William Miller
EL EXTRAÑO ERROR
DE WILLIAM MILLER
DAYS OF DELUSION -
A STRANGE BIT OF HISTORY
Clara Endicott Sears, 1924
Capítulo 12
LA MUERTE DEL PROFETA
MILLER
Traducido
"Watchman!
tell us of the night,
For the morning seems to dawn.
Traveler, darkness takes its flight;
Doubt and error are withdrawn!"
Los relatos
precedentes acerca de las varias maneras en que fueron
enfrentados la aproximación y el paso del momento del esperado
fin de todas las cosas, relatos que fueron recibidos de
fuentes auténticas, deben ser seguidos por una corta
descripción de la perplejidad de los que eran responsables de
todo este trastorno del equilibrio mental. En su libro Life and Experiences
[Vida y experiencias], el pastor Luther Boutelle nos da un
vistazo de lo que sucedió:
"Pasó el 22 de octubre, poniendo indeciblemente tristes a los
fieles y a los que anhelaban, pero haciendo que se regocijaran
los incrédulos y los impíos. Todo estaba tranquilo. No había Advent Herald, no había
reuniones como antes. Todo el mundo se sentía solitario, con
apenas deseos de hablarle a alguien. ¡Todavía estaban en el
frío mundo! Nada de liberación. ¡El Señor no había venido!
Ninguna palabra puede expresar el sentimiento de desencanto de
los verdaderos Adventistas en ese momento. Sólo los que
experimentaron este sentimiento pueden adentrarse en él en la
forma en que tuvo lugar. Era algo humillante, y todos lo
sentíamos de la misma manera. Todos estaban silenciosos,
excepto para preguntar: '¿Dónde estamos?' y '¿Ahora qué?'.
Todos se metieron en sus casas, escudriñando sus Biblias para
averiguar qué hacer. En algunos pocos lugares, pronto
comenzaron a reunirse para esperar que se hiciera alguna luz
en relación con nuestra frustración.
"No contento con
estarme en mi casa después de estos agitados tiermpos, fui a
Boston. Encontré la oficina del Advent Herald cerrada, y todo silencioso.
Después fui a New Bedford. Encontré a los hermanos en un
estado de confusión. Tuvimos algunas reuniones; consolamos a
los que llegaban lo mejor que podíamos, diciéndoles que se
mantuvieran firmes, pues yo creía que algo bueno saldría de
este asunto. Regresando de New Bedford a Boston, encontré
abierta la oficina de nuestro Herald y al hermano Bliss encargado. Dijo
que apenas si había salido de su casa después de que el
momento hubo pasado. Preguntó si se estaban teniendo algunas
reuniones. Le dije que iba a haber una en la ciudad esa noche,
y que en otros lugares se estaban reuniendo para consolarse
los unos a los otros".
Pero, como era de
esperarse, desde el momento en que comenzaron a discutir las
cosas, comenzaron las controversias. Habiendo fracasado la
profecía total y completamente, se cruzaron reproches,
negaciones, y hasta acusaciones entre los varios dirigentes de
la doctrina, y mientras el público disparaba dardos de
ridículo y sarcasmo contra la posición en que se encontraban
estos infelices hermanos, ellos forcejeaban en un cenagal de
explicaciones y refutaciones, hundiéndose más y más al tratar
de librarse de su dilema. El pastor Joshua V. Himes, que no
podía soportar la humillación del ridículo, dio media vuelta,
contradiciendo osadamente, y aún negando, las exhortaciones
que había hecho con apasionado fervor antes del esperado fin.
Así, en el Midnight Cry
de noviembre 5, 1844, en un intento de sofocar los brotes de
indignación pública por el fanatismo histérico que tanto se
había difundido como resultado de la prédica que miles habían
estado escuchando, Himes afirma que "aunque en este movimiento
muchos han dejado sus llamamientos seculares, es bien sabido
que este curso de acción ha sido contrario a todo nuestro
consejo y nuestras enseñanzas mientras estuvimos comprometidos
con esta causa". Y sin embargo, fue él quien, justo
antes del esperado fin del mundo, como editor de The Midnight Cry, publicó
la confesión pública del Hermano George Storrs, en la cual
aparecían estas palabras: "Confieso que he sido conducido al
error y por lo tanto he hecho desviarse a otros, aconsejando a
los creyentes adventistas a abandonar sus ocupaciones por
completo, y solamente asistir a las reuniones". Se recordará
también con cuánta fuerza Himes finalmente se pronunció a
favor del día décimo del mes séptimo en un artículo que
abundaba en aparente confianza en esta nueva fecha. Pero
ahora, para asombro del común de los seguidores, a quienes
había ayudado a alcanzar un estado de histeria, afirma en el Morning Watch de febrero
20, cuatro meses más tarde, que "el clamor del mes séptimo era
local y parcial, y que estaba limitado a este
país", y continúa diciendo que el clamor no produjo
ningún efecto en absoluto en Europa. Hasta trató de culpar por
el origen de la teoría del mes séptimo a un hombre de
Filadelfia llamado Gorgas, que, según dijo Himes, pretendía
estar inspirado para dar la hora precisa del advenimiento del
Señor; y en el Morning
Watch de febrero 27, que era el nuevo nombre de The Midnight Cry, y del
cual él era el editor, tuvo la temeridad de hacer una solemne
advertencia: "Primero, de prestar atención a las teorías,
especulaciones, y forzadas interpretaciones de las
Escrituras".
"Los hechos que han
ocurrido en nuestra historia," continúa diciendo, "muestran
que cuando estas teorías fallan, los que las han recibido han
sido lastimados, como debe ser siempre el caso cuando
sostenemos el error en lugar de la verdad" - y cita las
Escrituras: "Porque se levantaarán falsos Cristos y falsos
profetas, y mostrarán grandes señales y maravillas, de
tal manera que engañarán, si fuere posible, aún a los
escogidos".
¿Es de asombrarse que
muchos de los seguidores, especialmente los que ahora estaban
privados de sus pertenencias terrenales por haber sido
llevados a creer que el fin de todas las cosas se aproximaba,
resintieran esto por venir de alguien que había sido
prominente en la promulgación de teorías, especulaciones,
y forzadas interpretaciones de las Escrituras, entre
otras cosas?
Demasiado enfermo y
decrépito para escribir una explicación del fracaso de la
profecía, que el público exigía de él, el pobre y anciano
profeta Miller le dictó al pastor Bliss una larga explicación,
que él llamó su "Apología y defensa", que fue publicada por el
pastor Himes en Boston. En ella, trató de explicar cómo había
ocurrido que él había finalmente patrocinado la fecha del 22
de octubre como el día en que vendría el fin, después de
haberse opuesto a ella por tanto tiempo. Dice que él "no se
identificó con el movimiento sino hasta como dos o tres
semanas antes del 22 de octubre cuando, viendo que había alcanzado
tal prevalencia, y considerando que era un punto
probable en el tiempo, fui persuadido de que era la
obra de Dios." En otras palabras, el anciano fue arrastrado
hacia el torbellino del engaño que originalmente se había
generado en su propio cerebro, y había naufragado, con el
resto de las víctimas de la profecía, en un paroxismo de
histeria. Por lo menos era honesto en esta afirmación. Pero no
pudo resistir lanzar una invectiva contra todos los
auto-nombrados predicadores de su doctrina, en una carta
dirigida a "Los hermanos", y que fue publicada en el Advent Herald de
diciembre 3, 1844. En ella dice: "Las causas que requirieron
la mano castigadora de Dios sobre nosotros fueron, en mi
humilde opinión, el orgullo, el fanatismo, y el sectarismo".
"El orgullo",
escribe, "trabajó de varias maneras. Buscábamos los honores o
el aplauso de los hombres más que de Dios. Algunos de nosotros
buscábamos ser dirigentes, en vez de ser siervos, y nos
jactamos demasiado de nuestros hechos".
En relación con el
fanatismo que había estado causando tanto tumulto, escribió:
"Sé que nuestros
enemigos nos acusaron de esto antes de que fuéramos culpables;
pero esto no era excusa para que nosotros tropezáramos con
él...
"Algunas veces
nuestras reuniones se distinguían por el ruido y la confusión
y - perdónenme, hermanos, si me expreso con demasiada fuerza -
me parecía más una Babel que una solemne asamblea de
penitentes inclinándose en humilde reverencia delante de un
Dios santo. A menudo he obtenido más evidencia de piedad
interior de una mirada encendida, una mejilla húmeda, y una
expresión ahogada que de todo el ruido en la cristiandad".
En medio de todas
estas interminables y fútiles explicaciones, refutaciones, y
represalias que estaban causando terrible confusión y amargura
de espíritu entre los seguidores del profeta Miller, fue el
Hermano George Storrs el que, despertando súbitamente del
engaño cuando la profecía fracasó, puso la experiencia entera
en pocas palabras haciendo la inflexible afirmación de que él
creía que ¡el mesmerismo había sido la raíz de todo el asunto
de principio a fin!
Un rugido de
indignación brotó de los que continuaban sosteniendo la
doctrina, pero él rehusó apartarse de esta convicción
recientemente adquirida. El hecho de que él había sido uno de
los principales defensores de la teoría del día décimo del mes
séptimo, y de que había servido como instrumento para
convertir al profeta Miller a esta posición, aumentaba el
resentimiento y la perplejidad que esta afirmación inesperada
había despertado entre sus asociados. Pero mientras mayor era
el resentimiento, más positivamente la afirmaba él.
En The Morning Watch de
febrero 20 de 1845, él presenta el caso con claridad y según
los principios de la moderna psicología:
Con referencia a
algunas cosas en relación con la excitación del día décimo,
escribe: "No era sino mesmerismo, con lo cual quiero decir que
era el producto de una mera influencia humana; en otras
palabras, no era de Dios; y yo no diría que era del diablo; a
consecuencia de esto, debo decir que era de nosotros mismos -
una mera influencia humana llamada mesmerismo.
"¿Qué es mesmerismo?
Es la influencia que un cuerpo, o persona, ejerce sobre otro
para actuar sobre él y producir ciertos resultados. En otras
palabras, es una mera influencia humana. En sí misma,
no es mala. Es esencial para la sociedad, y puede usarse para
bendecir a la humanidad cuando es dirigida por la Palabra y el
Espíritu de Dios, pero cuando es dirigida por el capricho de
uno mismo, o se le deja correr sin ser guiada por la
comprensión o la razón, conduce al extravío.
"El gran punto que le
dio poder al movimiento fue el positivismo con que
nosotros exclamamos: 'El Señor vendrá en las nubes del cielo'
el día décimo del mes séptimo. Quítese el positivismo y el
suceso al cual se refiere ese positivismo, y nadie creerá que
la excitación que existía hubiese nacido. Ahora, bien, ¿era de
Dios el positivismo de que ese suceso ocurriría en ese tiempo?
No me atrevo a decir que lo era, no más de lo que me atrevería
a acusar al Espíritu Santo de falsedad. El suceso no
ocurrió....
"Como el suceso no
ocurrió, nos equivocamos al suponer que éramos impulsados por
el Espíritu Santo al anunciar el clamor que anunciamos con
respecto a la manera y al tiempo. Repito, no
era de Dios. No estoy dispuesto a decir que era del diablo,
pero no hay sino otra fuente a la cual puede atribuírsele. De
aquí que la expresión más suave que puedo usar es decir que
era mera influencia humana, o mesmerismo. Cada día me confirma
más y más que esta es una palabra verdadera, y el fanatismo
que se manifiesta casi continuamente en alguna forma entre los
que todavía insisten en que el movimiento entero acerca del
día décimo era completamente de Dios, sirve para reforzar mi
convicción de que fuimos engañados por una mera influencia
humana, que confundimos con el Espíritu de Dios... Que el
Señor nos perdone en lo que hemos errado o nos hemos
descarriado, y nos ayude a ser humildes y poseer mansedumbre
cristiana en el tiempo que ha de venir.
"Esta carta es dirigida en amor
a todos a los que les pueda concernir.
"George Storrs".
Ninguna palabra puede
expresar el asombro y la completa consternación que este
cambio de fe causó en los infelices seguidores del profeta
Miller. Maravillados al oír tal opinión expresada por uno de
los principales instigadores del movimiento del día décimo del
mes séptimo, protestaron fuertemente contra una declaración
así en relación con las grandes emociones que los habían
sacudido, pero cuando cada denuncia y cada reconvención era
lanzada contra él, el hermano Storrs replicaba con
desconcertante precisión:
"Es una verdad que
Dios ha declarado: 'Cuando un profeta hablare en nombre de
Jehová, y no se cumpliere lo que dijo, es palabra que Jehová no
ha hablado'.
"De aquí que sea una
verdad que el clamor del día décimo no era del Señor. ¡Y de
aquí también que atribuir ese clamor al Espíritu del Señor se
parezca mucho al pecado contra el Espíritu Santo!".
Y como si su
restaurado equilibrio hubiese despertado en él un
incontrolable deseo de poner las cosas en un inflexible nivel
de sentido común, efectivamente les quitó el aliento a sus
antiguos amigos declarando lo siguiente en el mismo artículo
que apareció en The Morning
Watch de febrero 20 de 1845, cuyo editor era el
pastor Himes:
"Podría entrar en
detalles y demostrar, como puede verse fácilmente, que los que
se sienten menos sospechosos han actuado bajo una mera
influencia humana, ¡pero me abstengo!".
Tal ataque,
evidentemente dirigido a su dirigente, confundió y alarmó a
los que todavía permanecían bajo la influencia del engaño, y The Morning Watch de todo
ese período resuena con reconvenciones y controversias - todos
diciendo lo que pensaban.
Los
seguidores del profeta Miller estaban ahora saliéndose de
las filas por millares, estando algunos de ellos tan hechos
trizas por la excitación por la que habían pasado, que en la
reacción que siguió se convirtieron en ateos, y pateaban el
suelo y denunciaban las cosas del Espíritu; mientras que,
por las mismas leyes de acción y reacción, muchos de los que
todavía estaban engañados iban a extremos aún mayores de
fanatismo, perdiendo todo sentido de las proporciones y el
cuerdo razonamiento. Un grupito, aunque aturdido y casi
abrumado por las pullas y las provocaciones del implacable
mundo, permaneció fiel a los credos de la doctrina del
profeta Miller, pero hasta ellos continuamente cambiaban y
modificaban ciertos puntos de ella para ajustarla a la
situación. [Se ha calculado que el número de milleristas
sinceros y genuinos sumaban 50,000, pero a éstos se añadían
ejércitos de seguidores que creían tentativamente y seguían
a los verdaderos creyentes en un estado de aterrorizada
incertidumbre. Eran tan sonoros en sus expresiones de
convicción como cualesquiera, pero cuando el fin no llegó,
se apartaron, negando haber participado alguna vez en el
movimiento. Había también gran número de personas que se
convirtieron en seguidores principalmente por la excitación,
asistían a todas las reuniones que tenían lugar en su
vecindario, y hasta el fin hicieron su parte en difundir el
fanatismo a derecha e izquierda. La inminente aproximación
del Juicio no preocupaba a éstos tanto como a los mórbidos y
a éstos, la placentera excitación de prepararse para él].
Ciertamente,
muchas cosas estaban sucediendo para desconcertar hasta a
los más leales. Como ejemplo, el caso de la hermana
Mathewson hizo que muchos se detuvieran a reflexionar.
Después de una investigación general en relación con la
suerte final de su caso, The
Morning Watch de marzo 20, 1845 dice: "Contestamos
que la hermana Mathewson ha seguido el camino de todos en la
tierra. Murió hace como dos meses. Es bien sabido que ella a
menudo afirmaba que viviría hasta que viniera el Salvador".
Pero,
al mes siguiente, el 11 de abril, el pastor Himes escribió
una carta, que publicó, y que decía: "El hermano
Mathewson me infoma que nosotros estábamos equivocados en
cuanto a la muerte de su hermana. Es también un error el que
ella haya dicho que viviría hasta el Advenimiento. Esto fue
inferido de algunas de sus observaciones de los que la
visitaron. Ella todavía vive, pero está bastante débil. Ella
ahora come lo suficiente para sostenerse con vida".
Fue
descorazonador. ¡Todo sobre lo cual habían hecho énfasis
parecía súbitamente convertirse en polvo y cenizas!
En
cuanto al anciano profeta, es evidente que no comprendía la
situación por completo. Estaba agotado y enfermo de cuerpo y
afligido de mente, y su grey ya no acataba cada palabra que
salía de sus labios con el mismo sentido de convicción que
la había cautivado antes. Parece haber estado completamente
ignorante de las negaciones del pastor Himes, e ignoraba las
acusaciones del pastor Storrs en relación con las
influencias mesméricas; su mente se aferraba tenazmente a su
idea fija - el Señor venía. No tardaría mucho. Podría
venir en cualquier momento, ¡y no debería encontrarlos
durmiendo! Y así, como un viejo soldado herido, se ciñó sus
lomos nuevamente, y pidiendo la ayuda de uno de sus hermanos
en la fe, salió impávido a dar la voz de alarma una vez más,
pero el gastado esqueleto terrenal vacilaba. El amargo
descubrimiento de que había perdido el poder de dirigir a
muchos para los que una vez había sido profeta y guía, junto
con el agotamiento de achaques físicos, le arrancó una
exclamación de queja, y el 27 de noviembre de 1846 le
escribió al pastor Buckley:
"Todavía tengo
dolores. Desde que Ud. se fue, me han estado molestando los
dolores de cabeza, los dolores de muelas, los dolores en los
huesos, y el dolor en el corazón, pero mucho más éste último,
cuando pienso en mis una vez queridos y amados hermanos que,
desde nuestro desengaño, se han convertido en fanáticos de
todas las clases. ... Y ahora, ¿puede Ud. culparme por desear
una ermita, lejos de las malas nuevas y las vergonzosas
acciones de nuestros amigos en este tiempo de severas
pruebas?"
Su
biógrafo, el pastor Bliss, habla de esta angustia de mente y
corazón como sigue: "Como sus achaques aumentaban, y sus
fuerzas disminuían, le dolían mucho las irregularidades, las
extravagancias, y los extraños caprichos practicados o
aceptados por los que se habían apartado de sus enseñanzas y
consejos".
Ignorante
de
lo que ahora se llama "psicología de multitudes", se sentía
perplejo por la incapacidad de sus palabras para reprimir
esas misteriosas corrientes mentales que habían sido los
medios para acelerar los pensamientos, pero que ahora ya no
podían controlarlos. En vano suplicaba a sus seguidores que
no fijaran ninguna otra fecha específica para la venida del
Señor. No le prestaban atención. Era inútil que el pastor
Himes reiterara el anuncio que había publicado en The Midnight Cry el 7
de noviembre de 1844 después del fracaso de la profecía: "No
sabemos el tiempo preciso de este suceso... Con nuestra luz
actual, no tenemos una revelación de un día u hora definida,
pero sí creemos plenamente que debemos velar y esperar...".
Era
inútil; ahora querían salirse con la suya, y hacer sus
propias profecías; se protegían hasta donde era posible de
los ojos del público, pero entre ellos mismos, iban hacia
atrás y hacia adelante, exclamando primero esto y luego
aquéllo, tratando de encontrar soluciones a las preguntas
que los inquietaban.
Algunos
de ellos, en profunda y genuina angustia mental, comenzaron
a ver destellos de luz. "El error estuvo en pensar que la
venida debía ser material en vez de una experiencia
espiritual", exclamaron; y éstos, que súbitamente
adquirieron una más clara visión, eventualmente lograron
salir del laberinto de su dilema y llegar a terreno seguro y
seco, pero el anciano profeta no quiso escuchar esta
opinión. Anhelaba ver al Señor en su carne - escuchar su voz
con sus propios oídos humanos - sentir el corazón terrenal
dentro de él palpitar con éxtasis al sonido de su voz. No
podía y no quería aceptar el significado exclusivamente
espiritual de las palabras que él había ponderado por tanto
tiempo; era la realización material de ellas lo que él
anhelaba - el cálido toque de la mano humana de nuestro
bendito Salvador, verlo morando de nuevo en esta tierra que,
aunque purificada por el fuego, sin duda se parecería a la
tierra que él, William Miller, conocía y a la cual estaba
acostumbrado. Esa era la suma total de sus deseos. Se
aferraba a ella, y no quería soltarla.
Pero
ahora se notaban muchos cambios en él. Ya no aterrorizaba a
sus seguidores con espeluznantes relatos del infierno; ahora
parecía desear impresionar en sus mentes la consoladora
esperanza del cielo. Todas las controversias entre ellos lo
procupaban y lo irritaban. Su cabeza se sentía cansada con
sus preguntas y especulaciones. Mientras ellos adaptaban los
dogmas de su fe para ajustarlos a ellos mismos, y discutían
sutilezas acerca de cuál habría de ser la suerte de los
impíos, la mente de él se explayaba sobre la paz y el gozo
prometidos a los que se esforzaban por vivir en rectitud.
El
27 de septiembre de 1847, le escribió al pastor Himes: "La
cuestión del aniquilamiento de los impíos no me es útil en
esta vida. Por lo que a mí concierne, estoy decidido, que
Dios me ayude, a no pertenecer a esa clase de personas en el
mundo por venir. No me maravilla que el mundo nos llame
locos, porque confieso que me parece locura ver a hombres
religiosos e ingenuos malgastar su tiempo y su talento
en cuestiones de tan poca importancia aquí y en el más
allá".
Ahora
se propaló por todas partes, no solamente por el mundo en
general, sino también por muchos de sus seguidores, la idea
de que las opiniones del profeta Miller estaban por completo
bajo el control del pastor Himes, y esto inquietaba su
orgullo y lo enojaba. De acuerdo con su biógrafo, el pastor
Bliss, Miller escribió una carta el 26 de octubre de 1847,
dirigida al pastor Himes, publicada para beneficio del
público, y que decía así: "Algunos me han acusado de que yo
he sido influído por Ud. y por otros. No es así. Quiero
decir a todos que nunca he sido mandado por el hermano
Himes; que yo sepa, jamás trató de dirigirme a mí. Pero
estas cosas no me afectan. Puedo soportar todo lo que mis
enemigos pueden amontonar sobre mí, con la ayuda del Señor".
El
mundo no da cuartel a los fracasos, y el fracaso de la
profecía naturalmente sometió a William Miller a un completo
ridículo, pero la disminución de su supremacía sobre la
opinión de muchos, que hasta el momento del fracaso habían
considerado su palabra sobre las interpretaciones bíblicas
como la autoridad final, fue una humillación tan amarga como
cualquiera que hubiese tenido que soportar. ¡Pero cuán
seguramente llega la retribución! En su juventud, él se
había burlado y había ridiculizado a otros por sus
convicciones religiosas; ahora le tocó el turno de sufrir
todo el dolor que él había infligido a otros, y bajo la
tensión de él, su salud se deterioraba de manera muy
notable. Entonces cayó sobre él un golpe demoledor. ¡Los
ojos que por tanto tiempo habían escrutado los cielos
buscando señales de la venida del Señor fueron atacados de
ceguera! Fue como si su vista humana tuviera que desaparecer
antes de que pudiera obtener la visión espiritual.
"Nunca
lo he oído murmurar o decir que aquello fue duro. Creo que
se siente algo decaído, pero no abandonado". Así escribía
una de sus nueras en relación con su aflicción.
Para
finales de abril de 1849, sus fuerzas comenzaron a faltarle
rápidamente. En una carta que le dictó al resto de sus
seguidores que se reunió en una conferencia en Boston el 10
de mayo, dijo:
"Mis
múltiples y crecientes achaques me advierten que el tiempo
de mi partida se acerca. Mis trabajos terrenales han cesado,
y ahora espero el llamado del Maestro, para cuando él
aparezca, estar listo o, si le place a él por un poco de
tiempo mientras se dilata su venida, partir para estar con
Cristo, que es mucho mejor que morar en la carne. Siento que
sólo tengo pocas opciones, ya sea que continúe con vida
hasta ese suceso, o que mi espíritu se reúna con los
espíritus de hombres justos hechos perfectos.
"Comoquiera
que a Dios le plazca disponer de mí, me sostiene la bendita
seguridad de que, ya sea que esté despierto o duerma, estaré
presente con el Señor".
Un
corto relato de él, proporcionado por el pastor Robinson,
que lo visitó en diciembre, es como sigue: Después de
describir su aproximación a la granja, dice:
"Se
me dio la bienvenida en el estilo sencillo, cordial, y
moderado de la familia de un granjero cristiano de Vermont.
Ese semblante agradable y radiante de su esposa, y el
cordial apretón de manos, me dijeron que yo estaba en casa;
y la marmita de maíz molido acabada de quitar del fuego
enseguida anunciaba mi cena. Y todos los miembros de la
familia, inteligentes, modestos, y cordiales, me hicieron
sentir cuánto se alegraban de mi visita y de oír noticias de
fuera.
"En
seguida se me invitó a entrar al 'cuarto del este'. donde
'Papá Miller' me saludó... Había cambiado mucho, y sin
embargo, no tanto como para dejar atrás todos los
delineamientos alimenticios de una anterior amistad. Sus
sufrimientos durante el verano y el otoño habían sido muy
grandes. Sus venerables mechones blancos eran pocos y
escasos, y su carne como la de un niño. Pero su voz era
plena, su memoria buena, y su intelecto notablemente fuerte
y claro, y su paciencia y resignación notables.... Estaba
seguro de que no faltaba mucho para la venida del Señor.
Deseaba que viniera pronto; pero, si no, que él fuera
llevado a la presencia del Señor".
Y
así, el profeta errante - que había recorrido los caminos
ruurales y las calles de las ciudades, al norte y al sur, al
este y al oeste - había regresado, ciego y hecho trizas, al
pulcro y bien cuidado hogar donde durante todos estos años
su fiel esposa, Lucy Miller, había mantenido el fuego
encendido y criado ocho de los diez hijos que le había dado.
Allí yacía él, en su impotencia y aparente derrota. Cuando
ella miraba dentro de los ojos sin vista y veía el esqueleto
desgastado y el cabello café que se había vuelto plateado,
¿recordaría ella al joven soldado de sus años mozos, que
habían pasado hacía tanto tiempo?
En
la mañana del 17 de diciembre de 1849, cuando vieron que el
fin estaba cercano, mandaron a traer al pastor Himes. El
hombre que había sacado a William Miller de los distritos
rurales y lo había llevado al torbellino de las grandes
avenidas, que había preparado el camino durante los
turbulentos años del engaño, y le había ayudado a proclamar
su trascendental advertencia, era el hombre que ahora él
llamaba. Sobre él deseaba que cayera su capa.
Una
carta del pastor Himes, escrita en retrospectiva, hace un
corto pero memorable relato de las pocas palabras que se
cruzaron entre ellos. [Sylvester Bliss, Life of William
Miller].
Al
entrar a la habitación", escribió, "inmediatamente reconoció
mi voz. Me tomó la mano y la sostuvo por algún tiempo,
exclamando con mucha seriedad y en tono afectuoso: '¿Es éste
el pastor Himes? ¿Es el pastor Himes? Oh, ¿es el pastor
Himes? Me alegro de verlo'.
"'Entonces
me conoce, Padre Miller, ¿verdad?'
"'Oh, sí.
Entiendo, sé lo que está pasando'.
"Permaneció
silencioso por algunos instantes, aparentemente en profunda
meditación. Luego entró en el tema de mi relación con la
causa del Advenimiento, y habló de mi responsabilidad;
expresó mucha ansiedad acerca de la causa, y aludió a su
propia partida".
El
pastor Himes trató de tranquilizarlo. "Por lo que a mí
concierne", le dijo, "espero que la gracia me permita ser fiel
en el ministerio que he recibido".
Esto
pareció consolarlo, y cayó en una especie de sueño ligero,
pues estaba muy débil.
En algunos
minutos, se recuperó. "El pastor Himes ha venido", dijo.
"Amo al pastor Himes". Luego vino otra pausa.
Si
había sido abandonado por todos, excepto por un grupo
comparativamente pequeño de seguidores, su propia familia
habia compensado eso con su tierna solicitud y devoción.
Parecía querer oír los antiguos himnos de los días de su
juventud, y todos se reunieron alrededor de él, y a
solicitud de él cantaron:
"Hay un
mundo de puro deleite
Donde los santos reinan
inmortales
El día infinito excluye
la noche
Y el placer destierra
el dolor".
Pareció
encontrar gran solaz en estas palabras. Luego le cantaron:
"Feliz el espíritu librado de su arcilla".
Y el
cansado anciano murmuraba una y otra vez: "¡Oh, anhelo estar
allí!".
A
pesar de todas las vicisitudes de su extraña vida, tan
completamente entregada a proclamar su fallida profecía; a
pesar del desengaño y la amarga humillación que recibió como
fruto de su trabajo, su muerte fue feliz, y debe decirse que
la enfrentó con el valiente espíritu de un viejo soldado.
Nunca
se apartó de su idea fija, sino que les aseguró a todos con
su acostumbrado positivismo que el Señor venía, que estaba
"a las puertas", y en la mañana del 20 de diciembre, lo
miraron, y luego se miraron entre sí e inclinaron las
cabezas, porque supieron que, para él, esto era verdadero.
Fue
mientras su esposa y sus hijos e hijas y el pastor Himes
velaban en silencio al lado de su cama, cuando el llamado
llegó.
Como
centinela de guardia en su puesto, el anciano profeta
respondió. Sus ojos sin luz se abrieron de par en par y
miraron fijamente al espacio, pero era con los ojos de su
alma con los que contempló la todo suficiente visión.
"¡Victoria!
exclamó varias veces, alzando su desfalleciente voz. "¡Victoria!
¡Clamar en la muerte!".
Y así,
supieron que, por fin, para él, el bendito Salvador había
venido.
[Se
construyó una iglesia en Low Hampton, New York, a la
memoria de William Miller].
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