DÍAS DE RETRIBUCIÓN
Una exposición del libro de Apocalipsis

Título de la obra en inglés:
Days of Vengeance
Por David Chilton

Tomado de Freebooks


Parte Cinco

19

LAS FIESTAS DEL REINO

La cena de bodas del Cordero (19:1-10)

1 Después de esto oí una gran voz de gran multitud en el cielo, que decía: ¡Aleluya! Salvación y honra y gloria y poder son del Señor Dios nuestro;
2 porque sus juicios son verdaderos y justos; pues ha juzgado a la gran ramera que ha corrompido a la tierra con su fornicación, y ha vengado la sangre de sus siervos de la mano de ella.
3 Otra vez dijeron: ¡Aleluya! Y el humo de ella sube por los siglos de los siglos.
4 Y los veinticuatro ancianos  y los cuatro seres vivientes se postraron en tierra y adoraron a Dios, que estaba sentado en el trono, y decían: ¡Amén! ¡Aleluya!
5 Y salió del trono una voz que decía: Alabad a nuestro Dios todos sus siervos, y los que le teméis, así pequeños como grandes.
6 Y oí como la voz de una gran multitud, como el estruendo de muchas aguas, y como la voz de grandes truenos, que decía: ¡Aleluya, porque el Señor Dios Todopoderoso reina!
7 Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado.
8 Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente; porque el lino fino es las acciones justas de los santos.
9 Y el ángel me dijo: Escribe: Bienaventurados los que son llamados a la cena de las bodas del Cordero. Y me dijo: Estas son palabras verdaderas de Dios.
10 Yo me postré a sus pies para adorarle. Y él me dijo: Mira, no lo hagas; yo soy consiervo tuyo, y de tus hermanos que retienen el testimonio de Jesús. Adora a Dios; porque el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía.
Hay varias similitudes de lenguaje entre este pasaje y el de 11:15-19, el anuncio del tema del séptimo ángel sobre la consumación del "misterio de Dios": la apertura del reino y el templo celestial al mundo entero en el nuevo pacto. Podemos ver fácilmente el mensaje de estos versículos como una ampliación de esa idea cuando tomamos nota de los paralelos:
 
11:15 - Grandes voces en el cielo. 19:1 - Una gran voz de una gran multitud en el cielo.
11:15, 17 - Él reinará por los siglos de los siglos... Has tomado tu gran poder, y has reinado. 19:1, 6 - ¡Aleluya! Salvación y honra y gloria y poder son del Señor Dios nuestro... ¡Aleluya, porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina! 
11:16 - Los veinticuatro ancianos ... se postraron sobre sus rostros, y adoraron a Dios. 19:4 - Los veinticuatro ancianos ... se postraron en tierra y adoraron a Dios.
11:18 - Ha venido el tiempo de juzgar a los muertos, y de dar el galardón a tus siervos los profetas y a los santos. 18:24-19:2 - En ella se halló la sangre de los profetas y de los santos... Sus juicios son verdaderos y justos; porque ha vengado la sangre de sus siervos.
11:18 - Tus siervos ... los que temen tu nombre, los pequeños y los grandes. 19:5 - Todos sus siervos, los que le teméis, así pequeños como grandes.
11:19 - Hubo relámpagos, voces, truenos ... 19:6 - La voz de una gran multitud, como el estruendo de muchas aguas, y como la voz de grandes truenos ... 

El aspecto de la Esposa, preparada para las bodas, es por esto equivalente a la apertura del templo y al pleno establecimiento del Nuevo Pacto. Estas imágenes son invocadas juntas nuevamente al final de esta serie de visiones, cuando la Ciudad de Dios descienda del cielo, "dispuesta como una esposa ataviada para su marido. Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos ..." (21:2-3). La Iglesia, la Esposa de Cristo y Ciudad de Dios, es el templo del Nuevo Pacto - o más bien, "el Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el Cordero" (21:22).

1-2 El pueblo de Dios había orado por la destrucción de Jerusalén (6:9-11). Ahora que sus oraciones han sido contestadas, la gran multitud de los redimidos prorrumpe en la alabanza antifonal, en obediencia a la orden angélica de 18:20: "Alégrate sobre ella, cielo, y vosotros, santos, apóstoles y profetas; porque Dios os ha hecho justicia en ella". Debemos observar cuidadosamente lo que Juan hace aquí: Apocalipsis es una profecía, y por lo tanto su intención es "para edificación, exhortación y consolación" (1 Cor. 14:3): A sus lectores se les ordenó "oír las cosas en ella escritas" (Apoc. 1:3). Al revelar las oraciones imprecatorias de la Iglesia celestial contra sus enemigos, Juan estaba instruyendo a sus hermanos sobre la tierra para que hicieran lo mismo; ahora, habiendo revelado la segura destrucción de la ramera, Juan muestra a la Iglesia del siglo primero cuál debe ser su deber cuando caiga Jerusalén. No deben lamentar su fin, sino alabar a Dios por la ejecución de su venganza sobre ella. La voluntad de Dios ha de ser ejecutada en la tierra así como en el cielo. Al mostrar el modelo del culto celestial, Juan revela también la voluntad de Dios para el culto terrenal.

La liturgia antifonal está dividida en cinco partes distintas. Como hemos visto, el número cinco (comp. 9:5) está conectado con fortaleza, especialmente en términos de acción militar. De modo apropiado, este cántico de cinco partes es un "himno de combate", basado en cánticos de triunfo del Antiguo Testamento sobre los enemigos de Dios y del Pacto. La multitud celestial canta: ¡Aleluya! Los únicos usos de esta expresión hebrea en el Nuevo Testamento (que significa ¡Alabad al Señor!) ocurren en este pasaje, donde ocurre cuatro veces, en alabanza por la divina reconquista de la tierra. Como observa Hengstenberg, "la preservación de la palabra hebrea, como en el caso también de Amén y Hosanna, sirve como indicador visible para marcar la conexión interna entre la Iglesia del Nuevo Testamento y la del Antiguo". 1 La palabra misma recuerda los salmos-Hallel (Sal. 113-118), cánticos de victoria que se cantaban en las festividades de la Pascua y los Tabernáculos. Estos salmos celebraban la grandeza de Dios, revelada especialmente en la liberación de su pueblo de Egipto y su restauración al verdadero culto; y esperan el día en que todas las naciones alaben al Señor. Excepto por alusiones menores a un par de salmos-Hallel en los versículos 5 y 7, Juan no construye esta liturgia sobre este modelo; más bien, el uso de Aleluya por sí solo es suficiente para hacer la conexión. La primera ocurrencia bíblica de la expresión, sin embargo, ocurre en Salmos 104:35, que notablemente es paralelo a la yuxtaposición de juicio y alabanza en Apocalipsis:

Sean consumidos de la tierra los pecadores,
Y los impíos dejen de ser.
Bendice, alma mía, a Jehová.
Aleluya.
La destrucción de la Jerusalén apóstata en nombre de Cristo y de su Iglesia será la demostración de que la salvación y el poder y la gloria pertenecen a nuestro Dios - una frase que recuerda el regocijo de David cuando los preparativos para construir el edificio del Templo habían concluído: "Tuya es, oh Jehová, la magnificencia y el poder, la gloria, la victoria y el honor; porque todas las cosas que están en los cielos y en la tierra son tuyas. Tuyo, oh Jehová, es el reino, y tú eres excelso sobre todos" (1 Crón. 29:11; Cristo también aludió al texto de David en el Padrenuestro, Mat. 6:13: "Tuyo es el reino y el poder y la gloria, por todos los siglos. Amén"). El cántico también cita la celebración de David, en Salmos 19:9, de la abarcante autoridad de la Ley: "Los juicios de Jehová son verdad, todos justos". En cumplimiento de las maldiciones de la Ley sobre la ciudad apóstata, el nuevo Israel de Dios se incorpora al cántico, afirmando que sus juicios son verdaderos y justos.

La destrucción de Israel muestra la justicia de Dios. El honor de Dios no podría soportar la blasfemia de su nombre ocasionada por la rebelión de su pueblo (Rom. 2:24). La prueba de que "sus juicios son verdaderos y justos" es precisamente el hecho de que Él ha vengado a su propio pueblo, rechazando a los que habían sido llamados por su nombre: porque él ha juzgado a la gran ramera que ha corrompido la tierra con su fornicación, y ha vengado la sangre de sus siervos de la mano de ella. Esto establece la conexión entre la ramera y la "Jezabel" que buscaba destruir a las iglesias (véase 2:20-24). Jezabel, la reina ramera (2 Reyes 9:22), había atraído a Israel del culto al verdadero Dios al culto al estatismo y a la idolatría (1 Reyes 16:29-34). Ella había perseguido y asesinado a los profetas (1 Reyes 18:4, 13), y levantado testigos falsos para que calumniaran a los justos en los tribunales (1 Reyes 21:1-16). Por eso, Jehú fue ordenado por el mensajero de Dios para que destruyera la casa de Acab, "para que yo vengue la sangre de mis siervos los profetas, y la sangre de todos los siervos de Jehová, de la mano de Jezabel" (2 Reyes 9:7). Los adúlteros devaneos y coqueteos con el paganismo son comparados por los profetas con las "fornicaciones y hechicerías" de Jezabel (2 Reyes 9:22): de la misma manera en que ella "se pintó los ojos y adornó su cabeza" en un vano intento por evitar la destrucción (2 Reyes 9:30-37), Israel hizo lo mismo en vano:

Y tú, destruída, ¿qué harás? Aunque te vistas de grana, aunque te adornes con atavíos de oro, aunque pintes con antimonio tus ojos, en vano te engalanas; te menospreciarán tus amantes, buscarán tu vida. (Jer. 4:30; comp. Eze. 23:40).
Nada menos que el arrepentimiento podría haber salvado a Jerusalén. Ella rehusó inflexiblemente hacer esto, y así Dios se vengó de ella por su persecución de los justos. Nuevamente debe subrayarse que Jesús marcó a Jerusalén como el objeto de la ira vengadora de Dios. Hablando del derramamiento de las maldiciones del pacto que culminarían con la destrucción de Jerusalén en el año 70 d. C., dijo: "Porque estos son días de retribución, para que se cumplan todas las cosas que están escritas" (Lucas 21:22). Por medio de Moisés, Dios había advertido de la futura apostasía de Israel, cuando Israel le despertaría a celos sirviendo a otros dioses (Deut. 32:15-22), atrayendo segura destrucción sobre ellos mismos y sobre su tierra (Deut. 32:23-43). Cuatro veces en este pasaje Dios amenaza que su venganza alcanzará a los apóstatas: "Mía es la venganza y la retribución" (v. 35); "yo tomaré venganza de mis enemigos, y daré la retribución a los que me aborrecen" (v. 41); "Alabad, naciones, a su pueblo, porque él vengará la sangre de sus siervos, y tomará venganza de sus enemigos, y hará expiación por la tierra de su pueblo" (v. 43).

3 En la segunda división del cántico, la gran multitud repite el estribillo: ¡Aleluya! Nuevamente, la razón de la alabanza es un piadoso regocijo por la destrucción del enemigo de la Iglesia, pues su humo sube por los siglos de los siglos. Como hemos observado (véase sobre 14:11; 18:2, 9), esta expresión se basa en la destrucción de Sodoma y Gomorra (Gén. 19:28), mientras la fraseología específica ha sido tomada prestada de la descripción de Isaías del castigo de Edom (Isa. 34:10). Se usa aquí para indicar la naturaleza permanente de la caída de Babilonia.
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4 La tercera sección de la liturgia encuentra a los veinticuatro ancianos y a los cuatro seres vivientes - que representan a la Iglesia y a toda la creación terrenal (véase sobre 4:4-11) - tomando parte distintiva en el cántico. Primero, se nos dice, se postraron en tierra y adoraron; nuevamente notamos la importancia de la postura, de la actitud física, en nuestra actividad religiosa. La aflicción de la Iglesia moderna, de neoplatonismo "espiritualista" - para no mencionar la simple pereza - ha resultado en una actitud demasiado descuidada hacia el Altísimo. Por lo menos, nuestra posición física en público, en el culto oficial, debería corresponder al temor y la reverencia piadosos que es apropiado en los que son admitidos a una audiencia con Dios, que está sentado en el trono.

5 No se nos dice de quién es la voz que pronuncia la cuarta sección de la liturgia desde el trono. Podría ser la de uno de los ancianos, que guía a la congregación desde una ubicación cerca del trono; pero es más probable que sea la de Cristo Jesús (comp. 16:17), invitando a sus hermanos (Rom. 8:29; Heb. 2:11-12) a alabar a nuestro Dios (comp. Juan 20:17, donde Jesús dice: "Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios"). Que esto se dirige a la Iglesia en general queda claro de la descripción de los adoradores: Sus siervos, los que le temen, los pequeños y los grandes.

6-8 Al responder la Iglesia entera a la invitación del oficiante, ella habla con la voz familiar de la Nube de Gloria (comp. Éx. 19:16; Eze. 1:24), indicando su plena identificación con la goriosa imagen de Dios: Juan escucha, como si fuera, la voz de una gran multitud, como el estruendo de muchas aguas, y como la voz de grandes truenos. La Nube ha asumido la Iglesia a sí misma.

El primer ¡Aleluya! de la "gran multitud" había alabado a Dios por su soberanía, como se muestra en el juicio de la gran ramera. El cuarto ¡Aleluya!, en esta porción quinta y final de la liturgia, alaba a Dios nuevamente por su soberanía, esta vez como se muestra en el matrimonio entre el Cordero y su Esposa. La destrucción de la ramera y el matrimonio entre el Cordero y su Esposa - el divorcio y las bodas - son eventos correlativos. La existencia de la Iglesia como congregación del Nuevo Pacto marca una época enteramente nueva en la historia de la redención. Dios no estaba solamente llevando a los creyentes gentiles al Antiguo Pacto (como lo había hecho a menudo bajo la economía del Antiguo Testamento). Más bien, estaba introduciendo "el mundo venidero" (Heb. 2:5; 6:5), la era de cumplimiento, durante estos últimos días. El pentecostés fue el principio de un Nuevo Pacto. Con el divorcio final y la destrucción de la esposa infiel en el año 70 d. C., el matrimonio entre la Iglesia y su Señor quedó firmemente establecido; la celebración eucarística de la Iglesia quedó plenamente revelada en su verdadera naturaleza como la "cena de las bodas del Cordero" (v. 9).

La multitud de los redimidos se regocija: ¡La Esposa está preparada! El deber de los apóstoles durante los últimos días fue el de preparar a la Iglesia para sus nupcias. Pablo escribió sobre el sacrificio de Cristo como la redención de la Esposa: Él "amó a la Iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra; a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha" (Efe. 5:25-27). Pablo extendió esta imagen al hablarles a los corintios de la meta de su ministerio: "Porque os celo con celo de Dios; pues os he desposado con un solo esposo, para presentaros como una virgen pura a Cristo". Pero existía el peligro de que la Iglesia fuera seducida para que fornicara con el dragón; el apóstol temía que, "como la serpiente con su astucia engañó a Eva, vuestros sentidos sean de alguna manera extraviados de la sincera fidelidad a Cristo" (2 Cor. 11:2-3). Al acercarse el final de la crisis de aquellos días, cuando muchos se estaban apartando de la fe y yéndose tras varias herejías, Judas escribió a la Iglesia un apresurado mensaje de urgencia (véase Judas 3), en el cual instaba a la Esposa a permanecer fiel a su Señor, confiándola a "aquél que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría" (Judas 24).

Pero ahora Juan ve una visión de la Iglesia en su gloria y su pureza, habiendo enfrentado con éxito sus pruebas y tentaciones, habiendo pasado por grandes tribulaciones a la posesión del Reino como la Esposa de Cristo. Contrario a lo que Roma esperaba, la destrucción de Jerusalén no fue el fin de la Iglesia. En vez de eso, fue el pleno establecimiento de la Iglesia como el nuevo templo, la declaración final de que Dios había tomado para sí una nueva Esposa, una virgen fiel, casta, que había resistido con éxito las seductoras tentaciones del dragón. Ella se había preparado, y éste era su día de bodas. Los primeros cristianos aprendieron bien la lección que expresó más tarde el obispo del siglo tercero, Cipriano: "La esposa de Cristo no puede ser adúltera; es incorrupta y pura. Conoce un sólo hogar; guarda con casta modestia la santidad de un lecho. Nos guarda para Dios. Designa para el reino los hijos que ha dado a luz. Quienquiera que sea separado de la Iglesia y se una con una adúltera, queda separado de las promesas de la Iglesia; ni puede el que abandona la Iglesia de Cristo alcanzar la recompensa de Cristo. Es un desconocido; es profano; es un enemigo. Ya no puede tener a Dios por Padre el que no tiene a la Iglesia por madre. Si pudo escapar alguno de los que estaban fuera del arca de Noé, entonces también puede escapar el que está fuera de la Iglesia. El Señor amonesta, diciendo: 'El que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge, desparrama' [Mat. 12:30]. El que quebranta la paz y la concordia de Cristo, lo hace en oposición a Cristo; el que recoge en cualquier parte que no sea la Iglesia, desparrama la Iglesia de Cristo... El que no guarda esta unidad no guarda la ley de Dios, no guarda la fe del Padre y del Hijo, no guarda la vida ni la salvación". 3

El cántico de alabanza continúa: Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente, porque el lino fino es las acciones justas de los santos. Ya hemos visto al lino usado como símbolo (15:6; comp. 3:4; 4:4; 7:9, 14); ahora, se dice explícitamente que su significado simbólico es las acciones justas de los santos. 4 Dos puntos importantes se señalan aquí acerca de la obediencia de los santos: primera, se le concedió - nuestra santificación se debe enteramente a la obra de gracia del Espíritu Santo de Dios en nuestros corazones; segunda, a ella se le concedió por gracia que se vista del lino fino de las acciones justas - nuestra santificación es llevada a cabo por nosotros mismos. Este doble énfasis se encuentra a través de todas las Escrituras: "Santificaos ... Yo Jehová que os santifico" (Lev. 20:7-8; "Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor; porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad" (Fil. 2:12-13).

9 A Juan se le instruye que escriba la cuarta y central bienaventuranza del libro de Apocalipsis: Bienaventurados los que son llamados a la cena de las bodas del Cordero. El pueblo de Dios ha sido salvado de la prostitución del mundo para convertirse en la Esposa de su Hijo unigénito; y la constante señal de este hecho es la celebración semanal de la su fiesta sagrada de la Iglesia, la Santa Eucaristía. La absoluta fidelidad de esta promesa queda subrayada por el hecho de que el ángel le asegura a Juan que éstas son las palabras verdaderas de Dios.

Ni que decir tiene (pero, desafortunadamente, hay que decirlo) que la Eucaristía es el centro del culto cristiano; la Eucaristía es lo que se nos manda hacer cuando nos reunimos en el día del Señor. Todo lo demás es secundario. Con esto no queremos decir que las cosas secundarias no son importantes. Por ejemplo, la enseñanza de la Palabra es muy importante, y de hecho, necesaria para el crecimiento y el bienestar de la Iglesia. Por mucho tiempo, la doctrina ha sido reconocida como uno de los distintivos esenciales de la Iglesia. Por lo tanto, la instrucción en la fe es parte indispensable del culto cristiano. Pero no es el corazón del culto cristiano. El corazón del culto cristiano es el sacramento del cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo. Esto lo asume Pablo en 1 Corintios 10:16-17 y 11:20-34. Podemos verlo reflejado en la sencilla afirmación de Lucas en Hechos 20:7: "El primer día de la semana, reunidos los discípulos para partir el pan ..." También se describe en el Didache: "Pero cada día del Señor os reunís, y partís el pan, y dais gracias después de haber confesado vuestras transgresiones, para que vuestro sacrificio sea puro". 5 Justino Mártir informa del mismo modelo como patrón para todas las asambleas cristianas: "En el día llamado domingo, todos los que viven en ciudades o en el campo se reúnen en un lugar, y se leen las memorias de los apóstoles o los escritos de los profetas, hasta donde el tiempo lo permite; entonces, cuando el lector ha cesado, el presidente instruye verbalmente, y exhorta a la imitación de estas buenas cosas. Luego todos nos levantamos y oramos, como hemos dicho antes, y al terminar nuestra oración, se trae pan y vino, y el presidente de la misma manera ofrece oraciones y acciones de gracias, según su posibilidad, y el pueblo asiente, diciendo, Amén; y hay una distribución a cada uno, y una participación en aquéllo por lo cual se han dado gracias, y a los que están ausentes se les envía una porción por medio de los diáconos". 6

El mayor privilegio de la Iglesia es su participación semanal en la comida eucarística, la cena de las bodas del Cordero. Es una tragedia que tantas iglesias en nuestros días descuiden la Cena del Señor, observándola sólo en raras ocasiones (algunas de las llamadas iglesias hasta han abandonado la comunión por completo). De lo que debemos darnos cuenta es de que el servicio del culto oficial de la Iglesia en el día del Señor no es meramente un estudio bíblico o alguna reunión informal de almas que piensan de manera similar; por el contrario, es la fiesta de bodas formal de la Esposa con su Esposo. Por eso nos reunimos el primer día de la semana. En realidad, uno de los principales puntos en disputa en la controversia de la Reforma Protestante era el hecho de que la Iglesia Romana admitía a sus miembros a la Eucaristía sólo una vez al año. 7 Irónicamente, la práctica de la Iglesia Romana ahora supera a la de la mayoría de las iglesias "protestantes"; sobre el punto de la comunión frecuente, por lo menos, es Roma la que ha "reformado".

Comentando sobre el dictamen del filósofo materialista alemán Ludwig Feuerbach de que "el hombre es lo que come", el gran teólogo ortodoxo Alexander Schmemann escribió: "Con esta afirmación ... Feuerbach creyó que había puesto fin a todas las especulaciones 'idealistas' sobre la naturaleza humana. En realidad, sin embargo, expresaba, sin saberlo, la más religiosa idea del hombre. Durante mucho tiempo antes de Feuerbach, la Biblia había dado la misma definición del hombre. En la historia bíblica de la creación, el hombre es presentado, primero que todo, como un ser hambriento, y el mundo entero como su alimento. De acuerdo con el autor del capítulo primero de Génesis, la instrucción de Dios de que el hombre se alimentara de la tierra sólo viene en segundo lugar después de la instrucción de propagarse y tener dominio sobre la tierra: 'He aquí os he dado toda planta que da semilla ... todo árbol en que hay fruto y que da semilla; os serán para comer' ... El hombre tiene que comer para vivir; debe meter el mundo en su cuerpo y transformarlo en sí mismo, en carne y sangre. Él es realmente lo que come, y el mundo entero es presentado como una global mesa de banquete para el hombre. Y esta imagen de banquete permanece, a través de toda la Biblia, como la imagen central de la vida. Es la imagen de la vida en su creación y también la imagen de la vida en su fin y en su cumplimiento: "... para que comáis y bebáis en mi mesa en mi reino". 8

La Eucaristía está en el centro de nuestra vida, y toda la vida fluye de esta liturgia central. Por lo tanto, la "forma" de la liturgia eucarística da forma al resto de la vida, la liturgia diaria que seguimos al acatar nuestro llamado a ejercer dominio sobre la tierra. El "rito de la vida" está modelado de acuerdo con el ritual central de comunión, que en sí mismo está modelado según la liturgia de la creación establecida en Génesis 1: Dios se apoderó de la creación, la separó, la distribuyó, evaluó la obra, y disfrutó de ella en el reposo sabático. Y este es el modelo de la Santa Comunión, como observa James B. Jordan: "Cuando efectuamos este rito en el día del Señor, estamos siendo reajustados, rehabituados, readiestrados en la manera correcta de usar el mundo. Porque Jesucristo, en la noche de su  traición, (1) tomó pan y vino, (2) dio gracias, (3) partió el pan, (4) distribuyó el pan y el vino, llamándolos su cuerpo y su sangre; luego los discípulos (5) lo probaron y lo evaluaron, aprobándolo once de ellos, y rechazándolo uno; y finalmente (6) los fieles reposaron y lo disfrutaron.

"Es porque el acto de dar gracias es la diferencia central entre el cristiano y el no cristiano que la liturgia de las iglesias cristianas es llamada la 'Santa Eucaristía'. Eucaristía significa dar gracias. Es la restauración de la verdadera adoración (dar gracias) lo que restaura la obra del hombre (la séxtuple acción en la totalidad de la vida). Esto explica por qué la restauración de la verdadera adoración tiene primacía sobre los esfuerzos culturales". 9

10 Juan cae a los pies del ángel para adorarle, y el ángel replica concisamente: No lo hagas. ¿Por qué se registra este incidente (repetido en 22:8-9) en el Libro de Apocalipsis? Aunque esto podría parecer sin relación con los grandes y cósmicos puntos en disputa de la profecía, en realidad está cerca del corazón del mensaje de Juan. A primera vista, parece ser una polémica contra la idolatría, ciertamente una preocupación central del Libro de Apocalipsis. Mirada más de cerca, sin embargo, esta interpretación presenta serias dificultades. En primer lugar, debemos recordar que es un apóstol inspirado el que efectúa el acto de adoración, mientras recibe una revelación divina; aunque no es absolutamente imposible que Juan cometa el crimen de idolatría en una situación tal, esto parece altamente improbable. En segundo lugar, la razón del ángel para rehusar la adoración parece extraña. ¿Por qué no cita simplemente el mandamiento contra tener dioses falsos, como hizo Jesús (Mat. 4:10), cuando el diablo exigió que le adorase? En vez de esto, el ángel se embarca en una breve explicación de la naturaleza de la profecía: Yo soy consiervo tuyo y de tus hermanos que retienen el testimonio de Jesús. Adora a Dios; porque el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía.

La solución ha de encontrarse, primero, en el hecho de que el término adoración(proskuneo, en griego) significa simplemente "la costumbre de postrarse uno delante de una persona y besar sus pies, la orilla de su vestimenta, el suelo, etc.. ", 10 y puede usarse, no solamente para el homenaje que se le rinde a Dios (o, pecaminosamente, a un dios falso), sino también como la correcta reverencia debida a los superiores (véase, por ej., el pasaje de la Septuaginta en Gén. 18:2; 19:1; 23:7, 12; 27:29; 33:3, 6-7; 37:7, 9-10; 42:6; 43:26, 28; 49:8). Era completamente correcto que Lot "adorara" a los ángeles que le visitaron, y que los hijos de Israel "adoraran" a José. Mateo usa la palabra para describir la reverencia de un esclavo delante de su amo (Mat. 18:26, y Juan la emplea para registrar la promesa de Cristo a los fieles filadelfianos, de que los judíos serían forzados a "venir y postrarse [proskuneo]" a los pies de ellos (Apoc. 3:9).

Por lo tanto, suponiendo que Juan no estaba ofreciendo una adoración divina al ángel, sino más bien haciendo una reverencia a un superior, la respuesta del ángel puede entenderse más claramente. Un tema común a través del Libro de Apocalipsis es el de que "todo el pueblo del Señor son profetas" (comp. Núm. 11:29). Todos han ascendido a la presencia del Señor, tomando sus lugares en el Concilio celestial alrededor del trono en la Nube de Gloria. Antes de Pentecostés, era apropiado que meros hombres se inclinaran delante de ángeles, pero ya no lo es. "No lo hagas", exclama el ángel: "Yo soy consiervo tuyo y de tus hermanos que tienen el testimonio de Jesús". El ángel está en nivel de igualdad con Juan y el resto de la comunidad cristiana; por eso, insta a Juan a que adore a Dios, a que "se acerque confiadamente al  trono de la gracia" (Heb. 4:16). El hecho de que los hermanos de Juan tengan el testimonio de Jesús demuestra que son miembros del Concilio, en los cuales mora el Espíritu; porque el testimonio de Jesús es el Espíritu de la profecía; el Espíritu se encuentra dondequiera se sostiene y se proclama el testimonio de Jesús.

Bossuet observa: "Con perfecta justicia, por lo tanto, el ángel rechaza la adoración para situar el ministerio apostólico y profético en pie de igualdad con el de los ángeles.... La discusión no se basa en la consideración de que la adoración protege el honor de Juan. Es como si se le hubiese dicho, vé directamente a Dios con tu adoración, de modo que no puedas arrojar en las sombras la gloriosa dignidad conferida a tí, y representada por tí". 11

Pero, ¿qué sucede con la proclamación del ángel que induce a Juan a postrarse a sus pies, para comenzar? "Es la referencia eucarística que contiene. La iglesia primitiva consagró la Eucaristía por medio de la gran oración de acción de gracias que nombra el rito. Alzando sus corazones al cielo, bendijeron a Dios por sus poderosos actos de salvación, asegurando por lo tanto su posesión final por Cristo, y convirtiendo en real el anticipo que estaban a punto de recibir en el cuerpo y la sangre sacramentales de Jesús. El regocijo de la victoria ha pasado a ser la oración eucarística en 19:1-8, pero es la bienaventuranza del ángel la que primero hace explícita la alusión a la bendita festividad comida en el reino de Dios y anticipada en la Iglesia. Juan cae al suelo para adorar, y todo intermediario entre él mismo y Cristo desaparece". 12

El hijo de Dios sale a la guerra (19:11-21)

11 Entonces vi el cielo abierto; y he aquí un caballo blanco, y el que lo montaba se llamaba Fiel y Verdadero, y con justicia juzga y pelea.
12 Sus ojos eran como llama de fuego, y había en su cabeza muchas diademas; y tenía  un nombre escrito que ninguno conocía sino él mismo.
13 Estaba vestido de una ropa teñida en sangre; y su nombre es: El Verbo de Dios.
14 Y los ejércitos celestiales, vestidos de lino finísimo, blanco y limpio, le seguían en caballos blancos.
15 De su boca sale una espada aguda, para herir con ella a las naciones, y él las regirá con vara de hierro; y él pisa el lagar del vino del furor y de la ira del Dios Todopoderoso.
16 Y en su vestidura y en su muslo tiene escrito este nombre: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES.
17 Y vi a un ángel que estaba en pie en el sol, y clamó a gran voz, diciendo a todas las aves que vuelan en medio del cielo: Venid, y congregaos a la gran cena de Dios,
18 para que comáis carnes de reyes y de capitanes, y carnes de fuertes, carnes de caballos y de sus jinetes, y carnes de todos, libres y esclavos, pequeños y grandes.
19 Y vi a la bestia, a los reyes de la tierra y a sus ejércitos, reunidos para guerrear contra el que montaba el caballo, y contra su ejército.
20 Y la bestia fue apresada, y con ella el falso profeta que había hecho delante de ella las señales con las cuales había engañado a los que recibieron la marca de la bestia, y habían adorado su imagen. Estos dos fueron lanzados vivos dentro de un lago de fuego que arde con azufre.
21 Y los demás fueron muertos con la espada que salía de la boca del que montaba el caballo, y todas las aves se saciaron de las carnes de ellos.
11 Esto inicia la sección final de las siete visiones, comenzando cada una con la frase kai eidon, Y vi (19:11, 17, 19; 20:1, 4, 11; 21:1). Con la revelación de la Santa Eucaristía Juan ve, como no los ha visto antes, los cielos abiertos y, como observa Farrer, "todo intermediario entre él mismo y Cristo desaparece". Es la invitación a la comunión con Cristo que abre los cielos a la Iglesia y revela a su Señor.

Juan ve un caballo blanco, el símbolo de la victoria y el dominio de Cristo (6:2; comp. 14:14). Para entender correctamente este pasaje, es importante notar que el que está sentado sobre él se llama Fiel y Verdadero: Cristo sale cabalgando hacia la victoria en su carácter de "el testigo fiel y verdadero" (3:14), como "el Verbo de Dios" (19:13). Juan no está describiendo la Segunda Venida al fin del mundo. Está describiendo el progreso del evangelio a través del mundo, la proclamación universal del mensaje de salvación, que sigue al Primer Advenimiento de Cristo. La conexión con el mensaje a Laodicea (3:14-22) queda establecida además cuando entendemos que esta parte de la profecía contiene varios paralelos con el mensaje laodicense. Farrer dice: "El infundado alarde de la posesión presente, hecha por el ángel laodicense en 3:17, encuentra eco en el alarde de la ciudad-Jezabel en 18:7ss. Y no bien ha terminado Juan con Jezabel en 19:3 cuando proporciona a los santos vestiduras puras (19:8, 3:18), les invita a la cena del Cordero (19:9, 3:20), y, abriendo las puertas del cielo, revela a Cristo como el Amén, el Fiel y Verdadero (19:9-13, 3:14)".
13

En justicia, juzga y hace la guerra: Cristo sale cabalgando para combatir en la tierra, sometiéndonos a sí mismo, gobernándonos y defendiéndonos, "restringiendo y conquistando a todos sus enemigos y a todos nuestros enemigos", como dice el Catecismo Westminster Abreviado (Q. 26), haciendo justicia a través del mundo según la ley de Dios en cumplimiento de las profecías mesiánicas:

Él juzgará a tu pueblo con justicia, y a tus afligidos con juicio. (Sal. 72:2).

Alégrense los cielos, y gócese la tierra; brame el mar y su plenitud; regocíjese el campo, y todo lo que en él está; entonces todos los árboles del bosque rebosarán de contento, delante de Jehová que vino; porque vino a juzgar la tierra. Juzgará al mundo con justicia, y a los pueblos con su verdad. (Sal. 96:11-13).

No juzgará según la vista de sus ojos, ni argüirá por lo que oigan sus oídos; sino que juzgará con justicia a los pobres, y argüirá con equidad por los mansos de la tierra; y herirá la tierra con la vara de su boca, y con el espíritu de sus labios matará al impío. (Isa. 11:3-4).

He aquí que vienen días, dice Jehová, en que levantaré a David renuevo justo, y reinará como Rey, el cual será dichoso, y hará juicio y justicia en la tierra. En sus días será salvo Judá, e Israel habitará confiado; y éste será su nombre con el cual le llamarán: Jehová, justicia nuestra. (Jer. 23:5-6).

12 La figura sobre el caballo blanco es la misma que el Hijo del Hombre, el Primero y el Último, el que vive, de la primera visión de Juan, pues sus ojos eran llama de fuego (comp. 1:14): Él es el Señor omnisapiente, cuyo escrutador escrutinio "puede juzgar los pensamientos y las intenciones del corazón" (Heb. 4:12). Esta majestuosa figura ya es victoriosa, muchas veces, como lo simbolizan las muchas diademas que lleva puestas.

La chapa de oro sobre la frente del sumo sacerdote llevaba el sagrado nombre del Señor; apropiadamente, después de tomar nota de las muchas diademas sobre la frente de Cristo, Juan ve que Él tiene un nombre escrito. Pero este es un nombre que nadie conoce, excepto Él mismo. ¿Cómo hemos de entender esto? Como vimos en 2:17, el uso en el Nuevo Testamento de las palabras para conocer (ginosko y oida) está influido por una frase idiomática hebrea, en la cual el verbo conocer aquiere significados relacionados: reconocer, reconocer como propio, y poseer (véase, por ej., Gén. 4:1; Éx. 1:8; Sal. 1:6; Jer. 28:9; Eze.20:5; Zac. 14:7; Mat. 7:23; Juan 10:4-5; Rom. 8:29; 1 Cor. 8:3; 2 Tim. 2:19).
14 Por eso, el punto en este versículo no es que nadie puede conocer lo que es el nombre (pues, de hecho, como veremos, nosotros "conocemos" el nombre, en el sentido cognoscitivo), sino que sólo Él conoce propiamente el nombre; le pertenece sólo a Él. Esto está reforzado por la estructura quiástica del pasaje:

A. Él tiene un nombre escrito que nadie posee, excepto Él (v. 12b)
B. Está vestido con una ropa teñida en sangre (v. 13a)
C. Su nombre es Verbo de Dios (v. 13b)
C. De su boca sale una espada aguda (v. 15a)
B. Pisa el lagar de la ira de Dios (v. 15b)
A. En su vestidura y en su muslo tiene escrito este nombre: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES  (v. 16)

La espada aguda de dos filos de 15a responde a la caracterización de Cristo como el Verbo de Dios en 13b; la información en 15b de que Cristo pisa el lagar de la ira explica cómo su ropa se manchó de sangre en 13a; y el 16 nos dice el nombre que 12b dice que Cristo posee exclusivamente. 15

13 Como hemos notado más arriba, la ropa de Cristo manchada de sangre se explica en 15b. Claramente, la sangre es la de los enemigos de Cristo, las "uvas de la ira"; y sin embargo (como vimos en 14:20), hay un sentido en el cual la ropa ensangrentada está manchada por el propio sacrificio de Cristo también. Porque la visión es realmente una alegoría de la encarnación: Sólo en esta parte de Apocalipsis, así como en el prólogo a su evangelio (Juan 1:1, 14), Juan llama a Cristo el Verbo, hablando de su pre-existencia y su naturaleza divina, y del hecho de que se hiciera carne, habitando entre nosotros. En el pasaje que tenemos delante, además, tenemos no sólo una alegoría de su encarnación, sino también de su expiación, resurrección, ascensión, y entronización. Esta es no "sólo" la historia del derramamiento de la ira sobre Israel. Es la historia de Jesucristo, el Rey de reyes. Vemos aquí el advenimiento del Hijo del Hombre: Los cielos se abren, y Él desciende a la tierra paa combatir a sus enemigos; manchado de sangre, obtiene la victoria.

14 Pero Cristo no está solo en esta victoria. Es seguido por los ejércitos que están en el cielo, los "llamados, elegidos, y fieles" que están con él en la batalla (17:14). Debemos recordar nuevamente que, desde la perspectiva del Nuevo Testamento, la Iglesia está "en el cielo": Somos el tabernáculo de Dios en el cielo (7:15; 12:12; 13:6), estamos sentados con Cristo en los lugares celestiales (Efe. 2:6), hemos llegado a la Jerusalén celestial, y a la compañía de muchos millares de ángeles, y a la congregación de los primogénitos que están inscritos en los cielos (Heb. 12:22-23). Los ejércitos están compuestos de cristianos (es posible que ángeles se incluyan aquí también), que cabalgan sobre caballos blancos, con su Señor en su agresiva y triunfante campaña a través de la tierra, llevando la Palabra de Dios al mundo. Porque los ejércitos del cielo son la Esposa, están vestidos de lino fino, blanco y limpio.

15 De la boca del Verbo de Dios encarnado sale una espada aguda de dos filos. Juan ha usado esta imagen antes (1:16; 2:16); la espada (especialmente saliendo de la boca) es un claro símbolo bíblico de la poderosa "palabra profética que es creativa y dinámica y hace ocurrir lo que pronuncia. La palabra de un verdadero profeta, como la del jinete, transforma la palabra en acción; la de un falso profeta, como la de la segunda bestia, es inefectiva". 16 La Palabra de Dios se usa, no sólo en combate, para matar a los enemigos de Dios (Efe. 6:17), sino también en la Iglesia, para presentar el sacrificio (Rom. 12:1-2): "Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquél a quien tenemos que dar cuenta" (Heb. 4:12-13). El Cristo pre-encarnado dice:

Oídme costas, y escuchad, pueblos lejanos. Jehová me llamó desde el vientre, desde las entrañas de mi madre tuvo mi nombre en memoria. Y puso mi boca como espada aguda. (Isa. 49:1-2).

De la misma manera, Dios blande a sus profetas como se blande una espada:

Por esta causa los corté por medio de sus profetas, con las palabras de mi boca los maté. (Oseas 6:5).

Cristo usa la espada del Espíritu para herir a las naciones: Las conquista por medio de su boca. Nuevamente, no es la Segunda Venida lo que es presentado aquí, sino más bien la derrota de las naciones por medio de la palabra desnuda de Cristo. En Mateo 24:29-31, es "inmediatamente después" de la destrucción de Jerusalén que comienza la conversión de las naciones, al enviar Cristo a sus ángeles/ministros por todo el mundo a reunir a los elegidos. 17

La Sabiduría de Salomón
(18:15-16) habla de la liberación de Israel de Egipto por parte de Dios con imágenes similares al cuadro que Juan presenta en este pasaje: "Tu Palabra todopoderosa saltó de tu trono real en el cielo, como un feroz guerrero que va hacia el medio de una tierra de destrucción, y trajo tu no fingido mandamiento como una espada aguda, y estando de pie llenó de muerte todas las cosas; y tocó los cielos, pero permaneció de pie sobre la tierra". Como escribió Isaías: "Herirá la tierra con la vara de su boca, y con el espíritu de sus labios matará al impío" (Isa. 11:4). "La 'boca como espada aguda' es el símbolo del profeta, cuyo pronunciamiento tiene un borde cortante, pues habla la palabra de Dios ... Por eso la única arma que el Jinete necesita, si ha de quebrantar la oposición de sus enemigos y establecer el reino de Dios de justicia y paz, es la proclamación del evangelio".
18 Por eso, "el curso entero de 'la expansión del cristianismo' está aquí en una figura: la conversión del Imperio; la conversión de las naciones occidentales que se levantaron de las ruinas del Imperio; la conversión del Sur y del Lejano Oriente, todavía desarrollándose en la historia de nuestro propio tiempo. En total, Juan habría visto a Cristo usando la espada de su boca; el caballo blanco y su Jinete, la cabeza coronada de diademas, los invisibles ejércitos del cielo". 19

Cristo conquista a las naciones para gobernarlas [o pastorearlas] con vara de hierro. "La obra del Pastor, Guía, y Soberano de las almas (1 Ped. 2:25) sigue a la del Evangelista; los paganos han de ser primero reducidos a la obediencia, y luego puestos bajo la disciplina de Cristo". 20 Su Padre le había ordenado:

Pídeme, y te daré por herencia las naciones, y como posesión tuya los confines de la tierra. Los quebrantarás 21 con vara de hierro; como vasija de alfarero los desmenuzarás. (Sal. 2:8-9).
Salmo 2 continúa declarando que los reyes de la tierra deben someterse al Hijo, o perecer bajo su ira. Cristo ha recibido su herencia; ha recibido su reino del Padre (Dan. 7:13-14), habiéndose instalado en su trono celestial "sobre todo principado y autoridad y poder y dominio" (Efe. 1:21). Como soberano universal, Él mismo pisa el lagar del vino de la ira de Dios Todopoderoso (comp. 14:19-20):
¿Quién es éste que viene de Edom, de Bosra, con vestidos rojos? ¿este hermoso en su vestido, que marcha en la grandeza de su poder? Yo, el que hablo en justicia, grande para salvar. ¿Por qué es rojo tu vestido, y tus ropas como del que ha pisado en lagar? He pisado yo solo el lagar, y de los pueblos nadie había conmigo; los pisé con mi ira, y los hollé con mi furor; y su sangre salpicó mis vestidos, y manché todas mis ropas. Porque el día de la venganza está en mi corazón, y el año de mis redimidos ha llegado. Miré, y no había quién ayudara, y me maravillé que no hubiera quien sustentase; y me salvó mi brazo, y me sostuvo mi ira. Y con mi ira hollé los pueblos, y los embriagué en mi furor, y derramé en tierra su sangre. (Isa. 63:1-6).
El texto de Isaías subraya que Cristo lleva a cabo esta obra él solo: "He pisado ... solo"; "no había quién ayudase"; "me salvó mi brazo", etc.; de manera similar, Juan usa la expresión "él mismo" dos veces en este versículo, enfatizando que, mientras Cristo está acompañado por sus ejércitos celestiales, la victoria se basa sólo en su obra. La obra de la salvación es ejecutada solamente por el Señor Jesucristo; las bendiciones y juicios que acompañan la salvación de los elegidos son establecidos por Él.
Venid, ved las obras de Jehová, que ha puesto asolamientos en la tierra. Que hace cesar las guerras hasta los fines de la tierra. Que quiebra el arco, corta la lanza, y quema los carros en el fuego. (Sal. 46:8-9).
"Por esta razón, nos sentimos obligados a creer que las ocasiones en que las naciones culpables son azotadas y castigadas por sus pecados no son solamente causadas en providencia, sino ordenadas y dirigidas por el Mediador. Y si, por lo tanto, contemplamos la espada desoladora cortando a los habitantes, o al moho marchitador destruyendo las cosechas, o al estancamiento comercial obstruyendo las fuentes de riqueza, o a las enfermedades debilitantes acechando la tierra con terrible poder, o a las agitaciones de la conmoción popular derribando los fundamentos del orden social, reconocemos la sabiduría, y el poder, y la justa retribución del Mesías Príncipe, que ejecuta el divino decreto: La nación o el reino que no te sirviere perecerá, y del todo será asolado" (Isa. 60:12). 22

16 Juan ve el título de Cristo, "que nadie conoce sino él mismo" (v. 12), escrito en su ropa y en su muslo, el lugar en que se lleva la espada (comp. Sal. 45:3). "El título es el fundamento, no el resultado, de la victoria venidera; él conquistará al monstruo y a los reyes porque él ya es Rey de reyes y Señor de señores".
23 Cabalgando en su caballo de guerra, seguido por su ejército de santos, conquista a las naciones con la Palabra de Dios, el evangelio. Esta es una declaración simbólica de esperanza, la seguridad de que la Palabra de Dios resultará victoriosa en todo el mundo, de modo que el gobierno de Cristo será establecido universalmente. Jesucristo será reconocido en todas partes como Rey de reyes, Señor de todos los señores. Desde el principio del Apocalipsis, el mensaje de Cristo a su Iglesia ha sido una orden para vencer, para conquistar (2:7, 11, 17, 26-28; 3:5, 12, 21); ahora Él asegura a la Iglesia sufriente que, a pesar de la feroz persecución por parte de Israel y de Roma, Él y su pueblo serán de hecho victoriosos sobre todos sus enemigos.

Se requiere que absolutamente todas las naciones sean cristianas, tanto en su capacidad oficial como en el carácter personal de sus ciudadanos individuales. Cualquier nación que no se someta al abarcante gobierno del Rey Jesús perecerá; todas las naciones serán cristianizadas algún día. Es sólo cuestión de tiempo. Cristo Jesús es el Soberano universal, y será reconocido como tal por toda la tierra, en este mundo así como en el venidero, en el tiempo y en la eternidad. Él ha prometido: "Seré exaltado entre las naciones; enaltecido seré en la tierra" (Sal. 46:10). El Señor de los ejércitos está con nosotros.

17-18 Esta es la segunda de las siete visiones finales, cada una de las cuales comienza con la frase "Y vi"; por eso, aunque ciertamente está relacionada con el tema del tema de la visión anterior, no es simplemente una continuación de ella. Como hemos visto, el capítulo comienza con una fiesta, la cena de bodas del Corderol la sagrada comida eucarística de la Iglesia delante de su Señor. Pero aquí se proclama otra gran fiesta. El Sol de Justicia ha salido, trayendo salvación en sus alas (Mal. 4:2); pero también trae un ángel que está de pie en el sol (el que gobierna el día, Gén. 1:16), quien invita a todas las aves que vuelan por en medio del cielo, las aves de presa. Hemos visto "en medio del cielo" como el lugar en el cual el águila advirtió que vendrían los ayes (8:13), y en el cual invitó a los gobernantes de la tierra a abrazar el evangelio eterno (14:6). Ahora el ángel invita a las águilas a la gran cena de Dios, donde pueden saciarse de la carne de los enemigos de Cristo: la carne de los reyes, la carne de caballos y de sus jinetes, y la carne de todos los hombres, libres y esclavos, pequeños y grandes. Notamos en 8:13 que una maldición básica del pacto es la de ser comido por las aves de presa (Mat. 24:28), y ya no hay nadie que pueda espantar a los carroñeros (comp. 15:11; Deut. 28:26). 24

El lenguaje de Juan ha sido tomado prestado de la invitación de Dios, por medio de Ezequiel, a las "aves de toda especie y a toda fiera del campo" a devorar los cadáveres de sus enemigos, los ejércitos de los paganos que habían hecho guerra contra Israel:

Juntaos, y venid; reuníos de todas partes a mi víctima que sacrifico para vosotros, un sacrificio grande sobre los montes de Israel; y comeréis carne y beberéis sangre. Comeréis carne de fuertes, y beberéis sangre de príncipes de la tierra; de carneros, de corderos, de machos cabríos, de bueyes y de toros, engordados todos en Basán. Comeréis grosura hasta saciaros, y beberéis hasta embriagaros de sangre de las víctimas que para vosotros sacrifiqué. Y os saciaréis sobre mi mesa, de caballos y de jinetes fuertes y de todos los hombres de guerra, dice Jehová el Señor. (Eze. 39:17-20).
El significado es claro: Las naciones que rehusen someterse al señorío de Cristo, como se ordena en Salmos 2, serán destruídas completamente. Dios requiere de todos los hombres e instituciones nada menos que completo sometimiento a su cristocracia ordenada.

Peter J. Leithart observa que el banquete de los carroñeros en Ezequiel 39 tiene un efecto limpiador sobre la tierra. "La invitación extendida a las aves de presa en los versículos 17-20 viene inmediatamente después de una discusión sobre la purificación de la tierra enterrando los muertos (comp. Deut. 21:22 s.). Quizás las aves ayuden a limpiar la tierra alimentándose de los cadáveres que la contaminan. Además, el Señor invita a las aves a comer una comida sacrificial. El sacrificio implica purificación y restauración. Así, en Ezequiel 39, la imagen de las aves de presa no sólo subraya la totalidad del juicio, sino que apunta al anverso del juicio, purificación y redención".
25

Leithart continúa: "¿Se encuentra también en Apocalipsis 19:17-18 la idea de purificación? No hay ninguna mención directa de purificación, ni de sacrificio. Y sin embargo, por varias razones, el pasaje de Apocalipsis puede entenderse como una purificación. Primero, los sucesos de 20:4-6 indican que, por medio de su victoria, el Guerrero purifica la tierra de la influencia de la bestia y del falso profeta, y esto, combinado con la caída de Babilonia y el encadenamiento del dragón, inicia un período de poder sin precedentes para la Iglesia. Segundo, la totalidad de la victoria del Guerrero es tan grande que ni siquiera quedan los cuerpos muertos de sus oponentes. Todo rastro de los ejércitos de la bestia es borrado. Finalmente, considerado sistemáticamente, el juicio nunca ocurre aparte de la gracia que lo acompaña. El juicio de Faraón es la liberación de Israel. Así sucede también aquí. El juicio de las bestias y de sus ejércitos purifica la tierra de su idolatría y libera a los santos". 26

19-21 La tercera visión en esta sección, marcada nuevamente por las palabras: "Y vi", revela la derrota de Leviatán y de Behemot en su guerra contra el reino de Cristo: Las dos bestias son apresadas y arrojadas vivas en el lago de fuego, el  lavatorio ardiente (comp. 15:2), que arde con azufre. La imagen ha sido tomada prestada del relato de la destrucción de Sodoma y Gomorra ("fuego y azufre"), combinada el relato de los rebeldes Coré, Datán, y Abiram, los que, con todas sus familias, fueron tragados por la boca de la tierra: "Y ellos, con todo lo que tenían, descendieron vivos al Seol, y los cubrió la tierra, y perecieron de en medio de la congregación" (Núm. 16:31-33). Por lo tanto, lo que Juan quiere no es proporcionar una detallada escatología de la bestia y del falso profeta; todavía menos intenta describir la caída de Roma en el año 410 o el 476. Más bien, el lago de fuego es su descripción simbólica de la completa derrota y destrucción de estos enemigos en su intento de apoderarse del reino: La perversas personificaciones de la Roma pagana y del Israel apóstata están arruinadas y derribadas. Roma, como Sodoma, es destruída por el fuego y el azufre; los falsos profetas de Israel, Coré, Datán, y Abiram, son tragados vivos.

Hay un notable contraste, sin embargo: Mientras el resto de los seguidores de Coré fueron consumidos por una ráfaga de fuego del Señor, el resto de los seguidores de la bestia - los reyes de la tierra - son muertos por la espada que había salido de la boca del que estaba sentado sobre el caballo. El mensaje del evangelio, la Palabra-espada del Espíritu, sale de la boca de Cristo y destruye a sus enemigos convirtiéndolos, partiendo en pedazos sus almas y sus espíritus, sus coyunturas y sus tuétanos, juzgando los pensamientos y las intenciones de sus corazones. Las bestias son perdedoras por partida doble: No solamente son derrotadas, sino que las mismas naciones que ellas guiaban en su batalla contra Cristo son conquistadas por su victoriosa Palabra.

En el peor de los casos, Leviatán, Behemot, y sus conspiradores no pudieron hacer más que cumplir los decretos del Dios soberano (17:7). Él ordenó cada uno de los movimientos de ellos, y ha ordenado su destrucción. La naciones se aíran, pero Dios ríe: Ya Él ha puesto su Rey sobre su santo monte, y todas las naciones serán regidas por Él (Sal. 2). Toda potestad le es dada a Cristo en el cielo y en la tierra (Mat. 28:18); como cantaba Martín Lutero: "Él tiene que ganar la batalla". Al progresar el evangelio a través del mundo, obtendrá más y más victorias, hasta que todos los reinos del mundo vengan a ser los reinos de nuestro Señor y de su Cristo; y Él reinará por los siglos de los siglos. No debemos ceder al enemigo ni una sola pulgada cuadrada de terreno ni en el cielo ni en la tierra. Cristo y su ejército cabalgan hacia adelante, conquistando y para conquistar, y por medio de Él, nosotros heredaremos todas las cosas.


Notas:

1. E. W. Hengstenberg, The Revelation of St. John, dos vols. (Cherry Hill, NJ: Mack Publishing Co., n.d.), vol. 2, p. 238.

2. Por esta razón, la frase no puede usarse como una descripción literal del estado eterno de los impíos en general. Las llamas verdaderas que consumieron a "Babilonia" ardieron hace mucho tiempo, pero su castigo es eterno. Ella nunca resucitará.

3. Cipriano, On the Unity of the Church, 6; en Alexander Roberts y James Donaldson, eds., The Ante-Nicene Fathers (Grand Rapids: William B. Eerdmans, reimpreso en 1971), Vol. 5, p. 423.

4. La palabra griega se usa generalmente en el Nuevo Testamento en el sentido de los "estatutos" u "ordenanzas" de Dios (Lucas 1:6; Rom. 1:32; 8:4; Heb. 9:1, 10; Apoc. 15:4); el significado relacionado, usado aquí, es "cumplimiento de los estatutos de Dios" (comp. Rom. 5:18). Un significado adicional es la "sentencia judicial de que uno ha cumplido los requisitos de Dios", y de aquí la "justificación" (comp. Rom. 5:16). Aunque algunos han argumentado en favor de la "justificación" como el correcto significado aquí, tanto el contexto como el hecho de que se emplea la forma plural de la palabra indican que su significado más natural es "acciones justas".

5. The Teaching of the Twelve Apostles, xiv, 1, en Alexander Roberts y James Donaldson, eds., The Ante-Nicene Fathers (Grand Rapids: Wm. B. Eerdmans, reimpreso en 1971), Vol. 7, p. 381.

6. Justino Mártir, The First Apology, cap. lxvii, en Alexander Roberts y James Donaldson, eds., The Ante-Nicene Fathers (Grand Rapids: Wm. B. Eerdmans, reimpreso 1971), Vol. 1, p. 186.

7. Véase, de John Calvin, Institutes of the Christian Religion, iv.xvii.43-46; comp. idem., Selected Works: Tacts and Letters, ed. por Henry Beveridge y Jules Bonnet, siete vols. (Grand Rapids: Baker Book House, reimpreso 1983), Vol. 2, p. 188.

8 Alexander Schmemann, For the Life of the World: Sacraments and Orthodoxy (New York: St. Vladimir´s Seminary Press, 1973), p. 11.

9. James B. Jordan, "Studies in Genesis One: God´s Rite for Life", in The Geneva Review, No. 21 (Agosto 1985), p. 3; comp. idem, "Christian Piety: Deformed and Reformed", Geneva Papers (New Series), No. 1 (Septiembre 1985); sobre la centralidad del culto, véase ídem, The Law of the Covenant: An Esposition of Exodus 21-23 (Tyler, TX: Institute for Christian Economics, 1984), pp. 16s., 41s., 217s.

10. William F. Arndt and F. Wilbur Gingrich, A Greek-English Lexicon of the New Testament and Other Early Christian Literature (Chicago: University of Chicago Press, 1957), p. 723.

11. E. W. Hengstenberg, The Revelation of St. John, dos vols. (Cherry Hill, NJ; Mack Publishing Co., [1851] 1972), Vol. 2, p. 256.

12. Austin Farrer, The Revelation of St. John the Divine (Oxford: At the Clarendon Press, 1964)m pp. 195s.

13. Ibid., p. 85.

14. Véase la breve discusión en la obra de Meredith G. Kline, Images of the Spirit (Grand Rapids: Baker Book House, 1980), p. 130.

15. Ibid.

16. J. Massyngberde Ford, Revelation: Introduction, Translation, and Commentary (Garden City, NY: Doubleday & Co., 1975), p. 323.

17. Véase de David Chilton, Paradise Restored: A Biblical Theology of Dominion (Ft. Worth, TX: Dominionn Press, 1985), pp. 103ss.

18. G. B. Caird, A Commentary on the Revelation of St. John the Divine (New York: Harper and Row, 1966), p. 245.

19. H. B. Swete, Commentary on Revelation (Grand Rapids: Kregel Publications, [1911] 1977), p. 254.

20. Ibid.

21. El verbo hebreo puede leerse ya sea como quebrantar o como regir (pastorear), dependiendo de los puntos vocales usados. La Septuaginta lo traduce como regir, y esta lectura fue adoptada por los escritores del Nuevo Testamento.

22. William Symington, Messiah the Prince: or, The Mediatorial Dominion of Jesus Christ (Philadelphia: The Christian Statesman Publishing Co., [1839] 1984), p. 224.

23. Caird, p. 246.

24. Génesis 15 describe la ceremonia de ratificación del pacto de Dios con Abram. Después de que Abram divide en dos los animales sacrificiales y dispone las mitades una frente a la otra, las aves de presa inmundas descienden para atacar los cadáveres, y Abram las espanta (v. 11). Gordon Wenham interpreta esto como una promesa de que Israel, por medio de la fe y la obediencia abrámicas (comp. Gén. 26:5), será protegido de los ataques de las naciones inmundas; Gordon Wenham, "The Symbolism of the Animal Rite in Genesis 15: A Response to G. F. Hasel, JSOT 19 (1981) 61-78", en Journal for the Study of the Old Testament 22 (1981), 134-137.

25. Peter J. Leithart, "Biblical-Theological Paper: Revelation 19:17-18", Westminster Theological Seminary, 1985, p. 11.

26. Ibid., p. 12.


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