DÍAS DE RETRIBUCIÓN
Una exposición del libro
de Apocalipsis
Título de la obra en inglés:
Days of Vengeance
Por David Chilton
Tomado de Freebooks
Parte Cuatro
11
EL FIN DEL PRINCIPIO
Los dos
testigos contra Jerusalén (11:1-14)
1 Entonces me fue dada una caña semejante a una vara
de medir, y se me dijo: Levántate, y mide el templo de Dios, y
el altar, y a los que adoran en él.
2 Pero el patio que está fuera del templo déjalo
aparte, y no lo midas, porque ha sido entregado a los gentiles;
y ellos hollarán la ciudad santa cuarenta y dos meses.
3 Y daré a mis dos testigos que profeticen por mil
doscientos sesenta días, vestidos de cilicio.
4 Estos dos testigos son los dos olivos, y los dos
candeleros que están en pie delante del Dios de la tierra.
5 Si alguno quiere dañarlos, sale fuego de la boca
de ellos, y devora a sus enemigos; y si alguno quiere hacerles
daño, debe morir él de la misma manera.
6 Estos tienen poder para cerrar el cielo, a fin
de que no llueva en los días de su profecía; y tienen poder
sobre las aguas para convertirlas en sangre, y para herir la
tierra con toda plaga, cuantas veces quieran.
7 Cuando hayan acabado su testimonio, la bestia
que sube del abismo hará guerra contra ellos, y los vencerá y
los matará.
8 Y sus cadáveres estarán en la plaza de la grande
ciudad que en sentido espiritual se llama Sodoma y Egipto, donde
también nuestro Señor fue crucificado.
9 Y los de los pueblos, tribus, lenguas y naciones
verán sus cadáveres por tres días y medio, y no permitirán que
sean sepultados.
10 Y los moradores de la tierra se regocijarán
sobre ellos y se alegrarán, y se enviarán regalos unos a otros;
porque estos dos profetas habían atormentado a los moradores de
la tierra.
11 Pero después de tres días y medio entró en
ellos el espíritu de vida enviado por Dios, y se levantaron
sobre sus pies, y cayó gran temor sobre los que los vieron.
12 Y oyeron una gran voz del cielo, que les decía:
Subid acá. Y subieron al cielo en una nube; y sus enemigos los
vieron.
13 En aquella hora hubo un gran terremoto, y la
décima parte de la ciudad se derrumbó, y por el terremoto
murieron en número de siete mil hombres; y los demás se
aterrorizaron, y dieron gloria al Dios del cielo.
14 El segundo ay pasó; he aquí, el tercer ay viene
pronto.
1-2 A Juan se le ordena medir el templo de
Dios (literalmente, el santuario interior del templo, el lugar
santo), y el altar, y los que adoran en él. Las imágenes están
tomadas de Ezequiel 40-43, donde el angélico sacerdote mide el
templo ideal, el pueblo de Dios del Nuevo Pacto, la Iglesia
(comp. Mar. 14:58; Juan 2:19; 1 Cor. 3:16; Efe. 2:19-22; 1 Tim.
3:15; Heb. 3:6; 1 Ped. 2:5; Apoc. 3:12). R. J. McKelvey explica
cómo la idea del templo es interpretada en la Carta a los
Hebreos: "Según el escritor de Hebreos, el santuario en el cielo
es el modelo (tipo), es decir, el original (comp. Éx. 25:8s.), y
el de la tierra, usado por los judíos, es 'figura y sombra'
(Heb. 8:5). Por lo tanto, el santuario celestial es el verdadero
santuario (Heb. 9:24). Pertenece al pueblo del nuevo pacto (Heb.
6:19-20). Además, el hecho de que Cristo nuestro Sumo Sacerdote
esté en este santuario significa que nosotros, aunque todavía
estamos en la tierra, ya participamos de su culto (10:19ss.,
12:22ss.). ¿Qué es este templo? El escritor nos da una pista
cuando dice que el santuario celestial fue purificado (9:23), es
decir, preparado para ser usado (comp. Núm. 7:1). La asamblea de
los primogénitos (Heb. 12:23), es decir, la iglesia triunfante,
es el templo celestial". 1
Que esto es lo que Juan quiere decir también debería estar claro
por lo que ya hemos visto, pues mucha de la acción de este libro
ha tenido lugar o se ha originado en el santuario interior.
Además, los que adoran en el altar del incienso en el Lugar
Santo son sacerdotes (Éx. 28:43; 29:44): Juan nos ha
dicho que somos un reino de sacerdotes (1:6; 5:10; comp. Mat.
27:51; Heb. 10:19-20), y nos ha mostrado al pueblo de Dios
ofreciendo sus oraciones en el altar del incienso (5:8; 6:9-10;
8:3-4).
Juan tiene que medir el atrio interior, la
Iglesia, pero debe dejar fuera el patio que está fuera del
templo, y se le ordena específicamente: No lo midas. El medir es
una acción simbólica que se usa en la Escritura para "separar lo
santo de lo profano" e indicar así la protección divina contra
la destrucción (véase Eze. 22:26; 40-43; Zac. 2:1-5; comp. Jer.
10:16; 51:19; Apoc. 21:15-16). "A través de las Escrituras, los
sacerdotes son los que miden las dimensiones del templo de Dios,
no siendo el hombre con la vara de medir de Ezequiel 40ss. sino
el ejemplo más prominente. Tal medición, como el testificar,
involucra ver, y es la pre-condición para juzgar, como
lo hemos visto en las acciones de Dios en relación con el pacto
en Génesis 1. El aspecto sacerdotal de medir y testificar puede
verse en que se correlaciona con guardar, pues crea y establece
límites, y da testimonio de si esos límites han sido observados
o no. Podríamos decir que la función real tiene que ver con
llenar, y la sacerdotal con separar, la primera con la cultura,
y la última con los celos, la propiedad, y la protección". 2
Entre el sexto y el séptimo sellos, los
144.000 santos del verdadero Israel fueron protegidos del juicio
venidero (7:1-8). Esa acción encuentra paralelo aquí en la
medición que Juan lleva a cabo del atrio interior entre la sexta
y la séptima trompetas, que ahora protegen al templo verdadero
del derramamiento de la ira de Dios. En consecuencia, el patio
exterior (el "atrio de los gentiles") representa al Israel
apóstata (comp. Isa. 1:12), que debe ser cortado del número del
fiel pueblo del pacto, la morada de Dios. A Juan, como sacerdote
autorizado del Nuevo Pacto, se le ordena echar fuera
(excomulgar) a los incrédulos. Este verbo (ekballo) se
usa generalmente en los Evangelios con el significado de echar
fuera los espíritus malos (comp. Mar. 1:34, 39; 3:15; 6:13);
también se usa en relación con la acción de Jesús de expulsar a
los cambistas del templo (Mat. 21:12; Mar. 11:15; Juan 2:15).
Jesús advirtió que el Israel incrédulo en general sería
expulsado de la Iglesia, mientras los gentiles incrédulos
entrarían en tropel en el reino y recibirían las bendiciones
prometidas a la Simiente de Abraham:
Esforzaos a entrar por la puerta
angosta; porque os digo que muchos procurarán a entrar, y no
podrán. Después que el padre de familia se haya levantado y
cerrado la puerta, y estando fuera empecéis a llamar a la
puerta, diciendo: Señor, Señor, ábrenos, él respondiendo os
dirá: No sé de dónde sois. Entonces comenzaréis a decir:
Delante de tí hemos comido y bebido, y en nuestras plazas
enseñaste. Pero os dirá: Os digo que no sé de dónde sois;
apartaos de mí todos vosotros, hacedores de maldad. Allí
será el lloro y el crujir de dientes, cuando veáis a Abraham,
a Isaac, a Jacob, y a todos los profetas en el reino de Dios,
y vosotros estéis excluidos. Porque vendrán del oriente y del
occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa del
reino de Dios. (Lucas 13:24-29; comp. Mat. 8:11-12).
El Israel incrédulo ha sido excluido de la
medición de protección, pues ésta le ha sido dada a las
naciones; y ellos hollarán la ciudad santa cuarenta y dos meses
(véase Luc. 21:24). Dios garantiza su protección para la
Iglesia, pero Jerusalén ha sido entregada a la destrucción. La
expresión cuarenta y dos meses (que equivalen a 1.260 días
y tres años y medio) ha sido tomada de Daniel 7:25,
donde simboliza un período limitado durante el cual triunfan los
impíos; también habla de un período de ira y de juicio debido a
la apostasía, un recordatorio de los tres años y medio de sequía
entre la primera aparición de Elías y la derrota ded Baal en el
monte Carmelo (1 Reyes 17-18; comp. Sant. 5:17). Mientras el
número siete se usa para representar totalidad y sentido
de lo completo, la expresión tres y medio parece ser un
siete roto: tristeza, muerte, y destrucción (comp. Dan. 9:24;
12:7; Apoc. 12:6, 14; 13:5). Los períodos de tiempo mencionados
en la sección de las trompetas están dispuestos quiásmicamente,
otra indicación de su naturaleza simbólica:
A. 11:2 - cuarenta y dos meses
B. 11:3 - mil doscientos sesenta días
C. 11:9 - tres días y medio
C. 11:11 - tres días y medio
B. 12:6 - mil doscientos sesenta días
A. 13:5 - cuarenta y dos meses
Esta clase de imágenes se usa a través de
la Biblia. 3 En su evangelio, Mateo deliberadamente hace todo lo
posible por llamar nuestra atención al número cuarenta y dos,
disponiendo su lista de los antepasados de Jesús para que sumen
este número: "De manera que todas las generaciones desde Abraham
hasta David son catorce; desde David hasta la deportación a
Babilonia, catorce; y desde la deportación a Babilonia hasta
Cristo, catorce" (Mat. 1:17) 4 dando la suma cuarenta y dos, el número de la espera
entre la promesa y el cumplimiento, desde la esclavitud hasta la
redención. Pero ahora, en Apocalipsis, el tiempo se ha acortado:
La Iglesia ya no necesita esperar cuarenta y dos generaciones,
sino sólo cuarenta y dos meses. Por lo tanto, el mensaje de
estos versículos es que la Iglesia será salva a través de la
venidera tribulación, durante la cual Jerusalén ha de ser
destruida por una invasión de gentiles. El fin de este período
significará el pleno establecimiento del reino. Así, el pasaje
es paralelo con el Sermón del Monte (Mat. 24, Mar. 13, Lucas
21), en el cual Jesús profetiza la destrucción de Jerusalén, que
culmina con la invasión por Roma en el año 70 d. C. 5
3-4 Pero antes de que Jerusalén sea destruida, Juan oye un
testimonio adicional de su culpa, un resumen de la historia de
las apostasías de la ciudad, enfocando su atención sobre su
perenne persecución de los profetas. Dios le dice a Juan que Él
ha ordenado que dos testigos profeticen por mil doscientos
sesenta días, el número de días que hay en cuarenta y dos meses
idealizados (de treinta días cada uno). Este número, por lo
tanto, está relacionado con, pero no es idéntico a, los cuarenta
y dos meses, y continúa expresando la esencial cualidad de
cuarenta y dos del período que precede al pleno establecimiento
del reino. 6 Los testigos están vestidos de cilicio, el vestido
tradicional de los profetas desde Elías hasta Juan el Bautista,
y que simboliza su lamento por la apostasía nacional (2 Reyes
1:8; Isa. 20:2; Jonás 3:6; Zac. 13:4; Mat. 3:4; Mar. 1:6). La
ley bíblica requería dos testigos (Núm. 35:30; Deut. 17:6;
19:15; Mat. 18:16; comp. Éx. 7:15-25; 8-11; Luc. 10:1); la idea
es un tema penetrante a través de la profecía y el simbolismo
bíblicos. Por lo tanto, una conclusión preliminar acerca de los
dos testigos es que ellos representan la línea de los profetas,
que culminó con Juan el Bautista, que testificó contra Jerusalén
durante la historia de Israel.
Los dos testigos son identificados como los
dos olivos y los dos candeleros que están delante del Señor de
la tierra. En este punto, las imágenes se vuelven mucho más
complejas. Juan regresa nuevamente a la profecía de Zacarías
acerca del candelero (Zac. 4:1-5; comp. Apoc. 1:4, 13, 20; 4:5).
Las siete lámparas del candelabro están conectadas con los dos
olivos (comp. Sal. 52:8; Jer. 11:16), de los cuales fluye una
incesante corriente de aceite, que simboliza la obra por medio
de la cual el Espíritu Santo llena y da poder a los dirigentes
de su pueblo del pacto. El significado del símbolo se resume en
Zacarías 4:6: "No con ejército, ni con fuerza, sino con mi
Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos". El mismo pasaje en
Zacarías también habla de dos testigos, dos hijos de aceite
("los dos ungidos"), que guían al pueblo de Dios: Josué el sacerdote
y Zorobabel el rey (Zac. 3-4; comp. Esdras 3, 5-6; Hag.
1-2). Resumiendo, pues, Zacarías nos habla de un complejo
árbol/candelero que representa a los oficiales del pacto: dos
figuras-testigos que pertenecen a la casa y al sacerdocio
reales. El libro de Apocalipsis conecta a todos ellos
libremente, hablando de dos brillantes candeleros que son dos
olivos llenos de aceite, que son también dos testigos, un rey y
un sacerdote - todos representando el testimonio profético,
inspirado por el Espíritu, del reino de sacerdotes (Éx. 19:6).
(Como hemos visto, un aspecto principal del mensaje de Juan es
que la Iglesia del Nuevo Pacto hereda plenamente las promesas
como el verdadero reino de sacerdotes, el real sacerdocio en el
cual "todos los miembros del pueblo de Dios son profetas"). Que
estos testigos son miembros del Antiguo Pacto, más bien que del
Nuevo, queda demostrado, entre otras indicaciones, por el hecho
de que llevan puesta ropa de silicio - característica de las
privaciones del Antiguo Pacto, más bien que de la plenitud del
Nuevo.
5-6 Juan habla ahora de los dos testigos en
términos de los dos grandes testigos del Antiguo Testamento,
Moisés y Elías - la Ley y los Profetas. Si alguno quiere
dañarlos, sale fuego de la boca de ellos, y devora a sus
enemigos. En Números 16:35, salió fuego del cielo a la palabra
de Moisés y consumió a los falsos adoradores que se habían
rebelado contra él; y de manera similar, salió fuego del cielo y
consumió a los enemigos de Elías cuando él pronunció la palabra
(2 Reyes :9-12). Esto se convierte en un símbolo modelo para el
poder de la palabra profética, como si en realidad saliera fuego
de las bocas de los testigos de Dios. Como dijo Dios a Jeremías,
"He aquí yo pongo mis palabras en tu boca por fuego, y a este
pueblo por leña, y los consumirá" (Jer. 5:14).
Extendiendo las imágenes, Juan dice que los
testigos tienen poder para cerrar el cielo, para que no llueva
en los días de su profecía, es decir, durante los mil doscientos
sesenta días (tres años y medio) - la misma duración de la
sequía causada por Elías en 1 Reyes 17 (véase Lucas 4:25; Sant.
5:17). Como Moisés (Éx. 7-13), los testigos tiene poder sobre
las aguas, para convertirlas en sangre, y para golpear la tierra
con toda suerte de plagas, a menudo según su deseo.
Ambas figuras proféticas apuntaban más allá
de sí mismas, hacia el Profeta Mayor, Cristo Jesús. El mismo
último mensaje del Antiguo Testamento los menciona juntos en una
profecía del advenimiento de Cristo: "Acordaos de la ley de
Moisés mi siervo... He aquí, yo os envío el profeta Elías..."
(Mal. 4:4-5). Malaquías continúa declarando que el ministerio de
Elías sería recapitulado en la vida de Juan el Bautista (Mal.
4:5-6; comp. Mat. 11:14; 17:10-13; Luc. 1:15-17). Pero Juan,
como Elías, era sólo un precursor, preparando el camino para el
que vendría después de él, el Primogénito, que tendría una doble
- mejor dicho, inmensurable - porción del Espíritu (comp. Deut.
21:17; 2 Reyes 2:9; Juan 3:27-34). Y, como Moisés, Juan Bautista
sería sucedido por Joshua, Jesús el Conquistador, que pondría al
pueblo del pacto en posesión de su prometida herencia. Por lo
tanto, los dos testigos resumen a todos los testigos del Antiguo
Pacto, culminando en el testimonio de Juan.
7 Ahora la escena cambia: Según todas las
apariencias, los testigos son derrotados y destruidos. Cuando
hayan acabado su testimonio, la bestia que sube del abismo hará
guerra contra ellos, y los vencerá y los matará. Esta es la
primera mención de la bestia en este libro, pero Juan
ciertamente parece esperar que sus lectores entiendan su
referencia. En realidad, el tema de la bestia es familiar en la
historia bíblica. Al principio se nos dice cómo Adán y Eva
rehusaron convertirse en "dioses" a través del sometimiento a
Dios, y en vez de eso buscaron la divinidad autónoma y final.
Sometiéndose a una bestia (la serpiente), se convirtieron ellos
mismos en "bestias" en lugar de dioses, con la marca de rebelión
de la bestia estampada en sus frentes (Gén. 3:19); aún en la
redención, permanecieron vestidos con pieles de bestias (Gén.
3:21). 8 Un cuadro posterior de la caída se muestra en la
caída de Nabucodonosor, que era, como Adán, "rey de reyes, a
quien el Dios del cielo ha dado el reino, el poder, la
fortaleza, y la gloria" (Dan. 2:37). Y sin embargo, a causa del
orgullo, y por haber buscado la divinidad autónoma, fue juzgado:
"Y fue echado de entre los hombres, y comía hierba como los
bueyes, y su cuerpo se mojaba con el rocío del cielo, hasta que
su pelo creció como plumas de águila, y sus uñas como las de las
aves" (Dan. 4:33). La rebelión del hombre contra Dios se refleja
también en la rebelión de las bestias contra el hombre; así, los
impíos perseguidores de Cristo en la crucifixión son llamados
"perros" y "toros de Basán", y se les compara con "un león rapaz
y rugiente" (Sal. 22:12-13, 16).
Otra imagen de la "bestialidad" de la
rebelión estaba contenida en los requisitos
sacrificiales/dietéticos del Antiguo Pacto contra los animales
"inmundos", como observa James Jordan: "Todos los animales
inmundos se parecen a la serpiente de tres maneras.
Comen 'polvo' (carne muerta, carroña, estiércol, y basura). Se
mueven en contacto con 'el polvo' (se arrastran sobre sus
vientres, con los carnosos cojines de sus patas en contacto con
el suelo, sin escamas para evitar que su piel entre en contacto
con su líquido elemento). Se rebelan contra el dominio humano,
matando a hombres o a otras bestias. Bajo el simbolismo del
Antiguo Pacto, tales bestias satánicas representan a las
naciones satánicas (Lev. 20:22-26), porque los animales son
'imágenes' de los hombres. 9 Comer animales satánicos, bajo el Antiguo Pacto, era
'comer' el estilo de vida satánico, 'comer' la muerte y la
rebelión". 10
El enemigo de Dios y de la Iglesia es pues
la bestia, en sus varias manifestaciones históricas. Los
profetas a menudo hablaban de estados paganos como bestias
terribles que hacían guerra contra el pueblo del Pacto (Sal.
87:4; 89:10; Isa. 51:9; Dan. 7:3-8, 16-25). 11 Todo esto quedará
reunido en la descripción que hace Juan de Roma y el Israel
apóstata en Apocalipsis 13. Sin embargo, debemos recordar que
estos poderes perseguidores no eran sino las manifestaciones
inmediatas del antiguo enemigo de la Iglesia - el dragón, que es
presentado formalmente en 12:3,11, pero que era bien conocido
para cualquier persona versada en la Biblia en el auditorio de
Juan. Ya los cristianos conocían la identidad final de la Bestia
que sube del abismo. Es el leviatán, la serpiente antigua, que
sale de su prisión en el mar una y otra vez para atormentar al
pueblo de Dios. El abismo, las profundidades oscuras y furiosas,
es donde Satanás y sus espíritus malos están aprisionados,
excepto por algunos períodos en que son soltados para que
atormenten a los hombres cuando cometen apostasía. 12 (Nótese que la
legión de espíritus malos, en el incidente del endemoniado
gadareno, rogó que no se le mandase al abismo; con divino
engaño, Jesús les envió a un hato de cerdos, y éstos se
precipitaron al mar: Luc. 8:31-33). La persecución del pueblo
del pacto nunca es meramente un concurso "político", sin
importar cómo los estados perversos intenten colorear sus impías
acciones. Siempre se origina en las profundidades del infierno.
A través de la historia de la redención, la
Bestia ha hecho guerra contra la Iglesia, particularmente contra
sus testigos proféticos. El ejemplo final de esto en el período
del Antiguo Testamento es la guerra de Herodes contra Juan el
Precursor, a quien venció y mató (Mar. 6:14-29); y la
culminación de esta guerra contra los profetas fue el asesinato
de Cristo, el Profeta final, del cual eran imagen todos los
otros profetas, y cuyo testimonio dieron. Cristo fue crucificado
por la colaboración de las autoridades romanas y judías, y esta
sociedad en la persecución continuó a través de la historia de
la iglesia primitiva (véase Hechos 17:5-8; 1 Tesal. 2:14-17). 13
8-10 Los cadáveres de los testigos del
Antiguo Testamento, "desde el justo Abel hasta Zacarías" (Mat.
23:35) yacen metafóricamente en la calle de la Gran Ciudad que
espiritualmente (es decir, por revelación del Espíritu
Santo) se llama Sodoma y Egipto. Esta ciudad es, por
supuesto, Jerusalén; Juan explica que es allí donde también el
Señor de ellos fue crucificado (acerca de Israel identificado
como Sodoma, véase Deut. 29:22-28; 32:32; Isa. 1:10, 21; 3:9;
Jer. 23:14; Eze. 16:46). Generalmente, los comentaristas no
logran encontrar referencias bíblicas que comparen a Israel (o a
Jerusalén) con Egipto, pero este es el antiguo problema de no
poder ver el bosque a causa de los árboles. Porque la prueba
está contenida en el mensaje entero del Nuevo Testamento.
Constantemente, Jesús es considerado como el nuevo Moisés
(Hechos 3:20-23; Heb. 3-4), el nuevo Israel (Mat. 2:15), el
nuevo templo (Juan 1:14; 2:19-21), y, de hecho, una
recapitulación/trascendencia viviente de la historia entera del
Éxodo (comp. 1 Cor. 10:1-4. 14 En el monte de la transfiguración (Luc. 9:31), Él
habló con Moisés y Elías (otro enlace con este pasaje),
llamando "éxodo" (la palabra griega es exodon) a su
muerte y resurrección venideras en Jerusalén. Siguiendo los
pasos a todo esto está el lenguaje mismo del Apocalipsis, que
habla de las plagas de Egipto derramadas sobre Israel (8:6-12;
16:2-12). La guerra de los testigos con el Israel apóstata y los
estados paganos se describe en los mismos términos que el Éxodo
original de Egipto (comp. también la nube y la columna de fuego
en 10:1). Jerusalén, la una vez santa y ahora apóstata ciudad,
se ha convertido en pagana y perversa, la opresora del verdadero
pueblo del pacto, uniéndose a la bestia al atacarlos y matarlos.
Es Jerusalén la que es culpable de la sangre de los testigos del
Antiguo Pacto; ella es, por excelencia, la asesina de los
profetas (Mat. 21:33-43; 23:34-38). De hecho, dijo Jesús, "no es
posible que un profeta muera fuera de Jerusalén" (Luc. 13:33).
Con la muerte de los testigos, su voz de
condena está silenciada; y ahora los pueblos y tribus y lenguas
y naciones consideran a la Iglesia misma como muerta, mostrando
abiertamente su desprecio por el pueblo de Dios, cuyos cadáveres
yacen insepultos en la calle, bajo una aparente maldición, pues
no se permite que sus cadáveres sean puestos en una tumba (comp.
1 Reyes 13:20-22; Jer. 8:1-2; 14:16; 16:3-4). El deseo de ser
injertados en la Tierra Prometida a la muerte era una
preocupación principal de los fieles testigos del Antiguo Pacto,
como garantía de su futura resurrección (Gén. 23; 47:29-31;
49:28-33; 50;1-14, 24-26; Éx. 13:19; Josué 24:32; 1 Sam.
31:7-13; Hechos 7:15-16; Heb. 11:22). La opresión del reino de
sacerdotes por los paganos a menudo se expresaba en estos
términos:
Oh Dios, vinieron las naciones a tu
heredad; han profanado tu santo templo; redujeron a Jerusalén
a escombros. Dieron los cuerpos de tus siervos por comida a
las aves de los cielos, la carne de tus santos a las bestias
de la tierra. Derramaron su sangre como agua en los
alrededores de Jerusalén, y no hubo quien los enterrase. (Sal.
79:1-3).
Sin embargo, la ironía es que ahora son los
que moran en la tierra - los judíos mismos (comp. 3:10) - los
que se unen a las naciones paganas para oprimir a los justos.
Los apóstatas de Israel se regocijan y se divierten, y se envían
regalos los unos a los otros, porque estos dos profetas
atormentaban a los que moran en la tierra (comp. la fiesta de
Herodes, durante la cual Juan fue encarcelado y después
decapitado: Mat. 14:3-12). El precio de la paz del mundo era la
aniquilación de los testigos proféticos; Israel y el mundo
pagano se unieron en su perverso regocijo por la destrucción de
los profetas, cuyo fiel doble testimonio había atormentado a los
desobedientes con la convicción de pecado, llevándoles a
suicidarse (comp. Gén. 4:3-8; 1 Juan 3:11-12; Hechos 7:54-60).
Los enemigos naturales se reconciliaron los unos con los otros a
través de su participación conjunta en el asesinato de los
profetas. Esto fue especialmente cierto en relación con el
asesinato de Cristo: "Y se hicieron amigos Pilato y Herodes
aquel día; porque antes estaban enemistados entre sí" (Luc.
23:12). A la muerte de Cristo, toda clase de personas se
regocijaron y se burlaron: los dirigentes, los sacerdotes, las
facciones religiosas que competían entre sí, los soldados
romanos, los siervos, los criminales; todos se unieron en la
celebración de su muerte (comp. Mat. 27:27-31; 39-44; Mar.
15:29-32; Luc. 22:63-65; 23:8-12, 35-39); todos se pusieron del
lado de la bestia contra el Cordero (Juan 19:15).
11-12 Después de tres días y medio, los testigos son
resucitados: El aliento de vida de Dios entró en ellos en la
Nueva Creación (comp. Gén. 2:7; Eze. 37:1-14; Juan 20:22) y se
levantaron sobre sus pies (comp. Hechos 7:55), infundiendo
terror y consternación a sus enemigos. Gran temor sobrevino a
los que les contemplaban (comp. Hechos 2:43; 5:5; 19:17;
contrástese con Juan 7:13; 12:42; 19:38; 20:19), y con buena
razón: Por medio de la resurrección de Cristo, la Iglesia y su
testimonio se convirtieron en indetenibles. En unión con Cristo
en su ascensión a la gloria (Efe. 2:6), subieron al cielo en la
Nube, y sus enemigos les contemplaron. 15 Los testigos no
sobrevivieron a las persecuciones; murieron. Pero, en la
resurrección de Cristo, se levantaron en poder y en dominio que
existía, no con ejército, ni con fuerza, sino por medio del
Espíritu de Dios, el aliento mismo de vida de Dios. "No somos
los señores de la historia y no controlamos sus consecuencias,
pero tenemos la certeza de que hay un señor de la historia y de
que él controla sus resultados. Necesitamos una interpretación
teológica del desastre, una interpretación que reconozca que
Dios actúa en sucesos como cautiverios, derrotas, y
crucifixiones. La Biblia puede ser interpretada como una serie
de triunfos de Dios disfrazados como desastres". 16
Juan traza aquí un importante
paralelo que no debería ser pasado por alto, pues está cerca del
corazón del significado del pasaje. La ascensión de los testigos
se describe en el mismo lenguaje que el de la ascensión del
mismo Juan:
4:1 Después de esto miré, y he aquí una puerta abierta
en el cielo; y la primera voz que oí, como de trompeta, hablando
conmigo, dijo: Sube acá...
11:11-12 Después de tres días y medio ...
oyeron una gran voz del cielo, que les decía: Subid acá....
La historia de los dos testigos es, por lo
tanto, la historia de la Iglesia que testifica, que ha recibido
la orden divina de "subir acá" y ha ascendido con Cristo a la
Nube en el cielo, al trono (Efe. 1:20-22; 2:6; Heb. 12:22-24):
Ella ahora posee una autorización imperial para ejercer control
sobre los confines de la tierra, disciplinar a las naciones a la
obediencia de fe (Mat. 28:18-20; Rom. 1:5).
13-14 Uno de los resultados de la ascensión de Cristo, como Él
lo predijo, sería el restallido de la condena a muerte para el
Israel apóstata, el estremecimiento del cielo y de la tierra. La
Escritura conecta como un solo suceso teológico - el
advenimiento - el nacimiento, la vida, la muerte, la
resurrección, y la ascensión de Jesús, el derramamiento de su
Espíritu sobre la Iglesia en el año 30 d. C., y el derramamiento
de su ira sobre Israel en el holocausto de los años 66-70 d. C.:
Así, en ese día habrá un gran terremoto (comp. Apoc. 6:12; Eze.
38:19-20; Hag. 2:6-7; Zac. 14:5; Mat. 27:51-53; Heb. 12:26-28).
Porque el triunfo de Cristo significaba la derrota de sus
enemigos, cayó la décima parte de la ciudad. En realidad, la
ciudad entera de Jerusalén cayó en el año 70 d. C.; pero, como
hemos visto, las trompetas-juicios todavía no alcanzaban el
final definitivo de Jerusalén, sino que (aparentemente) sólo
llegaban al primer sitio de Jerusalén, bajo Cestio. De
conformidad con la naturaleza de la trompeta como alarma, el
hecho de que Dios tomase un "diezmo" de Jerusalén durante el
primer sitio era una advertencia para la ciudad.
Por razones claramente simbólicas,
bíblicas, y teológicas, Juan nos dice que siete mil personas
fueron muertas durante el terremoto. En definitiva, el terremoto
en la tierra y en el cielo causado por el Nuevo Pacto mató a
muchas más personas que siete mil. Pero el número representa la
situación exactamente opuesta a la de los días de Elías. En 1
Reyes 19:18; Dios le dijo a Elías que en Israel quedarían 7.000
fieles al pacto. Aun entonces, era más probablemente un número
simbólico, que indicaba plenitud (siete) multiplicado
por muchos (mil). En otras palabras, Elías no debía desanimarse,
porque no estaba solo. Los justos elegidos de Dios eran
numerosos, y todos ellos estaban presentes y contabilizados. Sin
embargo, por otro lado, estaban en minoría. Pero ahora, en el
Nuevo Pacto, la situación se invierte. Los Elías de los últimos
días, los fieles testigos de la Iglesia, no deben desanimarse
cuando parezca que Dios está destruyendo a la totalidad de
Israel, y que los fieles son pocos en número. Porque esta vez
son los apóstatas, los adoradores de Baal, los que son "los
siete mil en Israel". Las tornas se han vuelto. En el Antiguo
Testamento, sólo "7000" son impíos. Son destruidos, y el resto -
la gran mayoría - se convierten y se salvan: El resto se
aterrorizaron y dieron gloria al Dios del cielo - lenguaje
bíblico para indicar la conversión y la fe (comp. Josué 7:19;
Isa. 26:9; 42:12; jer. 13:16; Mat. 5:16; Luc. 17:15-19; 18:43; 1
Ped. 2:12; Apoc. 14:7; 15:4; 16:9; 19:7; 21:24). La tendencia en
la era del Nuevo Pacto es juicio para salvación.
Juan cierra la sección de la sexta trompeta
con estas palabras: El segundo ay pasó; he aquí el tercer ay
viene pronto. Juan no nos dice explícitamente cuándo llega el
tercer ay. Puesto que el primero y el segundo se refieren a las
advertencias que Israel ha recibido en el ataque demoníaco a
gran escala sobre la tierra (9:1-12) y en la primera invasión de
los romanos a las órdenes de Cestio (9:13-21), es posible
considerar el tercer ay como la caída de Jerusalén misma; seis
ayes (en tres pares) se enumeran en rápida sucesión en 18:10,
16, 19. Sin embargo, está más de acuerdo con la estructura
literaria de Juan ver al tercer ay como una consecuencia de la
séptima trompeta (de la misma manera en que el primer y segundo
ayes corresponden a la quinta y sexta trompetas: comp. 8:13;
9:12); el ay es declarado en 12:12, después de que Miguel
derrota al dragón, y continúa hasta el fin del capítulo 14,
mostrando la "gran ira" del dragón durante su dominio por "breve
tiempo".
La séptima
trompeta (11:15-19)
15 El séptimo ángel tocó la trompeta, y hubo grandes
voces en el cielo, que decían: Los reinos del mundo han venido a
ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos
de los siglos.
16 Y los veinticuatro ancianos que estaban
sentados delante de Dios en sus tronos, se postraron sobre sus
rostros, y adoraron a Dios,
17 diciendo: Te damos gracias, Señor Dios
Todopoderoso, el que eres y aue eras y que has de venir, porque
has tomado tu gran poder, y has reinado.
18 Y se airaron las naciones, y tu ira ha venido,
y el tiempo de juzgar a los muertos, y de dar el galardón a tus
siervos los profetas, a los santos, y a los que temen tu nombre,
a los pequeños y a los grandes, y de destruir a los que
destruyen la tierra.
19 Y el templo de Dios fue abierto en el cielo, y
el arca de su pacto se veía en el templo. Y hubo relámpagos,
voces, truenos, un terremoto y grande granizo.
15 De confomidad con el modelo bíblico que
une las ideas del sábado y la consumación, la trompeta del
séptimo ángel anuncia que "el misterio de Dios" se ha cumplido y
ha sido llevado a cabo (comp. 10:6-7). En este punto de la
historia, el plan de Dios se hace evidente: Ha colocado a judíos
y a gentiles en pie de igualdad en el Pacto. La destrucción del
Israel apóstata y del templo reveló que Dios ha creado una nueva
nación, un nuevo templo, como Jesús había profetizado a los
dirigentes judíos: "Por tanto os digo que el reino de Dios os
será quitado de vosotros, y será dado a gente que produzca los
frutos de él" (Mat. 21:43). Más tarde, Jesús les dijo a sus
discípulos cuál sería el efecto de la destrucción de Jerusalén:
"Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo"
(Mat. 24:30). Marcellus Kik explica: "El juicio sobre Jerusalén
era la señal del hecho de que el Hijo del Hombre estaba reinando
en el cielo. Este versículo se ha entendido mal, pues algunos
han pensado que quiere decir 'una señal en el cielo'. Pero esto
no es lo que dice el versículo: dice la señal del Hijo del
Hombre en el cielo. La frase 'en el cielo' define la
ubicación del Hijo del Hombre y no la de la señal. No aparecería
una señal en los cielos, sino que la destrucción de Jerusalén
habría de indicar el gobierno del Hijo del Hombre en el cielo".
17
Kik continúa: "El apóstol Pablo dice en el capítulo once de
Romanos que la caída de los judíos fue una bendición para el
resto del mundo. La catástrofe de Jerusalén realmente señaló el
principio de un nuevo reino mundial, que marcaba la completa
separación entre la Iglesia Cristiana y el judaísmo legalista.
El sistema entero de adoración, tan estrechamente asociado con
Jerusalén y con el templo, recibió, por decirlo así, un golpe de
muerte de parte de Dios mismo. Ahora Dios había terminado con el
Antiguo Pacto hecho en Sinaí: en pleno dominio estaba la señal
del Nuevo Pacto". 18
Así, el Reino de Dios, el "Quinto Reino",
profetizado en Daniel 2, se universaliza, como canta el coro
celestial: Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro
Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos.
La disociación final entre el cristianismo y el judaísmo
significa que el primero es ahora una religión mundial. Ahora el
reino de Cristo inicia el proceso de abarcar y envolver a todos
los reinos del mundo. La tierra será regenerada. Esto se hizo
claro con la caída de Jerusalén, la señal de que Cristo había
realmente ascendido a su trono celestial y gobernaba las
naciones, derramando ira y tribulación sobre sus enemigos a
solicitud de su Iglesia orante. Los ejércitos romanos que
aniquilaron a Jerusalén, masacrando y esclavizando a sus
habitantes, eran los ejércitos de Cristo (Dan. 9:26), que
cumplían su palabra (Deut. 28:49-68).
En términos del calendario bíblico, la
"séptima trompeta" era tocada el primero de Tishri, el día
primero del mes séptimo en el año litúrgico, y el mes primero
del año civil: Rosh Hashanah, el Día de las Trompetas. Ernest L.
Martin ha señalado varios aspectos interesantes del Día de las
Trompetas, que guardan relación directa con el significado de la
séptima trompeta en Apocalipsis: "Antes del período del Éxodo en
tiempos de Moisés, éste era el día en que aparentemente se
iniciaba el año bíblico. Parece también que éste era el día en
que a mucha gente se le avanzaba un año de su vida - sin
importar en qué mes de cuál año habían nacido realmente. Nótese
que el patriarca Noé cumplió 601 años 'en el mes primero
[Tishri], el día primero del mes [que más tarde se llamó el Día
de las Trompetas'] (Gén. 8:13). Ese era el mero día en que 'Noé
quitó la cubierta del arca, y miró, y he aquí que la faz de la
tierra estaba seca' (vers. 13). Este no era solamente el
cumpleaños oficial de Noé, sino que se convirtió en un nuevo
nacimiento de la tierra también... Hasta el primer día de la
creación mencionado en Génesis 1:1-5 podría calcularse a este
mismo día... Puesto que el otoño aparentemente iniciaba todos
los años bíblicos antes del Éxodo, y puesto que todas las frutas
estaban en los árboles, listas para que las comieran Adán y Eva
(Gén. 1:29; 2:9, 16-17), esto sugiere que... el primer día de la
creación mencionado en Génesis fue también el primero de Tishri
(por lo menos Moisés sin duda tenía el propósito de dar esta
impresión). Esto significa que no sólo el cumpleaños de la nueva
tierra en tiempos de Noé fue lo que más tarde se convirtió en el
Día de las Trompetas, sino que también fue el día que introdujo
la creación original de la tierra..."
"... La opinión de la mayoría de los
ancianos judíos (que todavía domina los servicios de las
sinagogas) era que el Día de las Trompetas era el día de
recordación que conmemoraba el principio del mundo. Prevalecía
la opinión autorizada de que el primero de Tishri era el primer
día de Génesis 1:1-5. Vino a ser considerado el nacimiento del
mundo (McClintock & Strong, Cyclopaedia, vol. X, p.
568). Era más que un aniversario de la creación física. 'El
judaísmo considera el día de Año Nuevo, no sólo como el
aniversario de la creación, sino - y de lo más importante - una
renovación de ella. Es cuando el mundo renace' (Theodor H.
Gaster, Festivals of the Jewish Year, p. 109)..."
"Cada uno de los meses judíos era
introducido oficialmente mediante el sonido de trompetas (Núm.
10:10). Puesto que el año de los festivales (en el que ocurrían
todos los festivales) duraba siete meses, el último mes (Tishri)
era el último mes en ser introducido por medio de trompetas.
Ésta es una de las razones de que el día se llamase 'día de las
trompetas'. La 'última trompeta' en la serie se tocaba siempre
en este día - así que era el día de la trompeta final
(Lev. 23:24; Núm. 29:1)".
"Éste era el día exacto que muchos de los
antiguos reyes y gobernantes de Judá contaban como el primero de
su reinado... en realidad, era costumbre que la ceremonia final
de la coronación de reyes fuera hacer sonar trompetas. Para
Salomón: 'Y tocaréis trompeta, diciendo: ¡Viva el rey Salomón!
(1 Reyes 1:34). Para Jehú: 'Tocaron corneta, y dijeron: Jehú es
rey' (2 Reyes 9:13). En la entronización de Joás: 'Todo el
pueblo del país se regocijaba, y tocaban las trompetas' (2 Reyes
11:14)". 19
M. D. Goulder resume el significado de Rosh
Hashana: "El Año Nuevo es el equivalente judío del Adviento
cristiano: combina el gozo por el pensamiento de la venida final
del reino de Dios, con la penitencia por el pensamiento del
juicio que ese reino traerá. Está marcado por el sonido del
Shofar (Lev. 23:24), para proclamar el día (keryxaie,
Joel 2:15); y por tres bendiciones especiales, el Malkuyot, el
Zikronot, y el Shofarot. Cada una de ellas comprende diez
versículos de la Escritura: el primero sobre el reino de Dios,
esperando su reino final (por ejemplo, Zac. 14:9); el segundo
sobre el hecho de que Dios recuerde las obras de los hombres
para juicio o recompensa, y el hecho de que Él recuerde su
pacto; el tercero sobre el hacer sonar el Shofar, desde Sinaí
hasta la última trompeta que reunirá la dispersión en
Jerusalén". 20
Todo esto estaría naturalmente en las
mentes de Juan y de su auditorio del siglo primero a la mención
de la gran séptima trompeta. Ahora, él añade una nueva dimensión
de simbolismo, mostrando el significado cristiano de Rosh
Hashanah, al cual siempre había apuntado: El día de las
trompetas es el comienzo del nuevo mundo, la nueva creación, el
día de coronación del Rey de Reyes, cuando sea entronizado como
Juez supremo sobre todo el mundo. De hecho, como veremos en el
capítulo 12, el significado de Tishri 1 es considerado por Juan
- teológicamente, si no "realmente" - como el cumpleaños de
Cristo Jesús. Pues ahora, sin embargo, él lo presenta como el
cumpleaños de la nueva creación, el fruto de la resurrección y
la ascensión de Cristo y sus santos.
16-18 A la declaración coral del señorío
universal de Cristo y el triunfo mundial de su reino se unen los
veinticuatro ancianos, que se sientan en sus tronos delante de
Dios. (Nótese la referencia arquitectónica: La postura
característica del gobernante/maestro en el Nuevo Testamento es
la entronización; Jesús se puso de pie para leer las Escrituras,
y se sentó para enseñar, Lucas 4:16, 20). Estos ancianos se
postraron sobre sus rostros y adoraron a Dios, diciendo: Te
damos gracias, Señor Dios Todopoderoso. El verbo equivalente a
dar gracias es eucharisteo, usado a través de la
historia cristiana para la comunión del cuerpo y la sangre del
Señor: la Eucaristía. Este término adquiere su significado
técnico muy temprano (comp. Didache 9-10), basado en su uso en
los relatos de la cena del Señor en el Nuevo Testamento (Mat.
26:26-27; Mar. 14:22-23; Luc. 22:17, 19; 1 Cor. 11:24).
Tendríamos que ser verdaderamente ciegos para no ver esto aquí.
Porque Juan nos ha mostrado que el modelo para la acción
redentora de Dios en la historia es el mismo que se representa
cada día del Señor: La Iglesia, habiendo muerto y resucitado en
Cristo (v. 7-11), asciende al cielo en medio de juicios cósmicos
a la orden divina (v. 12-14). Rodeados por la hueste celestial
que canta alabanzas (v. 15), los ancianos se postran delante de
la majestad de Dios, proclamando: ¡Eucharistoumen! ¡Te damos
gracias! (v. 16-17).
Los ancianos continúan el servicio con una
confesión de fe, alabando al Señor por la inauguración de su
reino: Has tomado tu gran poder, y has reinado. Era Cristo en
Señor el que estaba agitando las naciones del Imperio Romano
para combatir contra Israel, porque Israel había perseguido y
masacrado a sus santos. Así, se airaron las naciones, y tu ira
ha venido, y la Jerusalén apóstata y perseguidora sufre lo más
recio de ambos; y el tiempo de juzgar a los muertos, y de dar el
galardón a tus siervos los profetas, a los santos, y a los que
temen tu nombre, a los pequeños y a los grandes. Esto sólo
expresa con otras palabras la afirmación de Jesús a Jerusalén en
su último discurso público: "Para que venga sobre vosotros toda
la sangre justa que se ha derramado sobre la tierra, desde la
sangre de Abel el justo hasta la sangre de Zacarías, hijo de
Berequías, a quien matásteis entre el templo y el altar. De
cierto os digo que todo esto vendrá sobre esta generación".
(Mat. 23:35-36). Los siervos de Dios, los profetas (términos
equivalentes en Apocalipsis: véase 1:1; 10:7; 16:6; 18:24; 19:2,
10; comp. Dan. 9:6, 10; Amós 3:7; Zac. 1:6) serían vindicados y
recompensados en el juicio venidero - no el juicio final en el
Día Postrero, sino más bien la vindicación y la venganza
histórica de los santos martirizados, aquellos que habían
sufrido a manos del impío Israel, como Jesús había predicho. 21 Justo antes de la
caída de Israel, el apóstol Pablo había escrito de los judíos,
que constantemente perseguían a los cristianos, que "vino sobre
ellos la ira hasta el extremo" (1 Tes. 2:16). Ahora, el vistazo
que Juan echa al futuro cercano muestra que, al caer la ira
reprimida de Dios con todo su furor, la Iglesia se regocijó.
Haciéndose eco del tema familiar de la expulsión de Edén, el
cántico se cierra con la observación de que la destrucción de
Israel sirvió para destruir a los que destruyen la tierra (comp.
Lev. 18:24-30).
19 Aquí aparece resumido el significado
teológico de la caída de Israel: Significaba que el templo de
Dios en el cielo estaba abierto (Mat. 27:51; Efe. 2:19-22; Heb.
8:1-6; 9:8). El templo terrenal ha desaparecido, y ahora
sólo queda el templo verdadero. El templo de Dios se revela en
la iglesia; y ahora el arca de su pacto aparece en su templo,
pues la presencia interior de Dios se manifiesta allí (Efe.
2:22). Técnicamente, un "santo" es alguien que tiene acceso
al santuario, alguien con privilegios de santuario. En el
Nuevo Pacto, todos somos santos; todos tenemos acceso al trono
(Heb. 4:16; 10:19-25), habiendo ascendido en Cristo
(definitivamente en su ascensión, progresivamente cada día del
Señor en adoración). En el Antiguo Pacto, los Diez Mandamientos
estaban "ocultos" en el santuario, y a nadie se le permitía
entrar (aunque la revelación de Dios fue publicada
provisionalmente por Moisés). Pero ahora, en el Nuevo Pacto, el
misterio se ha publicado abiertamente, y el hombre tiene acceso
en Cristo. Con el sonido de la séptima trompeta, la revelación
es completa y definitiva; el misterio ya no es misterioso. Pablo
encomendaba los santos de Roma "al que puede confirmaros según
mi evangelio y la predicación de Jesucristo, según la revelación
del misterio que se ha mantenido oculto desde tiempos eternos,
pero que ha sido manifestado ahora, y que por las Escrituras de
los profetas, según el mandamiento del Dios eterno, se ha dado a
conocer a todas las gentes para que obedezcan a la fe" (Rom.
16:25-26).
Por esta razón, Juan se refiere a todos los
fenómenos meteorológicos que habían estado asociados con la Nube
de la revelación del Antiguo Pacto (comp. Sal. 18) en relación
con la Iglesia: Hubo relámpagos y voces y truenos, un terremoto
y una gran tormenta de granizo. En la Iglesia de Jesucristo, la
puerta del cielo se ha abierto para nosotros. Nuestra
santificación es por medio de la iglesia, a través de su
ministerio y sus sacramentos, como escribió San Ireneo:
"Recibimos nuestra fe de la iglesia y la conservamos a salvo; y
es, por decirlo así, un precioso depósito guardado en un fino
recipiente, por siempre renovando su vitalidad por medio del
Espíritu de Dios, y haciendo que se renueve el recipiente en el
que está guardado. Porque este don de Dios ha sido confiado a la
Iglesia, como el aliento de vida al hombre creado, con el fin de
que todos los miembros, recibiéndolo, vivan. Y en este punto se
nos ha concedido nuestro medio de comunicación con Cristo, a
saber, el Espíritu Santo, prenda de in,ortalidad, la fortaleza
de nuestra fe, la escalera por la cual ascendemos a Dios. Porque
el apóstol dice: 'A unos puso Dios en la Iglesia apóstoles,
profetas, maestros' [1 Cor. 12:28] y todos los otros medios por
los cuales obra el Espíritu, Pero no tienen parte en este
Espíritu los que no participan de la actividad de la Iglesia...
Porque donde está la Iglesia, allí está el Espíritu de Dios; y
donde está el Espíritu de Dios, allí está la Iglesia y toda
clase de gracia. El Espíritu es verdad. Por lo tanto, los que no
tienen parte en el Espíritu no son alimentados y no reciben vida
del seno de su madre; ni disfrutan de la fuente chispeante que
emana del cuerpo de Cristo". 22
Los primeros cristianos que primero leyeron
el libro de Apocalipsis, especialmente los de antecedentes
judíos, tenían que entender que la destrucción de Jerusalén no
significaría el fin del pacto o del reino. La caída del antiguo
Israel no era "el principio del fin". En vez de eso, era la
señal de que el reino mundial de Cristo había comenzado
realmente, de que su Señor gobernaba las naciones desde su trono
celestial, y de que la conquista eventual de todas las naciones
por los ejércitos de Cristo quedaba asegurada. Para estos
creyentes humildes y sufrientes, la prometida era del gobierno
del Mesías había llegado. Y lo que ellos estaban a punto de
observar como testigos en la caída de Israel era el fin del
principio.
Notas:
1. R. J. McKelvey,
"Temple", en J. D. Douglas, ed., The New Bible
Dictionary (William B. Eerdmans Publishing Co., [1962] 1965,
p. 1249.
2. James B. Jordan,
"Rebellion, Tyranny, and Dominion in the Book of Genesis", in Gary
North. ed., Tactics of Christian Resistance, Christianity
and Civilization No. 3 (Tyler, TX: Geneva Ministries, 1983), p.
42.
3. Por ejemplo, a Daniel se le dijo: "Desde el tiempo en
que sea quitado el continuo sacrificio hasta la abominación
desoladora, habrá mil doscientos noventa días. Bienaventurado el
que espere, y llegue a mil trescientos treinta y cinco días"
(Dan. 12:11-12). Estos números están basados en el período de 430
años de opresión en Egipto (Éx. 12:40) y los 45 años desde la
esclavitud hasta la conquista de la tierra (Josué 14:6-10); los
símbolos indican que el próximo período de opresión, en
comparación con el de Egipto, será breve (días en
comparación con años), pero tres veces más intenso
(3 x 430= 1.290=. Los que perseveren en fe, sin embargo,
alcanzarán el día número 1.335 de victoria y dominio.
4. Mateo probablemente decidió dividir la genealogía en
tres grupos de catorce para resaltar el nombre de David, que tiene
un valor numérico de 14 en hebreo. David es la figura central en
la genealogía de Cristo, y Cristo es presentado a través de las
Escrituras como el David mayor (comp. Hechos 2:25-36). Para llegar
a este arreglo simétrico, sin embargo, Mateo deja fuera tres
generaciones entre Joram y Uzías en el v. 8 (Ocozías, Joás, y
Amasías; comp. 2 Reyes 8:25; 11:21; 14:1), y cuenta a Jeconías dos
veces en los vers. 11-12. Ahora, Mateo no era estúpido: Sabía
sumar correctamente (¡había sido colector de impuestos!); además,
sabía que las genealogías verdaderas estaban a disposición de sus
lectores. Pero escribió su evangelio para proporcionar una
cristología, no una cronología. Su lista está escrita para
exponer la "cualidad de catorce" de Cristo mismo, revelando
al Salvador como "el hijo de David, el hijo de Abraham" (1:1).
5. Es interesante notar que el sitio de Jerusalén por parte
de los generales romanos Vespasiano y Tito en realidad duró tres
años y medio literales, desde el año 67 al año 70. Pero el punto
principal del término es su significado simbólico, que está basado
en su uso por los profetas. Como en muchos otros casos, Dios
obviamente causó los sucesos históricos de un modo que armoniza
con el simbolismo bíblico del cual Él es el autor.
6. Para algunos
aspectos interesantes del número 1.260 y su relación con el número
de la Bestia (666), véase los comentarios sobre 13:18.
7. La doctrina cristiana de la deificación
(comp. Sal. 82:6; Juan 10:34-36; Rom. 8:29-30; Efe. 4:13, 24; Heb.
2:10-13; 12:9-10; 2 Ped. 1:4; 1 Juan 3:2) se conoce generalmente
en las iglesias occidentales por los términos santificación
y glorificación, que se refieren a la manera plena
en que el hombre ha heredado la imagen de Dios. Esta doctrina (que
no tiene absolutamente nada en común con las teorías realistas
paganas de la continuidad del ser, las ideas humanistas sobre la
"chispa de la divinidad", ni las fábulas politeístas de los
mormones en relación con la evolución humana hacia la deidad) es
universal a través de los escritos de los Padres de la Iglesia;
véase, por ejemplo, de Georgios I. Mantzaridis, The
Deification of Man: St. Gregory Palamas and the Orthodox
Tradition, Liadain Sehrrard, trad. (Crestwood, NY: St.
Vladimir´s Seminary Press, 1984). San Atanasio escribió: "El Verbo
no es de cosas creadas, sino más bien es Él mismo el creador. Así
pues, por lo tanto, Él tomó la forma de un cuerpo humano creado
para que, habiéndolo renovado como su Creador, pudiera deificarlo
en Sí mismo, y así traernos a todos al reino de los cielos por
medio de nuestra semejanza con Él. Porque el hombre no habría sido
deificado si hubiese estado unido a una criatura, o a menos que el
Hijo fuese Dios mismo; ni habría sido traído el hombre a la
presencia del Padre, a menos que Él hubiese sido su natural y
verdadero Verbo que se había vestido de un cuerpo. Y como
nosotros no habríamos sido librados del pecado y de la maldición
si la carne cuya forma tomó el Verbo hubiese sido humana por
naturaleza (porque no habríamos tenido nada en común con lo que es
extraño a nosotros); así también la humanidad no habría sido
deificada si el Verbo que se hizo carne no se hubiese por
naturaleza derivado del Padre y esto no hubiese sido correcto y
verdadero en cuanto a Él. Porque, por lo tanto, la unión era de
esta clase, para que Él pudiese unir, lo que es hombre por
naturaleza, con Él, que por naturaleza pertenecía a la Deidad,
para que su salvación y deificación pudieran ser seguras" (Orations
Against Arianism, ii.70). Él lo puso más suscintamente en
una famosa declaración de su obra clásica On the Incarnation
of the Word of God (54): "El Verbo fue hecho carne para que
nosotros pudiésemos ser dioses".
8. Representando la imagen restaurada de Dios, los
sacerdotes se vestían de vegetales (lino) más bien que de animales
(lana); se les prohibía usar pieles de bestias, porque producían sudor
(Eze. 44:17-18; comp. Gén. 3:19). Sobre "divinidad judicial" y la
vestimenta de pieles de Adán y Eva, véase, de James B. Jordan,
"Rebellion, Tyranny, and Dominion in the Book of Genesis", en el
cd. de Gary North, Christianity and Civilization 3 (1983):
Tactics of Christian Resistance, pp. 43-47.
9. Comp. Prov. 6:6;
26:11; 30:15, 19, 24-31; Dan. 5:21; Éx. 13:2, 13.
10. James B.
Jordan, The Law of the Covenant: An Exposition of Exodus 21-23
(Tyler, TX: Institute for Christian Economics, 1984), p. 122.
11. Estrechamente
relacionada con la doctrina bíblica de la Bestia está la "teología
de los dinosaurios" de la Biblia; para ésta, véanse mis
comentarios sobre 12:3.
12. Véase más
arriba sobre 9:1-6.
13. El intento de la Bestia de borrar el testimonio de los
testigos de Dios eventualmente condujo a su ataque contra la
tierra de Israel, la patria de la Iglesia; Tito supuso que podía
destruir al cristianismo destruyendo el templo en el año 70 d. C.
(véase sobre 17:14). El motivo religioso central tras la guerra de
Roma contra los judíos era su odio, profundamente arraigado,
contra la Iglesia Cristiana.
14. La evidencia es
demasiado extensa para repetirla aquí, pero véase, de Meredith G.
Kline, The Structure of Biblical Authority (Eerdmans, 2do.
cd., 1975), pp. 183-95; véase también, de Robert D. Brinsmead, The
Pattern of Redemptive History (Fallbrook, CA: Verdict
Publications, 1979), pp. 23-33.
15. Esto guarda
cierta similitud con la experiencia de Elías, siendo la mayor
diferencia que fue su amigo - no sus enemigos - el que vio
su ascensión (2 Reyes 2:9-14).
16. Herbert
Schlossberg, Idols for Destruction: Christian Faith and Its
Confrontation With American Society (Nashville: Thomas
Nelson Publishers, 1983), p. 304.
17. Marcellus Kik, An Eschatology of Victory
(Nutley, NJ: The Presbyterian and Reformed Publishing Co., 1971),
p. 137. La traducción común en las versiones modernas de la Biblia
("entonces aparecerá en el cielo la señal del Hijo del Hombre")
refleja simplemente los prejuicios no bíblicos de unos pocos
traductores y editores. La traducción más literal en la King James
Version es la que el texto griego dice. Comp. la discusión en Paradise
Restored: A Biblical Theology of Dominion (Ft. Worth, TX:
Dominion Press, 1985), pp. 97-105.
18. Ibid., p. 138.
19. Ernest L.
Martin, The Birth of Christ Recalculated (Pasadena:
Foundation for Biblical Research, segundo cd., 1980), pp. 155ss.
20. M. D. Goulder,
The Evangelists' Calendar: A Lectionary Explanation of the
Development of Scripture (London: SPCK, 1978), pp. 245s.
21. Cuando se usa
en relación con el pueblo de Dios, la palabra juicio significa por
lo general reivindicación y venganza en nombre de él
(véase 1 Sam. 24:15; 2 Sam. 18:19, 31; Sal. 10:18; 26:1; 43:1;
Isa. 1:17; Heb. 10:30-39).
22. St. Irenaeus, Against
Heresies, iii.xxiv.1; traducido por Henry Bettenson, ed., The
Early Christian Fathers (Oxford: Oxford University Press,
1956, 1969), p. 83.