EL ESCÁNDALO DE
JOSHUA BEN ADAM


PARTE 3

Robert D. Brinsmead, VERDICT, Julio de 1998

Traducido de Worldview 21


SIN DISCRIMINACIÓN

"Vino el Hijo del Hombre, que come y bebe, y decís: Este es un hombre comilón y bebedor de vino, amigo de publicanos y pecadores ..." (Luc. 7:34).

Esta declaración es una magnífica ilustración de la manera en que Joshua ben Adam usa su nombre. Es una afirmación de su solidaridad con todos los demás que son hijos e hijas de "Adán". Luego respalda con acciones apropiadas lo que está implícito en su nombre. Rechaza todas las distinciones reconocidas entre clases de personas - limpias e inmundas, justas y pecadoras, notables y don nadies, varones y mujeres.

Ben Adam se propuso desarmar la cultura de la discriminación mediante una variedad entera de dichos y acciones. Pero la pieza central de su estrategia era simple y asombrosamente efectiva. La mesa de comer era el escenario central de su misión. Así, pues, por dondequiera que ben Adam iba, comía y bebía de una manera nueva. Asombraba a todo el mundo. Algunas veces, las ocasiones eran comidas ordinarias. En otras, eran banquetes más reposados, donde los participantes se reclinaban mientras comían, de acuerdo con la costumbre contemporánea. Los acompañamientos de Joshua incluían a "muchos publicanos y pecadores" (Mar. 2:15, 16). Eran personas consideradas impuras o contaminadas, de acuerdo con la tradición religiosa.

Los discípulos de Joshua no estaban cómodos con esta escandalosa conducta. Es asombroso que, veinte años más tarde, cuando la iglesia se formó y estaba creciendo, los cristianos de Jerusalén no estuviesen preparados para comer con gente "incircuncisa". Hasta Pedro, el principal apóstol, se abstuvo de comer con "incircuncisos" cuando sus hermanos de Jerusalén llegaron a Antioquia (Hech. 15:1-2, Gál. 2:11-14).

Los hábitos de ben Adam en la mesa eran tan centrales para su modus operandi que los autores del Nuevo Testamento no pudieron dejar de mencionarlos, pero suavizaron el escándalo poniéndolo en el contexto de que Joshua hacía todo esto como parte de su misión para rescatar pecadores. Esta clase de condescendencia apadrinadora no acierta con el punto principal de Joshua.

Co
n nuestra conducta más relajada e igualitaria, es difícil para nosotros los occidentales apreciar lo que significaba comer juntos en la cultura oriental de Joshua. Significaba aceptación mutua, perdón, compartir la vida juntos, en un sentido profundamente religioso.

La religión de Israel se distinguía por un muy complicado código de pureza o santidad. La esencia de la santidad era estar separado así como Dios estaba separado y diferenciado de todo objeto o toda cosa.

Israel se consideraba llamado a ser separado, diferente, y por encima de todos los otros pueblos. El código de "santidad" era una manera de alcanzar eso y mantener la posición especial de la nación y su sentido de identidad. En la etimología de su idioma hebreo, la palabra contaminado significaba algo ajeno, extraño, o extranjero.

Había niveles de pureza y contaminación. Por ejemplo, las mujeres eran más impuras que los hombres, y el nacimiento de una hija aislaba a la madre con su impureza por mucho más tiempo de lo que habría sido si hubiese tenido un hijo varón. Los cortes en la piel y graves sarpullidos en la piel, como psoriasis, eran llamados lepra y hacían que el que lo sufría fuera declarado impuro.

En el estado más elevado de limpieza o pureza, una persona sería íntegra o saludable. Los enfermos eran más impuros. Los ricos eran más impuros que los pobres. Los instruidos que conocían la Torá eran mucho más puros que los ignorantes que no la conocían.

Los goyim (gentiles o no judíos), siendo incircuncisos, eran muy impuros. Desafortunadamente, algunos del pueblo del propio Joshua eran tan pobres que no podían darse el lujo de hacer que sus hijos fuesen circuncidados, así que todos ellos eran tratados como goyim.

El código de pureza prohibía participar en la mesa en compañía de personas impuras. Hacerlo era aceptar y compartir esa impureza. Cualquiera que tuviera algún respeto a ser puro y permanecer puro a los ojos de Dios - y, por supuesto, a los ojos de sus iguales - no pensaría en comer por debajo de su propio "orden de picoteo" de pureza. Esto incluía a las mujeres. Ellas sólo podían servir en banquetes.

Así, pues, más que cualquier otra cosa, era en la mesa donde se comía y se bebía donde se hacía cumplir todo el "orden de picoteo" de la sociedad de Joshua. La discriminación humillaba a los que estaban en el fondo de la sociedad tanto como deshumanizaba a los que estaban en la cima. Por medio de su camaradería no discriminatoria en la mesa, Joshua quería decir que estaba haciendo a un lado el código de santidad. Estaba deshaciendo todas las categorías aceptadas de vergüenza y honor.

El código de pureza estaba en el corazón de la identidad propia de Israel. En estas leyes que separaban a los puros de los impuros, Israel se separó a sí mismo de otros pueblos. Por consiguiente, ritualizó su posición de nación favorecida.

¡La religión es la sacralización de la propia identidad! 

Ben Adam no sólo estaba subvirtiendo algunas costumbres. Promocionar su clase de igualitarismo en una sociedad jerárquica donde el tres por ciento de las personas en la cima seguramente defenderían su posición era ya bastante peligroso. Pero ben Adam estaba subvirtiendo la posición entera de Israel como nación favorecida y su egoísta sentido de identidad. Todo esto en nombre de ben Adam. Sus reuniones donde daba la bienvenida a un disturbio de humana diversidad eran más divertidas que la compañía de clones sectarios.

SIN RELIGIÓN

"El Hijo del Hombre es señor aun del día de reposo" (Mar. 2:28).

El nombre de ben Adam no sólo da a Joshua solidaridad con todos, sino que le da autoridad sobre todas las cosas. Hacer a un lado el código de pureza como lo hace Joshua ya es bastante audaz, pero declarar que tiene autoridad sobre el sábado parece impresionante. El sábado es la señal y el sello del pacto de Israel con Dios; es el corazón de los Diez Mandamientos. Si Joshua, el ser humano, reclama tener autoridad para hacer a un lado las leyes sabáticas para satisfacer las necesidades humanas, entonces todo el que sea un ser humano tiene autoridad sobre la totalidad de la Torá o las Sagradas Escrituras. (Véase Mat. 5:33-39).

A diferencia de los profetas antes de él, ben Adam no afirma tener autoridad diciendo: "Así ha dicho el Señor ...", ni declara como Billy Graham: "La Biblia dice ...". Ben Adam no es un shaman ni un místico que actúa en base a visiones o voces de Dios en la mente bicameral. Todas las invocaciones a alguna autoridad religiosa están conspicuamente ausentes de ben Adam. ¡La única autoridad que invoca es la autoridad de ser un ser humano!

Cuando miramos el contexto del dicho de Joshua relativo al sábado y citado arriba, es claro que está reinterpretando el relato de la creación.

"Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra ... y les dijo ... señoread sobre ... toda cosa viviente". (Génesis 1:27, 28).

Durante todo el Antiguo Testamento, Dios nos prohibe estrictamente que nos hagamos cualquier imagen de él mismo. Nos prohibe absolutamente que usemos cualquier cosa en el reino de la naturaleza - ya sean árboles, rocas, animales, estrellas, montañas, templos - para hacer íconos del Dios invisible. Sólo Dios ha dado la sola imagen de sí mismo, y esa es el ser humano viviente, varón y hembra.

Junto con el monoteísmo, ésta es la más asombrosa revelación del Antiguo Testamento. Es una revelación que ben Adam acepta y sobre la cual actúa. Se da cuenta de que Dios le ha conferido, como ser humano, el más grande honor, la más alta posición y dignidad posibles: "Le has hecho [al hombre] poco menor que los ángeles, y le coronaste de gloria y honra. Le hiciste señorear sobre las obras de tus manos; todo lo pusiste debajo de sus pies" (Sal. 8:5, 6).

Cuando ben Adam rechaza todos y cada uno de los títulos de honor que los hombres ofrecen conferirle, lo hace consciente de quién es en virtud de ser ben Adam, el ser humano.

Supongamos que al príncipe de Gales se le ofreciera el título de caballero o lord del área, ¿lo aceptaría? Difícilmente, porque él ya tiene una posición muy por encima de esos honores, en virtud de que es el hijo de la casa real de Windsor. Así, pues, ben Adam es consciente de que ser un ser humano le confiere el status más elevado, la dignidad y la autoridad más altas que es posible tener.

Sin embargo, la religión hace íconos sagrados de cosas como tiempos especiales (el sábado), lugares (montañas, templos, Jerusalén, Roma), árboles, rocas, el agua, el fuego, vestimentas, rituales, credos, libros, ríos, estrellas, pan). Difícilmente habrá algo que no haya sido convertido en un ícono sagrado en alguna parte o de alguna manera. La religión sacraliza la naturaleza, ya sea en su totalidad (como en las antiguas religiones que adoraban la naturaleza o con los modernos parques) o en parte (como en el judaísmo y el cristianismo).

Cualquiera que pueda ser la cosa sacralizada, se supone que funciona como mediadora de la presencia de Dios (espíritu). Algunos creen que hallarán a Dios en la observancia de un día sagrado. Otros piensan que el lugar para hacer contacto con lo divino es un lugar sagrado, como Jerusalén, Lourdes, o alguna otra "montaña sagrada". Otros más quieren sentir la cercanía de Dios en un rito o una ordenanza religiosa. Algunos se imaginan que Dios media a favor de ellos bien al comer algún alimento sagrado o al no comer ninguno en absoluto (ayuno). Luego hay la religión de "la Biblia solamente", en la cual los adoradores confían en hallar a Dios en un libro.

Parece que, en algún momento, en alguna parte, todo ha sido sacralizado, excepto el hombre. La humanidad ha sido sacrificada a los íconos de la religión. Los íconos hacen que la sumisión y la esclavitud al orden vertical se conviertan en un deber sagrado.

Consciente de su dignidad y autoridad en virtud de ser un ser humano, ben Adam pone todo de cabeza. Desacraliza todo - tiempos, lugares, ritos, altares, jerarquías, tradiciones - excepto los hombres y las mujeres ordinarios que llevan la imagen de Dios. Pone todo de vuelta bajo los pies de los seres humanos. La religión, la ley, la Escritura, todo debe servir a ellos, no ser servidos por ellos.

Joshua ben Adam no asumía una personalidad religiosa. En el espíritu de los profetas del Antiguo Testamento, no defendía el ayuno religioso ni apoyaba los sacrificios en el templo. (Compárese Luc. 5:33 con Isa. 58:3-8, Mat. 12:7 e Isa. 1:11-17). No bautizaba. No predicaba de la Biblia, aunque podía usarla creativamente para sus propios fines. Rechazaba las oraciones largas o repetitivas. Hacía a un lado el código de pureza con respecto a los alimentos, el lavado de las manos, la interacción con las mujeres, y el tocar a los leprosos. Declaró su soberanía sobre el sábado y, por inferencia, la totalidad de la Torá o las sagradas escrituras. Y hacía todo esto en solidaridad con todos nosotros porque era el hijo de Adán.

Siendo guardianas del orden vertical,
las autoridades religiosas respondieron condenando a Joshua por blasfemia, es decir, por ser anti-religioso. El sumo sacerdote razonó que era mejor que un hombre muriese que permitir que el sistema entero se derrumbase. (Juan 11:50).

Digresión sobre el evangelio libre de la ley en Pablo

Según el evangelio de Marcos, los apóstoles eran tan lerdos que nunca entendieron las palabras ni las acciones de Joshua ben Adam hasta el mismo y amargo fin. Dieron pocas señales de haber entendido el mensaje de Joshua sobre la libertad humana ni siquiera después de la pascua.

La primera iglesia de Jerusalén donde los apóstoles presidían se retiró por completo al conservadurismo, al estar completamente en desacuerdo con Joshua ben Adam. Veinte años después, eran renuentes a comer con incircuncisos.  (Hech. 11:3; Gál. 2:11-14). Todavía vivían estrictamente de acuerdo con los códigos religiosos del judaísmo. Se sintieron espantados por los rumores de que Pablo permitía que los conversos judíos de la dispersión se olvidaran de Moisés y las costumbres judías. (Hech. 21:22-24).

La persona que más se acercó a reflejar la libertad de religión de Joshua fue Pablo. Estaba tan adelantado al resto que la iglesia en general nunca captó realmente su evangelio libre de la ley. Hasta los reformadores protestantes, que tomaron su inspiración de Pablo, sólo juguetearon en los bordes de esta idea liberadora.

La pieza central de la enseñanza de Pablo, al menos en Romanos y Gálatas, es un argumento bastante complicado sobre la "justificación por la fe sin las obras de la ley". Contrariamente a la interpretación popular de este artículo en el cristianismo occidental, el verdadero énfasis en su extenso argumento histórico y legal no es mostrar a las personas cómo ser salvas o hallar a un Dios lleno de gracia. Pablo sabía cómo dar una respuesta directa y sencilla a esa cuestión.

El problema que Pablo tenía que dilucidar era una iglesia gravemente dividida entre cristianos judíos y cristianos gentiles. Los cristianos judíos continuaban viviendo de acuerdo con sus antiguas costumbres (la circuncisión, el sábado y alimentos kosher eran los tres grandes). Creían que los cristianos gentiles debían vivir de la misma manera. Por ejemplo, los cristianos gentiles de Roma no consideraban sagrado ningún día y comían cualquier clase de alimento. (Véase Romanos 14). Creían que los cristianos judíos debían vivir como ellos. Cada lado se inclinaba a juzgar y a no aceptar al otro.

En su carta a la iglesia de Roma, Pablo no le dice a ninguna de las dos partes que cambie sus prácticas religiosas. Su línea de ataque es demostrar que las prácticas religiosas de ellos son irrelevantes. "No hay ninguna diferencia", declara en Romanos 3:22; 10:12). La justificación - la preciada posición de una persona que hace lo que es correcto - es por fe sin las obras de la ley; es decir, sin las prácticas de la religión judía. Con una sencilla extrapolación, esto significa sin las prácticas de ninguna religión. Ya sea a los ojos de Dios o de la comunidad, las diferencias religiosas no cuentan. "No hay diferencia". Sólo importan las personas. (Véase 1 Corintios 9:19-22).

En su carta a los gálatas, Pablo explica cómo la ley fue dada a Israel como un profesor es dado a los niños. Ser gobernados por la ley o la escritura - razona - es como estar en la cárcel o la prisión. Pero, ahora que Cristo nos ha libertado, "ya no estamos bajo la supervisión de la ley" (Gál. 3:19-25; 4:1-22). No hay ninguna obediencia esclava a códigos escritos, documentos escritos, ni cartas escritas. No hay ningún biblicismo. (Efe. 2:15; 2 Cor. 3; Rom. 7:6, etc. Pablo considera las palabras ley y escritura indistintamente. En el griego contemporáneo no bíblico, la palabra nomos (ley) también significaba religión.

Por lo tanto, libertad de la ley en Pablo conlleva la idea de ser libre de la religión y una adhesión esclava a la Escritura. Los reformadores nunca entendieron a Pablo a este nivel, así que eran tan intolerantes y autoritarios como Roma.

Señor de la danza

Como Joshua ben Adam antes de él, Pablo es ambivalente hacia las prácticas religiosas. En su epístola a los Romanos, es indulgente y tolerante. En su epístola a los Gálatas, es inflexible en su crítica. ¿Por qué la diferencia?

Las festividades y ritos religiosos de las tribus hebreas no eran diferentes de los ritos, las danzas y las festividades de las tribus africanas, malayas, australianas o de cualquier otra tribu. En su mayor parte, eran alegres festividades donde se danzaba, se comía y se bebía. De esta manera, celebraban sus relatos fantásticos, y contaban sus victorias y derrotas. La simplificación, la exageración y el embellecimiento de los relatos eran necesarios, como es necesario en todo espectáculo popular.

Junto con las festividades rituales, la mayor parte del Antiguo Testamento es canción, poesía, y relatos populares. Mucho de él se cantaba o se recitaba en los dramas festivos. (El libro de Job es también poesía, como un gran drama de Shakespeare. La cuestión de la historicidad de los personajes es absolutamente irrelevante al mensaje del drama. Jonás es una sátira muy aguda del nacionalismo judío). En este tipo de literatura hay un elemento imaginativo y juguetón.

Es el literalismo atroz y sin gracia del occidente cristiano lo que volvió chapucero y encerró bajo llave el verdadero significado del Antiguo Testamento. Es tan tonto como si alguien descubriera la obra El Progreso del Peregrino, de Bunyan, y luego la sometiera a un análisis literal.

Las tribus cristianas también tienen sus danzas religiosas. No todos danzan al mismo son, y los ritos varían un poco. El Marcos del Nuevo Testamento probablemente fue escrito para lecturas rituales en reuniones cristianas. Mateo, con su estructura precisa de cinco discursos para imitar los cinco libros de Moisés, era obviamente un drama compuesto al estilo de Shakespeare. El libro de Apocalipsis es drama puro, material ridículo si se interpreta seriamente. No todos los autores o grupos gustaban de los guiones de los otros grupos tampoco. Había algunos detalles contradictorios y diferencias de interpretación. Cuando, cientos de años más tarde, los guiones que competían fueron llamados Sagradas Escrituras, se impidió toda esperanza de leerlos inteligentemente.

Las tribus cristianas han sido como tribus primitivas que se mofan de la danza de la otra tribu, y viceversa. Lo que se suponía era una "teología de juego" se convirtió en una sangrienta danza guerrera. La eucaristía (dar gracias), el bautismo, las lecturas bíblicas y el resto se convirtieron en danzas guerreras de tribus cristianas que van al combate la una contra la otra.

¿Cómo se relaciona todo esto con interpretar a Pablo o a Joshua? Si las prácticas religiosas no son nada más que celebraciones que sirven a la gente en la compañía y la libertad de seres humanos, entonces, "no hay ninguna diferencia". Cuando se convirtieron en íconos impuestos que exigían rendir la libertad humana, Pablo les dijo sarcásticamente a los hombres que se sometían a la circuncisión ¡que se cortaran todo! (Gál. 5:12). Joshua ben Adam diría que, puesto que la danza era para la gente, el ser humano es Señor de la danza. (Mar. 2:27, 28). ¡Más divertido que la castración!

NO APOCALÍPTICO

"El reino de Dios no viene con señales observables; ni se dirá: 'Helo aquí' o 'helo allí', porque he aquí el reino de Dios está entre vosotros" (Luc. 17:20, 21).

Estas palabras de Joshua ben Adam son asombrosas por su originalidad. Se mofan de lo que todo el mundo esperaba en su sociedad. Son notablemente diferentes del lenguaje y los conceptos del movimiento cristiano primitivo.

La gente de los días de Joshua esperaba un reino futuro. Esperaba un inminente e ígneo fin del mundo, cuando el pueblo de Dios fuera liberado y sus enemigos fuesen destruidos. Se creía que este fin catastrófico del mundo sería precedido por espectaculares señales y presagios, como el sol brillando de noche y las estrellas cayendo del cielo. (2 Esdras 5:4-5). Esta clase de expectación y creencia es llamada apocalíptica.

Como forma predominante de pensamiento literario, la apocalíptica floreció desde más o menos 200 a. C. hasta 130 d. C. Surgió cuando Israel sufría la amenaza de extinción bajo el dominio de un poder extranjero y hostil. Se pensaba que Dios había dejado que la tierra fuese gobernada por potencias gentiles que asolaban el mundo en forma de leones, osos, leopardos e indescriptibles bestias de presa (véase Daniel 7), pero que esto sería permitido por un tiempo. Luego, el reino de Dios destruiría de repente a estos enemigos opresores y libraría a su pueblo en un acto final de poder coercitivo.

En los días de Joshua, las expectativas apocalípticas estaban al rojo vivo. El Nuevo Testamento dice que "todos estaban expectantes". La gente estaba en puntas de pie, vigilantes, esperando ver señales y prodigios que anunciasen del fin. Juan Bautista también creía en la apocalíptica. Hablaba del día inminente de ira que "quemaría la cizaña con fuego que no se podía apagar".

Los discípulos de Joshua también eran incurablemente apocalípticos. Esperaban señales del fin del mundo. Nunca abandonaron la idea. La muerte de Cristo y su resurrección fue interpretada por Pablo y otros como un evento del fin del mundo, la primera de dos etapas del fin del mundo.

La creencia apocalíptica fue proyectada hacia atrás, a Joshua, como si él también hubiese enseñado el fin del mundo. La parábola moralista de las diez vírgenes, tan completamente diferente de sus parábolas auténticas, fue puesta en su boca para enseñar la espera vigilante del fin de la historia.

La apocalíptica se convirtió en el factor interpretativo que lo penetraba todo en la historia de Joshua ben Adam. Reconociendo esto, el erudito alemán Kaseman acuñó esta famosa frase de una sola línea: "La apocalíptica es la madre de toda la teología cristiana". Como un cuco en el nido cristiano, la apocalíptica echó fuera a Joshua ben Adam y empolló una teología acerca de Jesús ben Parthenos.

Sin embargo, cuando examinamos los dichos centrales y las parábolas de ben Adam, el reino del cual él habla no es un reino futuro sino algo que ya está presente en medio de sus oyentes. No hay conversación apocalíptica. Él declara que no hay ninguna señal y ninguna demostración exterior que anuncie su llegada. Silencioso como semilla que crece, oculto como levadura que leuda la masa, el reino es una realidad presente, dice Joshua, y los que responden a su enseñanza ya están entrando en él.

En la auténtica voz de este hombre histórico, no hay ninguna especulación sobre el fin del mundo o la vida después de la muerte. Esto no quere decir que Joshua no creía en la vida después de la muerte, sino que el hecho de que nosotros miremos en esta dirección hace que no veamos el énfasis entero de su enseñanza. Él no habla de la vida después de la muerte, sólo de la vida antes de la muerte. En su terminología, hallar la vida y entrar al reino son la misma cosa.

La apocalíptica - un ícono deshumanizante

Entonces como ahora, la apocalíptica es parte de una religión que sacraliza el tiempo. Sabemos que el judaísmo sacralizó un día de la semana, que ellos llamaban sábado. No hay nada malo en que una comunidad ponga aparte un día para el reposo y el desarrollo espiritual. Esa clase de "descanso" puede ser muy provechoso. Sin embargo, el problema con el judaísmo y algunas sectas cristianas es que el sábado se convirtió en un ícono autoritario al cual el hombre debía servir, en lugar de que el ícono sirviera al hombre (véase Mar. 2:27-28).

La apocalíptica sacraliza un tiempo futuro, un gran sábado escatológico que asume un control tremendo sobre las vidas humanas de las siguientes maneras:

1.  La preocupación por el inminente fin del mundo está acompañada por la especulación acerca de las "señales de los tiempos" y las tablas cronológicas de los sucesos que conducen al fin (The Great Tribulation, Armageddon, Millenium, Marks of the Beast, 666, etc.).

2.  Se convierte en una obsesión enfermiza, deshumanizante, con el ícono religioso del tiempo. Puede llegar a ser tan dominante que vivir en el futuro y para el futuro devalúa el presente. Se convierte en una excusa para no enfrentar las actuales responsabilidades y no aprovechar las oportunidades. ("¿Para qué pulir el bronce de un barco que se hunde?" "Este mundo está condenado". "No hay ninguna esperanza", predica un cruzado por la naturaleza verde que ansía un apocalipsis ambiental).

Si este Armagedón no está a punto de ocurrir, la gente apocalíptica se desanima, se vuelve triste y desencantada. Una secta cristiana hasta celebra un evento conocido como "el gran chasco". Los fundadores de este grupo quedaron devastados porque el fin del mundo no tuvo lugar según el grupo lo predecía. Cuando descubrieron que tenían que seguir viviendo aquí, fue un gran desengaño tener que asumir las monótonas cargas de vivir en el aquí y ahora. En la iglesia primitiva, algunos de hecho dejaron de trabajar para poder estar listos para la "segunda venida".

En el tiempo de Joshua, los zelotes estaban tan engañados por la apocalíptica que creían que podían precipitar el ardiente diluvio escatológico por medio de una fanática revuelta contra Roma. La apocalíptica sí precipitó el fin, pero no el fin del mundo, sino el fin del estado judío, primero en el año 70 d. C. y finalmente en la desastrosa revuelta de ben Cochra en el año 130 d. C. La matanza fue terrible. Todos los judíos sobrevivientes fueron expulsados de su tierra para siempre so pena de muerte. Los líderes del judaísmo, observando la devastación final, pronunciaron una maldición sobre cualquiera que enseñara la apocalíptica nuevamente.

Dentro de la "derecha cristiana" estadounidense, están los zelotes apocalípticos de nuestro tiempo. Están absolutamente confiados de lo que va a suceder y, por lo tanto, debe ocurrir en el Oriente Medio como parte del escenario del fin del tiempo. Su influencia política en los asuntos de Palestina ha sido considerable. Su literatura interna habla de "sangre hasta las bridas de los caballos" (tomado del libro de Apocalipsis), y de hecho anhelan que se inicie la batalla de Armagedón. Ellos también se pondrán tristes, taciturnos, y desengañados al enterarse de que esta conflagración final no está a la vuelta de la esquina, ni siquiera en el horizonte. Y la sugerencia misma de que no habrá ningún infierno ni hoguera para los impíos es suficiente para ponerlos tan frenéticos como su mítico infierno.

2. El otro lado de esta macabra preocupación por los fuegos artificiales celestiales es un abrumador interés personal por ir al cielo, ser "salvos", y en la vida después de la muerte. Este abrumador enfoque religioso en la vida en el más allá devalúa gravemente la vida humana en el aquí y ahora.

3. La apocalíptica se caracteriza por una visión de Dios extremadamente autoritaria. Dios es representado resolviendo todos los problemas del mundo por medio de un solo acto de irresistible intervención u omnipotente coerción. Aquí está el orden vertical de dominio y sumisión en su peor expresión. Esta clase de teísmo también se ha reflejado en las peores características del occidente cristiano.

La apocalíptica judía que condujo al tiempo de Joshua ben Adam desarrolló una visión elevada y extremadamente autoritaria de la ley. Su visión de la historia también era rígidamente de predestinación - una creencia en que el curso de la historia está totalmente predestinado. Las mismas características marcan la apocalíptica cristiana. Ésta personifica una visión extremadamente autoritaria de la Biblia, y su historia predestinada significa un universo cerrado, sin ningún espacio en absoluto para una libertad verdaderamente humana.

Ya sea que ésta es la visión de un Dios monárquico, la autoridad absoluta dada a una Torá o la Biblia, o el universo totalmente cerrado (predestinado), la apocalíptica es la cúspide de un orden vertical construido religiosamente.

La revolución silenciosa de Joshua

Joshua ben Adam enseñaba que el reino de Dios no viene ni en una demostración de fuerza ni con señales que nos obliguen a creer. Que su reino haya podido ser dejado de lado por una iglesia triunfalista durante tanto tiempo es suficiente testimonio de que los caminos de Dios no son impuestos arbitrariamente a la humanidad. Siempre respetuoso de nuestro derecho a ser humanos, él espera que trabajemos para hacer de la tierra un lugar más humano.

Es difícil que los cristianos se acostumbren a la idea de que Joshua ben Adam no hablaba acerca del cercano fin del mundo. Cuando a Winston Churchill se le preguntó si la invasión de Normandía era el fin de la Segunda Guerra Mundial, dijo: "Este no es el fin. No es ni siquiera el principio del fin. Sin embargo, es el fin del principio".

Si la llegada de la conciencia humana marcó el comienzo de la historia humana, quizás pueda ser útil ver a Joshua ben Adam en términos del fin de ese comienzo humano. Por consiguiente, la llegada de su reino marcaría el verdadero comienzo de la verdadera historia humana.

¡Sin apocalíptica! ¡Ser libre en la niebla de Los Ángeles es mejor que ser un zombie en algún paraíso apocalíptico!



Prefacio | Introducción |  2  |  4  | |

Sección de Libros 1

Index1