William Miller
EL EXTRAÑO ERROR
DE WILLIAM MILLER
DAYS OF
DELUSION -
A STRANGE BIT OF HISTORY
Clara Endicott Sears, 1924
Capítulo 2
EL DESPERTAR
Traducido
"My thoughts on awful subjects roll:
Damnation and the dead".
Dr. Watts
Hubo dos incidentes
que ocurrieron durante la carrera militar de William Miller,
justo cuando estaba a punto de retornar a la vida civil,
incidentes que arrastraron sus pensamientos hacia nuevos
canales. El primero ocurrió una noche en el campamento, y a
una hora en que hacía la ronda para ver que todo estuviera
tranquilo y que sus hombres estuvieran en sus tiendas.
Mientras cumplía con su deber, observó que había luz en una de
ellas y oyó que alguien hablaba en voz baja pero con gran
intensidad. Se detuvo y escuchó. Ahora oyó otras voces,
también bajas, y se puso alerta enseguida. Había sido muy
difícil evitar que los hombres jugaran juegos de azar en el
campamento, y se habían dado órdenes estrictas al respecto.
Por un momento, pensó que había sorprendido a algunos
transgresores con las manos en la masa. Acercándose a la
carpa, se detuvo y escuchó otra vez. Hubo una pausa, y
entonces la voz que había oído al principio comenzó a hablar
nuevamente - esta vez en tono de aparente súplica. Miller se
dio cuenta ahora de que el hombre estaba orando. Encogiéndose
de hombros con impaciencia, se alejó. La vida en el ejército
no había disminuído su miserable hábito de ridiculizar toda
observancia religiosa, y meditando en lo que había oído,
decidió jugarle una mala pasada a este joven soldado al día
siguiente, y darle un buen susto en relación con el sonido de
las voces que habían salido de su tienda durante la noche. Así
pues, cuando llegó la mañana, lo hizo venir y lo esperó de pie
con el ceño desagradablemente fruncido.
"Sargento Willey", le
dijo, dirigiéndose al joven cuando se aproximó, "Ud. sabe que
es contrario al reglamento militar tener juegos de azar en las
tiendas durante la noche. Sentí mucho ver que en su tienda
había luz con este propósito anoche. No podemos tener nada de
juego a tales horas. Debe Ud. parar eso enseguida. Espero no
tener que hablarle nuevamente acerca de esto".
El joven soldado,
tomado completamente por sorpresa. se ruborizó hasta la raíz
de sus cabellos. "No estábamos jugando, señor", tartamudeó,
bajando los ojos.
Había algo en el
rostro juvenil y cándido delante de él y en el tono de su voz
que conmovió al Capt. Miller a pesar de sí mismo. Desechó la
impresión de su mente, y continuó con su chiste. Creía que
podría disfrutar obligando al sargento Willey a confesar lo
que había estado haciendo, para luego ridiculizarlo.
"¡Sí, estábais
jugando!", exclamó, contradiciéndolo con mayor severidad, "y
no puede ser! ¿Para qué otra cosa podrían Uds. haber mantenido
su tienda iluminada toda la noche si no era para jugar?"
El joven soldado se
enderezó en toda su estatura, y cuadrando los hombros, miró al
Capt. Miller directamente. "Estábamos orando, señor",
contestó, tranquila y sencillamente.
Había tanta dignidad
y verdad en la respuesta y en la manera en que fue dada, que
el Capt. Miller repentinamente se sintió azorado y humillado.
Sin una palabra más, giró sobre sus talones, y se alejó. Los
valientes y sinceros ojos que tan sin temor se habían
encontrado con los suyos lo hicieron sentir incómodo. Él mismo
había jugado algunas veces, y recordaba esto, y ese hecho
ahora lo avergonzaba al pensar en la broma que había tratado
de jugarle y que había fallado tan lamentablemente. Estaba más
inquieto de lo que estaba dispuesto a admitir. La noche
siguiente, permaneció sentado para tratar de sacudir la
impresión que el incidente le había causado, pero no lo
consiguió. Pensó en el valor que había mostrado el grupo de
jóvenes soldados, cuyas voces había oído en la tienda, y su
valerosa independencia al unirse para orar por la seguridad de
sus almas en el medio mismo de la atmósfera dura y
embrutecedora del campamento. Se sintió sacudido por ello, y
pensó en su propia alma. ¿Cuál era su condición? ¿La había
adormecido hasta el punto de no poderse despertar? Recordaba
que a veces - de hecho, a menudo - él, como los que lo
rodeaban, habían usado libremente el nombre del Todopoderoso.
Esto también lo preocupaba ahora.
"Un día", dice en sus
Memorias, "me
sorprendí a mí mismo en el acto de tomar el nombre de Dios en
vano - un hábito que había adquirido en el servicio militar; y
enseguida fui convencido de su pecaminosidad".
Ahora, a pesar de
todo el deísmo de William Miller, y del que mucho se jactaba,
no se requería sino un poquito de investigación para descubrir
una naturaleza ingenua, sencilla, y amable, oculta bajo la
capa exterior de su corazón. La siguiente afirmación de su
biógrafo, que era también su amigo personal, muestra esto:
"Todos los que
conocen algo de la cuestión, confirmarán que su integridad
personal y honor oficial fueron tales durante su relación con
el ejército que imponían, casi a un grado incomparable, el
respeto y el afecto de todos los que estaban bajo sus órdenes
como oficial, y la sincera confianza y la estimación de sus
colegas oficiales.
"Por años después de
que terminó la guerra, era común que sus compañeros de armas
se desviaran cinco o seis millas de la ruta principal de su
viaje para disfrutar de una corta entrevista con alguien a
quien se sentían fuertemente ligados; y algunos menos
previsores, sintiéndose seguros de que los recibiría con una
especie de paternal simpatía, que un pobre e infortunado
soldado rara vez encuentra en el mundo, acostumbraban quedarse
con él algunos días o semanas seguidos". [Sylvester Bliss, Life of William Miller].
El segundo incidente
que causó una profunda impresión en él fue cuando un amigo
suyo llamado Spencer murió de fiebre en el campamento. Durante
la enfermedad de éste último, el capitán Miller tuvo una larga
conversación con él, de la cual hizo un relato a su esposa. Es
evidente que esta conversación, seguida por la muerte de su
amigo, tocó nuevamente en su interior la cuerda que por largo
tiempo había permanecido adormecida. El observar las fuerzas
vitales menguar y finalmente desaparecer del cuerpo del que
había sido compañero de confianza parece haberlo conmovido
hasta lo más profundo de su ser, e iniciado preguntas en su
mente en relación con la existencia del alma después de la
muerte, que lo ponían perplejo y le causaban punzante angustia
y aprensión.
"Un poco más de
tiempo", le escribió a sus esposa, "y, como Spencer, ya no
seré más. Es un pensamiento solemne. Sin embargo, si yo
pudiera estar seguro de otra vida, no habría nada terrífico;
pero apagarse como una vela que se extingue es insoportable.
El pensamiento es triste. ¡No! Antes déjenme aferrarme a esa
esperanza que asegura una existencia interminable; una futura
primavera donde cesen las preocupaciones y las lágrimas no
encuentren salida; donde florezca una interminable primavera,
y el amor, puro como la nieve, repose en cada pecho. Querida
Lucy, escríbeme, y déjame saber cómo pasas el tiempo. Buenas
noches. Estoy preocupado. William Miller".
Puede verse que su
mente estaba siendo agitada por estas preguntas cuando fue
dado de baja en el ejército ese mismo año y regresó a sus
humildes ocupaciones de granjero. Durante su ausencia de siete
años o más, su padre, cuyo hogar había estado por algún tiempo
en Low Hampton, había muerto, y para estar cerca de su madre,
Miller abandonó Poultney y trasladó a su familia, que ahora
consistía de su esposa y un joven hijo, a una granja cercana a
la de ella, que consistía de doscientos acres. Aquí él
construyó una de esas típicas casagranjas de la Nueva
Inglaterra, pintadas de blanco con persianas verdes, que son
tan familiares a los que conocen el país, y comenzó a cultivar
en serio. Pero el trabajo manual no fue suficiente para
aquietar su turbado espíritu. Ahora se enfrentaba a una
batalla peor que cualquiera en la cual hubiera participado
durante su carrera militar, pero esta vez no era un conflicto
corporal. Era una experiencia mental, cargada de angustia
mental. Dudas y temores lo asaltaban por un lado, y un anhelo
de fe y el gozo de la paz y la seguridad de una tranquila
conciencia, por el otro. Ni siquiera su dedicada esposa podía
hacer nada para ayudarlo. Estaba obligada a hacerse a un lado,
observar en silencio la miseria de él, y orar pidiendo que
llegara el alivio.
Refiriéndose a este
infeliz período, dice en sus Memorias: "Pensé en
buscar en el círculo doméstico aquella felicidad que siempre
me había eludido en mis anteriores ocupaciones. Por un corto
espacio de tiempo, se quitaron de mi mente los cuidados y
las cargas; pero, después de otro poco, sentí la necesidad
de alguna ocupación activa. Mi vida se había vuelto
demasiado monótona. Había perdido todas las esperanzas de
las cuales, en mi juventud, había esperado disfrutar en mis
años maduros. Me parecía que no había nada bueno sobre la
tierra. Las cosas en las cuales había esperado encontrar
algún bien sólido me habían engañado. Comencé a pensar que
el hombre no era más que un bruto, y que la idea del más
allá no era sino un sueño; la aniquilación era un
pensamiento escalofriante; y el tener que dar cuenta era la
segura destrucción de todos. Los cielos eran como bronce
sobre mi cabeza, y la tierra como hierro bajo mis pies".
Ya sea que estuviera
trabajando en los campos de heno o con la azada en su jardín,
no podía escapar de los pensamientos que lo atormentaban.
"¡La
eternidad!", exclamaba, "¿qué era? Y la muerte, ¿qué era?
Mientras más razonaba, más lejos estaba de una evidencia
concluyente. Mientras más pensaba, más dispersas eran mis
conclusiones. Traté de dejar de pensar, pero mis
pernsamientos no quisieron dejarse controlar. Me sentía
verdaderamente miserable, pero no entendía la causa.
Murmuraba y me quejaba, pero no sabía de quién. Sentía que
había un error, pero no sabía ni cómo ni dónde encontrar lo
correcto. Me lamentaba, pero sin esperanza". [J. V.
Himes, Memoirs.
Publicado en 1841].
A veces ocurre que
una afirmación drástica despierta en el oyente un sentido de
oposición que es saludable, y esto ocurrió durante una
conversación que tuvo con un conocido suyo - el juez Stanley,
que evidentemente era un confirmado deísta.
"Le
pregunté su opinión con respecto a nuestra condición en otro
estado", dice Miller en sus Memoirs. "Me contestó
comparándola con la de un árbol, que florece por un tiempo y
regresa a la tierra; y con la de la vela, que arde hasta que
se extingue en la nada. Estuve entonces satisfecho de que el
deísmo estaba conectado inseparablemente con una futura
existencia, y tendía a la negación de ella. Y pensé para mis
adentros que, antes que abrazar un punto de vista así,
prefería el cielo y el infierno de las Escrituras, y correr
el riesgo con respecto a ellos".
Este estado mental
duró por algún tiempo, y le causó agudo sufrimiento. Justo
cuando todo le parecía más oscuro, una luz se hizo en su
miseria. Sucedió en la pequeña Iglesia Bautista de Low
Hampton, y él hace el siguiente relato de ello:
"De
repente", dice, "mi mente se
impresionó vívidamente con el carácter de un Salvador. Me
pareció que podía existir un Ser tan bueno y compasivo como
para expiar nuestras transgresiones, y por lo tanto
salvarnos del sufrimiento y el castigo del pecado.
Inmediatamente sentí cuán adorable debería ser un Ser así, e
imaginé que yo podría arrojarme en los brazos de él y
confiar en su misericordia. Vi que la Biblia presentaba un
Salvador como el que yo necesitaba. Me vi
constreñido a admitir que las Escrituras debían ser una
revelación de Dios. Se convirtieron en delicia - continúa
diciendo - y en Jesús encontré a un amigo. El Salvador se
convirtió para mí en el principal de entre diez mil, y las
Escrituras, que antes eran oscuras y contradictorias, ahora
se convirtieron en lámpara a mis pies, y lumbrera a mi
camino. Mi mente se calmó, y quedé satisfecho. Encontré que
el Señor Dios era una roca en el océano de la vida".
¡Con qué oraciones de
gracias observó Lucy Miller a su esposo salir del valle de las
sombras, donde había experimentado el punzante sufrimiento del
conflicto espiritual y mental!
"Ahora
la Biblia se convirtió en mi principal objeto de estudio",
continúa explicando, "y puedo decir
verdaderamente que la escudriñé con gran deleite. Encontré
que nunca se me había dicho ni la mitad. Me preguntaba por
qué no había visto antes su belleza y su gloria, y me
maravillaba de que alguna vez hubiera podido rechazarla.
Encontré revelado todo lo que mi corazón pudiera desear, y
un remedio para cada enfermedad del alma. Perdí todo el
gusto por otras lecturas, y apliqué mi corazón a obtener la
sabiduría que da Dios".
Todo otro pensamiento
estaba ahora subordinado a esta grande y absorbente cuestión
de la inmortalidad, y las seguridades que encontró expresadas
en la Biblia en relación con ella. Pero, al estudiar este
libro de revelación, rehusó ser guiado por el gran peso de la
opinión acumulado a través de los siglos, y tampoco quiso
aceptar las interpretaciones de una larga línea de mentes
iluminadas en relación con algunos de los pasajes más oscuros.
Decidió ser su propio intérprete.
De acuerdo con su
biógrafo (Sylvester Bliss el mayor era miembro de las
Sociedades Históricas y Genealógicas de Boston, Mass.), resolvió
hacer a un lado todas las opiniones preconcebidas, y recibió
con sencillez infantil el significado obvio y natural de las
Escrituras. "Prosiguió el estudio de la Biblia", se nos dice,
"con el más intenso interés, dedicando a este propósito noches
y días enteros. A veces deleitado con la verdad que brillaba
del sagrado volumen, haciendo claro a su comprensión el gran
plan de Dios para la redención de la raza caída; a veces
perplejo y casi confundido por pasajes aparentemente
inexplicables o contradictorios, perseveraba hasta que la
aplicación de su gran principio de interpretación salía
triunfante. Se sentía perplejo sólo para sentirse deleitado, y
deleitado sólo para perseverar más en la comprensión de sus
bellezas y misterios".
Causó un gran revuelo
entre sus amigos y antiguos asociados en Poultney el anuncio
de su cambio de creencias. "Sus incrédulos amigos", dice su
biógrafo, "consideraron su salida de en medio de ellos como la
pérdida de un portaestandarte", pero el regocijo entre su
propia gente fue profundo y sincero. Sin embargo, pronto
comenzó él a especializarse en sus investigaciones y a enfocar
su atención sobre las misteriosas profecías de Daniel, y trató
de penetrar el simbolismo del sueño del rey Nabucodonosor y a
conectar estas profecías con otras que se encontraban
mayormente en el Antiguo Testamento. Las aceptaba
literalmente, rehusando reconocer la costumbre hebrea de usar
metáforas, y no pasó mucho tiempo antes de que se sumergiera
en un intrincado sistema de hipotéticos períodos de fechas,
todas las cuales apuntaban a la destrucción del mundo por
medio del fuego, precedida por la Segunda Venida de nuestro
Señor.
Por más de catorce
años, todo el tiempo de William Miller fue utilizado así -
trabajando en su granja, y en sus horas libres trazando
gráficas cubiertas por una maraña de cálculos matemáticos,
todos tendientes a probar la exactitud de su sistema de
interpretar las profecías de acuerdo con sus propios métodos
personales. Y todos estos cállculos mostraban que el año de
1843 introduciría el milenio. Mientras más desarrollaba su
teoría, más se convencía de la verdad de ella.
"De tiempo en tiempo
surgían en mi mente varias dificultades y objeciones", dice;
"se me ocurrían ciertos textos que parecían pesar contra mis
conclusiones; y yo no quería presentar un punto de vista a
otros mientras cualquier dificultad pareciera militar contra
él. Por lo tanto, continué estudiando la Biblia para ver si yo
podía sustentar alguna de estas objeciones. Mi propósito no
era sólo quitarlas, sino que deseaba ver si eran válidas.
"De esta manera me
ocupé por cinco años - desde 1818 hasta 1823 - sopesando las
varias objeciones que se presentaban a mi mente.
"Con la solemne
convicción de que estaba predicho en las Escrituras que estos
trascendentales sucesos se cumplirían en un corto espacio, se
me presentó con fuerza la pregunta en relación con mi deber
hacia el mundo, en vista de la evidencia que había
impresionado mi propia mente. Si el fin estaba tan cerca, era
importante que el mundo lo supiera".
Más tarde dice: "El
deber de presentar a otros la evidencia de la cercanía del
Advenimiento - un deber que yo había logrado evadir mientras
encontré que quedaba una sombra de objeción contra su verdad -
nuevamente se me presentó con gran fuerza. Hasta ahora, yo
sólo había hecho sugerencias ocasionales acerca de mis puntos
de vista. Ahora comencé a hablar más claramente a mis vecinos,
a ministros, y a otros. Para mi asombro, encontré que muy
pocos escuchaban con algún interés. De vez en cuando, alguno
veía la fuerza de la evidencia, pero la gran mayoría la pasaba
por alto como un cuento.
"Supuse que
despertaría la oposición de los impíos, pero nunca me pasó por
la cabeza que un cristiano se le opusiera. Supuse que éstos
últimos se regocijarían, en vista del glorioso futuro, y que
sólo sería necesario presentársela para que la recibieran".
[Sylvester Bliss, Life of
William Miller].
Este inconveniente
temporal lo deprimió no poco, pero no por mucho tiempo. Al
pasar el tiempo, este deseo de hacer sonar la alarma se
apoderó de él nuevamente. Le parecía oír con claridad voces
diciéndole que saliera e hiciera saber este descubrimiento al
mundo.
"Mientras estaba en
mis ocupaciones", escribe, "constantemente oía sonar en mis
oídos: 'Ve y avísale al mundo acerca del peligro'. ... Sentí
que si los impíos podían ser advertidos efectivamente,
multitud de ellos se arrepentirían". Pero, a pesar de una
peculiar certeza en relación con sus convicciones, William
Miller era un hombre tímido en muchos respectos. Aunque
anteriormente había ridiculizado a otros libremente, él mismo
sentía aprensión al pensar en sus dardos, y temía a las
críticas y el ser mal comprendido.
"Hice todo lo que
pude", dice, "para evitar la convicción de que de mí se
requería cualquier cosa; y pensé que, hablando de ello a todos
libremente, yo cumplía con mi deber; pero todavía seguía
escuchando la voz: 'Ve y cuéntaselo al mundo'.
"Mientras más
presentaba la cuestión en conversación, menos satisfecho me
sentía conmigo mismo por retenerla y no hacerla pública. Traté
de excusarme con el Señor por no salir y proclamarla al mundo.
Le dije al Señor que yo no estaba acostumbrado a hablar en
público; que yo no tenía la debida preparación para atraer la
atención de un auditorio; que yo era muy tímido, y temía
presentarme delante del mundo; que yo era lento en el hablar y
torpe de lengua. Pero no pude obtener alivio".
De acuerdo con su
propio relato, él resistió estos impulsos interiores por nueve
años más. Tenía cincuenta años de edad entonces, y su vida de
constante lucha mental y trabajo físico, junto con los efectos
duraderos de la enfermedad contraída en el ejército, lo habían
envejecido más allá de sus años, y aparentaba ser mucho mayor
de lo que era. Tendía a ser corpulento, y sentía el esfuerzo
de hacer ejercicios desusados.
Fue en el otoño de
1831, sin embargo, cuando finalmente comenzó a dictar
conferencias, y resultó de esta manera:
Después del desayuno,
un domingo por la mañana, estaba sentado trabajando en sus
cálculos del tiempo judío y revisando su interpretación de las
profecías, cuando una voz pareció decirle más fuertemente de
lo que nunca antes lo había oído: "¡Vé y cuéntaselo al mundo!"
"La impresión fue tan
súbita", escribe, "y vino con tanta fuerza, que me dejé caer
en mi silla, diciendo: 'No puedo ir, Señor'. '¿Por qué no?',
parecía ser la respuesta. Y entonces se me aparecieron todas
mis excusas - mi falta de capacidad, etc. Pero mi angustia se
volvió tan grande, que entré en un pacto solemne con Dios de
que, si Él allanaba el camino, yo iría y cumpliría con mi
deber con el mundo. '¿Qué quieres decir con abrir el camino'?,
me pareció oír. 'Bueno', dije, 'si me invitan a hablar en
público en algún lugar, iré y les diré lo que encontré en la
Biblia acerca de la venida del Señor'. Instantáneamente, toda
mi carga desapareció, y me regocijé de que probablemente no
sería llamado, porque nunca había recibido una invitación
así".
Como media hora
después de esto, cuenta él, un joven llamó a la puerta. Era el
hijo de un tal Sr. Gifford, de Dresden. Me explicó que no
había predicador que ocupara el púlpito de la iglesia del
lugar al día siguiente, y que su padre había pensado que sería
una magnífica oportunidad para que la congregación escuchara
los puntos de vista del Sr. Miller acerca de la cercanía de la
Segunda Venida y la consiguiente destrucción del mundo, y que
lo había enviado a él a preguntarme si yo quería ir y disertar
sobre el tema.
Esto le causó un gran
impacto a William Miller. Se encontró lamentando el pacto que
había hecho con Dios, pero se sentía obligado por él, y mandó
a decir que iría. Era su primera experiencia de esta clase, y
estaba demasiado agitado para hacer cualquier preparación
real. Al subir los escalones hacia el púlpito a la mañana
siguiente, casi se sintió incapaz de cumplir su parte del
pacto. De pie delante de la pequeña congregación Bautista de
Dresden, titubeó por un breve momento, y luego comenzó a
hablar. Inmediatamente, le pareció que un nuevo talento había
nacido en él, un talento del cual nunca antes había sido
consciente. Al explicar sus razones para creer en la cercanía
del Día del Juicio - como él se representaba la súbita
aparición en los cielos del Salvador en nubes de gloria, que
ellos deberían estar preparados para presenciar en cualquier
momento entre 1843 y 1844 - encontró una repentina fluidez de
palabras para describir la consternación y la confusión de los
impíos, sus inútiles gritos pidiendo misericordia, la tierra
encogiéndose a causa del fuego, los gritos de victoria de los
redimidos mientras eran arrebatados en el aire, libres de la
ardiente destrucción por debajo de ellos - sus oyentes se
enderezaron en sus bancas como fascinados.
Así como una chispa
de una máquina que pasa es suficiente para iniciar un incendio
forestal, así también la primera conferencia de William Miller
en la pequeña Iglesia Bautista de Dresden inició una
conflagración que el clero opositor de las iglesias ortodoxas,
los periódicos, los conferenciantes, y el público más normal y
equilibrado no pudieron reprimir.
Después de esto, los
habitantes del campo llegaron en tropel desde los pueblos
vecinos. Al principio, la curiosidad los traía, pero, al
difundirse la noticia de su profecía, comenzó un
reavivamiento, acompañado de gran entusiasmo, y "en trece
familias todos menos dos personas fueron felizmente
convertidos", de acuerdo con relatos de la época.
Inmediatamente, le
llovieron invitaciones para disertar en varios lugares. En
seguida, le tocó el turno al pueblo de Paulet, y después de
eso fue un viajar continuamente de un lugar a otro. Al
escribir de esto, él dice:
"Las iglesias de los
Congregacionalistas, los Bautistas, y los Metodistas se
abrieron de par en par. En casi cada lugar que visitaba, mi
labor resultaba en ganar a los reincidentes y la conversión de
los pecadores. Por lo general, era invitado a campos de labor
por los ministros de las varias congregaciones que visitaba,
que me daban su aprobación. Nunca he trabajado en ningún campo
al cual no hubiera sido previamente invitado. Las apremiantes
invitaciones del ministerio y los principales dirigentes de
las iglesias llegaban continuamente desde ese tiempo y durante
el período entero de mi labor pública. Me fue imposible
cumplir con más de la mitad de ellas. Les hablaba a casas
atestadas, por todo el occidente de Vermont, por todo el norte
de New York, y en el oriente de Canadá".
Para entonces, había
adquirido una infalible capacidad para captar la atención de
sus oyentes, y le daba el siguiente consejo al Pastor Hendryx,
un amigo Bautista suyo que evidentemente le había escrito
preguntándole el secreto de su arte:
"Un gran medio de
hacer el bien", explica Miller al contestar, "es hacer a
los feligreses conscientes de que Ud. habla en serio, de que
Ud., plena y solemnemente, cree lo que predica. Si Ud.
desea que la gente sienta, siéntalo Ud. Si Ud. desea que crean
lo que Ud. cree, muéstreles, por su constante asiduidad en la
enseñanza, que Ud. sinceramente lo desea".
Al año siguiente, comenzaron a llegarle
solicitudes para que publicara sus puntos de vista. Como de
costumbre, le escribió al pastor Hendryx sobre el tema. Su carta
está fechada el 23 de enero de 1832: "He escrito algunos
artículos sobre la venida de Cristo y la destrucción final de la
bestia, cuando su cuerpo sea entregado a las llamas ardientes.
Pueden aparecer en el Vermont Telegraph. Si no, lo harán en
forma de folleto. Están dirigidos al pastor Smith de Poultney, y
él está en libertad de publicarlos".
Para este tiempo, William Miller había
adquirido un estilo y una manera de predicar que le daba rienda
suelta a su sentido de los valores dramáticos. Esto puede verse
en una carta que le escribió al pastor Hendryx, fechada el 30 de
mayo de 1832:
"Estoy persuadido de que el
fin del mundo ha llegado. La evidencia fluye de todos lados. 'La
tierra se tambalea como un borracho.' ... ¿Está la cosecha
terminada y ya ha pasado? Si es así, pronto, muy pronto, Dios se
levantará en su ira, y la viña de la tierra será cosechada.
¡Ved! ¡Ved! ¡El ángel con su afilada guadaña está a punto
de apoderarse del campo! ¡Ved más allá a una víctima temblorosa
caer delante de su pestilente aliento! Altos y bajo, ricos y
pobres, temblando y cayendo delante de la tumba aterradora, la
terrible cólera.
"¡Oíd! ¡Oíd los
terribles aullidos de las naciones furiosas! Es el presagio de
la horrenda y terrífica guerra. ¡Mirad, mirad otra vez! ¡Ved
coronas, y reyes, y reinos temblando en el polvo! ¡Ved a los
lores y nobles, a los capitanes y a los poderosos, todos
armándose para la sangrienta y demoníaca lucha! ¡Ved a las aves
carnívoras volar chillando por el aire! ¡Ved, ved estas señales!
¡He aquí, los cielos se ponen negros con las nubes; el sol se ha
velado; la luna, pálida y abandonada, cuelga en la mitad del
aire; desciende el granizo; los siete truenos dejan oír sus
poderosas voces; los relámpagos envían sus vívidos rayos de
llamas sulfurosas; y la gran ciudad de las naciones cae para
siempre, para no levantarse más! En este temido momento, ¡mirad!
¡Las nubes han estallado; los cielos aparecen, el gran trono
blanco se alcanza a ver! ¡El asombro llena el universo! ¡Él
viene! ¡Él viene! ¡He aquí que el Salvador viene! ¡Levantad
vuestras cabezas, vosotros los santos! ¡Él viene! ¡Él viene!
WILLIAM MILLER".
¡Uno puede ver claramente por qué la
pequeña congregación Bautista de Dresden quedó fascinada!
El hermano Hendryx se deleitaba en una
carta de esta clase, con un buen sabor de reavivamiento, y esta
era una de las razones por las cuales William Miller encontraba
un especial disfrute en esta sociedad. En el siguiente mes de
marzo, le escribió nuevamente, y se expresó así: "Más que nunca,
deseo verlo, y cuando tengamos menos compañía, de manera que
podamos sentarnos y comernos un buen plato de Biblia juntos. La
luz está entrando constantemente, y me siento más y más
confirmado en las cosas que le he dicho".
Luego continúa, en tono como de charla,
dándole las noticias locales, siendo una de las cuales que se
necesitaba un pastor en la iglesia de Low Hampton y que todo el
mundo expresaba su opinión libremente en cuanto a la clase de
hombre más apto para el lugar. "Alguna de nuestra gente quieren
una charla rápida", escribe. "¡Pero yo preferiría una rápida
comprensión!"
Fue más o menos por este tiempo cuando
aparecieron extrañas señales en los cielos, y con tal
frecuencia, que causaron gran inquietud. Eran las precursoras
del famoso fenómeno de la caída de las estrellas en 1833, que
produjo terror y consternación entre los que habían oído la
profecía de William Miller. Ocurrió que estas señales
precursoras de ese fenómeno estaban dando lugar a muchos
comentarios, no sólo del público en general, sino de
científicos, que los observaban con desusado interés.
Esta autora fue lo bastante afortunada para
encontrar un raro relato de una de estas apariciones en un
antiguo diario cuáquero escrito en ese tiempo. Dice así:
"Notables luces se ven en la Segunda
Familia - Watervliet, diciembre 2, 1831.
"El sábado por la noche, 2
de diciembre, justo después de haberme retirado, estando todavía
despierto y mirando hacia la lavandería, me pareció verla
incendiada. Le pedí a Asaneth Harwood que viniera a ver lo que
pasaba. Ella vino, y al ver lo que yo veía, dijo: '¡Oh, esa es
una luz espiritual!' Entonces, dos hermanas se levantaron y
vinieron a la ventana y vieron lo mismo. Una de ellas me dijo
que mejor llamara a las hermanas en el cuarto del frente 'porque
puede ser fuego', dijo.
"Fui y llamé a las hermanas
Polly Bacon y Ellen Brandet. Miraron hacia afuera y pensaron que
los graneros de South House se habían incendiado.
"Entonces, Polly fue y
llamó a Joel Smith para que viera si los graneros realmente se
habían incendiado. Mientras Joel se vestía, nos arrodillamos y
oramos para que, si era un incendio, pudiera ser apagado.
"Entonces fui al salón de
estar y, encontrándome con William Seeley, le pedí que fuera y
mirara. Fue, pero ni él ni Joel pudieron ver nada de luz ni de
fuego.
"Vi dos luces grandes -
entonces parecía haber dos docenas de grandes sábanas de luz;
entonces todas parecían convertirse en estrellitas muy
dispersas; y entonces parecían desaparecer, excepto las dos
grandes luces que quedaron cuando el resto había desaparecido.
Las estrellas entonces aparecían otra vez.
"Me fui a la cama, y me
quedé allí como una hora, y las vi todo el tiempo. Me dormí,
desperté otra vez, y las vi como antes.
"Después de permanecer
despierta por un tiempo considerable, me quedé dormida, y cuando
desperté, habían desaparecido. [Firmado] "PERMILIA EARLS".
Nota: Permilia también dijo que parecía
como si la luz se reunía en sábanas que subían una después de la
otra. Cuando se hubieron reunido de esta manera, una gran
estrella se disparó hacia el occidente, y luego muchas se
dispararon hacia arriba como chispas desde la chimenea de un
herrero.
"Entonces se reunieron
nuevamente como antes, y se dispararon de manera semejante,
repitiéndose lo mismo muchísimas veces.
"La luz era de color plateado. Las
otras hermanas dicen que lo mismo les pareció a ellas.
"Permilia también dice que,
al cerrar sus ojos, le pareció que alguien vino y se los abrió
dos o tres veces, y entonces la habitación se llenó de luces".
Fueron dos años después de esto, justo
cuando la creencia en la profecía de William Miller ganaba
terreno rápidamente, cuando, según todas las apariencias, los
cielos nocturnos comenzaron a caer a tierra. Nada podría haber
ocurrido para promover mejor la aceptación de sus cálculos
proféticos que la inspiradora contemplación de estos extraños
fenómenos. Los periódicos estaban llenos de ello, y especulaban
con largueza acerca de las causas.
"¡Seguramente", exclamaba la gente, "las
profecías bíblicas se están cumpliendo! ¡Éstas son las señales
en los cielos de las cuales se ha hablado!" Muchos temblaron de
temor. Algunos de los relatos que aparecieron en los periódicos
son tan extraordinarios y revelan tan claramente el estado de la
mente del público de ese tiempo que algunos de ellos deben ser
incluídos en el capítulo siguiente.
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