DÍAS DE RETRIBUCIÓN
Una exposición del libro
de Apocalipsis
Título de la obra en inglés:
Days of Vengeance
Por David Chilton
Tomado de Freebooks
Parte Cinco
15
LAS SIETE POSTRERAS PLAGAS
El
cántico de victoria (15:1-4)
1 Vi en el cielo otra señal, grande y admirable: siete
ángeles que tenían las siete plagas postreras; porque en ellas
se consumaba la ira de Dios.
2 Vi también como un mar de vidrio mezclado con
fuego; y a los que habían alcanzado la victoria sobre la bestia
y su imagen, y su marca y el número de su nombre, en pie sobre
el mar de vidrio, con las arpas de Dios.
3 Y cantan el cántico de Moisés siervo de Dios, y
el cántico del Cordero, diciendo: Grandes y maravillosas son tus
obras, Señor Dios Todopoderoso; justos y verdaderos son tus
caminos, Rey de los santos.
4 ¿Quién no te temerá, oh Señor, y glorificará tu
nombre? pues sólo tú eres santo; por lo cual todas las naciones
vendrán y te adorarán, porque tus juicios se han manifestado.
1 Ahora Juan nos habla de otra señal en el
cielo, grande y maravillosa. Dos veces antes nos ha mostrado una
gran señal en el cielo: la mujer vestida de sol (12:1), y
el gran dragón escarlata (12:3). Como dice Farrer, es "como si
todo en 12-14 hubiese sido el resultado de aquel terrible
conflicto, y el siguiente acto fuera a comenzar ahora". 1 Esta nueva señal
inicia el clímax del libro: siete plagas, que son las últimas,
porque en ellas se consuma la ira de Dios. No hay razón para
suponer que éstas deben ser las "últimas" plagas en un sentido
universal; más bien, en términos del propósito y el alcance
específicamente limitados del libro de Apocalipsis, ellas
comprenden el derramamiento final de la ira de Dios, su gran
juicio cósmico contra Jerusalén, aboliendo de una vez por todas
el orden mundial del Antiguo Testamento. Como la de las siete
trompetas, esta serie de juicios ha de ser ejecutada por siete
ángeles (como veremos en el siguiente capítulo, hay varios
paralelos entre las proclamaciones hechas con el sonido de las
trompetas y las libaciones derramadas de las copas). Esta
declaración inicial es más o menos el membrete del resto del
libro, y se explica en los siguientes versículos:
2 Comienza la visión: Juan ve, por decirlo así, un mar de
vidrio, el mar de cristal delante del trono de Dios (4:6), que
corresponde al "embaldosado" de zafiro visto por Moisés en la
Montaña Sagrada (Éx. 24:10), la "expansión" de cristal azul a
través de la cual pasó Ezequiel en su ascensión a la Nube de
Gloria (Eze. 1:26), y el mar de bronce (el lavatorio) en el
templo (1 Reyes 7:23-26). En esta visión, sin embargo, el mar ya
no es azul, sino rojo: El vidrio está mezclado con
fuego. La imagen enlaza esta visión con la escena del capítulo
14, la del gran río de sangre que fluía a lo largo de toda la
tierra, un verdadero Mar Rojo, por medio del cual han
sido librados los justos, pero en el cual fueron destruídos sus
enemigos. Ahora Juan presenta a los santos regocijándose al
borde del agua como Moisés y los israelitas se regocijaron
después del cruce del Mar Rojo original (Éx. 14:30-31; 15:1-21),
victoriosos sobre el monstruo del abismo; literalmente, son los
que han vencido, los conquistadores, "porque es el carácter
permanente de 'conquistador' sobre lo que se hace énfasis, no
sobre el hecho de la conquista". 2 La descripción de su conquista es triple: han salido
victoriosos sobre la bestia y su imagen y sobre el número de su
nombre.
A la orilla del mar, en el borde de la
fuente, los conquistadores ofrecen alabanza: De pie sobre el mar
de vidrio, sosteniendo arpas de Dios, comprenden el nuevo coro
sacerdotal del templo que está de pie en el lavatorio, por el
cual fueron santificados. Pablo describió la liberación en el
Mar Rojo como un "bautismo" del pueblo de Dios (1 Cor. 10:1-2),
y la tribulación era en verdad el bautismo de fuego de la
Iglesia: "Así, pues, la gran fuente de vidrio del mar se ve
'llena de una mezcla ardiente'. Aquéllo a través de lo cual los
israelitas pasan para su salvación, sus perseguidores
experimentan para su destrucción; Faraón y sus huestes perecen
en las aguas que regresan. Y así, sabemos que el bautismo de
fuego debe caer sobre el pueblo del anticristo; la visión de las
fuentes [copas] nos mostrará cómo". 3
Otro aspecto interesante de la imagen del
lavatorio procede del relato del cronista sobre la dedicación
del templo por el rey Salomón: "Se puso luego Salomón delante
del altar de Jehová, en presencia de toda la congregación de
Israel, y extendió sus manos. Porque Salomón había hecho un estrado,4 de bronce de cinco
codos de largo, de cinco codos de ancho y de altura de tres
codos, y lo había puesto en medio del atrio; y se puso sobre él,
se arrodilló delante de toda la congregación de Israel, y
extendió sus manos al cielo" para ofrecer la oración de
dedicación (2 Crón. 6:12-13). Este no era el gran lavatorio en
la esquina sudeste del templo (cuyas dimensiones están
registradas en 2 Crón. 4:2-5), sino uno de varios lavatorios de
bronce construídos por Salomón (comp. 2 Crón. 4:6, 14). Salomón
se puso de pie sobre este "mar" delante del altar, y ofreció su
súplica, dando gracias a Dios por sus poderosas obras, invocando
sus justos juicios, y rogándole la conversión de todas las
naciones (2 Crón. 6:14-42); comp. Apoc. 15:3-4). Inmediatamente
después, leemos: "Cuando Salomón acabó de orar, descendió fuego
de los cielos, y consumió el holocausto y las víctimas; y la
gloria de Jehová llenó la casa. Y no podían entrar los
sacerdotes en la casa de Jehová, porque la gloria de Jehová
había llenado la casa de Jehová" (2 Crón. 7:1-2). De manera
similar, al final de la oración de los santos que están de pie
sobre el mar, a los siete ángeles se les dan copas llenas de ira
ardiente, que caerán sobre la tierra para consumir al Israel
apóstata como holocausto entero; la gloria llena el templo, y
nadie puede entrar sino hasta que el sacrificio es consumido
(Apoc. 15:5-8).
Otro pasaje paralelo a éste es el de
Zacarías 12, que presenta a Jerusalén como una copa de ebriedad
para las naciones (Zac. 12:2; comp. Apoc. 14:8-10), un lavatorio
de fuego que consumirá a los paganos (Zac. 12:6; Apoc. 15:2). La
ironía del Apocalipsis, como hemos visto repetidamente, es que
el mismo Israel del siglo primero ha tomado el lugar de las
naciones paganas en las profecías: Es consumido en el lavatorio
ardiente - el lago de fuego - mientras que la Iglesia, habiendo
pasado a través del holocausto, hereda la salvación.
3 En la Introducción a la Parte 5, vimos
que el Cántico de Moisés ... y del Cordero se refiere al Cántico
de Testimonio que Moisés y Josué (=Jesús, el Cordero) les
enseñaron a los hijos de Israel en la frontera de la Tierra
Prometida (Deut. 31-32). Sin embargo, la imagen es tomada de
Éxodo 15, que registra el cántico de triunfo de Moisés por la
derrota de Faraón y su ejército en el Mar Rojo (otras dos
paráfrasis bíblicas del cántico de Moisés en Éxodo son Isaías 12
y Habacuc 3). Es importante notar que ambos cánticos de Moisés
están firmemente arraigados en la historia: Ambos proclaman que
la salvación que Dios proporciona es su victoria en este mundo,
sobre los paganos de este mundo. Estos santos por medio de
Cristo son vencedores, en el tiempo y en la tierra. Como dice R.
J. Rushdoony: "La tierra es del Señor, y el área de su victoria.
La disputa de la batalla del reino no será más una huída de la
historia de lo que fueron la encarnación y la expiación. Dios el
Hijo no entró en la historia para rendirla. Vino a redimir a sus
elegidos, afirmar sus derechos a la corona, hacer manifiestas
las implicaciones de su victoria, y luego re-crear todas las
cosas en términos de su voluntad soberana". 5
En realidad, el texto de Juan del cántico
de Moisés no cita ni a Éxodo 15 ni a Deuteronomio 32, aunque
algunas de sus frases contienen débiles ecos de éste último; sin
embargo, como observa Farrar, "es característico de Juan
contentarse con hacer las referencias; el hermoso salmo que pone
en las bocas de los santos es una combinación de frases tomadas
de todo el salterio y de otros lugares". 6 Edersheim comenta la
relación de esta escena con los servicios sabáticos en el
templo: "Es el sábado de la Iglesia; y, como ocurre en el
sábado, además del salmo del día [Sal. 92] en el sacrificio
regular, cantaban en el sacrificio sabático adicional [Núm.
28:9-10], en la mañana, el Cántico de Moisés, en Deuteronomio
32, y en la tarde el de Éxodo 15, así que la Iglesia victoriosa
celebra su verdadero sábado de reposo cantando el mismo 'Cántico
de Moisés y del Cordero', sólo que en lenguaje que expresa el
significado más pleno de los cantos sabáticos en el templo". 7
Probablemente es imposible seguir
completamente el rastro a las alusiones al Nuevo Testamento en
el Cántico, pero por lo menos he anotado algunas de ellas:
Grandes y maravillosas son tus obras, oh Señor Dios Todopoderoso
(Éx. 34:10, Deut. 32:3-4; 1 Crón. 16:8-12; Sal. 92:5; 111:2;
139:14; Isa. 47:4; Jer. 10:16; Amos 4:13; comp. Apoc. 1:8); Juan
dice claramente que los santos no están meramente haciendo una
afirmación general de hecho, sino que se refieren
específicamente a los "grandes y maravillosos" juicios
finales en los cuales "la ira de Dios es consumada"
(15:1). Justos y verdaderos son tus caminos (Deut. 32:4; Sal.
145:17; Oseas 14:9); nuevamente, se dice que Dios es "justo y
verdadero" con referencia especial a sus juicios salvadores,
librando a la Iglesia y destruyendo a sus enemigos (comp. 16:7).
"En tiempo de tribulación en la tierra, cuando el poder del
mundo parece triunfar sobre la iglesia, a menudo ella ha sido
inducida a dudar de la grandeza de las obras de Dios, la
justicia y la verdad de sus caminos; a dudar de si Él era
realmente el rey de los paganos. Ahora esta duda queda en
vergüenza; es disipada por las obras; las nubes, que velaban la
gloria de Dios ante sus ojos, se desvanecen por completo". 8 Tú eres rey de las
naciones (Sal. 22:28; 47:2, 7-8; 82:8; comp. 1 Tim. 1:17; 6:15;
Apoc. 1:5; 19:16); como gobernante de todas las naciones, Él
mueve todos los ejércitos de la tierra para cumplir sus
propósitos en juicio; Él los aplasta por su rebelión; y los trae
al arrepentimiento.
4 ¿Quién no te temerá, oh Señor, y
glorificará tu nombre? (Éx. 15:14-16; Jer. 10:6-7; comp. Apoc.
14:7); esto significa, en lenguaje más familiar: ¿Quién no se
convertirá? ¿Quién no servirá a Dios, no le adorará, y no le
obedecerá? La implicación clara (que se hará explícita en la
siguiente frase) es la de que la abrumadora mayoría de todos los
hombres vendrá a la salvación que Dios ha proporcionado en
Cristo Jesús. Esta es la gran esperanza de los padres del
Antiguo Pacto, como lo atestiguan numerosos pasajes. Pues sólo
tú eres santo (Éx. 15:11; 1 Sam. 2:2; Sal. 99:3, 5, 9; Isa. 6:3;
57:5, 15; Oseas 11:9; comp. Mat. 19:17; 1 Tim. 6:16). En la
Escritura, la "santidad" de Dios se refiere a menudo no tanto a
sus cualidades éticas cuanto a su majestad única, su absoluta
trascendencia y su "cualidad de ser diferente". Pero esta misma
"inaccesibilidad" se expresa aquí como la razón precisa de su
inmanencia, su cercanía, su accesibilidad para todos los
pueblos. La doctrina es declarada positivamente: Porque todas
las naciones vendrán y te adorarán, porque tus juicios se han
manifestado (1 Crón. 16:28-31; Sal. 2:8; 22:27; 65:2; 66:4;
67:1-7; 86:8-9; 117:1; Isa. 26:9; 66:23; Jer. 16:19); la
conversión de todas las naciones es tanto la meta última como el
resultado inevitable de los juicios de Dios. La caída de Israel,
le está diciendo Juan a la Iglesia, traerá la salvación del
mundo (y Pablo extiende la lógica: La caída de Israel debe, por
lo tanto, producir eventualmente su propia restauración al
pacto; Rom. 11:11-12, 15, 23-32).
El santuario
es abierto (15:5-8)
5 Después de estas cosas miré, y he aquí fue abierto
en el cielo el templo del tabernáculo del testimonio;
6 y del templo salieron los siete ángeles que
tenían las siete plagas, vestidos de lino limpio y
resplandeciente, y ceñidos alrededor del pecho con cintos de
oro.
7 Y uno de los cuatro seres vivientes dio a los
siete ángeles siete copas de oro, llenas de la ira de Dios, que
vive por los siglos de los siglos.
8 Y el templo se llenó de humo por la gloria de
Dios, y por su poder; y nadie podía entrar en el templo hasta
que se hubiesen cumplido las siete plagas de los siete ángeles.
5 Ahora la escena cambia, y se nos muestra
el Templo del Tabernáculo del Testimonio en el cielo, el
"verdadero tabernáculo" (Heb. 8:2), el divino modelo, del cual
el tabernáculo en la tierra era "figura y sombra" (Heb. 8:5;
9:11-12, 23-24; 10:1; Éx. 25:9, 40; 26:30; Núm. 8:4; Hechos
7:44). Juan tiene mucho cuidado de usar las correctas
expresiones técnicas para sus imágenes aquí, basadas en el orden
del Antiguo Pacto. El documento de tratado básico del pacto era
el Decálogo; éste era llamado a menudo el Testimonio,
enfatizando su carácter legal como el registro del juramento del
Pacto (Éx. 16:34; 25:16, 21-22; 31:18; 32:15; comp. Sal. 19:7;
Isa. 8:16; 20). El tabernáculo, en el cual se guardaba el
testimonio, se llamaba por lo tanto el tabernáculo del
testimonio (Éx. 38:21; Núm. 1:50, 53; 9:15; 10:11; Hech. 7:44).
Como hemos visto, en Apocalipsis el templo (naos
en griego) es el santuario, o Lugar Santo (comp. 3:12; 7:15;
11:1-2, 19; 14:15, 17).
Un aspecto principal del mensaje de Juan en Apocalipsis es la
venida del Nuevo Pacto. En su teología (como en el resto del
Nuevo Testamento), la Iglesia es el naos, el templo. El escritor
de Hebreos muestra que el tabernáculo mosaico era tanto una
figura del original celestial como un presagio de la Iglesia en
el Nuevo Pacto (Heb. 8:5; 10:1); Juan saca la conclusión,
mostrando que estos dos, el modelo celestial y la forma final,
se funden en la era del Nuevo Pacto: La Iglesia mora en el
tabernáculo en el cielo. Y, si el templo es la Iglesia, el
testimonio es el Nuevo Pacto, el testimonio de Jesús
(1:2, 9; 6:9; 12:11, 17; 19:10; 20:4).
6-7 Los siete ángeles que tenían las siete
plagas salieron del templo, para aplicar las maldiciones
proclamadas por las trompetas. Como sacerdotes del Nuevo Pacto,
estos ángeles-ministros están vestidos de lino, limpio y
resplandeciente, y ceñidos alrededor del pecho con cintos de
oro, a imagen y semejanza de su Señor (1:13; comp. Éx. 28:26-29,
39-43; Lev. 16:4).
Y uno de los cuatro seres vivientes les dio
a los siete ángeles siete copas de oro; presumiblemente, este
querubín es el que tiene rostro de hombre (4:7), puesto que los
otros tres ya han aparecido en el escenario del drama, y puesto
que Juan está procediendo sistemáticamente a través de los
cuadrantes del Zodíaco. Vimos que él comenzó en la primavera (la
Pascua), con el signo de Tauro gobernando el Preámbulo y las
Siete Letras; se movió a través del verano, con Leo gobernando
los siete sellos; continuó a través del otoño bajo Escorpión (el
Escorpión/Águila) y las siete trompetas; y ahora llega al
invierno, con Acuario, el aguador, supervisando el derramamiento
de la ira de Dios desde las siete copas.
He llamado copas a estos siete recipientes,
más bien que frascos [KJV] o fuentes [NASV] para subrayar su
carácter como un "sacramento negativo". Desde un punto de vista,
la substancia en las copas (la ira de Dios, que es "ardiente",
comp. 14:10) parece fuego, y varios
comentaristas, por lo tanto, han visto los recipientes como
fuentes de incienso (5:8; comp. 8:3-5). Pero, en 14:10, los
impíos son condenados a "beber del vino de la ira
de Dios, que está echado puro en la copa de su ira"; y, cuando
las plagas son derramadas, el "ángel de las aguas" se regocija
por lo apropiado de la justicia de Dios: "Por cuanto derramaron
la sangre de los santos y de los profetas, también tú les has
dado a beber sangre" (16:6). Algunos versículos
más adelante, Juan regresa a la imagen de "la copa del vino
del ardor de su ira" (16:19). Lo que está sirviendo de modelo en
el cielo para la enseñanza de la Iglesia en la tierra es la
excomunión final del Israel apóstata, cuando por fin le es
negada la comunión del cuerpo y la sangre del Señor. Los
ángeles-obispos, a los cuales se les han confiado las sanciones
sacramentales del pacto, son enviados desde el templo celestial
mismo, y desde el trono de Dios, para derramar sobre Israel la
sangre del pacto. Jesús advirtió a los rebeldes de Israel que
les enviaría sus mártires para que fueran muertos, "para que venga
sobre vosotros toda la sangre justa que se ha derramado
sobre la tierra, desde la sangre de Abel el justo hasta
la sangre de Zacarías hijo de Berequías, a quien
matásteis entre el templo y el altar. De cierto os digo que todo
esto vendrá sobre esta generación" (Mat. 23:35-36). Beber sangre
es inescapable: O los ministros del Nuevo Pacto nos la sirven en
la Eucaristía, o la derraman de sus copas sobre nuestras
cabezas.
Austin Farrer explica algunas de las
imágenes del Antiguo Pacto detrás del símbolo de las copas. "Las
'fuentes', phialae, son fuentes de libación. Porque la
libación, u ofrenda de bebida, era derramada durante el
sacrificio diario inmediatamente después de que las trompetas
habían comenzado a sonar, de manera que, poniendo las fuentes en
secuencia con las trompetas, Juan mantiene la secuencia de la
acción ritual que comenzó con el Cordero sacrificado, continuó
en la ofrenda de incienso y pasó al sonido de las trompetas.
Porque la libación tenía tal posición, era el último acto
ritual, completando el servicio del altar, y era proverbial en
ese sentido (Fil. 2:17). Como Pablo indica, la libación era
vertida sobre la víctima sacrificada, ardiendo en el fuego. Como
no hay sacrificio de sangre en el cielo, los ángeles vierten sus
libaciones sobre el terrible holocausto de venganza que la
justicia divina hace en la tierra". 9
En este contexto, debería recordársenos la
ofrenda de purificación, diseñada para expiar la contaminación
de un lugar, para que Dios pudiera continuar morando con
su pueblo (comp. los comentarios sobre 9:13). Si la nación
entera pecaba, de modo que la tierra entera se contaminaba, se
requería que los sacerdotes llevaran a cabo ritos especiales de
purificación: La sangre del sacrificio era rociada siete veces
hacia el velo delante del Lugar Santísimo, luego untada en los
cuatro cuernos del altar, y el resto derramada al pie del altar
(Lev. 4:13-21). 10 Pero en las plagas derramadas de las copas-juicios
esto se invierte, como señala Philip Barrington: "Esta sangre,
en vez de traer reconciliación, trae rechazo y venganza. En vez
de ser rociada siete veces hacia el velo, es vertida siete veces
en tierra. En vez de la aparición del Sumo Sacerdote con la
sangre de la reconciliación, tenemos siete ángeles con la sangre
de la venganza". 11
¿Por qué en Apocalipsis la sangre ya no es
rociada hacia el velo? Porque la sangre de Jesús ya ha sido
ofrecida, e Israel la ha rechazado. Como advertía el escritor de
Hebreos justo antes del holocausto: "Si pecáremos
voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la
verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, sino
una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha
de devorar a los adversarios. El que viola la ley de Moisés, por
el testimonio de dos o de tres testigos muere irremisiblemente.
¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al
Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del pacto en la
cual fue santificado, e hiciere afrenta al Espíritu de gracia?
Pues conocemos al que dijo: Mía es la venganza, yo daré el pago,
dice el Señor. Y otra vez: El Señor juzgará a su pueblo.
¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo! (Heb. 10:26-31).
Ése es precisamente el argumento de Juan
aquí: Sangre y fuego están a punto de ser derramados sobre la
tierra de Israel desde las siete copas, que están llenos de la
ira de Dios, que vive por los siglos de los siglos. En realidad,
la naturaleza eterna de Dios ("Vivo yo") se dio en el Cántico de
Moisés como señal de su venganza contra sus enemigos, y los que
derramaron la sangre de sus siervos (Deut. 32:40-43). Así, se
nos muestra que los siete ángeles con las plagas vienen del Tabernáculo
del Testimonio, llevando en sus manos las maldiciones del
Pacto; vienen del Templo, la Iglesia, como ministros que
obligan en la tierra los decretos del cielo contra los que han
rechazado el testimonio de Jesús; y vienen del trono de Dios
mismo, habiendo recibido sus copas de ira de uno de los
querubines que llevan el trono de Dios (comp. 4:6).
8 A la dedicación tanto del tabernáculo de
Moisés como del templo de Salomón, el santuario se llenó del
humo de la gloria de Dios y de su poder, y nadie podía entrar
(véase Éx. 40:34-35; 1 Reyes 8:10-11; 2 Crón. 5:11-14; 7:1-3).
Como hemos visto, este fenómeno ocurrió en relación con el fuego
celestial que descendía y consumía los sacrificios (Lev.
9:23-24; 2 Crón. 7:1-3). El hecho de que el templo se llenara de
humo era, pues, tanto una señal de la presencia de Dios llena de
gracia con su pueblo como una impresionante revelación de su
terrible ira contra los pecadores, una advetencia de que su
juicio ardiente sería enviado desde el templo contra los que
rebelasen contra él (para ejemplos de esto, véase Lev. 10:1-3;
Núm. 11:1-3; 16:35).
Con la venida del Nuevo Pacto, la Iglesia
de Jesucristo se convirtió en el templo de Dios. Este nuevo
suceso redentor fue indicado por el hecho de que el Espíritu
llenó la Iglesia en el día de Pentecostés, como había llenado el
tabernáculo y el templo. Sin embargo, como Pedro había
declarado, el derramamiento pentecostal sería acompañado al
final de la era también por un derramamiento de holocausto:
"Sangre, y fuego, y vapor de humo" (Hechos 2:16-21; comp. Joel
2:28-32). Para que la Iglesia tomara posesión plena de su
herencia, para que asumiera su correcto lugar como templo del
Nuevo Pacto, la corrompida plataforma del Antiguo Pacto tenía
que ser derribada y demolida. A los cristianos de primera
generación se les exhortaba continuamente a esperar el día, que
se acercaba rápidamente, en que sus adversarios serían
consumidos, y la Iglesia consagrada en sinagoga como el templo
definitivo (comp. 2 Tesa. 2:1; Heb. 10:25). En el completo
sentido de la plenitud y la "perfección" del Nuevo Pacto (comp.
1 Cor. 13:12), nadie podía entrar al templo sino hasta que las
siete plagas de los siete ángeles hubiesen completado la
destrucción del Israel del Antiguo Pacto.
E. W. Hengstenberg menciona un aspecto
relacionado con este símbolo: "Mientras Israel fuera el pueblo
del Señor, la columna de nube exclamaría a todos sus enemigos:
'No toquéis a mi Ungido, ni dañéis a mis profetas'. Lo mismo
sucede aquí; que el templo esté lleno de humo, y nadie pueda
entrar en él, es 'una señal para los creyentes de que el Señor,
por amor a ellos, ahora iba a completar la destrucción de sus
enemigos'. 12 Además, vemos con bastante claridad en Isaías 6 la
razón de que nadie pudiera entrar allí. Si Dios se manifiesta en
la plena gloria de su naturaleza, en la completa energía de su
justicia punitiva, la criatura debe sentirse penetrada de un
profundo sentimiento de insignificancia - no sólo como una
criatura pecaminosa, como en el caso de Isaías, sino
también como criatura finita, según Job 4:18; 15:15....
Bengel 13 observa: 'Cuando Dios derrama su ira, es bueno que
hasta los que están bien con Él retrocedan un poco, y limiten
sus miradas inquisitivas. Todos deberían dar un paso atrás en
profunda reverencia, hasta que el cielo se aclare nuevamente más
tarde'". 14
Notas:
1. Austin Farrer, The
Revelation
of St. John the Divine (Oxford: Athe Clarendon Press, 1964),
p. 169.
2. Henry Barclay
Swete, Commentary on Revelation (Grand Rapids: Kregel
Publications, [1911] 1977), p. 194.
3. Farrer, pp.
170f.
4. Heb. kiyyor,
la palabra normal para lavatorio: por ej.,
Ex. 30:18, 28; 40:7, 11, 30.
5. Rousas John
Rushdoony, Thy Kingdom Come: Studies in Daniel and Revelation
(Tyler, TX: Thoburn Press, [1970] 1978), p. 93.
6. Farrer, p. 171.
7. Alfred
Edersheim, The Temple: Its Ministry and Services As They Were
at the Time of Jesus Christ (Grand Rapids: William B.
Eerdmans Publishing Co., 1980), p. 76.
8. E. W.
Hengstenberg, The Revelation of St. John, dos volúmenes,
(Cherry Hill. NJ: Mack Publishing Co., [1851] 1972). Vol. 2, pp.
146s.
9. Farrer, p. 174.
10. Véase de Gordon
J. Wenham, The Book of Leviticus (Grand Rapids: William B.
Eerdmans Publishing Co., 1979), pp. 86-103.
11. Philip
Barrington, The Meaning of the Revelation (London: SPCK,
1931), p. 262.
12. C. F. J.
Züllig, Die Offenbarung Johannis Erklärt (Stuttgart,
1834-1840).
13. J. A. Bengel, Erklärte
Offenbarung
Johannis (Stuttgart, 1940).
14. Hengstenberg,
Vol. 2, p. 153.