DÍAS DE RETRIBUCIÓN
Una exposición del libro
de Apocalipsis
Título de la obra en inglés:
Days of Vengeance
Por David Chilton
Tomado de
Freebooks
Parte Uno
1
REY DE REYES
Título y
bendición (1:1-3)
1 La revelación de Jesucristo,
que Dios le dio, para manifestar a sus siervos las cosas que
deben suceder pronto; y la declaró enviándola por medio de su
ángel a su siervo Juan;
2 que ha dado testimonio de
la palabra de Dios, y del testimonio de Jesucristo, y de todas
las cosas que ha visto.
3 Bienaventurado el que lee,
y los que oyen las palabras de esta profecía, y guardan las
cosas en ella escritas; porque el tiempo está cerca.
1. Desde el comienzo,
Juan deja bien claro que su libro revela, devela, descubre,
los propósitos de Dios. No tiene la intención de ser
misterioso o enigmático; de manera enfática, revela su
tema. Específicamente, es la revelación de Jesucristo, que
Dios le dio - en otras palabras, una revelación en la cual
medió nuestro Señor en persona (comp. Heb. 1:2), sobre las
cosas que deben suceder pronto. Por lo tanto, el Apocalipsis
no se ocupa ni del alcance de la historia mundial ni del fin
del mundo, sino de los sucesos que estaban en el futuro para
Juan y sus lectores. Como veremos a través del comentario, el
Libro de Apocalipsis es un "proceso legal de pacto", que
profetiza el derramamiento de la ira de Dios sobre Jerusalén.
Es una profecía del período conocido en la Escritura como "los
últimos días", es decir, los últimos días de la nación de la
alianza, Israel, la "generación" de cuarenta años (Mat. 24:34)
transcurridos desde la ascensión de Cristo (30 d. C.) hasta la
caída de Jerusalén a manos de los romanos (70 d. C.). 1 Predice
sucesos que Juan esperaba que sus lectores vieran muy pronto.
Esto milita claramente contra cualquier interpretación
"futurista" del libro. Los futuristas dicen que Juan estaba
advirtiendo a los cristianos de sus días mayormente sobre
cosas que ellos nunca verían - ¡quiere decir que el Libro de
Apocalipsis ha sido irrelevante por 1.900 años! Afirmar que el
libro es relevante sólo para nuestra generación es
egocéntrico, y contrario al testimonio del libro mismo. Debe
subrayarse que la expresión griega significa claramente lo que
dice, y los que primero leyeron la frase no habrían entendido
que significase ninguna otra cosa (comp. Lucas 18:8; Hechos
12:7; 22:18; 25:4; Rom. 16:20; Apoc. 22:6). Una interpretación
futurista queda refutada en la mera primera frase del
Apocalipsis.
Antes de que sigamos
adelante, debemos notar también que la declaración inicial de
Juan presupone la filosofía bíblica de la historia: Dios es
Señor de todos, tiene un plan abarcante para su creación, y
gobierna cada átomo de la realidad según su plan. Después de
todo, ¿cómo conoce Dios el futuro? La Biblia no indica que
Dios tiene una especie de bola de cristal con la cual percibe
los sucesos futuros. Pensemos en eso. En realidad, no existe
tal cosa como "el futuro", en el sentido de algo "allá afuera"
que puede ser adivinado con el equipo adecuado. Decir que algo
está en el futuro es simplemente decir que todavía no existe.
Entonces, ¿cómo conoce Dios el futuro? La Biblia sólo da una
respuesta: Dios conoce el futuro porque él lo planeó:
Jehová estableció en los cielos
su trono, y su reino domina sobre todos. (Sal. 103:19).
Nuestro Dios está en los
cielos; todo lo que quiso ha hecho. (Sal. 115:3).
Todos los habitantes de la
tierra son considerados como nada; y él hace según su voluntad
en el ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra, y
no hay quien detenga su mano, y le diga: ¿Qué haces? (Dan.
4:35)
En él asimismo tuvimos
herencia, habiendo sido predestinados conforme al propósito
del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad.
(Efe. 1:11)
De este modo, aunque
"el futuro" no existe todavía, es absolutamente cierto y
seguro, porque el Señor todopoderoso del universo lo ha
planeado infaliblemente. Él "da vida a los muertos, y llama a
las cosas que no son, como si fuesen" (Rom. 4:17). Dios conoce
todas las cosas exhaustivamente porque Él planeó todas las
cosas exhaustivamente.
Arthur Pink escribió: "El Señor Dios omnipotente reina. Su
gobierno se ejerce sobre la materia inanimada, sobre las
bestias brutas, sobre los hijos de los hombres, sobre ángeles
buenos y malos, y sobre Satanás mismo. Ningún giro de ningún
mundo, ningún brillo de ninguna estrella, ninguna tormenta,
ningún movimiento de ninguna criatura, ninguna acción de los
hombres, ninguna diligencia de los ángeles, ninguna obra del
diablo -- nada en todo el vasto universo puede ocurrir
sino porque Dios se lo ha propuesto eternamente. Aquí
hay fundamento para la fe. Aquí hay un lugar de descanso para
el intelecto. Aquí hay un ancla para el alma, segura y firme.
No es el destino ciego, la maldad desenfrenada, ni el hombre,
ni el diablo, sino el Señor Todopoderoso, el que gobierna el
mundo, gobernándolo de acuerdo con su propia voluntad y para
su propia gloria eterna". 2
Ahora, Juan dice que
estas cosas en relación con el futuro le fueron "declaradas"
por el ángel. El uso de esta palabra nos dice que la profecía
no debe ser tomada simplemente como "historia escrita por
anticipado". Es un libro de signos, representaciones
simbólicas de sucesos que se acercaban. Los símbolos no han de
entenderse de manera literal. Podemos ver esto en el uso que
hace Juan del mismo término en su evangelio (12:33; 18:32;
21:19). En cada caso, se dice que Cristo "daba a entender" un
suceso futuro mediante una indicación más o menos simbólica,
más bien que por medio de una descripción prosaica y literal.
Y esta es generalmente la forma de las profecías en el
Apocalipsis. Es un libro de símbolos de principio a fin. Como
bien dijo G. R. Besley-Murray: "El profeta desea dejar claro
que él no proporciona fotografías del cielo".3 Esto no
significa que los símbolos son ininteligibles; la
interpretación no es lo que cualquier individuo decida que
sea. Ni, por otra parte, están escritos los símbolos en alguna
especie de código, de manera que todo lo que necesitamos sea
un diccionario o un gramática de simbolismos para "traducir"
los símbolos al español. La única manera de entender el
sistema de Juan es familiarizarse con la Biblia misma.
2-3 Aquí se establece
una importante relación. El versículo 1 nos mostró a
Jesucristo dando la revelación a Juan; ahora Juan dice que él
mismo testifica de la palabra de Dios y del testimonio de
Jesucristo. Así, pues, vemos que Jesús es el pre-eminente
portador del testimonio, testificando a sus siervos; y vemos
también que Juan testifica del testimonio de Cristo. Él puede
hacer esto porque es uno de los siervos de Cristo, y ha venido
a ser como su Maestro. Al dar testimonio, Juan se conforma a
la imagen de Cristo. Estos dos modelos - Cristo y sus siervos
dando un doble testimonio, y los siervos de Cristo llevando su
imagen - ocurren a través de todo el libro, e informarán a
nuestro entendimiento de pasajes como 11:4-12.
Porque este doble
testimonio (el libro de Apocalipsis) es la misma Palabra de
Dios, se pronuncia una bendición - la primera de las siete
"bienaventuranzas" de la profecía (1:3; 14:13; 16:15; 19:9;
20:6; 22:7; 22:14) - sobre los que son fieles a su mensaje.
Notemos la forma específica de la bendición, porque ofrece
otra importante indicación del contenido del libro:
Bienaventurado el que lee y bienaventurados los que oyen. Juan
ha escrito esta profecía, no solamente (ni principalmente)
para la edificación individual, sino para la iglesia en sus
reuniones oficiales de culto. Desdc el principio, el Libro de
Apocalipsis es colocado en un marco litúrgico, en el cual un
lector lee la profecía a la congregación. La palabra griega
para leer se usa a menudo en el Nuevo Testamento para esta
actividad litúrgica (Lucas 4:16; Hechos 13:27; 15:21; 2 Cor.
3:15; Efe. 3:4; Col. 4:16; 1 Tesa. 5:27; 1 Tim. 4:13). El
Libro de Apocalipsis, como veremos, se ocupa mucho de la
liturgia; en realidad, el culto es un tema central de la
profecía. Mostrándonos cómo se hace la voluntad de Dios en el
culto celestial, Juan revela cómo ha de cumplir la iglesia la
voluntad de Él en la tierra.
De la liturgia del
culto especial, salimos al mundo, para servir a Dios en la
liturgia de la vida. Respondemos a la verdad ("Amén") en el
culto especial, y luego respondemos adicionalmente en el culto
general durante toda nuestra vida. Así, la bendición de Juan
no es sólo para el que lee y los que oyen, sino para los que
guardan este mensaje. La meta del libro no es solamente
informarnos de sucesos "proféticos". La meta de la instrucción
apostólica es siempre ética: Está escrita para producir "amor
de un corazón limpio, una buena conciencia, y una fe no
fingida" (1 Tim. 1:5). El Apocalipsis nos da mandamientos para
guardar; y, en particular, los lectores del siglo primero
debían acatar y obedecer su instrucción, pues la crisis estaba
sobre ellos. El tiempo está cerca, advierte Juan, enfatizando
nuevamente la relevancia contemporánea de su profecía. Repite
su advertencia al final del libro (22:6,7,10). El mundo
antiguo estaría pronto en un alboroto de reinos sacudidos y
desmoronados hasta sus cimientos, y los cristianos necesitaban
la Revelación como una guía estable durante el período de
dramáticos cambios que habría de venir. El fin del mundo se
acercaba - no la destrucción del universo físico, sino el del
antiguo orden mundial, el gobierno del mundo alrededor del
santuario central en Jerusalén. Dios había establecido una
nueva nación, un nuevo sacerdocio, una nueva humanidad que
adorara en un nuevo santuario. La Casa de Dios se acercaba a
su terminación, y la morada antigua y provisional, como un
andamiaje, estaba a punto de ser quitada.
Salutación y
doxología (1:4-8)
4 Juan, a las siete iglesias que están en Asia: Gracia
y paz a vosotros, del que es y que era y que ha de venir, y de
los siete espíritus que están delante del trono;
5 y de Jesucristo el testigo fiel, el primogénito
de los muertos, y el soberano de los reyes de la tierra. Al que
nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre,
6 y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su
Padre; a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos.
Amén.
7 He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le
verá, y los que traspasaron; y todos los linajes de la tierra
harán lamentación por él. Sí, amén.
8 Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin, dice
el Señor, el que es y que era y que ha de venir, el
Todopoderoso.
4-6 Juan dirige su profecía a las siete
iglesias en Asia. De las descripciones que siguen (capítulos
2-3), es obvio que Juan definidamente está pensando en estas
iglesias. La idea propagada por C. I. Schofield y otros de que
estas iglesias representan "siete fases de la historia espiritual
de la iglesia" 4 es una mera ficción, sin ninguna evidencia objetiva,
y está aplicada de manera totalmente arbitraria y selectiva. Hay
por lo menos tres presuposiciones falaces sostenidas por los que
abogan por esta doctrina.
Primera, la doctrina de las "siete épocas" presupone que el
Libro de Apocalipsis cubre toda la historia de la iglesia, de
principio a fin. Al defender su punto de vista, Schofield dice:
"Es increíble que no haya un concepto como éste en una profecía
que cubre el período de la iglesia". 5 Muy cierto,
quizás; pero, ¿quién dice que el Libro de Apocalipsis abarca la
historia de la iglesia? Juan ciertamente no lo dice. Sólo afirma
que la profecía abarca "las cosas que deben suceder pronto"
(1:1), y que el tiempo del cual la profecía habla está cerca
(1:3). Así, pues, la presuposición más básica de las "siete
épocas" es completamente falsa.
La segunda presuposición sostiene que la
iglesia terminará en derrota y en apostasía: Se supone que la
iglesia laodicense, tibia, virtualmente apóstata, de la cual
Cristo no tiene nada bueno que decir (3:14-22), simboliza la
iglesia de Jesucristo al final de los tiempos. (Un corolario de
este punto de vista es que "los últimos días" de que se habla en
las Escrituras, en los cuales la apostasía es rampante, son los
verdaderos últimos días de la historia de la tierra). El hecho
de que la iglesia termina en victoria y en triunfo es, por
supuesto, lo que este comentario se propone demostrar; así que
no es necesario decir nada más aquí. Pero es importante notar
que la idea de la apostasía al final de los tiempos es una presuposición
del punto de vista de las "siete épocas", y los que la sostienen
están suponiendo lo que quieren demostrar.
La tercera presuposición, por supuesto, es
la de que nosotros estamos viviendo en la última etapa
de la iglesia (nuevamente, debemos notar que esta gente son a
menudo incapaces de imaginarse a sí mismos viviendo en cualquier
época que no sea el clímax de la historia). Esta presuposición
es errónea. Las profecías de la gloriosa condición de la
iglesia, que se han de cumplir antes del regreso de Cristo,
están lejos de haberse cumplido. Probablemente nos quedan miles
de años antes del fin. Y, aunque está de moda que los modernos
intelectuales cristianos hablen de nuestra civilización como
"post-cristiana", deberíamos darle vuelta a esta afirmación y
convertirla en bíblicamente exacta: Nuestra cultura no es
post-cristiana - nuestra cultura es todavía mayormente pre-cristiana!
6
Por lo tanto, aunque no podemos decir que
las siete iglesias representan siete épocas en la historia de la
iglesia, hay un punto importante que debe observarse aquí. El
hecho de que se mencionen siete iglesias en un libro lleno de
símbolos numéricos no debería pasarse por alto. En las
Escrituras, siete es el número que indica plenitud
cualitativa, la naturaleza esencial de una cosa (como diez
indica la calidad de "mucho", una plenitud de cantidad);
aquí representa el hecho de que el Apocalipsis está destinado a
la iglesia entera en todo tiempo. Los mensajes a las iglesias de
Asia han de aplicarse a todos, así como las cartas de Pablo a
los romanos y a los filipenses tienen significación mundial.
Pero en nuestra aplicación de estas cartas, debemos tener
cuidado de no arrancarlas de su contexto histórico. 7
Juan usa la bendición característica de los
apóstoles: gracia (el favor de Dios concedido a los que, aparte
de Cristo, merecen la ira) y paz (el estado de reconciliación
permanente con Dios por medio de la expiación de Cristo). Estas
bendiciones, dice, son de cada miembro de la Deidad: el Padre,
el Espíritu Santo, y el Hijo. Cada uno de los tres participa
plena e igualmente en extender la gracia y la paz a los
elegidos. El Padre nos escogió desde antes de la fundación del
mundo, y envió a su Hijo a redimirnos; el Hijo, en nuestro
lugar, vivió una vida perfecta en obediencia a la Ley, y pagó la
pena completa por nuestros pecados; y el Espíritu aplica la obra
del Padre y el Hijo a través de la regeneración y la
santificación. El resumen adecuado de todo lo que Dios ha hecho
por nosotros está contenido en estas palabras: gracia y paz.
Las personas de la Trinidad se nombran aquí
en orden litúrgico (para distinguirlo del orden teológico).
La explicación de Michael Wilcocks es muy útil: "La visión de
Juan le va a llevar al santuario celestial, del cual el
Tabernáculo judío era copia y sombra (Heb. 8:5); y quizás el
orden desusado de la Trinidad aquí (Padre, Espíritu, Hijo)
corresponde al plan del santuario terrenal, en el cual el arca
en el Lugar Santísimo representa el trono de Dios, el candelabro
de los siete brazos en el Lugar Santo delante de él representa
al Espíritu 8 , y en el atrio delante está el altar, con su
sacerdote y sus sacrificios, ambos representando, por supuesto,
la obra redentora de Cristo". 9
La salutación es una clara expresión de la
fe trinitaria - que más tarde fue forjada en forma de credo en
los concilios de Nicea (325 d. C.) y de Constantinopla (381),
pero ciertamente explícita en la enseñanza de la Biblia. 10 La doctrina de
la Trinidad es que hay un solo Dios (una persona) que es tres
personas distintas - el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo - y
que cada una de estas personas es Dios en sí mismo. No hay tres
Dioses - sólo Uno. Y sin embargo, estas tres Personas no son
diferentes maneras o modos en que Dios se nos da a conocer, ni
deben confundirse las unas con las otras; son tres Personas distintas.
Cornelius Van Til lo expresa tan claramente como cualquier otro:
"Cada uno de ellos, el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo, es
una personalidad, y juntos constituyen el Dios exhaustivamente
personal. Hay una interacción eterna, interna, y auto-consciente
entre las tres personas de la Deidad. Son co-sustanciales. Cada
una es tan Dios como las otras dos. El Hijo y el Espíritu no
derivan su existencia del Padre. La diversidad y la unidad en la
Deidad son por lo tanto igualmente esenciales; son
exhaustivamente correlativos entre sí y no correlativos con nada
más". 11
Lo que esto significa es que Dios no es
"básicamente" uno, derivándose las Personas individuales de la
unicidad; ni es Dios "básicamente" tres, siendo secundaria la
unidad de las Personas. Ni es la unicidad de Dios o su
"trunidad" cada una anterior a la otra; ambas son básicas. Dios
es Uno, y Dios es Tres. Hay tres Personas distintas,
individuales, cada una de las cuales es Dios. Pero hay sólo Un
Dios. 12 Para ponerlo en un lenguaje más filosófico, la unidad
(unicidad) y la diversidad (triunicidad, individualidad) de Dios
son igualmente definitivas. Dios es básicamente Uno y
básicamente Tres al mismo tiempo. 13
Primero, Juan describe al Padre: El que es,
y que era, y que ha de venir. Philip Barrington ha captado el
espíritu de su expresión, que es griego atroz, pero excelente
teología: El Que Es, y El Que Era, y El Que Ha de Venir. 14 Dios es eterno
e inmutable (Mal. 3:6); como los cristianos primitivos se
enfrentaban a lo que les parecía un futuro incierto, tenían que
tener delante de ellos la absoluta certeza del eterno gobierno
de Dios. Dios no está a merced de un ambiente; Él no es definido
por ninguna condición externa; todas las cosas existen en
términos de su Palabra infalible. Amenazados, opuestos, y
perseguidos por los que estaban en el poder, sin embargo habrían
de regocijarse en el conocimiento de su eterno Dios que "ha de
venir", el que viene continuamente en juicio contra sus
adversarios. La venida de Dios se refiere, no simplemente al fin
del mundo, sino a su incesante gobierno sobre la historia. Él
viene una y otra vez a librar a su pueblo y a juzgar a los
impíos. 15
Segundo, Juan habla del Espíritu Santo como
de los siete espíritus que están delante de Su trono. Aunque
algunos han tratado de ver esto como una referencia a siete
ángeles, es inconcebible que la gracia y la paz puedan
originarse en alguien aparte de Dios. La Persona de la cual se
habla aquí está claramente en pie de igualdad con el Padre y el
Hijo. La descripción del Espíritu Santo aquí (como también en
3:1; 4:5; 5:6), se basa en Zacarías 4, donde el profeta ve a la
iglesia como un candelabro con siete lámparas, alimentadas, sin
intervención humana, por un flujo incesante de aceite a través
de "siete tubos para las siete lámparas" (vers. 2) - cuya
interpretación es, como le dice Dios a Zacarías: "No con
ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu" (vers. 6). El
llenamiento y la obra capacitadora del Espíritu Santo en la
iglesia se describen, pues, en términos del número siete,
para simbolizar la plenitud y la calidad de completo. Así ocurre
aquí en el Apocalipsis: "A las siete iglesias ... gracia
y paz a vosotros ... de los siete espíritus". Y la obra
del Espíritu en la iglesia tiene lugar en términos del dominio y
la majestad de Dios, delante de su trono. De hecho, esto es un
marcado énfasis en el libro de Apocalipsis: La palabra trono
ocurre aquí cuarenta y seis veces (el libro del Nuevo Testamento
que más se acerca a ese número es el evangelio de Mateo, donde
se usa sólo cinco veces). El Apocalipsis es un libro, sobre
todo, acerca de gobierno: revela a Jesucristo como el Señor de
la historia, que restaura su pueblo al dominio por medio del
poder del Espíritu Santo.
La palabra trono se usa
particularmente en las Escrituras para referirse a la corte
oficial de Dios, donde recibe adoración oficial de su
pueblo en sábado. 16 La visión entera de Apocalipsis fue vista en el
día del Señor (1:10) - el día cristiano de culto oficial
corporativo; y toda la acción en el libro se centra en la
adoración alrededor del trono de Dios. Juan quiere que veamos
que el culto público y oficial del Señor Soberano es central a
la historia - la historia tanto como un todo como en sus partes
constitutivas (es decir, su vida y la mía). El Espíritu comunica
gracia y paz a las iglesias, en el sentido especial, por medio
del culto público. Hasta podemos decir esto: No podemos tener
una continuada comunión con Dios, y recibir bendiciones de él,
sin el culto público de la iglesia, el "lugar" de acceso al
trono. El Espíritu trabaja en individuos, sí - pero no trabaja
sin la iglesia. Su obra corporativa e individual pueden
distinguirse, pero no pueden separarse. La idea de que podemos
tener comunión con Dios, aunque separados de la iglesia y del
culto corporativo del cuerpo de Cristo, es una idea
completamente pagana, totalmente extraña a las Sagradas
Escrituras. La Iglesia, como tal, recibe gracia y paz
del Espíritu séptuple; y está continuamente delante del
trono, la esfera especial de Su ministerio.
"Nuestras vidas son congestionadas y
ruidosas. Es fácil pensar que la Iglesia y los sacramentos
compiten con el otro mundo de la vida diaria por nuestra
atención, llevándonos a alguna otra vida - secreta, enrarecida,
y remota. Haríamos mejor en pensar en ese mundo diario y
práctico como algo incomprensible e inmanejable, a menos y hasta
que podamos acercarnos a él sacramentalmente por medio de
Cristo. De lo contrario, la naturaleza y el mundo estarán más
allá de nuestro alcance; el tiempo también, el tiempo que se
lleva todas las cosas en un fluir sin sentido, haciendo que los
hombres se desesperen a menos que vean en él el modelo de la
acción de Dios, reflejado en el año litúrgico, el necesario
camino a la Nueva Jerusalén". 17
El tercer miembro de la Deidad (en este
orden litúrgico) es Jesucristo, al cual se refiere Juan con tres
designaciones: el testigo fiel, el primogénito de los muertos, y
el soberano de los reyes de la tierra. R. J. Rushdoony ha
señalado con vigor cómo el término testigo (mártir, en griego)
ha adquirido connotaciones ajenas al significado original de la
palabra: "En la Biblia, el testigo es aquél que trabaja para
hacer cumplir la ley y ayuda en su ejecución, incluyendo la
ejecución de la pena de muerte. 'Mártir' ahora ha venido a
significar exactamente lo opuesto, es decir, el que es
ejecutado, más bien que el que ejecuta, el que es perseguido,
más bien que el que es central en la perseución. El resultado es
un serio error en la lectura de las Escrituras. ... La
significación de Jesucristo como 'el testigo fiel y verdadero'
es la de que Él no solamente testifica contra los que están en
guerra contra Dios, sino que también los ejecuta.... Por lo
tanto, Jesucristo testifica contra todo hombre y toda nación que
establezca su vida sobre cualquier otra premisa que no sea el
Dios soberano y trino, y su infalible y absoluta palabra-ley". 18
El tema de Cristo como el Testigo
preeminente es importante en Apocalipsis, como observamos
arriba, en el versículo 2. Como un modo de suplementar el
análisis de Rushdoony, podemos observar que un aspecto central
del testimonio de Cristo fue su muerte a manos de testigos
falsos. Los que en este libro dan testimonio en su imagen lo
harán también a costa de sus vidas (6:9; 12:11). La moderna
connotación de la palabra mártir no es, pues, tan
inverosímil o antibíblica como podría parecerlo a primera vista;
pero es necesario, como ha mostrado Rushdoony, recordar el
significado básico del término.
Jesús es también el Primogénito de los
muertos. Por medio de su resurrección de entre los muertos, Él
ha alcanzado la supremacía, teniendo "la preeminencia en todo"
(Col. 1:18). Como dijo Pedro en el día de Pentecostés: "A este
Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos.
Así que, exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido
del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que
vosotros veis y oís. Porque David no subió a los cielos; pero él
mismo dice: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra,
hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies.
Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este
Jesús a quien vosotros crucificásteis, Dios le ha hecho Señor y
Cristo" (Hechos 2:32-36). Dios cumplió la promesa que había
hecho mucho antes: "Yo también le pondré por primogénito, el más
excelso de los reyes de la tierra" (Sal. 89:27).
Obviamente, Juan tenía en mente este pasaje
de los Salmos, porque la siguiente designación que le da a
nuestro Señor es la de Soberano de los reyes de la tierra. La
prioridad y la soberanía de Cristo están por encima de todo. No
"sólo" es el Salvador, esperando un futuro suceso cataclísmico
antes de convertirse en Rey; él es el Rey universal ahora, en
esta época - y está sentado a la mano derecha de su Padre
mientras todos sus enemigos están siendo puestos bajo sus pies.
Este proceso de asumir el dominio sobre toda la tierra en
términos del título a que tiene derecho está teniendo lugar en
este momento, y ha estado teniendo lugar siempre desde que
resucitó de entre los muertos. Como Primogénito ( ¡y
unigénito!), Cristo posee los derechos soberanos de toda la
creación: "Toda potestad me es dada en el cielo y en la
tierra", afirmó (Mat. 28:18). Todas las naciones le han sido
concedidas como herencia, y los reyes de la tierra están bajo
una orden tribunalicia para someterse a él (Sal. 2:8-12).
Comentando el título de Cristo como soberano de los reyes de la
tierra, William Symington escribió: "Las personas que aquí se
supone que están sujetas a Cristo son reyes, gobernantes
civiles, supremos y subordinados, todos los que tienen autoridad
civil, ya sean en las ramas legislativa, judicial, o ejecutivas
del gobierno. De los tales, Jesucristo es Príncipe; - soberano,
señor, jefe, el primero en poder, autoridad, y dominio". 19
De hecho, ésta es precisamente la razón de
la persecución de los cristianos por parte del estado. Por el
evangelio, Jesucristo ha declarado su absoluta soberanía y
dominio sobre los gobernantes y las naciones de la tierra. Ellos
tienen una alternativa: O someterse al gobierno y a la ley de
Jesucristo, aceptando sus términos no negociables de rendición y
paz, o ser hechos añicos por la vara de su ira. Una posición
tal, audaz e inflexible, es una afrenta a la dignidad de
cualquier humanista que se respete a sí mismo - mucho más para
los gobernantes que están acostumbrados a considerarse dioses
que caminan sobre la tierra. Quizás a este Cristo pueda
permitírsele un lugar en el panteón, junto con el resto de
nosotros los dioses; pero que sus seguidores le proclamen como
Señor sobre todos, cuya ley es obligatoria para todos los
hombres, cuyos estatutos llaman a juicio las leyes y decretos de
las naciones - es demasiado; es inexcusable, y no puede ser
permitido.
Por supuesto, habría sido mucho más fácil
que los primeros cristianos hubiesen predicado la popular
doctrina de retirada de que Jesús es Señor del "corazón", que Él
tiene que ver con las conquistas "espirituales" (o sea, no
terrenales), pero que no le interesan en lo más mínimo las
cuestiones políticas; que Jesús se contenta con ser "Señor" en
el ámbito del espíritu, mientras César es Señor en todos los
demás lugares (es decir, donde a nosotros nos parece que
realmente importa). Esta doctrina no habría sido ninguna amenaza
en absoluto para los dioses de Roma. De hecho, ¡César no podría
pedir una religión más cooperadora! Un cristianismo desdentado e
impotente es una mina de oro para el estatismo: Mantiene la
atención de los hombres enfocada en las nubes mientras el estado
les vacía sus bolsillos y les roba sus hijos.
Pero la iglesia primitiva no era consciente
de esta enseñanza escapista. En vez de eso, enseñaba la doctrina
bíblica del señorío de Cristo - que Él es Señor de todos,
"Soberano de los reyes de la tierra". Era esto lo que
garantizaba su persecución, su tortura, y su muerte a manos del
estado. Y era esto también lo que garantizaba su victoria en
última instancia. Porque Jesús es Señor universal, toda
oposición a su gobierno está condenada al fracaso, y será
aplastada. Porque Cristo es Rey de reyes, a los cristianos se
les aseguran dos cosas: guerra a muerte contra todos los
supuestos dioses; y el triunfo completo de la fe cristiana sobre
todos sus enemigos.
Por esta razón, Juan prorrumpe en una
doxología de alabanza a Jesucristo, que nos ama y nos libró de
nuestros pecados por medio del rescate de su propia sangre, y
nos ha hecho reyes y sacerdotes para Dios y su Padre; a Él sea
la gloria y el dominio por siempre jamás. No sólo hemos sido
redimidos de nuestra esclavitud, sino que hemos sido
constituídos reyes y sacerdotes. El reino ha comenzado; los
cristianos ahora reinan con Cristo (Efe. 1:20-22; 2:6; Col.
1:13), y nuestro dominio aumentará a través del mundo (Apoc.
5:9-10). Somos un sacerdocio victorioso, que pone bajo su
gobierno todas las áreas de la vida.
7-8 El versículo 7 anuncia el tema del
libro, que no es la Segunda Venida de Cristo, sino más bien la
Venida de Cristo en juicio sobre Israel, para establecer la
iglesia como el nuevo reino. Viene con las nubes, proclama Juan,
usando una de las más familiares imágenes bíblicas de juicio
(comp. Gén. 15:17; Éx. 13:21-22; 14:19-20, 24; 19:9, 16-19; Sal.
18:8-14; 104:3; Isa. 19:1; Eze. 32:7-8; Mat 24:30; Mar. 14:62;
Hech. 2:19). Esta es la nube de gloria, el carruaje celestial de
Dios por medio del cual Él anuncia su presencia. 20 La nube es una
revelación de su trono, pues Él viene a proteger a su pueblo y a
destruir a los impíos. Una de las más llamativas descripciones
de la "venida de Dios en las nubes" aparece en la profecía de
Nahum contra Nínive (Nah. 1:2-8):
Jehová es Dios celoso y vengador;
Jehová es vengador y lleno de indignación; se venga de sus
adversarios, y guarda enojo para sus enemigos. Jehová es tardo
para la ira y grande en poder, y no tendrá por inocente al
culpable. Jehová marcha en la tempestad y el torbellino, y las
nubes son el polvo de sus pies. Él amenaza al mar, y lo hace
secar, y agosta todos los ríos; Basán fue destruido, y el
Carmelo, y la flor del Líbano fue destruida. Los montes
tiemblan delante de él, y los collados se derriten; la tierra
se conmueve a su presencia, y el mundo, y todos los que en él
habitan. ¿Quién permanecerá delante de su ira? ¿y quién
quedará en pie en el ardor de su enojo? Su ira se derrama como
fuego, y por él se hienden las peñas. Jehová es bueno,
fortaleza en el día de la angustia; y conoce a los que en él
confían. Mas con inundación impetuosa consumirá a sus
adversarios, y tinieblas perseguirán a sus enemigos.
Su venida en las nubes, pues, trae juicio y
liberación en la historia; no hay razón, ni en el uso general
bíblico ni en su contexto inmediato aquí, para suponer que se
quiere significar el fin literal del mundo físico (aunque el
sentido puede ciertamente aplicarse al Día Final también). Juan
está hablando del hecho, subrayado por los apóstoles a través
del período de los "últimos días", de que la crisis se acercaba
rápidamente: Como Él había prometido, Cristo vendría contra la
presente generación "en las nubes", en juicio airado contra el
Israel apóstata (Mat. 23-25). Y todo ojo le verá, y los que le
traspasaron (los gentiles, Juan 19:34, 37): Los crucificadores
le verían viniendo en juicio - esto es, experimentarían
y comprenderían que su venida significaría ira en la
tierra (comp. el uso de la palabra en Mar. 1:44, Luc. 17:22;
Juan 3:36; Rom. 15:21). El Señor había usado la misma
terminología de su venida contra Jerusalén al fin de aquella
generación (Mat. 24:30), y hasta había advertido al sumo
sacerdote: "Veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del
poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo" (Mat. 26:64).
En otras palabras, los apóstatas de aquella generación malvada
entenderían el significado de la Ascensión de Cristo, la
definitiva venida del Hijo del Hombre, el segundo Adán (Dan.
7:13). En la destrucción de su ciudad, su civilización, su
templo, todo el orden de su mundo, entenderían que Cristo había
ascendido a su trono como Señor del cielo y de la tierra. Verían
que el Hijo del Hombre había venido al Padre.
Jesús había dicho también que "lamentarán todas las tribus de la
tierra" en el día de su venida (Mat. 24:30), que "allí será el
lloro y el crujir de dientes" (Mat. 24:51). Juan repite esto
como parte del tema de su profecía: todas las tribus de
la tierra [los judíos] se lamentarán por él. Tanto Jesús como
Juan reinterpretaron esta expresión, tomada prestada de Zacarías
12:10-14, donde ocurre en un contexto original del lamento y el
arrepentimiento de Israel. Pero Israel había pasado el punto de
donde podía regresar; su lamento no sería de arrepentimiento,
sino de pura agonía y terror.
Y, sin embargo, esto no niega las promesas
en el libro de Zacarías. La verdad es que, por medio del juicio
de Cristo sobre Israel, por medio de la excomunión de Israel, el
mundo será salvo; y, por medio de la salvación del mundo, Israel
mismo se volverá nuevamente al Señor y será salvo (Rom.
11:11-12, 15, 23-24). Porque Cristo viene en las nubes, en la
historia, juzgando a los hombres y a las naciones, la tierra es
redimida. Cristo viene, no simplemente para juicio, sino para
juicio que es para salvación. "Luego que hay juicios tuyos sobre
la tierra, los moradores de la tierra aprenden justicia" (Isa.
26:9). Desde el principio, el propósito último de la venida de
Cristo ha sido redentor: "Porque no envió Dios a su Hijo al
mundo para condenar al mundo, sino para el mundo sea salvo por
él" (Juan 3:17). Cristo "viene con las nubes" en juicios
históricos para que el mundo conozca al Señor Dios como la
Fuente y la Meta eterna e inmutable de toda la historia (Rom.
11:36), el Alfa y la Omega, la A y la Z (comp. Isa. 44:6), el
que es y que era, el que ha de venir, el eterno Origen y la
eterna Consumación de todas las cosas. Todopoderoso es la
traducción corriente de la palabra griega Pantokratôr,
que significa el que tiene todo el poder y gobierna sobre
todo, el equivalente en el Nuevo Testamento de la
expresión del Antiguo Testamento Señor de los Ejércitos, el
"capitán de los ejércitos" (significando los ejércitos de
Israel, o los ejércitos del cielo compuestos por
estrellas/ángeles, o los ejércitos de las naciones paganas, a
las cuales Dios usaba para derramar su ira sobre su pueblo
desobediente). Cristo estaba a punto de demostrarle a Israel y
al mundo que él, Cristo, había ascendido al trono como
Gobernante Supremo.
Jesucristo,
trascendente e inmanente (1:9-16)
9 Yo, Juan, vuestro hermano, y
copartícipe vuestro en la tribulación, en el reino y en la
paciencia de Jesucristo, estaba en la isla llamada Patmos, por
causa de la palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo.
10 Yo estaba en el Espíritu
en el día del Señor, y oí detrás de mí una gran voz, como de
trompeta,
11 que decía: Yo soy el Alfa
y la Omega, el primero y el último. Escribe en un libro lo que
ves, y envíalo a las siete iglesias que están en Asia: a
Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia, y
Laodicea.
12 Y me volví para ver la
voz que hablaba conmigo; y vuelto, vi siete candeleros de oro,
13 y en medio de los siete
candeleros, a uno semejante al Hijo del Hombre, vestido de una
ropa que llegaba hasta los pies, y ceñido por el pecho con un
cinto de oro.
14 Su cabeza y sus cabellos
eran blancos como blanca lana, como nieve; sus ojos como llama
de fuego;
15 y sus pies semejantes al
bronce bruñido, refulgente como en un horno, y su voz como
estruendo de muchas aguas.
16 Tenía en su diestra siete
estrellas; de su boca salía una espada aguda de dos filos; y
su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza.
9 En este notable
versículo tenemos un resumen conciso de la visión mundial de
Juan, su perspectiva fundamental de lo que se trata la vida.
Esta visión contrasta fuertemente con los puntos de vista de
la moderna teología evangélica y dispensacionalista
norteamericana, que sostiene que (1) no hay tribulación para
el cristiano, (2) que Cristo no tiene un reino en esta era, y
(3) ¡que no se requiere ni se espera que el cristiano
persevere! Pero, para Juan y sus lectores, la vida sí
involucraba estas cosas. Por supuesto, la tribulación no es la
historia entera de la vida cristiana; ni sufre la Iglesia
idénticamente en todos los tiempos o lugares. Al apoderarse el
evangelio del mundo, al asumir los cristianos el dominio, la
tribulación disminuye. Pero es un absoluto disparate (y
una maldad absoluta ) que los cristianos supongan que de
alguna manera son inmunes a todo sufrimiento. Jesús había
advertido a sus discípulos que la tribulación, el sufrimiento,
y la persecución vendrían (Juan 15:18-20; 16:33; 17:14-15).
Sin embargo, más
particularmente, Juan está pensando en un período especial de
dificultades; no sólo tribulación en general, sino la
Tribulación, el tema de muchos escritos apostólicos al avanzar
hasta llegar a su clímax el tiempo de los últimos días (1
Tesa. 1:6; 3:4; 2 Tesa. 1:4-10; 1 Tim. 4:1-3; 2 Tim. 3:1-12).
Durante este período de trastornos políticos y sociales, la
apostasía y la persecución estallaron con furia, como Jesús lo
había predicho (Mat. 24:4-13). Los cristianos sufrieron mucho;
y sin embargo, tenían el conocimiento cierto de que la
Tribulación no era sino el preludio del firme establecimiento
del reino de Cristo sobre la tierra. Pablo y Bernabé habían
alentado a otros cristianos de Asia a permanecer en la fe,
recordándoles que "es necesario que a través de muchas
tribulaciones entremos en el reino de Dios" (Hech. 14:22). Lo
que daba sentido a su sufrimiento era que era en Cristo Jesús,
en unión con el sufrimiento de Él; como escribió Pablo: "Ahora
me gozo en lo que padezco por vosotros, y cumplo en mi carne
lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que
es la iglesia" (Col. 1:24).
Así, pues, la visión
mundial de Juan no involucra sólo tribulación. Él también está
en el reino ... en Cristo Jesús. Como vimos más arriba (v.
5-6), la doctrina del Nuevo Testamento, basada en pasajes del
Antiguo Testamento como Daniel 2:31-45 y 7:13-14, es la de que
el Reino ha llegado en la Primera Venida de Jesucristo. Desdc
su ascensión al trono, él ha estado reinando "sobre todo
principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre
que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el
venidero; y sometió todas las cosas bajo sus pies" (Efe.
1:21-22; comp. Mar. 1:14-15; Mat. 16:28; 28:18; Hech. 2:29-36;
Col. 1:13). Si todas las cosas están ahora sometidas bajo sus
pies, ¿qué más podría añadirse a su señorío? Por supuesto, los
"principados y autoridades" deben todavía ser abatidos; de eso
trata gran parte de la profecía de Juan. Pero, en principio, y
definitivamente, el Reino ha llegado. Esto significa que no
tenemos que esperar ningún futuro suceso redentor o
escatológico antes de que podamos efectivamente asumir el
señorío sobre la tierra. El señorío del pueblo de Dios por
todo el mundo será simplemente el resultado de un progresivo
desarrollo de lo que Cristo mismo ya ha logrado. Juan quería
que sus lectores comprendieran que estaban tanto en la Gran
Tribulación como en el Reino - que, de hecho, estaban
en la Tribulación precisamente porque el Reino había llegado
(Dan. 7:13-14). Estaban en una guerra, combatiendo por la
victoria del Reino (Dan. 7: 21-22), y por eso necesitaban el
tercer elemento de la visión mundial de Juan: perseverancia en
Cristo Jesús. Perseverancia es una importante palabra en el
mensaje de Apocalipsis, y Juan la usa siete veces (1:9;
2:2,3,19; 3:10; 13:10; 14:12).
Aquí también hay un
contraste radical con mucho del moderno dispensacionalismo.
Debido a que la versión diluída del cristianismo de moda en la
Norteamérica contemporánea en la actualidad rechaza los
conceptos del reinado y señorío de Cristo, 21 también rechaza la
enseñanza bíblica de la perseverancia - ¡y el resultado
predecible es que comparativamente pocos conversos del
evangeliquismo moderno pueden permanecer siquiera en esa
fe que exige tan poco! 22 La popular doctrina de la "seguridad eterna" es
sólo y a lo sumo una verdad a medias: le da a la gente una
base no bíblica para la seguridad (por ejemplo, el hecho de
que caminaron por el pasillo durante una reunión de
reavivamiento, etc.), más bien que la clase de seguridad
proporcionada en las Escrituras - la seguridad relacionada con
la perseverancia (comp. 1 Juan 2:3-4). La Biblia enseña, no
simplemente que somos preservados, sino también que
perseveramos hasta el fin (véase Juan 10:28-29; Rom. 8:35-39;
2 Cor. 13:5; Fil. 1:6; 2:12-13; Col. 1:21-23; 2 Ped. 1:10).
Juan les dice a los
sufrientes pero reinantes y perseverantes cristianos de Asia
que él es su hermano y compañero en todas estas cosas,
inclusive ahora en exilio en la isla de Patmos. Este exilio
era un castigo por su actividad apostólica, pero el lenguaje
en que él lo expresa es interesante: A causa de la Palabra de
Dios y el testimonio de Jesucristo. Juan no dice que está
preso en una roca en el mar a causa de su propio testimonio
sobre Cristo, sino a causa de la Palabra de Dios y el
testimonio de Jesús. Juan sufre porque Dios ha hablado, porque
Jesús ha testificado. Cristo el testigo fiel ha dado
testimonio contra los pretendidos dioses de esta era, y ellos
se han vengado encarcelando al apóstol. Es por esto por lo que
la Tribulación y el Reino y la perseverancia de la que todos
estos creyentes participan son en Cristo Jesús: Su testimonio
ha decidido el curso de la historia.
10 Cuando Juan dice
que él estaba en el Espíritu en el día del Señor, no quiere
decir que se sentía bien. La expresión no tiene nada que ver
con su actitud personal, subjetiva, o su estado de ánimo, sino
que se refiere a una experiencia definida. Este es lenguaje
profético técnico (Mat. 22:43; comp. Núm. 11:25; 2 Sam. 23:2,
Eze. 2:2; 3:24; 2 Ped. 1:21), y se refiere al hecho de que el
autor es un apóstol inspirado, que recibe revelación, al ser
admitido a la cámara del concilio celestial. 23
Juan nos dice que vio
esta visión en el día del Señor. El origen de este importante
término se remonta al primer sábado, cuando Dios reposó de la
creación (Gén. 2:2-3). El término reposo en la
Escritura a menudo se refiere a Dios sentado en su trono como
Juez, recibiendo la adoración de sus criaturas (1 Crón. 28:2;
Sal. 132:7-8, 13-14; Isa. 11:10; 66:1). Este sábado original
era el prototipo del "día del Señor" en la Escritura, el día
del juicio. El sábado semanal en Israel era una reproducción
(y una pre-representación) del primer y final Día del
Señor, 24 en el cual el pueblo se reunía para juicio,
ejecución, la declaración oficial del perdón, y la
proclamación de la palabra del Rey. También para nosotros,
este es el significado del día del Señor, cuando venimos
delante del trono de Dios para ser perdonados y restaurados,
escuchar su palabra, y estar en comunión con Él (en un sentido
general - y no exactamente en el sentido especial en
que Juan la usa aquí - todos los cristianos están "en el
Espíritu" en el día del Señor: En adoración, todos somos
arrebatados hasta el salón del trono de Dios). 25 El día del Señor
es el día del Señor en acción.
Una de las más
básicas imágenes bíblicas del juicio es la nube de gloria, y
esta teofanía se asocia generalmente con otras tres imágenes:
el Espíritu, el Día (o luz, puesto que
la luz del día fue originalmente "clonada" de la luz de la
nube 26 ), y la voz (que a menudo se oye como una trompeta;
comp. Éx. 19:16-19). De hecho, las tres se mencionan en el
mismo comienzo en el Edén, cuando Adán y Eva "oyeron la voz
del Señor Dios que se paseaba por el jardín como el Espíritu
del Día", como dice el texto literalmente (Gén. 3:8).
27
Lo que Adán y Eva oyeron en aquel terrible día de juicio no
fue una suave y fresca brisa que flotaba por entre las hojas
de los eucaliptos - oyeron los explosivos truenos del Dios del
cielo y de la tierra restallando a través del jardín. Era
espantoso, y por eso trataron de esconderse. Repitiendo este
esquema, Juan nos dice: "Yo estaba en el Espíritu en el día
del Señor, y oí detrás de mí una gran voz como de trompeta".
Juan iba a ser arrebatado dentro de la nube de gloria para
recibir revelación, y se esperaba que sus lectores entendieran
estas imágenes.
11-15 La voz de Dios
instruye a Juan para que escriba en un libro la Revelación y
la envíe a las siete iglesias de Asia. Se vuelve para ver la
voz - y ve al Señor Jesucristo. Este detalle establece un
patrón que se repite a través del libro - Juan primero oye,
luego ve. Al final de la profecía (22:8) nos dice: "Yo
Juan soy el que oyó y vio estas cosas. Y
después que las hube oído y visto ..." Este
patrón no siempre se sigue en el libro, pero ocurre con la
suficiente frecuencia para que nos fijemos en que Juan lo usa
- porque es a veces importante para entender cómo interpretar
los símbolos (comp. 5:5-6). La revelación verbal es necesaria
para entender la revelación visual.
De repente, Juan se
encuentra en el Lugar Santo, porque ve siete candeleros
de oro; y en medio de los siete candeleros uno como el
Hijo del Hombre. Aquí las imágenes son claramente tomadas del
Tabernáculo, pero con una significativa diferencia: En el
Lugar Santo terrenal, había un candelero con siete lámparas;
aquí, Juan ve siete candeleros, conectados el uno al otro en
la Persona que está en pie en medio de ellos. El simbolismo de
que se trata aquí será discutido bajo el versículo 20; lo
importante que hay que notar ahora es simplemente el cuadro
sugerido por estas imágenes: Jesucristo es el Candelero, que
une las siete lámparas - cada una de las cuales resulta en sí
misma un candelero; Cristo está rodeado de luz. Como dijo
Germano, arzobispo de Constantinopla en el siglo octavo, al
comienzo de su obra sobre liturgia: "La iglesia es un cielo
terrenal en el cual habita y se mueve el Dios supercelestial".
28
La descripción de
Cristo en los versículos 13-16 involucra una combinación de
imágenes del Antiguo Testamento: La nube de gloria, el ángel
del Señor, el Anciano de Días, y el Hijo del Hombre. Nuestra
comprensión puede aumentar si leemos esta descripción junto
con los siguientes pasajes de Daniel:
Estuve mirando hasta que fueron puestos tronos, y
se sentó un Anciano de días, cuyo vestido era blanco como la
nieve, y el pelo de su cabeza como lana limpia; su trono
llama de fuego, y las ruedas del mismo, fuego ardiente. Un
río de fuego procedía y salía de delante de él; millares de
millares le servían, y millones de millones asistían delante
de él; el Juez se sentó, y los libros fueron abiertos. (Dan.
7:9-10)
Miraba yo en la visión de la noche, y he aquí con las nubes
del cielo venía uno como un hijo de hombre, que vino hasta
el Anciano de días, y le hicieron acercarse delante de él. Y
le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los
pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio
es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no
será destruido (Dan. 7:13-14)
Y alcé mis ojos y miré, y he aquí un varón vestido
de lino, y ceñidos sus lomos de oro de Ofaz.Su cuerpo era
como de berilo, y su rostro parecía un relámpago, y sus ojos
como antorchas de fuego, y sus brazos y sus pies como de
color de bronce bruñido, y el sonido de sus palabras como el
estruendo de una multitud. Y sólo yo, Daniel, vi aquella
visión, y no la vieron los hombres que estaban conmigo, sino
que se apoderó de ellos un gran temor, y huyeron y se
escondieron. Quedé, pues, yo solo, y vi esta gran visión, y
no quedó fuerza en mí, antes mi fuerza se cambió en
desfallecimiento, y no tuve vigor alguno. Pero oí el sonido
de sus palabras; y al oír el sonido de sus palabras, caí
sobre mi rostro en un profundo sueño, con mi rostro en
tierra. Y he quí una mano me tocó, e hizo que me pusiese
sobre mis rodillas y sobre las palmas de mis manos. Y me
dijo: Daniel, varón muy amado, está atento a las palabras
que te hablaré, y ponte en pie; porque a tí he sido enviado
ahora. Mientras hablaba esto conmigo, me puse en pie
temblando. (Dan. 10:5-11) 29
Estos y otros pasajes
se combinan para formar el cuadro de Cristo en la visión
introductoria de Juan. La ropa que llegaba hasta los pies y el
cinto de oro que ceñía el pecho 30 (comp. Éx. 28:4; 29:5; 39:27-29; Lev. 16:4) son
recordatorios del vestido oficial del Sumo Sacerdote, cuya
ropa era una representación del Espíritu-Gloria, un símbolo de
la imagen radiante de Dios. "Contribuía a la impresión de
radiante el material de lino color de fuego prescrito para el
efod, con su cinto y su pectoral, y para el borde de la túnica
del efod - una mezcla centelleante de brillantes rojos y
azules con el destello metálico de las hebras de oro.
Resaltaban el efecto llameante los anillos y las cadenas
trenzadas de oro, la radiante corona de oro de la mitra, y el
resplandor de las piedras preciosas engastadas en oro sobre
los tirantes en las hombreras del efod y el pectoral.
Difícilmente podría algún artista hacer más con una paleta
terrenal en un medio frío para producir el efecto de luz
llameante". 31
Luz llameante: Esta es
exactamente la impresión que da la visión de Cristo aquí. La
blancura de la cabeza y el pelo (como los del Anciano de días
en Daniel 7), 32 el fuego
llameante de sus ojos (como el trono de Daniel 7 y los ojos
del Hijo del Hombre en Daniel 10), y sus pies como bronce
bruñido (el término para bronce puede referirse a una
aleación de oro y plata; comp. Mal. 3:2-3) - todo esto se
combina para puntualizar la apariencia de Cristo de un
brillante resplandor de gloria: Y su rostro era como el sol
cuando brilla con toda su fuerza (v. 16). Compárese a este
Jesús con la notable descripción que hace Ben Sirach de la
gloria del Sumo Sacerdote:
Cuán espléndido
se veía con el pueblo reunido alrededor de él, cuando salía
del altar encortinado, como la estrella de la mañana entre
las nubes, como la luna en su plenitud, como el sol
brillando sobre el Templo del Altísimo, como el arco iris
destellando contras las brillantes nubes, como las rosas en
días de primavera, como los lirios al lado de una corriente
de agua, como una ramita de incienso en verano, como el
fuego y el incienso en el incensario, como un vaso de oro
batido incrustado de toda suerte de piedras preciosas, como
un olivo cargado de fruta, como un ciprés que se levanta
hacia las nubes; cuando se ponía sus espléndidas vestiduras,
y se vestía en gloriosa perfección, cuando subía al santo
altar, y llenaba los recintos del santuario con su grandeza;
cuando recibía las porciones de las manos de los sacerdotes,
estando él mismo de pie al lado del fuego del altar, rodeado
por una muchedumbre de sus hermanos, como un joven cedro del
Líbano rodeado por troncos de palmeras. (Eclesiástico
50:5-12, Biblia de Jerusalén).
Completando este
glorioso cuadro de Cristo está la afirmación de que su voz era
como el sonido de muchas aguas. Juan identifica la voz de
Cristo con el sonido de la nube - un sonido que, a través de
la Escritura, se parece a numerosos fenómenos terrestres: el
viento, el trueno, las trompetas, los ejércitos, los
carruajes, y las cataratas; 33 o quizás debemos decir que todos estos fenómenos
terrestres fueron creados para que se parecieran a varias
facetas de la nube.34 La conclusión debería ser obvia: El Jesús
resucitado y transfigurado es la Gloria de Dios encarnada.
16 En su mano derecha tenía siete estrellas; Juan continúa
interpretando esto más plenamente en el versículo 20, pero
debemos considerar primero la impresión inmediata que esta
visión produciría en Juan y sus lectores. Las siete estrellas
conponen el enjambre abierto de estrellas conocido como las
Pléyades, consideradas poéticamente en el mundo antiguo como
enlazadas en una cadena, como un collar. Las Pléyades,
formando parte de la constelación Tauro, se mencionan en Job
9:5-9; 38:31-33; y Amós 5:8. Así, pues, el sol está con Tauro
en primavera (Pascua), y las Pléyades son un símbolo adecuado
en relación con la venida de Cristo: Él sostiene las estrellas
que anuncian el renacimiento y el florecimiento del mundo. Las
otras referencias bíblicas dejan claro que el que sostiene las
siete estrellas es el todopoderoso Creador y Sustentador del
universo.
Pero hay otra
dimensión en estas imágenes. El uso simbólico de las siete
estrellas era bastante bien conocido en el siglo primero,
porque las siete estrellas aparecían con regularidad en las
monedas del emperador como símbolos de su suprema soberanía
política. Por lo menos algunos lectores de Apocalipsis deben
haberse quedado boquiabiertos de asombro por la audacia de
Juan al declarar que las siete estrellas estaban en la mano de
Cristo. Los emperadores romanos se habían apropiado un
símbolo de dominio que la Biblia reserva solamente para Dios -
y, dice Juan, Jesucristo ha venido a recuperarlo. Las siete
estrellas, y con ellas todas las cosas en la creación, le
pertenecen a Él. El dominio reside en la mano derecha del
Señor Jesucristo.
Naturalmente, habrá
oposición contra todo esto. Pero Juan deja claro que Cristo
está a la ofensiva, y que viene a presentar batalla en la
causa de sus derechos a la corona: de su boca salía una espada
de dos filos, su Palabra, que obra para salvar y para
destruir. La imagen aquí es tomada de la profecía de Isaías:
"Herirá la tierra con la vara de su boca, y con el espíritu de
sus labios matará al impío" (Isa. 11:4). Se usa nuevamente en
Apocalipsis para mostrar la actitud de Cristo hacia los
herejes: "Pelearé contra ellos con la espada de mi boca"
(2:16); y otra vez para mostrar la Palabra de Dios
conquistando a las naciones (19:11-16). No sólo está Cristo en
conflicto con las naciones, sino que declara que saldrá
completamente victorioso sobre ellas, sometiéndolas por su
sola Palabra, la espada aguda de dos filos que sale de su boca
(Heb. 4:12).
La comisión
de Juan (1:17-20)
17 Cuando le vi, caí como muerto
a sus pies. Y él puso su diestra sobre mí, diciéndome: No
temas; yo soy el primero y el último;
18 y el que vivo, y estuve
muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos,
amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades.
19 Escribe las cosas que has
visto, y las que son, y las que han de ser después de estas.
20 El misterio de las siete
estrellas que has visto en mi diestra, y de los siete
candeleros de oro: las siete estrellas son los siete ángeles
de las siete iglesias, y los siete candeleros que has visto,
son las siete iglesias.
17-18 Cuando vio al
ángel del Señor, Daniel dice: "Caí sobre mi rostro en un
profundo sueño. Y he aquí una mano me tocó, e hizo que me
pusiese sobre mis rodillas y sobre las palmas de mis manos...
Mientras hablaba esto conmigo, me puse en pie temblando" (Dan.
10:9-11). La reacción de Juan a la visión del Señor
glorificado es muy parecida; sin embargo, Cristo le dice que
no tema. Aunque el temor es una primera reacción correcta,
debe ser reemplazada. En última instancia, la impresionante
majestad de Dios no es razón para que el cristiano sienta
terror; más bien, es la base de nuestra confianza y nuestra
estabilidad. La presencia de Cristo es, muy apropiadamente,
ocasión para que los incrédulos desmayen y se oculten, de puro
susto (comp. 6:15-17); pero nuestro Señor viene a Juan (como a
nosotros) en amor, y le pone de pie. La presencia y la
actividad de Dios en la Nube era para los egipcios un portento
terrorífico de su destrucción; pero, para el pueblo del pacto,
Él era el Consolador y el Salvador. El mismo contraste se
establece en Habacuc 3:10-13:
Te vieron y
tuvieron temor los montes; pasó la inundación de las aguas;
el abismo dio su voz, a lo alto alzó sus manos. El sol y la
luna se pararon en su lugar; a la luz de tus saetas
anduvieron, y al resplandor de tu fulgente lanza. Con ira
hollaste la tierra, con furor trillaste las naciones.
Saliste para socorrer a tu pueblo, para socorrer a tu
ungido. Traspasaste la cabeza de la casa del impío,
descubriendo el cimiento hasta la roca.
Jesús es Dios, el
Primero y el Último, como el Señor dice de sí mismo en Isa.
44:6: "Yo soy el primero y el último, y fuera de mí no hay
Dios" (comp. Isa. 48:12). Aplicándose otro título de Dios del
Antiguo Testamento, Jesús declara que Él es el que vive (comp.
Deut. 5:26; Josué 3:10; Sal. 42:2; Jer. 10:10): Él es
autoexistente, independiente, El que lo Controla Todo - y Él,
"habiendo resucitado de los muertos, ya no muere; la muerte no
se enseñorea más de él" (Rom. 6:9). Juan puede ser resucitado
en el versículo 17 por causa de la verdad del versículo 18, de
que Cristo vive para siempre jamás. Como Señor resucitado,
Cristo tiene las llaves de la Muerte y del Hades.35 El imperio
reclamaba tener toda autoridad, y poseer poder sobre la vida y
la muerte, y sobre la tumba; en su lugar, Jesús declara que Él
- no el estado, ni el emperador, ni Satanás, ni el dirigente
de la sinagoga - tiene dominio sobre toda realidad. Él es el
Señor de la vida y la muerte, de toda la historia, y de la
eternidad; y es en términos de este completo dominio que Él
comisiona a Juan para que escriba este libro que tan clara e
inequívocamente establece la verdad de su gobierno eterno y
abarcante.
19 La comisión de Juan fue interrumpida por el hecho de haber
caído como muerto; ahora que ha sido "resucitado", nuevamente
se le ordena: Por lo tanto, 36 escribe las cosas que has visto, y la que son, y las
que han de tener lugar después de estas cosas. Algunos
intérpretes interpretan esto como un triple bosquejo del libro
entero: Juan escribe sobre lo que ha visto (la visión de
Cristo), luego sobre el presente (las iglesias, en los
capítulos 2-3), y finalmente sobre el futuro (capítulos 4-22).
Sin embargo, esta división es bastante arbitraria; Apocalipsis
(como todas las otras profecías bíblicas) entrelaza juntos el
pasado, el presente, y el futuro a través de todo el libro.
Un significado más
probable de esta afirmación es la de que Juan ha de escribir
lo que ha visto - la visión de Cristo entre los candeleros
sosteniendo las estrellas - y lo que ellas son, es decir, lo
que significan o a lo que corresponden. La
palabra son (en griego eisin) se usa más a menudo en
Apocalipsis en este sentido (1:20; 4:5; 5:6, 8; 7:13-14; 11:4;
14:4; 16:14; 17:9, 10, 12, 15). Así pues, el versículo 20
continúa haciendo exactamente eso, explicando el simbolismo de
"las cosas que has visto" (las estrellas y los
candeleros). Luego, a Juan se le encomienda escribir las cosas
que han de suceder pronto, o, (como nos ha dicho en el
versículo 1) "las cosas que deben suceder pronto". Parece que
la frase tiene el propósito de proporcionar un paralelo para
la descripción del que "era y que es y que ha de venir": Así,
"El proceso de la historia temporal refleja la eterna
naturaleza de Dios".37
En este punto,
podríamos hacer una pausa para considerar un error que es
común entre los que adoptan una interpretación preterista de
Apocalipsis. Los dos hechos del estilo simbólico de Juan y su
contenido claramente anti-estatista han llevado a algunos a
creer que el mensaje políticamente sensitivo determinó el uso
del simbolismo - que Juan escribió el Apocalipsis en un código
secreto para ocultar su mensaje de los burócratas imperiales.
Este es el punto de vista de James Kallas (que, dicho sea de
paso, también sostiene que Juan escribió en tiempos del
emperador Domiciano, más bien que en los de Nerón):
Juan escribe en
lenguaje deliberadamente disfrazado. Recurre a imágenes que
los romanos no entenderán. No puede escribir de manera
literal y obvia. No puede decir en términos claros y no
ambiguos lo que está más cerca de su corazón. ¿Qué sucedería
si escribiera lo que creía, que Domiciano era un hijo
blasfemo del mismo diablo? ¿Qué sucedería si afirmara que la
demanda del imperio romano de que los hombres se inclinaran
y adoraran a César era una estratagema diabólica de Satanás
mismo calculada para alejar a los hombres de Jesús? La carta
jamás sería entregada. Nunca pasaría más allá de los
censores. Así, pues, tenía que disfrazar y esconder el
verdadero significado. Tenía que recurrir al simbolismo no
literal, a referencias oscuras y aparentemente sin
significado que sus censores romanos verían meramente como
las seniles meditaciones de un anciano loco.38
Puede que haya algo
de verdad en esto, como un giro tangencial sobre el uso del
número 666 en 13:18 en referencia a Nerón (no Domiciano) - un
"código" que los romanos serían incapaces de descifrar
correctamente. Pero, aún sin esa referencia, el Libro de
Apocalipsis es claramente un documento traidor, y cualquier
burócrata del estado habría podido interpretarlo así.
Considérese lo que ya hemos visto en la descripción de
Jesucristo que hace Juan: La mera afirmación de que Él es el
soberano de los reyes de la tierra es un ataque contra la
autonomía del emperador. El mismo primer capítulo de
Apocalipsis es procesable, y el simbolismo no oscurece ese
hecho en lo más mínimo. La razón del uso del simbolismo es que
Apocalipsis es una profecía, y el simbolismo es
lenguaje profético. Debemos recordar también que el gobierno
romano sabía muy bien quién era Juan. No era "un anciano loco"
que había sido exilado allí por sus "meditaciones seniles".
Era un apóstol del Señor Jesucristo, bajo prohibición imperial
a causa de la Palabra de Dios y el testimonio de Jesús.
(1:9).
20 Jesús le explica a Juan el misterio de las siete estrellas
y de los siete candeleros de oro. Aquí también es importante
subrayar que estos no son nombres en código. El simbolismo
bíblico no funciona así. En vez de eso, el simbolismo bíblico
pone las cosas en relación las unas con las otras; construye
asociaciones en nuestras mentes, y nos pide que veamos los
objetos desde esta perspectiva. Estas afirmaciones sobre las
estrellas y los candeleros no son "definiciones", sino que
expresan diferentes modos de ver los ángeles y las iglesias.
Los comentarios de Michael Wilcock nos ayudan a entender este
uso del simbolismo: "Un estudio muy superficial del uso de la
palabra 'misterio' en el Nuevo Testamento muestra que allí no
conlleva el moderno sentido corriente de 'rompecabezas'. Es
realmente algo oculto, pero no de tal manera que se pueda
seguir una serie de pistas y a su tiempo averiguarlo; más
bien, es una verdad que o se sabe o no se sabe, dependiendo de
si se ha revelado o no".39 Así, pues, cuando Cristo identifica estas cosas las
unas con las otras, no está diciendo "que una es un símbolo
mientras la otra es lo que el símbolo 'realmente' significa.
Está diciendo que hay dos cosas que se corresponden entre sí,
siendo igualmente reales desde diferentes puntos de vista".40 En otras palabras,
"tenemos, no una explicación de un término simbólico por medio
de uno verdadero, sino una afirmación de que estos términos,
que son igualmente reales, son simplemente intercambiables...
Juan no está dando explicaciones, sino equivalencias. No
intenta decirnos que 'candeleros', un término que no
entendemos, significa 'iglesia', un término que sí entendemos.
Más bien, Juan quiere decirnos cosas sobre los
candeleros, y la esposa y la ciudad y la iglesia, los
veinticuatro ancianos y los 144.000 y la grande muchedumbre;
su significado ya deberíamos saberlo por el resto de la
Escritura, y él sólo nos recuerda de pasada que todas estas
cosas se corresponden entre sí y son descripciones diferentes
de la misma cosa".41
Así, pues, las siete
estrellas "corresponden" a los ángeles de las siete iglesias.42 En la
Biblia, los ángeles y las estrellas están asociados a menudo
entre sí (comp. Jue. 5:20; Job 38:7; Isa. 14:13; Judas 13;
Apoc. 8:10-12; 9:1; 12:4), y aquí los "ángeles" de las
iglesias están asociados con la constelación de las Pléyades
(véanse los comentarios sobre el versículo 16). Además - y
ésta es una de esas cosas que, como apunta Wilcock más arriba,
"ya deberíamos saber por el resto de la Escritura" - tanto
ángeles como estrellas están asociados con el gobierno y el
dominio (comp. Gën. 37:9; Jue. 5:20; Dan. 8:9-11; 10:13,
20-21). Ahora, cuando el Señor habla a las siete iglesias en
los Capítulos 2-3, se dirige al ángel de cada iglesia;
claramente, Cristo hace responsables a los ángeles de las
iglesias de la vida y la conducta de sus respectivas iglesias.
Entonces, en las últimas porciones de la profecía, vemos a siete
ángeles derramando juicios sobre la tierra rebelde
(comp. Apoc. 8-9, 16). Todas éstas son correspondencias:
Las siete estrellas, la constelación de la resurrección y el
dominio, son los ángeles, que corresponden al gobierno de la
iglesia.
Un aspecto adicional
de las imágenes de ángeles en la Biblia y que apoya esta
interpretación concierne a la relación entre los ángeles y los
profetas. El distintivo principal del profeta bíblico era que
había estado en la presencia de Dios y los ángeles durante las
sesiones del Concilio celestial (comp. Isa. 6:1-8; Eze. 1-3,
10), convirtiéndose, por lo tanto, en su vocero autorizado
para el pueblo de Dios (comp. Jer. 15:19). La diferencia
esencial entre el verdadero profeta y el falso profeta era que
el verdadero profeta había sido arrebatado por el Espíritu
hasta dentro de la Nube para participar en esta asamblea:
Así ha dicho
Jehová de los ejércitos: No escuchéis las palabras de los
profetas que os profetizan; os alimentan con vanas
esperanzas; hablan visión de su propio corazón, no de la
boca de Jehová. Dicen atrevidamente a los que me irritan:
Jehová dijo: Paz tendréis; y a cualquiera que anda tras las
obstinación de su corazón dicen: No vendrá mal sobre
vosotros. Porque, ¿quién estuvo en el secreto de Jehová, y
vio, y oyó su palabra? ¿Quién estuvo atento a su palabra, y
la oyó? ... No envié yo a aquellos profetas, pero ellos
corrían; yo no les hablé, mas ellos profetizaban. Pero si
ellos hubieran estado en mi secreto, habrían hecho oir mis
palabras a mi pueblo, y lo habrían hecho volver de su mal
camino, y de la maldad de sus obras. (Jer. 23:16-22)
Los profetas no sólo
observaban las deliberaciones del Concilio celestial (comp. 1
Reyes 22:19-22); de hecho participaban en él. En realidad, el
Señor no hacía nada sin consultar a sus profetas Amós 3:7). Es
por esto que la actividad característica del profeta bíblico
es la intercesión y la mediación (comp. Gén. 18:16-33; 20:7 ,
la primera ocurrencia de la palabra profeta en las
Escrituras). Como miembros del Concilio, los profetas tienen
libertad de hablar con Dios, y pueden argumentar con Él, a
menudo persuadiéndole a cambiar de parecer (comp. Éx. 32:7-14;
Amós 7:1-6). Ellos son sus amigos, y por eso habla
abiertamente con ellos (Gén. 18:17; Éx. 33:11; 2 Crón. 20:7;
Isa. 41:8; Juan 15:15). Como imágenes del hombre plenamente
redimido, los profetas participaban de la gloria de Dios,
ejerciendo dominio sobre las naciones (comp. Jer. 1:10; 28:8),
habiendo sido transfigurados éticamente (comp. Isa. 6:5-8) y
físicamente (comp. Éx. 34:29). Así pues, eran semejantes a los
ángeles del cielo, y de esta manera no es sorprendente que el
término ángel (Heb. mal'âk, griego angelos)
se use para describir al profeta bíblico (comp. 2 Crón.
36:15-6; Hag. 1:13; Mal. 3:1; Mat. 11:10; 24:31; Luc. 7:24;
9:52). De hecho, el arquetipo profeta en las Escrituras es el
Ángel del Señor.43
Hay, por lo tanto, abundante evidencia precedente de que a los
gobernantes proféticos de las iglesias se los describía como
los ángeles de las iglesias. Es probable que cada ángel
representara a un solo pastor u obispo; pero Juan podría
estarse refiriendo a las estrellas/ángeles simplemente como
personificaciones del gobierno de cada iglesia como un todo. Y
el Señor del cielo y de la tierra les sostiene en su mano
derecha. (Esta es la misma mano que Cristo usó para resucitar
a Juan en el vers. 17; así que Juan es un "ángel"). En un
sentido más general, lo que es cierto de los ángeles lo es de
la Iglesia como un todo: Pablo instó a los filipenses a
probarse a sí mismos como "irreprensibles y sencillos, hijos
de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y
perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en
el mundo" (Fil. 2:15).
Los siete candeleros
son (corresponden a) las siete iglesias; y las siete iglesias
son, como ya hemos notado, tanto las iglesias particulares
referidas como la totalidad de la Iglesia en todas las
épocas. En términos del simbolismo del número siete
como se relaciona con la Iglesia, es interesante el comentario
de Victorio (un obispo que fue martirizado en el año 304 d.
C.) concerniente al apóstol Pablo: "En el mundo entero, Pablo
enseñaba que toda las iglesias estaban dispuestas en series de
siete, que se las llama siete, y que la Iglesia Católica es
una. Y en realidad, primero que todo, para que él mismo
pudiera también conservar el tipo de siete iglesias, no
excedió ese número. Pero escribió a los romanos, a los
corintios, a los gálatas, a los efesios, a los tesalonicenses,
a los filipenses, a los colosenses; después escribió a
personas individuales, para no exceder el número de siete
iglesias".44
El único candelero
(un árbol estilizado) del antiguo tabernáculo es ahora Cristo
(el árbol de la vida) con sus siete candeleros. Antes, en el
Antiguo Testamento, la Iglesia tenía un carácter centralizado,
nacional; y la unidad de las congregaciones particulares de
Israel estaba enfocada geográficamente, en Jerusalén. Pero ya
no es así. La Iglesia, el Nuevo Israel, ha sido
descentralizada geográfica y nacionalmente - o, mejor,
multicentralizada: La Iglesia es todavía un siete - todavía
una unidad - pero lo que la mantiene junta no es un trozo de
bien raíz especial o santo; la unidad de la Iglesia está
centrada en Jesucristo. La Iglesia ya no está atada a un
lugar, porque ha sido enviada a todo el mundo para tomar el
dominio en el nombre del Rey univcrsal.45 Ya no hay un
espacio en la tierra que sea santo; más bien, el mundo entero
se ha convertido en "espacio santo", porque Jesucristo lo ha
redimido. Y al recapturar el mundo, Él ha recreado la Iglesia
a su imagen. Porque, de la misma manera en que Cristo es visto
aquí como un destello de luz gloriosa, así también la Iglesia
que él lleva y sostiene se caracteriza por la luz (comp. la
descripción de la Iglesia en 21:9-22:5). La iglesias
portadoras de luz, cuyos mismos gobiernos alumbran con brillo
como de estrellas, brillan sobre el mundo con la luz de
Jesucristo, con el resultado de que los hombres verán sus
buenas obras y glorificarán a su Padre que está en los cielos.
Notas:
1. Véase de David Chilton, Paradise
Restored: A Biblical Theology of Dominion (Ft. Worth, TX:
Dominion Press, 1985), pp. 112, 115-122. Ya he explicado esto
con mucho mayor detalle en una serie de artículos sobre los
Últimos Días, publicados en The Geneva Review, P. O. Box
131300, Tyler, TX 75713.
2. Arthur Pink, The Sovereignty of God
(London: The Banner of Truth Trust, [1928] 1968), pp. 43s.
3. G. R. Beasley-Murray, The Book of
Revelation (Grand Rapids: William B. Eerdmans Publishing
Co., [1974] 1981), p. 51.
4. The Scofield Reference Bible (Oxford
University Press, 1909), nota sobre Apocalipsis 1:20; esta idea
se ha popularizado en las notas de "Biblias de estudio" como la
Thompson Chain-Reference Bible: New International Version
(Indianapolis: B. B. Kirkbride Bible Co.; Grand Rapids: The
Zondervan Corporation, 1983), "Outline Studies of the Bible",
No. 4308 ("The Seven Churches of Asia"), p. 1602.
5. Ibid.
6. Comp. Loraine Boettner, The
Millenium (Philadelphia: The Presbyterian and Reformed
Publishing Co., 1957), pp. 38-47, 63-66; Benjamin B. Warfield,
"Are There Few That Be Saved?" en Biblical and Theological
Studies (Phladelphia: The Presbyterian and Reformed
Publishing Co., 1968), pp. 334-350. Warfield cita a William
Temple: "Con toda probabilidad, la tierra será habitable por
miríadas de años todavía. Si el cristianismo es la religión
final, la iglesia está todavía en su infancia. Dos mil años son
como dos días. La apelación a la 'iglesia primitiva' es
engañosa; nosotros somos la 'iglesia primitiva'"; y James
Adderly: "Pero debemos recordar que el cristianismo es una
religión muy joven, y que nosotros sólo estamos en el comienzo
de de la historia cristiana en este momento" (pp. 347s).
7. Sucede, sin embargo, que hay un sentido en el
cual Juan se proponía que sus descripciones de estas siete
iglesias estuvieran legítimamente relacionadas con las siete
"épocas" de la Iglesia; véase la introducción a la Parte II, más
abajo.
8. El pie de página de Wilcock: "Compárese 1:4
con 4:5, 5:6, y Zac. 4:1-5, 10b: lámparas = ojos = espíritus. El
simbolismo de las lámparas en 1:12, 20 no es tan diferente; aquí
es el espíritu, allí la morada terrenal del Espíritu (1 Cor.
3:16), que está siendo presentado".
9. Michael Wilcock, I Saw Heaven Opened: The
Message of Revelation (Downers Grove, Il.: InteVarsity
Press, 1975), p. 34.
10. Una de las obras más útiles sobre el
significado de los credos, incluyendo sus implicaciones
sociológicas, es The Foundations of Social Order: Studies in
the Creeds and Councils of the Early Church, de Rousas
John Rushdoony, (Tyler, TX: Thobum Press, 1968 1978; véase
también de Gerald Bray, Creeds, Councils, and Christ
(Downers Grove, Il., InterVarsity Press, 1984).
11. Cornelius Van Til, Apologetics
(class syllabus, Westminster Theological Seminary, Philadelphia,
1959), p. 8.
12. Contrástese esto con las muy
comunes "ilustraciones" de la Trinidad en la Escuela Dominical -
como un huevo, el sol, un pastel, o el agua. Estas son por lo
general más engañosas que útiles. De hecho, sus implicaciones
últimas son heréticas. Acaban por dividir a Dios en tres
"partes" - como la cáscara, la clara, y la yema de un huevo - o
muestran a Dios como una sustancia que toma tres formas
diferentes, como el agua (sólida, líquida, y gaseosa).
13. Sobre el impacto radical de la doctrina de
la Trinidad en todas las áreas de la vida, véase, de E. J.
Rushdoony, Foundations of Social Order y The One and
the Many (Ttyler, TX: Thoburn Press, 1978).
14. Philip Barrington, The
Meaning of the Revelation (London: SPCK, 1931), p. 74. En
efecto, la frase entera es un nombre propio, e indeclinable. El
problema gramático surge del intento de Juan para poner en
griego los matices teológicos contenidos en el hebreo de Éxodo
3:14: YO SOY EL QUE SOY. Juan no teme masacrar el
lenguaje griego para hacer valer un punto, como en Juan 16:13,
donde "incorrectamente" usa un pronombre masculino para
enfatizar la personalidad del Espíritu Santo (Espíritu en
griego es neutro, pero Juan quería subrayar que Él es realmente
un Él y no una cosa).
15. Hay varias buenas discusiones de
los varios significados de Venir en la Escritura. Véase
de Oswald T. Allis, Prophecy and the Church (Grand
Rapids: Baker Book House, 1945, 1947), pp. 175-191; Loraine
Boettner, The Millenium, pp. 252-262; Roderick Campbell,
Israel and the New Covenant (Tyler, TX: Geneva
Ministries, 1954 1983), pp. 68-80; David Chilton, Paradise
Restored, pp. 67-75, 97-105; Geerhardus Vos, The
Pauline Eschatology (Grand Rapids: Baker Book House,
1930), pp. 70-93.
16. Véase, por ejemplo, 1 Crón. 28:2; Sal.
132:7-8, 13-14; Isa. 11:10. Comp. Meredith G. Kline, Images
of the Spirit (Grand Rapids: Baker Book House, 1980), pp.
20s., 39ss, 46, 111sss. Como observó Geerhardus Vos, la
importancia del Tabernáculo en el Antiguo Testamento es que "es
el palacio del Rey en el cual el pueblo le rinde homenaje" (Biblical
Theology: Old and New Testaments [Grand Rapids: William B.
Eerdmans Publishing Co., 1948], p. 168).
17. Alexander Schmemann, Church, World,
Mission: Reflections on Orthodoxy in the West (Crestwood,
N. Y.: Vladimir´s Seminary Press, 1979), p. 226.
18. Rousas John Rushdoony, The Institutes of
Biblical Law (Nutley, N. J.: The Craig Press, 1973), pp.
573s.
19. William Symington, Messiah the Prince:
or, The Mediatorial Dominion of Jesus Christ (Philadelphia:
The Christian Statesman Publishing Co., [1839] 1884), p. 208.
20. Véase de Chilton, Paradise Restored,
pp. 57ss., 97ss.; comp. Kline, Images of the Spirit.
21. Para un ejemplo reciente de esta
posición, véase de Norman Geisler, "A Premillenial View of Law
and Government", Bibliotheca Sacra (Julio-Septiembre
1985), pp. 250-266. Escribiendo contra el postmilenialismo de R.
J. Rushdoony y otros "reconstruccionistas", Geisler dice en
realidad: "Los postmilenialistas trabajan para construir unos
Estados Unidos cristianos. Los premilenialistas trabajan en
favor de unos Estados Unidos verdaderamente libres", p. 260. La
elección es clara: ¿Escogeremos el cristianismo? ¿O escogeremos
la libertad en su lugar? Geisler debe ser felicitado por haber
expresado el asunto con esta precisión; sin embargo, hablando
técnicamente, él no es el primero que presentó el dilema de este
modo. Permanece en la antigua tradición (Gén. 3:1-5).
22. Véase de Walter Chantry, Today´s Gospel:
Authentic or Synthetic? (Edinburgh: The Banner of Truth
Trust, 1970), y Arend J. ten Pas, The Lordship of Christ
(Vallecito, CA: Ross House Books, 1978).
23. Véase la discusión de profeta en Images
of Spirit, de Meredith G. Kline, pp. 57-96; esp. pp. 93s.
24. Véase de Chilton, Paradise Restored,
pp. 133ss.
25. Véase de Kline, Images of the Spirit,
pp. 97-131.
26. Ibid., pp. 106ss.
27. Para una exégesis completa de este texto,
véase íbid., 97-331; comp. Chilton, Paradise Restored,
pp. 58, 134ss.
28. St. Germanus of Constantinople, On the
Divine Liturgy, Paul Meyendorff, trad. (Crestwood, NY: St.
Vladimir´s Seminary Press, 1984), p. 57.
29. Comp. la discusión de este texto en relación
con Apoc. 12:7-9 más abajo.
30. Según Josefo, el sacerdote llevaba el cinto
alrededor del pecho cuando descansaba y no "hacía ningún
servicio laborioso" (Antiquities of the Jews, iii.vii.2).
31. Kline, Images of the Spirit, p. 43.
32. Nótese que el cabello blanco es
glorioso, en contraste con la cultura de "perpetua juventud" de
nuestro tiempo.
33. Véase de Chilton, Paradise Restored,
p. 58; comp. Éx. 19:16, 19; Eze. 1:24.
34. Véase de Herman Bavinck, The Doctrine of
God (London: The Banner of Truth Trust, [1951] 1977, pp.
88ss.
35. Originalmente, Adán tenía la
llave de la Muerte y el Hades, porque era el Sacerdote de Edén,
con la responsabilidad scerdotal de guardar las puertas del
Paraíso (Gén. 2:15; véase de Meredith G. Kline, Kingdom
Prologue (programa de estudios publicado privadamente,
1981), Vol. I, pp. 127ss. Cuando Adán renunció a esta
responsabilidad, él mismo se convirtió en muerte, lejos del
Árbol de la Vida, y los querubines tomaron su lugar como
guardianes, sosteniendo la espada llameante (la llave). Por
medio de la resurrección, Jesucristo, como Segundo Adán, regresó
al Paraíso como Sacerdote, el guardián de las puertas del Edén,
para lanzar a la Serpiente a la Muerte y al Hades (comp. Apoc.
20:1-3).
36. El por lo tanto muestra la conexión
con la comisión original de Juan en el vers. 11.
37. Philip Barrington, The Meaning of the
Revelation, p. 95.
38. James Kallas, Revelation: God and Satan
in the Apocalypse (Minneapolis: Augsburg Publishing House,
1973), pp. 58s.
39. Wilcock, I Saw Heaven Opened, p.
153.
40. Ibid., p. 154.
41. Ibid., p. 156.
42. Un aspecto interesante del fondo conceptual
de todo esto es la referencia en el libro apócrifo de Tobit a
"los siete ángeles santos, que presentan las oraciones de los
santos, y que entran y salen delante de la gloria del Santo"
(12:15; comp. 1 Enoch 20:1-7).
43. El estudio más abarcante del orden profético
y su relación con el Concilio angélico se encuentra en Images
of the Spirit, de Kline, pp. 57-96. Véase también de
George Vandervelde, "The Gift of Prophecy and the Prophetic
Church" (Toronto: Institute for Christian Studies, 1984).
44. Victorious, Commentary on the Apocalypse
of the Blessed John, en Alexander Roberts y James
Donaldson, eds., The Ante-Nicene Fathers (Grand Rapids:
Eerdmans, [1886] 1970(, vol. VII, p. 345.
45. Según Éxodo 18 y Deuteronomio 1,
el ancianato estaba dispuesto jerárquicamente, con "jefes de
millares, jefes de centenas, jefes de cincuenta, y jefes de
decenas". Esta era la base bíblica para la organización
jerárquica de la iglesia primitiva, correspondiendo el obispo de
la ciudad al "jefe de millares" (véase de James B. Jordan,
"Biblical Church Government, Part 3: Councillar Hierarchy
-Elders and Bishops", Presbyterian Heritage, No. 9
[January 1986], P. O. Box 131300, Tyler, TX 75713). Una oficina
central (un "vaticano") puede por lo tanto ser útil para el
gobierno de la iglesia, aunque no es necesario (hay una
distinción entre lo que puede ser bueno para el bienestar [bene
esse] o la plenitud de ser [plene
esse] de la iglesia, y lo que es necesario
para el bien [esse] de la Iglesia). El mejor
estudio histórico disponible sobre el surgimiento del episcopado
es, de J. B. Lightfoot, The Christian Ministry, Philip
Edgcumbe Hughes, ed. (Wilton, CT Morehouse-Barlow Co., 1983).