William Miller
William Miller
 
EL EXTRAÑO ERROR

DE WILLIAM MILLER

DAYS OF DELUSION -
A STRANGE BIT OF HISTORY

Clara Endicott Sears, 1924


Capítulo 4

DIFUNDIENDO LA AMONESTACIÓN

Traducido


"That awful day will surely come,
Th´ appointed hour makes haste."
Tomado de "The Millenial Harp"
(publicado por Joshua V. Hines, 1843)

Sucedió de esta manera: El Reverendo Joshua V. Himes era pastor de la Capilla Bautista de Chardon Street en Boston. Se decía que había sido ministro de los Unitarios antes de convertirse en Bautista. Comoquiera que sea, era un personaje muy complejo, y es difícil decir si fue afortunado o desafortunado para William Miller que los dos se encontraran. Pero por lo menos puede decirse que fue afortunado para las generaciones subsiguientes - porque, de no haber sido por la influencia que Himes ejerció sobre Miller, y la publicidad que le proporcionó a él y a su profecía, con toda probabilidad William Miller habría permanecido en los distritos rurales, habría conocido los grandes centros de actividad sólo por rumores, y uno de los más extraños episodios en la historia religiosa de nuestro país habría pasado más o menos inadvertido y sin registrar.

Fue en este día, noviembre 12 de 1840, cuando el señor Himes invitó a William Miller a ir a Boston y hablar en la capilla de Chardon Street, y la invitación fue aceptada.

Desde el 8 hasta el 16 de diciembre, Miller disertó allí por primera vez. El señor Himes se encargó de anunciar su presencia libremente. Fue una carga considerable para la tranquilidad de ánimo del granjero-profeta el presentarse delante del criticón auditorio que ahora estaba sentado frente a él. En todos los distritos rurales, había mirado, desde la plataforma de la conferencia, los rostros en los cuales se retrataba el asombro, el temor, y la credulidad; pero ahora, al observar las expresiones de los que estaban delante de él, se dio cuenta de que todos sus poderes para pintar imágenes, así como de persuasión y explicación lúcida, debían resistir los hostiles sentimientos que, ahora se daba cuenta, se notaban en la gente de ciudad que ahora eran sus oyentes.

El 12 de diciembre, le escribió a su hijo: "Ahora estoy en este lugar, predicando dos veces por día a grandes auditorios. Muchos, muchos tienen que irse sin haber podido entrar. Se me informa que muchos están seriamente persuadidos. Espero que Dios trabaje en esta ciudad".

El señor Himes había invitado a Miller a quedarse en su casa mientras presentaba estas conferencias, y él era uno de los más atentos oyentes. Esto le daba oportunidad de sostener muchas conversaciones personales con este hombre que creía con tanta seguridad que el Día del Juicio estaba a las puertas. Aunque en apariencia tranquilo y calmado, el señor Himes guardaba en su corazón un amor por las multitudes emotivas y la excitación religiosa, reavivamientos y reuniones al aire libre, llenos de gritos de ¡Gloria! ¡Gloria!, entremezclados con frecuentes gritos de ¡Aleluya!. No gustaba de la monotonía en ningún sentido. Acción y autoridad, y excitar al público, eran como el aliento para sus narices. La creencia en la condenación eterna y el fuego del infierno, y en la ira de un Creador vengador, eran de su gusto. Siempre anhelaba ver las "bancas de los pecadores" ocupadas por completo, pero quería tener las riendas del control siempre en sus propias manos.

Cuando oyó las conferencias de William Miller, ellas cumplieron para él un deseo largamente acariciado. Quedó profundamente impresionado por ellas, y en seguida aceptó muchas de las interepretaciones de las profecías bíblicas como correctas, aunque en lo profundo de su mente no estaba por completo convencido de que el mundo sería destruído en 1843. Pero esto no hizo ninguna diferencia. Vio una gran oportunidad de sacudir a cristianos adormilados y llevarlos a un fermento de entusiasmo religioso. Creía en despertar el temor en el corazón de los pecadores, y de esta manera llevarlos al arrepentimiento. Creía también que el fin justifica los medios, y sin duda, creía que estaba en lo correcto cuando avivaba las llamas de la agitación histérica que la profecía de Miller había encendido, y difundió la doctrina a lo largo y a lo ancho de la región. Sin duda estaba bajo la influencia de los tiempos, pero su carácter era una extraña mezcla de cálculo y emoción, de astucia y falta de previsión. Seguía demasiado literalmente el mandato de permitir que el futuro se ocupara de sí mismo.

"Cuando el señor Miller hubo terminado sus conferencias", escribió, "me encontré en una nueva posición. No podía creer ni predicar como lo había hecho antes. La luz sobre este tema resplandecía sobre mi conciencia día y noche. Tuve una larga conversación con el señor Miller sobre nuestros deberes y responsabilidades". Entonces tuvo lugar la siguiente conversación:

"Le dije al hermano Miller: '¿Cree Ud. realmente en esta doctrina?''

"Él contestó: 'Ciertamente, o no la predicaría'.

"'¿Qué está Ud. haciendo para esparcirla o difundirla por el mundo?'

"'He hecho todo lo que he podido, y todavía lo estoy haciendo'.

"'Bueno, la cuestión entera todavía está en un rincón. Hay poco conocimiento sobre el tema, después de todo lo que Ud. ha hecho. Si Cristo va a venir en unos pocos años, como Ud. cree, no se debería perder tiempo; se le debería avisar al mundo a voz en cuello, para que despierten y se preparen'.

"´Lo sé, lo sé, hermano Himes', dijo, 'pero, ¿qué puede hacer un viejo granjero? Nunca me acostumbré a hablar en público. Estoy solo, y aunque he trabajado mucho, y he visto a muchos convertirse a Dios y a la verdad, todavía nadie parece entrar en el tema y el espíritu de mi misión como para serme de mucha ayuda. Les gusta que predique y construya sus iglesias; y hasta ahora, allí ha terminado con la mayoría de los ministros. He estado buscando ayuda. Necesito ayuda'.

"Fue en este momento cuando me puse a mí mismo, y puse a mi familia, la sociedad, la reputación, todo, sobre el altar de Dios para ayudar al señor Miller hasta donde me fuese posible, hasta el fin. Entonces le pregunté qué partes del país había visitado, y si había visitado algunas de las grandes ciudades.

"Me informó de sus trabajos, etc. '¿Pero, por qué', le dije, 'no ha ido Ud. a las grandes ciudades?''

"Contestó que su regla era visitar los lugares a los que era invitado, y que no había sido invitado a ninguna de las grandes ciudades.

"'Bueno', le dije, '¿iría Ud. conmigo adonde se le abran las puertas?''

"Sí - estoy listo para ir a cualquier parte, y trabajar de acuerdo con mi capacidad, hasta el fin'.
"Entonces le dije que podía prepararse para la campaña, porque las puertas se abrirían en cada una de las ciudades de la Unión, y que el aviso debería alcanzar los confines de la tierra.

"Fue en este momento cuando comencé a ayudarle al Padre Miller".

Esto marcó el punto inicial de una nueva época en la carrera de William Miller como profeta y como predicador. Imbuído de nuevo entusiasmo, imprimió a sus conferencias una apelación más urgente que antes, al hablarle a aquellas almas sin timón que se sentían magnetizadas bajo la influencia de un engaño poderosamente dirigido. Como una demostración de esto, después de una serie de conferencias en Portsmouth, New Hampshire, en enero de 1840, el ministro Bautista David Millard escribió en el Christian Herald:

"Durante los nueve días que permaneció allí, multitudes acudieron a escucharle. Nunca antes se había visto en ningún lugar un sentimiento tan intenso como el que ahora se había apoderado de nuestra congregación. Parecía haberse instalado en el lugar un espíritu de solemnidad tan tremendo que tenía que ser bien duro el corazón del pecador que se resistiera. Y sin embargo, durante todo este tiempo, no hubo ni asomo de confusión. Todo era orden y solemnidad. Generalmente, al encontrar las almas la liberación, estaban listas para proclamarla, y exhortar a sus amigos, en lenguaje conmovedor, a ir a la fuente de Vida. Probablemente como ciento cincuenta almas se han convertido en nuestras reuniones. ... la bendita obra pronto se difundió a cada una de las congregaciones en el pueblo, que eran favorables al reavivamiento. En la actualidad, sería difícil averiguar el número exacto de conversiones en el pueblo - probablemente fueron entre quinientas y setecientas. Durante semanas, el repicar de campanas llamando a reuniones diarias convirtió a nuestro pueblo en un continuo sábado. De hecho, los antiguos habitantes nunca antes habían visto una temporada de reavivamiento como ésta en Portsmouth. Nunca, mientras permanecemos aquí en las riberas de la mortalidad, esperamos disfrutar más del cielo de lo que lo hemos hecho en algunas de nuestras más recientes reuniones y nuestras ocasiones de bautismo. A la orilla del agua, millares se reunían para presenciar esta solemne institución en Sión, y muchos regresaban del lugar sollozando". [Sylvester Bliss, Life of William Miller].

Las nuevas del reavivamiento en Portsmouth se esparcieron como reguero de pólvora y causaron ansiedad en todos los pueblos. Especialmente, las iglesias Bautistas especialmente insistían en que el profeta Miller las favoreciera despertando a sus dormidas congregaciones, pero otras denominaciones también lo invitaban, y le llegaban llamados desde todas las direcciones. El pequeño pueblo de Westford, cerca de Groton, Massachusetts, obtuvo su presencia luego, pero estaba destinado a recibir un severo rechazo. Los que lo habían invitado a venir planeaban que las conferencias tuvieran lugar en la Iglesia Congregacionalista, que podía albergar a más personas que cualquier otro lugar disponible. Pero, cuando llegó el momento, el ministro rehusó permitir que la iglesia se usara para este propósito. Esto causó una tremenda conmoción en el lugar, y muchas protestas, pero el ministro se mantuvo firme y las conferencias tuvieron lugar en otro sitio. Éste fue el primer rechazo de esta clase que recibió Miller, y revelaba la ansiedad y la desaprobación que sus oponentes estaban comenzando a sentir en relación con la creciente excitación debida a la difusión de su doctrina.

Antes de esto, había sido considerado por el clero como un entusiasta más o menos inofensivo, que poseía un cierto don de apelación. El año de 1843 les había parecido como una distante manchita en el horizonte, que carecía de realidad, y no tomaron su profecía en serio. Pero ahora era diferente. El tiempo estaba pasando, acercándose más y más el año en que él decía que ocurriría el suceso. La profecía estaba tomando la forma de una verdadera realidad. Además, un cambio le había sobrevenido a William Miller. Cuando había estado solo en la difusión de su evangelio, había sentido la falta de amigos y de todo antecedente que lo sostuviera, y sus poderes eran restringidos hasta cierto punto. Pero la situación había cambiado súbitamente. Detrás de él ahora estaba el Reverendo Joshua V. Himes - no una mera sombra con la cual  tenían que habérselas los oponentes, sino igual a una congregación entera de cualquier tamaño. En este sentimiento de seguridad y este sentido de recibir estímulo, todo su innato don de argumentación y originalidad, así como sus hasta cierto punto incultos poderes de oratoria, combinados con una sincera convicción de la verdad de sus premisas, encontraron rienda suelta, para confusión de muchos del clero ortodoxo.

El efecto de esto fue electrizante. En octubre, había predicado por diez días en el cercano pueblo de Groton, y el ministro congregacionalista, el Reverendo Silas Hawley, había escrito algunos comentarios en relación con él. "El señor Miller", dice, "ha predicado en éste y en pueblos circunvecinos con marcado éxito. Sus conferencias han sido sucedidas por preciosos reavivamientos religiosos en todos estos lugares. Una clase de mentes, que no están bajo la influencia de otros hombres, han sido alcanzadas por él. Hasta donde me he podido enterar, sus conferencias están bien adaptadas para hacer temblar la supremacía de las varias formas de error que son comunes en la comunidad". Y ahora desde Littleton, muy cerca de allí, donde sus conferencias fueron presentadas desde el 19 al 26 de diciembre, el ministro Bautista, el Reverendo Oliver Ayer, dice: "Bauticé a doce personas en nuestra más reciente comunión. Probablemente bautizaré entre quince y veinte la próxima vez. Ha habido entre treinta y cinco y cuarenta conversiones prometedoras. Hay también una obra considerable en Westford - diez o doce conversiones y entre veinte y treinta averiguaciones. La obra todavía continúa".

La verdad era que el largo e intenso estudio de la Biblia por parte del profeta Miller, por erróneamente que él interpretara muchas partes de ella, le daba una gran ventaja sobre la mayoría del clero del país, cuyos conocimientos dejaban mucho que desear. El pastor D. J. Robinson, pastor de la Iglesia Metodista en Portsmouth, New Hampshire, había sentido personalmente la falta de este conocimiento cuando Miller predicó allí, y escribió en relación con su propia posición: "Lo escuché todo lo que pude la primera semana, y pensé que yo podía detenerlo y confundirlo, pero, como el reavivamiento había comenzado en la congregación que se había reunido para escucharlo, no quise hacerlo en público, no fuera a ser que resultara en mal. En consecuencia, lo visité en su habitación, con una formidable lista de objeciones. Para mi sorpresa, difícilmente alguna de ellas era nueva para él, y pudo refutarlas tan pronto como yo se las presentaba. Y él a su vez me presentó objeciones y preguntas que me confundieron a mí y a los comentarios en los cuales yo había confiado. Me fui a casa agotado, convencido, humillado, y resuelto a examinar las preguntas".

El resultado de esto fue que el profeta Miller había añadido otro converso a su lista. El Pastor Robinson se convenció de que las interpretaciones y cálculos de tiempo de Miller eran correctos, y comenzó a predicar en consecuencia".  [Sylvester Bliss, Life of William Miller"].

Esta última afirmación en relación con el Pastor Robinson es la clave para entender la mitad del fanatismo que arruinó tantas vidas y causó tanta angustia mental en 1843 y 1844. Con sólo un limitado conocimiento de muchos de los puntos de la doctrina de Miller, este buen hombre y una hueste de otros como él tomaron sobre sí mismos la tarea de ayudar a Miller a difundirla, y salieron en todas direcciones a predicar la profecía de la inminente destrucción del mundo, así como la doctrina religiosa, con la ayuda de muchas de sus propias teorías, aumentando así la confusión de pensamiento que estaba comenzando a ser vista con seria aprensión por el público más sensato.

El Reverendo Charles Fitch, pastor de la Capilla de la Calle Marlborough en Boston, tomó sobre sí el deber de advertir al público de la inminencia del fin. Al hacerlo, perdió toda conexión con su iglesia y, como dijo en un folleto que escribió en 1841 dando sus razones para creer en la profecía de Miller, folleto que fue publicado por Joshua V. Himes: "En parte, me convertí en un paria eclesiástico. Pero en este proceso encontré la liberación del temor del hombre, y aprendí la bendición de temer a Dios".

Podría ser instructivo insertar aquí como muestra unas pocas líneas de la clase de advertencia que el hermano Fitch tomó sobre sí para presentar. El siguiente extracto de un poema titulado "The Warning" [La amonestación] fue escrito por él en esta época, y tuvo amplia circulación.

"La amonestación"

"Seguid laborando, serviles gusanos de la tierra,
despreciad y olvidad vuestro nacimiento celestial;
recoged vuestros montones de polvo brillante,
y morid pronto, como debéis morir.
O, si vuestro espíritu siente sed de fama,
apresuraos, no descanséis, hasta que vuestro nombre
se destaque de entre aquéllos reputados como grandes
en los campos de batalla o los salones del estado.
Poneos vuestros laureles por un día.
Pronto seréis barridos de la tierra.
Si todo lo que pedís es una copa de placer,
apresuraos, llenadla, y apurad su contenido.
Llenadla nuevamente, si la vida os lo permite,
y vaciadla desde el borde hasta el fondo.
Luego dejadla caer de vuestra paralizada mano,
y estad de pie en presencia de vuestro Hacedor.
Recibid vuestra condena, y ya maldecidos, apresuraos
a morar donde vuestra atormentadora sed
ninguna gota de agua puede aliviar,
donde incontables edades pasarán.
Entonces no servirán de nada ni oraciones ni lágrimas;
los lamentos de vuestras almas perdidas y sufrientes
para siempre deberán prorrumpir en notas de agonía
sobre el mar ardiente del infierno".

No nos asombremos de que "la banca de los pecadores" y "las sillas de la ansiedad" estuviesen repletas durante las conferencias. Este aterrador poema, que acababa de salir de la pluma del hermano Fitch, fue publicado después de que él escuchó una serie de conferencias presentadas por el profeta Miller en la capilla de la calle Chardon en Boston a finales de enero de 1841. De acuerdo con su biógrafo, el lugar "estaba tan atestado que no se podía casi respirar, y miles se vieron obligados a retirarse por falta de espacio".

Las puertas que el pastor Joshua V. Himes (como ahora se le llamaba) había prometido que se le abrirían, ahora estaban abriéndose de par en par. Más que eso, el infatigable Pastor publicaba un periódico, Signs of the Times, ["Señales de los tiempos"], en el cual aparecía la doctrina de Miller, así como explicaciones completas de sus cálculos en relación con el fin del mundo, y se enviaban copias a todas partes, sin importar el costo. En relación con esto, William Miller escribió más tarde:

"Con esto comenzó una época completamente nueva en la difusión de información sobre los puntos peculiares de mi creencia. El señor Murray le traspasó a él [el pastor Himes] la publicación de mis conferencias, y él las publicó conectadas con otras obras sobre las profecías, las cuales, ayudadas por devotos amigos, él difundió por doquier hasta donde le alcanzaban sus medios. No puedo aquí dejar de manifestar mi testimonio por la eficiencia y la integridad de mi hermano Himes". [Apology and Defense, p. 21].

Más que eso, el pastor Himes publicó una Memoria de William Miller, que incluía otros escritos suyos, y que también recibió amplia circulación. Pero, considerando la energía y el dinero gastado, y el aparente entusiasmo con el cual el pastor Himes difundió a diestra y siniestra esta profecía de la cercanía del fin de todas las cosas de acuerdo con los cálculos de Miller, la cautelosa fraseología del prefacio escrito por él mismo es ciertamente sorprendente. En realidad, uno se pregunta si Miller lo leyó alguna vez, ocupado como estaba dictando conferencias aquí y allá y en todas partes; pero difícilmente le habría satisfecho si lo hubiese leído. La fraseología del prefacio justifica la sospecha que muchos tenían en relación con el pastor Himes, de que él aprobaba el despertar emociones religiosas a cualquier costo.

"A pesar de los temores de muchas personas, reputadas como prudentes y buenas, de que el efecto de esta clase de escritos sería deletéreo para la comunidad", dice, "nosotros, por el contrario, hemos presenciado, como esperábamos, los más felices resultados. La influencia moral y religiosa de estos escritos sobre todas las clases de personas que los han examinado candorosamente ha sido de lo más saludable. ... Con respecto a los puntos de vista generales del señor Miller, los consideramos en general de acuerdo con la Palabra de Dios. Sin embargo, nosotros no adoptamos las peculiaridades de ningún hombre. A ningún hombre llamamos Maestro. Y sin embargo, afirmamos con franqueza que hay mucho en esta teoría que aprobamos y abrazamos como verdad evangélica. ... El destino final de los justos y los impíos. Sobre estos puntos estamos por completo de acuerdo con él. "Sobre la cuestión de los 'períodos proféticos' y su laboriosa y erudita cronología, no somos competentes, con nuestra limitada erudición sobre el tema, para decidir con la misma positividad que con los otros temas, no habiendo nunca prestado atención al estudio crítico del tema sino hasta el año pasado. Sin embargo, creemos en lo definitivo de los períodos proféticos, y estamos persuadidos de que vivimos cerca del fin de los tiempos. ... Algunos han fijado el año 1846, otros 1847, mientras que el señor Miller ha fijado 1843 como 'el tiempo del fin.' Creemos que él ha presentado la demostración más satisfactoria de lo correcto de sus cálculos. El advenimiento está cercano. Es posible que estemos errados en cuanto a la cronología. Puede variar por algunos años, pero estamos persuadidos de que el fin no está distante ...".

"No somos insensibles al hecho de que recibiremos mucha deshonra a consecuencia de nuestra asociación con el autor de esta obra. Sin embargo, esto no nos causa dolor. Preferimos asociarnos con un hombre como William Miller y estar del lado suyo en la condena o en la gloria, en la causa del Dios viviente, que asociarnos con sus enemigos y disfrutar de todos los honores del mundo".

Pero, a pesar de esta cautelosa profesión de fe de parte del pastor Himes, éste hizo todo lo que pudo para promocionar a William Miller y a su profecía. Miller, aparentemente sin estar consciente de ninguna deficiencia de su amigo y coadjutor, alzó su voz en tono resonante, con más y más insistencia y creciente solemnidad.

Desde Watertown, donde disertó por nueve días, le escribió a su hijo:

"Nunca vi un efecto tan grande en ningún lugar como el que vi allí", dice. "Mi último sermón fue sobre Gén. 19:17. Había entre mil y mil quinientas personas presentes, y más de cien fueron convencidas de pecado. La mitad de la personas en la congregación sollozaron como niños cuando me fui del lugar. El señor Medbury, el ministro Bautista - un buen hombre - sollozó como si se le fuera a romper el corazón cuando, tomándome de la mano, me despidió en su nombre y en el de sus feligreses. Él y muchos otros se me colgaron del cuello y sollozaron y me besaron, y se lamentaron sobre todo de que no verían más mi rostro. Por más de una hora, no podíamos partir, y finalmente tuvimos que zafarnos".
En Portland, Maine, cierto número de tabernas fueron convertidas en lugares de reunión por sus propietarios. Algunos de los garitos de juego fueron desmantelados y, de acuerdo con el pastor L. D. Fleming, el ministro local, los comerciantes miembros de varias denominaciones se reunían en oficinas en el distrito comercial y dedicaban una hora a la oración en la mitad del día. "En realidad", escribió, "sería imposible dar una idea exacta del interés que ahora se sentía en la ciudad. En la mente de todas las personas no hay nada parecido a una excitación extravagante, sino una casi universal solemnidad. Uno de los principales libreros me informó que había vendido más Biblias en un mes desde que el señor Miller llegó aquí que en los cuatro meses anteriores".

El Wesleyan Journal de Maine salió más o menos por esa época, con una descripción de la persona y el estilo de predicación de William Miller, haciendo notar algunos detalles que pintan un cuadro realístico, y por lo tanto interesante. El siguiente es un extracto de él:

En Portland, el señor Miller ha estado predicando a apretadas congregaciones en la Iglesia de Casco Street sobre su tema favorito, el fin del mundo, o el reino literal de Cristo por mil años. Como fieles cronistas de sucesos corrientes, se espera que digamos algo acerca del hombre y sus peculiares puntos de vista. El señor Miller tiene como sesenta años de edad. Es un sencillo granjero de Hampton, en el estado de New York. Es miembro de la Iglesia Bautista de ese lugar, de donde trae un testimonio satisfactorio de una posición acreditada y una licencia para predicar en público. Entendemos que también tiene numerosos testimonios de diferentes denominaciones, favorables a su carácter general. Creemos que es un hombre de una escolaridad poco común. Evidentemente, posee fuertes poderes mentales, que durante aproximadamente catorce años han estado dedicados casi exclusivamente a la investigación de las profecías bíblicas. Los últimos ocho años de su vida han estado dedicados a dictar conferencias sobre su tema favorito.

"En sus discursos públicos, él permanece dueño de sí mismo y preparado; es claro en su exposición, y con frecuencia pintoresco en sus expresiones. Tiene éxito en captar la atención de su auditorio por una hora y media a dos horas. En el manejo de su tema, utiliza muchas y frecuentes locuciones familiares con las que contesta objeciones y preguntas, proporcionando él mismo las preguntas y las respuestas, algunas veces arrancando una sonrisa de una parte de su auditorio.

"El señor Miller es muy celoso de las interpretaciones literales. Nunca admite el sentido figurado, a menos que sea absolutamente necesario para corregir el sentido o hacer encajar los sucesos que han de ser señalados. Sin duda, cree firmemente lo que enseña a otros. Sus conferencias contienen, aquí y allá, poderosas amonestacions a los impíos, y maneja el universalismo con guantes de acero". [N. B. Los Universalistas habían surgido en oposición a la condenación eterna].

La resistencia del hombre es ciertamente notable. Después de su visita a Portland, regresó a su hogar en Low Hampton, después de haber estado ausente de allí por casi seis meses, y de haber presentado trescientas veintisiete conferencias.

El siguiente mes de mayo lo encontró en New York City disertando en las esquinas de las calles Norfolk y Broom, desde la avenida 16 hasta la 29. Más tarde, Miller le escribió a sus hijos:

"Tengo más trabajo a la mano por hacer que el que podrían hacer dos hombres. Tengo que predicar dos veces por día. Tengo que hablar con muchas personas, contestar muchas preguntas, y muchas cartas que me llegan desde todas direcciones, desde Canadá hasta Florida, desde Maine hasta Missouri. Tengo que leer todos los ingenuos argumentos (confieso que no son muchos) que se me presentan. Tengo que leer toda la jerga de los borrachos y de los sobrios... hay que mantener la estrella polar a la vista; la carta consultada, la brújula observada, los cálculos hechos, las velas izadas, la nave preparada, los marinos alimentados; el viaje proseguido, el puerto de descanso fijado como destino, comprendido, y el vigilante preguntado: 'Guarda, ¿qué de la noche?'"

Y sin embargo, le gustaba sentir la presión y la tensión de la situación que él mismo había creado. Había regocijo al oír hablar de un Bautista aquí y un Metodista allí, y otros, que formaban el grupo de predicadores que ahora se estaba convirtiendo en un factor importante en la difusión de la advertencia. Y todo el tiempo, su capacidad para influir en sus oyentes aumentaba, así como su confianza, y se sentía más y más seguro de sus hechos. Mientras más a menudo reiteraba su advertencia de que el fin llegaría entre 1843 y 1844, más lo creía él mismo y más lo creían sus engañados seguidores.

El pastor Columbus Green escribió un relato de la impresión que Miller produjo mientras presentaba una serie de conferencias en Colchester, Vermont, en agosto:

"Los auditorios eran muy grandes. A pesar de que era una época de excitación general, nuestro lugar de adoración estaba todavía tan silencioso como la muerte. Sus conferencias eran presentadas de una manera muy amable y afectuosa, convenciendo a cada mente de que él creía en las ideas que presentaba. Hacía las exhortaciones más poderosas que yo jamás oír salir de los labios de alguien. Una profunda solemnidad prevalecía en las mentes de la comunidad. Los jóvenes y las jóvenes entre los placeres de los primeros años; los hombres en el meridiano de sus vidas, apresurándose a velocidad de locomotora tras los tesoros de la tierra; caballeros de cabellos grises; matronas cuyos canosos rizos daban evidencia de que muchos inviernos habían pasado sobre ellos, todos hacían una pausa y meditaban en las cosas que oían, preguntándose: '¿Estoy listo?'" [Sylvester Bliss, Life of William Miller].
Para esta época, la difusión de la profecía de Miller estaba haciendo gran progreso, y la profecía estaba siendo diseminada por todo el país por un número tan grande de auto-nombrados predicadores, que se juzgó prudente tener una convención, y se decidió que Boston sería el lugar de reunión. Se estaban haciendo grandes preparativos cuando lo inesperado sucedió: El profeta Miller, la figura central en la cual estaban fijos todos los ojos con una extraña mezcla de curiosidad, antagonismo, temor, admiración, y credulidad, cayó enfermo con fiebre tifoidea. Fue un golpe para sus seguidores, pero el que sufrió más por la privación fue él mismo. Este golpe del destino cayó el 8 de agosto de 1840. El 15, ya pudo dictar unas pocas líneas para que fueran leídas en la Conferencia. El pobre hombre estaba acongojado.

"En vano esperé veros a vosotros todos," escribió, "para respirar y sentir esa sagrada llama del amor, del fuego celestial; oír y hablar de esa querida y pronta venida del Salvador. Pero aquí estoy, un viejo débil, gastado, en un lecho de enfermo, con nervios débiles, y peor aún, un corazón, un temor, en parte sin reconciliar con Dios. Pero, ¡bendito sea el Señor, oh mi alma! Tengo todavía grandes bendiciones, más de las que puedo contar. No caí enfermo lejos de casa. Estoy en el seno de mi familia. Tengo mi razón. Puedo pensar, creer, y amar ... Mi esperanza está en El que pronto vendrá, y no tardará. Amo la idea. Me hace feliz en mi enfermedad. Espero que lo haga en la muerte. Lo espero. Mi alma, espera en Dios!...".

¡Cuán extrañas son las inconsistencias de la mente humana! Cuando predicaba, el profeta Miller decía una cosa, pero cuando estaba enfermo decía otra, y era como cualquier otro frágil mortal, y hablaba de la muerte aparentemente con el mismo sentido de inevitabilidad. Presa de la fiebre, parece haber olvidado momentáneamente que uno de los principales dogmas de su doctrina, que él había estado impresionando en la mente del público, era que él, y todos los que creían como él, nunca experimentarían la muerte, sino que algún día o alguna noche, que ahora se aproximaba rápidamente cuando el sonido de la trompeta resonara a través del universo, serían arrebatados en el aire, mientras la tierra y los malhechores que en ella había arderían y se convertirían en cenizas.

Pero ocurrió que se recuperó, y en diciembre estaba otra vez en el campo, más débil y más tembloroso, pero tan decidido como siempre a despertar al mundo a su condenación inminente.

Mientras tanto, el pastor Joshua V. Himes lo había hecho todo a su manera. Envió predicadores al norte, al sur, al este, y al oeste, con gráficos y diagramas, para demostrar lo correcto de los cálculos del profeta Miller. Viajó acá, allá, y a todas partes, esparciendo la doctrina él mismo. Imprimió y distribuyó folletos por millares, anunciando que el día del juicio se aproximaba. Promovió reavivamientos, y planeó una campaña de reuniones al aire libre para el comienzo de la primavera. No dejó esfuerzo sin realizar, de manera que ahora la atmósfera estaba cargada de alto voltaje, con una expectación que hasta los burladores estaban comenzando a sentir. El hecho de que en su prefacio a las "Memorias" de Miller admitiera la responsabilidad de publicar y difundir esta doctrina en todas direcciones lo coloca en una posición que el público se sintió justificado al criticar. En él, dice: "Sostenemos la doctrina de la responsabilidad personal por las ideas que una persona publica, sean  suyas o ajenas. Es responsable ante la comunidad y ante el gran tribunal por el bien o el mal que produce".

Una afirmación como ésta conduce a la suposición de que finalmente él debe haber aceptado la doctrina por entero; de lo contrario, sus acciones son inexplicables.

Ahora se vislumbraban problemas de varias maneras que ellos no habían previsto. Se manifestaba un espíritu de agresiva oposición. Había muchos que resentían la profecía de Miller. En muchos casos, una especie de temor supersticioso estaba detrás del resentimiento que conducía a actos de violencia por parte de los maleantes de la ciudad, pero el primer brote verdadero de violencia ocurrió en el tranquilo pueblo de Newburyport. El condado de Essex siempre ha tenido sus propios e inequívocos métodos de mostrar desaprobación, como lo atestigua la historia, y esta vez no hubo excepción a la regla.

El profeta Miller había prometido presentar su serie de conferencias allí, y una gran muchedumbre se reunió para escucharlas. En la primera, en el momento mismo en que comenzaba a hablar, le lanzaron un huevo. Por fortuna, no le acertó, sino que cayó sobre el escritorio cerca de su codo. Fue una ominosa advertencia de lo que había de venir, pero él se mantuvo firme y continuó su conferencia. Afuera, en la calle, se estaba reuniendo una chusma, y se oía claramente el ruido de pisadas y el rumor de voces excitadas, causando gran preocupación a los que estaban adentro. En el momento en que la conferencia estaba por terminar, una avalancha de piedras entró zumbando por las ventanas. El ruido de vidrios que se astillaban y la aparición de estos peligrosos proyectiles causó pánico en el auditorio. Hombres y mujeres se empujaban entre sí y forcejeaban en un frenético intento de salir del local, mientras entraban más piedras y caían entre ellos. Pronto el lugar quedó vacío, y Miller también tuvo que salir apresuradamente. Pero el valiente y viejo Profeta no se desanimó por tales demostraciones, que no le impedirían presentar sus conferencias. La noche siguiente lo vio dando frente a un auditorio aún mayor que el primero, sólo que esta vez era en la capilla de Hale´s Court, donde estaban a salvo de una repetición de los disturbios.

Fue un gran esfuerzo para él enfrentarse a las controversias y a las críticas despertadas por sus conferencias. Los periódicos estaban llenos de cartas de asistentes a las conferencias exigiendo respuestas a innumerables preguntas, que él no podía ignorar. En especial, una carta anónima puso el dedo en la llaga, y él se la leyó a su auditorio durante una de sus conferencias.

"Señor Miller", decía, "¿cómo se atreve a afirmar su teoría con tanta confianza sin un conocimiento de los idiomas hebreo y griego?"

El corresponsal añadió a su pregunta una o dos citas bíblicas, la fraseología de las cuales no era absolutamente correcta, lo cual le dio al profeta Miller la oportunidad de contestar con una de sus rápidas respuestas, con verdadera mordacidad yanki.

"Si no estoy familiarizado ni con el hebreo ni con el griego, sé lo suficiente para citar correctamente los textos ingleses de las Escrituras", fue su respuesta, con gran aprobación del auditorio.

Pero enfrentarse a los argumentos del clero de varias denominaciones requería una vasta capacidad de pensamiento y mucha seguridad, y además de conferencias, escribió cierto número de libros refutando sus críticos, libros que fueron publicados por el pastor Joshua V. Himes. Esto hizo mella en sus poderes de resistencia física, en especial porque sufría de dolorosos abcesos en una pierna, que se le pasaron a la otra, haciéndole extremadamente difícil caminar. En esta deplorable condición, y después de haberse enterado de la muerte de su madre, le escribió al pastor Himes el 7 de diciembre de 1842, como sigue:

"...La fatiga del cuerpo y de la mente ha trastornado este viejo esqueleto casi por completo, y me ha incapacitado para soportar las cargas que la Providencia me pide que lleve. Al ponerme viejo, me he vuelto más intolerante, y no puedo soportar muchas contradicciones. Por esto, me llaman poco caritativo y severo. No importa. Esta frágil vida pronto habrá terminado. Mi Maestro pronto me llamará al hogar, y pronto el burlador y yo estaremos en otro mundo para rendir cuentas delante del justo tribunal. Por lo tanto, apelo al Supremo Tribunal del universo para la reparación de ofensas y la rendición del juicio a mi favor, mediante una revocación del juicio del Tribunal aquí abajo.

"El mundo y el clero vs. Miller - Quedo en espera de la bendita esperanza.

"William Miller".

¡Estaba bien agotado, el viejo profeta!

Pero ahora, el gran año - el año de todos los años - el año en que su profecía habría de cumplirse, de acuerdo con su creencia, 1843, el punto en el tiempo hacia el cual miles se volvían ahora, algunos por curiosidad, otros con desprecio, estaba a punto de iniciarse. Pero otros, con corazón radiante y pulso acelerado, preparándose para esperar la venida del Señor, esperaban ver más señales en los cielos, y señales de los tiempos, la angustia de las naciones, hambre y pestilencia. Algunos corrían de aquí para allá, y había rumores, y rumores sobre rumores, y extrañas visiones y sonidos. ¡Hasta los burladores se sentían inquietos!

Al extenderse la agitación y el nerviosismo, el pastor Joshua V. Himes, siempre listo, publicó y distribuyó un folleto titulado "Carta a todo el mundo", en la cubierta del cual aparecían las siguientes aterradoras palabras de advertencia:

"¡Amigo mío! ¡El día del Señor está por llegar! Y, cuando haya llegado, Ud. y yo pasaremos a otro estado de la existencia, una existencia de eterna gloria o eterno tormento. ¡Créalo! ¡Créalo! Vendrá de repente, en un instante en el tiempo, continuando todas las cosas como estaban hasta el instante mismo de la aparición del Señor en el mundo. Ud. está mirando al cielo. Se ve una luz como de relámpago. ¡Es el Señor! Ud. está hablando a su esposa o su hijo al lado de la chimenea. Un terrible trueno revienta sobre Ud. ¡Es el Señor! Ud. está durmiendo en su cama. Escucha un terrible estruendo. ¡Es el Señor! Ud. está despierto a una hora de la oscuridad de medianoche. Contempla una terrible brillantez por encima de su cabeza. ¡Es el Señor! Ud. está viajando en ferrocarril, o a caballo, o comprando en el mercado, o trabajando en el campo, u ocupado en el jardín, o examinando sus cuentas, u obteniendo pan para su familia, o comiendo con ellos, o leyendo un libro. Ud. siente la tierra temblar con terribles sacudidas debajo de sus pies. ¡Es el Señor! Ud. va a la puerta a recibir a su madre, a un hermano, o a un amigo. ¡Ud. estará recibiendo al Señor! ¡Terrible día! ¡Terrible venida! 'Preparaos para encontraros con vuestro Dios! ¡Preparaos para encontraros con su día! ¡Preparaos para enfrentaros con su juicio! ¡Preparaos! ¡Preparaos!".

¡Así comenzó el crucial año de 1843!

"La alarma"

"Vivimos, moramos
En un tiempo grandioso y terrible;
En una época de épocas, que anuncia
Que estar vivos es sublime.

"Oíd el despertar de las naciones,
Gog y Magog a la batalla;
¡Oíd! ¿Qué se oye sonar? ¡Es la creación
Que gime porque ha llegado su último día!

"¡Oíd la arremetida! ¿Cruzaréis vuestros brazos
Cubiertos de fe en perezosa actitud?
¡Arriba, arriba, soldado somnoliento.
Los mundos están preparándose para el choque!
De 'The Millenial Harp' (publicado por Joshua V. Himes, 1843)


Volver

Prefacio  Introducción        
  10 11 12 Conclusión  Apéndice

Sección de libros3

Index1