SIN DISCRIMINACIÓN
"Vino el Hijo del Hombre,
que come y bebe, y decís: Este es un hombre comilón y
bebedor de vino, amigo de publicanos y pecadores ..."
(Luc. 7:34).
Esta declaración es una magnífica ilustración de la manera
en que Joshua ben Adam usa su nombre. Es una afirmación de
su solidaridad con todos los demás que son hijos e hijas de
"Adán". Luego respalda con acciones apropiadas lo que está
implícito en su nombre. Rechaza todas las distinciones
reconocidas entre clases de personas - limpias e inmundas,
justas y pecadoras, notables y don nadies, varones y
mujeres.
Ben Adam se propuso desarmar la cultura de la discriminación
mediante una variedad entera de dichos y acciones. Pero la
pieza central de su estrategia era simple y asombrosamente
efectiva. La mesa de comer era el escenario central de su
misión. Así, pues, por dondequiera que ben Adam iba, comía y
bebía de una manera nueva. Asombraba a todo el mundo.
Algunas veces, las ocasiones eran comidas ordinarias. En
otras, eran banquetes más reposados, donde los participantes
se reclinaban mientras comían, de acuerdo con la costumbre
contemporánea. Los acompañamientos de Joshua incluían a
"muchos publicanos y pecadores" (Mar. 2:15, 16). Eran
personas consideradas impuras o contaminadas, de acuerdo con
la tradición religiosa.
Los discípulos de Joshua no estaban cómodos con esta
escandalosa conducta. Es asombroso que, veinte años más
tarde, cuando la iglesia se formó y estaba creciendo, los
cristianos de Jerusalén no estuviesen preparados para comer
con gente "incircuncisa". Hasta Pedro, el principal apóstol,
se abstuvo de comer con "incircuncisos" cuando sus hermanos
de Jerusalén llegaron a Antioquia (Hech. 15:1-2, Gál.
2:11-14).
Los hábitos de ben Adam en la mesa eran tan centrales para
su modus operandi
que los autores del Nuevo Testamento no pudieron dejar de
mencionarlos, pero suavizaron el escándalo poniéndolo en el
contexto de que Joshua hacía todo esto como parte de su
misión para rescatar pecadores. Esta clase de
condescendencia apadrinadora no acierta con el punto
principal de Joshua.
Con
nuestra conducta más relajada e igualitaria, es difícil para nosotros los occidentales
apreciar lo que significaba comer juntos en la cultura
oriental de Joshua. Significaba aceptación mutua,
perdón, compartir la vida juntos, en un sentido
profundamente religioso.
La religión de Israel se distinguía por un muy complicado
código de pureza o santidad. La esencia de la santidad era
estar separado así como Dios estaba separado y diferenciado
de todo objeto o toda cosa.
Israel se consideraba llamado a ser separado, diferente, y
por encima de todos los otros pueblos. El código de
"santidad" era una manera de alcanzar eso y mantener la
posición especial de la nación y su sentido de identidad. En
la etimología de su idioma hebreo, la palabra contaminado
significaba algo ajeno, extraño, o extranjero.
Había niveles de pureza y
contaminación. Por ejemplo, las mujeres eran más impuras
que los hombres, y el nacimiento de una hija aislaba a
la madre con su impureza por mucho más tiempo de lo que
habría sido si hubiese tenido un hijo varón. Los cortes
en la piel y graves sarpullidos en la piel, como
psoriasis, eran llamados lepra y hacían que el que lo
sufría fuera declarado impuro.
En el estado más elevado de limpieza o pureza, una persona
sería íntegra o saludable. Los enfermos eran más impuros.
Los ricos eran más impuros que los pobres. Los instruidos
que conocían la Torá eran mucho más puros que los ignorantes
que no la conocían.
Los goyim (gentiles o no judíos), siendo incircuncisos, eran
muy impuros. Desafortunadamente, algunos del pueblo del
propio Joshua eran tan pobres que no podían darse el lujo de
hacer que sus hijos fuesen circuncidados, así que todos
ellos eran tratados como goyim.
El código de pureza prohibía
participar en la mesa en compañía de personas impuras.
Hacerlo era aceptar y compartir esa impureza. Cualquiera
que tuviera algún respeto a ser puro y permanecer puro a
los ojos de Dios - y, por supuesto, a los ojos de sus
iguales - no pensaría en comer por debajo de su propio
"orden de picoteo" de pureza. Esto incluía a las
mujeres. Ellas sólo podían servir en banquetes.
Así, pues, más que cualquier otra cosa, era en la mesa donde
se comía y se bebía donde se hacía cumplir todo el "orden de
picoteo" de la sociedad de Joshua. La discriminación
humillaba a los que estaban en el fondo de la sociedad tanto
como deshumanizaba a los que estaban en la cima. Por medio
de su camaradería no discriminatoria en la mesa, Joshua
quería decir que estaba haciendo a un lado el código de
santidad. Estaba deshaciendo todas las categorías aceptadas
de vergüenza y honor.
El código de pureza estaba en el
corazón de la identidad propia de Israel. En estas leyes
que separaban a los puros de los impuros, Israel se
separó a sí mismo de otros pueblos. Por consiguiente,
ritualizó su posición de nación favorecida.
¡La
religión es la sacralización de la propia identidad!
Ben Adam no sólo estaba subvirtiendo algunas costumbres.
Promocionar su clase de igualitarismo en una sociedad
jerárquica donde el tres por ciento de las personas en la
cima seguramente defenderían su posición era ya bastante
peligroso. Pero ben Adam estaba subvirtiendo la posición
entera de Israel como nación favorecida y su egoísta sentido
de identidad. Todo esto en nombre de ben Adam. Sus reuniones
donde daba la bienvenida a un disturbio de humana diversidad
eran más divertidas que la compañía de clones sectarios.
SIN
RELIGIÓN
"El Hijo del Hombre es
señor aun del día de reposo" (Mar. 2:28).
El nombre de ben Adam no sólo da a Joshua solidaridad con
todos, sino que le da autoridad sobre todas las cosas. Hacer
a un lado el código de pureza como lo hace Joshua ya es
bastante audaz, pero declarar que
tiene autoridad sobre el sábado parece impresionante. El
sábado es la señal y el sello del pacto de Israel con
Dios; es el corazón de los Diez Mandamientos. Si Joshua,
el ser humano, reclama tener autoridad para hacer a un
lado las leyes sabáticas para satisfacer las necesidades
humanas, entonces todo el que sea un ser humano tiene
autoridad sobre la totalidad de la Torá o las Sagradas
Escrituras. (Véase Mat. 5:33-39).
A diferencia de los profetas antes de él, ben
Adam no afirma tener autoridad diciendo: "Así ha dicho
el Señor ...", ni declara como Billy
Graham: "La Biblia dice ...". Ben Adam no es un shaman ni un
místico que actúa en base a visiones o voces de Dios en la
mente bicameral. Todas las invocaciones
a alguna autoridad religiosa están conspicuamente
ausentes de ben Adam. ¡La única autoridad que invoca es
la autoridad de ser un ser humano!
Cuando miramos el contexto del dicho de Joshua relativo al
sábado y citado arriba, es claro que está reinterpretando el
relato de la creación.
"Y creó Dios al hombre a su
imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra ... y les
dijo ... señoread sobre ... toda cosa viviente". (Génesis
1:27, 28).
Durante todo el Antiguo Testamento,
Dios nos prohibe estrictamente que nos hagamos cualquier
imagen de él mismo. Nos prohibe absolutamente que usemos
cualquier cosa en el reino de la naturaleza - ya sean
árboles, rocas, animales, estrellas, montañas, templos -
para hacer íconos del Dios invisible. Sólo Dios ha dado
la sola imagen de sí mismo, y esa es el ser humano
viviente, varón y hembra.
Junto con el monoteísmo, ésta es la más asombrosa revelación
del Antiguo Testamento. Es una revelación que ben Adam
acepta y sobre la cual actúa. Se da cuenta de que Dios le ha
conferido, como ser humano, el más grande honor, la más alta
posición y dignidad posibles: "Le has
hecho [al hombre] poco menor que los ángeles, y le
coronaste de gloria y honra. Le hiciste señorear sobre
las obras de tus manos; todo lo pusiste debajo de sus
pies" (Sal. 8:5, 6).
Cuando ben Adam rechaza todos y cada uno de los títulos de
honor que los hombres ofrecen conferirle, lo hace consciente
de quién es en virtud de ser ben Adam, el ser humano.
Supongamos que al príncipe de Gales se le ofreciera el
título de caballero o lord del área, ¿lo aceptaría?
Difícilmente, porque él ya tiene una posición muy por encima
de esos honores, en virtud de que es el hijo de la casa real
de Windsor. Así, pues, ben Adam es consciente de que ser un
ser humano le confiere el status más elevado, la dignidad y
la autoridad más altas que es posible tener.
Sin embargo, la religión hace
íconos sagrados de cosas como tiempos especiales (el
sábado), lugares (montañas, templos, Jerusalén, Roma),
árboles, rocas, el agua, el fuego, vestimentas,
rituales, credos, libros, ríos, estrellas, pan).
Difícilmente habrá algo que no haya sido convertido en
un ícono sagrado en alguna parte o de alguna manera. La
religión sacraliza la naturaleza, ya sea en su totalidad
(como en las antiguas religiones que adoraban la
naturaleza o con los modernos parques) o en parte (como
en el judaísmo y el cristianismo).
Cualquiera que pueda ser la cosa sacralizada,
se supone que funciona como mediadora de la presencia de
Dios (espíritu). Algunos creen que hallarán a Dios en la
observancia de un día sagrado. Otros piensan que el
lugar para hacer contacto con lo divino es un lugar
sagrado, como Jerusalén, Lourdes, o alguna otra "montaña
sagrada". Otros más quieren sentir la cercanía de Dios
en un rito o una ordenanza religiosa. Algunos se
imaginan que Dios media a favor de ellos bien al comer
algún alimento sagrado o al no comer ninguno en absoluto
(ayuno). Luego hay la religión de "la Biblia solamente",
en la cual los adoradores confían en hallar a Dios en un
libro.
Parece que, en algún momento, en alguna parte, todo ha sido
sacralizado, excepto el hombre. La humanidad ha sido
sacrificada a los íconos de la religión. Los íconos hacen
que la sumisión y la esclavitud al orden vertical se
conviertan en un deber sagrado.
Consciente de su dignidad y autoridad en virtud de ser un
ser humano, ben Adam pone todo de
cabeza. Desacraliza todo - tiempos, lugares, ritos,
altares, jerarquías, tradiciones - excepto los hombres y
las mujeres ordinarios que llevan la imagen de Dios.
Pone todo de vuelta bajo los pies de los seres humanos.
La religión, la ley, la Escritura, todo debe servir a
ellos, no ser servidos por ellos.
Joshua ben Adam no asumía una personalidad
religiosa. En el espíritu de los profetas del Antiguo
Testamento, no defendía el ayuno religioso ni apoyaba
los sacrificios en el templo. (Compárese Luc. 5:33 con
Isa. 58:3-8, Mat. 12:7 e Isa. 1:11-17). No bautizaba. No
predicaba de la Biblia, aunque podía usarla
creativamente para sus propios fines. Rechazaba las
oraciones largas o repetitivas. Hacía a un lado el
código de pureza con respecto a los alimentos, el lavado
de las manos, la interacción con las mujeres, y el tocar
a los leprosos. Declaró su soberanía sobre el sábado y,
por inferencia, la totalidad de la Torá o las sagradas
escrituras. Y hacía todo esto en solidaridad con todos
nosotros porque era el hijo de Adán.
Siendo guardianas del orden vertical, las autoridades
religiosas respondieron condenando a
Joshua por blasfemia, es decir, por ser anti-religioso. El
sumo sacerdote razonó que era mejor que un hombre muriese
que permitir que el sistema entero se derrumbase. (Juan
11:50).
Digresión
sobre el evangelio libre de la ley en Pablo
Según el evangelio de Marcos, los apóstoles eran tan lerdos
que nunca entendieron las palabras ni las acciones de Joshua
ben Adam hasta el mismo y amargo fin. Dieron pocas señales
de haber entendido el mensaje de Joshua sobre la libertad
humana ni siquiera después de la pascua.
La primera iglesia de Jerusalén donde los apóstoles
presidían se retiró por completo al conservadurismo, al
estar completamente en desacuerdo con Joshua ben Adam.
Veinte años después, eran renuentes a comer con
incircuncisos. (Hech. 11:3; Gál. 2:11-14). Todavía
vivían estrictamente de acuerdo con los códigos religiosos
del judaísmo. Se sintieron espantados por los rumores de que
Pablo permitía que los conversos judíos de la dispersión se
olvidaran de Moisés y las costumbres judías. (Hech.
21:22-24).
La persona que más se acercó a
reflejar la libertad de religión de Joshua fue Pablo.
Estaba tan adelantado al resto que la iglesia en general
nunca captó realmente su evangelio libre de la ley. Hasta
los reformadores protestantes, que tomaron su inspiración de
Pablo, sólo juguetearon en los bordes de esta idea
liberadora.
La pieza central de la enseñanza de Pablo, al menos en
Romanos y Gálatas, es un argumento bastante complicado sobre
la "justificación por la fe sin las obras de la ley". Contrariamente a la interpretación popular de
este artículo en el cristianismo occidental, el
verdadero énfasis en su extenso argumento histórico y
legal no es mostrar a las personas cómo ser salvas o
hallar a un Dios lleno de gracia. Pablo
sabía cómo dar una respuesta directa y sencilla a esa
cuestión.
El problema que Pablo tenía que dilucidar era
una iglesia gravemente dividida entre cristianos judíos
y cristianos gentiles. Los cristianos judíos continuaban
viviendo de acuerdo con sus antiguas costumbres (la
circuncisión, el sábado y alimentos kosher eran los tres
grandes). Creían que los cristianos gentiles debían
vivir de la misma manera. Por ejemplo, los cristianos
gentiles de Roma no consideraban sagrado ningún día y
comían cualquier clase de alimento. (Véase Romanos 14).
Creían que los cristianos judíos debían vivir como
ellos. Cada lado se inclinaba a juzgar y a no aceptar al
otro.
En su carta a la iglesia de Roma,
Pablo no le dice a ninguna de las dos partes que cambie
sus prácticas religiosas. Su línea de ataque es
demostrar que las prácticas religiosas de ellos son
irrelevantes. "No hay ninguna diferencia",
declara en Romanos 3:22; 10:12). La justificación - la
preciada posición de una persona que hace lo que es correcto
- es por fe sin las obras de la ley; es decir, sin las
prácticas de la religión judía. Con una sencilla
extrapolación, esto significa sin las prácticas de ninguna
religión. Ya sea a los ojos de Dios o de la comunidad, las
diferencias religiosas no cuentan. "No hay diferencia". Sólo
importan las personas. (Véase 1 Corintios 9:19-22).
En su carta a los gálatas, Pablo explica cómo la ley fue
dada a Israel como un profesor es dado a los niños. Ser
gobernados por la ley o la escritura - razona - es como
estar en la cárcel o la prisión. Pero, ahora que Cristo nos
ha libertado, "ya no estamos bajo la supervisión de la ley"
(Gál. 3:19-25; 4:1-22). No hay ninguna obediencia esclava a
códigos escritos, documentos escritos, ni cartas escritas.
No hay ningún biblicismo. (Efe. 2:15; 2 Cor. 3; Rom. 7:6,
etc. Pablo considera las palabras ley y escritura
indistintamente. En el griego contemporáneo no bíblico, la
palabra nomos
(ley) también significaba religión.
Por lo tanto, libertad de la ley en Pablo conlleva la idea
de ser libre de la religión y una adhesión esclava a la
Escritura. Los reformadores nunca
entendieron a Pablo a este nivel, así que eran tan
intolerantes y autoritarios como Roma.
Señor
de la danza
Como Joshua ben Adam antes de él, Pablo es ambivalente hacia
las prácticas religiosas. En su epístola a los Romanos, es
indulgente y tolerante. En su epístola a los Gálatas, es
inflexible en su crítica. ¿Por qué la diferencia?
Las festividades y ritos religiosos de las tribus hebreas no
eran diferentes de los ritos, las danzas y las festividades
de las tribus africanas, malayas, australianas o de
cualquier otra tribu. En su mayor parte, eran alegres
festividades donde se danzaba, se comía y se bebía. De esta
manera, celebraban sus relatos fantásticos, y contaban sus
victorias y derrotas. La simplificación, la exageración y el
embellecimiento de los relatos eran necesarios, como es
necesario en todo espectáculo popular.
Junto con las festividades rituales, la mayor parte del
Antiguo Testamento es canción, poesía, y relatos populares.
Mucho de él se cantaba o se recitaba en los dramas festivos.
(El libro de Job es también poesía, como un gran drama de
Shakespeare. La cuestión de la historicidad de los
personajes es absolutamente irrelevante al mensaje del
drama. Jonás es una sátira muy aguda del nacionalismo
judío). En este tipo de literatura hay un elemento
imaginativo y juguetón.
Es el literalismo atroz y sin gracia del occidente cristiano
lo que volvió chapucero y encerró bajo llave el verdadero
significado del Antiguo Testamento. Es tan tonto como si
alguien descubriera la obra El Progreso del Peregrino, de
Bunyan, y luego la sometiera a un análisis literal.
Las tribus cristianas también tienen sus danzas religiosas.
No todos danzan al mismo son, y los ritos varían un poco. El
Marcos del Nuevo Testamento probablemente fue escrito para
lecturas rituales en reuniones cristianas. Mateo, con su
estructura precisa de cinco discursos para imitar los cinco
libros de Moisés, era obviamente un drama compuesto al
estilo de Shakespeare. El libro de Apocalipsis es drama
puro, material ridículo si se interpreta seriamente. No
todos los autores o grupos gustaban de los guiones de los
otros grupos tampoco. Había algunos detalles contradictorios
y diferencias de interpretación. Cuando,
cientos de años más tarde, los guiones que competían
fueron llamados Sagradas Escrituras, se impidió toda
esperanza de leerlos inteligentemente.
Las tribus cristianas han sido como tribus primitivas que se
mofan de la danza de la otra tribu, y viceversa. Lo que se
suponía era una "teología de juego" se convirtió en una
sangrienta danza guerrera. La eucaristía (dar
gracias), el bautismo, las lecturas bíblicas y el resto
se convirtieron en danzas guerreras de tribus cristianas
que van al combate la una contra la otra.
¿Cómo se relaciona todo esto con interpretar a Pablo o a
Joshua? Si las prácticas religiosas no son nada más que
celebraciones que sirven a la gente en la compañía y la
libertad de seres humanos, entonces, "no hay ninguna
diferencia". Cuando se convirtieron en íconos impuestos que
exigían rendir la libertad humana, Pablo les dijo
sarcásticamente a los hombres que se sometían a la
circuncisión ¡que se cortaran todo! (Gál. 5:12). Joshua ben
Adam diría que, puesto que la danza era para la gente, el
ser humano es Señor de la danza. (Mar. 2:27, 28). ¡Más
divertido que la castración!
NO
APOCALÍPTICO
"El reino de Dios no viene con señales observables; ni se
dirá: 'Helo aquí' o 'helo allí', porque he aquí el reino de
Dios está entre vosotros" (Luc. 17:20, 21).
Estas palabras de Joshua ben Adam
son asombrosas por su originalidad. Se mofan de lo que
todo el mundo esperaba en su sociedad. Son notablemente
diferentes del lenguaje y los conceptos del movimiento
cristiano primitivo.
La gente de los días de Joshua esperaba un
reino futuro. Esperaba un inminente e ígneo fin del
mundo, cuando el pueblo de Dios fuera liberado y sus
enemigos fuesen destruidos. Se creía que este fin
catastrófico del mundo sería precedido por
espectaculares señales y presagios, como el sol
brillando de noche y las estrellas cayendo del cielo. (2
Esdras 5:4-5). Esta clase de expectación y creencia es
llamada apocalíptica.
Como forma predominante de pensamiento literario, la apocalíptica floreció desde más o menos
200 a. C. hasta 130 d. C. Surgió cuando Israel sufría la
amenaza de extinción bajo el dominio de un poder
extranjero y hostil. Se pensaba que Dios había dejado
que la tierra fuese gobernada por potencias gentiles que
asolaban el mundo en forma de leones, osos, leopardos e
indescriptibles bestias de presa (véase Daniel 7), pero
que esto sería permitido por un tiempo. Luego, el reino
de Dios destruiría de repente a estos enemigos opresores
y libraría a su pueblo en un acto final de poder
coercitivo.
En los días de Joshua, las expectativas apocalípticas
estaban al rojo vivo. El Nuevo Testamento dice que "todos
estaban expectantes". La gente estaba en puntas de pie,
vigilantes, esperando ver señales y prodigios que anunciasen
del fin. Juan Bautista también creía en la apocalíptica.
Hablaba del día inminente de ira que "quemaría la cizaña con
fuego que no se podía apagar".
Los discípulos de Joshua también eran incurablemente
apocalípticos. Esperaban señales del fin del mundo. Nunca
abandonaron la idea. La muerte de Cristo y su resurrección
fue interpretada por Pablo y otros como un evento del fin
del mundo, la primera de dos etapas del fin del mundo.
La creencia apocalíptica fue proyectada hacia
atrás, a Joshua, como si él también hubiese enseñado el
fin del mundo. La parábola moralista de las diez
vírgenes, tan completamente diferente de sus parábolas
auténticas, fue puesta en su boca para enseñar la espera
vigilante del fin de la historia.
La apocalíptica se convirtió en el factor
interpretativo que lo penetraba todo en la historia de
Joshua ben Adam. Reconociendo esto, el
erudito alemán Kaseman acuñó esta famosa frase de una sola
línea: "La apocalíptica es la madre de toda la teología
cristiana". Como un cuco en el nido
cristiano, la apocalíptica echó fuera a Joshua ben Adam
y empolló una teología acerca de Jesús ben Parthenos.
Sin embargo, cuando examinamos los dichos centrales y las
parábolas de ben Adam, el reino del cual él habla no es un
reino futuro sino algo que ya está presente en medio de sus
oyentes. No hay conversación apocalíptica. Él declara que no
hay ninguna señal y ninguna demostración exterior que
anuncie su llegada. Silencioso como semilla que crece,
oculto como levadura que leuda la masa, el reino es una
realidad presente, dice Joshua, y los que responden a su
enseñanza ya están entrando en él.
En la auténtica voz de este hombre histórico, no hay ninguna
especulación sobre el fin del mundo o la vida después de la
muerte. Esto no quere decir que Joshua no creía en la vida
después de la muerte, sino que el hecho de que nosotros
miremos en esta dirección hace que no veamos el énfasis
entero de su enseñanza. Él no habla de la vida después de la
muerte, sólo de la vida antes de la muerte. En su
terminología, hallar la vida y entrar al reino son la misma
cosa.
La
apocalíptica - un ícono deshumanizante
Entonces como ahora, la apocalíptica es parte de una
religión que sacraliza el tiempo. Sabemos que el judaísmo
sacralizó un día de la semana, que ellos llamaban sábado. No
hay nada malo en que una comunidad ponga aparte un día para
el reposo y el desarrollo espiritual. Esa clase de
"descanso" puede ser muy provechoso. Sin embargo, el problema con el judaísmo y
algunas sectas cristianas es que el sábado se convirtió
en un ícono autoritario al cual el hombre debía servir,
en lugar de que el ícono sirviera al hombre (véase Mar.
2:27-28).
La apocalíptica sacraliza un tiempo
futuro, un gran sábado escatológico que
asume un control tremendo sobre las vidas humanas de las siguientes maneras:
1. La preocupación por el inminente fin del mundo está
acompañada por la especulación acerca de las "señales de los
tiempos" y las tablas cronológicas de los sucesos que
conducen al fin (The Great
Tribulation, Armageddon, Millenium, Marks of the Beast,
666, etc.).
2. Se convierte en una obsesión enfermiza,
deshumanizante, con el ícono religioso del tiempo. Puede
llegar a ser tan dominante que vivir en el futuro y para el
futuro devalúa el presente. Se convierte en una excusa para
no enfrentar las actuales responsabilidades y no aprovechar
las oportunidades. ("¿Para qué pulir el bronce de un barco
que se hunde?" "Este mundo está condenado". "No hay ninguna
esperanza", predica un cruzado por la naturaleza verde que
ansía un apocalipsis ambiental).
Si este Armagedón no está a punto de ocurrir, la gente
apocalíptica se desanima, se vuelve triste y desencantada.
Una secta cristiana hasta celebra un evento conocido como
"el gran chasco". Los fundadores de este grupo quedaron
devastados porque el fin del mundo no tuvo lugar según el
grupo lo predecía. Cuando descubrieron que tenían que seguir
viviendo aquí, fue un gran desengaño tener que asumir las
monótonas cargas de vivir en el aquí y ahora. En la iglesia
primitiva, algunos de hecho dejaron de trabajar para poder
estar listos para la "segunda venida".
En el tiempo de Joshua, los zelotes estaban tan engañados
por la apocalíptica que creían que podían precipitar el
ardiente diluvio escatológico por medio de una fanática
revuelta contra Roma. La apocalíptica sí precipitó el fin,
pero no el fin del mundo, sino el fin del estado judío,
primero en el año 70 d. C. y finalmente en la desastrosa
revuelta de ben Cochra en el año 130 d. C. La matanza fue
terrible. Todos los judíos sobrevivientes fueron expulsados
de su tierra para siempre so pena de muerte. Los líderes del
judaísmo, observando la devastación final, pronunciaron una
maldición sobre cualquiera que enseñara la apocalíptica
nuevamente.
Dentro de la "derecha cristiana" estadounidense, están los
zelotes apocalípticos de nuestro tiempo. Están absolutamente
confiados de lo que va a suceder y, por lo tanto, debe
ocurrir en el Oriente Medio como parte del escenario del fin
del tiempo. Su influencia política en los asuntos de
Palestina ha sido considerable. Su literatura interna habla
de "sangre hasta las bridas de los caballos" (tomado del
libro de Apocalipsis), y de hecho anhelan que se inicie la
batalla de Armagedón. Ellos también se pondrán tristes,
taciturnos, y desengañados al enterarse de que esta
conflagración final no está a la vuelta de la esquina, ni
siquiera en el horizonte. Y la sugerencia misma de que no
habrá ningún infierno ni hoguera para los impíos es
suficiente para ponerlos tan frenéticos como su mítico
infierno.
2. El otro lado de esta macabra
preocupación por los fuegos artificiales celestiales es
un abrumador interés personal por ir al cielo, ser
"salvos", y en la vida después de la muerte. Este
abrumador enfoque religioso en la vida en el más allá
devalúa gravemente la vida humana en el aquí y ahora.
3. La apocalíptica se caracteriza por una visión de Dios
extremadamente autoritaria. Dios es representado resolviendo
todos los problemas del mundo por medio de un solo acto de
irresistible intervención u omnipotente coerción. Aquí está
el orden vertical de dominio y sumisión en su peor
expresión. Esta clase de teísmo también se ha reflejado en
las peores características del occidente cristiano.
La apocalíptica judía que condujo al tiempo de Joshua ben
Adam desarrolló una visión elevada y extremadamente
autoritaria de la ley. Su visión de la historia también era
rígidamente de predestinación - una creencia en que el curso
de la historia está totalmente predestinado. Las mismas
características marcan la apocalíptica cristiana. Ésta
personifica una visión extremadamente autoritaria de la
Biblia, y su historia predestinada significa un universo
cerrado, sin ningún espacio en absoluto para una libertad
verdaderamente humana.
Ya sea que ésta es la visión de un Dios monárquico, la
autoridad absoluta dada a una Torá o la Biblia, o el
universo totalmente cerrado (predestinado), la apocalíptica
es la cúspide de un orden vertical construido
religiosamente.
La
revolución silenciosa de Joshua
Joshua ben Adam enseñaba que el
reino de Dios no viene ni en una demostración de fuerza
ni con señales que nos obliguen a creer.
Que su reino haya podido ser dejado de lado por una iglesia
triunfalista durante tanto tiempo es suficiente testimonio
de que los caminos de Dios no son impuestos arbitrariamente
a la humanidad. Siempre respetuoso de nuestro derecho a ser
humanos, él espera que trabajemos para hacer de la tierra un
lugar más humano.
Es difícil que los cristianos se
acostumbren a la idea de que Joshua ben Adam no hablaba
acerca del cercano fin del mundo. Cuando a
Winston Churchill se le preguntó si la invasión de Normandía
era el fin de la Segunda Guerra Mundial, dijo: "Este no es
el fin. No es ni siquiera el principio del fin. Sin embargo,
es el fin del principio".
Si la llegada de la conciencia humana marcó el comienzo de
la historia humana, quizás pueda ser útil ver a Joshua ben
Adam en términos del fin de ese comienzo humano. Por
consiguiente, la llegada de su reino marcaría el verdadero
comienzo de la verdadera historia humana.
¡Sin apocalíptica! ¡Ser libre en la niebla de Los Ángeles es
mejor que ser un zombie en algún paraíso apocalíptico!