William Miller
EL EXTRAÑO ERROR
DE WILLIAM MILLER
DAYS OF DELUSION
-
A STRANGE BIT OF HISTORY
Clara Endicott Sears, 1924
Traducido
INTRODUCCIÓN
Los meteorólogos
registran las perturbaciones atmosféricas, así como las
alteraciones eléctricas, las olas de frío, las olas de calor,
las corrientes magnéticas, y otras fuerzas invisibles que
influyen en la naturaleza física del hombre, como hechos
científicos. Hay también científicos que están descubriendo e
interpretando los misterios de las ondas sonoras, las ondas
luminosas, y las ondas de radio, y su influencia directa en el
bienestar del hombre.
¿Descubrirán algún
día que muy lejos detrás de todos estos fenómenos maravillosos
sopla una fuerza de vibraciones infinitamente más raras, más
tenues, más rápidas que, bajo ciertas condiciones, afecta
directamente los aspectos mental y espiritual de la naturaleza
del hombre, empujándolo a actividades extremas y hasta
sobrenaturales, así como anormales?
Esto explicaría esos
extraños períodos en la historia en que genios, poetas,
reformadores, oradores, idealistas, reavivadores, así como
todos aquéllos a los que el mundo llama "chiflados", surgen
súbitamente en todas partes, cada uno respondiendo a su
capacidad individual y a su grado de desarrollo, como si
estuviera bajo el embrujo de una agitación irresistible.
En tales épocas,
algunos alcanzan grandes alturas en el pensamiento. Algunos
son movidos a acciones heroicas; naturalezas puras y altamente
sensibles repudian el mundo y sus placeres, y sus
pensamientos, yendo más allá del velo de la carne, se adentran
en las regiones del espíritu. Hay también entusiastas que se
aventuran lejos del sendero trillado del pensamiento y quedan
enredados en laberintos de su propia hechura. Éstos son
aparentemente gente sensible que de repente acepta teorías
absurdas, se convierten en fanáticos, y corren de aquí para
allá proponiendo extravagancias. Se pueden oír las voces de
oradores, predicadores, estadistas, exhortando a las masas
emotivas. Hay personas respetables y bien intencionadas,
aunque de visión limitada, que se vuelven histéricas. Algunas
de ellas hasta enloquecen.
Así como el viento
arranca acordes de trascendente belleza de las cuerdas de
algunas arpas eólicas, otras, que carecen de resonancia,
producen sólo discordancias. Así las mentes y las almas de
hombres y mujeres reaccionan en proporción inversa a las
corrientes subterráneas de la agitación mental y espiritual.
Tales períodos vienen
y van misteriosamente. Las páginas de la historia están
tachonadas de ellos. Regresarán una y otra y otra vez mientras
haya seres humanos que pueblen la tierra. Están marcados por
un impulso vital que los mueve a separarse de las condiciones
existentes. Prevalecen la inquietud y un sentido de cambio.
Hay un esforzarse hacia arriba en pos de ideales que parecen
inalcanzables; el público en general es excitado y sacudido
incontables veces. Algo invisible e intangible lo posee.
La cresta de una ola
semejante a ésta fue alcanzada en 1843 y 1844 por algunos de
los que todavía viven. Fue un tiempo en el que las corrientes
invisibles encontraron salida a través de innumerables tipos
de personalidades. La reverberación causada por los inspirados
pronunciamientos públicos de los labios de hombres ahora
famosos resonó a lo largo y a lo ancho de la tierra. Daniel
Webster, Wendell Philips, Garrison, Emerson, y nuestros poetas
Whittier y Longfellow, y otros de ese notable grupo
proyectaban poderosos destellos de luz como si súbitamente
hubiesen sido iluminados desde adentro. El trascendentalismo
era predominante. Brotaban nuevas sectas como maleza en todas
direcciones. Había inquietud en las iglesias. Los Unitarios ya
habían abandonado la Iglesia Congregacionalista; ahora los
Universalistas estaban abandonando la denominación Bautista.
Éstos eran conocidos como "Los que salen". Todo esto estaba
causando mucha excitación y discusión. Theodore Parker había
dejado la fe Unitaria y estaba llenando a capacidad el
templo de Tremont en Boston. Cientos de personas no pudieron
entrar para oírle disertar sobre sus radicales puntos de vista
acerca de la religión. En medio de toda esta confusión de
ideas, se oyó una voz que venía de los distritos rurales.
Débil y poco clara al principio, pero aumentando
constantemente de volumen, esta voz anunciaba la
estridente advertencia: "¡He aquí, el fin de todas las cosas
está a las puertas!". Las crédulas masas hicieron una pausa y
escucharon con pálidos rostros.
"¿Quién dice eso?",
preguntaron de soslayo. "Un hombre llamado William Miller",
contestó alguien. "Lo llaman el 'profeta Miller'; y va de
aldea en aldea y de pueblo en pueblo y miles acuden a
escucharlo".
"¿Quién es él?"
"Bueno, es un
granjero, nacido en Pittsfield, Massachusetts. Parece que
vivió por algunos años en Poultney, Vermont, pero ahora vive
en Low Hampton en el estado de New York. Dicen que es un
hombre sincero, y parece saber de lo que está hablando. Dice
que el día del juicio ha llegado y que la tierra va a arder
como un pergamino, con todos los malvados que viven en ella.
Está advirtiendo a la gente que deben despertar y ver lo que
viene".
Algunos se encogieron
de hombros y se rieron burlonamente. Otros se pusieron serios.
Otros más se fueron a su casa nerviosos y preocupados.
No tardó mucho la
profecía en difundirse. Parecía encajar con los tiempos. De
una aldea rural a otra, la palabra se esparció como una lengua
de fuego hasta que alcanzó a las ciudades, y entonces ya no
pudo ser ignorada. Cientos, y en algunos lugares, miles de
personas cayeron bajo su influencia. No sólo los ignorantes,
sino también hombres y mujeres con mentes equilibradas y
anterior sano juicio, corrían sin aliento de aquí para allá,
algunos aterrorizados, otros regocijados, observando y
esperando que los cielos se abrieran y que apareciera el
Salvador en nubes de gloria. El clero de todas las
denominaciones se vio obligado a predicar vehementes sermones,
a escribir y distribuir folletos, y a sostener reuniones en un
intento de detener la marea de tendencias fanáticas que
demasiado evidentemente estaban listas a saltar y extenderse
por todas partes al darse a conocer los intrincados cálculos e
interpretaciones de William Miller acerca de las profecías
bíblicas, así como sus métodos de descifrar los símbolos del
sueño del rey Nabucodonosor y las profecías de Daniel y de
Juan, incluyendo los misterios de "la bestia de los diez
cuernos", "el carnero y el macho cabrío", "el cuerno pequeño",
y "la bestia que salía del mar, que tenía siete cabezas", y
"el cuerno que hablaba grandezas".
En su biografía de
James Freeman Clarke, Edward Everett Hale dice: "Mientras
tanto, la idolatría hacia la letra de la Escritura dio
legítimo fruto en la proclamación de William Miller de que el
mundo terminaría en el año de 1843, en o cerca del 20 de
marzo. En especial, los instintos matemáticos de Nueva
Inglaterra miraron con aprobación las sumas y las restas de
las cifras que se encontraban en el Libro de Daniel y el
Apocalipsis las cuales, comenzando por las fechas de la
Historia de Rollin, salieron nítidamente de acuerdo con el
calendario más antiguo a principios de 1843".
El Reverendo Abel C.
Thomas, en su "Autobiografía" (publicada en 1852), dice:
"Requirió análisis y la refutación de todas y cada una de las
ramas de la idea, incluyendo tanto sus principios como los
detalles de la cronología, para detener el progreso del
engaño. A pesar de las multiformes demostraciones de la
falsedad de la idea, hubo multitudes que se aferraron a ella
hasta que el tiempo hizo estallar el último subterfugio de la
modificación".
Sin embargo, no debe
suponerse que William Miller y sus seguidores eran los únicos
que estaban bajo la influencia de una indebida agitación. 1843
fue también un año de gran reavivamiento entre los Cuáqueros.
Ancianos y ancianas, hermanos y hermanas, todos descubrían
poderes mediumísticos en sí mismos, conversaban constantemente
con los que llevaban largo tiempo muertos, y con profetas,
mártires, y personajes bíblicos, aún durante reuniones
públicas. Con frecuencia, la exaltación que se acompañaba
resultaba en demostraciones extremas de histeria. Emerson, que
escribió un artículo en el Dial
en julio de ese mismo año sobre la "Convención de los Amigos
de la Reforma Universal", dice de esa reunión: "Si bien la
reunión fue desordenada, fue también pintoresca. Los
Chiflados, Las Chifladas, Los Barbudos, Los Que Sumergen, Los
Muggletonianos, Los Que Salen, Los Quejumbrosos, Los Agrarios,
Los Bautistas del Séptimo Día, Los Cuáqueros, Los
Abolicionistas, Los Calvinistas, Los Unitarios, y Los
Filósofos -- todos subieron sucesivamente a la cúspide".
Es más bien
impresionante notar en el comentario de Margaret Fuller Ossoli
sobre esta ocasión: "En medio de todos estos incultos
evangelistas", escribe, "iba y venía la calmada figura de
Emerson, tranquilo e imperturbable". [Thomas Wentworth
Higginson, Life of Margaret
Fuller Ossoli].
Nuevamente,
refiriéndose a este período, Octavius Brooks Frothingham habla
de él en su biografía de Theodore Parker como"una notable
agitación mental", y añade que "no parecía comunicarse o
extenderse por contagio; era más bien una experiencia
intelectual producida por alguna causa latente en el aire".
Ninguna clase especial de personas era afectada por ella.
Mientras en Boston el pequeño grupo de trascendentalistas --
Channing, Ripley, Margaret Fuller, Emerson, Alcott, Hedge,
Parker -- discutían los problemas de filosofía en el Tremont
House y otros lugares, los granjeros del campo y la gente
sencilla de Cape Cod estaban tan llenos del nuevo espíritu
como ellos".
Fueron los granjeros
del campo los primeros en responder al llamado de advertencia
de William Miller. Sin embargo, este llamado pronto se
extendió a los centros industriales y a los comerciantes,
hasta que finalmente algunos de cada una de las clases se
contaron entre sus seguidores.
Pero no debe
suponerse que la parte de su profecía que tenía que ver con la
Segunda Venida de nuestro Señor en nubes de gloria pertenecía
exclusivamente a William Miller en aquel tiempo. Un judío
convertido en Palestina, llamado Joseph Wolff, que era bien
conocido en Inglaterra, predecía que el Advenimiento ocurriría
en 1847, pero su teoría en relación con el Advenimiento
difería completamente de la de nuestro profeta de Nueva
Inglaterra, por cuanto él afirmaba que el Salvador aparecería
desde el Monte de los Olivos, entraría a Jerusalén, y reinaría
allí por mil años sobre las doce tribus de Israel. Estaba
también la hermosa pero excéntrica Harriet Livermore, hija de
un miembro del Congreso de Massachusetts, y uno de los
personajes representados en el poema de Whittier "Snow-Bound,"
quien por varios años había estado predicando la cercanía de
la Segunda Venida en muchas y diferentes partes del país, así
como en la Cámara de Representantes en Washington en cuatro
diferentes ocasiones, cuando grandes multitudes se reunieron
para escucharla. Los puntos de vista de ella coincidían con
los de Joseph Wolff, sólo que ella fue un paso más lejos y
aseguró tener pruebas convincentes de que los Indios
Americanos eran descendientes de la tribu perdida de Israel, e
instó a que fuesen transportados a Palestina para que pudieran
tomar el lugar que les correspondía en el reino milenial. [El
padre de Harriet Livermore, el juez St. Low Livermore, era
oriundo de New Hampshire, pero se mudó a Lowell al comienzo de
su vida de casado y vivió allí hasta que fue enviado al
Congreso. El nombre de su primera esposa era Mehitable Harms,
y después de la muerte de ella él se casó con Sarah Crease
Stackpole, de Boston, que era la madre de Harriet. Él murió en
1832, y fue enterrado en el Granary Burying Ground en Boston.
La tumba es la No. 77, adyacente a Tremont Street, y tiene un
costoso escudo de armas esculpido en la pared que la separa de
la calle. Tenía tres sobrinos, prominentes en su tiempo: el
reverendo Charles Grafton, obispo de Fond du Lac; el padre
Edward Welch, en su tiempo un gran predicador en la Iglesia de
la Inmaculada Concepción en Boston; y Guerney Grafton, un
conocedor de arte que vivía en París. El juez St. Low
Livermore tenía dos hijas, Harriet y Caroline; ésta última se
casó con Josiah Abbott, de Lowell, que se mudó a Boston y era
bien conocido como abogado prominente].
Estaba también Lady
Hester Stanhope, sobrina de William Pitt, y nieta del Gran
Lord Chatham. Ella se instaló en una casa en Mount Lebanon
para estar lista para "La Venida". En "Snow-Bound", a ella se
la llama "The Crazy Queen of Lebanon" [La reina loca de
Lebanon]. Y no es de extrañarse, ya que la pobre dama estaba
tan engañada que mantenía dos raros y hermosos caballos árabes
en su establo, listos y esperando el gran evento. ¡Ella tenía
planes de que nuestro Señor entraría en Jerusalén montado
sobre uno de estos caballos, y que ella lo seguiría en el
otro!
En una carta escrita
al Reverendo Abel C. Thomas el 18 de septiembre de 1879,
Whittier afirma positivamente que Harriet Livermore le contó
de una visita que ella le hizo a Lady Hester Stanhope durante
uno de sus peregrinajes a la Tierra Santa, y añade que estas
dos damas se pelearon porque la primera afirmaba tener el
derecho a ser la que montara el segundo caballo cuando llegara
el Gran Día, en lugar de la segunda. Sin embargo, el Reverendo
C. V. A. Van Dyke, que se había encontrado con frecuencia con
Harriet Livermore en Siria, duda que las dos mujeres se
hubiesen encontrado. En una carta dirigida al Reverendo S. T.
Livermore, dice: "Si hubiera habido un encuentro, yo habría
dado mi dedo meñique por estar presente. Habría sido una
cuestión de un diamante cortando a otro. La arrogante y
aristocrática mujer inglesa, y la intrépida republicana. No
dudo de que habría habido algunos intercambios bastante
mordaces entre ellas". [Reverendo S. T. Livermore,
"Harriet Livermore - The Pilgrim Stranger"].
(N. B. - ¡Pobres personas
engañadas! ¡Ojalá sean perdonadas!).
Esto respalda una
afirmación hecha por Margaret Fuller Ossoli, de que "un rasgo
bien marcado de este período fue que la agitación alcanzó a
todos los círculos". [Thomas Wentworth Higginson, "Life of
Margaret Fuller Ossoli"].
Los puntos de vista
de William Miller diferían ampliamente de los de estos tres
profetas de hechura propia. Miller no sólo predecía la fecha
de la segunda venida de nuestro Salvador, sino también la
destrucción por fuego de la tierra y los impíos que había en
ella. Resumiendo, su creencia era como sigue: "Que Cristo aparecería por segunda vez en
las nubes de los cielos en algún momento entre 1843 y 1844;
que Él entonces resucitaría a los justos muertos y los
juzgaría junto con los justos vivos, los cuales serían
arrebatados para encontrarse con Él en el aire; que Él
purificaría la tierra con fuego, haciendo que los impíos y
todas sus obras serían consumidos en la conflagración
general, y encerraría sus almas en el lugar preparado para
el diablo y sus ángeles; que los santos vivirían y reinarían
con Cristo mil años en la tierra nueva; que entonces Satanás
y los impíos muertos serían resucitados, siendo ésta la
segunda resurrección, y, siendo juzgados, harían guerra
contra los santos, serían derrotados, y lanzados hacia el
infierno para siempre", o, como lo describe el
Reverendo John Henry Hopkins, D. D., en un folleto publicado
en 1843 para refutar la teoría de Miller: "y consignarlos
juntos al lago de fuego, y el humo de su tormento sube por los
siglos de los siglos".
¡Tales eran las
condiciones en 1843 y 1844, cuando la gran agitación religiosa
barrió a miles lejos del sendero del razonamiento normal,
tanto aquí como en los estados del este, hace sólo una
generación! A muchos, esto les parecía una especie de farsa
religiosa; para otros, era una comedia, pura y simple; algunos
se sentían gravosamente sorprendidos y preocupados; muchos se
burlaban; pero para los descarriados y engañados que estaban
involucrados más de cerca, el fin era una tragedia -- un
aplastante desengaño y una tragedia.
De la misma manera
que el delirio ruge antes de que surja la fiebre, dejando al
paciente exánime y respirando apenas, así también las almas
dignas de lástima, simples, y crédulas que siguieron a Miller
hasta el gran día de sus cálculos proféticos quedaron
postradas y aturdidas cuando sus esperanzas se hicieron
pedazos.
Los años de 1843-1844
fueron de exaltación, de visiones trascendentes, de
aspiraciones beatíficas, de experimentos idealísticos e
imposibles, de pensamientos elevados y equilibrados y
pensamientos extraños y desequilibrados, al final de los
cuales los soñadores despertaron y la velocidad de las
misteriosas e invisibles corrientes disminuyó y gradualmente
se apaciguó.
En cuanto a William
Miller, a pesar de todo lo que sus detractores hayan dicho de
él, era un hombre verdaderamemte honesto y devoto, pero había
sido auto-hipnotizado por la creencia en su propio método de
cálculo y sus presuntuosos poderes de interpretación. Fracasó,
como deben fracasar todos los que se aventuren a intentar
apiñar en un espacio de días y años finitos la suma de
misterios infinitos e incalculables. ¡El patetismo, la
suposición, la estupidez, la ignorancia de la pobre naturaleza
humana, con su lamentable inconsecuencia y sus
inconsistencias! El humor de todo ello, así como su belleza,
aquí y allá, serán encontrados en los siguientes y magros
trozos que restan por contar de la historia de este
extraordinario episodio de nuestra historia religiosa.
Reconocimientos
La autora desea
expresar su agradecimiento a las siguientes personas por haber
enviado o proporcionado sus anécdotas personales acerca de la
excitación religiosa de 1843-1844:
Mr. Phineas Harrington, Groton,
Mass.
Mrs. Ellen A. Barrows, Groton,
Mass.
Mr. Charles H. Waitt, West
Acton, Mass.
Mr. Henry Clare, New Bedford,
Mass.
Mrs. Ellen G. S. Wood,
Springfield, Mass.
Miss Helen Bartlett Hamill,
Worcester, Mass.
Miss Mary E. Hurley, Clinton,
Mass.
Mrs. C. W. Spring, Cambridge,
Mass.
Mrs. W. P. Walton, Lynn, Mass.
Mr. Henry Kittredge, Lowell,
Mass.
Mrs. Susan L. Harris, West
Millbury, Mass.
Mr. F. Rodliff, Pigeon Cove,
Mass.
Mrs. George R. Peabody,
Fitchburg, Mass.
Mr. Charles E. Foster,
Manchester, N. H.
Mrs. J. K. Turiot, Washington,
D. C.
Mr. John Whitcomb, Lunenburg,
Mass.
Mr. B. H. Savage, Townsend,
Mass.
Miss Jane S. Hall, Washington
County Historical Society, Pa.
Miss Annie Montague Winslow,
Danvers, Mass.
Mr. H. T. Boyington, Prentiss,
Maine.
Miss Helen Nescott Noyes,
Lowell, Mass.
Mr. M. F. Plimpton, Fitchburg,
Mass.
Mrs. Ellen M. Davenport,
Worcester, Mass.
Mrs. W. S. Dudley, Harvard,
Mass.
Miss Julia M. Warner,
Philadelphia, Pa.
Mrs. M. J. Warner, Boylston
Centre, Mass.
Mrs. George U. Lass, Worcester,
Mass.
Miss Marion R. Sawyer, Rockville
Centre, L. T.
Mrs. Hattie A. Robinson,
Littleton Common, Mass.
Mrs. Delia E. Dalrymple,
Millbury, Mass.
Mrs. J. K. Barker, Longmeadow,
Mass.
Mr. Charles E. Keyser,
Philadelphia, Pa.
Miss Laura Davis, Fitchburg,
Mass.
Mrs. M. J. Taber, New Bedford,
Mass.
Miss Eugenie J. Gibson,
Woodsville. N. H.
Mrs. Thos. H. Berry,
Philadelphia, Pa.
Mr. S. J. Marsh, Manchester, N.
H.
Mrs. Estella Cone Fanning,
Westfield, Mass.
Mrs. Horace T. Smith, West
Springfield, Mass.
Miss Ida M. Wing, New Bedford,
Mass.
Mrs. L. J. Sanderson,
Winchester, Mass.
Mr. B. Treadwell, Grand Lake
Stream, Maine.
Mr. Daniel Kinsley, Worcester,
Mass.
Mr. Edwin D. Thompson, West
Brookfield, Mass.
Mr. William Clough, Lowell,
Mass.
Miss Bertha Simpson, Lowell,
Mass.
Mrs. E. M. Bowen, Lowell, Mass.
Miss Catherine A. Severy,
Chelmsford Centre, Mass.
Miss Adelaide Baker, Lowell,
Mass.
Miss Marietta R. Jefferson,
Lowell, Mass.
Mr. J. S. Bragdon, Westbrook,
Maine.
Mrs. M. C. Owen, West Buxton,
Maine.
Mr. Frederick J. Laughlin,
Portland, Maine.
Mr. Augustus S. Thayer,
Portland, Maine.
Miss Mary Ann Carroll,
South-West Harbor, Maine.
Mr. Robert Haines, Island Falls,
Maine.
Mrs. Mable L. Quinn, Levant,
Maine.
Miss Lucy Bigelow, Fairfield
Centre, Maine.
Mrs. A. H. Walker, Ashland,
Maine.
Mrs. George L. Hussey, Dover,
Maine.
Mr. A. W. Kelley, Indian River,
Maine.
Mrs. S. E. Morrison, Bangor,
Maine.
Miss Phylis E. Rapelje, Far
Rockaway, N. Y.
Miss Issie Crabbe, Troy, N. Y.
Mr. Dennis E. Wheeler, North
Leominster, Mass.
Mr. Francis A. Mason, Caldwell,
N. J.
Mrs. H. E. Walton, Eastport,
Maine.
Mr. James C. Newland, Vineland,
N. J.
Mr. Milton G. Brown, Ocean View,
Norfolk, Va.
Mr. A. S. Dalton, Ashland, N. H.
Mrs. Grace M. Weston,
Manchester, N. H.
Mrs. Ellen G. S. Wood,
Springfield, Mass.
Mrs. L.G. Maranville, Rutland,
Vt.
Mr. Henry Williams, Fair Haven,
Vt.
Mr. John Hamilton Wilson,
Chelmsford, Mass.
Miss L. D. Sanderson,
Winchester, Mass.
Mrs. Annie Gohl, Germantown,
Philadelphia, Pa.
Mrs. S. A. Noble, Rutland, Vt.
Mrs. Henry C. Mallory, Sudbury,
Vt.
Mrs. Frederick A. Hastings,
Lancaster Junior College, Lancaster, Mass.
Mrs. Emma Upham Alney, East
Brookfield, Mass.
Mrs. Philip H. Loughlin,
Westminster, Mass.
Miss Mabel Lillian Warren,
Worcester, Mass.
Mr. Henry A. Goodrich,
Fitchburg, Mass.
Miss Angela Boutelle, Townsend,
Mass.
Mr. H. R. Lloyd, Springfield
Republican, Springfield, Mass.
Mrs. Annie Page, Boxboro, Mass.
Mr. William J. Hathaway, New
Bedford, Mass.
Miss Angelina Dalton, Salem,
Mass.
Miss Mary B. Nichols, South
Lancaster, Mass.
Mrs. Daniel N. Wight, West
Berlin, Mass.
Miss Anna R. Kittredge,
Leominster, Mass.
Miss Emily Brigham, Groton Inn,
Groton, Mass.
Mr. Edward C. Gettigan,
Philadelphia, Pa.
Mr. Thomas Craighton,
Philadelphia, Pa.
Mr. William H. Kettler, Camden
Free Public Library
Mr. John Lenni Sheldon, Delaware
Co., Pa.
Mr. William Fochr, Philadelphia,
Pa.
Mrs. W. J. Thomas, Fairhaven,
Vt.
Mrs. Lucy G. Haselton, Hampton,
N. H.
Miss S. H. Parker, Lancaster,
Mass.
Mr. John F. Wilson, Rutland, Vt.
Mr. George Newhall, Swampscott,
Mass.
Miss Elizabeth P. Evans, Salem,
Mass.
(Nota del traductor: Siguen
muchos más nombres y muchas más direcciones).
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