DÍAS DE RETRIBUCIÓN
Una exposición del libro
de Apocalipsis
Título de la obra en inglés:
Days of Vengeance
Por David Chilton
Tomado de Freebooks
Parte Cinco
19
LAS FIESTAS DEL REINO
La cena
de bodas del Cordero (19:1-10)
1 Después de esto oí una gran
voz de gran multitud en el cielo, que decía: ¡Aleluya!
Salvación y honra y gloria y poder son del Señor Dios nuestro;
2 porque sus juicios son
verdaderos y justos; pues ha juzgado a la gran ramera que ha
corrompido a la tierra con su fornicación, y ha vengado la
sangre de sus siervos de la mano de ella.
3 Otra vez dijeron:
¡Aleluya! Y el humo de ella sube por los siglos de los siglos.
4 Y los veinticuatro
ancianos y los cuatro seres vivientes se postraron en
tierra y adoraron a Dios, que estaba sentado en el trono, y
decían: ¡Amén! ¡Aleluya!
5 Y salió del trono una voz
que decía: Alabad a nuestro Dios todos sus siervos, y los que
le teméis, así pequeños como grandes.
6 Y oí como la voz de una
gran multitud, como el estruendo de muchas aguas, y como la
voz de grandes truenos, que decía: ¡Aleluya, porque el Señor
Dios Todopoderoso reina!
7 Gocémonos y alegrémonos y
démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero, y su
esposa se ha preparado.
8 Y a ella se le ha
concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente;
porque el lino fino es las acciones justas de los santos.
9 Y el ángel me dijo:
Escribe: Bienaventurados los que son llamados a la cena de las
bodas del Cordero. Y me dijo: Estas son palabras verdaderas de
Dios.
10 Yo me postré a sus pies
para adorarle. Y él me dijo: Mira, no lo hagas; yo soy
consiervo tuyo, y de tus hermanos que retienen el testimonio
de Jesús. Adora a Dios; porque el testimonio de Jesús es el
espíritu de la profecía.
Hay varias
similitudes de lenguaje entre este pasaje y el de 11:15-19, el
anuncio del tema del séptimo ángel sobre la consumación del
"misterio de Dios": la apertura del reino y el templo
celestial al mundo entero en el nuevo pacto. Podemos ver
fácilmente el mensaje de estos versículos como una ampliación
de esa idea cuando tomamos nota de los paralelos:
11:15 - Grandes voces en el cielo. |
19:1 - Una gran voz de una gran multitud en el cielo. |
11:15, 17 - Él reinará por los siglos de los siglos... Has
tomado tu gran poder, y has reinado. |
19:1, 6 - ¡Aleluya! Salvación y honra y gloria y poder son
del Señor Dios nuestro... ¡Aleluya, porque el Señor nuestro
Dios Todopoderoso reina! |
11:16 - Los veinticuatro ancianos ... se postraron sobre
sus rostros, y adoraron a Dios. |
19:4 - Los veinticuatro ancianos ... se postraron en
tierra y adoraron a Dios. |
11:18 - Ha venido el tiempo de juzgar a los muertos, y de
dar el galardón a tus siervos los profetas y a los santos. |
18:24-19:2 - En ella se halló la sangre de los profetas y
de los santos... Sus juicios son verdaderos y justos; porque
ha vengado la sangre de sus siervos. |
11:18 - Tus siervos ... los que temen tu nombre, los
pequeños y los grandes. |
19:5 - Todos sus siervos, los que le teméis, así pequeños
como grandes. |
11:19 - Hubo relámpagos, voces, truenos ... |
19:6 - La voz de una gran multitud, como el estruendo de
muchas aguas, y como la voz de grandes truenos ... |
El aspecto de la Esposa, preparada para las bodas, es por esto
equivalente a la apertura del templo y al pleno
establecimiento del Nuevo Pacto. Estas imágenes son invocadas
juntas nuevamente al final de esta serie de visiones, cuando
la Ciudad de Dios descienda del cielo, "dispuesta como una
esposa ataviada para su marido. Y oí una gran voz del cielo
que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y
él morará con ellos ..." (21:2-3). La Iglesia, la Esposa de
Cristo y Ciudad de Dios, es el templo del Nuevo Pacto - o más
bien, "el Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el
Cordero" (21:22).
1-2 El pueblo de Dios
había orado por la destrucción de Jerusalén (6:9-11). Ahora
que sus oraciones han sido contestadas, la gran multitud de
los redimidos prorrumpe en la alabanza antifonal, en
obediencia a la orden angélica de 18:20: "Alégrate sobre ella,
cielo, y vosotros, santos, apóstoles y profetas; porque Dios
os ha hecho justicia en ella". Debemos observar cuidadosamente
lo que Juan hace aquí: Apocalipsis es una profecía, y por lo
tanto su intención es "para edificación, exhortación y
consolación" (1 Cor. 14:3): A sus lectores se les ordenó "oír
las cosas en ella escritas" (Apoc. 1:3). Al revelar las
oraciones imprecatorias de la Iglesia celestial contra sus
enemigos, Juan estaba instruyendo a sus hermanos sobre la
tierra para que hicieran lo mismo; ahora, habiendo revelado la
segura destrucción de la ramera, Juan muestra a la Iglesia del
siglo primero cuál debe ser su deber cuando caiga Jerusalén.
No deben lamentar su fin, sino alabar a Dios por la ejecución
de su venganza sobre ella. La voluntad de Dios ha de ser
ejecutada en la tierra así como en el cielo. Al mostrar el
modelo del culto celestial, Juan revela también la voluntad de
Dios para el culto terrenal.
La liturgia antifonal
está dividida en cinco partes distintas. Como hemos visto, el
número cinco (comp. 9:5) está conectado con fortaleza,
especialmente en términos de acción militar. De modo
apropiado, este cántico de cinco partes es un "himno de
combate", basado en cánticos de triunfo del Antiguo Testamento
sobre los enemigos de Dios y del Pacto. La multitud celestial
canta: ¡Aleluya! Los únicos usos de esta expresión hebrea en
el Nuevo Testamento (que significa ¡Alabad al Señor!)
ocurren en este pasaje, donde ocurre cuatro veces, en alabanza
por la divina reconquista de la tierra. Como observa
Hengstenberg, "la preservación de la palabra hebrea, como en
el caso también de Amén y Hosanna, sirve como
indicador visible para marcar la conexión interna entre la
Iglesia del Nuevo Testamento y la del Antiguo". 1 La palabra misma
recuerda los salmos-Hallel (Sal. 113-118), cánticos de
victoria que se cantaban en las festividades de la Pascua y
los Tabernáculos. Estos salmos celebraban la grandeza de Dios,
revelada especialmente en la liberación de su pueblo de Egipto
y su restauración al verdadero culto; y esperan el día en que
todas las naciones alaben al Señor. Excepto por alusiones
menores a un par de salmos-Hallel en los versículos 5 y 7,
Juan no construye esta liturgia sobre este modelo; más bien,
el uso de Aleluya por sí solo es suficiente para hacer
la conexión. La primera ocurrencia bíblica de la expresión,
sin embargo, ocurre en Salmos 104:35, que notablemente es
paralelo a la yuxtaposición de juicio y alabanza en
Apocalipsis:
Sean consumidos de la tierra los
pecadores,
Y los impíos dejen de ser.
Bendice, alma mía, a Jehová.
Aleluya.
La destrucción de la
Jerusalén apóstata en nombre de Cristo y de su Iglesia será la
demostración de que la salvación y el poder y la gloria
pertenecen a nuestro Dios - una frase que recuerda el regocijo
de David cuando los preparativos para construir el edificio
del Templo habían concluído: "Tuya es, oh Jehová, la
magnificencia y el poder, la gloria, la victoria y el honor;
porque todas las cosas que están en los cielos y en la tierra
son tuyas. Tuyo, oh Jehová, es el reino, y tú eres excelso
sobre todos" (1 Crón. 29:11; Cristo también aludió al texto de
David en el Padrenuestro, Mat. 6:13: "Tuyo es el reino y el
poder y la gloria, por todos los siglos. Amén"). El cántico
también cita la celebración de David, en Salmos 19:9, de la
abarcante autoridad de la Ley: "Los juicios de Jehová son
verdad, todos justos". En cumplimiento de las maldiciones de
la Ley sobre la ciudad apóstata, el nuevo Israel de Dios se
incorpora al cántico, afirmando que sus juicios son verdaderos
y justos.
La destrucción de Israel muestra la justicia de Dios. El honor
de Dios no podría soportar la blasfemia de su nombre
ocasionada por la rebelión de su pueblo (Rom. 2:24). La prueba
de que "sus juicios son verdaderos y justos" es precisamente
el hecho de que Él ha vengado a su propio pueblo, rechazando a
los que habían sido llamados por su nombre: porque él ha
juzgado a la gran ramera que ha corrompido la tierra con su
fornicación, y ha vengado la sangre de sus siervos de la mano
de ella. Esto establece la conexión entre la ramera y la
"Jezabel" que buscaba destruir a las iglesias (véase 2:20-24).
Jezabel, la reina ramera (2 Reyes 9:22), había atraído a
Israel del culto al verdadero Dios al culto al estatismo y a
la idolatría (1 Reyes 16:29-34). Ella había perseguido y
asesinado a los profetas (1 Reyes 18:4, 13), y levantado
testigos falsos para que calumniaran a los justos en los
tribunales (1 Reyes 21:1-16). Por eso, Jehú fue ordenado por
el mensajero de Dios para que destruyera la casa de Acab, "para
que yo vengue la sangre de mis siervos los profetas, y
la sangre de todos los siervos de Jehová, de la mano de
Jezabel" (2 Reyes 9:7). Los adúlteros devaneos y
coqueteos con el paganismo son comparados por los profetas con
las "fornicaciones y hechicerías" de Jezabel (2 Reyes 9:22):
de la misma manera en que ella "se pintó los ojos y adornó su
cabeza" en un vano intento por evitar la destrucción (2 Reyes
9:30-37), Israel hizo lo mismo en vano:
Y tú, destruída,
¿qué harás? Aunque te vistas de grana, aunque te adornes con
atavíos de oro, aunque pintes con antimonio tus ojos, en
vano te engalanas; te menospreciarán tus amantes, buscarán
tu vida. (Jer. 4:30; comp. Eze. 23:40).
Nada menos que el
arrepentimiento podría haber salvado a Jerusalén. Ella rehusó
inflexiblemente hacer esto, y así Dios se vengó de ella por su
persecución de los justos. Nuevamente debe subrayarse que
Jesús marcó a Jerusalén como el objeto de la ira vengadora de
Dios. Hablando del derramamiento de las maldiciones del pacto
que culminarían con la destrucción de Jerusalén en el año 70
d. C., dijo: "Porque estos son días de retribución, para que
se cumplan todas las cosas que están escritas" (Lucas 21:22).
Por medio de Moisés, Dios había advertido de la futura
apostasía de Israel, cuando Israel le despertaría a celos
sirviendo a otros dioses (Deut. 32:15-22), atrayendo segura
destrucción sobre ellos mismos y sobre su tierra (Deut.
32:23-43). Cuatro veces en este pasaje Dios amenaza que su
venganza alcanzará a los apóstatas: "Mía es la venganza y la
retribución" (v. 35); "yo tomaré venganza de mis enemigos, y
daré la retribución a los que me aborrecen" (v. 41); "Alabad,
naciones, a su pueblo, porque él vengará la sangre de sus
siervos, y tomará venganza de sus enemigos, y hará expiación
por la tierra de su pueblo" (v. 43).
3 En la segunda división del cántico, la gran multitud repite
el estribillo: ¡Aleluya! Nuevamente, la razón de la alabanza
es un piadoso regocijo por la destrucción del enemigo de la
Iglesia, pues su humo sube por los siglos de los siglos. Como
hemos observado (véase sobre 14:11; 18:2, 9), esta expresión
se basa en la destrucción de Sodoma y Gomorra (Gén. 19:28),
mientras la fraseología específica ha sido tomada prestada de
la descripción de Isaías del castigo de Edom (Isa. 34:10). Se
usa aquí para indicar la naturaleza permanente de la caída de
Babilonia. 2
4 La tercera sección
de la liturgia encuentra a los veinticuatro ancianos y a los
cuatro seres vivientes - que representan a la Iglesia y a toda
la creación terrenal (véase sobre 4:4-11) - tomando parte
distintiva en el cántico. Primero, se nos dice, se postraron
en tierra y adoraron; nuevamente notamos la importancia de la
postura, de la actitud física, en nuestra actividad religiosa.
La aflicción de la Iglesia moderna, de neoplatonismo
"espiritualista" - para no mencionar la simple pereza - ha
resultado en una actitud demasiado descuidada hacia el
Altísimo. Por lo menos, nuestra posición física en público, en
el culto oficial, debería corresponder al temor y la
reverencia piadosos que es apropiado en los que son admitidos
a una audiencia con Dios, que está sentado en el trono.
5 No se nos dice de
quién es la voz que pronuncia la cuarta sección de la liturgia
desde el trono. Podría ser la de uno de los ancianos, que guía
a la congregación desde una ubicación cerca del trono; pero es
más probable que sea la de Cristo Jesús (comp. 16:17),
invitando a sus hermanos (Rom. 8:29; Heb. 2:11-12) a alabar a
nuestro Dios (comp. Juan 20:17, donde Jesús dice: "Subo a mi
Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios"). Que
esto se dirige a la Iglesia en general queda claro de la
descripción de los adoradores: Sus siervos, los que le temen,
los pequeños y los grandes.
6-8 Al responder la
Iglesia entera a la invitación del oficiante, ella habla con
la voz familiar de la Nube de Gloria (comp. Éx. 19:16; Eze.
1:24), indicando su plena identificación con la goriosa imagen
de Dios: Juan escucha, como si fuera, la voz de una gran multitud,
como el estruendo de muchas aguas, y como la voz de grandes
truenos. La Nube ha asumido la Iglesia a sí misma.
El primer ¡Aleluya!
de la "gran multitud" había alabado a Dios por su soberanía,
como se muestra en el juicio de la gran ramera. El cuarto
¡Aleluya!, en esta porción quinta y final de la liturgia,
alaba a Dios nuevamente por su soberanía, esta vez como se
muestra en el matrimonio entre el Cordero y su Esposa. La
destrucción de la ramera y el matrimonio entre el Cordero y
su Esposa - el divorcio y las bodas - son eventos
correlativos. La existencia de la Iglesia como
congregación del Nuevo Pacto marca una época enteramente nueva
en la historia de la redención. Dios no estaba solamente
llevando a los creyentes gentiles al Antiguo Pacto (como lo
había hecho a menudo bajo la economía del Antiguo Testamento).
Más bien, estaba introduciendo "el mundo venidero" (Heb. 2:5;
6:5), la era de cumplimiento, durante estos últimos días. El
pentecostés fue el principio de un Nuevo Pacto. Con el
divorcio final y la destrucción de la esposa infiel en el año
70 d. C., el matrimonio entre la Iglesia y su Señor quedó
firmemente establecido; la celebración eucarística de la
Iglesia quedó plenamente revelada en su verdadera naturaleza
como la "cena de las bodas del Cordero" (v. 9).
La multitud de los
redimidos se regocija: ¡La Esposa está preparada! El deber de
los apóstoles durante los últimos días fue el de preparar a la
Iglesia para sus nupcias. Pablo escribió sobre el sacrificio
de Cristo como la redención de la Esposa: Él "amó a la
Iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla,
habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la
palabra; a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia
gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante,
sino que fuese santa y sin mancha" (Efe. 5:25-27). Pablo
extendió esta imagen al hablarles a los corintios de la meta
de su ministerio: "Porque os celo con celo de Dios; pues os he
desposado con un solo esposo, para presentaros como una virgen
pura a Cristo". Pero existía el peligro de que la Iglesia
fuera seducida para que fornicara con el dragón; el apóstol
temía que, "como la serpiente con su astucia engañó a Eva,
vuestros sentidos sean de alguna manera extraviados de la
sincera fidelidad a Cristo" (2 Cor. 11:2-3). Al acercarse el
final de la crisis de aquellos días, cuando muchos se estaban
apartando de la fe y yéndose tras varias herejías, Judas
escribió a la Iglesia un apresurado mensaje de urgencia (véase
Judas 3), en el cual instaba a la Esposa a permanecer fiel a
su Señor, confiándola a "aquél que es poderoso para guardaros
sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con
gran alegría" (Judas 24).
Pero ahora Juan ve
una visión de la Iglesia en su gloria y su pureza, habiendo
enfrentado con éxito sus pruebas y tentaciones, habiendo
pasado por grandes tribulaciones a la posesión del Reino como
la Esposa de Cristo. Contrario a lo que Roma esperaba, la
destrucción de Jerusalén no fue el fin de la Iglesia. En vez
de eso, fue el pleno establecimiento de la Iglesia como el
nuevo templo, la declaración final de que Dios había tomado
para sí una nueva Esposa, una virgen fiel, casta, que había
resistido con éxito las seductoras tentaciones del dragón.
Ella se había preparado, y éste era su día de bodas. Los
primeros cristianos aprendieron bien la lección que expresó
más tarde el obispo del siglo tercero, Cipriano: "La esposa de
Cristo no puede ser adúltera; es incorrupta y pura. Conoce un
sólo hogar; guarda con casta modestia la santidad de un lecho.
Nos guarda para Dios. Designa para el reino los hijos que ha
dado a luz. Quienquiera que sea separado de la Iglesia y se
una con una adúltera, queda separado de las promesas de la
Iglesia; ni puede el que abandona la Iglesia de Cristo
alcanzar la recompensa de Cristo. Es un desconocido; es
profano; es un enemigo. Ya no puede tener a Dios por Padre el
que no tiene a la Iglesia por madre. Si pudo escapar alguno de
los que estaban fuera del arca de Noé, entonces también puede
escapar el que está fuera de la Iglesia. El Señor amonesta,
diciendo: 'El que no es conmigo, contra mí es; y el que
conmigo no recoge, desparrama' [Mat. 12:30]. El que quebranta
la paz y la concordia de Cristo, lo hace en oposición a
Cristo; el que recoge en cualquier parte que no sea la
Iglesia, desparrama la Iglesia de Cristo... El que no guarda
esta unidad no guarda la ley de Dios, no guarda la fe del
Padre y del Hijo, no guarda la vida ni la salvación". 3
El cántico de
alabanza continúa: Y a ella se le ha concedido que se vista de
lino fino, limpio y resplandeciente, porque el lino fino es
las acciones justas de los santos. Ya hemos visto al lino
usado como símbolo (15:6; comp. 3:4; 4:4; 7:9, 14); ahora, se
dice explícitamente que su significado simbólico es las acciones
justas de los santos. 4 Dos puntos importantes se señalan aquí acerca de la
obediencia de los santos: primera, se le concedió - nuestra
santificación se debe enteramente a la obra de gracia del
Espíritu Santo de Dios en nuestros corazones; segunda, a ella
se le concedió por gracia que se vista del lino fino de las
acciones justas - nuestra santificación es llevada a cabo por
nosotros mismos. Este doble énfasis se encuentra a través de
todas las Escrituras: "Santificaos ... Yo Jehová que os
santifico" (Lev. 20:7-8; "Ocupaos en vuestra salvación con
temor y temblor; porque Dios es el que en vosotros produce así
el querer como el hacer, por su buena voluntad" (Fil.
2:12-13).
9 A Juan se le
instruye que escriba la cuarta y central bienaventuranza del
libro de Apocalipsis: Bienaventurados los que son llamados a
la cena de las bodas del Cordero. El pueblo de Dios ha sido
salvado de la prostitución del mundo para convertirse en la
Esposa de su Hijo unigénito; y la constante señal de este
hecho es la celebración semanal de la su fiesta sagrada de la
Iglesia, la Santa Eucaristía. La absoluta fidelidad de esta
promesa queda subrayada por el hecho de que el ángel le
asegura a Juan que éstas son las palabras verdaderas de Dios.
Ni que decir tiene
(pero, desafortunadamente, hay que decirlo) que la Eucaristía
es el centro del culto cristiano; la Eucaristía es lo que se
nos manda hacer cuando nos reunimos en el día del Señor. Todo
lo demás es secundario. Con esto no queremos decir que las
cosas secundarias no son importantes. Por ejemplo, la
enseñanza de la Palabra es muy importante, y de hecho,
necesaria para el crecimiento y el bienestar de la Iglesia.
Por mucho tiempo, la doctrina ha sido reconocida como uno de
los distintivos esenciales de la Iglesia. Por lo tanto, la
instrucción en la fe es parte indispensable del culto
cristiano. Pero no es el corazón del culto cristiano. El
corazón del culto cristiano es el sacramento del cuerpo y la
sangre de nuestro Señor Jesucristo. Esto lo asume Pablo en 1
Corintios 10:16-17 y 11:20-34. Podemos verlo reflejado en la
sencilla afirmación de Lucas en Hechos 20:7: "El primer día de
la semana, reunidos los discípulos para partir el pan ..."
También se describe en el Didache: "Pero cada día del
Señor os reunís, y partís el pan, y dais gracias después de
haber confesado vuestras transgresiones, para que vuestro
sacrificio sea puro". 5 Justino Mártir informa del mismo modelo como patrón
para todas las asambleas cristianas: "En el día llamado
domingo, todos los que viven en ciudades o en el campo se
reúnen en un lugar, y se leen las memorias de los apóstoles o
los escritos de los profetas, hasta donde el tiempo lo
permite; entonces, cuando el lector ha cesado, el presidente
instruye verbalmente, y exhorta a la imitación de estas buenas
cosas. Luego todos nos levantamos y oramos, como hemos dicho
antes, y al terminar nuestra oración, se trae pan y vino, y el
presidente de la misma manera ofrece oraciones y acciones de
gracias, según su posibilidad, y el pueblo asiente, diciendo,
Amén; y hay una distribución a cada uno, y una participación
en aquéllo por lo cual se han dado gracias, y a los que están
ausentes se les envía una porción por medio de los diáconos".
6
El mayor privilegio
de la Iglesia es su participación semanal en la comida
eucarística, la cena de las bodas del Cordero. Es una tragedia
que tantas iglesias en nuestros días descuiden la Cena del
Señor, observándola sólo en raras ocasiones (algunas de las
llamadas iglesias hasta han abandonado la comunión por
completo). De lo que debemos darnos cuenta es de que el
servicio del culto oficial de la Iglesia en el día del Señor
no es meramente un estudio bíblico o alguna reunión informal
de almas que piensan de manera similar; por el contrario, es
la fiesta de bodas formal de la Esposa con su Esposo. Por eso
nos reunimos el primer día de la semana. En realidad, uno de
los principales puntos en disputa en la controversia de la
Reforma Protestante era el hecho de que la Iglesia Romana
admitía a sus miembros a la Eucaristía sólo una vez al año. 7 Irónicamente, la
práctica de la Iglesia Romana ahora supera a la de la mayoría
de las iglesias "protestantes"; sobre el punto de la comunión
frecuente, por lo menos, es Roma la que ha "reformado".
Comentando sobre el
dictamen del filósofo materialista alemán Ludwig Feuerbach de
que "el hombre es lo que come", el gran teólogo ortodoxo
Alexander Schmemann escribió: "Con esta afirmación ...
Feuerbach creyó que había puesto fin a todas las
especulaciones 'idealistas' sobre la naturaleza humana. En
realidad, sin embargo, expresaba, sin saberlo, la más
religiosa idea del hombre. Durante mucho tiempo antes de
Feuerbach, la Biblia había dado la misma definición del
hombre. En la historia bíblica de la creación, el hombre es
presentado, primero que todo, como un ser hambriento, y el
mundo entero como su alimento. De acuerdo con el autor del
capítulo primero de Génesis, la instrucción de Dios de que el
hombre se alimentara de la tierra sólo viene en segundo lugar
después de la instrucción de propagarse y tener dominio sobre
la tierra: 'He aquí os he dado toda planta que da semilla ...
todo árbol en que hay fruto y que da semilla; os serán para
comer' ... El hombre tiene que comer para vivir; debe meter el
mundo en su cuerpo y transformarlo en sí mismo, en carne y
sangre. Él es realmente lo que come, y el mundo entero es
presentado como una global mesa de banquete para el hombre. Y
esta imagen de banquete permanece, a través de toda la Biblia,
como la imagen central de la vida. Es la imagen de la vida en
su creación y también la imagen de la vida en su fin y en su
cumplimiento: "... para que comáis y bebáis en mi mesa en mi
reino". 8
La Eucaristía está en
el centro de nuestra vida, y toda la vida fluye de esta
liturgia central. Por lo tanto, la "forma" de la liturgia
eucarística da forma al resto de la vida, la liturgia diaria
que seguimos al acatar nuestro llamado a ejercer dominio sobre
la tierra. El "rito de la vida" está modelado de acuerdo con
el ritual central de comunión, que en sí mismo está modelado
según la liturgia de la creación establecida en Génesis 1:
Dios se apoderó de la creación, la separó, la distribuyó,
evaluó la obra, y disfrutó de ella en el reposo sabático. Y
este es el modelo de la Santa Comunión, como observa James B.
Jordan: "Cuando efectuamos este rito en el día del Señor,
estamos siendo reajustados, rehabituados, readiestrados en la
manera correcta de usar el mundo. Porque Jesucristo, en la
noche de su traición, (1) tomó pan y vino, (2) dio
gracias, (3) partió el pan, (4) distribuyó el pan
y el vino, llamándolos su cuerpo y su sangre; luego los
discípulos (5) lo probaron y lo evaluaron, aprobándolo once de
ellos, y rechazándolo uno; y finalmente (6) los fieles
reposaron y lo disfrutaron.
"Es porque el acto de
dar gracias es la diferencia central entre el cristiano y el
no cristiano que la liturgia de las iglesias cristianas es
llamada la 'Santa Eucaristía'. Eucaristía significa dar
gracias. Es la restauración de la verdadera adoración (dar
gracias) lo que restaura la obra del hombre (la séxtuple
acción en la totalidad de la vida). Esto explica por qué la
restauración de la verdadera adoración tiene primacía sobre
los esfuerzos culturales". 9
10 Juan cae a los
pies del ángel para adorarle, y el ángel replica concisamente:
No lo hagas. ¿Por qué se registra este incidente (repetido en
22:8-9) en el Libro de Apocalipsis? Aunque esto podría parecer
sin relación con los grandes y cósmicos puntos en disputa de
la profecía, en realidad está cerca del corazón del mensaje de
Juan. A primera vista, parece ser una polémica contra la
idolatría, ciertamente una preocupación central del Libro de
Apocalipsis. Mirada más de cerca, sin embargo, esta
interpretación presenta serias dificultades. En primer lugar,
debemos recordar que es un apóstol inspirado el que efectúa el
acto de adoración, mientras recibe una revelación divina;
aunque no es absolutamente imposible que Juan cometa el crimen
de idolatría en una situación tal, esto parece altamente
improbable. En segundo lugar, la razón del ángel para rehusar
la adoración parece extraña. ¿Por qué no cita simplemente el
mandamiento contra tener dioses falsos, como hizo Jesús (Mat.
4:10), cuando el diablo exigió que le adorase? En vez de esto,
el ángel se embarca en una breve explicación de la naturaleza
de la profecía: Yo soy consiervo tuyo y de tus hermanos que
retienen el testimonio de Jesús. Adora a Dios; porque el
testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía.
La solución ha de
encontrarse, primero, en el hecho de que el término adoración(proskuneo,
en griego) significa simplemente "la costumbre de postrarse
uno delante de una persona y besar sus pies, la orilla de su
vestimenta, el suelo, etc.. ", 10 y puede usarse, no solamente para el homenaje que
se le rinde a Dios (o, pecaminosamente, a un dios falso), sino
también como la correcta reverencia debida a los superiores
(véase, por ej., el pasaje de la Septuaginta en Gén. 18:2;
19:1; 23:7, 12; 27:29; 33:3, 6-7; 37:7, 9-10; 42:6; 43:26, 28;
49:8). Era completamente correcto que Lot "adorara" a los
ángeles que le visitaron, y que los hijos de Israel "adoraran"
a José. Mateo usa la palabra para describir la reverencia de
un esclavo delante de su amo (Mat. 18:26, y Juan la emplea
para registrar la promesa de Cristo a los fieles
filadelfianos, de que los judíos serían forzados a "venir y postrarse
[proskuneo]" a los pies de ellos (Apoc. 3:9).
Por lo tanto,
suponiendo que Juan no estaba ofreciendo una adoración divina
al ángel, sino más bien haciendo una reverencia a un superior,
la respuesta del ángel puede entenderse más claramente. Un
tema común a través del Libro de Apocalipsis es el de que
"todo el pueblo del Señor son profetas" (comp. Núm. 11:29).
Todos han ascendido a la presencia del Señor, tomando sus
lugares en el Concilio celestial alrededor del trono en la
Nube de Gloria. Antes de Pentecostés, era apropiado que meros
hombres se inclinaran delante de ángeles, pero ya no lo es.
"No lo hagas", exclama el ángel: "Yo soy consiervo tuyo y de
tus hermanos que tienen el testimonio de Jesús". El ángel está
en nivel de igualdad con Juan y el resto de la comunidad
cristiana; por eso, insta a Juan a que adore a Dios, a que "se
acerque confiadamente al trono de la gracia" (Heb.
4:16). El hecho de que los hermanos de Juan tengan el
testimonio de Jesús demuestra que son miembros del Concilio,
en los cuales mora el Espíritu; porque el testimonio de Jesús
es el Espíritu de la profecía; el Espíritu se encuentra
dondequiera se sostiene y se proclama el testimonio de Jesús.
Bossuet observa: "Con
perfecta justicia, por lo tanto, el ángel rechaza la adoración
para situar el ministerio apostólico y profético en pie de
igualdad con el de los ángeles.... La discusión no se basa en
la consideración de que la adoración protege el honor de Juan.
Es como si se le hubiese dicho, vé directamente a Dios con tu
adoración, de modo que no puedas arrojar en las sombras la
gloriosa dignidad conferida a tí, y representada por tí". 11
Pero, ¿qué sucede con
la proclamación del ángel que induce a Juan a postrarse a sus
pies, para comenzar? "Es la referencia eucarística que
contiene. La iglesia primitiva consagró la Eucaristía por
medio de la gran oración de acción de gracias que nombra el
rito. Alzando sus corazones al cielo, bendijeron a Dios por
sus poderosos actos de salvación, asegurando por lo tanto su
posesión final por Cristo, y convirtiendo en real el anticipo
que estaban a punto de recibir en el cuerpo y la sangre
sacramentales de Jesús. El regocijo de la victoria ha pasado a
ser la oración eucarística en 19:1-8, pero es la
bienaventuranza del ángel la que primero hace explícita la
alusión a la bendita festividad comida en el reino de Dios y
anticipada en la Iglesia. Juan cae al suelo para adorar, y
todo intermediario entre él mismo y Cristo desaparece". 12
El hijo de
Dios sale a la guerra (19:11-21)
11 Entonces vi el cielo abierto;
y he aquí un caballo blanco, y el que lo montaba se llamaba
Fiel y Verdadero, y con justicia juzga y pelea.
12 Sus ojos eran como llama
de fuego, y había en su cabeza muchas diademas; y tenía
un nombre escrito que ninguno conocía sino él mismo.
13 Estaba vestido de una
ropa teñida en sangre; y su nombre es: El Verbo de Dios.
14 Y los ejércitos
celestiales, vestidos de lino finísimo, blanco y limpio, le
seguían en caballos blancos.
15 De su boca sale una
espada aguda, para herir con ella a las naciones, y él las
regirá con vara de hierro; y él pisa el lagar del vino del
furor y de la ira del Dios Todopoderoso.
16 Y en su vestidura y en su
muslo tiene escrito este nombre: REY
DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES.
17 Y vi a un ángel que
estaba en pie en el sol, y clamó a gran voz, diciendo a todas
las aves que vuelan en medio del cielo: Venid, y congregaos a
la gran cena de Dios,
18 para que comáis carnes de
reyes y de capitanes, y carnes de fuertes, carnes de caballos
y de sus jinetes, y carnes de todos, libres y esclavos,
pequeños y grandes.
19 Y vi a la bestia, a los
reyes de la tierra y a sus ejércitos, reunidos para guerrear
contra el que montaba el caballo, y contra su ejército.
20 Y la bestia fue apresada,
y con ella el falso profeta que había hecho delante de ella
las señales con las cuales había engañado a los que recibieron
la marca de la bestia, y habían adorado su imagen. Estos dos
fueron lanzados vivos dentro de un lago de fuego que arde con
azufre.
21 Y los demás fueron
muertos con la espada que salía de la boca del que montaba el
caballo, y todas las aves se saciaron de las carnes de ellos.
11 Esto inicia la
sección final de las siete visiones, comenzando cada una con
la frase kai eidon, Y vi (19:11, 17, 19; 20:1,
4, 11; 21:1). Con la revelación de la Santa Eucaristía Juan
ve, como no los ha visto antes, los cielos abiertos y, como
observa Farrer, "todo intermediario entre él mismo y Cristo
desaparece". Es la invitación a la comunión con Cristo que
abre los cielos a la Iglesia y revela a su Señor.
Juan ve un caballo blanco, el símbolo de la victoria y el
dominio de Cristo (6:2; comp. 14:14). Para entender
correctamente este pasaje, es importante notar que el que está
sentado sobre él se llama Fiel y Verdadero: Cristo sale
cabalgando hacia la victoria en su carácter de "el testigo
fiel y verdadero" (3:14), como "el Verbo de Dios" (19:13).
Juan no está describiendo la Segunda Venida al fin del mundo.
Está describiendo el progreso del evangelio a través del
mundo, la proclamación universal del mensaje de salvación, que
sigue al Primer Advenimiento de Cristo. La conexión con el
mensaje a Laodicea (3:14-22) queda establecida además cuando
entendemos que esta parte de la profecía contiene varios
paralelos con el mensaje laodicense. Farrer dice: "El
infundado alarde de la posesión presente, hecha por el ángel
laodicense en 3:17, encuentra eco en el alarde de la
ciudad-Jezabel en 18:7ss. Y no bien ha terminado Juan con
Jezabel en 19:3 cuando proporciona a los santos vestiduras
puras (19:8, 3:18), les invita a la cena del Cordero (19:9,
3:20), y, abriendo las puertas del cielo, revela a Cristo como
el Amén, el Fiel y Verdadero (19:9-13, 3:14)". 13
En justicia, juzga y
hace la guerra: Cristo sale cabalgando para combatir en la
tierra, sometiéndonos a sí mismo, gobernándonos y
defendiéndonos, "restringiendo y conquistando a todos sus
enemigos y a todos nuestros enemigos", como dice el Catecismo
Westminster Abreviado (Q. 26), haciendo justicia a través del
mundo según la ley de Dios en cumplimiento de las profecías
mesiánicas:
Él juzgará a tu pueblo con
justicia, y a tus afligidos con juicio. (Sal. 72:2).
Alégrense los cielos, y
gócese la tierra; brame el mar y su plenitud; regocíjese el
campo, y todo lo que en él está; entonces todos los árboles
del bosque rebosarán de contento, delante de Jehová que
vino; porque vino a juzgar la tierra. Juzgará al mundo con
justicia, y a los pueblos con su verdad. (Sal. 96:11-13).
No juzgará según la vista
de sus ojos, ni argüirá por lo que oigan sus oídos; sino que
juzgará con justicia a los pobres, y argüirá con equidad por
los mansos de la tierra; y herirá la tierra con la vara de
su boca, y con el espíritu de sus labios matará al impío.
(Isa. 11:3-4).
He aquí que vienen días,
dice Jehová, en que levantaré a David renuevo justo, y
reinará como Rey, el cual será dichoso, y hará juicio y
justicia en la tierra. En sus días será salvo Judá, e Israel
habitará confiado; y éste será su nombre con el cual le
llamarán: Jehová, justicia nuestra. (Jer. 23:5-6).
12 La figura sobre el
caballo blanco es la misma que el Hijo del Hombre, el Primero
y el Último, el que vive, de la primera visión de Juan, pues
sus ojos eran llama de fuego (comp. 1:14): Él es el Señor
omnisapiente, cuyo escrutador escrutinio "puede juzgar los
pensamientos y las intenciones del corazón" (Heb. 4:12). Esta
majestuosa figura ya es victoriosa, muchas veces, como lo
simbolizan las muchas diademas que lleva puestas.
La chapa de oro sobre la frente del sumo sacerdote llevaba el
sagrado nombre del Señor; apropiadamente, después de tomar
nota de las muchas diademas sobre la frente de Cristo, Juan ve
que Él tiene un nombre escrito. Pero este es un nombre que
nadie conoce, excepto Él mismo. ¿Cómo hemos de entender esto?
Como vimos en 2:17, el uso en el Nuevo Testamento de las
palabras para conocer (ginosko y oida) está
influido por una frase idiomática hebrea, en la cual el verbo
conocer aquiere significados relacionados: reconocer,
reconocer como propio, y poseer (véase, por ej., Gén.
4:1; Éx. 1:8; Sal. 1:6; Jer. 28:9; Eze.20:5; Zac. 14:7; Mat.
7:23; Juan 10:4-5; Rom. 8:29; 1 Cor. 8:3; 2 Tim. 2:19). 14 Por eso, el punto
en este versículo no es que nadie puede conocer lo que es el
nombre (pues, de hecho, como veremos, nosotros sí
"conocemos" el nombre, en el sentido cognoscitivo), sino que
sólo Él conoce propiamente el nombre; le pertenece sólo a Él.
Esto está reforzado por la estructura quiástica del pasaje:
A. Él tiene un nombre escrito
que nadie posee, excepto Él (v. 12b)
B. Está vestido con una ropa
teñida en sangre (v. 13a)
C. Su nombre es Verbo de
Dios (v. 13b)
C. De su boca sale una
espada aguda (v. 15a)
B. Pisa el lagar de la ira
de Dios (v. 15b)
A. En su vestidura y en su
muslo tiene escrito este nombre: REY
DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES
(v. 16)
La espada aguda de
dos filos de 15a responde a la caracterización de Cristo como
el Verbo de Dios en 13b; la información en 15b de que Cristo
pisa el lagar de la ira explica cómo su ropa se manchó de
sangre en 13a; y el 16 nos dice el nombre que 12b dice que
Cristo posee exclusivamente. 15
13 Como hemos notado
más arriba, la ropa de Cristo manchada de sangre se explica en
15b. Claramente, la sangre es la de los enemigos de Cristo,
las "uvas de la ira"; y sin embargo (como vimos en 14:20), hay
un sentido en el cual la ropa ensangrentada está manchada por
el propio sacrificio de Cristo también. Porque la visión es
realmente una alegoría de la encarnación: Sólo en esta parte
de Apocalipsis, así como en el prólogo a su evangelio (Juan
1:1, 14), Juan llama a Cristo el Verbo, hablando de su
pre-existencia y su naturaleza divina, y del hecho de que se
hiciera carne, habitando entre nosotros. En el pasaje que
tenemos delante, además, tenemos no sólo una alegoría de su
encarnación, sino también de su expiación, resurrección,
ascensión, y entronización. Esta es no "sólo" la historia del
derramamiento de la ira sobre Israel. Es la historia de
Jesucristo, el Rey de reyes. Vemos aquí el advenimiento del
Hijo del Hombre: Los cielos se abren, y Él desciende a la
tierra paa combatir a sus enemigos; manchado de sangre,
obtiene la victoria.
14 Pero Cristo no
está solo en esta victoria. Es seguido por los ejércitos que
están en el cielo, los "llamados, elegidos, y fieles" que
están con él en la batalla (17:14). Debemos recordar
nuevamente que, desde la perspectiva del Nuevo Testamento, la
Iglesia está "en el cielo": Somos el tabernáculo de Dios en el
cielo (7:15; 12:12; 13:6), estamos sentados con Cristo en los
lugares celestiales (Efe. 2:6), hemos llegado a la Jerusalén
celestial, y a la compañía de muchos millares de ángeles, y a
la congregación de los primogénitos que están inscritos en los
cielos (Heb. 12:22-23). Los ejércitos están compuestos de
cristianos (es posible que ángeles se incluyan aquí también),
que cabalgan sobre caballos blancos, con su Señor en su
agresiva y triunfante campaña a través de la tierra, llevando
la Palabra de Dios al mundo. Porque los ejércitos del cielo
son la Esposa, están vestidos de lino fino, blanco y limpio.
15 De la boca del
Verbo de Dios encarnado sale una espada aguda de dos filos.
Juan ha usado esta imagen antes (1:16; 2:16); la espada
(especialmente saliendo de la boca) es un claro
símbolo bíblico de la poderosa "palabra profética que es
creativa y dinámica y hace ocurrir lo que pronuncia. La
palabra de un verdadero profeta, como la del jinete,
transforma la palabra en acción; la de un falso profeta, como
la de la segunda bestia, es inefectiva". 16 La Palabra de Dios
se usa, no sólo en combate, para matar a los enemigos de Dios
(Efe. 6:17), sino también en la Iglesia, para presentar el
sacrificio (Rom. 12:1-2): "Porque la palabra de Dios es viva y
eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra
hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los
tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del
corazón. Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su
presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y
abiertas a los ojos de aquél a quien tenemos que dar cuenta"
(Heb. 4:12-13). El Cristo pre-encarnado dice:
Oídme costas, y escuchad,
pueblos lejanos. Jehová me llamó desde el vientre, desde las
entrañas de mi madre tuvo mi nombre en memoria. Y puso mi boca
como espada aguda. (Isa. 49:1-2).
De la misma manera, Dios
blande a sus profetas como se blande una espada:
Por esta causa los corté
por medio de sus profetas, con las palabras de mi boca los
maté. (Oseas 6:5).
Cristo usa la espada
del Espíritu para herir a las naciones: Las conquista por
medio de su boca. Nuevamente, no es la Segunda Venida lo que
es presentado aquí, sino más bien la derrota de las naciones
por medio de la palabra desnuda de Cristo. En Mateo 24:29-31,
es "inmediatamente después" de la destrucción de Jerusalén que
comienza la conversión de las naciones, al enviar Cristo a sus
ángeles/ministros por todo el mundo a reunir a los elegidos. 17
La Sabiduría de Salomón (18:15-16) habla de la
liberación de Israel de Egipto por parte de Dios con imágenes
similares al cuadro que Juan presenta en este pasaje: "Tu
Palabra todopoderosa saltó de tu trono real en el cielo, como
un feroz guerrero que va hacia el medio de una tierra de
destrucción, y trajo tu no fingido mandamiento como una espada
aguda, y estando de pie llenó de muerte todas las cosas; y
tocó los cielos, pero permaneció de pie sobre la tierra". Como
escribió Isaías: "Herirá la tierra con la vara de su boca, y
con el espíritu de sus labios matará al impío" (Isa. 11:4).
"La 'boca como espada aguda' es el símbolo del profeta, cuyo
pronunciamiento tiene un borde cortante, pues habla la palabra
de Dios ... Por eso la única arma que el Jinete necesita, si
ha de quebrantar la oposición de sus enemigos y establecer el
reino de Dios de justicia y paz, es la proclamación del
evangelio". 18 Por eso, "el curso entero de 'la expansión del
cristianismo' está aquí en una figura: la conversión del
Imperio; la conversión de las naciones occidentales que se
levantaron de las ruinas del Imperio; la conversión del Sur y
del Lejano Oriente, todavía desarrollándose en la historia de
nuestro propio tiempo. En total, Juan habría visto a Cristo
usando la espada de su boca; el caballo blanco y su Jinete, la
cabeza coronada de diademas, los invisibles ejércitos del
cielo". 19
Cristo conquista a
las naciones para gobernarlas [o pastorearlas] con vara de
hierro. "La obra del Pastor, Guía, y Soberano de las almas (1
Ped. 2:25) sigue a la del Evangelista; los paganos han de ser
primero reducidos a la obediencia, y luego puestos bajo la
disciplina de Cristo". 20 Su Padre le había ordenado:
Pídeme, y te
daré por herencia las naciones, y como posesión tuya los
confines de la tierra. Los quebrantarás 21 con vara de
hierro; como vasija de alfarero los desmenuzarás. (Sal.
2:8-9).
Salmo 2 continúa
declarando que los reyes de la tierra deben someterse al Hijo,
o perecer bajo su ira. Cristo ha recibido su herencia; ha
recibido su reino del Padre (Dan. 7:13-14), habiéndose
instalado en su trono celestial "sobre todo principado y
autoridad y poder y dominio" (Efe. 1:21). Como soberano
universal, Él mismo pisa el lagar del vino de la ira de Dios
Todopoderoso (comp. 14:19-20):
¿Quién es éste
que viene de Edom, de Bosra, con vestidos rojos? ¿este
hermoso en su vestido, que marcha en la grandeza de su
poder? Yo, el que hablo en justicia, grande para salvar.
¿Por qué es rojo tu vestido, y tus ropas como del que ha
pisado en lagar? He pisado yo solo el lagar, y de los
pueblos nadie había conmigo; los pisé con mi ira, y los
hollé con mi furor; y su sangre salpicó mis vestidos, y
manché todas mis ropas. Porque el día de la venganza está en
mi corazón, y el año de mis redimidos ha llegado. Miré, y no
había quién ayudara, y me maravillé que no hubiera quien
sustentase; y me salvó mi brazo, y me sostuvo mi ira. Y con
mi ira hollé los pueblos, y los embriagué en mi furor, y
derramé en tierra su sangre. (Isa. 63:1-6).
El texto de Isaías
subraya que Cristo lleva a cabo esta obra él solo: "He pisado
... solo"; "no había quién ayudase"; "me salvó mi brazo",
etc.; de manera similar, Juan usa la expresión "él mismo" dos
veces en este versículo, enfatizando que, mientras Cristo está
acompañado por sus ejércitos celestiales, la victoria se basa
sólo en su obra. La obra de la salvación es ejecutada
solamente por el Señor Jesucristo; las bendiciones y juicios
que acompañan la salvación de los elegidos son establecidos
por Él.
Venid, ved las
obras de Jehová, que ha puesto asolamientos en la tierra.
Que hace cesar las guerras hasta los fines de la tierra. Que
quiebra el arco, corta la lanza, y quema los carros en el
fuego. (Sal. 46:8-9).
"Por esta razón, nos
sentimos obligados a creer que las ocasiones en que las
naciones culpables son azotadas y castigadas por sus pecados
no son solamente causadas en providencia, sino ordenadas y
dirigidas por el Mediador. Y si, por lo tanto, contemplamos la
espada desoladora cortando a los habitantes, o al moho
marchitador destruyendo las cosechas, o al estancamiento
comercial obstruyendo las fuentes de riqueza, o a las
enfermedades debilitantes acechando la tierra con terrible
poder, o a las agitaciones de la conmoción popular derribando
los fundamentos del orden social, reconocemos la sabiduría, y
el poder, y la justa retribución del Mesías Príncipe, que
ejecuta el divino decreto: La nación o el reino que no te
sirviere perecerá, y del todo será asolado" (Isa.
60:12). 22
16 Juan ve el título de Cristo, "que nadie conoce sino él
mismo" (v. 12), escrito en su ropa y en su muslo, el lugar en
que se lleva la espada (comp. Sal. 45:3). "El título es el
fundamento, no el resultado, de la victoria venidera; él
conquistará al monstruo y a los reyes porque él ya es Rey de
reyes y Señor de señores". 23 Cabalgando en su caballo de guerra, seguido por su
ejército de santos, conquista a las naciones con la Palabra de
Dios, el evangelio. Esta es una declaración simbólica de
esperanza, la seguridad de que la Palabra de Dios resultará
victoriosa en todo el mundo, de modo que el gobierno de Cristo
será establecido universalmente. Jesucristo será reconocido en
todas partes como Rey de reyes, Señor de todos los señores.
Desde el principio del Apocalipsis, el mensaje de Cristo a su
Iglesia ha sido una orden para vencer, para conquistar
(2:7, 11, 17, 26-28; 3:5, 12, 21); ahora Él asegura a la
Iglesia sufriente que, a pesar de la feroz persecución por
parte de Israel y de Roma, Él y su pueblo serán de hecho
victoriosos sobre todos sus enemigos.
Se requiere que
absolutamente todas las naciones sean cristianas, tanto en su
capacidad oficial como en el carácter personal de sus
ciudadanos individuales. Cualquier nación que no se someta al
abarcante gobierno del Rey Jesús perecerá; todas las naciones
serán cristianizadas algún día. Es sólo cuestión de
tiempo. Cristo Jesús es el Soberano universal, y será
reconocido como tal por toda la tierra, en este mundo así como
en el venidero, en el tiempo y en la eternidad. Él ha
prometido: "Seré exaltado entre las naciones; enaltecido seré
en la tierra" (Sal. 46:10). El Señor de los ejércitos está con
nosotros.
17-18 Esta es la
segunda de las siete visiones finales, cada una de las cuales
comienza con la frase "Y vi"; por eso, aunque ciertamente está
relacionada con el tema del tema de la visión anterior, no es
simplemente una continuación de ella. Como hemos visto, el
capítulo comienza con una fiesta, la cena de bodas del
Corderol la sagrada comida eucarística de la Iglesia delante
de su Señor. Pero aquí se proclama otra gran fiesta. El Sol de
Justicia ha salido, trayendo salvación en sus alas (Mal. 4:2);
pero también trae un ángel que está de pie en el sol (el que
gobierna el día, Gén. 1:16), quien invita a todas las aves que
vuelan por en medio del cielo, las aves de presa. Hemos visto
"en medio del cielo" como el lugar en el cual el águila
advirtió que vendrían los ayes (8:13), y en el cual invitó a
los gobernantes de la tierra a abrazar el evangelio eterno
(14:6). Ahora el ángel invita a las águilas a la gran cena de
Dios, donde pueden saciarse de la carne de los enemigos de
Cristo: la carne de los reyes, la carne de caballos y de sus
jinetes, y la carne de todos los hombres, libres y esclavos,
pequeños y grandes. Notamos en 8:13 que una maldición básica
del pacto es la de ser comido por las aves de presa (Mat.
24:28), y ya no hay nadie que pueda espantar a los carroñeros
(comp. 15:11; Deut. 28:26). 24
El lenguaje de Juan
ha sido tomado prestado de la invitación de Dios, por medio de
Ezequiel, a las "aves de toda especie y a toda fiera del
campo" a devorar los cadáveres de sus enemigos, los ejércitos
de los paganos que habían hecho guerra contra Israel:
Juntaos, y
venid; reuníos de todas partes a mi víctima que sacrifico
para vosotros, un sacrificio grande sobre los montes de
Israel; y comeréis carne y beberéis sangre. Comeréis carne
de fuertes, y beberéis sangre de príncipes de la tierra; de
carneros, de corderos, de machos cabríos, de bueyes y de
toros, engordados todos en Basán. Comeréis grosura hasta
saciaros, y beberéis hasta embriagaros de sangre de las
víctimas que para vosotros sacrifiqué. Y os saciaréis sobre
mi mesa, de caballos y de jinetes fuertes y de todos los
hombres de guerra, dice Jehová el Señor. (Eze. 39:17-20).
El significado es
claro: Las naciones que rehusen someterse al señorío de
Cristo, como se ordena en Salmos 2, serán destruídas
completamente. Dios requiere de todos los hombres e
instituciones nada menos que completo sometimiento a su
cristocracia ordenada.
Peter J. Leithart observa que el banquete de los carroñeros en
Ezequiel 39 tiene un efecto limpiador sobre la tierra. "La
invitación extendida a las aves de presa en los versículos
17-20 viene inmediatamente después de una discusión sobre la
purificación de la tierra enterrando los muertos (comp. Deut.
21:22 s.). Quizás las aves ayuden a limpiar la tierra
alimentándose de los cadáveres que la contaminan. Además, el
Señor invita a las aves a comer una comida sacrificial. El
sacrificio implica purificación y restauración. Así, en
Ezequiel 39, la imagen de las aves de presa no sólo subraya la
totalidad del juicio, sino que apunta al anverso del juicio,
purificación y redención". 25
Leithart continúa:
"¿Se encuentra también en Apocalipsis 19:17-18 la idea de
purificación? No hay ninguna mención directa de purificación,
ni de sacrificio. Y sin embargo, por varias razones, el pasaje
de Apocalipsis puede entenderse como una purificación.
Primero, los sucesos de 20:4-6 indican que, por medio de su
victoria, el Guerrero purifica la tierra de la influencia de
la bestia y del falso profeta, y esto, combinado con la caída
de Babilonia y el encadenamiento del dragón, inicia un período
de poder sin precedentes para la Iglesia. Segundo, la
totalidad de la victoria del Guerrero es tan grande que ni
siquiera quedan los cuerpos muertos de sus oponentes. Todo
rastro de los ejércitos de la bestia es borrado. Finalmente,
considerado sistemáticamente, el juicio nunca ocurre aparte de
la gracia que lo acompaña. El juicio de Faraón es la
liberación de Israel. Así sucede también aquí. El juicio de
las bestias y de sus ejércitos purifica la tierra de su
idolatría y libera a los santos". 26
19-21 La tercera
visión en esta sección, marcada nuevamente por las palabras:
"Y vi", revela la derrota de Leviatán y de Behemot en su
guerra contra el reino de Cristo: Las dos bestias son
apresadas y arrojadas vivas en el lago de fuego, el
lavatorio ardiente (comp. 15:2), que arde con azufre. La
imagen ha sido tomada prestada del relato de la destrucción de
Sodoma y Gomorra ("fuego y azufre"), combinada el relato de
los rebeldes Coré, Datán, y Abiram, los que, con todas sus
familias, fueron tragados por la boca de la tierra: "Y ellos,
con todo lo que tenían, descendieron vivos al Seol, y los
cubrió la tierra, y perecieron de en medio de la congregación"
(Núm. 16:31-33). Por lo tanto, lo que Juan quiere no es
proporcionar una detallada escatología de la bestia y del
falso profeta; todavía menos intenta describir la caída de
Roma en el año 410 o el 476. Más bien, el lago de fuego es su
descripción simbólica de la completa derrota y destrucción de
estos enemigos en su intento de apoderarse del reino: La
perversas personificaciones de la Roma pagana y del Israel
apóstata están arruinadas y derribadas. Roma, como Sodoma, es
destruída por el fuego y el azufre; los falsos profetas de
Israel, Coré, Datán, y Abiram, son tragados vivos.
Hay un notable
contraste, sin embargo: Mientras el resto de los seguidores de
Coré fueron consumidos por una ráfaga de fuego del Señor, el
resto de los seguidores de la bestia - los reyes de la tierra
- son muertos por la espada que había salido de la boca del
que estaba sentado sobre el caballo. El mensaje del evangelio,
la Palabra-espada del Espíritu, sale de la boca de Cristo y
destruye a sus enemigos convirtiéndolos, partiendo en pedazos
sus almas y sus espíritus, sus coyunturas y sus tuétanos,
juzgando los pensamientos y las intenciones de sus corazones.
Las bestias son perdedoras por partida doble: No solamente son
derrotadas, sino que las mismas naciones que ellas guiaban en
su batalla contra Cristo son conquistadas por su victoriosa
Palabra.
En el peor de los
casos, Leviatán, Behemot, y sus conspiradores no pudieron
hacer más que cumplir los decretos del Dios soberano (17:7).
Él ordenó cada uno de los movimientos de ellos, y ha ordenado
su destrucción. La naciones se aíran, pero Dios ríe: Ya Él ha
puesto su Rey sobre su santo monte, y todas las naciones serán
regidas por Él (Sal. 2). Toda potestad le es dada a Cristo en
el cielo y en la tierra (Mat. 28:18); como cantaba Martín
Lutero: "Él tiene que ganar la batalla". Al
progresar el evangelio a través del mundo, obtendrá más y más
victorias, hasta que todos los reinos del mundo vengan a ser
los reinos de nuestro Señor y de su Cristo; y Él reinará por
los siglos de los siglos. No debemos ceder al enemigo ni una
sola pulgada cuadrada de terreno ni en el cielo ni en la
tierra. Cristo y su ejército cabalgan hacia adelante,
conquistando y para conquistar, y por medio de Él, nosotros
heredaremos todas las cosas.
Notas:
1. E. W. Hengstenberg, The Revelation of St.
John, dos vols. (Cherry Hill, NJ: Mack Publishing Co.,
n.d.), vol. 2, p. 238.
2. Por esta razón, la frase no puede usarse como
una descripción literal del estado eterno de los impíos en
general. Las llamas verdaderas que consumieron a "Babilonia"
ardieron hace mucho tiempo, pero su castigo es eterno. Ella
nunca resucitará.
3. Cipriano, On the Unity of the Church, 6;
en Alexander Roberts y James Donaldson, eds., The
Ante-Nicene Fathers (Grand Rapids: William B. Eerdmans,
reimpreso en 1971), Vol. 5, p. 423.
4. La palabra griega se usa
generalmente en el Nuevo Testamento en el sentido de los
"estatutos" u "ordenanzas" de Dios (Lucas 1:6; Rom. 1:32; 8:4;
Heb. 9:1, 10; Apoc. 15:4); el significado relacionado, usado
aquí, es "cumplimiento de los estatutos de Dios" (comp. Rom.
5:18). Un significado adicional es la "sentencia judicial de que
uno ha cumplido los requisitos de Dios", y de aquí la
"justificación" (comp. Rom. 5:16). Aunque algunos han
argumentado en favor de la "justificación" como el correcto
significado aquí, tanto el contexto como el hecho de que se
emplea la forma plural de la palabra indican que su significado
más natural es "acciones justas".
5. The Teaching of the Twelve Apostles,
xiv, 1, en Alexander Roberts y James Donaldson, eds., The
Ante-Nicene Fathers (Grand Rapids: Wm. B. Eerdmans,
reimpreso en 1971), Vol. 7, p. 381.
6. Justino Mártir, The First Apology,
cap. lxvii, en Alexander Roberts y James Donaldson, eds., The
Ante-Nicene Fathers (Grand Rapids: Wm. B. Eerdmans,
reimpreso 1971), Vol. 1, p. 186.
7. Véase, de John Calvin, Institutes of the
Christian Religion, iv.xvii.43-46; comp. idem., Selected
Works:
Tacts and Letters, ed. por Henry Beveridge y Jules Bonnet,
siete vols. (Grand Rapids: Baker Book House, reimpreso 1983),
Vol. 2, p. 188.
8 Alexander Schmemann, For the Life of the
World: Sacraments and Orthodoxy (New York: St. Vladimir´s
Seminary Press, 1973), p. 11.
9. James B. Jordan, "Studies in Genesis One:
God´s Rite for Life", in The Geneva Review, No. 21
(Agosto 1985), p. 3; comp. idem, "Christian Piety: Deformed and
Reformed", Geneva Papers (New Series), No. 1 (Septiembre
1985); sobre la centralidad del culto, véase ídem, The Law
of the Covenant: An Esposition of Exodus 21-23 (Tyler, TX:
Institute for Christian Economics, 1984), pp. 16s., 41s., 217s.
10. William F. Arndt and F. Wilbur Gingrich, A
Greek-English Lexicon of the New Testament and Other Early
Christian Literature (Chicago: University of Chicago
Press, 1957), p. 723.
11. E. W. Hengstenberg, The Revelation of
St. John, dos vols. (Cherry Hill, NJ; Mack Publishing Co.,
[1851] 1972), Vol. 2, p. 256.
12. Austin Farrer, The Revelation of St.
John the Divine (Oxford: At the Clarendon Press, 1964)m
pp. 195s.
13. Ibid., p. 85.
14. Véase la breve discusión en la obra de
Meredith G. Kline, Images of the Spirit (Grand Rapids:
Baker Book House, 1980), p. 130.
15. Ibid.
16. J. Massyngberde Ford, Revelation:
Introduction, Translation, and Commentary (Garden City,
NY: Doubleday & Co., 1975), p. 323.
17. Véase de David Chilton, Paradise
Restored: A Biblical Theology of Dominion (Ft. Worth, TX:
Dominionn Press, 1985), pp. 103ss.
18. G. B. Caird, A Commentary on the
Revelation of St. John the Divine (New York: Harper and
Row, 1966), p. 245.
19. H. B. Swete, Commentary on Revelation
(Grand Rapids: Kregel Publications, [1911] 1977), p. 254.
20. Ibid.
21. El verbo hebreo puede leerse ya sea como quebrantar
o como regir (pastorear), dependiendo de los puntos
vocales usados. La Septuaginta lo traduce como regir, y esta
lectura fue adoptada por los escritores del Nuevo Testamento.
22. William Symington, Messiah the Prince:
or, The Mediatorial Dominion of Jesus Christ (Philadelphia:
The Christian Statesman Publishing Co., [1839] 1984), p. 224.
23. Caird, p. 246.
24. Génesis 15 describe la ceremonia
de ratificación del pacto de Dios con Abram. Después de que
Abram divide en dos los animales sacrificiales y dispone las
mitades una frente a la otra, las aves de presa inmundas
descienden para atacar los cadáveres, y Abram las espanta (v.
11). Gordon Wenham interpreta esto como una promesa de que
Israel, por medio de la fe y la obediencia abrámicas (comp. Gén.
26:5), será protegido de los ataques de las naciones inmundas;
Gordon Wenham, "The Symbolism of the Animal Rite in Genesis 15:
A Response to G. F. Hasel, JSOT 19 (1981) 61-78", en
Journal for the Study of the Old Testament 22 (1981),
134-137.
25. Peter J. Leithart, "Biblical-Theological
Paper: Revelation 19:17-18", Westminster Theological Seminary,
1985, p. 11.
26. Ibid., p. 12.