos presentar la cuestión en una luz diferente. A menudo, a los criminales a punto de sufrir se les ofrecía, por compasión de los verdugos o de los espectadores, una poción estupefaciente que disminuía la sensibilidad al dolor, pero que por supuesto era el índice o el precursor de una muerte cierta. Por eso, en Marcos 15:23 se registra que Jesús rehusó beber 'vino mezclado con mirra', que se le ofreció cuando estaba a punto de ser clavado a la cruz. El santo Salvador no quiso disminuir ninguna porción de su agonía tomando una bebida intoxicante. Pero de cualquiera de las dos maneras en que se tome la expresión de nuestro texto, el significado permanece sustancialmente el mismo - porque el beber tal copa intoxicante es el preludio de una muerte cierta". 13

Como vimos en el versículo 8, la palabra traducida como ira es realmente calor; los que desean la copa del "calor" de Babilonia recibirán una bebida más caliente que la que esperaban, la copa de la ira no diluída de Dios. Los que fornican con la bestia serán atormentados con fuego y azufre en presencia de los santos ángeles y en la presencia del Cordero. Y el humo de su tormento sube por los siglos de los siglos. La imagen de su condenación permanente está tomada de la completa destrucción de Sodoma y Gomorra por medio del fuego y el azufre, cuando "el humo de la tierra subía como el humo de un horno" (Gén. 19:28; comp. su uso simbólico en Isa. 34:9-10, que describe la caída de Edom). Increíblemente, la Srta. Ford asegura que "la alusión al Cordero es embarazosa para el cristiano". 14 ¡No tan embarazosa como las necias observaciones de ciertos comentaristas! La verdadera razón del embarazo que algunos eruditos sienten por encontrar a estos adoradores de la bestia destruidos por medio de fuego y azufre en presencia del Cordero es su moderna forma de marcionismo, una dicotomía herética entre el Cristo "bondadoso y amante" del Nuevo Testamento y la "airada" Deidad del Antiguo Testamento. Tal distinción es completamente extraña a la Biblia. Juan, con más sentido (y sin ningún aparente embarazo), simplemente ha sido fiel a su fuente del Antiguo Testamento, refundiéndola en términos del Nuevo Testamento: "Entonces Jehová hizo llover sobre Sodoma y sobre Gomorra azufre y fuego de parte de Jehová desde los cielos; y destruyó las ciudades, y toda aquella llanura, con todos los moradores de aquellas ciudades, y el fruto de la tierra" (Gén. 19:24-25). Ciertamente, el texto mismo subraya que el tormento de los sodomitas tuvo lugar en presencia del Señor (así como el altar está delante del trono en el tabernáculo). Y Juan es plenamente consciente, aunque sus comentaristas no lo son, de que el Cordero es el Señor.

Hay aquí un lúgubre contraste: Los adoradores de la bestia, y los que reciben su marca, no tienen descanso de sus tormentos ni de día ni de noche. Las palabras se repiten de la descripción de los querubines en 4:8, que no tienen reposo ni de día ni de noche, eternamente ocupados en un sacrificio de alabanza.

12-13 Aquí está la paciencia de los santos. La paciente confianza, esperanza, expectación, y fe del pueblo de Dios está en la justicia de su continuo gobierno sobre la tierra y la certeza de su juicio venidero (comp. 13:10). Los santos no deben preocuparse a causa de los malos, porque se marchitarán como la hierba; hemos de confiar en el Señor y hacer el bien, reposar en el Señor y esperarle pacientemente, y eventualmente heredaremos la tierra (Sal. 37). Los malvados perseguidores serán destruídos, les dice Juan a sus lectores, y en breve; con Santiago, podemos decir:

Por tanto, hermanos, tened paciencia hasta la venida del Señor. Mirad cómo el labrador espera el precioso fruto de la tierra, aguardando con paciencia hasta que reciba la lluvia temprana y la tardía. Tened también vosotros paciencia, y afirmad vuestros corazones; porque la venida del Señor se acerca. Hermanos, no os quejéis unos contra otros, para queno seáis condenados; he aquí, el juez está delante de la puerta (Santiago 5:7-9).
La perseverancia de los santos va necesariamente unida al hecho de que ellos guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús. En oposición a todas las formas de adoración a la criatura, los cristianos guardan los mandamientos; guardan la fe. El Nuevo Testamento no conoce nada de un cristianismo sin ley, ni de una devoción que niegue el contenido objetivo de la "fe que una vez fue entregada a los santos" (Judas 3). El cristianismo exige perseverancia obediente y fiel en presencia de la oposición. Naturalmente, esto tiene consecuencias, no todas ellas agradables. Los lectores de Juan sabían que guardar la fe podría muy bien significarles la muerte. Por ellos, Juan registra las siguientes palabras de la voz que se oye desde el cielo: Escribe: Bienaventurados los muertos que de aquí en adelante mueren en el Señor. Por medio de la obra de Cristo, el cielo se ha abierto para el pueblo de Dios. El limbus patrum, la morada en el más allá de los fieles del Antiguo Testamento (el "seno de Abraham" de Lucas 16:22), ha sida abierto, y sus habitantes liberados (comp. 1 Ped. 3:19; 4:6). La muerte es ahora la entrada a la comunión en gloria con Cristo y los santos que han partido. Jesucristo nos ha librado del temor último a la muerte; podemos decir, con los famosos versos de John Donne "Muerte, No Te Enorgullezcas":
Un corto sueño que pasa, para despertar eternamente,
Y la muerte no será más; muerte, morirás.
Los cristianos primitivos entendían que la muerte había sido conquistada por la resurrección de Cristo; este tema ocurre repetidamente en sus escritos. Una y otra vez, a uno le llama la atención la nota de victoria en la actitud de los mártires al enfrentarse a la muerte. Atanasio escribió sobre este hecho en su famosa defensa de la fe cristiana: "Todos los discípulos de Cristo desprecian la muerte; toman la ofensiva contra ella y, en vez de temerle, por la señal de la cruz y por fe en Cristo caminan sobre ella como sobre algo muerto. Antes de la divina venida del Salvador, hasta los hombres más santos temían a la muerte, y lloraban a los muertos como si hubiesen perecido. Pero ahora que el Salvador ha resucitado su cuerpo, la muerte ya no es terrible, sino que todos los que creen en Cristo la pisotean como si no fuera nada, y prefieren morir antes que negar su fe en Cristo, sabiendo muy bien que cuando mueran no perecerán, sino que en realidad vivirán, y se volverán incorruptibles por medio de la resurrección. Pero aquel demonio que desde tiempos antiguos se regocijaba por la muerte, ahora que los dolores de la muerte han sido soltados, sólo él permenece verdaderamente muerto. Hay prueba de esto, también; porque los hombres que, antes de creer en Cristo, piensan que la muerte es horrible y tienen temor de ella, una vez que se han convertido la desprecian tan completamente que salen ansiosos a encontrarla, y se convierten ellos mismos en testigos de la resurrección del Salvador. Hasta los niños se apresuran a morir, y no sólo los hombres, sino que hasta las mujeres se adiestran para encontrarse con ella mediante la disciplina corporal. Tan débil se ha vuelto la muerte que hasta las mujeres, que acostumbraban ser tomadas por ella, ahora se burlan como de una cosa muerta que ha perdido todo su poder. La muerte se ha vuelto como un tirano que ha sido completamente conquistado por el monarca legítimo; atado de pies y manos como ahora está, los transeúntes se burlan de él, pegándole y abusando de él, ya sin temor de su crueldad y de su ira, a causa del rey que le ha conquistado. Así, la muerte ha sido conquistada y marcada por lo que es por el Salvador en la cruz. Está atada de pies y manos, todos los que están en Cristo la pisotean al pasar, y como testigos la desprecian, burlándose y diciendo: ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?" 15

El obispo Eusebio, el gran historiador de la Iglesia, fue testigo de muchos martirios, y registró lo que a menudo tenía lugar cuando los cristianos eran sometidos a juicio: "Fuimos testigos del más admirable celo mental, y de la verdaderamente divina energía y fortaleza de los que creían en el Cristo de Dios. Pues, tan pronto se pronunciaba la sentencia contra el primero, otros se lanzaban hacia adelante desde otras partes del tribunal y se ponían delante del juez, confesando que eran cristianos, la mayoría de ellos indiferentes a las terribles y multiformes torturas que les aguardaban, pero declarándose, plenamente y de la manera más intrépida, partidarios de la religión que reconoce sólo a un Dios supremo. La verdad es que recibían la sentencia final de muerte con alegría y regocijo, llegando hasta cantar y entonar himnos de alabanza y acción de gracias, hasta que exhalaban el último aliento".
16

La misma esperanza gozosa es evidente en Ignacio, obispo de Antioquia, el mártir que fue despedazado por las bestias salvajes en Roma (alrededor del año 107 d. C.). En una de sus famosas cartas, rogaba a sus hermanos cristianos en Roma que no trataran de liberarlo, sino que le permitieran "hacer una libación para Dios, mientras todavía hay un altar preparado": "Escribo a todas las iglesias, e invito a todos los hombres a saber, que por mi propia y libre voluntad muero por Dios, a menos que vosotros me lo impidáis. Os exhorto, no seáis inoportunamente bondadosos para conmigo. Permítanme ser echado a las bestias salvajes, pues por medio de ellas puedo reunirme con Dios. Yo soy el trigo de Dios, y soy molido por los dientes de las bestias salvajes para que pueda ser encontrado como pan puro de Cristo. Más bien, provocad a las bestias salvajes, para que ellas puedan ser mi sepulcro y no puedan dejar tras sí ninguna parte de mi cuerpo, y para que yo no pueda ser, cuando haya dormido, carga para nadie. Entonces seré verdaderamente discípulo de Jesucristo, cuando el mundo ya no vea mi cuerpo. Suplicad al Señor por mí, para que por medio de estos instrumentos yo pueda encontrar un sacrificio para Dios. No os lo ordeno, como lo habrían hecho Pedro y Pablo. Ellos eran apóstoles, yo convicto; ellos eran libres, pero yo soy esclavo de esta misma hora. Y sin embargo, si sufro, entonces soy libre en Cristo Jesús, y resucitaré libre en Él. Ahora estoy aprendiendo a abandonar todo deseo.

"Desde Siria y hasta Roma, combato con bestias salvajes, por tierra y por mar, dc noche y de día, siendo atado en medio de diez leopardos, y hasta una compañía de soldados, que sólo empeoran cuando son tratados con amabilidad. Sin embargo, por medio de sus maldades, me vuelvo más y más un discípulo; y sin embargo, no soy por eso justificado. Tenga yo gozo de las bestias que han sido preparadas para mí; y ruego que las encuentre prontas; no, las provocaré para que me devoren prontamente, no como les han hecho a algunos, que rehusaron tocarlos por temor. Sí, aunque de suyo no estén dispuestas cuando yo lo esté, yo mismo las obligaré. Ténganme paciencia. Sé lo que es expedito para mí. Ahora estoy comenzando a ser discípulo. Que no me envidien ninguna de las cosas visibles e invisibles; para que yo pueda reunirme con Cristo Jesús. Vengan el fuego y la cruz y el luchar con bestias salvajes, los cortes y las mutilaciones, el descoyuntamiento de huesos, el desmembramiento, el aplastamiento de mi cuerpo entero, vengan las crueles torturas del diablo para que me ataquen. Sólo permítaseme reunirme con Cristo.

"Los más lejanos confines del universo no me servirán de nada, ni los reinos de este mundo. Es mejor que yo muera por Cristo Jesús antes que reinar sobre los más lejanos confines de la tierra. A Él le busco, el que murió por nosotros; a Él le deseo, el que resucitó por amor a nosotros. Los dolores de un nuevo nacimiento están sobre mí. Ténganme paciencia, hermanos. No me estorben el vivir; no deseen mi muerte. No pongáis en el mundo a alguien que desea ser de Dios, ni le atraigáis con cosas materiales. Dejadme recibir la luz pura. Cuando se aleje, seré hombre. Permitidme ser imitador de la pasión de mi Dios. Si cualquier hombre le tiene dentro de sí mismo, entienda lo que yo deseo, y que tenga sentimientos de compañerismo para conmigo, porque él sabe las cosas que me estorban". 17

Sin embargo, Alexander Schmemann nos recuerda que "el cristianismo no es reconciliación con la muerte. Es la revelación de la muerte, y la revela porque es la revelación de la Vida. Cristo es esta Vida. Y sólo si Cristo es vida es la muerte lo que el cristianismo proclama ser, a saber, el enemigo que ha de ser destruido, y no un 'misterio' que debe ser explicado". 18

Sí, dice el Espíritu, para que descansen de sus trabajos y que sus obras les sigan. Nuevamente, aquí hay un contraste con la suerte de los adoradores de la bestia, que no tendrán reposo de sus tormentos ni de día ni de noche. Los santos perseverantes son alentados a continuar en fidelidad, pues su reposo eterno viene en camino y sus obras serán recompensadas. La perseverancia bíblica se determina por la recompensa de la eternidad, no por las tribulaciones del momento. La esperanza bíblica trasciende la batalla. Esto no significa que la Biblia ordena un descuido fuera de este mundo de la vida presente; pero tampoco apoya una perspectiva que es solamente, o principalmente, de este mundo. Nuestra tendencia pecaminosa es ir en una dirección, más bien que en la otra, pero Dios nos llama a ser tanto de este mundo como del otro. La fe bíblica nos llama a trabajar en este mundo en favor del dominio con todo nuestro poder (Gén. 1:28; Ecle. 9:10), y al mismo tiempo nos recuerda constantemente nuestra esperanza final, nuestro reposo último.

El Hijo del Hombre, la mies, y la vendimia (14:14-20)

14 Miré, y he aquí una nube blanca; y sobre la nube uno sentado semejante al Hijo del Hombre, que tenía en la cabeza una corona de oro, y en la mano una hoz aguda.
15 Y del templo salió otro ángel, clamando a gran voz al que estaba sentado sobre la nube: Mete tu hoz, y siega; porque la hora de segar ha llegado, pues la mies de la tierra está madura.
16 Y el que estaba sentado sobre la nube metió su hoz en la tierra, y la tierra fue segada.
17 Salió otro ángel del templo que está en el cielo, teniendo también una hoz aguda.
18 Y salió del altar otro ángel, que tenía poder sobre el fuego, y llamó a gran voz al que tenía la hoz aguda, diciendo: Mete tu hoz aguda, y vendimia los racimos de la tierra, porque sus uvas están maduras.
19 Y el ángel arrojó su hoz en la tierra, y vendimió la viña de la tierra, y echó las uvas en el gran lagar de la ira de Dios.
20 Y fue pisado el lagar fuera de la ciudad, y del lagar salió sangre hasta los frenos de los caballos, por mil seiscientos estadios.
14-16 Estos versículos forman el centro de mesa de la sección entera, versículos 6-20. Hemos visto tres ángeles que hacen proclamaciones a la tierra de Israel (v. 6-13); tres más aparecerán, para llevar a cabo acciones simbólicas sobre la tierra (v. 15, 17-20); y en el centro está una nube blanca, y sentado en la nube uno como Hijo del Hombre, teniendo una corona de oro sobre su cabeza. Esta es la conocida Nube de Gloria, con la cual Cristo estaba vestido en 10:1; ahora es blanca, y no oscura como en Sinaí (Éx. 19:16-18; comp. Sof. 1:14-15). La razón de que Juan se refiera a la Nube en este contexto puede discernirse observando la manera en que Juan la conecta con el Hijo del Hombre. La referencia es a la profecía de Daniel tocante a la venida del Mesías a su entronización como Rey universal - una visión que sigue a su profecía de las bestias de siete cabezas y diez cuernos:
Miraba yo en la visión de la noche, y he aquí con las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre, que vino hasta el Anciano de días, y le hicieron acercarse delante de él. Y le fue dado dominio, gloria, y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido. (Dan. 7:13-14)
El argumento de Juan es claro: Que las bestias hagan lo peor que puedan - el Hijo del Hombre ha ascendido en las nubes y recibido el dominio eterno sobre todos los pueblos y naciones. Su reino jamás será destruido; Él nunca tendrá sucesor. Es claro también que ésta es una visión, no de alguna futura venida a la tierra, sino del resultado de la ascensión original de Cristo en las nubes al Padre - la Parusía definitiva. 19 El Hijo del Hombre reina ahora como el segundo Adán, el Rey de reyes. Juan no muestra a Cristo viniendo en la nube, sino de hecho ya sentado en la nube, instalado en su trono celestial. Anteriormente (v. 6), nos mostró a los oficiales israelitas sentados sobre la tierra; en frente de ellos se sienta el Señor Cristo, entronizado en la Nube de Gloria (comp. Sal. 2-2-6).

El Rey no sólo tiene una corona sobre la cabeza, sino también una hoz aguda en la mano. Y salió otro ángel del templo, clamando a gran voz al que estaba sentado en la nube: Mete tu hoz y siega, porque la hora de segar ha llegado, pues la mies de la tierra está madura. El primer ángel de esta tríada repite lo que ha dicho el primer ángel de la otra tríada (v. 7): ¡La hora ha llegado! Sin embargo, esta vez el énfasis cae, no sobre juicio sino sobre bendición, la reunión de los elegidos. Esto también está conectado con la obra del Hijo del Hombre en su Parusía, cuando envía a sus "ángeles", sus mensajeros apostólicos, para reunir a los elegidos (Mat. 24:30-31). La palabra para reunir es, literalmente, "sinagogar"; su significado es que Israel, que rehusó ser sinagoga bajo Cristo (Mat. 23:37-38), será reemplazado por la Iglesia como la nueva sinagoga. Las primeras iglesias eran simplemente "sinagogas" cristianas (Santiago 2:2), y esperaban el día, que se acercaba rápidamente, en que el Israel apóstata sería completamente desheredado, y la Iglesia revelada como la verdadera sinagoga, "reunida" en la forma final del nuevo pacto (2 Tesa. 2:1). Jesús describió el reino de Dios como una gran cosecha (Mar. 4:26-29), y les dijo a sus discípulos: "He aquí os digo: Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya están blancos para la siega. Y el que siega recibe salario, y recoge fruto [comp. Apoc. 14:13], y recoge fruto [comp. Apoc. 14:4] para vida eterna; para que el que siembra goce juntamente con el que siega" (Juan 4:35-36).

En consecuencia, el primer ángel (que representa a sus contrapartes terrenales) llama al Hijo del Hombre para que meta su hoz (mencionada siete veces en este pasaje) y siegue, orando en obediencia al mandamiento de Cristo: "La mies es mucha, mas los obreros pocos. Rogad, pues, al señor de la mies, que envíe obreros a su mies" (Mat. 9:37-38). Desde este trono-nube, el rey contesta la oración de la Iglesia: Metiendo su hoz en la tierra, Él envía obreros; la tierra es segada, y el fruto es traído a su reino. En la Escritura, la imagen de la hoz está conectada con el pentecostés, celebrado después de que el grano había sido cosechado (Deut. 16:9), cuando el Espíritu es derramado en salvación y bendición (Hechos 2).

17-18 Juan regresa al tema del juicio, porque el concomitante de la reunión de la Iglesia es la excomunión de Israel. Génesis 21 registra cómo el reconocimiento de Isaac y el hijo de la promesa requirió la expulsión de Agar y de su hijo, Ismael; y Pablo vio en esta historia una alegoría del rechazo del antiguo Israel y el reconocimiento de la Iglesia como el "heredero de la promesa". Pablo se los explicó a las iglesias de Galacia, que habían sido infiltradas por las enseñanzas del judaísmo: "Está escrito que Abraham tuvo dos hijos; uno de la esclava, el otro de la libre. Pero el de la esclava nació según la carne; mas el de la libre, por la promesa. Lo cual es una alegoría, pues estas mujeres son los dos pactos; el uno proviene del monte Sinaí, el cual da hijos para esclavitud; éste es Agar. Porque Agar es el monte Sinaí en Arabia, y corresponde a la Jerusalén actual, pues ésta, junto con sus hijos, está en esclavitud. Mas la Jerusalén de arriba, la cual es madre de todos nosotros, es libre. ... Así que, hermanos, nosotros, como Isaac, somos hijos de la promesa. Pero como entonces el que había nacido según la carne perseguía al que había nacido según el Espíritu, así también ahora. Mas, ¿qué dice la Escritura? Echa fuera a la esclava y a su hijo, porque no heredará el hijo de la esclava con el hijo de la libre. De manera, hermanos, que no somos hijos de la esclava, sino de la libre" (Gál. 4:22-31). La antigua Jerusalén, la ciudad capital del judaísmo apóstata y perseguidor, fue echada fuera, excomulgada del Pacto, al mismo tiempo que la Iglesia estaba siendo reconocida como la legítima heredera de la promesa. Los cristianos, nacidos del Espíritu, son los verdaderos hijos de la Jerusalén celestial.

Por lo tanto, un segundo ángel sale del templo que está en el cielo para ayudar en la mies con su hoz aguda. Al principio, esto parece simplemente una continuación de la primera cosecha, pero Juan hace un doble cambio, retrocediendo todo el camino hasta el comienzo de esta sección de Apocalipsis para extraer material de sus imágenes de ira. Cristo enseñó a orar a sus discípulos, no sólo por la conversión de Israel, sino también por su destrucción; es por eso que en 6:9-11 vimos a los santos reunidos alrededor del altar de oro de incienso, ofreciendo sus oraciones imprecatorias pidiendo venganza. Poco después de esa escena, al comienzo de las visiones de las trompetas, un ángel tomó el incensario con las oraciones de los santos, lleno con fuego del altar, y lo lanzó a la tierra; "y hubo truenos, y voces, y relámpagos, y un terremoto" (8:3-5). Ahora, al término de la sección de las trompetas, Juan ve al mismo ángel, el que tiene poder, no sólo "sobre fuego", como dice la mayoría de las traducciones, sino sobre el fuego, el fuego que arde en el altar; y este ángel viene específicamente del altar de las oraciones de los santos para hacer juicio, para producir la respuesta histórica al culto y a las oraciones de la Iglesia. Él también ora por la vendimia - pero esta vez será la vendimia de los impíos, las "uvas de la ira" (Joel 3:13 combina de modo similar las imágenes de la mies y la vendimia). Así, este tercer ángel llama al segundo ángel, el que tiene la hoz, y le dice: Mete tu hoz aguda, y reúne los racimos de la viña de la tierra, porque sus uvas están maduras. La viña de Dios, Israel, está madura para el juicio.

Tenía mi amado una viña en una ladera fértil. La había cercado y despedregado y plantado de vides escogidas; había edificado en medio de ella una torre, y hecho también en ella un lagar; y esperaba que diese uvas, y dio uvas silvestres. Ahora, pues, vecinos de Jerusalén y varones de Judá, juzgad ahora entre mí y mi viña. ¿Qué más se podía hacer a mi viña, que yo no haya hecho en ella? ¿Cómo, esperando yo que diese uvas, ha dado uvas silvestres? Os mostraré, pues, ahora lo que haré yo a mi viña: Le quitaré su vallado, y será consumida; aportillaré su cerca, y será hollada. Haré que quede desierta; no será podada ni cavada, y crecerán el cardo y los espinos; y aun a las nubes mandaré que no derramen lluvia sobre ella. Ciertamente la viña de Jehová de los ejércitos es la casa de Israel, y los hombres de Judá planta deliciosa suya. Esperaba juicio, y he aquí vileza; justicia, y he aquí clamor. (Isa. 5:1-7)
19-20 La viña es juzgada: El ángel echa su hoz a la tierra, y recoge la viña de la tierra, y la echa al gran lagar de la ira de Dios para producir la substancia que será vertida de las copas en el capítulo 16. Las repetidas referencias a la tierra (seis veces en los versículos 15-19), combinadas con las imágenes de la viña de la tierra, enfatizan que éste es un juicio de la tierra de Israel. Examinando los extensos antecedentes bíblicos de la idea de la viña, Barrington concluye: "No parece posible suponer que Juan se propusiera aplicar estas palabras a ningún otro país distinto de Israel, ni a ninguna otra ciudad que no fuera Jerusalén. Estas palabras son el eco de las de Juan el Bautista, con las cuales comenzó todo el movimiento profético cristiano. Aun en este momento el hacha está puesta a la raíz del árbol. Lo que es contingente en el Bautista es absoluto en Apocalipsis. Israel ha sido rechazado". 20

Las imágenes de este pasaje están basadas en la profecía de Isaías sobre la destrucción de Edom, donde Dios es descrito como un hombre que exprime las uvas en un lagar. Él explica por qué su túnica está manchada con "jugo":

He pisado yo solo el lagar, y de los pueblos nadie había conmigo; los pisé con mi ira, y los hollé con mi furor; y su sangre salpicó mis vestidos, y manché todas mis ropas. Porque el día de la venganza está en mi corazón, y el año de mis redimidos ha llegado. Miré, y no había quién ayudara, y me maravillé que no hubiera quien sustentase; y me salvó mi brazo, y me sostuvo mi ira. Y con mi ira hollé los pueblos, y los embriagué en mi furor, y derramé en tierra su sangre. (Isa. 63:3-6).
Y fue pisado el lagar fuera de la ciudad, y del lagar salió sangre, hasta los frenos de los caballos, por mil seiscientos estadios. Es desafortunado que traducciones como la New American Stantard Version [en inglés], debido a presuposiciones literalistas, presentan esta medida como una medida norteamericana moderna: doscientas millas. Aunque esa traducción sí proporciona una buena idea de la magnitud del derramamiento de sangre, pasa por alto completamente la importante figura simbólica de mil seiscientos, un número que nuevamente subraya la tierra: cuatro al cuadrado (la tierra), multiplicado por diez al cuadrado (dimensiones). Mil seiscientos estadios es ligeramente mayor que la longitud de Palestina: La tierra entera de Israel está así representada como desbordante de sangre en el venidero juicio nacional: Los ríos de sangre que fluyen se convierten en un gran Mar Rojo, llegando hasta los frenos de los caballos en una recapitulación del derribamiento de los caballos y los carruajes de Faraón (Éx. 14:23, 28; 15:19; comp. el extenso uso de imágenes del Éxodo en el siguiente capítulo). Zacarías había predicho un día en que todas las cosas por toda la tierra serían santas, cuando la tierra sería llena de adoradores puros, cuando SANTO A JEHOVÁ estaría inscrito hasta en "las campanillas de los caballos" de Israel (Zac. 14:20-21). Pero Dios había levantado en el monte de Sión un Israel nuevo y puro, en el cual se cumplirían las promesas. El antiguo Israel se había convertido en apóstata e inmundo, nadando en sangre sus caballos.

El derramamiento de sangre cubre la tierra, pero está fuera de la ciudad. El cumplimiento histórico de esto fue, desde un punto de vista, cuando "Galilea rebosaba de fuego y sangre", cuando las tropas de Vespasiano y de Tito invadieron el país. La tierra entera, excepto Jerusalén, fue cubierta de muerte y devastación.
21 Sin embargo, teológicamente, el cumplimiento de este texto hay que relacionarlo también con el sacrificio de Cristo, porque ese fue el definitivo derramamiento de sangre "fuera de la ciudad". En el sistema sacrificial del Antiguo Testamento, "los cuerpos de los animales cuya sangre era traída al Lugar Santo por el sumo sacerdote como ofrenda por el pecado, eran quemados fuera del campamento. Por lo tanto, Jesús también, para que pudiera santificar al pueblo por medio de su propia sangre, sufrió fuera de la puerta. De aquí que vayamos a Él fuera del campamento, llevando su reproche. Porque aquí no tenemos una ciudad duradera, sino que buscamos la ciudad que ha de venir" (Heb. 13:11-14). Por lo tanto, fuera de la ciudad era el lugar de juicio, donde se disponía de los cuerpos de los animales sacrificados; y era el lugar de juicio, donde la sangre de Cristo fue derramada por el Israel rebelde. En estas imágenes por capas, entonces, la sangre que fluye fuera de la ciudad pertenece a Cristo, sacrificado fuera del campamento; y ha de ser la sangre del Israel apóstata también, echado fuera y excomulgado de "la Jerusalén de arriba" y desheredado por el Padre. He aquí la doctrina de la expiación limitada, y con creces: ¡Fluirá la sangre - si la sangre no es la de Cristo, derramada en nuestro nombre, será la nuestra! "En el año 70 d. C., la viña de Israel fue cortada y pisoteada en el lagar; pero esta destrucción es la culminación de un proceso que había durado más de cuarenta años; comenzó fuera de la ciudad, cuando Uno al cual despreciaron y rechazaron pisó el lagar solo, y del pueblo no hubo nadie con Él. Fue en ese momento cuando Jerusalén cayó". 22


 Notas:

1. Milton Terry, Biblical Apocalyptic: A Study of the Most Notable Revelations of God and of Christ in the Canonical Scriptures (New York: Eaton and Mains, 1898), p. 402.

2. Véase de David Chilton, Paradise Restored: A Biblical Theology of Dominion (Ft. Worth, TX: Dominion Press, 1985), pp. 29-32).

3. Una vez que entendemos que el jardín de Edén estaba sobre una montaña, podemos entender más fácilmente el fundamento de la asombrosa concordancia entre las mitologías de las diferentes culturas. Todas las culturas se originaron en la dispersión en el Monte Ararat, y más tarde en Babel; y llevaron con ellas los recuerdos del paraíso original. Por eso, en toda cultura antigua, hay mitos de la morada de Dios sobre la Montaña Cósmica (por ej., el Monte Olimpo), y la expulsión del hombre del paraíso, y sus intentos por regresar (por ej., la casi universal preocupación por la construcción de torres-jardines,  y montículos; comp. los "bosquecillos" y los "lugares altos" del Israel apóstata). Véase de R. J. Rushdoony, The One and the Many: Studies in the Philosophy of Order and Ultimacy (Tyler: TX: Thoburn Press, [1971] 1978), pp. 36-53; comp. Mircea Eliade, The Myth of the Eternal Return: or, Cosmos and History (Princeton: Princeton University Press, 1954, 1971), pp. 12-17.

4. Philip Barrington, The Meaning of the Revelation (London: SPCK, 1931), p. 237.

5. Terry, p. 404.

6. Terry, p. 404.

7. Barrington, p. 236.

8. J. Stuart Russell, The Parousia: A Critical Inquiry into the New Testament Doctrine of Our Lord´s Second Coming (Grand Rapids: Baker Book House, [1887] 1983), pp. 469s. Puede admitirse que Russell no ha probado su argumento "más allá de cualquier duda razonable". Pero ha establecido claramente por lo menos una relación conceptual (si no dependiente) entre Hebreos 12 y Apocalipsis 14.

9. Véase de David Chilton, Paradise Restored: A Biblical Theology of Dominion (Ft. Worth. TX: Dominion Press, 1985), pp. 90s.

10. Para material adicional sobre el significado de la referencia de Pedro a "Babilonia", véase de J. Stuart Russell, The Parousia, pp. 346ss.

11. Terry, p. 407.

12. Barrington, pp. 248s. Con el sentido británico de lo apropiado, Barrington admite un cierto grado de inquietud en esta traducción.

13. Moses Stuart, A Commentary on the Apocalypse (Andover: Allen, Merrill and Wardwell, 1845), pp. 297s.

14. J. Massyngberde, Revelation: Introduction, Translation, and Commentary (Garden City: Doubleday and Co., 1975), p. 237.

15. Atanasio, On the Incarnation, traducido y editado por la Hermana Penélope Lawson, C. S. M. V. (New York: Macmillan Publishing Co., 1946, 1981), pp. 42s.

16. Eusebio, Ecclesiastical History, viii.ix.5, trad. Christian Frederick Cruse (Grand Rapids: Baker Book House, [n.d.] 1955), p. 328.

17. Ignacio, Epistle to the Remans, iv-vi, ed. y trad. J. B. Lightfoot, The Apostolic Fathers (Grand Rapids: Baker Book House, [1891] 1956), pp. 76s. Sobre la actitud de los cristianos primitivos hacia el martirio, véase de Louis Bouyer, The Spirituality of the New Testament and the Fathers (Minneapolis: The Seabury Press, 1963), pp. 190-210.

18. Alexander Scmemann, For the Life of the World: Sacraments and Orthodoxy (Crestwood, NY: St. Vladimir´s Seminary Press, 1973), pp. 99s.

19. Véase de David Chilton, Paradise Restored: A Biblical Theology of Dominion (Ft. Worth, TX: Dominion Press, 1985), pp. 68ss., 102s.

20. Barrington, p. 256. Sobre el uso que Cristo hacía de la imagen de la viña en sus parábolas, véase de Chilton, Paradise Restored, pp. 76-82.

21. Véase de Josefo, The Jewish War, Book iii.

22. Barrington, p. 261.


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