MI RENUNCIA AL ADVENTISMO
DEL SÉPTIMO DÍA
Dudley
Marvin Canright, 1914
Capítulo 2
UNA EXPERIENCIA DE VEINTIOCHO AÑOS
EN EL
ADVENTISMO
Traducido de The
Interactive Bible
Por mucho tiempo vacilé sobre
si debía o no incluir asuntos personales en este libro, pero
no vi la forma de contar mi historia sin ellos. Mi
experiencia ilustra el poder que el error y la superstición
tienen sobre los hombres. Estoy asombrado de haber sido
retenido allí por tanto tiempo después de que mi mejor
juicio fue persuadido de que el sistema era un error. Me
propongo contar los simples hechos, tal como ocurrieron,
pésele a quien le pese. Los hombres públicos se convierten
en propiedad pública, y como tales, su conducta y su obra
deberían ser puestos al descubierto y discutidos. Esta es la
razón para criticar el curso de acción del pastor White y su
esposa, y otras personas. Ellos invitan la crítica
asegurando ser reformadores, y mejores que otras personas.
Nací en Kinderhook,
condado de Branch, Mich., el 22 de Sept. de 1840. No recibí
instrucción religiosa sino hasta que tuve 16 años. Fui
convertido entre los Metodistas, por el trabajo del Rev.
Hazzard, y bautizado por él en 1858. Pronto fui a Albion, N. Y.,
para asistir a la escuela. Aquí, en 1859, escuché hablar al
pastor White y a su esposa. Él predicó sobre la cuestión del
sábado. Yo era inculto, y conocía muy poco de la Biblia. No
tenía idea de la relación entre el Antiguo y el Nuevo
Testamento, la ley y el evangelio, o la diferencia entre el
sábado y el día del Señor. Pensé que él había demostrado que la
observancia del séptimo día todavía era obligatoria, y que no
había ninguna autoridad para observar el domingo.
Como estaba ansioso
de tener razón, comencé a observar el sábado, pero no esperaba
creer nada más de las doctrinas de ellos. Por supuesto, yo
asistía a las reuniones los sábados y trabajaba los domingos.
Esto me separó por completo de otros cristianos, y me lanzó por
entero en los brazos del Adventismo. Pronto aprendí de ellos que
todas las demás iglesias eran Babilonia, que estaban en la
oscuridad, y que no tenían el favor de Dios. Los Adventistas del
Séptimo Día eran el único pueblo verdadero de Dios. Ellos tenían
"la verdad", toda la verdad, y nada más que la verdad. Defendían
la obra del Sr. Miller en 1844, creían en la visiones de la Sra.
White, el sueño de los muertos, la aniquilación de los impíos,
el lavamiento de los pies, etc. Al principio, estas cosas me
hicieron titubear, y pensé en retirarme, pero ellos las
explicaron de manera convincente y las suavizaron, y dijeron
que, de todos modos, ellas no constituían una prueba de
fidelidad. No teniendo a nadie que me ayudara inteligentemente,
comencé a ver las cosas como ellos las veían, y en unas pocas
semanas llegué a creer en el sistema entero. Fui bautizado
nuevamente, como generalmente lo son sus conversos de otras
iglesias, para que salgan de Babilonia por completo. Persuadido
de que el tiempo era corto, dejé de asistir a la escuela,
abandoné el estudio de todo lo demás, escuché sus prédicas,
devoré sus libros, y estudié mi Biblia día y noche para
sustentar estos nuevos puntos de vista. Ahora me convertí en un
creyente entusiasta, y anhelé convertir a todo el mundo a la fe.
No tenía ninguna duda de que era la pura verdad. Esta es más o
menos la experiencia de todos los que se les unen, como lo he
averiguado desde entonces.
En Mayo de 1864, se
me concedió licencia para predicar. Pronto me inicié con el
pastor Van Horn en Ithaca, Michigan. Tuvimos buen éxito;
formamos tres grupos ese año. En 1865, trabajé en el condado de
Tuscola, y nos fue extremadamente bien. Ese año fui ordenado por
el pastor White. Hasta este momento, yo no tenía dudas de la
veracidad de nuestra fe. Como ahora comencé a ver más al pastor
White y su esposa, y la obra en las oficinas centrales, me
enteré de que él tenía muchos problemas. Vi que controlaba todo,
y que todos le temían mucho. Vi que a menudo estaba enfadado y
no entraba en razón. Esto me preocupó un poco, pero no
seriamente. En 1866, fui enviado a Maine con el pastor J.
N. Andrews, el hombre más capaz de entre ellos. Esto fue muy
importante para mí. Me sumergí en el trabajo con gran
entusiasmo, y me sentí muy feliz. El pastor Andrews era fuerte
en la fe y muy radical, y yo compartía ese espíritu. Tuvimos
gran éxito. Para ese entonces, ya yo era un buen escritor.
Regresé a Battle Creek en 1867. En ese tiempo hubo grandes
problemas con el pastor White, y se celebraron muchas reuniones
de iglesia para investigar la cuestión. Era claro para mí que él
estaba errado, pero la Sra. White lo respaldó en sus
"Testimonios" y culpó a la iglesia con severidad. El pastor
Andrews y algunas otras personas se propusieron ponerse del lado
de lo que era correcto, y afrontar las consecuencias. Mis
simpatías estaban con ellos; pero otros tuvieron temor, y
finalmente todos se desanimaron y confesaron que habían "sido
cegados por Satanás". Esto fue firmado por los principales
ministros, y humildemente adoptado por toda la iglesia. Véase
"Testimonios", tomo 1, pág. 612. Esto estremeció mucho mi fe, y
comencé a poner en duda la inspiración de la Sra. White. Vi que
sus revelaciones siempre favorecían al pastor White y a ella
misma. Si alguien se atrevía a cuestionar su curso de acción,
pronto recibía una mordaz revelación denunciando la ira de Dios
contra él.
Por esta época,
varios de nuestros capaces ministros, que dirigían un buen grupo
en el Oeste, se apartaron del cuerpo principal en oposición al
pastor White y a las visiones. Fueron denunciados como
"rebeldes" y condenados a la perdición, y se predijo que pronto
se arruinarían. Pero han continuado su trabajo como por
cincuenta años, y encabezan a varios miles de creyentes. Su
oficina principal está en Stanberry, Missouri, donde publican
dos periódicos, libros, etc. Han hecho una buena obra al exponer
la falacia de la inspiración de la Sra. White.
Pero yo no me atreví
a abrir mi mente a nadie. Sólo era un joven, y con poca
experiencia. Hombres mayores y más fuertes se habían quebrantado
y habían confesado. ¿Qué podía yo hacer? No dije nada, pero me
sentí muy mal. Deseé no haber oído hablar jamás de los
Adventistas. Poco después estuve de vuelta en mi campo en Maine.
Ocupado con mi trabajo, predicando nuestras doctrinas, y rodeado
de hombres que las creían firmemente, pronto me sobrepuse a mis
dudas. Desde entonces, he aprendido que muchísimos otros han
pasado por la misma prueba.
En 1868, fui a
Massachusetts. Estando lejos de los problemas en la oficina
principal, me fue muy bien. Pero en Mayo de 1869, estuve en
Battle Creek por un mes. Las cosas andaban mal. El pastor White
tenía problemas con la mayoría de los principales dirigentes, y
ellos con él. Yo estaba bien convencido de que él era la
verdadera causa de todo aquello, pero la Sra. White lo apoyó, y
esto decidió la cuestión. Eran los dirigentes escogidos por
Dios, y no debían ser criticados ni había que meterse con ellos.
Me sentí triste. Trabajaba duro para traer a los hombres a "la
verdad", como la llamábamos, para persuadirlos de que éste era
un pueblo libre de las fallas de otras iglesias. Ver este estado
de cosas entre los dirigentes me descorazonó mucho. Hasta ahora,
yo mismo no había tenido dificultades con nadie, y el pastor
White había sido muy cordial conmigo. Pero me di cuenta de que
si alguna vez alcanzaba alguna prominencia en la obra, debía
esperar de él el mismo tratamiento que recibían todos los demás.
Mientras más observaba la obra, más objeciones le veía. No me
detendré a mencionarlas aquí, pues las proporcionaré en el
Capítulo 5.
Había sido tan
completamente adiestrado en las doctrinas Adventistas que creía
firmemente que la Biblia las enseñaba todas ellas. Abandonar la
fe Adventista equivalía a abandonar la Biblia. Así decían todos
mis hermanos, y así lo creía yo. Ese año, fui a trabajar en
Iowa, donde permanecí cuatro años trabajando con el pastor
Butler, que pronto se convirtió en presidente de la conferencia
general de los Adventistas. Tuvimos gran éxito y levantamos
varias iglesias. Fnalmente, abrí mi corazón al pastor Butler, y
le conté mis temores. Yo sabía que estas cosas le preocupaban a
él tanto como a mí, pues a menudo hablábamos de ellas. Me ayudó
un poco, y nuevamente reuní valor y seguí adelante, sintiéndome
mejor. Y sin embargo, cada año veía más y más que de alguna
manera las cosas no funcionaban como yo había supuesto que
funcionarían y que debían hacerlo. Dondequiera que el pastor
White y su esposa iban, siempre tenían problemas con los
hermanos, y con los mejores también. Llegué a temer encontrarme
con ellos, o hacerlos venir donde yo estaba, pues sabía que
habría dificultades con alguien o con algo, y nunca dejaba de
haberlas. Vi una iglesia tras otra dividida por ellos, y los
mejores hermanos desanimados, enloquecidos, y expulsados,
mientras yo me veía constantemente obligado a pedir disculpas en
nombre de ellos. Por años después de esta época, el tema
principal en todas nuestras grandes reuniones fue escuchar las
quejas del pastor White contra sus hermanos. Ni un solo
dirigente escapó - a Andrews, Waggoner, Smith, Loughborough,
Amadon, Cornell, Aldrich, Walker, y a una hueste de otros, tuvo
que tocarles el turno de ser quebrantados en la rueda. Por horas
en cada ocasión, e incontables veces, me he sentado en reuniones
y escuchado al pastor White y a su esposa acusar a estos
hombres, hasta que sentí que les quedaba poca hombría. Esto
violaba todas mis ideas de lo correcto y de lo justo, y
despertaba mi indignación. Y sin embargo, por lo que fuera que
el pastor White pedía un voto, todos votábamos
unánimemente a favor, yo con los demás. Entonces yo salía solo y
me odiaba a mí mismo por mi cobardía, y despreciaba a mis
hermanos por su debilidad.
El pastor y la Sra.
White dirigían y gobernaban todo con mano de hierro. Ni una sola
nominación para un puesto, ni una sola resolución, ni un solo
asunto comercial se ejecutaba jamás en reuniones de negocios
antes de que todos hubiesen sido sometidos al pastor White para
su aprobación. Hasta años más tarde, nunca vimos un voto de
oposición sobre ninguna cuestión, porque nadie se atrevía a
votar en contra. Por eso, todos los votos oficiales eran sólo
una farsa. La voluntad del pastor White decidía todo. Si alguien
se atrevía a oponerse a algo, por muy humildemente que lo
hiciera, el pastor White o su esposa lo silenciaban en seguida.
Largos años de esta clase de adiestramiento le enseñaron a la
gente a dejar que sus dirigentes pensaran por ellos; esta es la
razón de que estén en una sujeción tan completa como los
católicos.
Éstas y otras cosas
me llenaron de dudas y desánimo y me tentaron a abandonar la
obra. Vi a más de un ministro capaz y a muchos hombres de valía
abandonarnos porque no pudieron soportar semejante trato. Yo
envidiaba la fe y la confianza de los hermanos que continuaban
ignorantes de todo esto, suponiendo que Battle Creek era un
cielo en pequeño cuando, en realidad, estaba tan cerca del
purgatorio como cualquier cosa que yo pudiera imaginar. Muchas
pobres almas han ido allí llenas de fe y esperanza, pero pronto
se han alejado, convirtiéndose en infieles. En 1872, fui a
Minnesota, donde tuve gran éxito. Para esta época yo había
escrito mucho y era bien conocido por todo nuestro pueblo. En
Julio de 1873, mi esposa y yo fuimos a Colorado para pasar
algunas semanas en las montañas con el pastor White y su esposa.
Viviendo en familia, pronto me encontré con cosas muy
desagradables. Ahora me tocó a mí descubrirlas, pero, en vez de
doblegarme como lo habían hecho la mayoría de los otros, le dije
al pastor libremente lo que pensaba. Eso causó una abierta
ruptura entre nosotros. La Sra. White lo oyó todo, pero no dijo
nada. Dentro de algunos días, ella había preparado un largo
"testimonio" escrito para mi esposa y para mí. La Sra. White le
daba la razón a su esposo en todo, y nos acusaba de ser rebeldes
contra Dios, sin ninguna esperanza de llegar al cielo a menos
que nos rindiéramos plenamente a ellos. Mi esposa y yo leímos el
"testimonio" muchas veces con lágrimas en los ojos y con
oración, pero no vimos ninguna forma de reconciliarlo con la
verdad. Contenía muchas afirmaciones que nosotros sabíamos que
eran falsas. Vimos que había sido dictado por un espíritu de
venganza, una decisión de quebrantar nuestras voluntades o
aplastarnos. Por un tiempo, permanecimos en gran perplejidad,
pero mi confianza en gran parte de la doctrina y mi temor a
equivocarme me sostuvieron todavía. Me sentí completamente
miserable for semanas enteras, sin saber qué hacer. Sin embargo,
prediqué por un tiempo en Colorado y luego fui a California,
donde trabajé con mis manos por tres meses, mientras trataba de
decidir qué hacer. Los pastores Butler, Smith, White y otros nos
escribieron y trataron de reconciliarnos con la obra. Sin saber
qué otra cosa hacer, finalmente decidí olvidar todas mis
objeciones y continuar como antes. Así que confesamos al pastor
White todo lo que pudimos, ¡y él generosamente nos perdonó! Pero
desde ese momento en adelante, mi fe en la inspiración de la
Sra. White se debilitó. Después de eso, el pastor White fue muy
amigable conmigo nuevamente.
Ahora los Adventistas
dicen que yo los abandoné cinco veces, y que ésta es una de las
cinco. Esto es completamente falso. Yo simplemente dejé de
predicar por varias semanas, pero no me retiré de la iglesia ni
renuncié a la fe. Si esto es abandonarlos, entonces la mayoría
de sus dirigentes los han abandonado también, porque todos han
tenido sus períodos de prueba, en que abandonaron su trabajo por
un tiempo. Aproximadamente en 1856, los pastores J. N. Andrews y
J. N. Loughborough, quienes eran entonces los ministros más
prominentes entre ellos, y varias otras personas, abandonaron la
obra y se dedicaron a los negocios en Waukon, Iowa. La Sra.
White relató esto en "Experience and Views", págs.
219-222. El pastor White y su esposa fueron allí y, después de
un gran esfuerzo, los trajeron de vuelta. La Sra. White dice:
"Una persona insatisfecha se había establecido en Waukon.... El
hermano J. N. Loughborough, desanimado, había ido a trabajar en
su oficio. Estaba a punto de comprar un terreno", etc., pág.
222. Estos hombres hicieron exactamente lo mismo que yo.
El pastor Uriah
Smith, con mucho el hombre más capaz en sus filas, también tuvo
sus períodos de duda, en los cuales dejaba de trabajar y se
ocupaba en empleos seculares. Oigamos su propia confesión: "Que
en mi experiencia yo he tenido ocasionales períodos de prueba,
no lo niego. Ha habido ocasiones en que las circunstancias
parecían causar mucha perplejidad; cuando la manera de armonizar
puntos de vista aparentemente en conflicto no era evidente, y
bajo lo que por el momento parecía fuertes provocaciones para
que me retirara de la obra, he considerado la cuestión de hasta
dónde podía hacerse esto razonablemente, o a cuánto de esta obra
se podía renunciar consistentemente". Respuestas a Canright,
pág. 107. Sus propias palabras muestran que ha dudado de ciertas
partes de la teoría, tal como lo hice yo. Por años, fuimos
amigos íntimos; a menudo, viajábamos y trabajábamos juntos.
Hablábamos libremente de estas cosas. Sus dudas y temores eran
muy similares a los míos. Esto sucedió durante un buen número de
años, hasta que se temió que él abandonaría a los Adventistas
por completo. Su esposa casi enloquece a causa de pruebas
similares. Finalmente, se rindieron, "confesaron", lo mismo que
lo hice yo una vez, y ahora profesan estar satisfechos. Me
escribió diciéndome que tenía que respaldar las visiones de la
Sra. White como política. La cosa es tan irrazonable que la
mayoría de ellos a veces están más o menos preocupados por ello,
tal como estaba yo. En las palabras de J. W. Morton: "Me da
lástima el engaño en que están, y abomino la tiranía espiritual
por medio de la cual ellos y otros permanecen atados a los
dogmas más contrarios a las Escrituras. Hasta el Sr. Smith, para
el cual, a pesar de sus acusaciones contra mí, sólo tengo los
sentimientos más amables, está en una situación que requiere
tierna conmiseración. Como el gran hombre en la denominación
(porque él es sin duda el hombre más capaz que ellos tienen), se
espera que patrocine, plena y explícitamente, las afirmaciones
de la Sra. White relativas a su inspiración; y sin embargo,
quienquiera que le eche un vistazo a sus declaraciones públicas
sobre este punto - especialmente el que tenga la habilidad para
'leer entre líneas' - puede ver que su apoyo es tan débil que en
realidad no constituye ningún apoyo. Una posición como ésta es
tal que en ella yo no pondría ni a mi peor enemigo. En parte al
menos, él está bajo el talón de una tiranía espiritual. Oh, ese
Uriah Smith tenía el valor y la hombría para afirmar, delante de
Dios y los hombres, su derecho a esa 'libertad de alma' que es
la herencia de todo hijo de Dios!".
El pastor Geo. I.
Butler, quien por muchos años ocupó el lugar del Pastor White
como cabeza de la denominación, se metió en problemas con sus
hermanos, y prácticamente se quedó sin trabajo. Hasta mediados
de su vida, fue un pequeño granjero. De suyo, era un hombre
humilde y bueno, con un fuerte sentido de lo justo. El pastor
White se puso celoso de él. Más tarde, la Sra. White también se
volvió contra él, y le exigió una sumisión servil que él no
quiso ofrecer. Dijo que cuando no pudiera ser Adventista, pero
sí hombre, sería hombre, como otros habían decidido.
Descorazonado y amargado, bajo el pretexto de su mala salud, se
fue a Florida a trabajar en una pequeña granja - otro ejemplo
del efecto marchitador del Adventismo. Ahora está haciendo lo
que yo hice dos o tres veces, sólo que por una causa diferente.
¿Los ha abandonado, entonces?
En 1874, el pastor
White hizo arreglos para un gran debate en Napa City, Calif.,
entre el pastor Miles Grant, de Boston, Mass., y uno de nuestros
ministros. Aunque el pastor White y su esposa, así como el
pastor Cornell y el pastor Loughborough, sus hombres más
preparados, estaban allí, me eligieron a mí para defender
nuestro lado, lo cual hice como por una semana, mientras los
otros ministros permanecían sentados. Menciono esto para mostrar
la confianza que me tenían, aunque yo había estado en una prueba
de ese calibre sólo unos pocos meses antes. En 1875, regresamos
a Michigan. El pastor Butler ahora estaba en malos términos con
el pastor White, y éste aprovechaba cada oportunidad que se le
presentaba para desairarlo. Pero yo gozaba de gran favor, y fui
enviado a asistir a las reuniones estatales en Vermont, Kansas,
Ohio, e Indiana. Con el pastor Smith, fui enviado como delegado
a la Conferencia General de los Bautistas del Séptimo Día. En
1876, fui enviado a Minnesota, luego a Texas, y así
sucesivamente, a la mayoría de los estados del Sur, para cuidar
de nuestros intereses allí. Cada año, se me confiaban mayores
responsabilidades. Ese año levanté una gran iglesia en Rome, New
York, y trabajé en el resto del estado. Fui con el pastor White
y su esposa a Indiana y a Illinois, luego fui enviado a Kansas
para sostener un debate, y a Missouri con el mismo propósito.
Ese año fui elegido miembro del Comité de Tres de la Conferencia
General, junto con el pastor White y el pastor Haskell, y
permanecí en el comité por dos años. Este comité es la más alta
autoridad de la denominación.
En 1877, fui a New
England, donde organicé dos iglesias y trabajé en otras
actividades. Pasé el año de 1878 en trabajo general en varios
estados, como Massachusetts, Michigan, New York, Iowa,
Wisconsin, Minnesota, Colorado, y Ohio. En otoño, fui presidente
de la conferencia de Ohio. En 1879, trabajé en Michigan, Ohio,
Indiana, Kentucky, y Tennessee. En la conferencia general que
tuvo lugar en Battle Creek en otoño, las cosas andaban mal. El
pastor White estaba enfadado, y la Sra. White gravitaba
pesadamente sobre varios ministros. La aspereza, las
acusaciones, y las pruebas estaban a la orden del día. Me
pareció que muy poco del espíritu de Cristo estaba presente. Me
fui de allí tan pronto pude. Vi más y más claramente que un
espíritu de opresión, crítica, desconfianza, y disensión entre
los hermanos era el resultado de nuestra obra, en lugar de
mansedumbre, bondad, y amor. Durante todo el año siguiente,
estos sentimientos aumentaron en mí, hasta que comencé a temer
que estuviéramos haciendo más mal que bien. Mi trabajo requirió
mi presencia en antiguas iglesias, donde podía ver el fruto de
todo aquéllo. Generalmente, había iglesias frías y muertas,
reincidentes, o en pleitos, o casi extintas, donde una vez había
habido iglesias grandes y florecientes. Me desanimé de levantar
más iglesias que corrieran la misma suerte. Un día decidía
abandonarlas por completo, y al siguiente resolvía seguir
adelante y hacer lo mejor que pudiera. Nunca sufrí mayor
angustia mental en mi vida. Trabajé ese año en New York,
Pennsylvania, Illinois, Michigan, y Ohio.
En el otoño de 1880,
resolví abandonar a los Adventistas y, si podía, unirme a alguna
otra iglesia. Era presidente de la conferencia de Ohio. Nuestra
reunión estatal anual se celebró en Clyde, Ohio. El pastor y la
Sra. White estaban allí. Yo había decidido dejarles tan pronto
como terminara la reunión. Contra mis protestas, me re-eligieron
presidente. La Sra. White lo impulsó. Dijo que yo era el hombre
preciso para el lugar; y sin embargo, ella asegura de modo
especial poder revelar los males ocultos en la iglesia. Aquí
había una cuestión importante, ¿Por qué no tuvo una revelación
acerca de ello? No, hasta donde ella sabía, yo estaba bien. A la
semana siguiente, renuncié, fui al Este, y le escribí al pastor
White que ya no continuaría con ellos. Luego, ella me envió una
larga revelación escrita, denunciándome como a un hijo del
infierno, y uno de los hombres más malvados, ¡aunque sólo dos
semanas antes me había considerado apto para ser presidente de
una conferencia!
Enseñé declamación
por tres meses. No sabía qué hacer. Hablé con ministros de otras
iglesias, pero no parecían saber cómo ayudarme. Yo no podía
decidirme por nada. Me aferré a mi cristianismo y a mi amor por
Cristo y la Biblia, y predicaba y trabajaba según tenía
oportunidad. Me alegraba de haber decidido dejar a los
Adventistas, y me sentía mejor. Finalmente, conocí a la que es
ahora mi esposa, que era Adventista. Luego, tuve una larga
conversación con el pastor Butler, el pastor White, la Sra.
White, y otros, y me convencieron de que las cosas no eran como
yo las había imaginado. Dijeron que yo estaba en la oscuridad,
que era dirigido por Satanás, y que iría a la ruina. Surgieron
toda la influencia de antiguos amigos, compañeros, hábitos, e
ideas largo tiempo cultivadas, y fueron demasiado fuertes para
mi mejor juicio. Cedí, y nuevamente resolví vivir y morir con
ellos. En mi buen juicio y mi conciencia, estaba avergonzado de
mi rendición. Sin embargo, traté de sentirme bien y seguir
adelante.
La muerte del
pastor White
A comienzos de 1881,
fui a New York con el pastor White. Para esta época, él había
perdido el liderazgo de la gente. Los pastores Butler y Haskell
habían ocupado su lugar, y por eso él era muy hostil hacia
ellos, trabajando contra ellos, y planeando constantemente cómo
sacarlos y regresar él a su puesto. Pero la gente en general
había perdido confianza en él como dirigente. Él deseaba que yo
trabajara con él contra ellos, diciendo que de esa manera él y
yo estaríamos juntos en el Comité de la Conferencia General. Él
tenía buenas razones para oponerse a Haskell, que fue siempre un
hombre astuto y lleno de disimulo. El pastor White me escribió
así: "Febrero 11 de 1881 - Ojalá el pastor Haskell fuera un
hombre abierto y franco, para que yo no tuviera que vigilarlo".
Y nuevamente: "Battle Creek, Mich., Mayo 24, 1881 - ... Los
pastores Butler y Haskell han ejercido sobre ella [su esposa]
una influencia que espero ver quebrantada. Esta influencia casi
la ha arruinado. Nuestro pueblo no debe soportar que estos
hombres hagan lo que han hecho.... Deseo que Ud. se alíe
conmigo.... Es tiempo de que haya un cambio en los puestos de la
Conferencia General. Confío en que si somos fieles y verdaderos,
al Señor le agradará que nosotros dos seamos parte de esa
junta".
Podría proporcionar
mucha mayor evidencia para mostrar cuán poca confianza se tenían
entre sí los dirigentes. Le escribí al pastor White que no podía
aliarme con él ni trabajar con él. En Julio 13, 1881, me
escribió de nuevo: "He abusado de Ud. repetidamente, y si Ud. va
a la destrucción, donde muchos, por decir lo menos, quieren que
Ud. vaya, siempre sentiría que yo había tomado parte en su
destrucción.... No veo cómo ningún hombre podría trabajar
conmigo". Poco después de esto, murió. No tengo ninguna duda de
que el pastor White creía en la doctrina Adventista, y estaba
convencido de que había sido llamado por Dios para ser
dirigente. Tenía algunas excelentes cualidades, y sin duda tenía
el propósito de ser cristiano, pero su fuerte deseo de gobernar
y manejar todo, junto con un temperamento irritable, le
mantuvieron siempre en dificultades con alguien. Nadie podía
trabajar con él por mucho tiempo en paz. El pastor Butler me
dijo que, providencialmente, la muerte del pastor White había
salvado de una ruptura al cuerpo principal de la iglesia. La
Sra. White se sintió tan ofendida con Butler que no quiso
hablarle por mucho tiempo. Todas estas cosas me ayudaron a ver
que yo estaba siendo guiado por hombres egoístas y ambiciosos,
pobres ejemplos de reformadores religiosos.
Ese año trabajé en
Canadá, Vermont, Maine, New England, y Michigan, y ese otoño fui
elegido miembro del Comité Ejecutivo Estatal de Michigan.
Trabajé otro año en Michigan. Pero me sentía infeliz; no podía
sobreponerme a mis dudas; no tenía corazón para el trabajo.
Varios ministros importantes en el estado pensaban igual.
Entonces decidí salirme calladamente del ministerio y trabajar
en una granja. Hice esto por dos años, pero conservé mi
membresía en la iglesia y trabajé con ellos. Pero estuve en el
purgatorio todo el tiempo, tratando de creer lo que no podía
creer. Y sin embargo no me afilié a ninguna otra iglesia, pues
temía equivocarme. Así que permanecí quieto. En el otoño de
1884, el pastor Butler, mi antiguo amigo, y que ahora estaba a
la cabeza de la obra Adventista, hizo un gran esfuerzo
para hacer que yo me reconciliara con la iglesia y regresara a
trabajar nuevamente. Me escribió varias veces, pero no le
contesté. Finalmente me telegrafió, y me pagó el pasaje a una
reunión al aire libre. Allí me encontré con antiguos amigos y
compañeros, traté de ver las cosas tan favorablemente como fuera
posible, oí explicaciones, etc., etc., hasta que por fin cedí de
nuevo. Me sentía enfermo de mi posición indecisa. Pensé que, de
todas maneras, podía hacer algún bien allí. Todos mis amigos
estaban allí, yo creía en gran parte de la doctrina, y podría ir
a la ruina si les abandonaba, etc. Así que hice una fuerte
confesión, de la cual me avergoncé aun antes de haberla
terminado.
¿Estaba yo
satisfecho? No. En lo profundo de mi corazón, me sentía
avergonzado de mí mismo, pero trataba de sentir que no lo
estaba. Pero pronto me sentí mejor, pues me había decidido.
Gradualmente, mi fe retornó, hasta que realmente me sentí fuerte
en la doctrina entera otra vez, y no tenía intenciones de
abandonarla jamás nuevamente. En unas pocas semanas, fui enviado
a asistir a grandes reuniones en Pennsylvania, New York,
Minnesota, Iowa, y New England; asistí a reuniones de
reavivamiento en Battle Creek; junto con el pastor Butler, fui
designado para dictar conferencias a ministros sobre cómo
trabajar con éxito; dirigí un curso similar en la Academia de
South Lancaster, Mass.; estuve en las reuniones estatales en New
York, Michigan, Indiana, y Ohio. En la primavera de 1886, fui
designado para dictar una conferencia a la clase de teología en
la Escuela Superior de Battle Creek; fui también Redactor
Asociado del periódico 'Sickle'.
Como resultado de mi
urgente pedido, se hizo un esfuerzo para iniciar a nuestros
ministros en algún plan de estudio, en el cual son muy
efectivos. Estuve en el comité que hizo arreglos para esto.
Elegí el curso de estudios y preparé todas las preguntas con las
cuales habrían de ser examinados. Se me proporcionó un reportero
estenógrafo, y en el verano se me envió a diez diferentes
estados, a saber, Ohio, Indiana, Illinois, Kansas, Colorado,
Iowa, Wisconsin, Minnesota, Dakota, y Michigan, para que
asistiera a sus conferencias estatales, examinara a sus
ministros, informara de sus reuniones diariamente para la
prensa, etc., lo cual hice. En nuestro conflicto con los
Discípulos en Des Moines, Iowa, se acordó que cada lado debería
elegir un representante para debatir la cuestión del sábado.
Ellos eligieron al Profesor D. R. Dungan, presidente de la
Universidad de Drake. Nuestra gente me eligió a mí. Esperábamos
un encuentro notable, y yo hice todos los esfuerzos posibles
para estar listo. Esa preparación hizo mucho para convencerme de
la poca solidez de algunas de nuestras posiciones en relación
con los pactos, las dos leyes, etc. En nuestra Conferencia
General ese otoño, ocurrió una marcada división entre algunos de
nuestros dirigentes acerca de la ley en Gálatas. Unos sostenían
que era la ley ceremonial, otros, que era la ley moral - una
contradicción directa. Después de una larga y calurosa
discusión, la conferencia se cerró, cada uno de los dos lados
sintiéndose más confiado que antes. Hubo también mucho
desacuerdo sobre otros puntos de doctrina, y mucho de cálido
sentimiento de fiesta. Esto, junto con otras cosas, revivió mis
antiguos sentimientos de duda, y me hizo decidir que era tiempo
de que yo examinara y pensara por mí mismo, no ser llevado ni
intimidado por hombres que no podían ponerse de acuerdo entre
ellos.
Durante varias
semanas, usé cada minuto disponible para examinar,
cuidadosamente y con mucha oración, toda la evidencia sobre el
sábado, la ley, el santuario, las visiones, etc., hasta que no
me quedó ninguna duda de que la fe Adventista del Séptimo Día
era una falsedad. Luego presenté el asunto a los dirigentes de
Battle Creek, renuncié a todos los puestos que tenía, y pedí ser
despedido de la iglesia. Esto se me concedió el 17 de Febrero de
1887. Esa fue la primera y la única vez que renuncié a la
iglesia. Además, jamás se me hizo ninguna acusación durante los
veintiocho años que permanecí con ellos. Tan pronto asumí mi
posición con firmeza para ser un hombre libre y pensar por mí
mismo, una gran carga, que había llevado todos esos años, cayó
de mis hombros. Me sentí un hombre nuevo. Por fin me había
librado de la esclavitud. Nunca, ni por un momento, he lamentado
el paso que di.
Ahora dicen que yo
los dejé cuatro o cinco veces antes, y que luego regresé. Esto
es completamente falso. Desde el momento en que me les uní, en
1859, hasta que me retiré, conservé una buena reputación en la
iglesia. Después de que recibí licencia para predicar en 1864,
mis credenciales fueron renovadas cada año, excepto uno, cuando
me dediqué a la granja y no las pedí. Hasta que los abandoné en
1887, nunca prediqué ni escribí contra ellos ni una sola vez; ni
me uní a ninguna otra iglesia, ni enseñé ninguna otra doctrina
contraria a la de ellos. Que nieguen alguna de estas
afirmaciones, si pueden. Dicen que todavía es posible que
regrese a ellos. Saben que eso no ocurrirá. En el momento en que
tomé mi posición con firmeza, esa cuestión quedó decidida para
siempre. El hecho de que yo permaneciera con ellos durante todos
estas pruebas por veintiocho años muestra que no soy un hombre
vacilante, como ahora tratan de creer.
Por qué no los
abandoné antes
A menudo se me
pregunta por qué no los abandoné antes; por qué me tomó tanto
tiempo descubrir que era un error. Luego, los Adventistas
afirman que debo haber sido deshonesto mientras estuve con
ellos, o que soy deshonesto ahora. Dice que soy apóstata ahora,
porque los abandoné y me uní a los Bautistas. Mi respuesta es
ésta: Si cambiar de opinión e ingresar a otra iglesia lo
convierte a uno en apóstata, entonces más de la mitad de sus
miembros son apóstatas, porque dejaron otras iglesias para
unirse a los Adventistas. Además, hacen circular y elogian un
libro titulado "Fifty Years in Rome" [Cincuenta Años en Roma],
escrito por un hombre que por muchos años fue un erudito
sacerdote en la iglesia romana. Dicen que su alta posición y
larga experiencia en esa iglesia hacen este libro inapreciable.
¡Pero dicen que el hecho de que yo estuviera con ellos en una
alta posición por tanto tiempo, y que ahora los haya dejado,
sólo prueba que yo soy un hipócrita!
Cualquier hombre
sincero puede ver la inconsistencia de las posiciones de ellos.
Yo me uní a los Adventistas cuando apenas era un muchacho, sin
educación, sin ningún conocimiento de la Biblia, de historia, ni
de otras iglesias. Entré por ignorancia. Por años, mi celo por
esa fe, y mi ilimitada confianza en sus dirigentes, me cegó a
sus errores. Pero, al pasar los años, y leer más mi Biblia, leer
historia, conocer otras iglesias, escuchar sermones y leer
libros contra el Adventismo, me familiaricé mejor con nuestros
dirigentes y con las intimidades de la iglesia, aprendí más
acerca de su origen desfavorable y los muchos errores que
habíamos cometido, vi el fruto de ello en antiguas iglesias, las
familias y la sociedad, y eché mano de los primeros escritos de
la Sra. White y otros. Gradualmente, comencé a ver que el
Adventismo no era exactamente lo que yo había supuesto al
principio. Cuando lo abracé en 1859, el Adventismo del Séptimo
Día sólo tenía catorce años, los creyentes eran pocos, y el
sistema era comparativamente no probado. Pero cuando el
Adventismo tenía veinticinco años, era diez veces más grande, y
había desarrollado plenamente su espíritu y mostrado sus frutos,
cuando yo tenía a la mano la educación, la observación y la
experiencia de un cuarto de siglo, pienso que mi buen juicio en
el asunto debería tener más valor que cuando lo abracé siendo un
muchacho inexperto.
Repito, fue sólo
durante los últimos pocos años cuando entré en posesión de los
primeros documentos Adventistas, que muestran cómo ahora niegan
y contradicen lo que una vez enseñaron. Estas cosas son ahora
suprimidas o mantenidas ocultas para que ni uno sólo en un
millar de ellos sepa o crea que alguna vez existieron. Mis dudas
acerca del sistema no llegaron a mí de una sola vez y
claramente. Era bien sabido que, durante los últimos doce años
que estuve con ellos, estuve grandemente preocupado por estas
cosas. Gradualmente, año tras año, la evidencia se acumuló,
hasta que por fin pesó más que la doctrina, y luego, de mala
gana y con profunda tristeza, tuve que abandonarlos y renunciar
a ellos. Dios tenga piedad del alma que tenga que pasar por lo
que yo pasé para ser fiel a sus convicciones de lo que es
verdadero.
Puestos que
ocupaba cuando los abandoné
A pesar de que era
bien sabido por todos que con frecuencia yo abrigaba serias
dudas acerca de su fe, tan pronto yo me relacionaba con ellos
nuevamente, de inmediato me ponían a la vanguardia y me
encomendaban la obra más importante. El pastor Butler dice: "Sin
duda él habría sido elegido para puestos más importantes si no
hubiese demostrado ser indigno de confianza en tantas ocasiones.
Su capacidad lo habría justificado". Review and Herald Extra,
Nov. 22, 1887. Ahora, supongamos que yo hubiese sido un hombre
que buscaba posiciones, un hombre que se preocupaba más por el
lugar y la posición que por la verdad y la conciencia, ¿qué
habría hecho yo? Habría continuado igual, haciendo ver que
estaba lleno de fe y en armonía con ellos. Pero, en vez de eso,
una y otra vez fui directamente a sus hombres de influencia, los
pastores White, Butler, Haskell, etc., y les hablé de mis dudas.
Que los hombres sinceros juzguen mis motivos.
El día que los
abandoné, ocupaba los siguientes puestos: Era profesor de
teología en su escuela superior de Battle Creek, donde tenía una
clase de casi doscientos de sus mejores jóvenes; era redactor
asociado del Gospel Sickle; estaba escribiendo las lecciones
para todas sus Escuelas Sabáticas en el mundo entero; estaba
encargado de aproximadamente dieciocho iglesias en Michigan; era
miembro del Comité Ejecutivo de la Asociación Internacional de
Escuelas Sabáticas; miembro del Comité Ejecutivo de la
Asociación de Escuelas Sabáticas del estado de Michigan; y, en
la última sesión de la conferencia general, fui presidente de la
Asociación Internacional de Escuelas Sabáticas, y miembro de
nueve diferentes comités, varios de ellos los más importantes en
la conferencia, tales como el de la distribución de obreros por
todo el mundo; el de teología, el de las reuniones al aire
libre, el de un curso especial de estudio en la escuela
superior, el del mejoramiento del ministerio, etc. Esto muestra
lo que ellos pensaban de mi capacidad. Yo acababa de sacar un
nuevo folleto, "Critical Notes" [Notas Críticas], del cual
imprimieron una edición de 10,000 ejemplares después de que los
abandoné. Otras de mis obras las han revisado, dejando fuera mi
nombre, y las han continuado usando. ¿Por qué reimprimir las
mías después de que los abandoné y renuncié a lo que ellos
enseñan? Ahora dicen que mis escritos son baratos y sin valor.
Pero mientras estuve con ellos publicaron más de veinte
producciones mías, e hicieron circular cientos de miles de
copias de ellas, tradujeron varias de ellas a otros idiomas, y
me pagaron cientos de dólares por ellas. Qué extraño que de
repente me convirtiera en un imbécil y mis escritos se
convirtieran en inútiles. Cualquiera puede ver la mala fe de
todo esto.
El pastor Smith, en
"Respuestas a Canright", pág. 25, dice que yo los abandoné en un
momento en que mi retiro les desconcertó más de lo que lo
hubiese hecho en cualquier otra ocasión. Esto es una confesión
de que yo les estaba siendo más y más útil, y todos saben que lo
era. Cuando me fui, estaba recibiendo una paga más alta que
nunca antes, y estaba en términos amistosos con todos. Todos los
dirigentes, como Butler, Haskell, Smith, etc., eran mis
afectuosos amigos personales, listos para hacer todo lo que
pudieran para ayudarme. Si yo hubiese deseado posiciones, o una
mejor posición, todo lo que habría tenido que hacer era seguir
adelante sin titubear, y las posiciions habrían venido a mí más
rápidamente de lo que yo las hubiera podido ocupar. Pero si yo
les dejaba, ¿a dónde podría ir? ¿Qué podría hacer? ¿De qué iba a
vivir siquiera? Consideré todo esto, y necesité todo el valor y
la fe en Dios que pude reunir para correr el riesgo.
Me costó una lucha
terrible y un gran sacrificio, porque al hacerlo tuve que dejar
a mis amigos de toda la vida, las queridas esperanzas de mi
juventud, la obra de toda mi vida, todos mis medios de
subsistencia, todas y cada una de mis honorables posiciones que
ocupaba, y atraer sobre mí reproche, odio, y persecución. Tuve
que iniciar mi vida nuevamente, entre desconocidos, con métodos
no probados, sin estar seguro de a dónde ir o qué hacer. Nadie
que no lo haya intentado podrá jamás comenzar a darse cuenta de
terrible lucha que esto requiere. Es el temor a todo esto lo que
retiene con ellos a muchos que no están satisfechos con el lugar
en que están. Sé que esto es así, porque muchos me lo han
confesado, y sin embargo permanecieron donde estaban. Cualquier
persona honesta y justa puede ver en seguida que el interés y la
ambición personales me habrían retenido con ellos. Y sin
embargo, tan pronto les abandoné, aunque lo hice calladamente y
en paz, y no les molesté en lo más mínimo, y hasta hablé de
ellos favorablemente, inmediatamente me atribuyeron toda suerte
de malvados motivos, degradantes pecados, y ambiciosos
designios. Parecían considerar un deber sagrado acabar con mi
reputación y, si fuera posible, destruir mi influencia.
"Apóstata" era el epíteto que todos me aplicaban. Se me
comparaba con Balaam, Coré, Datán, y Abiram, con Judas, Dimas, y
una larga lista de malvados personajes. No se me concedía ni un
solo motivo honesto o digno. Se hicieron circular los informes
más mezquinos y perversos en cuanto a lo que yo había hecho o
dicho - cosas cuyo solo pensamiento yo despreciaría. Y sin
embargo, todos estos informes fueron ávidamente aceptados y
creídos como verdades indubitables. Pero yo lo esperaba, porque
ésa es la manera en que son tratados todos los que se atreven a
abandonarles y dar una razón para ello.
Durante los veinte
años que han pasado desde que les abandoné, han hecho que espías
siguieran constantemente mis pasos, vigilaran e informaran la
mínima cosa que decía o hacía, para convertirla en algo malvado,
si era posible. Hacen circular esto hasta los confines de la
tierra, y regresa a mí en periódicos y cartas. Han emitido
contra mí cuatro diferentes publicaciones, y la Sra. White, en
su última "revelación", ¡me ha dedicado tres artículos! ¡Y, sin
embargo, yo no represento nada, ni nunca lo hice! "Uvas verdes",
como Ud. puede ver. Se ha informado ampliamente que fui atacado
por una terrible enfermedad, que había desbandado mi iglesia,
había sido despedido de la denominación, y más todavía,
concerniente a todo lo cual el Señor juzgará entre nosotros. Los
pastores de todas las iglesias aquí, y los hombres públicos
locales, han tenido que hacer declaraciones escritas para hacer
frente a todos estos ataques en estados distantes. Algunas
veces, esto ha parecido difícil de sobrellevar, pero, sabiendo
que yo tenía razón, he tenido gracia y paciencia para continuar
firme en mi trabajo, y dejar el resto a Dios y a mis amigos.
Constantemente recibo
cartas de todas partes del país diciendo que los Adventistas
afirman ¡que yo he pedido ser recibido nuevamente entre ellos!
Lo seguirán diciendo hasta que yo muera, y por mucho tiempo
después. Este libro será mi respuesta. Están tan seguros de que
la maldición de Dios seguirá a todos los que les abandonen, o
que se convertirán en infieles, o que regresarán a ellos, que no
pueden aceptar la idea de que sea de ninguna otra manera.
Una carta de
muestra
"Glenwood Springs,
Colo., Marzo 29, 1889. D. M. Canright, Otsego, Mich.: Mi querido
amigo y hermano - Si el tembloroso estruendo del relámpago me
hubiese arrancado de la cabeza el cuero cabelludo, no me habría
sorprendido más que hoy cuando tomé en mis manos su folleto
titulado "The Jewish Sabbath" [El Sábado Judio]. Por años, he
leído sus valiosas obras y predicado el "Mensaje del Tercer
Ángel". Ahora, deseo preguntarle, ¿cómo le trata nuestro pueblo?
Hasta donde sé, Ud. fue un gran favorito, y citado más a menudo
que cualquier persona que estuviese cerca de la dirigencia. ¿Han
faltado a su palabra en relación con Ud. como lo hicieron con
Snook? Supongo que su gran investigación y estudio de toda la
vida del tema a la mano no significa nada para ellos, y que Ud.
está clasificado entre los ángeles caídos. F. A. B.".
Ordenado
ministro bautista
En Abril 19, 1887, en
Otsego, Mich., donde había vivido por ocho años, fui ordenado
ministro de la Iglesia Bautista Regular por un concilio
excepcionalmente numeroso, compuesto por varios de los más
capaces ministros del estado. El 'Otsego Union' de esa fecha
dice: " Estaban presentes delegados regularmente designados de
las iglesias Bautistas de Grand Rapids, Kalamazoo, Plainwell,
Three Rivers, White Pigeon, Allegan, Battle Creek, Paw Paw,
Hickory Corners, Prairieville, y Otsego. El Rev. A. E. Mather,
D. D., de Battle Creek, fue elegido moderador del concilio, y el
Rev. T. M. Shanafelt, D. D., de Three Rivers, secretario. El
orden de los ejercicios fue como sigue: Lectura de las
Escrituras, por el Rev. H. A. Rose, de Kalamazoo; oración, por
el Rev. D. Mulhern, D. D., de Grand Rapids; sermón de
ordenación, por el Rev. Kendall Brooks, D. D., presidente de la
Escuela Superior de Kalamazoo; oración de ordenación, por el
Rev. M. W. Haynes, de Kalamazoo, con imposición de manos por el
Rev. H. B. Taft, de White Pigeon, el Rev. E. A. Gay, de Allegan,
y el Rev. H. A. Rose, de Kalamazoo; entrega de la fraternidad,
por el Rev. T. F. Babcock, de Prairieville; cargo de pastor, por
el Rev. L. B. Fish, de Paw Paw; cargo de la iglesia, por el Rev.
I. Butterfield, de Grand Rapids".
"De esta manera, el
Rev. D. M. Canright ha sido plenamente reconocido por un
concilio numeroso y representativo como ministro Bautista
regular, y pastor de la iglesia Bautista de Otsego".
Jamás he lamentado
haber abandonado a los Adventistas, ni he tenido, ni siquiera
por un momento, el más ligero deseo de regresar.