Wlliam Miller
EL EXTRAÑO ERROR
DE WILLIAM MILLER
DAYS OF DELUSION -
A STRANGE BIT OF HISTORY
Clara Endicott Sears, 1924
Capítulo 3
SEÑALES EN LOS CIELOS
Traducido
"Nature
in wild amaze,
Hr dissolution mourns;
Blushes of blood the moon deface,
The sun to darkness turns."
Antiguo himno de campamentos
evangelísticos.
El hombre está
acostumbrado a mirar al firmamento estrellado con confianza y
un sentido de ilimitada seguridad. Observa los planetas salir
y ponerse. Sabe hacia dónde mirar para buscar el titilante
grupo de las Pléyades, y los puntiagudos ángulos de la Silla
de Casiopea. Puede confiar en encontrar la posición exacta de
la Estrella del Norte, y conoce la hora en que puede observar
la constelación de Orión. Por lo tanto, cuando, poco antes del
amanecer del 13 de noviembre de 1833, se vieron miles y miles
de estrellas caer hacia la tierra, y luces extrañas y
rielantes se dispararon hacia arriba contra el fondo de un
cielo sin nubes, y resplandecieron bolas de fuego en el
cenit, explotando en el aire, difícilmente puede causar
asombro la intensa alarma que se sintió en muchos lugares. Con
aguda preocupación, algunos recordaron otra agitada
demostración del poder de la naturaleza, que había ocurrido
cincuenta años antes y había sido registrado por los
científicos como el "día oscuro", cuando el sol, según todas
las apariencias, ni salió ni se puso, y la oscuridad cubrió la
tierra, como en los días nebulosos antes de que existiese la
luz. Relacionando aquel terrorífico suceso con el presente,
muchos escudriñaron apresuradamente las Escrituras, comparando
lo que encontraban allí con lo que sucedía en los cielos por
encima de ellos, y temblando creyeron que había llegado la
hora en que una de las profecías bíblicas se estaba cumpliendo
delante de sus mismos ojos. Por los distritos donde se había
visto a William Miller había estado haciendo sonar la alarma
de la condenación que se aproximaba, la excitación era
intensa, y dondequiera que su palabra había alcanzado, este
asombroso espectáculo producía una profunda sensación, e hizo
que de aquí en adelante muchos burladores se unieran a los que
creían en esta profecía.
La siguiente carta
dirigida al editor apareció en el Baltimore Patriot del 13 de noviembre de
1833, y da un vívido relato de este famoso fenómeno:
"Señor Munro:
"Al despertarme esta mañana, presencié uno de los más
grandiosos y alarmantes espectáculos que jamás contempló el
ojo del hombre. La luz en mi habitación era tan intensa, que
podía ver qué hora de la mañana era en el reloj que colgaba
sobre el mantel, y suponiendo que había un incendio cercano,
probablemente en mis propios predios, salté de la cama
y fui a la ventana, y he aquí que las estrellas, o algunos
otros cuerpos celestes que presentaban una apariencia
encendida, descendían en torrentes, tan rápidos y numerosos
como nunca vi copos de nieve o gotas de lluvia en medio de
una tormenta.
"Ocasionalmente, un gran cuerpo, aparentemente de
fuego, era lanzado a través de la atmósfera y explotaba sin
ruido, y millones de encendidas partículas eran disparadas
por el aire circundante. A la vista, presentaban lo que
podría llamarse una lluvia de fuego, pues no la puedo
comparar con ninguna otra cosa. Su duración, de
acuerdo con el tiempo transcurrido desde el momento en que
lo descubrí, fue de veinte minutos, pero un amigo, cuya
esposa estaba levantada, dice que comenzó a las cuatro y
media, que ella estaba velando el sueño de un pariente, y
que por lo tanto puede decir positivamente la hora en que
comenzó. Si nuestros cálculos son correctos, llovió fuego
por cincuenta minutos. El galpón en el patio adyacente al
nuestro estuvo cubierto de estrellas, como supongo, todo el
tiempo.
"Un amigo a mi lado, que también lo presenció y en
cuya veracidad tengo la más absoluta confianza, confirma mi
propia observación del fenómeno, y añade que las partículas
encendidas que caían hacia el sur descendían hacia el sur, y
las que caían hacia el norte descendían hacia el norte. Él
cree que comenzó antes del período en el cual yo lo
presencié primero, y que duró más tiempo, que cuando el
reloj dio las seis todavía había algunas estrellas cayendo.
"He expresado los hechos como se presentan a mi
mente. Dejo a los filósofos el explicar el fenómeno.
"Sinceramente suyo, 'B'".
Alarmante como es
esta descripción, muchas otras, que la igualan, se escribieron
en ese tiempo. El relato de Henry Dana Ward, que fue enviado a
la Cámara de Comercio de New York, es una de ellas. Ward
escribe lo siguiente:
"El fenómeno de ayer se menciona un poco en la
edición de su periódico de esta mañana. El informe se queda
tan corto en relación con lo que yo mismo vi, y lo que
vieron cierto número de amigos que lo contemplaron conmigo,
que le estoy enviando al relato de la portentosa escena, tal
como la presencié.
"Un miembro de la familia se levantó a las cinco de la
mañana para salir de la ciudad en el barco de las siete.
Levantó la ventana para ver si ya había amanecido, y he aquí
que todo el oriente estaba iluminado y los cielos parecían
estar cayendo. Dudando, se frotó los ojos, pero, viendo por
todos lados el firmamento estrellado como si estuviese roto
y cayendo como copos de nieve blanqueando los cielos,
despertó a toda la familia. Al grito de : "¡Miren por la
ventana!", me desperté de un profundo sueño, y maravillado,
vi el oriente iluminado con la aurora de los meteoros.
"El cenit, el norte, y el poniente también
mostraban las estrellas cayendo en la misma imagen de algo y
de una sola cosa que yo jamás oí. Llamé a mi esposa para que
viera, y mientras se ponía la bata, exclamó: '¡Mira cómo
caen las estrellas!', y en nuestros corazones sentimos que
era una señal de los últimos días. Pues ciertamente 'las
estrellas del cielo caerán a la tierra, como la higuera deja
caer sus higos cuando es sacudida por un fuerte
viento'".
Esta misma idea fue
expresada en un artículo en el Connecticut Observer de noviembre 25, 1833,
que fue copiado de un periódico llamado Old Countryman". Dice
así:
"Declaramos la
lluvia de fuego que vimos el pasado miércoles por la mañana,
algo terrible, un presagio seguro, una señal misericordiosa
del grande y terrible día que los habitantes de la tierra
presenciarán cuando se abra el sexto sello. El momento que
ha llegado está descrito, no sólo en el Nuevo Testamento,
sino también en el Antiguo. No es posible contemplar una
imagen más apropiada de una higuera dejando caer sus hojas
cuando es sacudida por un fuerte viento".
Un corresponsal del New York American en
Acquackanonk parece haber tenido una experiencia
particularmente difícil. Dice que los meteoros parecían variar
en tamaño entre el de un guisante al de una nuez, y eran de
varios colores - rojos, azules, amarillos, y blancos. Sigue
diciendo: "Varios cayeron a distancia de un pie de mí, y uno explotó
cerca de mi cara, e instantáneamente desapareció sin dejar
ningún olor en particular".
En una publicación llamada Last
Day Tokens [Señales de los últimos días] (1843) se
reimprimieron varios informes de periódicos de este fenómeno
de las estrellas fugaces. Uno de ellos dice así:
"Los periódicos de
Sussex describieron el espectáculo en su vecindario como algo
singular. La gente parece haberse alarmado mucho. Pensaron que
la estrellas realmente se habían escapado de sus órbitas con
fuerza, y que la economía entera de la naturaleza estaba
retornando a su caos original. Una persona dijo que mantuvo
sus ojos sobre la estrella de la mañana, decidido a que, si
ésta caía, abandonaría toda esperanza".
El Rockingham Register de
Virginia lo llamó "una lluvia de fuego - miles de estrellas
viéndose caer al mismo tiempo; algunos dijeron que comenzó con
un ruido considerable".
El Lancaster Examiner
declaró que "el aire estaba lleno de innumerables meteoros o
estrellas - cientos de miles de cuerpos brillantes podían
verse cayendo en todo momento".
El Salem Register afirmó que
"algunos lo atribuyen a piedras expulsadas de volcanes en la
luna".
Después de estos
gráficos relatos, es interesante notar la opinión de un
científico. Comentando el extraordinario espectáculo, el
profesor Olmstead, de Yale College, hizo la siguiente
afirmación, de acuerdo con el periódico mencionado antes, Last Day Tokens (1843):
"Los que
fueron lo bastante afortunados como para presenciar el
espectáculo de las estrellas fugaces en la mañana del 13
de noviembre de 1833, probablemente vieron la mayor
exhibición de pirotecnia celeste que haya sido vista jamás
desde la creación del mundo, o por lo menos dentro de los
anales cubiertos por las páginas de la historia".
Después de esto, como
el número de sus seguidores aumentara, el entusiasmo y la fe
de William Miller en su propia profecía aumentaron en
consecuencia. En una carta al buen hermano Hendryx ese mismo
año, Miller explotó en un lenguaje, al estilo de Walt Whitman,
que lo deja a uno perplejo. Sin embargo, este lenguaje era
particularmente suyo. Lo siguiente es un interesante ejemplo
de ello:
"¡Ojalá tuviera la lengua de un Apolo, y los
poderes mentales de un Pablo!", escribe en su exhuberante
carta. "¡Que la Biblia sea para nosotros una roca, una
columna, una brújula, una carta de navegación, un estatuto,
un directorio, una estrella polar, una guía de viajeros, un
compañero del peregrino, un escudo de la fe, una base de la
esperanza, una historia, una cronología, una coraza, un
granero, un espejo, un servicio sanitario, un libro de
oraciones, una epístola, una carta de amor, un amigo, un
enemigo, un ingreso, un tesoro, un banco, una fuente, una
cisterna, un jardín, una posada, un campo, un puerto, un
sol, una luna, una estrella, una puerta, una ventana, una
luz, una luminaria, una mañana, un mediodía, una noche, un
reloj de arena, un vigilante, un sirviente, una sirvienta!
"Es carne, alimento, bebida, prendas de vestir,
refugio, calidez, calor, una fiesta, fruta, manzanas,
fotografías, vino, leche, miel, pan, mantequilla, aceite,
refrescos, descanso, fortaleza, estabilidad, sabiduría,
vida, ojos, manos, pies, aliento; es una ayuda para oír,
ver, sentir, probar, oler, comprender, perdonar, amar,
esperar, disfrutar, adorar, y salvar; enseña salvación,
justificación, redención, y glorificación; declara la
condenación, destrucción, y desolación; nos dice lo que
fuimos, lo que somos, y lo que seremos; comienza con el
comienzo, nos lleva a través de los intermedios, y termina
sólo con el fin; es el pasado, el presente, y el porvenir;
discurre sobre la primera gran causa de todos los efectos, y
los efectos de todas las causas; habla de la vida, la
muerte, el juicio, el cuerpo, el alma, el espíritu, el
cielo, la tierra, y el infierno; usa todas las figuras de la
naturaleza, para resumir el valor del evangelio; y se
declara como la palabra de Dios. Y vuestro amigo y hermano
lo cree. "William Miller".
Pero tuvo que sufrir
por este cambio de fe. Sus anteriores asociados estaban
indignados. Dijeron que era una audacia que les predicara a
otros lo que había negado como falacia en el pasado. Otros
amigos, recordando el acerbo ridículo que Miller había hecho
de ellos y su fe en días pasados, no pudieron resistir la
tentación de devolverle sus propias pullas en su propia cara.
Sufría intensamente a causa de esto, y a veces sentía que su
valor era sometido a prueba severamente. Como muchos que
ridiculizan la fe religiosa de otros, sentía el aguijón de
ello, casi más allá de lo que podía soportar, cuando se volvió
contra él. Pero estaba demasiado adentro para ser apartado del
camino que ahora estaba siguiendo, y continuó yendo de un
lugar a otro, llevando su mensaje y haciendo sonar la
advertencia.
Para este tiempo, la
Iglesia Bautista le había concedido licencia para predicar, y
él se refiere a esto en una carta dirigida al hermano Hendryx,
fechada el 23 de febrero de 1834:
"Sin duda, Ud. ha oído decir que he estado
tratando de predicar (como algunos lo llaman) en
este vecindario (Low Hampton). Es verdad que he estado
trabajando, a mi débil manera, en Dresden por dos o tres
meses. ... Ud. se ríe, hermano Hendryx, al pensar que el
viejo Hno. Miller está predicando. Pero siga riéndose. Ud.
no es el único que ríe; pero está bien. Lo merezco. Si
pudiera predicar la verdad, es todo lo que pido".
En respuesta a una carta
dirigida a él como Reverendo, nuevamente le escribe al Hermano
Hendryx:
"Querido Hno.
Hendryx:
"Ojalá Ud. pudiera mirar en su Biblia a ver si
encuentra la palabra Reverendo aplicada a un mortal
pecador como yo, y actuar en consecuencia. ... Decidamos
vivir y morir por la Biblia. Dios está a punto de
levantarse y castigar a los habitantes del mundo. El
orgulloso, el altivo, el arrogante debe ser humillado; y
el humilde, el manso, y el contrito, exaltado. Entonces,
¿qué me importa aquello que el mundo llame grande y
honorable? Dadme a Jesús, y un conocimiento de su Palabra,
fe en su nombre, esperanza en su gracia, interés en su
amor, y dejadme vestirme de su justicia, y el mundo bien
puede disfrutar de todos los títulos rimbombantes, las
riquezas de que puede ufanarse, las vanidades que herede,
y todos los placeres del pecado; y no serán más que una
gota de agua en el océano".
Nuevamente escribe:
"Después de
que la siega y la cosecha hayan terminado, saldré
nuevamente. Si estoy en lo cierto, ¡cuán importante es el
tiempo! Nueve años pasan pronto, y entonces, querido
hermano, Ud. y yo debemos rendir cuentas delante del
solemne tribunal de nuestro omnipotente Juez".
Evidentemente, el
hermano Hendryx, aunque concordaba en muchos puntos con la
posición de su amigo, no aceptaba del todo la creencia en la
venidera destrucción del mundo, y esto era fuente de gran
preocupación para William Miller; en realidad, esta actitud de
neutralidad de parte de su amigo, y de muchos otros miembros
del clero en relación con este tema, ponía a prueba
excesivamente su paciencia.
"La evidencia es tan clara", le escribió el 28 de octubre de
1834, "es tan fuerte el testimonio de que vivimos en el
crepúsculo de la presente dispensación y que nos acercamos al
día glorioso, que me maravillo de que los ministros y la gente
no despierten y preparen sus lámparas. Sí, mi hermano, casi
dos años han pasado desde que Ud. oyó la nueva: "¡He aquí
viene el esposo!", y sin embargo, Ud. exclama: 'Un poco más de
sueño, un poco más de dormitar'. No culpe a su pueblo si ellos
se duermen bajo su prédica. Ud. ha hecho lo mismo. Sea
paciente conmigo, mi hermano. En cada una de las cartas que
Ud. me ha escrito, me ha prometido estudiar este
importantísimo tema, y en cada una de ellas Ud. ha confesado
su negligencia. El día se acerca. ¡Más de un sexto del tiempo
ha pasado desde que mi hermano Hendryx prometió, y todavía
está dormido! ¡Oh, Dios, perdónalo! ¿Está Ud. esperando que el
mundo entero despierte, antes de levantarse? '¿A dónde fue a
dar su valor?' ¡Despierte! ¡Despierte! 'Oh, haragán! Defienda
su propio castillo, o póngase del lado de la palabra de Dios;
destruya o construya. Ud. no debe, no puede, ser
neutral, y no lo será. ¡Despierte! ¡Despierte! Dígale al
diácono Smith que lo ayude a despertarse. Dígale que lo
sacuda, y que no deje de sacudir hasta que el Hermano H. se
ponga toda la armadura de luz.... En cada iglesia donde he
disertado sobre este importante tema, muchos, muchísimos,
parecen despertar, se frotan los ojos, y luego se duermen otra
vez. Pero el enemigo está despertando. En un pueblo, (North
Beekmantown), el día después de mi primera conferencia, recibí
una carta de matones y guardaespaldas, diciendo que 'si no
salía del estado, ¡me pondrían donde los perros jamás me
encontrarían! La carta estaba firmada por diez de ellos. Me
quedé, y, ¡bendito sea Dios!, Él derramó su espíritu, y
comenzó una obra que los que contradicen no pudieron resistir.
"Algunos ministros
tratan de persuadir a su pueblo de que no me escuchen, pero la
gente va, y cada conferencia adicional trae una multitud
adicional, hasta que ya no caben en sus Casas de Reunión.
¡Confíe en ello, mi hermano, Dios está en esto!".
Como dijo William
Miller, algunos de los del clero tomaron una posición definida
y trataron de evitar que sus congregaciones lo escucharan,
pero hubo otros que tomaron una actitud diferente hacia él,
aunque ellos, como el hermano Hendryx, permanecieron
indiferentes a su profecía de que el mundo pronto llegaría a
su fin.
Antes de este tiempo,
una especie de letargo espiritual había prevalecido en algunas
iglesias, y el predicador, de pie en el púlpito, desfallecía
bajo el descorazonador despliegue de cabezas que subían y
bajaban, dormitando, a plena vista, cada sábado por la mañana
mientras él disertaba acerca de algún punto teológicamente
dudoso. No añadía a su inspiración ver al sacristán caminar
para arriba y para abajo por los pasillos, como era la
costumbre en aquellos días, rozando las narices de viejos
caballeros que roncaban, y de damas robustas y viejas que
respiraban con fuerza, con un arma parecida a un plumero, como
medio para despertarlos. ¡Las perplejas expresiones de ellos
al ser despertados no ayudaban a encender el fervor de la
oratoria de parte del predicador!
Muchos de los
miembros del clero, especialmente entre los Bautistas,
Metodistas, y Congregacionalistas, argumentaban que cualquier
perjuicio que resultara de la alarma despertada por esa
profecía estaba grandemente contrapesada por su poder para
despertar, desde el más viejo hasta el más joven, en sus
congregaciones, hacia el remolino del entusiasmo religioso.
Cuando veían a aquellos habituales dormilones sabatinos
ponerse de pie de un salto, gritando; "¡Gloria, gloria!", o
derretirse en lágrimas bajo la influencia de las exhortaciones
del profeta Miller, se sentían justificados al apoyarlo.
Uno de los factores
irresistibles en este poder de atracción que William Miller
incuestionablemente poseía era esta variedad de disposiciones.
Algunas veces, daba la impresión de ser un típico granjero que
usaba una fraseología rebuscada, y revelaba cierta astucia
yanki verdadera y antigua; otras veces, aparecía como un
hombre sombrío y oscuro, demostrando un indiscutible
conocimiento de la letra de la Escritura, citando con
exactitud hasta los pasajes más oscuros; en otras ocasiones,
estallaba en un torrente de prosa dramática y a menudo
poética, como poseído por una fiebre de entusiasmo y éxtasis
religioso; y entonces, nuevamente, sus oyentes se sentaban por
horas, escuchando atentamente su explicación de aquellos
intrincados cálculos que resultaban en la alarmante deducción
de que, en algún momento entre 1843 y 1844, el mundo sería
destruído por el fuego.
Esta manera natural y
espontánea de expresar sus pensamientos como le iban saliendo,
sin titubear y de acuerdo con su humor, impartía una vida
pulsante a las largas conferencias explicativas que ahora se
le llamaba a presentar día tras día, casi sin cesar.
En el febrero siguiente (1835),
le escribió nuevamente al hermano Hendryx:
"El Señor abre
puertas más rápido de lo que yo puedo llenarlas. Mañana tengo
una cita en Whiting, que me ocupará una semana. La semana
siguiente estaré en Shoreham; la última semana de este mes, en
Bridgeport; la primera semana de marzo, en Middletown, la
segunda en Hoosac. Tengo llamados de Schroon, Ticonderoga,
Moriah, Essex, Chazy, Champlain, Plattsburg, Peru, Mooretown,
Canton, Pottsdam, Hopkinton, Stockholm, Parishville, y otros
lugares, demasiado numerosos para ser mencionados".
El resultado de estas
conferencias fue un anuncio formal, hecho por un gran número
de dirigentes Bautistas, a este efecto:
"Por la presente certificamos, a quien concierna,
que nosotros, los suscritos, ministros en la denominación de
los Bautistas regulares, conocemos personalmente al hermano
William Miller, portador de esta certificación; que él es
miembro, y con licencia válida, de la Iglesia Bautista
regular, en Hampton, New York; que lo hemos oído disertar
sobre el tema de la Segunda Venida y el Reino de nuestro
Señor Jesucristo; y que creemos que sus puntos de vista
sobre ese tema en particular, así como otros que pertenecen
al evangelio, son dignos de ser conocidos y leídos por todos
los hombres....
[Firmado] "J. SAWYER,
Jr., South Reading
"E. HALPING, Hampton
"AMOS STEARNS, Fort Ann
"EMERSON ANDREWS,
Lansingburgh".
Debajo aparece
escrito: "Habiendo oído las conferencias mencionadas más
arriba, no veo manera de evitar llegar a la conclusión de que
la venida de Cristo ocurrirá tan temprano como 1843". Y a esto
sigue una lista de treinta y ocho nombres de hombres de New
York, Vermont, y Massachusetts.
Sus conferencias públicas durante el invierno de 1835 fueron
interrumpidas por su preparación de dieciséis conferencias que
fueron publicadas la primavera siguiente en Troy, New York,
por el pastor Wescott, con el acuerdo de que las copias que
tuviera William Miller serían compradas por él a precio del
mercado. El deseo de abarcar campos más amplios y de difundir
su doctrina entre todas las clases era tan grande, que cuando
se le hizo la propuesta, la aceptó de buena gana. El público,
ignorante de la condiciones en relación con ella, lo acusó de
tratar de hacer fortuna con la publicación.
El verano siguiente, su amigo el
hermano Hendryx recibió otra carta de él, fechada el 21 de
julio.
"He sido confinado a
mi casa por tres semanas a consecuencia de un ataque de
bilis", escribe. "Me enfermé mientras dictaba unas
conferencias en Lansingburg, New York, pero terminé mi serie
de conferencias y regresé a casa, y no he estado bien desde
entonces. Mis conferencias fueron bien recibidas en ese lugar,
y llamaron la atención. La casa estuvo llena a reventar por
ocho días consecutivos. Siento que Dios estuvo allí, y creo
que en su reino glorificado veré los frutos.... Infieles,
deístas, Universalistas, y sectarios, todos estuvieron como
encadenados a sus asientos, y en perfecto silencio, por horas
- sí, por días - para escuchar al viejo tartamudo hablar
acerca de la Segunda Venida de Cristo, y mostrar el modo, el
objeto, el tiempo, y las señales de la venida".
Que una clara
incomodidad y aprensión inquietaba la mente del público en
relación con la predicción de la cercanía de la Segunda Venida
era impresionantemente evidente a partir del hecho de que,
mientras el profeta Miller hablaba a grandes muchedumbres en
los pueblos más pequeños y los distritos rurales sobre su
interpretación de las profecías, Harriet Livermore, que veía
la manera y el propósito de la venida de nuestro Salvador
desde un punto de vista totalmente diferente, predicaba en el
Salón del Congreso en Washington en presencia del Presidente
Madison y muchos miembros de su gabinete, así como un vasto
número de personas. Además, un nuevo profeta había surgido en
Inglaterra, un capitán Saunders, de Liverpool, quien predicaba
que la Segunda Venida ocurriría en 1847, concordando en esto
con Joseph Wolff, que esperaba que ocurriera en Jerusalén. De
esta época en adelante, el profeta Miller trabajó
incesantemente, presentando hasta ochenta y dos conferencias
en el otoño de 1836. Ahora la gente comenzaba a reconocerse
públicamente como sus seguidores, y un incidente de esta
clase ocurrió cuando visitó Shaftsbury, Vermont, en enero de
1837, donde presentó su serie entera de dieciséis
conferencias.
"Al final de una de
ellas, un clérigo Bautista se levantó y dijo que había ido
allí con el propósito de revelar la estupidez del señor M.,
pero que había tenido que confesar que había quedado
confundido, convencido, y convertido. Reconoció que había
aplicado varios epítetos poco amables al señor Miller,
llamándolo 'el hombre del fin del mundo', 'el viejo
visionario', 'soñador', 'fanático', por lo cual se sentía
cubierto de vergüenza y confusión. Esa confesión,
evidentemente muy honesta, fue como un rayo para el
auditorio". [Sylvester Bliss, Life of William Miller].
Ahora, no bien había
disertado en un pueblo o aldea, cuando todos los pueblos o
aldeas cercanos deseaban escucharlo. El espacio no nos permite
enumerar todos los lugares, en un amplio territorio,
donde presentaba su solemne advertencia a los perplejos
habitantes.
Para estos días,
tenía poco tiempo para ocuparse de su granja. Todas sus
energías estaban enderezadas a lo que él consideraba su
misión.
Su familia ahora
consistía de una esposa y diez hijos - siete varones y tres
mujeres. Algunos de ellos estaban ya crecidos para esta época,
y podían ocuparse de la granja. En su biografía se hace poca
referencia a ellos, pero Miller con frecuencia le escribía al
mayor de ellos. Una de estas cartas, escrita en Montpelier,
Vermont, y fechada el 17 de noviembre de 1838, muestra cómo la
agitación producida por la naturaleza de su profecía se estaba
apoderando de la imaginación del público.
"En este lugar ha
habido gran excitación en relación con el tema," escribe.
"Anoche tuvimos una reunión solemne e interesante. Hubo gran
quebrantamiento y muchos sollozos. Algunas almas han nacido de
nuevo. Difícilmente puedo alejarme de esta gente. Quieren que
me quede otra semana.... Montpelier es un pueblo de tamaño
bastante considerable, y tiene algunas personas muy
interesantes, que parecen escuchar con mucho interés. Esta
tarde me reúno con los ciudadanos, y he de darles una
oportunidad para hacerme preguntas y manifestarme sus
objeciones. ... ¡Que Dios me ayude a presentarles la verdad!
Conozco mi propia debilidad, y sé que no tengo ni el cuerpo ni
la mente para hacer lo que el Señor está haciendo por medio de
mí. Son las obras y y las maravillas del Señor que están
ocurriendo delante de nuestros ojos. El mundo no sabe cuán
débil soy. Ellos tienen al viejo en mucho más que yo lo tengo
a él".
Nuevamente, le escribe en enero
de 1839:
"Ha habido una
reforma en cada lugar en que he disertado desde que salí de mi
hogar. La obra está progresando rápidamente en cada lugar. Las
casas de reunión están atestadas a rebosar. Prevalece mucha
excitación entre la gente. Muchos dicen que creen; algunos se
burlan; otros están sobrios, y pensando".
Hay una rara
descripción del aspecto de William Miller en este período, que
vale la pena mencionar. El pastor T. Cole, pastor de la
Iglesia Bautista de Lowell, había estado oyendo hablar de los
grandes reavivamientos resultantes de las conferencias del
profeta Miller mientras viajaba por el estado de Vermont.
Cole, como la gente de Lowell, sentía extrema curiosidad por
verlo, y averiguar lo que tenía que decir sobre el tema de su
profecía. En consecuencia, le escribió una carta invitándolo a
ir a Massachusetts, detenerse en Lowell, y explicar su
doctrina desde el púlpito de la Iglesia Bautista.
Evidentemente, el pastor Cole se había formado en su mente una
imagen bien definida de Miller, y esperaba una figura
dominante, que pudiera despertar las emociones de la multitud
a través de la fuerza de su personalidad. En realidad, William
Miller era un tipo de hombre perfectamente sencillo y sin
pretensiones, en muchos respectos muy ingenuo, y probablemente
nunca prestó la menor atención a su apariencia personal. Era
muy sencillo y ordinario en el vestir, y se ataviaba más como
granjero que como predicador. El pastor Cole parece haber
esperado que se pareciera a "algún distinguido doctor en
divinidad", de acuerdo con el biógrafo de Miller, y aunque
había oído decir que siempre llevaba una capa de pelo de
camello y un áspero sombrero blanco de pelo de castor,
aparentemente supuso que estarían de acuerdo con la moda de
los tiempos.
Cuando llegó el día
de su llegada a Lowell, el pastor fue a encontrarlo a la
estación. Inspeccionó cuidadosamente cada una de las personas
que se bajaban del tren, pero no vio a nadie que cuadrara con
su imagen mental del profeta Miller. Pronto vio a un hombre de
edad, tembloroso por la perlesía, que tenía un sombrero blanco
y una capa de pelo de camello, bajarse de uno de los vagones.
Temiendo que éste fuera en verdad el hombre, y si ése era el
caso, lamentando haberlo invitado a hablar en su iglesia, se
acercó y le susurró al oído: "¿Es Miller su nombre?". El señor
M. asintió con la cabeza. "Bueno", dijo el pastor Cole muy
alterado, "sígame".
"Comenzó a caminar,
andando delante, y el señor M. manteniéndose lo más cerca que
podía, hasta que llegaron a la casa del pastor Cole. Se sentía
muy disgustado por haber escrito pidiendo que viniera un
hombre de la apariencia del señor M. y que, concluyó, no era
posible que supiese nada con respecto a la Biblia y limitaría
su conferencia a sus propias visiones y fantasías. Después del
té, le dijo al señor M. que suponía que era tiempo de ir a la
iglesia, y nuevamente caminó delante, y el señor M. detrás.
Cuando entraron a la iglesia, lo guió al escritorio, y él
mismo se sentó con la congregación.
"Quince minutos
después de anunciarse el texto, el pastor Cole había quedado
completamante desarmado. En esa ocasión, William Miller habló
de manera calmada e impresionante, y los argumentos que
presentó parecían tan convincentes, que se le invitó a
quedarse y hablarle a la gente por un período más largo. Esto
terminó en un 'glorioso reavivamiento,' y el pastor Cole
abrazó por completo sus puntos de vista, y por seis años
continuó siendo un devoto defensor de ellos". [Sylvester
Bliss, Life of William
Miller].
De Lowell, fue a
Groton, y de allí a Lynn. Un memorándum en su diario dice que,
desde octubre 1, 1834 hasta junio 9, 1839, presentó
ochocientas conferencias.
El editor del Lynn Record escribió un
artículo que apareció en ese periódico inmediatamente después
de que William Miller había disertado en ese lugar. El
artículo se titulaba "Miller y sus profecías", y también da
una descripción de él que es interesante. Dice así:
"Estábamos
prejuiciados contra el buen hombre al principio, cuando vino a
nosotros, a causa de lo que suponíamos era un craso error en
la interpretación de las profecías bíblicas de que el fin del
mundo llegaría en 1843. Todavía nos sentimos inclinados a
creer que esto era un error o un cálculo errado. Al mismo
tiempo, hemos superado nuestro prejuicio contra él asistiendo
a sus conferencias, y aprendiendo más del excelente carácter
de este hombre, y del gran bien que ha hecho y está haciendo.
El señor Miller es un sencillo granjero, y no pretende nada,
excepto que ha estudiado las profecías bíblicas intensamente
por muchos años, entiende algunas de estas profecías de manera
diferente que la mayoría de la gente, y desea, por el bien de
otros, difundir al público sus puntos de vista. Nadie puede
oírlo hablar por cinco minutos sin quedar convencido de su
sinceridad, e instruído por su razonamiento e información.
Todos reconocen que sus conferencias están repletas de asuntos
útiles e interesantes. Su conocimiento de las Escrituras es
muy extenso y minucioso, especialmente el de las profecías,
que resultan sorprendentemente familiares. Tenemos razón para
creer que la prédica o las conferencias del señor Miller han
producido un bien grande y extenso. Su trabajo ha sido seguido
por reavivamientos. Dondequiera que ha estado, ha sido
escuchado con atención.
"No hay nada muy
peculiar en las maneras y en la apariencia del señor Miller.
Sus gestos son fáciles y expresivos, y su apariencia personal
es decorosa en todas las maneras. Sus explicaciones e
interpretaciones de las Escrituras son notablemente sencillas,
naturales, y convincentes, y la gran ansiedad de la gente para
escucharlo se ha hecho manifiesta dondequiera que ha
predicado".
¡Evidentemente, el
editor del Lynn Record
opinaba de diferente manera que el pastor Cole en relación con
la capa de pelo de camello y el sombrero blanco de pelo de
castor! Pero la apariencia personal de William Miller, áspera
y anticuada o lo que fuera, parece no haber hecho ninguna
diferencia, porque dondequiera que iba, la multitud se reunía
para escucharlo. Le escribió a su hijo de esta manera después
de disertar en Stoughton e ir a Canton: "Dicté tres
conferencias en el último día a una casa llena a reventar", y
así era en un lugar tras otro.
Luego vino un cambio.
El profeta Miller ya no era un predicador campesino
trashumante. El destino tenía algo más guardado para él. De
repente, se encontró enfrentando a mundanas multitudes de
grandes ciudades, siendo retado en el púlpito y por la prensa
en relación con su creencia, y siendo rodeado por seguidores y
detractores, creyentes y burladores.
Este gran cambio
comenzó el 12 de noviembre de 1840, cuando por casualidad
conoció al Reverendo Joshua V. Himes, un hombre de indomable
energía, que llevó al Profeta Miller de los sencillos y
apacibles distritos rurales y lo colocó en el reflector de las
calles de las ciudades para que hiciera sonar su nota de
advertencia por encima del estruendo de incontables ruidos y
el clamor de innumerables voces.
Se verá cómo este
cambio fue como sembrar vientos y cosechar tempestades para el
viejo y candoroso profeta, que envejecía rápidamente bajo la
tensión de la situación que él había creado, y que ahora
amenazaba con aplastarlo.
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