MI RENUNCIA AL ADVENTISMO
DEL SÉPTIMO DÍA

Dudley Marvin Canright, 1914

Capítulo 2

UNA EXPERIENCIA DE VEINTIOCHO AÑOS
EN EL ADVENTISMO

Traducido de The Interactive Bible


Por mucho tiempo vacilé sobre si debía o no incluir asuntos personales en este libro, pero no vi la forma de contar mi historia sin ellos. Mi experiencia ilustra el poder que el error y la superstición tienen sobre los hombres. Estoy asombrado de haber sido retenido allí por tanto tiempo después de que mi mejor juicio fue persuadido de que el sistema era un error. Me propongo contar los simples hechos, tal como ocurrieron, pésele a quien le pese. Los hombres públicos se convierten en propiedad pública, y como tales, su conducta y su obra deberían ser puestos al descubierto y discutidos. Esta es la razón para criticar el curso de acción del pastor White y su esposa, y otras personas. Ellos invitan la crítica asegurando ser reformadores, y mejores que otras personas.

Nací en Kinderhook, condado de Branch, Mich., el 22 de Sept. de 1840. No recibí instrucción religiosa sino hasta que tuve 16 años. Fui convertido entre los Metodistas, por el trabajo del Rev. Hazzard, y bautizado por él en 1858. Pronto fui a Albion, N. Y., para asistir a la escuela. Aquí, en 1859, escuché hablar al pastor White y a su esposa. Él predicó sobre la cuestión del sábado. Yo era inculto, y conocía muy poco de la Biblia. No tenía idea de la relación entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, la ley y el evangelio, o la diferencia entre el sábado y el día del Señor. Pensé que él había demostrado que la observancia del séptimo día todavía era obligatoria, y que no había ninguna autoridad para observar el domingo.

Como estaba ansioso de tener razón, comencé a observar el sábado, pero no esperaba creer nada más de las doctrinas de ellos. Por supuesto, yo asistía a las reuniones los sábados y trabajaba los domingos. Esto me separó por completo de otros cristianos, y me lanzó por entero en los brazos del Adventismo. Pronto aprendí de ellos que todas las demás iglesias eran Babilonia, que estaban en la oscuridad, y que no tenían el favor de Dios. Los Adventistas del Séptimo Día eran el único pueblo verdadero de Dios. Ellos tenían "la verdad", toda la verdad, y nada más que la verdad. Defendían la obra del Sr. Miller en 1844, creían en la visiones de la Sra. White, el sueño de los muertos, la aniquilación de los impíos, el lavamiento de los pies, etc. Al principio, estas cosas me hicieron titubear, y pensé en retirarme, pero ellos las explicaron de manera convincente y las suavizaron, y dijeron que, de todos modos, ellas no constituían una prueba de fidelidad. No teniendo a nadie que me ayudara inteligentemente, comencé a ver las cosas como ellos las veían, y en unas pocas semanas llegué a creer en el sistema entero. Fui bautizado nuevamente, como generalmente lo son sus conversos de otras iglesias, para que salgan de Babilonia por completo. Persuadido de que el tiempo era corto, dejé de asistir a la escuela, abandoné el estudio de todo lo demás, escuché sus prédicas, devoré sus libros, y estudié mi Biblia día y noche para sustentar estos nuevos puntos de vista. Ahora me convertí en un creyente entusiasta, y anhelé convertir a todo el mundo a la fe. No tenía ninguna duda de que era la pura verdad. Esta es más o menos la experiencia de todos los que se les unen, como lo he averiguado desde entonces.

En Mayo de 1864, se me concedió licencia para predicar. Pronto me inicié con el pastor Van Horn en Ithaca, Michigan. Tuvimos buen éxito; formamos tres grupos ese año. En 1865, trabajé en el condado de Tuscola, y nos fue extremadamente bien. Ese año fui ordenado por el pastor White. Hasta este momento, yo no tenía dudas de la veracidad de nuestra fe. Como ahora comencé a ver más al pastor White y su esposa, y la obra en las oficinas centrales, me enteré de que él tenía muchos problemas. Vi que controlaba todo, y que todos le temían mucho. Vi que a menudo estaba enfadado y no entraba en razón. Esto me preocupó un poco, pero no seriamente. En 1866, fui enviado a Maine con el pastor  J. N. Andrews, el hombre más capaz de entre ellos. Esto fue muy importante para mí. Me sumergí en el trabajo con gran entusiasmo, y me sentí muy feliz. El pastor Andrews era fuerte en la fe y muy radical, y yo compartía ese espíritu. Tuvimos gran éxito. Para ese entonces, ya yo era un buen escritor. Regresé a Battle Creek en 1867. En ese tiempo hubo grandes problemas con el pastor White, y se celebraron muchas reuniones de iglesia para investigar la cuestión. Era claro para mí que él estaba errado, pero la Sra. White lo respaldó en sus "Testimonios" y culpó a la iglesia con severidad. El pastor Andrews y algunas otras personas se propusieron ponerse del lado de lo que era correcto, y afrontar las consecuencias. Mis simpatías estaban con ellos; pero otros tuvieron temor, y finalmente todos se desanimaron y confesaron que habían "sido cegados por Satanás". Esto fue firmado por los principales ministros, y humildemente adoptado por toda la iglesia. Véase "Testimonios", tomo 1, pág. 612. Esto estremeció mucho mi fe, y comencé a poner en duda la inspiración de la Sra. White. Vi que sus revelaciones siempre favorecían al pastor White y a ella misma. Si alguien se atrevía a cuestionar su curso de acción, pronto recibía una mordaz revelación denunciando la ira de Dios contra él.

Por esta época, varios de nuestros capaces ministros, que dirigían un buen grupo en el Oeste, se apartaron del cuerpo principal en oposición al pastor White y a las visiones. Fueron denunciados como "rebeldes" y condenados a la perdición, y se predijo que pronto se arruinarían. Pero han continuado su trabajo como por cincuenta años, y encabezan a varios miles de creyentes. Su oficina principal está en Stanberry, Missouri, donde publican dos periódicos, libros, etc. Han hecho una buena obra al exponer la falacia de la inspiración de la Sra. White.

Pero yo no me atreví a abrir mi mente a nadie. Sólo era un joven, y con poca experiencia. Hombres mayores y más fuertes se habían quebrantado y habían confesado. ¿Qué podía yo hacer? No dije nada, pero me sentí muy mal. Deseé no haber oído hablar jamás de los Adventistas. Poco después estuve de vuelta en mi campo en Maine. Ocupado con mi trabajo, predicando nuestras doctrinas, y rodeado de hombres que las creían firmemente, pronto me sobrepuse a mis dudas. Desde entonces, he aprendido que muchísimos otros han pasado por la misma prueba.

En 1868, fui a Massachusetts. Estando lejos de los problemas en la oficina principal, me fue muy bien. Pero en Mayo de 1869, estuve en Battle Creek por un mes. Las cosas andaban mal. El pastor White tenía problemas con la mayoría de los principales dirigentes, y ellos con él. Yo estaba bien convencido de que él era la verdadera causa de todo aquello, pero la Sra. White lo apoyó, y esto decidió la cuestión. Eran los dirigentes escogidos por Dios, y no debían ser criticados ni había que meterse con ellos. Me sentí triste. Trabajaba duro para traer a los hombres a "la verdad", como la llamábamos, para persuadirlos de que éste era un pueblo libre de las fallas de otras iglesias. Ver este estado de cosas entre los dirigentes me descorazonó mucho. Hasta ahora, yo mismo no había tenido dificultades con nadie, y el pastor White había sido muy cordial conmigo. Pero me di cuenta de que si alguna vez alcanzaba alguna prominencia en la obra, debía esperar de él el mismo tratamiento que recibían todos los demás. Mientras más observaba la obra, más objeciones le veía. No me detendré a mencionarlas aquí, pues las proporcionaré en el Capítulo 5.

Había sido tan completamente adiestrado en las doctrinas Adventistas que creía firmemente que la Biblia las enseñaba todas ellas. Abandonar la fe Adventista equivalía a abandonar la Biblia. Así decían todos mis hermanos, y así lo creía yo. Ese año, fui a trabajar en Iowa, donde permanecí cuatro años trabajando con el pastor Butler, que pronto se convirtió en presidente de la conferencia general de los Adventistas. Tuvimos gran éxito y levantamos varias iglesias. Fnalmente, abrí mi corazón al pastor Butler, y le conté mis temores. Yo sabía que estas cosas le preocupaban a él tanto como a mí, pues a menudo hablábamos de ellas. Me ayudó un poco, y nuevamente reuní valor y seguí adelante, sintiéndome mejor. Y sin embargo, cada año veía más y más que de alguna manera las cosas no funcionaban como yo había supuesto que funcionarían y que debían hacerlo. Dondequiera que el pastor White y su esposa iban, siempre tenían problemas con los hermanos, y con los mejores también. Llegué a temer encontrarme con ellos, o hacerlos venir donde yo estaba, pues sabía que habría dificultades con alguien o con algo, y nunca dejaba de haberlas. Vi una iglesia tras otra dividida por ellos, y los mejores hermanos desanimados, enloquecidos, y expulsados, mientras yo me veía constantemente obligado a pedir disculpas en nombre de ellos. Por años después de esta época, el tema principal en todas nuestras grandes reuniones fue escuchar las quejas del pastor White contra sus hermanos. Ni un solo dirigente escapó - a Andrews, Waggoner, Smith, Loughborough, Amadon, Cornell, Aldrich, Walker, y a una hueste de otros, tuvo que tocarles el turno de ser quebrantados en la rueda. Por horas en cada ocasión, e incontables veces, me he sentado en reuniones y escuchado al pastor White y a su esposa acusar a estos hombres, hasta que sentí que les quedaba poca hombría. Esto violaba todas mis ideas de lo correcto y de lo justo, y despertaba mi indignación. Y sin embargo, por lo que fuera que el pastor White pedía un voto, todos votábamos unánimemente a favor, yo con los demás. Entonces yo salía solo y me odiaba a mí mismo por mi cobardía, y despreciaba a mis hermanos por su debilidad.

El pastor y la Sra. White dirigían y gobernaban todo con mano de hierro. Ni una sola nominación para un puesto, ni una sola resolución, ni un solo asunto comercial se ejecutaba jamás en reuniones de negocios antes de que todos hubiesen sido sometidos al pastor White para su aprobación. Hasta años más tarde, nunca vimos un voto de oposición sobre ninguna cuestión, porque nadie se atrevía a votar en contra. Por eso, todos los votos oficiales eran sólo una farsa. La voluntad del pastor White decidía todo. Si alguien se atrevía a oponerse a algo, por muy humildemente que lo hiciera, el pastor White o su esposa lo silenciaban en seguida. Largos años de esta clase de adiestramiento le enseñaron a la gente a dejar que sus dirigentes pensaran por ellos; esta es la razón de que estén en una sujeción tan completa como los católicos.

Éstas y otras cosas me llenaron de dudas y desánimo y me tentaron a abandonar la obra. Vi a más de un ministro capaz y a muchos hombres de valía abandonarnos porque no pudieron soportar semejante trato. Yo envidiaba la fe y la confianza de los hermanos que continuaban ignorantes de todo esto, suponiendo que Battle Creek era un cielo en pequeño cuando, en realidad, estaba tan cerca del purgatorio como cualquier cosa que yo pudiera imaginar. Muchas pobres almas han ido allí llenas de fe y esperanza, pero pronto se han alejado, convirtiéndose en infieles. En 1872, fui a Minnesota, donde tuve gran éxito. Para esta época yo había escrito mucho y era bien conocido por todo nuestro pueblo. En Julio de 1873, mi esposa y yo fuimos a Colorado para pasar algunas semanas en las montañas con el pastor White y su esposa. Viviendo en familia, pronto me encontré con cosas muy desagradables. Ahora me tocó a mí descubrirlas, pero, en vez de doblegarme como lo habían hecho la mayoría de los otros, le dije al pastor libremente lo que pensaba. Eso causó una abierta ruptura entre nosotros. La Sra. White lo oyó todo, pero no dijo nada. Dentro de algunos días, ella había preparado un largo "testimonio" escrito para mi esposa y para mí. La Sra. White le daba la razón a su esposo en todo, y nos acusaba de ser rebeldes contra Dios, sin ninguna esperanza de llegar al cielo a menos que nos rindiéramos plenamente a ellos. Mi esposa y yo leímos el "testimonio" muchas veces con lágrimas en los ojos y con oración, pero no vimos ninguna forma de reconciliarlo con la verdad. Contenía muchas afirmaciones que nosotros sabíamos que eran falsas. Vimos que había sido dictado por un espíritu de venganza, una decisión de quebrantar nuestras voluntades o aplastarnos. Por un tiempo, permanecimos en gran perplejidad, pero mi confianza en gran parte de la doctrina y mi temor a equivocarme me sostuvieron todavía. Me sentí completamente miserable for semanas enteras, sin saber qué hacer. Sin embargo, prediqué por un tiempo en Colorado y luego fui a California, donde trabajé con mis manos por tres meses, mientras trataba de decidir qué hacer. Los pastores Butler, Smith, White y otros nos escribieron y trataron de reconciliarnos con la obra. Sin saber qué otra cosa hacer, finalmente decidí olvidar todas mis objeciones y continuar como antes. Así que confesamos al pastor White todo lo que pudimos, ¡y él generosamente nos perdonó! Pero desde ese momento en adelante, mi fe en la inspiración de la Sra. White se debilitó. Después de eso, el pastor White fue muy amigable conmigo nuevamente.

Ahora los Adventistas dicen que yo los abandoné cinco veces, y que ésta es una de las cinco. Esto es completamente falso. Yo simplemente dejé de predicar por varias semanas, pero no me retiré de la iglesia ni renuncié a la fe. Si esto es abandonarlos, entonces la mayoría de sus dirigentes los han abandonado también, porque todos han tenido sus períodos de prueba, en que abandonaron su trabajo por un tiempo. Aproximadamente en 1856, los pastores J. N. Andrews y J. N. Loughborough, quienes eran entonces los ministros más prominentes entre ellos, y varias otras personas, abandonaron la obra y se dedicaron a los negocios en Waukon, Iowa. La Sra. White relató esto en "Experience and Views", págs. 219-222. El pastor White y su esposa fueron allí y, después de un gran esfuerzo, los trajeron de vuelta. La Sra. White dice: "Una persona insatisfecha se había establecido en Waukon.... El hermano J. N. Loughborough, desanimado, había ido a trabajar en su oficio. Estaba a punto de comprar un terreno", etc., pág. 222. Estos hombres hicieron exactamente lo mismo que yo.

El pastor Uriah Smith, con mucho el hombre más capaz en sus filas, también tuvo sus períodos de duda, en los cuales dejaba de trabajar y se ocupaba en empleos seculares. Oigamos su propia confesión: "Que en mi experiencia yo he tenido ocasionales períodos de prueba, no lo niego. Ha habido ocasiones en que las circunstancias parecían causar mucha perplejidad; cuando la manera de armonizar puntos de vista aparentemente en conflicto no era evidente, y bajo lo que por el momento parecía fuertes provocaciones para que me retirara de la obra, he considerado la cuestión de hasta dónde podía hacerse esto razonablemente, o a cuánto de esta obra se podía renunciar consistentemente". Respuestas a Canright, pág. 107. Sus propias palabras muestran que ha dudado de ciertas partes de la teoría, tal como lo hice yo. Por años, fuimos amigos íntimos; a menudo, viajábamos y trabajábamos juntos. Hablábamos libremente de estas cosas. Sus dudas y temores eran muy similares a los míos. Esto sucedió durante un buen número de años, hasta que se temió que él abandonaría a los Adventistas por completo. Su esposa casi enloquece a causa de pruebas similares. Finalmente, se rindieron, "confesaron", lo mismo que lo hice yo una vez, y ahora profesan estar satisfechos. Me escribió diciéndome que tenía que respaldar las visiones de la Sra. White como política. La cosa es tan irrazonable que la mayoría de ellos a veces están más o menos preocupados por ello, tal como estaba yo. En las palabras de J. W. Morton: "Me da lástima el engaño en que están, y abomino la tiranía espiritual por medio de la cual ellos y otros permanecen atados a los dogmas más contrarios a las Escrituras. Hasta el Sr. Smith, para el cual, a pesar de sus acusaciones contra mí, sólo tengo los sentimientos más amables, está en una situación que requiere tierna conmiseración. Como el gran hombre en la denominación (porque él es sin duda el hombre más capaz que ellos tienen), se espera que patrocine, plena y explícitamente, las afirmaciones de la Sra. White relativas a su inspiración; y sin embargo, quienquiera que le eche un vistazo a sus declaraciones públicas sobre este punto - especialmente el que tenga la habilidad para 'leer entre líneas' - puede ver que su apoyo es tan débil que en realidad no constituye ningún apoyo. Una posición como ésta es tal que en ella yo no pondría ni a mi peor enemigo. En parte al menos, él está bajo el talón de una tiranía espiritual. Oh, ese Uriah Smith tenía el valor y la hombría para afirmar, delante de Dios y los hombres, su derecho a esa 'libertad de alma' que es la herencia de todo hijo de Dios!".

El pastor Geo. I. Butler, quien por muchos años ocupó el lugar del Pastor White como cabeza de la denominación, se metió en problemas con sus hermanos, y prácticamente se quedó sin trabajo. Hasta mediados de su vida, fue un pequeño granjero. De suyo, era un hombre humilde y bueno, con un fuerte sentido de lo justo. El pastor White se puso celoso de él. Más tarde, la Sra. White también se volvió contra él, y le exigió una sumisión servil que él no quiso ofrecer. Dijo que cuando no pudiera ser Adventista, pero sí hombre, sería hombre, como otros habían decidido. Descorazonado y amargado, bajo el pretexto de su mala salud, se fue a Florida a trabajar en una pequeña granja - otro ejemplo del efecto marchitador del Adventismo. Ahora está haciendo lo que yo hice dos o tres veces, sólo que por una causa diferente. ¿Los ha abandonado, entonces?

En 1874, el pastor White hizo arreglos para un gran debate en Napa City, Calif., entre el pastor Miles Grant, de Boston, Mass., y uno de nuestros ministros. Aunque el pastor White y su esposa, así como el pastor Cornell y el pastor Loughborough, sus hombres más preparados, estaban allí, me eligieron a mí para defender nuestro lado, lo cual hice como por una semana, mientras los otros ministros permanecían sentados. Menciono esto para mostrar la confianza que me tenían, aunque yo había estado en una prueba de ese calibre sólo unos pocos meses antes. En 1875, regresamos a Michigan. El pastor Butler ahora estaba en malos términos con el pastor White, y éste aprovechaba cada oportunidad que se le presentaba para desairarlo. Pero yo gozaba de gran favor, y fui enviado a asistir a las reuniones estatales en Vermont, Kansas, Ohio, e Indiana. Con el pastor Smith, fui enviado como delegado a la Conferencia General de los Bautistas del Séptimo Día. En 1876, fui enviado a Minnesota, luego a Texas, y así sucesivamente, a la mayoría de los estados del Sur, para cuidar de nuestros intereses allí. Cada año, se me confiaban mayores responsabilidades. Ese año levanté una gran iglesia en Rome, New York, y trabajé en el resto del estado. Fui con el pastor White y su esposa a Indiana y a Illinois, luego fui enviado a Kansas para sostener un debate, y a Missouri con el mismo propósito. Ese año fui elegido miembro del Comité de Tres de la Conferencia General, junto con el pastor White y el pastor Haskell, y permanecí en el comité por dos años. Este comité es la más alta autoridad de la denominación.

En 1877, fui a New England, donde organicé dos iglesias y trabajé en otras actividades. Pasé el año de 1878 en trabajo general en varios estados, como Massachusetts, Michigan, New York, Iowa, Wisconsin, Minnesota, Colorado, y Ohio. En otoño, fui presidente de la conferencia de Ohio. En 1879, trabajé en Michigan, Ohio, Indiana, Kentucky, y Tennessee. En la conferencia general que tuvo lugar en Battle Creek en otoño, las cosas andaban mal. El pastor White estaba enfadado, y la Sra. White gravitaba pesadamente sobre varios ministros. La aspereza, las acusaciones, y las pruebas estaban a la orden del día. Me pareció que muy poco del espíritu de Cristo estaba presente. Me fui de allí tan pronto pude. Vi más y más claramente que un espíritu de opresión, crítica, desconfianza, y disensión entre los hermanos era el resultado de nuestra obra, en lugar de mansedumbre, bondad, y amor. Durante todo el año siguiente, estos sentimientos aumentaron en mí, hasta que comencé a temer que estuviéramos haciendo más mal que bien. Mi trabajo requirió mi presencia en antiguas iglesias, donde podía ver el fruto de todo aquéllo. Generalmente, había iglesias frías y muertas, reincidentes, o en pleitos, o casi extintas, donde una vez había habido iglesias grandes y florecientes. Me desanimé de levantar más iglesias que corrieran la misma suerte. Un día decidía abandonarlas por completo, y al siguiente resolvía seguir adelante y hacer lo mejor que pudiera. Nunca sufrí mayor angustia mental en mi vida. Trabajé ese año en New York, Pennsylvania, Illinois, Michigan, y Ohio.

En el otoño de 1880, resolví abandonar a los Adventistas y, si podía, unirme a alguna otra iglesia. Era presidente de la conferencia de Ohio. Nuestra reunión estatal anual se celebró en Clyde, Ohio. El pastor y la Sra. White estaban allí. Yo había decidido dejarles tan pronto como terminara la reunión. Contra mis protestas, me re-eligieron presidente. La Sra. White lo impulsó. Dijo que yo era el hombre preciso para el lugar; y sin embargo, ella asegura de modo especial poder revelar los males ocultos en la iglesia. Aquí había una cuestión importante, ¿Por qué no tuvo una revelación acerca de ello? No, hasta donde ella sabía, yo estaba bien. A la semana siguiente, renuncié, fui al Este, y le escribí al pastor White que ya no continuaría con ellos. Luego, ella me envió una larga revelación escrita, denunciándome como a un hijo del infierno, y uno de los hombres más malvados, ¡aunque sólo dos semanas antes me había considerado apto para ser presidente de una conferencia!

Enseñé declamación por tres meses. No sabía qué hacer. Hablé con ministros de otras iglesias, pero no parecían saber cómo ayudarme. Yo no podía decidirme por nada. Me aferré a mi cristianismo y a mi amor por Cristo y la Biblia, y predicaba y trabajaba según tenía oportunidad. Me alegraba de haber decidido dejar a los Adventistas, y me sentía mejor. Finalmente, conocí a la que es ahora mi esposa, que era Adventista. Luego, tuve una larga conversación con el pastor Butler, el pastor White, la Sra. White, y otros, y me convencieron de que las cosas no eran como yo las había imaginado. Dijeron que yo estaba en la oscuridad, que era dirigido por Satanás, y que iría a la ruina. Surgieron toda la influencia de antiguos amigos, compañeros, hábitos, e ideas largo tiempo cultivadas, y fueron demasiado fuertes para mi mejor juicio. Cedí, y nuevamente resolví vivir y morir con ellos. En mi buen juicio y mi conciencia, estaba avergonzado de mi rendición. Sin embargo, traté de sentirme bien y seguir adelante.

La muerte del pastor White

A comienzos de 1881, fui a New York con el pastor White. Para esta época, él había perdido el liderazgo de la gente. Los pastores Butler y Haskell habían ocupado su lugar, y por eso él era muy hostil hacia ellos, trabajando contra ellos, y planeando constantemente cómo sacarlos y regresar él a su puesto. Pero la gente en general había perdido confianza en él como dirigente. Él deseaba que yo trabajara con él contra ellos, diciendo que de esa manera él y yo estaríamos juntos en el Comité de la Conferencia General. Él tenía buenas razones para oponerse a Haskell, que fue siempre un hombre astuto y lleno de disimulo. El pastor White me escribió así: "Febrero 11 de 1881 - Ojalá el pastor Haskell fuera un hombre abierto y franco, para que yo no tuviera que vigilarlo". Y nuevamente: "Battle Creek, Mich., Mayo 24, 1881 - ... Los pastores Butler y Haskell han ejercido sobre ella [su esposa] una influencia que espero ver quebrantada. Esta influencia casi la ha arruinado. Nuestro pueblo no debe soportar que estos hombres hagan lo que han hecho.... Deseo que Ud. se alíe conmigo.... Es tiempo de que haya un cambio en los puestos de la Conferencia General. Confío en que si somos fieles y verdaderos, al Señor  le agradará que nosotros dos seamos parte de esa junta".

Podría proporcionar mucha mayor evidencia para mostrar cuán poca confianza se tenían entre sí los dirigentes. Le escribí al pastor White que no podía aliarme con él ni trabajar con él. En Julio 13, 1881, me escribió de nuevo: "He abusado de Ud. repetidamente, y si Ud. va a la destrucción, donde muchos, por decir lo menos, quieren que Ud. vaya, siempre sentiría que yo había tomado parte en su destrucción.... No veo cómo ningún hombre podría trabajar conmigo". Poco después de esto, murió. No tengo ninguna duda de que el pastor White creía en la doctrina Adventista, y estaba convencido de que había sido llamado por Dios para ser dirigente. Tenía algunas excelentes cualidades, y sin duda tenía el propósito de ser cristiano, pero su fuerte deseo de gobernar y manejar todo, junto con un temperamento irritable, le mantuvieron siempre en dificultades con alguien. Nadie podía trabajar con él por mucho tiempo en paz. El pastor Butler me dijo que, providencialmente, la muerte del pastor White había salvado de una ruptura al cuerpo principal de la iglesia. La Sra. White se sintió tan ofendida con Butler que no quiso hablarle por mucho tiempo. Todas estas cosas me ayudaron a ver que yo estaba siendo guiado por hombres egoístas y ambiciosos, pobres ejemplos de reformadores religiosos.

Ese año trabajé en Canadá, Vermont, Maine, New England, y Michigan, y ese otoño fui elegido miembro del Comité Ejecutivo Estatal de Michigan. Trabajé otro año en Michigan. Pero me sentía infeliz; no podía sobreponerme a mis dudas; no tenía corazón para el trabajo. Varios ministros importantes en el estado pensaban igual. Entonces decidí salirme calladamente del ministerio y trabajar en una granja. Hice esto por dos años, pero conservé mi membresía en la iglesia y trabajé con ellos. Pero estuve en el purgatorio todo el tiempo, tratando de creer lo que no podía creer. Y sin embargo no me afilié a ninguna otra iglesia, pues temía equivocarme. Así que permanecí quieto. En el otoño de 1884, el pastor Butler, mi antiguo amigo, y que ahora estaba a la cabeza de la obra Adventista,  hizo un gran esfuerzo para hacer que yo me reconciliara con la iglesia y regresara a trabajar nuevamente. Me escribió varias veces, pero no le contesté. Finalmente me telegrafió, y me pagó el pasaje a una reunión al aire libre. Allí me encontré con antiguos amigos y compañeros, traté de ver las cosas tan favorablemente como fuera posible, oí explicaciones, etc., etc., hasta que por fin cedí de nuevo. Me sentía enfermo de mi posición indecisa. Pensé que, de todas maneras, podía hacer algún bien allí. Todos mis amigos estaban allí, yo creía en gran parte de la doctrina, y podría ir a la ruina si les abandonaba, etc. Así que hice una fuerte confesión, de la cual me avergoncé aun antes de haberla terminado.

¿Estaba yo satisfecho? No. En lo profundo de mi corazón, me sentía avergonzado de mí mismo, pero trataba de sentir que no lo estaba. Pero pronto me sentí mejor, pues me había decidido. Gradualmente, mi fe retornó, hasta que realmente me sentí fuerte en la doctrina entera otra vez, y no tenía intenciones de abandonarla jamás nuevamente. En unas pocas semanas, fui enviado a asistir a grandes reuniones en Pennsylvania, New York, Minnesota, Iowa, y New England; asistí a reuniones de reavivamiento en Battle Creek; junto con el pastor Butler, fui designado para dictar conferencias a ministros sobre cómo trabajar con éxito; dirigí un curso similar en la Academia de South Lancaster, Mass.; estuve en las reuniones estatales en New York, Michigan, Indiana, y Ohio. En la primavera de 1886, fui designado para dictar una conferencia a la clase de teología en la Escuela Superior de Battle Creek; fui también Redactor Asociado del periódico 'Sickle'.

Como resultado de mi urgente pedido, se hizo un esfuerzo para iniciar a nuestros ministros en algún plan de estudio, en el cual son muy efectivos. Estuve en el comité que hizo arreglos para esto. Elegí el curso de estudios y preparé todas las preguntas con las cuales habrían de ser examinados. Se me proporcionó un reportero estenógrafo, y en el verano se me envió a diez diferentes estados, a saber, Ohio, Indiana, Illinois, Kansas, Colorado, Iowa, Wisconsin, Minnesota, Dakota, y Michigan, para que asistiera a sus conferencias estatales, examinara a sus ministros, informara de sus reuniones diariamente para la prensa, etc., lo cual hice. En nuestro conflicto con los Discípulos en Des Moines, Iowa, se acordó que cada lado debería elegir un representante para debatir la cuestión del sábado. Ellos eligieron al Profesor D. R. Dungan, presidente de la Universidad de Drake. Nuestra gente me eligió a mí. Esperábamos un encuentro notable, y yo hice todos los esfuerzos posibles para estar listo. Esa preparación hizo mucho para convencerme de la poca solidez de algunas de nuestras posiciones en relación con los pactos, las dos leyes, etc. En nuestra Conferencia General ese otoño, ocurrió una marcada división entre algunos de nuestros dirigentes acerca de la ley en Gálatas. Unos sostenían que era la ley ceremonial, otros, que era la ley moral - una contradicción directa. Después de una larga y calurosa discusión, la conferencia se cerró, cada uno de los dos lados sintiéndose más confiado que antes. Hubo también mucho desacuerdo sobre otros puntos de doctrina, y mucho de cálido sentimiento de fiesta. Esto, junto con otras cosas, revivió mis antiguos sentimientos de duda, y me hizo decidir que era tiempo de que yo examinara y pensara por mí mismo, no ser llevado ni intimidado por hombres que no podían ponerse de acuerdo entre ellos.

Durante varias semanas, usé cada minuto disponible para examinar, cuidadosamente y con mucha oración, toda la evidencia sobre el sábado, la ley, el santuario, las visiones, etc., hasta que no me quedó ninguna duda de que la fe Adventista del Séptimo Día era una falsedad. Luego presenté el asunto a los dirigentes de Battle Creek, renuncié a todos los puestos que tenía, y pedí ser despedido de la iglesia. Esto se me concedió el 17 de Febrero de 1887. Esa fue la primera y la única vez que renuncié a la iglesia. Además, jamás se me hizo ninguna acusación durante los veintiocho años que permanecí con ellos. Tan pronto asumí mi posición con firmeza para ser un hombre libre y pensar por mí mismo, una gran carga, que había llevado todos esos años, cayó de mis hombros. Me sentí un hombre nuevo. Por fin me había librado de la esclavitud. Nunca, ni por un momento, he lamentado el paso que di.

Ahora dicen que yo los dejé cuatro o cinco veces antes, y que luego regresé. Esto es completamente falso. Desde el momento en que me les uní, en 1859, hasta que me retiré, conservé una buena reputación en la iglesia. Después de que recibí licencia para predicar en 1864, mis credenciales fueron renovadas cada año, excepto uno, cuando me dediqué a la granja y no las pedí. Hasta que los abandoné en 1887, nunca prediqué ni escribí contra ellos ni una sola vez; ni me uní a ninguna otra iglesia, ni enseñé ninguna otra doctrina contraria a la de ellos. Que nieguen alguna de estas afirmaciones, si pueden. Dicen que todavía es posible que regrese a ellos. Saben que eso no ocurrirá. En el momento en que tomé mi posición con firmeza, esa cuestión quedó decidida para siempre. El hecho de que yo permaneciera con ellos durante todos estas pruebas por veintiocho años muestra que no soy un hombre vacilante, como ahora tratan de creer.

Por qué no los abandoné antes

A menudo se me pregunta por qué no los abandoné antes; por qué me tomó tanto tiempo descubrir que era un error. Luego, los Adventistas afirman que debo haber sido deshonesto mientras estuve con ellos, o que soy deshonesto ahora. Dice que soy apóstata ahora, porque los abandoné y me uní a los Bautistas. Mi respuesta es ésta: Si cambiar de opinión e ingresar a otra iglesia lo convierte a uno en apóstata, entonces más de la mitad de sus miembros son apóstatas, porque dejaron otras iglesias para unirse a los Adventistas. Además, hacen circular y elogian un libro titulado "Fifty Years in Rome" [Cincuenta Años en Roma], escrito por un hombre que por muchos años fue un erudito sacerdote en la iglesia romana. Dicen que su alta posición y larga experiencia en esa iglesia hacen este libro inapreciable. ¡Pero dicen que el hecho de que yo estuviera con ellos en una alta posición por tanto tiempo, y que ahora los haya dejado, sólo prueba que yo soy un hipócrita!

Cualquier hombre sincero puede ver la inconsistencia de las posiciones de ellos. Yo me uní a los Adventistas cuando apenas era un muchacho, sin educación, sin ningún conocimiento de la Biblia, de historia, ni de otras iglesias. Entré por ignorancia. Por años, mi celo por esa fe, y mi ilimitada confianza en sus dirigentes, me cegó a sus errores. Pero, al pasar los años, y leer más mi Biblia, leer historia, conocer otras iglesias, escuchar sermones y leer libros contra el Adventismo, me familiaricé mejor con nuestros dirigentes y con las intimidades de la iglesia, aprendí más acerca de su origen desfavorable y los muchos errores que habíamos cometido, vi el fruto de ello en antiguas iglesias, las familias y la sociedad, y eché mano de los primeros escritos de la Sra. White y otros. Gradualmente, comencé a ver que el Adventismo no era exactamente lo que yo había supuesto al principio. Cuando lo abracé en 1859, el Adventismo del Séptimo Día sólo tenía catorce años, los creyentes eran pocos, y el sistema era comparativamente no probado. Pero cuando el Adventismo tenía veinticinco años, era diez veces más grande, y había desarrollado plenamente su espíritu y mostrado sus frutos, cuando yo tenía a la mano la educación, la observación y la experiencia de un cuarto de siglo, pienso que mi buen juicio en el asunto debería tener más valor que cuando lo abracé siendo un muchacho inexperto.

Repito, fue sólo durante los últimos pocos años cuando entré en posesión de los primeros documentos Adventistas, que muestran cómo ahora niegan y contradicen lo que una vez enseñaron. Estas cosas son ahora suprimidas o mantenidas ocultas para que ni uno sólo en un millar de ellos sepa o crea que alguna vez existieron. Mis dudas acerca del sistema no llegaron a mí de una sola vez y claramente. Era bien sabido que, durante los últimos doce años que estuve con ellos, estuve grandemente preocupado por estas cosas. Gradualmente, año tras año, la evidencia se acumuló, hasta que por fin pesó más que la doctrina, y luego, de mala gana y con profunda tristeza, tuve que abandonarlos y renunciar a ellos. Dios tenga piedad del alma que tenga que pasar por lo que yo pasé para ser fiel a sus convicciones de lo que es verdadero.

Puestos que ocupaba cuando los abandoné

A pesar de que era bien sabido por todos que con frecuencia yo abrigaba serias dudas acerca de su fe, tan pronto yo me relacionaba con ellos nuevamente, de inmediato me ponían a la vanguardia y me encomendaban la obra más importante. El pastor Butler dice: "Sin duda él habría sido elegido para puestos más importantes si no hubiese demostrado ser indigno de confianza en tantas ocasiones. Su capacidad lo habría justificado". Review and Herald Extra, Nov. 22, 1887. Ahora, supongamos que yo hubiese sido un hombre que buscaba posiciones, un hombre que se preocupaba más por el lugar y la posición que por la verdad y la conciencia, ¿qué habría hecho yo? Habría continuado igual, haciendo ver que estaba lleno de fe y en armonía con ellos. Pero, en vez de eso, una y otra vez fui directamente a sus hombres de influencia, los pastores White, Butler, Haskell, etc., y les hablé de mis dudas. Que los hombres sinceros juzguen mis motivos.

El día que los abandoné, ocupaba los siguientes puestos: Era profesor de teología en su escuela superior de Battle Creek, donde tenía una clase de casi doscientos de sus mejores jóvenes; era redactor asociado del Gospel Sickle; estaba escribiendo las lecciones para todas sus Escuelas Sabáticas en el mundo entero; estaba encargado de aproximadamente dieciocho iglesias en Michigan; era miembro del Comité Ejecutivo de la Asociación Internacional de Escuelas Sabáticas; miembro del Comité Ejecutivo de la Asociación de Escuelas Sabáticas del estado de Michigan; y, en la última sesión de la conferencia general, fui presidente de la Asociación Internacional de Escuelas Sabáticas, y miembro de nueve diferentes comités, varios de ellos los más importantes en la conferencia, tales como el de la distribución de obreros por todo el mundo; el de teología, el de las reuniones al aire libre, el de un curso especial de estudio en la escuela superior, el del mejoramiento del ministerio, etc. Esto muestra lo que ellos pensaban de mi capacidad. Yo acababa de sacar un nuevo folleto, "Critical Notes" [Notas Críticas], del cual imprimieron una edición de 10,000 ejemplares después de que los abandoné. Otras de mis obras las han revisado, dejando fuera mi nombre, y las han continuado usando. ¿Por qué reimprimir las mías después de que los abandoné y renuncié a lo que ellos enseñan? Ahora dicen que mis escritos son baratos y sin valor. Pero mientras estuve con ellos publicaron más de veinte producciones mías, e hicieron circular cientos de miles de copias de ellas, tradujeron varias de ellas a otros idiomas, y me pagaron cientos de dólares por ellas. Qué extraño que de repente me convirtiera en un imbécil y mis escritos se convirtieran en inútiles. Cualquiera puede ver la mala fe de todo esto.

El pastor Smith, en "Respuestas a Canright", pág. 25, dice que yo los abandoné en un momento en que mi retiro les desconcertó más de lo que lo hubiese hecho en cualquier otra ocasión. Esto es una confesión de que yo les estaba siendo más y más útil, y todos saben que lo era. Cuando me fui, estaba recibiendo una paga más alta que nunca antes, y estaba en términos amistosos con todos. Todos los dirigentes, como Butler, Haskell, Smith, etc., eran mis afectuosos amigos personales, listos para hacer todo lo que pudieran para ayudarme. Si yo hubiese deseado posiciones, o una mejor posición, todo lo que habría tenido que hacer era seguir adelante sin titubear, y las posiciions habrían venido a mí más rápidamente de lo que yo las hubiera podido ocupar. Pero si yo les dejaba, ¿a dónde podría ir? ¿Qué podría hacer? ¿De qué iba a vivir siquiera? Consideré todo esto, y necesité todo el valor y la fe en Dios que pude reunir para correr el riesgo.

Me costó una lucha terrible y un gran sacrificio, porque al hacerlo tuve que dejar a mis amigos de toda la vida, las queridas esperanzas de mi juventud, la obra de toda mi vida, todos mis medios de subsistencia, todas y cada una de mis honorables posiciones que ocupaba, y atraer sobre mí reproche, odio, y persecución. Tuve que iniciar mi vida nuevamente, entre desconocidos, con métodos no probados, sin estar seguro de a dónde ir o qué hacer. Nadie que no lo haya intentado podrá jamás comenzar a darse cuenta de terrible lucha que esto requiere. Es el temor a todo esto lo que retiene con ellos a muchos que no están satisfechos con el lugar en que están. Sé que esto es así, porque muchos me lo han confesado, y sin embargo permanecieron donde estaban. Cualquier persona honesta y justa puede ver en seguida que el interés y la ambición personales me habrían retenido con ellos. Y sin embargo, tan pronto les abandoné, aunque lo hice calladamente y en paz, y no les molesté en lo más mínimo, y hasta hablé de ellos favorablemente, inmediatamente me atribuyeron toda suerte de malvados motivos, degradantes pecados, y ambiciosos designios. Parecían considerar un deber sagrado acabar con mi reputación y, si fuera posible, destruir mi influencia. "Apóstata" era el epíteto que todos me aplicaban. Se me comparaba con Balaam, Coré, Datán, y Abiram, con Judas, Dimas, y una larga lista de malvados personajes. No se me concedía ni un solo motivo honesto o digno. Se hicieron circular los informes más mezquinos y perversos en cuanto a lo que yo había hecho o dicho - cosas cuyo solo pensamiento yo despreciaría. Y sin embargo, todos estos informes fueron ávidamente aceptados y creídos como verdades indubitables. Pero yo lo esperaba, porque ésa es la manera en que son tratados todos los que se atreven a abandonarles y dar una razón para ello.

Durante los veinte años que han pasado desde que les abandoné, han hecho que espías siguieran constantemente mis pasos, vigilaran e informaran la mínima cosa que decía o hacía, para convertirla en algo malvado, si era posible. Hacen circular esto hasta los confines de la tierra, y regresa a mí en periódicos y cartas. Han emitido contra mí cuatro diferentes publicaciones, y la Sra. White, en su última "revelación", ¡me ha dedicado tres artículos! ¡Y, sin embargo, yo no represento nada, ni nunca lo hice! "Uvas verdes", como Ud. puede ver. Se ha informado ampliamente que fui atacado por una terrible enfermedad, que había desbandado mi iglesia, había sido despedido de la denominación, y más todavía, concerniente a todo lo cual el Señor juzgará entre nosotros. Los pastores de todas las iglesias aquí, y los hombres públicos locales, han tenido que hacer declaraciones escritas para hacer frente a todos estos ataques en estados distantes. Algunas veces, esto ha parecido difícil de sobrellevar, pero, sabiendo que yo tenía razón, he tenido gracia y paciencia para continuar firme en mi trabajo, y dejar el resto a Dios y a mis amigos.

Constantemente recibo cartas de todas partes del país diciendo que los Adventistas afirman ¡que yo he pedido ser recibido nuevamente entre ellos! Lo seguirán diciendo hasta que yo muera, y por mucho tiempo después. Este libro será mi respuesta. Están tan seguros de que la maldición de Dios seguirá a todos los que les abandonen, o que se convertirán en infieles, o que regresarán a ellos, que no pueden aceptar la idea de que sea de ninguna otra manera.

Una carta de muestra

"Glenwood Springs, Colo., Marzo 29, 1889. D. M. Canright, Otsego, Mich.: Mi querido amigo y hermano - Si el tembloroso estruendo del relámpago me hubiese arrancado de la cabeza el cuero cabelludo, no me habría sorprendido más que hoy cuando tomé en mis manos su folleto titulado "The Jewish Sabbath" [El Sábado Judio]. Por años, he leído sus valiosas obras y predicado el "Mensaje del Tercer Ángel". Ahora, deseo preguntarle, ¿cómo le trata nuestro pueblo? Hasta donde sé, Ud. fue un gran favorito, y citado más a menudo que cualquier persona que estuviese cerca de la dirigencia. ¿Han faltado a su palabra en relación con Ud. como lo hicieron con Snook? Supongo que su gran investigación y estudio de toda la vida del tema a la mano no significa nada para ellos, y que Ud. está clasificado entre los ángeles caídos. F. A. B.".

Ordenado ministro bautista

En Abril 19, 1887, en Otsego, Mich., donde había vivido por ocho años, fui ordenado ministro de la Iglesia Bautista Regular por un concilio excepcionalmente numeroso, compuesto por varios de los más capaces ministros del estado. El 'Otsego Union' de esa fecha dice: " Estaban presentes delegados regularmente designados de las iglesias Bautistas de Grand Rapids, Kalamazoo, Plainwell, Three Rivers, White Pigeon, Allegan, Battle Creek, Paw Paw, Hickory Corners, Prairieville, y Otsego. El Rev. A. E. Mather, D. D., de Battle Creek, fue elegido moderador del concilio, y el Rev. T. M. Shanafelt, D. D., de Three Rivers, secretario. El orden de los ejercicios fue como sigue: Lectura de las Escrituras, por el Rev. H. A. Rose, de Kalamazoo; oración, por el Rev. D. Mulhern, D. D., de Grand Rapids; sermón de ordenación, por el Rev. Kendall Brooks, D. D., presidente de la Escuela Superior de Kalamazoo; oración de ordenación, por el Rev. M. W. Haynes, de Kalamazoo, con imposición de manos por el Rev. H. B. Taft, de White Pigeon, el Rev. E. A. Gay, de Allegan, y el Rev. H. A. Rose, de Kalamazoo; entrega de la fraternidad, por el Rev. T. F. Babcock, de Prairieville; cargo de pastor, por el Rev. L. B. Fish, de Paw Paw; cargo de la iglesia, por el Rev. I. Butterfield, de Grand Rapids".

"De esta manera, el Rev. D. M. Canright ha sido plenamente reconocido por un concilio numeroso y representativo como ministro Bautista regular, y pastor de la iglesia Bautista de Otsego".

Jamás he lamentado haber abandonado a los Adventistas, ni he tenido, ni siquiera por un momento, el más ligero deseo de regresar.


De vuelta arriba

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